El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

26 junio 2009

Todo incluido



Se repite siempre en política la frase de Alfred Croiset según la cual «el peor enemigo de la democracia es la demagogia». En política, la demagogia es moneda común. En cada debate; la demagogia es una muletilla más. En cada debate, la palabra se pasea por los escaños, sube y baja del atril hasta llegar a la bóveda, desde donde truena acampanada. Sobre todo cuando se habla de despilfarro institucional o del derroche de los cargos públicos. Será entonces cuando, con una pose de ofensa irreparable, alguien espete que no se trata más que del «chocolate del loro», que es otra de las muletillas más usadas de la política.

No otra cosa que ‘el chocolate del loro’ y demagogia le debe parecer a la presidenta del Parlamento andaluz la noticia que se ha publicado aquí sobre su decisión de mudarse al Parlamento a un apartamento de la institución en el que no tendrá que pagar ni un céntimo. Ni limpieza, ni luz, ni agua, ni electricidad. Nada de impuestos, nada de seguros, nada de hipotecas.

¿Tiene derecho la presidenta del Parlamento a ocupar esa vivienda? Sí, desde luego, como no podía ser de otra forma, por otra parte, porque en este parlamento, como en todos, son los propios beneficiarios los que regulan sus condiciones de trabajo, sueldos, dietas o estancias. Pero una cosa es la legalidad y otra bien distinta es la necesidad. ¿Es necesario para la autonomía andaluza que se destine una partida, por pequeña que sea, para que la presidenta del Parlamento tenga una vivienda oficial? Pues no, claro. Sobre todo teniendo en cuenta que se refiere la polémica a uno de los altos cargos mejor pagados de la autonomía, a razón de seis mil euros al mes de salario, más dietas de lo más variopinto, como ésas que se cobran por desplazamiento… en coche oficial con chófer.

Otras veces se ha puesto de ejemplo aquí que, en Alemania, el Estado tiene reservado para el canciller una residencia oficial que éste puede ocupar, previo pago de su alquiler. Imagino la perplejidad que podría causar en Alemania, que es uno de los principales contribuyentes de la Unión Europea, conocer que en Andalucía, que es uno de los principales destinos del dinero de los impuestos alemanes, la presidenta del Parlamento disfruta de una vivienda oficial totalmente gratis. Como en su día el presidente de la Junta, si es que alguna vez concluyen las obras de la megalomanía reformadora del palacio de San Telmo. Fíjense la paradoja, el absurdo de que Andalucía reciba fondos europeos por ser, por seguir siendo, una de las regiones más pobres y que, sin embargo, sus altos cargos tengan más prerrogativas que los de los países ricos de Europa.

El peor enemigo de la democracia no es la demagogia. A estas alturas, lo peor es el privilegio, la casta política porque profundiza en el gran problema de las democracias modernas, la exclusión progresiva de los ciudadanos. Como dijo Bobbio, si la democracia se concibe como la relación directa entre Estado e individuos, sin la existencia de cuerpos intermedios, nos encontramos ahora con que son los grupos (partidos, sindicatos, y no los individuos) los que se han convertido en sujetos políticos relevantes, en los mediadores entre el Estado y la sociedad. Miren a la presidenta en su apartamento. Vean el Parlamento. Nunca la representación estuvo tan lejos de sus representados.

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Barra libre



La libertad de expresión es un derecho universal pero cualquiera podría pensar que se hizo sólo para los periodistas, para garantizar la libertad de prensa. Quiere decirse que, cualquiera que lea el artículo 20 de la Constitución, lo último que se le vendrá a la cabeza será un político. Podría parecer que a la política lo que le conciernen son otros derechos fundamentales, el derecho de asociación, de reunión o la libertad ideológica. Pero no. Pese a lo que pueda parecer, la libertad de expresión se ha convertido en un artículo a medida de los desvaríos de la política. Un político puede decir lo que le plazca, que no habrá tribunal que le condene invocando la libertad de expresión.Un ejemplo: hace un par de años, el líder de los socialistas de Huelva, Javier Barrero, ofreció una rueda de prensa para denunciar que el alcalde de la ciudad, Pedro Rodríguez, se dedicaba a llamar a los prostíbulos y a las líneas eróticas con el teléfono del Ayuntamiento. Incluso precisó las veces: «Más de cien». Y lo acusó de un delito, «malversación de caudales públicos».

Hace unas semanas, el Supremo decidió archivar la querella al entender que las acusaciones de Barrero se hicieron «en un contexto de debate o contienda pública y política [...] donde el ejercicio de las libertades de expresión e información están en conexión con asuntos que son de interés general por las materias a que se refieren y por las personas que en ellos intervienen y contribuyen, en consecuencia, a la formación de la opinión pública».

Cualquier periódico que hubiera publicado, como algo propio, lo afirmado por Barrero, se hubiera visto obligado a rectificar al comprobarse la absoluta falsedad de lo denunciado o, por lo menos, tendría que publicar en sus páginas la rectificación del afectado. En el caso de Barrero, ni una cosa ni la otra. Y si el asunto hubiera llegado a los tribunales, cualquier magistrado hubiera razonado, justamente, que la libertad de expresión de un periodista no puede esgrimirse cuando la información no es veraz ni verosímil, sino conscientemente falsa.

Es así, y así debe seguir. Lo cual refuerza la paradoja a la que se ha llegado, el hecho de que la prensa tenga más restringido el derecho a la libertad de expresión que la clase política, a la que no se le exige jamás que demuestre sus acusaciones. Lo estuve pensando ayer, tras el penoso debate del Parlamento andaluz en el que se abordaba la comisión de investigación sobre la empresa en la que trabaja la hija de Chaves. Este periódico ofrece documentos, esgrime ética y exhibe textos legales. Y en el debate, en la tribuna, un aventajado de Barrero, un joven amamantado en el sectarismo, un depredador de la política, salía a morder. Más barbaridades contra EL MUNDO no le cabían en la boca. Barra libre, lo normal en ese mundo de privilegios. En fin. Como la libertad de expresión es un paraguas común, está bien que la gente aprecie la diferencia. Ésos y nosotros.

