El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

31 marzo 2009

Mentiras y gordas

Cuando el juicio de las facturas falsas de Sevilla, pasó inadvertido, entre la escandalera mayor de la mangancia, la peculiar composición que tenía el distrito municipal en el que se amañaron los cobros por obras públicas que no existían. Es llamativo: había dos funcionarios y 25 colaboradores contratados por el PSOE. Es fácil imaginarse la escena, los dos pobres funcionarios, arrinconados en una esquina de la oficina municipal, invitados incómodos al trajín de todos los días, molestos testigos de vista del continuo hacer y deshacer de los cientos de miles de euros que llegaban hasta ese distrito para repartir entre la clientela partidaria y camuflarlos luego con proyectos inexistentes.

En su sentencia, el juez Francisco Gutiérrez no pasa por alto la peculiar composición de la oficina ya que, como señala, el imperio de los colaboradores en una oficina municipal es el triunfo de la arbitrariedad y el sectarismo frente a la intervención, el control y el procedimiento reglado en el manejo de los fondos públicos. Era tal el caos administrativo en el distrito –caos consciente, desde luego– que ha sido incluso determinante en el juicio porque no existían pruebas documentales de casi nada, ni expediente de por qué se contrataban unas empresas y no a otras, ni informes sobre el destino de las inversiones ni inspecciones de la ejecución de las obras. Como por desgracia ese barullo consciente no estaba sometido a juicio, el magistrado se limita a mostrar en la sentencia su perplejidad de funcionario público. «No corresponde a este magistrado calificar jurídicamente la decisión del Ayuntamiento de instaurar ese procedimiento para contratar y ejecutar esas obras (…) pero sí constatar la directa relación que ha existido entre ese proceder sin control ni intervención de los funcionarios con la aparición de los comportamientos ilícitos».

Ocurre, además, que después de saber cómo funcionan las cosas en esa oficina del Ayuntamiento de Sevilla ya podemos ir haciéndonos una idea de cómo está el patio. Que si esto pasa en Sevilla, cómo no será lo que ocurre en la Junta de Andalucía, ese magma impenetrable, inmenso, inabarcable. Ahí está, de hecho, el último informe de la Cámara de Cuentas. No hay modalidad de contrato ejecutado en la Junta que no esté manchado por la sospecha del chanchullo, de la fullería, del amiguismo. Dicen los auditores que todos los tipos de contratos públicos, ya sean concursos, subastas o contratos negociados, presentan algún tipo de anomalía. Y siempre se trata de lo mismo: opacidad, arbitrariedad y discrecionalidad en las adjudicaciones, que es, precisamente, lo contrario de la transparencia, el rigor y la independencia que debe caracterizar a la Función Pública en un país desarrollado, civilizado.

Luego vendrán con el respeto a las instituciones y a las ‘reglas del juego’… Ya ven, cuando esta falta de respeto a Función Pública supone demoler uno de los pilares esenciales de un Estado de Derecho. Aquí, como en otras facetas de la vida, todo es pura apariencia. Como en la peli de estos días, mentiras y gordas.

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Quiebras


Antes que un escándalo financiero, es un escándalo político; antes que una quiebra económica, es una quiebra política. Con la intervención de la Caja de Castilla La Mancha lo que se rompe, lo que estalla en pedazos es el escandaloso control gubernativo de las cajas de ahorro y la gestión orientada a satisfacer los intereses de un partido. Que la caja castellana, o sea, y su agujero mil millonario no forma parte en este momento del sistema financiero andaluz porque la pifia es mucho más grande de la esperada, tres veces más grande que la negada hasta ahora con énfasis. Nueve mil millones que hacen imposible cualquier fusión, pero la historia aquí, lo que conviene aclarar, es por qué hasta hace dos días se afirmaba que la fusión con Unicaja era buena para los intereses generales de Andalucía cuando todos sabían que la caja castellana estaba al borde de la quiebra. La fusión de Unicaja con la Caja de Castilla La Mancha era, en fin, una fusión política. Por eso, el escándalo es doble, financiero y político.

Debió ser en alguna de aquellas reuniones del presidente Zapatero con los presidentes de la banca española en las que participó también el presidente de Unicaja, Braulio Medel. Era aquel momento político en el que los dirigentes socialistas del Gobierno de la nación y de la Junta de Andalucía acababan de dejar atrás su discurso de ‘no hay crisis’ («¿Crisis? En absoluto, eso es una falacia. Puro catastrofismo», decía Zapatero seis meses antes de sus reuniones de otoño con los bancos y cajas). Eran los tiempos en los que Zapatero volvió exultante de una reunión en Estados Unidos en las que puso al sistema financiero español como ejemplo de fortaleza: «la crisis financieras es internacional, pero no afecta a España, que va a superar a Francia e Italia». Pero éste era sólo el discurso público. Entre las bambalinas de aquellas reuniones, a los banqueros ya se les planteó la difícil situación de la caja de Castilla La Mancha y la necesidad de que alguna otra entidad se decidiera a salvarla, mediante una fusión o una absorción.

Nada debe objetarse, desde luego, a que en el sistema financiero de un país exista colaboración entre las entidades bancarias cuando se atraviesa un momento crítico, como tampoco cabe objetar nada a que los gobiernos se vuelquen en la salvación de las entidades financieras antes de que se lleven por delante los ahorros de millones de ciudadanos y generen un estado de alarma social. No, el problema es el engaño. ¿Por qué se decidió que Unicaja era la adecuada para asumir la pifia de Castilla La Mancha? ¿Por qué se ha ocultado hasta ahora que ésa, y no otra, era la razón de ser de la fusión aprobada? ¿Por qué se decía que esa fusión era buena para los intereses de Andalucía?

A estas preguntas tendrían que responder con celeridad el Gobierno andaluz, en vez de protagonizar otro desvergonzado cambio de discurso afirmando, esta vez, que los sistemas de control han funcionado a la perfección y han impedido la fusión. Pero, además del Gobierno, además de Chaves y Zapatero, también los dirigentes del Partido Popular tendrían que aclarar por qué respaldaron la fusión en el consejo de administración de la caja si, como venían diciendo, en otros foros públicos alejados de Málaga, la fusión era una temeridad. Si era, como dice ahora Javier Arenas, «un caramelo envenenado», por qué votaron a favor de que Unicaja se lo comiera.
Si la cuestión es la solvencia, que nadie tenga dudas. A la insolvencia financiera de las cajas se llega por la insolvencia política. La quiebra es doble.
Foto: Carlos Márquez

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26 marzo 2009

Humillados


«Alguien o algo a quien recurrir cuando se humilla o insulta a las víctimas». Se trataba sólo de eso, que la viuda del guardia civil que acribillaron cuando patrullaba en una carretera comarcal del País Vasco, que los hijos del policía que asesinaron cuando subió a su coche y le estalló una bomba lapa, que la madre del capitán que destrozaron cuando se dirigía al cuartel en un coche oficial, que los hermanos del político que asesinaron por la espalda cuando salía de cenar, que la memoria, en fin, de todas las víctimas andaluzas del terrorismo etarra tenga la grandeza del reconocimiento público y el calor de quienes jamás olvidarán sus crímenes. El silencio de los cementerios es una ráfaga de aire al anochecer y la soledad de los familiares de las víctimas es el frío de una cama vacía en cada amanecer; frente a esa desolación pedían «alguien o algo a quien recurrir cuando se humilla o insulta a las víctimas», como acertó a decir Teresa Jiménez Becerril, hermana del concejal sevillano del Partido Popular que la banda terrorista asesinó, junto a su esposa, una noche de enero, en un callejón, a pocos metros de la casa donde dormían sus tres hijos.