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La firma



La «verosimilitud» que ha encontrado el Tribunal Supremo en las denuncias contra el tesorero del PP, Luis Bárcenas, se rodea de varios razonamientos jurídicos y de consistentes sospechas de talones bancarios de pagos en efectivo, un patrimonio que se infla como un soufflé. Pero, como en otros tantos sumarios de corrupción política, al final, desde fuera la prueba que nos parece definitiva se resume muchas veces en la servilleta de un bar o en una agenda. Unas iniciales junto a otras, anotadas a bolígrafo. Como en este caso, las iniciales ‘L. Barcenas’ junto a otras, ‘P.C.’. En sí, no dicen nada, no demuestran nada, pero como siempre buscamos la prueba irrefutable de la vista, las ‘manos en la masa’, inercia de Santo Tomás, unas simples iniciales acaban inclinando definitivamente la balanza de nuestras presunciones. Luis Bárcenas al lado de Paco Correa.

En todos los grandes casos, siempre hay una anotación elocuente. En el ‘caso GAL’ estaba la cal, los huesos, el secuestro de un tipo que pasaba por allí, la evidencia de la ‘guerra sucia’, pero cuando apareció la abreviatura del «pte», todo el mundo señaló con el dedo al presidente, por mucho que se dijera que la anotación correspondía a un asunto «pendiente». O como en el ‘caso Ollero’, quizá el más rico e ingenioso en las anotaciones. Los ‘cerebros’ de la trama habían creado un lenguaje propio, encriptado y cutre, que identificaba a los comisionistas y a los extorsionados con motes referidos a sus apellidos. Aída Alvarez, la secretaria de finanzas del PSOE, era «ópera»; «Whisky» era DYC (Dragados y Construcciones); «Árbol» era Rafael del Pino, presidente de Ferrovial; «los papelitos» era el dinero; y «los papelitos ya están en la caja de zapatos» significaba que el dinero de la comisión ya estaba preparado.

Las denuncias sobre la posible incompatibilidad de Manuel Chaves en la subvención de diez millones de euros a la empresa en la que trabaja su hija como apoderada ha llegado ya a ese punto en el que, por encima de las evidencias, por encima de los argumentos legales, lo que se precisa ahora es la constatación del folio con una simple firma. Chaves, hasta ahora, se defiende con un rosario de palabras gastadas. Lo primero que dijo es que todo era «un montaje». No ha vuelto a insistir, quizá porque sus asesores le han advertido de la incongruencia de afirmar una cosa y la contraria, que todo es mentira pero que es verdad que su hija trabaja en esa empresa, que es verdad que esa empresa recibió una subvención de la Junta de Andalucía y que es verdad que él mismo, como presidente, ratificó esa subvención. Por eso, ahora, como volvió a hacer ayer, Chaves se mantiene en el ataque caliente de la descalificación. A veces, dislocada: «Quien tiene que dimitir es Arenas, porque no gana elecciones».

Estamos, pues, en el instante preciso en el que tenía que aparecer el papel con la firma de la hija de Paula Chaves. A ver qué dice Chaves ahora que hemos visto la firma.

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24 junio 2009

El suicida




Se va a matar esta noche. Antes ha convocado a sus amigos a una fiesta en su casa, beberán hasta el amanecer, risas, copas y alguna raya de cocaína. Y luego, se matará. Recordarán los viejos tiempos, noches de juerga que no acababan con el amanecer, fiestas sin tiempo ni control, que se sucedían así mismas hasta caer extenuados, literalmente, en la arena de la playa, en la proa de un yate o en medio del restaurante, a la hora de almorzar. Esta noche, no. Esta vez, antes de salir el sol, los amigos comenzarán a despedirse, abrazos junto a la puerta, en el porche de entrada, sobran las palabras cuando ruedan las botellas de champán vacías. Tras el último brindis, se cierra la puerta. Ya está. En ese momento, que será esta noche, se quedará solo y se va a suicidar.

Lo ha contado en televisión, la otra noche. Ha elegido este miércoles para suicidarse porque mañana jueves, 23 de junio, es el día fijado para que ingrese en prisión. Un juez de Málaga lo ha condenado a tres meses de cárcel por el impago de la pensión alimenticia a su ex mujer y a sus hijos, cuarenta mil euros del ala, y él, que no tiene dinero, que dice que no tiene dinero, que está tieso desde hace años, prefiere suicidarse antes que pisar la trena de nuevo. Por eso fue a la televisión a contarlo: “El miércoles me voy a suicidar. Lo tengo decidido”. Luego arremetió contra el juez, dijo que era el culpable de todo, que lo había “prejuzgado”, que no hay justicia en España para un tipo como él y que, por eso, ha decidido ponerle fin a su vida. El presentador del programa se le quedó mirando, se despidieron, y dio paso a la publicidad. “Y tras la publicidad, asistirán a una pelea sobre la tumba de El Fari”.

Asistí absorto al programa de televisión en el que sucedió lo anterior, uno de los danzarines del estercolero, Coto Matamoros, contaba sus planes inmediatos: “El miércoles me voy a suicidar”, decía. Y unos en el plató lo llamaban embustero y otros le ponían mensajes surrealistas que salían sobre impresionados en la pantalla. “Animo, Coto. Te kiero Jeni”, decían, como si sólo estuvieran esperando que se sacara del bolsillo, allí mismo, una cuchilla para cortarse las venas en directo. Sí, asistí absorto al programa aquel, porque somos tan bobos que luego nos preguntamos cómo es posible que la sociedad actual se esté deshumanizando, que se hayan perdido incluso las referencias morales sobre conductas extremas, la violencia callejera o maltratos domésticos.

El Código penal dedica un artículo entero al suicidio, con penas de cárcel para quien induzca al suicidio, para quien colabore o participe en el suicidio de otra persona. También en otro artículo se incluye como delito la denegación de auxilio, el deber de socorrer a quien está en peligro. No sé si el programa aquel ha podido incurrir en alguna ilegalidad, supongo que no. En cualquier caso, no es eso lo que interesa reseñar ni la censura es, quizá, la respuesta a esos productos que una vez llamaron de ‘tele basura’. Sólo el acoso miserable al que el tipo aquel sometió al juez de Málaga que ha dictado sentencia en su contra (ofreció su nombre varias veces) debería ser motivo de un pronunciamiento judicial. Probablemente, como me han dicho luego, todo será mentira, todo falso, basura. Pero, al margen de eso, que en el fondo la barbaridad persiste en uno y en otro caso, ocurra lo que ocurra, qué pasa si el tipo aparece muerto mañana por la mañana. Qué ocurre con el juez, qué ocurre con la cadena de televisión, qué ocurre con su ex mujer, con sus hijos… Y sobre todo, qué ocurre con la audiencia que convierte en líder a ese programa, qué pasa con nosotros que vimos el programa, que asistimos al espectáculo sin sentir náuseas ante un friqui acabado intentando vender la fiesta de su suicidio.

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23 junio 2009

La Tarara



Si Zapatero fuera una canción, sería La Tarara. Ya saben, que ni que sí ni que no, que vamos a bailar. La Tarara es una de esas canciones populares españolas del tiempo de María Castaña que se canta en todas las regiones con ligeras variaciones en la letra. Salvo la versión que García Lorca trasladó a un poema, lo normal es que La Tarara reproduzca siempre el mismo estribillo, «La Tarara sí, La Tarara no, La Tarara niña, que la bailo yo». Y gracias a eso, a la simpleza de la canción, La Tarara sirve para colgar de ella cualquier letra, infantiles o adultas, inocentes o picaronas. Diga lo que diga, plantee lo que plantee, la contestación siempre va a ser la misma. Que sí, que no, que la bailo yo.

Pues no otra cosa que La Tarara me parecen a mí las reuniones del presidente del Gobierno con los presidentes autonómicos. Quitando lo del ‘plan Ibarretxe’, ¿alguien recuerda que Zapatero le haya dicho que no a algo o a alguien? Jamás ha llegado un presidente de autonomía a La Moncloa que se haya ido contrariado con el presidente. Zapatero sí que es el de los «dos huevos duros», y no Felipe González. Lo que le pidan, que el contesta que sí ‘y dos huevos duros’.

Ahí está, para enmarcar, lo sucedido esta semana. A Núñez Feijoo le ha prometido la mejor financiación para Galicia y, además, 29 millones de euros adicionales por tener una lengua propia; a Cataluña le ha prometido que va a «colmar» todas sus exigencias de financiación y que, por primera vez en la democracia, va a recibir dinero per capita por encima de la media nacional; no escapa peor Andalucía, porque en la reunión de ayer con Griñán prometió que Andalucía será la que más gane, y que los ingresos serán proporcionales a la población. ¿Lo ven? La Tarara, sea cual sea el planteamiento, un dedito malo, un vestido blanco o unos calzoncillos que de arriba abajo todo son bolsillos, el estribillo siempre contesta igual, que sí, que no, que la bailo yo.

Se sigue hablando de sudoku, que fue la expresión acuñada por Solbes, pero no se trata de eso, porque el sudoku tiene solución y las promesas de Zapatero son una ecuación imposible de resolver. O sea, que será imposible aumentar la financiación de Cataluña, para que reciba de acuerdo a su aportación al PIB nacional, y aumentar la financiación andaluza, para que reciba de acuerdo a su peso poblacional, sin que el resto de autonomías se vean perjudicadas. Porque, sólo con esos dos conceptos, Cataluña y Andalucía se repartirían casi el cuarenta por ciento del total de la financiación. Luego es imposible que a las demás autonomías se les conceda igualmente el criterio de financiación que más les favorezca.

En la actualidad, la media de financiación per capita es de 2.703 euros por habitante. Por encima de esa media están algunas de las comunidades más pobres o desfavorecidas, que son muchas, Galicia, las dos Castillas, Extremadura, Andalucía, Cantabria… La sobrefinanciación de estas autonomías se cuadraba porque las regiones más ricas (Madrid, Cataluña, Valencia o Baleares) recibían por debajo de la media española. Dicen en Cataluña que el aumento de financiación que les ha prometido Zapatero es «incalificable: intergaláctico, estratosférico, megaespectacular». ¿Alguien lo entiende? No, y no le dé más vueltas. Es imposible, o sea, la única duda es dónde está la trampa, a quién van a engañar, quién va a perder al final. Aunque el otro seguirá como La Tarara, que sí, que no, que la bailo yo.

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Positivar



En el boletín de informativos de la radio, oigo al presentador que, después de hablar de algunas corruptelas del día, decide cambiar de tema. «Ahora, vamos a positivar», afirma. Y ya me imaginaba yo al locutor, dejando su silla apresuradamente, para meterse en otro estudio, a oscuras y sin micrófonos, para revelar fotografías. Pero no. «Positivar», como diría el mismo tal, es «hablar en positivo». Y es lo que hizo, comenzar a relatar noticias de «puestas en valor» de «políticas tendentes» y de «proyectos orientados» a cualquier chorrada.

En España, la generación diaria de barbaridades en el lenguaje no tiene parangón en ningún otro sector productivo, científico o literario. No digamos en la política, que se ha creado un lenguaje propio, lleno de eufemismos y palabros incomprensibles, para poder llenar horas de discurso sin decir nada. Lo peor, en cualquier caso, es que la aceptación inmediata que tienen esos giros imposibles del lenguaje es apabullante. Qué efectividad, oiga, qué público tan proclive a introducir en su lenguaje los términos inventados con la certeza de que no hay lenguaje más culto que aquel que se recrea en el intrincado mundo del loqueismo. En nada y menos, ya veremos cómo el personal se adueña de la palabra «positivar» y comienza a aplicarla a cualquier aspecto de su vida. «Lo que es positivar», que le dirán pronto en cualquier sobremesa.

De todas formas, como todas las expresiones que tienen su origen en la clase política, lo de «positivar» tiene un trasfondo mayor. Lo estamos viendo estos días, por la proliferación de mensajes sobre el hartazgo del periodismo de denuncia y la necesidad de volver a un periodismo amable, bonito. Nada de crispaciones. Lo plasmó muy bien hace un par de días Eduardo Mendicutti, en estas mismas páginas. «Lo que necesitamos ahora, por dios, es un columnismo despolitizado, y no esta patulea de analistas sesgados y arremangados que no hacen más que darle vueltas al ‘caso Matsa’ y otros supuestos nepotismos de Chaves, a la supuesta gran evasión del caso Gürtel (…) y otras monsergas igual de pesadas».

Pues nada, todos a positivar. Como en aquella canción de Silvio Rodríguez, «Te quiero, mi amor,/ no me dejes solo./ No puedo estar sin ti/ mira que yo lloro./ ¿No ven?, ya soy decente: me fue fácil./ Que el público se agrupe y que me aclame». Igual que Mendicutti, otros muchos aconsejan lo mismo, más literatura y menos denuncias. «Hay más realidad en la literatura que en el periodismo», me apunta en internet la ex portavoz de Izquierda Unida, Concha Caballero.