Pedían una gota de agua en el inmenso mar burocrátic o de la administración autonómica andaluza, una oficina, un teléfono al que llamar cuando se sienten solos, acosados, maltratados o vejados. Un comisionado andaluz para las víctimas del terrorismo o similar. Nada hubiera supuesto, ya digo, para el mil millonario presupuesto andaluz (en pesetas, más de cinco billones y medio) haber aceptado la demanda de las víctimas del terrorismo que el Partido Popular planteó ayer en la Cámara andaluza, pero el PSOE decidió ignorar la propuesta con el peor de los talantes. Escaños vacíos, el del presidente Chaves el primero, y el debate para un diputado de cuarta fila, un joven ‘culiparlante’ del PSOE que, siendo abogado, le da por afirmar cosas como que una persona a la que el juez cita como imputado no supone que esté imputado. Con esas maneras, o sea, encaró el PSOE su negativa a aprobar aquello que le pedían las víctimas del terrorismo. ¿Que ya existe una ley nacional que ampara a las víctimas del terrorismo? Pues claro, igual que existe un defensor del pueblo en España, diecisiete más en las autonomías y cientos y cientos en los ayuntamientos.

No es eso, no es la duplicidad. Sucede que el PSOE andaluz tiene un inexplicable complejo con las víctimas del terrorismo, un prejuicio que no logra sacudirse ni siquiera ahora que va a gobernar en el País Vasco y que el proceso de paz ya está olvidado. Históricamente, al personal de Chaves le ha costado menos plantarse en la cárcel a defender a los condenados por el Gal que acudir a una manifestación de apoyo a las víctimas del terrorismo. Piensan, acaso, que las víctimas no están con ellos. Y se equivocan. Es más sencillo. A veces sólo piden que se les oiga.

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Protestas de lazo


Una vez que los pastores de la Iglesia tienen asumida la hipocresía de predicar cada domingo el rechazo de los medios anticonceptivos ante una feligresía que los utiliza con la naturalidad con la que cada mañana se toman un café en el bar de al lado, cualquier posición de la jerarquía católica en estos asuntos tendría que acogerse con esa misma elasticidad. ‘Lo dicen, sí, vale, pero bueno, ya se sabe’. Así se establece una relación de cinismo consentido por ambas partes, muchos sacerdotes condenan, sin afán, el uso del condón y de la píldora, y los católicos los atienden, sin sonrojo, como quien oye llover. La parábola del sordomudo, que podría ser el caso.

Otra cuestión es pensar en la repercusión de ese mensaje fuera de nuestras iglesias, fuera de los países desarrollados; el impacto en el tercer o el cuarto mundo, en las misiones de África o en las parroquias de Sudamérica, porque allí, uno solo que atienda el mensaje de la Iglesia, una sola persona que lo adopte como parte de su doctrina católica, puede estar condenándose a muerte o a la miseria. Pero esa es otra cuestión, ya digo.

En circunstancias normales, lo extraordinario es observar lo anterior, que la Iglesia se mantiene invariable en el discurso de Pablo VI, de hace cuarenta años, la encíclica «Sobre la regulación de la natalidad» en la que se condena el uso de todo método anticonceptivo que no sea la observancia de los ciclos menstruales de la mujer y la abstinencia en los periodos de mayor fertilidad. O sea. Verán que cuando alguien se opone de forma tan pertinaz a la revisión de este tipo de planteamientos, incluso en lo elemental, el problema es que, a partir de ahí, el resto del discurso se descompone. Entre otras cosas porque, como se decía antes, estamos acostumbrados a oír las opiniones de la Iglesia sobre la sexualidad como quien se emboba con el crepitar de una candela y deja volar la mente a otros temas.

Lo cual que, en lo concerniente al aborto, el discurso de la Iglesia no resulta creíble, porque ya sabemos que surge del inmovilismo, de la pertinaz negativa a la revisión de la sociedad cambiante, de la ciencia, de las propias necesidades del hombre y de la humanidad. Y, por desgracia, la jerarquía eclesiástica parece más dispuesta a revisar el Limbo y el Infierno que a reconsiderar su doctrina sobre la sexualidad; antes prefiere renegar de los ángeles que anunciaron el Nacimiento que reconocer las ventajas de los profilácticos. Y en ese plan, entenderán que lo único razonable es lo de la misa, cada uno en su papel.

Dicho lo cual, ¿quién dice que la Iglesia no tiene derecho a pronunciarse sobre el aborto? O las cofradías… Cómo no va a ser normal en una sociedad democrática, que, a partir del principio básico de separación de la iglesia y el estado, la jerarquía católica diga lo que le parezca y como le parezca. Pues no, han llegado al absurdo de criticar a la Iglesias y a las cofradías por «politizarse», que es lo mismo que le hubieran dicho en el franquismo. ‘La política para los políticos’. Lo cual que, entre unos y otros, lo suyo es desmarcarse de estas protestas de lazo, blancos o violetas. Que nunca fue necesario tener que elegir entre sectarios o inmovilistas, sean obispos o feministas.

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Cubatas en el Titanic


Lo dice el presidente del BBVA, Francisco González: «Esta situación es de verdadera emergencia nacional». Y lo remarca con idénticas palabras el presidente de las Cajas de Ahorro, Juan Ramón Quintás: «La crisis en España será más larga que en el resto de países. Si no se actúa con mayor contundencia, las consecuencias serán dramáticas. Estamos en una situación de emergencia nacional».

Lo dice Felipe González: «Se ha acabado la fiesta, a final de 2009 vamos a estar peor que ahora. La crisis es dura, compleja y profunda; no hay tiempo que perder». Y, cuando añade que hacen falta reformas profundas, políticos de altura y menos alegrías autonómicas, coincide, pese a la bilis que los separa, con el Aznar de sus antípodas: «España necesita plantearse una ambiciosa agenda de reformas políticas, económicas e institucionales».

Lo dicen en el Fondo Monetario Internacional, que «las perspectivas de la economía española son sombrías e inciertas. Si no se llevan a cabo [reformas estructurales], España podría verse atrapada en una situación de baja competitividad, bajo crecimiento y alto desempleo». Y también en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos: «España será el último país de los 30 que componen OCDE en salir de la crisis».

Lo dicen los economistas de España: «Todo pasa por no querer hacer sacrificios. La crisis española puede convertirse en una catástrofe descomunal» (Juan Velarde). «Existe un deterioro vertiginoso de todos los indicadores de actividad económica. Es el marco perfecto, junto con una crisis financiera, para una gran depresión como la de los años 30» (Lorenzo Bernaldo de Quirós). Y los economistas extranjeros: «Las perspectivas económicas españolas son aterradoras» (Paul Krugman).

Lo dicen periódicos de todo el mundo, un día The New York Times («En menos de un año el país ha pasado de un ágil crecimiento a un aguda penuria»), otro día el Financial times («Las tensiones están empezando a aparecer en la sociedad española, habitualmente tranquila») y otro día más The Economist («La economía española se ha desplomado incluso más rápido de lo que los pesimistas predecían. 2009 será un año miserable tras 15 años de rápido crecimiento económico»).

Lo dicen, lo piensan y lo advierten todos… Todos, menos Zapatero. ¿A que no saben qué ha hecho este fin de semana? Se ha ido a su tierra, a León, para anunciar su buena nueva. Su empeño, su desafío es, tachaaaán, tachaaaán, «la segunda modernización de España». Lo que faltaba, o sea.
Antes de pasarse por Sevilla y Madrid, Krugman había determinado que, en realidad, lo que va mal es el continente europeo. «Europa es un continente a la deriva», dijo. Nos hundimos, sí, pero tranquilos, que aunque Europa sea el Titanic, aunque España ocupe los camarotes pobres de la planta baja, tranquilos que ya veremos llegar por los pasillos al timonel Zapatero, sonriente, calmando a las masas atemorizadas.