En fin, que se puede entender el hartazgo de la política, pero lo que ya es más difícil de asumir es el desnorte. Cuando un ser normal llega a la conclusión de que las corruptelas son monsergas, en ese momento, en ese preciso instante, tendría que tentarse la ropa porque algo no funciona bien en su escala de valores. Sobre todo porque para que se conozcan las corruptelas, que siempre acaban supurando en un cuerpo democrático enfermo de poder, es necesario que haya periodistas que pongan por delante la incomodidad evidente de las denuncias a la apacible vida del reportaje amable. No, no, no son iguales las monsergas y las denuncias de prensa.
«La obligación del periodista es la rebeldía ante el poder», defiende Francisco Rubiales en su libro Periodistas sometidos. Los perros del poder (Almuzara). Y añade: «Los periodistas sometidos al poder pueden esperar dinero, no honor o respeto». Pues eso. Que otros se dediquen a positivar; nosotros a lo nuestro. Eso que llaman monsergas.

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22 junio 2009

Abnegados




Suele decirse de cada policía o guardia civil asesinado por ETA que era una persona ejemplar y un servidor abnegado de España. Lo han dicho también del inspector de policía Eduardo Puelles, al que ETA asesinó salvajemente el pasado viernes en Vizcaya. “Queremos manifestar a todos los miembros de la Policía Nacional y del resto de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado nuestro reconocimiento por la labor abnegada que realizan cada día y por el sacrificio permanente en defensa del Estado de Derecho”, decía el otro día el comunicado conjunto de todos los grupos parlamentarios del Congreso.

Servidores abnegados, sí, sí. ¿Pues saben una cosa? Que ya está bien de que en los funerales se les pase la mano por el lomo a los policías y guardias civiles apelando a su abnegación. Porque a la vista del trato que se les dispensa, a la vista de lo tirados que están, más que abnegados se les trata como servidores públicos de segunda clase. La abnegación, por definición, es una renuncia del interés propio, un sacrificio del beneficio personal por motivos religiosos o por altruismo. Pero los policías y guardias civiles son funcionarios, no un voluntariado, quizá los funcionarios públicos peor tratados del Estado. Hace unos meses, en marzo, el grupo socialista tumbó en el Congreso una propuesta para homologar el sueldo de policías y guardias civiles a los de las policías autonómicas y policías locales. Como el PSOE no tiene mayoría en el Congreso, lo logró gracias al apoyo de los nacionalistas catalanes que, a su vez, obtuvieron como contraprestación una enmienda para aplicar a los Mossos de Esquadra los criterios de prejubilación de los que ya goza la Ertzaintza. No cabe mayor desprecio, o sea. Además de no aceptar el sentido común de la homologación, se acaba agravando la distancia que ya existe entre unos y otros. “Policías pobres, policías ricos”, dicen los sindicatos policiales, como si la realidad española fuera un enredo de telenovela sin final.


¿Abnegados? Sí, abnegados, sacrificados, pero ciudadanos al fin, funcionarios al fin que no merecen pagar con esta discriminación la locura segregacionista del Estado de las autonomías en España. El sueldo medio de los miembros de la Policía es inferior en 16.167,12 euros al de los Mossos de Esquadra. Ahora, cuando se plantee la financiación autonómica, el Gobierno tendrá que ceder a favor de la Generalitat o de la Junta de Andalucía, y esa cesión se convertirá al instante en recorte para policías y guardias civiles, que son los últimos, aquellos a quienes todos los gobiernos prometen la homologación, la dignificación de las plantillas, de los cuarteles, de los medios… Y jamás se cumple. Hace unos días, unos policías de Sevilla contaron que, por la falta de aire acondicionado, no podían tomar las huellas digitales porque el sudor las borraba. Y no había dinero para arreglarlo. Como a la guardia civil, que hace un mes, en pleno Rocío, les dijeron que no había presupuestos para arreglar vehículos averiados. Patrullas a pie.

Dicen de los guardias civiles y de los policías a los que asesina ETA que son tipos sacrificados. Y como está claro que son así, que siempre han sido así, que serán así, pasa el funeral y nadie se acuerda de sus miserias, de sus apreturas. Abnegados les llaman.

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19 junio 2009

Salvajes

Se acerca a la casa con el paso rápido, caso corriendo. Lleva en una mano un bidón de gasolina y en la otra, metida en el bolsillo, el mechero que agarra con todas sus fuerzas. Los vecinos lo ven pasar. Son las once de la mañana y nadie calcula que tan temprano se vaya a cometer un asesinato. Lo ven pasar, saben quién es, el vecino del número 13 que se ha separado de su mujer, que le pegaba, pero nadie piensa en la muerte. Lo ven pasar, y alguien se fija en los ojos, sobresaltados, y el gesto tenso, pero nadie se sospecha nada. Nadie piensa en la muerte, acaso porque asociamos los crímenes pasionales a la noche, a las riñas empapadas en alcohol, al sexo, al desamor, a los celos. Y nada de eso parece existir por la mañana, a las once de la mañana, cuando comienzan a hervir los pucheros en las casas, los niños salen al recreo en el cole y los albañiles se bajan del andamio para tomar el bocadillo sentados en la acera. No, no son horas de muerte. Pero cuando el tipo llega al número 13, destapa el bidón de gasolina y rocía el zaguán de la vivienda nada más abrirse la puerta. Ella, su ex mujer, cae envuelta en llamas mientras le suplica. Dentro se oyen los gritos de una joven y el llanto repentino de un bebé, sobresaltado en su cuna, atrapado en su niñez. «O mía o de nadie», se le oye decir al tipo cuando se aleja de la casa en llamas. No eran horas de muerte. Tan temprano. Pero sucedió. Y ni los vecinos que salían del mercado, ni los niños del recreo, ni los pucheros, ni los albañiles que se bajaron del andamio pudieron hacer nada para evitarlo.

Hoy, la mujer de La Línea que su ex pareja asesinó ayer, a las once y media de la mañana, ya es sólo un número más en la estadística. Lo de arriba es sólo la recreación literaria de un infierno que, a fuerza de repetirse, ya se ha convertido en un mal endémico. Ni la ley de violencia de género ni las campañas de concienciación, ni los institutos de la mujer ni los ministerios, consejerías ni concejalías de Igualdad han logrado en todos estos años disminuir el número de muertes por el maltrato. La violencia machista, el terrorismo machista, como le llaman, no cesa.
La circunstancia, demoledora, de que las víctimas y sus agresores sean cada vez más jóvenes tendría que llevar a un replanteamiento general de cuanto se ha dispuesto para combatir la violencia machista. Que la violencia machista ya no se puede explicar como una reminiscencia del franquismo, que esos jóvenes se han educado con los valores de la democracia.

Sé de líderes sociales que, en privado, se muestran desconcertados porque no saben si, al final, todo el entramado contra la violencia de género puede acabar fomentándola. Tampoco yo lo sé. Hoy, cuando pienso en esa mujer de La Línea, en su hija de treinta meses, sólo siento la angustia, la tristeza de algo que se escapa de las manos. Salvajes amamantados por la bilis violenta que distingue esta sociedad, estos tiempos. Eran las once de la mañana.

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17 junio 2009

Catarsis


Las imágenes de la inmensa manifestación de béticos enciende el debate en la redacción del periódico. Las redacciones de los periódicos, es verdad, no tienen ya nada que ver con las redacciones clásicas de los periódicos. Quizá porque lo que ha cambiado es la propia vida del periodista, muy lejos ya de aquella imagen romántica e idealizada del tipo que, envuelto en el humo de las tabernas, lograba un soplo, una confidencia, y llegaba excitado a la redacción con la certeza de que podía derribar al gobierno, desnudar a un magnate, o desafiar a un narco chulo y prepotente. Los periodistas no cierran ya los bares de la ciudad, no apuran el último whisky con las prostitutas ni persiguen los coches de policía en la madrugada. No recogen el periódico de la rotativa ni entran en casa de puntillas para no despertar a los niños después de haberles prometido una tarde de cine y haberlo olvidado otra vez.

No, no tienen nada que ver las redacciones de los periódicos con aquellas, pero mantienen un rescoldo inagotable de vida, de debate y de camaradería, de frescura intelectual y de descaro político. Por eso, el lunes por la tarde, cuando comenzaron a llegar las primeras imágenes de la manifestación del Betis, se encendió el debate. Unos sostenían, desolados, que allí en la calle estaba la tragedia de Andalucía, la pena de una sociedad que es capaz de movilizarse por el Betis pero que jamás se inmutaría por el triste destino que arrastra, siempre a la cola de todo. Es el andaluz superficial y acomodado de Ortega: “Tiene el viajero la sospecha de que los sevillanos han aceptado el papel de comparsas y colaboran en la representación de un magnífico ballet anunciado en los carteles con el título ‘Sevilla’. Esta propensión de los andaluces a representarse y ser mimos de sí mismos revela un sorprendente narcisismo colectivo”. Otros en la redacción, por el contrario, contemplaban en la manifestación del Betis la revelación última del comportamiento de los andaluces. No es un pueblo dormido, como parece, sino que mira los asuntos con distancia, con la frialdad y la equidistancia de una existencia milenaria. Hasta que llega un punto de no retorno, basta ya, y, entonces, esa gente que parecía apática y despreocupada, se echa a la calle y asombra a toda España con una manifestación gigantesca, como nunca en la historia, pacífica y familiar, para decirle al tirano “Lopera, vete ya”. ¿Que no se entiende? Ya lo dijo Cernuda, cuando pintó al andaluz como un “enigma al trasluz”.

En el debate de la redacción me puse con estos últimos. La sociedad andaluza, es verdad, desconcierta a diario y, a diario, genera ilusiones. Nunca despega, pero nunca se detiene. Acaso nos olvidamos de que para que se produzca la catarsis de una movilización colectiva, aquello que Freud llamaba en sus terapias “vaciar los depósitos emocionales”, es necesario antes instalarse en el caos, en el colapso. En el Betis ha ocurrido, catarsis. Y por miles se echaron a la calle para reivindicar la propiedad de su patrimonio emocional. Quizá algún día suceda también con ese sentimiento hondo llamado Andalucía.

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15 junio 2009

Dejar de ser


Ha contado Curro Romero en alguna ocasión que una tarde infame de toros en la Maestranza llegó desolado a su casa de Camas. Aquellas tardes de gloria, en las que las mujeres besaban ramitas de romero y la arrojaban al albero de la plaza, aquellas faenas de ensueño en las que un escalofrío recorre el cuerpo al saber que se está viviendo un instante que se recordará siempre, que se contará como una leyenda, ‘yo estuve allí’; aquellas tardes en las que Curro Romero abandonaba la Maestranza como un césar, como un dios, aquella adoración se había transformado en una lluvia de almohadillas y de gritos. Y Curro, allí, cerca de la barrera, entristecido por la desmemoria, acaso por la falta de respeto, observaba la bronca y quizá pensaba por qué no le era posible entonces parar el tiempo, como dicen que ocurría cuando él toreaba.

Así llegó a su casa de Camas, tras la corrida, y un pintor lo vio entrar, cabizbajo, y le preguntó. ‘¿Qué, maestro? ¿Cómo ha ido la tarde?’ Y Curro se volvió a mirarlo y le contó lo sucedido, los gritos, las voces, las almohadillas que caían como insultos. Y le contó su desesperación al ver que ya no lo querían aquellos que le aclamaban. Entonces el pintor lo cortó en seco, al ver cómo se equivocaba, que el maestro no había entendido nada. “No te gritan por lo que eres, Curro, te gritan por lo que dejas de ser”.

Hace falta un amor desmedido por una persona, por una tierra o por una idea para poder establecer la sabia distinción que hizo el pintor entre el ser y el dejar de ser. Los gritos de protesta son, en realidad, las voces irritadas de la nostalgia, la ira del recuerdo, la desesperación de los ideales frustrados. Que las protestas no aparecen si no hay amor; que, sobre todo en Andalucía, el peor insulto es el silencio aterrador de la indiferencia.

“No te gritan por lo que eres, te gritan por lo que dejas de ser”. He recordado muchas veces esa frase porque, en muchas cosas, también a Andalucía le ocurre como a Curro Romero aquella tarde. Y produce irritación que cuando se critica el presente de esta tierra, cuando se arrojan almohadillas por el bajonazo de una nueva subida del paro, cuando se grita por la pillería de una banda de aprovechados, panda de mediocres instalados en el poder, se confunden esos gritos con un desprecio a Andalucía. Y, como a Curro, no se le grita a Andalucía por lo que es, sino que se le grita a Andalucía por lo que deja de ser. Sólo hay que cerrar los ojos para imaginarlo.