—Tengo una buena noticia: le hemos puesto fin a los problemas de hielo para el cubata.

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25 marzo 2009

Sentido común


El camino lo han comenzado quince. Mil doscientos kilómetros para cubrir el trayecto que va desde Estepona a Santiago de Compostela. Y como todos los que planifican el caminote Santiago, tenían las etapas estudiadas al detalle, los albergues, el avituallamiento, los repechos de las carreteras, las zonas de incertidumbre, los teléfonos de urgencia… Todo es normal, una historia más de las millones que se cruzan en el Camino, salvo que en esta ocasión los quince son perros. No personas, perros. “La primera peregrinación canina conocida”, dicen sus organizadores. Más impactante aún era el titular de la noticia: “Perros abandonados peregrinarán a Santiago contra el maltrato animal”. Y luego detallaba que en los últimos meses se han entrenado “muy duro” y que, pese a todo, a lo largo del todo el trayecto contarán con la asistencia de veterinarios y voluntarios para que a los perros nos les falte de nada. “Durante toda la peregrinación los acompañará un remolque de apoyo que transportará su comida y en el que los perros dormirán cada noche y donde, llegado el caso, podrán tomarse algún día de descanso”, añadía.

Peregrinación canina, o sea. Ni siquiera hace falta añadir nada más al absurdo, porque quizá no sea necesario explicarle a nadie, salvo a los organizadores, que ‘peregrinación canina’ es una contradicción en sí misma, que no es posible imaginar a un perro reflexionando en el camino sobre las causas del maltrato animal como no es imaginable que, cuando lleguen a la Plaza del Obradoiro, se acerquen a besar al Santo, aunque quién dice que esos tipos no lo van a intentar. Pero, insisto, este tipo de noticias es de las que no precisan comentario siquiera. Lo interesante es unirla a otras que se suceden a diario y que nos muestran el incomprensible desvarío que parece que se ha instalado entre nosotros. Absurdos que se evitarían con la simple aplicación del sentido común. ¿Dónde están los límites? Pues ahí, justamente, en que una persona se detenga un momento a pensar que constituye un insulto a la civilización organizar una peregrinación canina mientras esta misma semana, por ejemplo, varias pateras más han llegado a la costa andaluza, han desaparecido dos inmigrantes más, que se los han tragado las olas, y ya ni siquiera aparecen en los periódicos.

Es verdad que la búsqueda del sentido común es una de las grandes frustraciones de la humanidad, que como dejó dicho Voltaire “el sentido común no es nada común”; es verdad que el sentido común ha sido un ansia, un ideal, antes que una realidad generaliza, pero es que, si miramos alrededor, es posible observar cómo el concepto se va degradando. Parece como si la civilización estuviera presa de una maldición que atraviesa generaciones, de forma que el progreso tuviese que caminar en sentido contrario al sentido común. A más progreso, menos sentido común. Creo que fue Aristóteles quien anhelaba que el sentido común fuera el regazo de todos los demás sentidos, el lugar en el que se reúnen todos, donde se unen. Pero no, ya se ve.

Peregrinación canina, qué cosas. Menos mal, por cierto, que los de la protectora de perros de Estepona no profesan otra religión, menos mal que no les ha dado por peregrinar a la Meca porque igual aparecían colgados, ellos y los perros, de un poste del camino.

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22 marzo 2009

Perpetuas (y 2)


Aunque suene extraño, no fue España el último país de Europa en abolir la pena de muerte. Llevaba el dictador varios años enterrado y la pena de muerte abolida en la Constitución española cuando François Mitterrand lo incluyó en su programa electoral. La historia del último condenado a muerte en Francia es llamativa. Se trata de Philippe Maurice, condenado a muerte por el homicidio de un policía en 1980, justo cuando Mitterrand caminaba hacia el Elíseo. Al año siguiente de ser condenado, le conmutaron la ejecución por una cadena perpetua. A los quince años de estar en prisión, el homicida ya era otro tipo bien distinto: se había doctorado en Historia Medieval. Al poco, ya se le reconocía como historiador y las editoriales publicaban sus investigaciones. Desde el 2000 está en libertad.

De condenado a muerte a investigador, el viejo zorro que fue Mitterrand no podría haber diseñado una propaganda mejor para la abolición de la pena de muerte en Francia. Pero lo más curioso es que, pese a ejemplos tan espectaculares como el de Philippe Maurice, el debate sobre la pena de muerte no se ha acabado en Francia. Hace un par de años, por ejemplo, un grupo de presos franceses, condenados a cadena perpetua, publicó en la prensa francesa una carta conmovedora solicitando el restablecimiento de la pena de muerte: «La cadena perpetua es una lenta ejecución. Preferimos un fin inmediato antes de que nuestras vidas se cocinen a fuego lento».

Ahora que en España, la sociedad clama por la instauración de la cadena perpetua, la clase política gobernante, en vez de cerrar las puertas a cualquier debate, tendría que promoverlo, fomentarlo en todos los foros. Entre otras cosas, porque habrá pocas controversias públicas tan lastradas de falsedades, prejuicios y complejos. En los dos sentidos, además. Como la falsedad de asociar la cadena perpetua con una sociedad incivilizada, cuando, como queda claro, casi todos los países de nuestro entorno (Reino Unido, Francia, Italia, Alemania o Austria, como acabamos de ver con el ‘monstruo’ de Amstetten) la incluyen en su legislación. O como la falsa creencia de que el cumplimiento de las penas en España es cada vez menor cuando todas las estadísticas señalan lo contrario. De hecho, desde la entrada en vigor, hace casi quince años, del nuevo Código Penal (que derogó el del franquismo) la estancia media en prisión de la población reclusa se ha duplicado, ya que se redujeron los beneficios penitenciarios y la concesión de la libertad condicional mientras que, a la vez, se impuso el cumplimiento íntegro de las condenas (hasta el tope de treinta años) en los casos de terrorismo.

La ‘cadena perpetua’, con la revisión posible de las condenas cada quince o veinte años para el caso de que aparezcan nuevas pruebas judiciales o de una espectacular reforma del delincuente, como le ocurrió a Philippe Maurice, debería ser una consecuencia lógica a las demandas actuales de la sociedad española y a la alarma social que se genera con crímenes espeluznantes como el de Marta del Castillo. Y antes que nada, un debate abierto para aclarar conceptos y desterrar falsedades. Si el personal político anda buscando alicientes para la campaña de las europeas de junio, miren qué sugerencia: ¿Por qué no se aprovechan esas elecciones para, el mismo día, celebrar un referéndum en España sobre la cadena perpetua?

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21 marzo 2009

Perpetuas

Antes que el debate sobre la cadena perpetua, habría que detenerse en la legitimidad democrática de estas propuestas, porque da la impresión de que la mayoría de la clase política las considera un desvarío, un impulso tribal que no se debe tener en cuenta. Fíjense que, por lo general, cuando sucede una tragedia como la de Marta del Castillo, presidentes de gobierno y líderes políticos acuden decididos a una reunión con los familiares de las víctimas, se sientan con ellos en la mesa de camilla del domicilio familiar o les abren las puertas de los despachos oficiales. Y les dejan hablar y hablar. Cuando los familiares exigen que los autores de esos crímenes cumplan íntegramente las penas o que se instaure la cadena perpetua en España, que no otra cosa suelen pedir, los miran con ojos compasivos, como si fueran pobres atormentados que no saben lo que dicen.