(El torero contó su anécdota en una reunión de béticos ilustres, decepcionados, dolidos. También al Betis, como sentimiento hondo, se le grita hoy por lo que deja de ser. Como esta tarde. Cuando todos nos reunamos en la calle para gritar fuerte: “Por el Betis, yo voy”)

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13 junio 2009

Corpus Civil


«Aún no había amanecido, cuando me despertó el suave chasquido de los ramos de hierba al caer sobre el asfalto. Es curioso cómo actúa nuestro organismo cuando dormimos. Cualquier otro ruido no me hubiera despertado, ni el camión de la basura ni el vocerío de beodos durante toda la noche. La memoria de todos nosotros es selectiva y aún en el reposo sabe distinguir entre ruidos. Ante el rumor del destajo silencioso de los trabajadores municipales esparciendo la hierba por las calles, la memoria se ha activado y me ha despertado al instante. Por el chasquido y por el aroma de la hierba fresca, recién cortada, que en sueños me ha trasladado a la niñez. Huele a romero, huele a juncia, y mi corazón se ha sobresaltado, como si fuera mi madre la que aún siguiera llamándome, inclinada sobre la almohada: ‘levántate niño, que ya sale el Corpus’».

«No, claro, cómo voy a olvidar esas madrugadas de Corpus, aunque es verdad que desde hace años la celebración no se parece en casi nada a las de mi infancia. Han pasado treinta y cinco años y ya casi nada es igual a entonces. Cuando yo nací, en el verano de 2009, comenzaron a celebrarse en España los primeros bautizos civiles y luego las primeras comuniones civiles. Aquí en Andalucía, que hasta en el diccionario de la Real Academia figuraba como ‘la tierra de María Santísima’, nos costó un poco más adaptarnos al cambio. Pero lo hicimos. Como siempre en la historia. Todo el mundo fue aceptando poco a poco las celebraciones civiles porque, total, resultan igual que las otras, las religiosas, tienen el mismo protocolo, la misma celebración, pero con la ventaja esencial de que te ahorras la ‘plasta moral’.. los pecados y todo eso, los remordimientos de conciencia y los sermones católicos. ¿Dónde va a parar? Lo de ahora es mucho más cómodo, o sea, no hay que pensar. Además, desde lejos, nadie notaría la diferencia, por eso acabaron imponiéndose. En un bautizo civil, por ejemplo. También se derrama agua sobre la cabeza del niño, pero el agua ahora representa el medioambiente, la sostenibilidad del planeta. Y el aceite con el que unge al niño en la frente es el juramento que hacen los padres para educarlo en valores. ¿Y las bodas civiles, con las novias vestidas de blanco, el color que representa la paz y la igualdad? Ya lo dicen en la ceremonia civil, que ‘el blanco no es sino el reflejo de todos los colores. Por eso su simbología es tan profunda, porque sólo reflejando todos los colores puede alcanzarse la paz duradera’».

«Esparcidos por toda la calle, la alfombra verde que perfuma el amanecer, me ha despertado en este día de Corpus Civil. Ya pronto asomará por la esquina el cortejo. Primero el senatus romano, el emblema rojo con el SPQR que simboliza el triunfo de la ciudadanía. Antes lo utilizaban las hermandades de Semana Santa, pero cuando se impusieron las celebraciones civiles, tuvieron la gran idea de rescatarlo para el Corpus Civil porque, así, abriendo el cortejo, simboliza el enraizamiento de nuestra tradición: igual que los romanos suplantaron a los dioses griegos; igual que la iglesia católica suplantó luego las fiestas paganas; en esta era de la XI Modernización andaluza las celebraciones civiles han sustituido a las fiestas religiosas. Pronto sonarán las campanas que anuncian el cortejo y yo saltaré a la calle a aplaudir a las autoridades bajo palio».

Ilustración: Corpus Christi en Zahara de la Sierra

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10 junio 2009

Dignidad


Cesare Pavese sabía de la vida que, al final, «no se recuerdan los días, se recuerdan los momentos». La frase la dejó anotada en su diario un día de julio de 1940, diez años antes de suicidarse en una habitación del hotel Roma de Turín, con una sobredosis de somníferos, por una sobredosis de amores frustrados, tras una sobredosis de angustia acumulada. Pero antes de reparar en que no hay felicidad en acumular días en el calendario, el pensamiento de Pavese ya señala la predestinación del suicida que sabe que, antes o después, acabará matándose.
Sencillamente, porque no imagina ningún otro final, porque la dignidad, según la entiende, está en elegir el momento de la muerte: «Aparte de la cuestión del mayor o menor dolor, hay que tener en cuenta que querer matarse es desear que la propia muerte tenga un significado, que sea una suprema elección, un acto inconfundible».

He recordado la angustia de Pavese cuando los del Gobierno andaluz hablaban ayer de la vanguardia que supone regular por ley en Andalucía «el derecho del paciente a una muerte digna». No veo yo tan claro que haya dignidad en la muerte, sino en la vida, a no ser que se comparta la vocación suicida de Pavese, pero todo esto formaría ya parte de un largo debate filosófico antes que de las materias que va a regular la ley andaluza, cuando se apruebe en el Parlamento, parece que por unanimidad. La cuestión ahora es que la nueva ley nace, como las otras, con la estúpida obligación impuesta de hacerse ampulosa, ‘Ley de Derechos y Garantías de la Dignidad de las Personas en el Proceso de la Muerte’. Habría que decirle a este personal que no es obligatorio hacer el ridículo con ese oropel rebuscado en la nomenclatura. Sobre todo cuando se trata de una buena propuesta legislativa; no porque innove nada, no porque suponga ninguna vanguardia médica, sino porque va a regular por ley lo que ya se venía practicando en los hospitales desde hacía años. Es decir, se regula, ahora como derecho, el sentido común de no prolongar artificialmente la vida de las personas cuando, clínicamente, científicamente, ya no hay ninguna solución, ninguna salida. La diferencia es esencial porque el sentido común de la sedación o de la desconexión de un aparato de respiración artificial ya no va a depender de la voluntad del médico, o de la orden religiosa que regente un hospital, sino que es un derecho que puede exigir el paciente enfermo o sus familiares, en determinados supuestos. Muchas veces, y sobre todo desde que existen las autonomías, se peca por exceso de legislación, se quiere regular todo. En casos como éste, sin embargo, es mejor que lo que ya era una praxis habitual en todos los hospitales se regule y desarrolle en un marco legal.

El debate que queda sin resolver es el de la eutanasia, el suicidio asistido. No lo resuelve la ley, quizá porque tampoco lo haya resuelto el hombre. La pregunta es por qué sentimos consideración y respeto por un suicida como Pavese, que se suicida por amor, o por alguna persona que, de repente, descubre una enfermedad incurable y se suicida para no hacer sufrir a su familia, y, sin embargo, negamos tajantemente que esas mismas personas puedan acudir a un hospital y solicitar su propia muerte. Y, como el turinés, dejar escrito en un papel: «Existe la inmortalidad y la inmensidad de la vida, pero hay más todavía. Es la vida misma, privada de su dolor sin respuesta».

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09 junio 2009

La paradoja


Paradoja, contradicción o absurdo democrático. Veamos. Sostienen los dirigentes socialistas europeos que el fracaso de la izquierda en toda Europa se debe a que los ciudadanos, ante la crisis, no confían en los dirigentes socialistas, que prefieren al centro derecha. Lo dice, por ejemplo, un socialista español, comisario europeo, Joaquín Almunia: «Quizá lo que le falta a la izquierda europea es un proyecto más claro, más definido para una salida que combine la eficacia económica con los valores que defienden el proyecto socialdemócrata y de una Europa social y progresista». Sin embargo, España, que es donde más crece el desempleo de la Unión Europea, es el único país del entorno en el que los socialistas salvan los muebles… Y en Andalucía, que va a llegar al 30 por ciento de paro este año, el PSOE salva los muebles, las casas y los coches oficiales.
Cae Sócrates en Portugal, se desploma Gordon Brown en el Reino Unido, se hace añicos la derecha francesa, no levanta cabeza la izquierda alemana y en Italia, ni Berlusconi en pelotas es capaz de resucitar a la izquierda. En España no; aquí, «en circunstancias difíciles, los socialistas han demostrado que tienen un apoyo altísimo de la ciudadanía», dijo ayer Leire Pajín, la de las confluencias planetarias. «Triunfo rotundo del PSOE en Andalucía que refrenda las políticas anticrisis llevadas a cabo por el Gobierno de la Junta de Andalucía», añadió su par aquí abajo. Y mientras, el presidente del grupo socialista en el Parlamento Europeo, Martin Schulz, hecho añicos: «Es ciertamente una noche triste y amarga para la socialdemocracia».

Lo cual que volvemos a lo anterior, a la paradoja; si en Alemania, con un 8,2 de paro, las recetas políticas de la socialdemocracia no convencen a la ciudadanía, ¿cómo es posible que en una región que triplica esa cifra de desempleo los ciudadanos sostengan en las urnas que ‘las políticas de la Junta’ son las mejores posibles? Por muchas vueltas que se le de al molino del sistema clientelar del PSOE en Andalucía, que existe y es determinante en las elecciones, las razones que explican la diferencia no son, sin embargo, tan elementales. El análisis a estas alturas de la hegemonía socialista debería dar para un ensayo de ciencia política, porque seguro que nos encontramos entre las explicaciones, además de las propias del régimen, muchas de carácter sociológico (la reminiscencia de la derecha del franquismo) y sociales (una sociedad poco desarrollada económicamente), pero también razones políticas (el persistente fracaso del PP para presentarse como alternativa eficaz, sobre todo en algunas provincias).

La propia evidencia de que el PP se haya vuelto incontestable en muchas zonas de Andalucía, donde triunfa elecciones tras elecciones, demuestra que todo lo anterior puede desmontarse; que el régimen puede desmontarse. El electorado, en fin, se mueve más de lo que se plasma en los grandes titulares, bien porque aparecen fuerzas nuevas como Unión Progreso yDemocracia, bien porque desaparecen otras, como el triste final del PA; bien porque inexorablemente la hegemonía se agota, se consume. A ver si el problema, en fin, va a ser cuando la oposición es la que no se mueve lo suficiente. Porque entonces, el resultado será siempre la paradoja.

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08 junio 2009

Cabronazo


Sabemos por los tribunales de Justicia que el insulto forma parte de la política y conocemos, igualmente, por lingüistas, historiadores y curiosos que España es uno de los países donde más y mejor se insulta. Hablamos del insulto grueso, no la descalificación severa o la crítica acerada, que a menudo se confunden con insultos en la política. No, hablamos del taco, el escupitajo verbal, de la expresión malsonante, grosera, humillante, contundente y sucia. Aquello que Lázaro Carreter definía magistralmente como “la palabrota expelida por el malhablado cuando se le disparan los humores, como el pequeño burujo impulsado por el proyectil, el regüeldo, pues no poco de eructo tiene el ajo oral”.

Con frecuencia se publican ensayos y recopilaciones sobre los insultos en la política, pero es posible que ninguno de ellos haya llegado a profundizar en la génesis del eructo político. Tengo varias dudas al respecto: ¿el insulto es más de izquierda que de derechas o no tiene nada que ver? En cualquier caso, ¿quién insulta mejor? ¿Se insulta ahora más que antes? ¿Tienen todos los insultos la misma calidad? Fíjense que, incluso, el análisis pormenorizado del insulto podría llevarnos a un retrato cualitativo de la clase política en cada etapa de la historia.

Parafraseando el dicho, somos como insultamos. Que no es lo mismo el ‘cabronazo’ que Sánchez Gordillo le ha soltado al consejero de Empleo que aquellos insultos de Alfonso Guerra en sus años grandes. “Tahúr del Mississipi” le dijo a Adolfo Suárez; a Soledad Becerril la definió como “Carlos III vestido de Mariquita Pérez”; a Loyola de Palacio como “la monja alférez” y a Zapatero como “Bambi”. Ya ven la diferencia. Lo primero es un insulto inteligente, culto, acerado, cruel; lo segundo es un latigazo grosero, un brochazo chabacano, un eructo.

De todas formas, pese a la tosquedad, que nadie piense que lo de Sánchez Gordillo ha sido un arrebato. No, lo suyo, a ver, es una copia exacta de la forma de hablar de los dictadores bananeros a los que idolatra, como Hugo Chávez o Castro, vomitadores permanentes de tacos en sus discursos. El insulto en Sánchez Gordillo es, en fin, el ejemplo claro de lo que hablábamos antes, la posibilidad de establecer alguna conexión entre la ideología y el taco. Y a Sánchez Gordillo lo que le faltaba para creerse la reencarnación de Carlos Marx y Lenin juntos es que The New York Times lo haya retratado estos días en un insólito reportaje sobre Marinaleda. Andalucía exporta tópicos de forma permanente y éste ha sido el último, Sánchez Gordillo, el clon jornalero de Fidel Castro, con su barba, su camisa desabrochada, su pañuelo palestino y una aureola de leyenda: “Mister Sánchez cuenta cómo fue encarcelado siete veces y ha sobrevivido a dos intentos de asesinato, uno a manos de un líder fascista y otro de un enfurecido mando policial", dice el diario norteamericano. No saben el daño que le están haciendo al pobre alcalde… Como decía Guerra, el gilimarxismo está en su apogeo.