Es evidente que, pese a las muestras de inexplicable integridad física y mental de algunos de los padres atormentados, la regulación del derecho penal jamás puede hacerse al calor de una tragedia. Es evidente, sí. Lo llamativo es que se siga pensando lo mismo cuando el asesinato ha pasado y, durante meses o años, se recogen firmas entre la ciudadanía para exigir un cambio de la legislación. Es en ese punto en el que comienzan a chirriar los mecanismos de una sociedad democrática. ¿Por qué no va a tener derecho la sociedad a que ni siquiera se abra el debate sobre la cadena perpetua? ¿Por qué tenemos que dar por bueno que exista un veto previo sobre esos debates cuando, como parece, lo demanda una amplia mayoría de los ciudadanos españoles? Si la democracia es el mandato de la mayoría, ¿por qué se quiebra cuando se plantean asuntos que no parecen políticamente correctos? Todo ello, ya digo, es previo al debate mismo y a las opiniones que se tengan sobre la cadena perpetua; de lo que se trata es de que la desconsideración general y previa del debate esconde una anomalía democrática o, por lo menos, una contradicción.

Para explicar estas desviaciones, Giovanni Sartori habla de la ‘democracia vertical’, que es la que se establece en una democracia a partir de la estructura jerárquica que supone todo gobierno. La base del edificio, es verdad, es el pueblo, los electores, pero sobre ellos se construye en vertical el edificio político en el que una minoría es la que decide e interpreta a su antojo el mandato de la mayoría. «Y es aquí donde topamos –dice Sartori– con la acusación que se viene haciendo desde siempre a la democracia: ¿cómo es que el mando de la mayoría se transforma en el mando de la minoría o minorías?»

Ayer le preguntaban al padre de Marta del Castillo por el número de firmas recogidas para exigir la cadena perpetua y, a pesar de los cientos de miles que podrán apoyarlo, el hombre tenía claro que, al final, como ha ocurrido otras veces, los paquetes de folios acabarán en un cajón del Congreso. Ésa es la anomalía, o sea, que la sociedad concluya que su opinión no cuenta en una democracia. Los pescadores de populismo y los fascistas emboscados es lo que esperan siempre, que la democracia se quede sin respuestas.


Foto: Fernando Ruso

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18 marzo 2009

Tragedias


Llega un momento en la vida en el que comprendemos que sólo las tragedias pueden cambiarnos. Podemos cambiar de gustos y de forma de pensar, de pareja y de trabajo, de aficiones y de amigos, pero internamente sabemos que se alcanza un momento en la vida en el que ya sólo nos puede cambiar una tragedia. Se rompe una vida y comienza otra, un hachazo que parte en dos el destino, y cuando sucede, entonces, ya nada será igual. Ni las calles, ni el trabajo, ni tus amigos, ni las fiestas, ni tu casa. Lo que vemos en los ojos de Antonio del Castillo, el padre de Marta, es la certeza de ese momento, que esta desgracia le ha roto la vida, que ya nunca, jamás, nada será igual ni parecido, que ya sólo existirá un recuerdo y una obsesión. Una venganza imposible y una eternidad de amargura. Es la certeza de esa tragedia, la consecuencia de esa tragedia, lo que ha cambiado a los padres de Marta, como hace un año a los de Mari Luz. Y antes, a los de Sonia, a los de Rocío, a los de María Teresa. Y pasará la actualidad, pasarán los días y los años, y en algún programa de televisión aparecerán de nuevo con el luto en los párpados, la desgana en los labios y el abatimiento en los pliegues profundos de la sien.

Es muy probable, además, que el dolor de una tragedia así sea tan profundo que el propio cuerpo se inmuniza para el resto de la vida. Se muere el corazón y los sentimientos se anestesian para siempre; vivir y no sentir. Los avatares que hayan de llegar son pinchazos de alfiler en una carne muerta. Los padres de Marta del Castillo no quieren descansar, como se dice, porque saben que el descanso y la relajación ya no les pertenecen. Los padres de Marta, que ya no pueden sufrir más, saben que sólo les quedan dos o tres causas por las que luchar, dos o tres motivos por los que vivir, dos o tres certezas por las que merezca respirar. Enterrar a su hija y que condenen al asesino para poder contar cada uno de los días de prisión.

La crueldad máxima de lo que están haciendo los asesinos de Marta del Castillo es esta danza de burla sobre el cadáver desaparecido que priva a los padres de las únicas certezas a las que pueden agarrarse después de la tragedia. Tener que sobrellevar la monstruosidad inconsciente, inevitable, de recrear cada día cómo fue la muerte de su hija y de imaginar dónde está el cadáver, si en el río o en el mar, si en un descampado o en un vertedero. Y soportar la macabra frialdad de quienes asesoran estrategias a sus defendidos para rebajar la condena en el juicio.

Llega un momento en la vida en el que comprendemos que sólo las tragedias pueden cambiarnos. Por eso un escalofrío recorre el cuerpo cuando imaginamos que una tragedia así nos puede esperar en el camino. Y se seca la boca al pensarlo porque sabemos que lo peor no será el dolor, que se secarán las lágrimas y nunca llegará el consuelo.

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17 marzo 2009

Para qué


¿Para qué sirve Andalucía? Es una buena pregunta para hacerla hoy que se alcanza uno de los grandes hitos de la degeneración de la idea autonómica. Que no incomoden las preguntas, que nadie se comprima con los clichés, que ni uno solo se deje llevar por el prejuicio de lo correcto. Nada de respuestas prefabricadas. ¿De qué sirve este tinglado que se confunde con Andalucía? Porque llega un momento en el que es justo pensar que la Andalucía oficial está oprimiendo a la Andalucía real, usurpándole sus recursos, malgastando su dinero, limitando su futuro.

Para qué sirve Andalucía, sí, hay que preguntárselo hoy que se llenan la boca con el supuesto orgullo de haber conseguido la ‘deuda histórica’ como, si en realidad, no estuviésemos frente a uno de los mayores fraudes de la autonomía, una de las primeras decepciones, acaso el primer engaño. La ‘deuda histórica’ se llama así porque el aliento que movía las banderas del 28 de Febrero clamaba por la igualdad, por salir del subdesarrollo y lograr de los mismos servicios públicos que el resto de España. En 1981, cuando se incluyó en el primer Estatuto de Autonomía, la ‘deuda histórica’ significaba un plan de inversiones extraordinario para que la democracia restituyera una discriminación secular, la planificación del Estado que, desde la primera revolución industrial, se traza entre Madrid, Barcelona y Bilbao. Nació la deuda histórica y murió al instante, porque a la promesa no le siguió ni una sola peseta. ¿Qué hubiera sido del desarrollo andaluz si, entonces, hace treinta años, el turismo de la Costa del Sol, las industrias de Huelva o los cultivos de Almería hubieran contado con mejores carreteras, ferrocarriles, hospitales o universidades?

Para qué sirve Andalucía, sí, hay que preguntárselo hoy que la autonomía se ha convertido en un insulto a la inteligencia, al sentido común, y en un peligroso coqueteo con el despilfarro. Qué insulto es éste de decir que ahora, tantos años después, se va a cumplir con la promesa. La deuda de Andalucía sigue existiendo, pero ya no es histórica porque dependa de otras administraciones del Estado; es histórica porque no se ha resuelto el desequilibrio. Si Andalucía sigue siendo la región de España con más paro, la deuda se la anota ahora el Gobierno andaluz. Y si la tasa de fracaso escolar es mayor aquí que en el resto de España, si el desarrollo industrial se mantiene desaparecido, si no hay mejores carreteras, mejores depuradoras, mejores hospitales, mejores universidades, la responsabilidad ya no es de fuera… La deuda sigue siendo histórica, sí, porque las diferencias aún se mantienen, pero se ha llegado al absurdo de que es el autogobierno quien se la arrebata a los andaluces.

Para qué sirve Andalucía, sí, para qué este despropósito de que la autonomía más pobre sea la que tenga más coches oficiales (234), más empresas públicas deficitarias (146) y más funcionarios (254.000). Más que Baviera, Cataluña o Madrid. Para qué sirven las inversiones extras del Estado y hasta los fondos europeos si la autonomía se ha convertido ya en un objetivo en sí mismo que carcome cualquier posibilidad de desarrollo de Andalucía. Y ahora vienen esos con la ‘deuda histórica’. ¿Orgullo, dicen? No. Deuda de vergüenza, vergüenza de deuda.

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16 marzo 2009

Puerto Brasil


La tarde que abandonó la aldea, la periodista habría de detenerse para respirar en un recodo del sendero de tierra que, montaña arriba, serpentea hasta la cumbre, como una culebra marrón en medio de la selva. Volvió a mirar hacia atrás y allí en el valle, junto a un puñado de casas de madera pintadas de blanco y celeste, permanecía Rubi Galvis, su padre, Arístides Galvis, y Evelio Ortiz, con su sombrero nuevo de hoja de palmera. Rubi la vio detenerse y levantó el brazo derecho para decirle adiós, agitando en el aire la hoja de periódico que le había entregado la periodista. “Adioooóos”, se oyó gritar a la periodista y, cuando se dio la vuelta para continuar, el eco de su despedida todavía rebotaba en el valle. Al bajar el brazo, Rubi se quedó mirando el periódico. “¿Papito, crees que nos habrán engañado?” Arístides y Evelio se quedaron mirándola. “Vuelve a leerlo”, replicó Arístides. ‘Fortalecimiento organizativo y productivo de 42 familias campesinas de Puerto Brasil, afectados por la violencia política y social’. “Sin duda, habla de nosotros, pero qué querrá decir”.

Arístides era el mayor de los veinte vecinos de Puerto Brasil. El nombre se lo pusieron unos misioneros españoles para hacerle honor a la tierra, Colombia, un país con la extraña cualidad de haber tenido gobernantes que, a largo de toda la historia, sólo han acertado con los nombres de las cosas. Como Colombia, por ejemplo, que se llena la boca al decirlo, el único país que lleva el nombre de Cristóbal Colón, el sueño de Simón Bolívar; nombres como Cauca, Boyacá, La Guajira o Sucre, que parecen palabras recolectadas en una plantación porque saben a fruta, a tierra, a palo de caña. Nombres como Puerto Brasil, rodeado de montañas; un puerto que jamás verá el mar ni el río ni la carretera, puerto como ironía. Nombres como el acierto de llamarse Arístides y vivir en una aldea de Colombia. En la antigua Atenas, cuando alguien merecía un castigo, los hombres se reunían en la asamblea y escribían el nombre del infractor en un trozo de barro. A Arístides ‘el Justo’ lo condenaron al ostracismo. En medio de la asamblea, un campesino se dirigió a Arístides, sin conocerlo, para pedirle que le escribiera en el barro el nombre de quien quería condenar. La sorpresa fue que le pidió, precisamente, que escribiera el nombre de Arístides. ‘¿De qué se le acusa?’, indagó Arístides. ‘Ah, no sé, ni siquiera lo conozco, pero ya estoy fastidiado de oír continuamente que le llaman el justo’. Arístides no le contestó; resignado escribió su nombre en el trozo de barro y se lo devolvió.

Colombia, Puerto Brasil, Arístides… Y ahora esto, una periodista que viene de España con un periódico en el que se dice que socialistas y comunistas de Sevilla van a mandar a la aldea noventa mil dólares, un baúl de plata como los que llegaban al Guadalquivir desde Cartagena de Indias. “Fortalecimiento organizativo y productivo de 42 familias campesinas de Puerto Brasil”… Nada es tan cruel como la mentira política. Arístides Galvis volvió a pensar en la maldición haber nacido pobres y en la agudeza de los misioneros cuando le pusieron el nombre. Condenados al ostracismo. Rubi Galvis dobló cuidadosamente el periódico y lo guardó en el bolsillo. Lo único que la reconcomía era pensar porqué, de tantos pueblos como había en Colombia, los habían elegido a ellos para el engaño.

(Relato sobre un hecho real: Las ayudas de 81.000 euros aprobados por el Ayuntamiento de Sevilla que nunca llegaron a Colombia)


Fotografía: Jorge Cuéllar

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13 marzo 2009

Trágala


De todas las expresiones que hemos heredado de las Cortes de Cádiz de 1812, sólo el trágala se mantiene, dos siglos después, fiel al significado de entonces. Todo lo contrario, por ejemplo, que el ‘Viva la Pepa’ con el que se festejaba la adhesión a la Constitución de Cádiz y que ha llegado a nuestros días como sinónimo de desbarajuste, de descontrol, de desorden. Nada más injusto que hacer pasar a la historia al rey traidor como ‘el deseado’ mientras que la primera Constitución liberal del mundo acaba relacionada con el caos. La misma suerte, o sea, que corrió el término liberal, que es en Cádiz, hace doscientos años, donde se pronuncia por primera vez y de ahí ya pasa a Francia con un significado peyorativo, asociado a los rebeldes españoles; y de allí a Inglaterra, donde, para colmo, coincide con la revolución industrial y se le añade el sambenito de la explotación capitalista porque se acaba confundiendo con el liberalismo económico.

Lo del trágala es distinto. También ha sufrido alguna mutación en su significado pero, de todas las expresiones, es la que guarda mayor fidelidad con el origen. El trágala viene de una canción popular, la que le cantaban al rey felón para forzarlo a que aceptara la Constitución de Cádiz. Lo decían, además, con una contundencia que hoy no pasaría la censura democrática: “¡Trágala, perro!”. Aunque el perro no se tragó la Constitución, en la sociología la expresión quedó como sinónimo de imposición. Lo curioso es que ahora, de acuerdo a la versión original, se han invertido los papeles; ya no se utiliza nunca como una imposición del pueblo a sus dirigentes sino que es al revés, el trágala va siempre de arriba hacia abajo. “Trágala, perro”, como antes, sí, sólo que ahora el perro somos nosotros.

Tanto es así que el ‘trágala’ se puede adoptar ya como medida en sociología, por ejemplo para medir el conformismo de un pueblo, la capacidad de aceptación de lo que le caiga encima. Y como ntal es esencial, porque puede explicar incluso que, a veces, no haya revueltas sociales. A cualquiera que se le dijera, por ejemplo, que, en plena tiesura de la crisis económica y en pleno invierno, el personal iba a tener que pagar el doble por el recibo de la luz, pensaría que el estallido social estaba garantizado. Pero no, nada. Han llegado las facturas con aumentos descomunales y todo quisqui las ha abonado como un atraco inevitable. Un trágala. Ni siquiera en el Parlamento andaluz o en el Congreso le han pitado los oídos a los gobiernos. “Soy pensionista, pagaba 60 euros cada dos meses y me han cobrado en enero 210 euros”; “soy oficinista, en casa pagábamos de media 160 o 170 euros, y en los últimos dos meses hemos pagado 460 euros. ¿Cómo tienen la desfachatez de decir que sólo han subido el cinco por ciento?”, se quejan por cientos, en tu familia, en internet, en el trabajo, en la radio, entre tus colegas…

Dicen las asociaciones de consumidores, en un balance cicatero del atraco, que las eléctricas han cobrado irregularmente ochenta millones de euros. ¿Y qué ocurre con los intereses que generan trece mil millones de pesetas durante varios meses? Además de haber obligado a las compañías eléctricas a ‘refacturar’, además de comprometerse a devolver el dinero cobrado irregularmente (y eso habrá que verlo…), además de todo eso, qué pasa con la irregularidad cometida. Nada. Si no fuera así, no sería un trágala. Nuevas tarifas de la luz… trágala, perro.

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Abortos


Irrumpe en la radio una dirigente socialista, portavoz de Igualdad, para explicar el verdadero sentido de la reforma que propone Zapatero sobre la Ley del Aborto. Antes de explicarlo, reprende al conductor del programa por el hecho de que no haya ninguna mujer en la tertulia y que, sin embargo, estén abordando el tema del aborto. Le explican que las tertulias se fijan previamente, que los tertulianos se rotan con periodicidad con independencia de los temas de actualidad, que son, obviamente, imprevisibles. Ha tocado así. No obstante, como la tertulia es de una radio amiga, el periodista le da la razón a la portavoz de Igualdad y se muestra de acuerdo en la bobada que le reprocha. Tras el prólogo, viene la explicación: “Mire, de lo que se trata con la reforma de la Ley es de sacar el aborto, de una vez por todas, del debate jurídico y médico. Lo que tenemos que hacer es adaptar la Ley a lo que siempre hemos defendido: ‘las mujeres parimos, las mujeres decidimos’”. Y ahí se queda la cosa.

Parece razonable que en una sociedad democrática la aspiración de los ciudadanos sea que las reformar legales obedezcan siempre a una necesidad de la población, que surjan como respuesta a un problema o a una carencia. En este caso, se plantea la reforma delñ aborto arguyendo que la actual se ha quedado obsoleta, insuficiente. ¿Y con qué datos se sustentan esas afirmaciones? Desde la última reforma de la Ley, el tercer supuesto para el aborto (el posible daño psíquico a la madre) se ha convertido en una puerta abierta para el aborto libre. Quiere decirse que no habrá en España ni una sola madre que se quede sin abortar por impedimentos legales. Más bien al contrario, los últimos informes lo que desvelan es que el número de abortos se ha multiplicado entre las adolescentes. Todo ello sin contar con el reparto de la píldora del día después, que también es una píldora abortiva, y de la que se desconocen absolutamente más datos. Como sabemos que tiene efectos en las adolescentes que la usan a menudo, confundiéndola con un anticonceptivo más, el Gobierno ha optado por no dar cifra alguna. Que nadie se espante con la realidad. “Las chicas se toman la píldora como si fueran caramelos”, dijo una vez un responsable juvenil de la Junta de Andalucía y le taparon la boca.

Si no existe ningún problema para abortar en España, si, por el contrario, el problema radica en que el aborto se ha disparado sobre todo entre las menores de edad, muy por encima de la media europea, si todo ello no lo discute nadie, nos encontramos que la reforma del aborto, lejos de solucionar un problema de la sociedad, acabará agravando los existentes. Y una lógica democrática más elemental debe aspirar a que las reformas legales contribuyan a solucionar los problemas, no a agravarlos. Más facilidad de abortos a las menores, pasando incluso por encima de los padres.

Por lo demás, nada que objetar a la llamada ley de plazos. No será España el primer país de Europa en adoptarla. Eso sí, la civilización tiene pendiente un debate sobre esos plazos. ¿Cuándo debemos considerar ser humano a un nasciturus? El Código Civil vigente, por ejemplo, establece el límite en las 24 horas después haber nacido. Pero está claro que esa definición se remonta, como el propio Código Civil, al siglo XIX. ¿Se puede seguir manteniendo en el siglo XXI, cuando se ha convertido en un hecho normal que niños de seis y siete meses salgan adelante en incubadoras? El doctor Germán Sáenz de Santamaría, que pagó con la cárcel haber practicado abortos, decía que los tribunales tenían que juzgar por asesinado los abortos a partir de las 22 semanas. “Sacar el aborto, de una vez por todas, del debate jurídico y médico”, dicen. Pues no. O sea.

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11 marzo 2009

Desahucios



Gracias a que a los Simpson les han embargado la casa, hemos conocido que en Estados Unidos, además de las hipotecas ‘subprime’, se ha generalizado un segundo modelo de financiación que permite a los propietarios morosos de una vivienda pedir al banco el dinero entregado hasta ese momento y comenzar a pagar de nuevo, con una segunda hipoteca, las denominadas ‘home equilty’. Lo que ocurre en muchos casos es que la excesiva permisividad bancaria acaba convirtiendo la economía de cualquier casa en una pirámide invertida, cada vez más deuda que se sustenta sobre una base ínfima de financiación.

Dicen que, de hecho, muchos americanos han acabado convirtiendo su casa en un ‘cajero automático’ al que recurrir en caso de apuros. Es justo lo que le pasó a Homer Simpson, que recurrió a la segunda hipoteca y aprovechó la liquidez momentánea para organizar una gran fiesta de carnaval. Al final, tieso, perdió la casa. Y como a los Simpson, en enero pasado, exactamente lo mismo le ocurrió a casi trescientas mil familias norteamericanas.

En los análisis comparativos que se han realizado sobre la crisis inmobiliaria española y estadounidense, es frecuente encontrar la diferencia esencial entre el modo de vida de unos y otros. Mientras que los norteamericanos no tienen ningún apego vital a la casa en la que viven, entienden la movilidad entre ciudades o entre estados como algo natural, en España ni siquiera logra abrirse paso el alquiler, porque la cultura es justo la contraria, vivienda en propiedad y un suelo donde echar raíces. Es lo que tantas veces hemos oído en charlas y visto en películas, que el norteamericano asume con normalidad que si lo despiden de su empresa, una buena mañana, de madrugada, cargará en coche familiar con cajas de cartón y, con los niños aún dormidos, emprenderá viaje a otra ciudad en la que empezar de nuevo. Y antes de amanecer, en la parcela de césped ya estará colocado el cartel correspondiente de la inmobiliaria. «For sale».

Sostiene el portavoz de Izquierda Unida, Diego Valderas, que en el último año más de diez mil familias han sido desahuciadas en Andalucía por falta de pago de sus hipotecas. ¿Una cifra muy elevada? Pues no, eso es lo peor, que el horizonte que se dibuja empeora todas las estadísticas. Los datos del propio gobierno son aterradores: Un millón de familias en España tiene problemas para pagar su hipoteca; quinientas mil ya están inscritas en el registro de morosos; los embargos han aumentado en un año en un seiscientos por cien. En Andalucía, si una de cada cuatro familias hipotecadas está al borde del impago, habrá que contemplar que, en poco tiempo, serán cuarenta mil las viviendas desahuciadas.

Sabemos lo que ocurre en Estados Unidos, pero qué pasa aquí cuando una familia tiene que dejar su casa. En Estados Unidos el embargo de una vivienda forma parte del paisaje; en Andalucía el desahucio de una casa supone el fracaso de una familia, de una vida. Lo cual, que en el mejor de los casos, acabaremos implorando al más allá como Homer Simpson: «Normalmente no rezo, pero si estás ahí, por favor, ¡sálvame Superman!»

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10 marzo 2009

Gases corruptos


El inefable biógrafo del zapaterismo Suso de Toro se lame las heridas tras la debacle socialista en Galicia y, para intentar explicarse lo ocurrido, sostiene que parecía que en los despachos de la Xunta hubiera quedado flotando el gas del fraguismo, de modo que llegaron los nacionalistas y los socialistas al gobierno y se contagiaron sin remedio del virus del caciquismo, de la corrupción, del despilfarro. “Como si la vieja política, el fraguismo, fuese un gas que flotase en despachos y autos oficiales, impregnase las moquetas y se apoderase de sus sucesores en la Xunta”, dice el tal.

La bobada, que no da más de sí, puede servir, sin embargo, para introducirnos en un debate interesante. ¿La izquierda es más proclive a la corrupción o es justo al revés, que la corrupción proviene de la derecha? ¿Y los pueblos? ¿Todas las sociedades son igualmente tolerantes con la corrupción o esta podredumbre es propia de algunas culturas? En la primera de las dudas, es probable que, de un lado y de otro, se puedan encontrar teorías que sitúen el origen de la corrupción en la otra orilla, por utilizar el simbolismo ideológico de Julio Anguita, los unos barajando el origen proletario de las izquierdas y el deslumbramiento del poder y los otros, sobando los tópicos del cacique, el señorito, los derechos de pernada y los abusos. Pero ese argumentarlo no parece certero, ni se compadece con la geografía de la corrupción que se puede dibujar en España y que, en todo caso, tiene que ver más con las hegemonías que con las ideologías. Lo sucedido en Baena, por ejemplo. Es la soberbia y la prepotencia en la que ha degenerado la hegemonía socialista andaluza la que explica la sucesión de barbaridades que se plasman en la investigación judicial y, sobre todo, en la reacción posterior, bravucona y malencarada, de sus protagonistas. O lo ocurrido en Sevilla, también con facturas falsas. Llega la sentencia y el condenado, como si tal, consciente de que forma parte de una potente organización, asume que le ha tocado “pagar el pato” con cuatro años de cárcel. Esa podredumbre no tiene nada de ideológica, no, ésa es la naturaleza de un régimen.

Distinta es, sin embargo, la consideración que se puede hacer sobre los pueblos porque, si bien es cierto que ninguna democracia está exenta de casos de corrupción, no todas las sociedades son iguales de permeables. No parece, por ejemplo, que el fenómeno de la corrupción adquiera la misma dimensión en los países anglosajones que en los latinos, sin duda porque la moral religiosa ha dejado en ambos una huella histórica muy distinta. La corrupción se da en ambas, pero a este lado es una lluvia fina, que va mucho más allá del aceite que hace funcionar el engranaje administrativo. Lo que Indro Montanelli decía de Italia: “El hecho es que, probablemente, el virus de la corrupción esté incluido en nuestro DNA, y los italianos somos incapaces de oponerle una vacuna. En Italia todo se corrompe”. También hay una larga tradición de corruptelas en Argentina, preñada de frases espectaculares, como aquella de Georges Clemenceau: “Argentina crece gracias a que sus políticos y gobernantes dejan de robar cuando duermen”. En España, similar a Italia en esto, la corrupción se emparenta con la picaresca y a veces hasta acaba en aplausos, como cuando detuvieron al alcalde de Alcaucín.

El gas de la corrupción, en fin, como dice Suso de Toro en su bobada, existe, claro, pero no es cosa de la derecha. Si fuera eso, qué fácil sería.

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04 marzo 2009

Factor Humano



Vive en Barcelona desde hace unos años y sólo se ha decidido a volver a Irán ahora, cuando la Justicia de su país le ha dado la razón. Se llama Ameneh Bahrami. Sólo tenía 25 años cuando un tipo le arrojó ácido a la cara por negarse a contraer matrimonio. Ahora, cinco años después, la Justicia iraní le ha dado la razón y la chica, deformada y ciega, ha pedido que se aplique la ‘ley del talión’, algo que contempla la legislación iraní. Por eso va a viajar hasta Irán, para estar presente en el momento en el que un médico deje caer varias gotas de ácido en uno de los ojos de su agresor. Le echarán ácido sólo en un ojo, no en los dos, porque la legislación iraní también dice que la mujer vale la mitad que el hombre. Dos ojos por uno, que es la ‘ley del Talión’ si se aplica a una mujer iraní.

En el Vaticano, existe desde ayer un extraño revuelo de sotanas y birretes. Hasta el sábado se celebra un congreso convocado por la Santa Sede para abordar una polémica histórica: Charles Darwin y la fe católica. Ahora que se cumplen dos siglos del nacimiento de Darwin, la Iglesia católica ha decidido preguntarse en voz alta si, en realidad, son incompatibles. «Evolución biológica: hechos y teorías. Una valoración crítica 150 años después de ‘El origen de las especies’», se llama el congreso. Lo ha explicado muy bien Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio para la Cultura: «Queremos que científicos y teólogos se miren frente a frente, ya que, a nuestro parecer, las teorías evolucionistas de Darwin no chocan con las creencias católicas sobre el origen de la vida. De por sí Darwin no ha sido un problema. El problema ha surgido cuando Darwin se ha convertido automáticamente en darwinismo, es decir, una interpretación filosófica de la historia y de la realidad con una base científica».

Desde el martes, la Universidad de Sevilla celebra un congreso pomposo. Lo dicen los prospectos de presentación: «Es el mayor encuentro con la intelectualidad que se propicia desde el seno de la Universidad de Sevilla hacia la sociedad». ¿Y qué acontecimiento sublime merece tal mención? La cita se llama ‘Factor Humano’ y nace «como reacción contra la continua degradación de valores y la falta de referentes a los que la sociedad se ha visto abocada al verse invadida por una maquinaria mercantilista (...) que nos convierte en productos de la especulación».

La ley del talión y el congreso sobre Darwin en el Vaticano. Los dos acontecimientos han coincidido esta semana y parece como si, en medio, se hubiera colocado la Universidad de Sevilla con su seminario: «Nuestra situación de supuesto privilegio en un mundo desequilibrado no nos legitima a juzgar y decidir por los demás, ni nuestro sistema social es la panacea de la humanidad. Pensar lo contrario es posicionarse en las filas del totalitarismo, del pensamiento único y dirigido a un solo fin; una teleología de la dominación y del no cuestionamiento de lo establecido. Pero sabemos que esto es un error», dicen.

¿De verdad piensan que ése es el error? La realidad es más antigua que la razón; la realidad, los hechos objetivos, tienen que ser reconocidos antes para que el ser humano pueda analizarlos, definirlos y catalogarlos de acuerdo a sus principios, a sus valores. Cuando se pierde el sustento de la verdad, el resultado nunca será la razón sino el delirio. La civilización, las libertades, los derechos humanos, la igualdad... El progreso es el privilegio sobre el que se debe construir cualquier análisis. Negar ese privilegio, no verlo es una forma de ceguera. Acaso la más preocupante.

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El avión


Como los economistas son dados a ser muy gráficos y pedagógicos en sus explicaciones, a veces hasta el exceso, el gobernador del Banco de España, Miguel Angel Fernández Ordóñez, ha comparado la crisis económica con un avión a punto de estrellarse. Todos los pasajeros tienen las mismas posibilidades de acabar hechos pedacitos si el avión se estrella, pero una vez que el piloto logra un aterrizaje forzoso y salva al pasaje, cada cual sigue su vida con los riesgos que tenía antes de subir al avión. Y unos podrán morirse de un infarto mientras que otros, sanos como una pera, vivirán cien años.

Lo que quiere decirnos el gobernador con su tétrico ejemplo es algo tan elemental como negado por el Gobierno y, por descontado, por la Junta de Andalucía: que la crisis española no es sólo consecuencia de la crisis internacional. «Todos los países del mundo han entrado en una espiral negativa de desaceleración profunda, lo cual podría producir el espejismo de que, una vez superada la recesión internacional, todos los países se recuperarán de la misma forma. Sin embargo, no será así. Cada país presenta unas peculiaridades que serán determinantes a la hora de definir su camino una vez superada la crisis», afirma el gobernador.

En contra de esa evidencia, la estrategia seguida por el poder socialista en España ha sido, primero, negar la crisis y, cuando ya era imposible seguir haciéndolo, descargar toda la responsabilidad en los mercados internacionales y, sobre todo, en los tiburones del capitalismo neoyorkino. Es, de hecho, el mensaje que se sigue repitiendo, ‘estamos en crisis, pero no es por nuestra culpa; la culpa es de la coyuntura económica’ . Primero se ocultaba la existencia de la crisis y ahora se oculta la naturaleza de la crisis.

En función de ese análisis, observarán que las únicas medidas de calado que se han adoptado aquí son las tienen que ver con la crisis financiera, pero ninguna se refiere a los problemas estructurales de la economía española que, cuando aterrice el avión, serán los que seguiremos arrastrando. La mala calidad del sistema educativo en España, los pobres niveles tecnológicos, la dependencia energética, la rigidez del mercado laboral en comparación con otros países, las trabas y los excesos del modelo autonómico… Esto es lo que, ayer mismo, en la OCDE definieron como «coger el toro por los cuernos», con especial mención a la situación de España. «Qué va a ocurrir en España cuando salgamos de la crisis actual? La respuesta a esta pregunta es, como siempre en economía,‘depende’», dice Fernández Ordóñez. Depende, sí, porque si nos quedamos quietos, como hasta ahora, si nada se reforma, desaparecerá el ciclón y aquí seguirá la tormenta.

Depende, sí, pero si el Gobierno de Zapatero no ha aprobado ni una sola reforma laboral en cinco años de gobierno, ¿va a aprobarla ahora, en plena crisis económica? No, claro. De hecho, algunas de esas cuestiones, como la reforma laboral o la energía nuclear, no sólo no se van a abordar, es que ni siquiera se van a debatir. Son temas tabú. Zapatero sacrificará cualquier cosa antes que su aureola progre. Lo cual que volvemos al avión del gobernador del Banco de España. Y sólo hay que imaginarse de pasajero que un avión averiado, pilotado por Zapatero y Chaves. O sea.

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03 marzo 2009

Bipartitos


Hay un repelús de bipartitos en el resultado de las elecciones gallegas de este fin de semana, un sarpullido de pactos de progreso con despachos de lujo, un rechazo corporal a toda esa impostura de quienes predican tolerancia y practican un sectarismo feroz, implacable. «El riesgo del bipartito es la abstención», decían en la campaña electoral y resulta que, como quien pide sopa y le dan dos tazas, en las elecciones se ha superado el setenta por ciento de participación, récord histórico, pero no porque el electorado se movilizara para defender al bipartito, sino por el hartazgo.

Cuentan de Chaves que, ante los suyos, ya ha expresado varias veces su preocupación por la caída imparable de las expectativas socialistas en Sevilla, que gobiernan la ciudad con otro bipartito. «El alcalde Monteseirín cada vez se hunde más en las encuestas; la Junta se ha gastado muchísimo dinero en la capital y, nada, no hay forma de que el alcalde le caiga bien a la gente», viene a decirle Chaves a los suyos. Fíjense que, para empezar, la perplejidad de Chaves encierra el descaro habitual del Gobierno andaluz de distribuir las inversiones de acuerdo a la afinidad política con el alcalde en cuestión. En Sevilla, como hace falta apuntalar al alcalde socialista, que va mal en las encuestas, pues se apalean millones a ver si remontan las expectativas… ¿Qué norma democrática es ésa que, con el dinero de todos, se premia a los afines y excluye a los rivales? Por mucho que todo este desvarío sea moneda común en política y norma de obligado cumplimiento en el Gobierno de Chaves, no debe dejar de sorprendernos, de irritarnos.

Entre otras cosas porque, como le dice Chaves a los suyos, ni con ésas remonta el alcalde de Sevilla en las encuestas. Es tan sencillo como pensar que las inversiones millonarias en manos de un mal gestor lo que consiguen al final es multiplicar el desastre, aumentar los casos de despilfarro, acabar con cualquier disculpa posible que puedan justificar el lento e implacable declive de la ciudad. «Sevilla está mal y no es por falta de dinero», que es lo que acaba coligiéndose de la duda metódica de Chaves por las malas expectativas de su alcalde. Ahí está el último escándalo, los más de 660.000 euros que el Ayuntamiento de Sevilla destinó el año pasado a financiar proyectos, convenios y hasta la celebración de jornadas de apoyo al régimen castrista. Y ahora que venga el PSOE local, que salga en defensa de los iluminados con los que gobierna, a defender que éstas son las señas de identidad de un ‘gobierno de progreso’.

Hay un repelús de bipartitos en las explicaciones de las elecciones gallegas. Sostiene ahora Blanco y Touriño que en la campaña han descubierto que existía un gran malestar de la ciudadanía por la gestión del bipartido. «Errores de gestión y de enfoque han creado desencanto en el electorado». Ya ven, el enfoque dicen… Serán necesarios más batacazos de estos bipartitos o tripartitos para que, al cabo, los socialistas caigan en la cuenta de que esta estrategia suya de alianzas está esquilmando a la izquierda española. El poder a cualquier precio; este sinsentido de haber convertido en progresista a los nacionalistas; ese discurso gastado que amenaza una y otra vez con el ‘lobo de la derecha’; esa ideología endeble de frases hechas y propaganda vacía; todo eso acaba en sarpullido. Como ahora en Galicia, como mañana en Sevilla.

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Badún, badero


Entre los misterios insondables de la sociedad de masas se encuentra la impresionante facilidad y la increíble rapidez con la que se transmiten las expresiones, modas o costumbres de cada tiempo, sobre todo entre los adolescentes. De repente, un día, millones de niños de un país deciden que estar ‘empanados’ o ‘en la parra’ es el adjetivo que se aplica a quienes parecen alelados, embobados, absortos.

Podemos comprender que se generalicen las modas, que los vaqueros, cíclicamente, acaben en tubo o en campana, que se multipliquen los piercing como puntos cardinales en el mapa de tu cuerpo, que vuelva el flequillo de los Beatles o que el pañuelo palestino compita con los tangas en los tenderetes de todos los mercadillos de gitanos, todo eso se explica, sí, porque la moda se propaga a través de la música, de la televisión, del cine… pero, cómo se propaga la jerga infantil y adolescente.

«Papá, mi hermana está en la parra», te dicen un día mientras almuerzas con unos amigos y nadie se explica porqué Babia se ha llenado de uvas. ¿Cómo se llega a esa metáfora y, sobre todo, cómo es posible que un niño de siete u ocho años vuelva del cole quejándose de su amigo, que está empanado, y que la misma expresión se utilice a miles de kilómetros?

No, no existe una explicación lógica cuando se trata de expresiones así, que se propagan con extraordinaria facilidad sin aparecer en los dibujos animados, en los spots publicitarios o en las películas de piratas y magos. Por eso, no sería descabellado establecer que, al margen de las técnicas habituales de difusión y propaganda en una sociedad de consumo, existe un vínculo invisible de unión entre las gentes, un potente mecanismo de comunicación y entendimiento transversal capaz de imponer palabras y hasta de conformar estados de opinión uniformes.

Además, siempre ha ocurrido así, no tiene nada que ver con las nuevas tecnologías o con el Internet. Seguro que muchos se habrán sorprendido estos días con un anuncio de televisión, de una casa de seguros o similar, en el que se emplea una cancioncilla, el badún, badero, que, de pequeños, hace más de treinta años, todos cantábamos en el colegio. El badún, badero, ya saben, aquellas canciones de autobús que comenzaban diciendo «cuando yo era pequeñito», seguían con la descripción de una tarea trivial, o absurda, «cuando yo era pequeñito, me bañaba en una olla…», y remataba la canción con alguna palabra que pudiera rimar con olla... Y luego, el badabadún, badún, badúnbadero... Al oírlo ahora, en un anuncio publicitario, el sobresalto no es de nostalgia, sino por la sorpresa de comprobar tantos años después que aquella nadería no era propia del colegio, del barrio o de la ciudad de cada cual, sino que toda España se divertía cantando la misma tontería.

El badún badero, como ahora la parra. Pero, dónde surge, quién lo transmite, quién logra ser tan eficaz. A veces, me gusta pensar que existe una comunicación invisible que nos atraviesa como sociedad, que nos une sin saberlo. Pensar que, en realidad, la sociedad es imprevisible, que no todo se puede controlar, que no todas las reacciones nacen de un estímulo predeterminado. Que la sociedad está viva, se mueve, aunque parezca un elefante dormido, tumbado al sol. De una de éstas, España amanece distinta.

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