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Hamlet


A Griñán se le ha aparecido el fantasma de Chaves, deambulando por los pasillos de la casa Rosa, como a Hamlet se le apareció en sombras el alma de su padre, en la explanada del castillo, para ponerlo frente al espejo de su propia capacidad, de su valentía, ante la tesitura de su personalidad, de su madurez. Chaves, el virrey andaluz depuesto, fenecido por la mano invisible de Zapatero, se le ha aparecido a Griñán para situarlo en la duda que corroía a Hamlet, el ser o no ser, hacer o no hacer, la coyuntura de tener que actuar o de inhibirse, de afrontar los problemas o mirar para otro lado. Quizá no esperaba Griñán que le estallara en el primer acto la herencia de su mentor, que le aparecieran esos fantasmas, pero ahí están las nuevas denuncias sobre el nepotismo de Chaves y el nuevo presidente, el príncipe Griñán, ya no tiene otra alternativa que plantearse su duda esencial. Ser o no ser. La duda esencial de actuar como presidente o mantenerse como subordinado.

De momento, el presidente y muchos de los de su equipo parecen haber optado por el silencio, quizá por la falta de directrices claras en el partido sobre qué hacer, qué decir; o quizá para no importunar con un desliz al fantasma, tan suyo, tan dado a ordenar silencio sobre los temas que le afectan. Pero el escándalo en esta ocasión ya no se puede ahogar, como los anteriores, en el régimen andaluz, porque Chaves es ahora vicepresidente del Gobierno y, antes o después, lo quiera o no lo quiera, acabará compareciendo en el Congreso para dar las explicaciones a las que está obligado. Y que diga en esos escaños, otra vez, eso que mantenía ayer en la carta de rectificación que envió a este periódico. Es tan burdo el desmentido que se limita a enredar con eufemismos, su gobierno –dice- “no aprobó” ninguna subvención a la empresa en la que trabaja su hija, lo único que hizo fue “ratificar por imperativo legal un incentivo”. La Real Academia define ratificar como “aprobar o confirmar actos, palabras o escritos dándolos por valederos y ciertos”, y éste es el verdadero valor político y jurídico de lo sucedido, que el Gobierno andaluz tenía potestad para ratificar la subvención o para rechazarla. Y al figurar su hija como apoderara de la empresa, la ley de incompatibilidades y, más allá, la ética más elemental que se le puede exigir a un alto cargo le obligaba a inhibirse de ese acto que ahora nos quiere presentar como un mero trámite administrativo.

Al príncipe Griñán se le ha presentado el fantasma de Chaves, enfurecido y soberbio, por los jardines de la Casa Rosa. Y ahora está en la tesitura del actuar o no actuar, porque dice la ley de incompatibilidades que es su Gobierno quien debe abrir un expediente sobre el asunto y resolverlo. Si Griñán, como dijo en el Parlamento en su toma de posesión, quiere desterrar la soberbia, si debemos tomarlo en serio cuando anuncia transparencia, que instruya el expediente por las subvenciones a Matsa y, luego, que lo entregue en el Parlamento junto con todos los documentos. Eso es transparencia. Como Hamlet, no hay tintas medias. Ser o no ser.

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Venganzas

Había un concejal en el Ayuntamiento de Sevilla que asombraba a sus compañeros por su impresionante capacidad para mentir. No es que pudiera negar la mayor evidencia sin pestañear siquiera, que debe ser ésta una de las principales enseñanzas de la política; no, la habilidad que lo hacía digno de admiración entre sus colegas era la capacidad para inventar sobre la marcha cualquier estadística o informe. Con una tranquilidad pasmosa, en el atril del turno de preguntas de una conferencia o en el fuego cruzado de una rueda de prensa, aquel tipo era capaz de sacar de su maletín un tocho de folios en blanco y detallar, con simulada precisión matemática, la evolución del parque de viviendas de protección oficial o el impacto económico de cualquier evento en Sevilla.

Nadie, absolutamente nadie, logró jamás descubrirlo, entre otras cosas porque el tipo contaba con la complicidad del entorno. Primero, de la precariedad de la mayoría de los medios de comunicación, tan elementales y dependientes de las ayudas públicas que sólo sirven de transmisores de información. Y segundo, de esta era de la comunicación, saturada y veloz, que conduce a la desmemoria social. Así las cosas, el concejal aquel podía acaparar titulares con el detalle de los puestos de trabajo creados por proyectos municipales con la certeza de que, tres meses más tarde, nadie habría podido desmentirlo. Sobre todo porque ya nadie los recordaría.

Lo asombroso del tipo aquel es que se fue de la política municipal con un aura de buen gestor, eficiente y riguroso. Es, por ejemplo, lo mismo que le ocurre a Manuel Chaves, que ya puede aparecer en una foto de la guardia civil conduciendo a 280 por la autovía del 92, que siempre habrá quien esté convencido de que es imposible, que lo normal es que se haya equivocado la guardia civil.

-- ¿Y si no se equivoca la guardia civil?
-- Pues habrá sido el radar, que estará mal.
-- Y si el radar está bien y funciona perfectamente.
-- Pues habrá sido la matrícula, que habrá otra muy parecida.
-- Y si también es la matrícula es la correcta y la cara del conductor es la misma que la de Chaves.
-- Pues entonces debe ser una venganza de alguien.

En todos los casos que se han conocido hasta ahora que afectaban, directa o indirectamente, al ahora vicepresidente de Zapatero, el proceso deductivo que se ha seguido se parece mucho a lo anterior; es decir, lo contrario que se le exige a la política desde tiempos de Julio César, que no sólo hay que ser honrado sino que hay que parecerlo. La ética invertida de Andalucía ha permitido que Chaves salga inmaculado de todo, de los prestamos impagados de la Caja de Jerez, de la extorsión de Jesús Gil con cheques numerados, de las comisiones del ‘caso Ollero’, del espionaje de las cajas, de las subvenciones de Climo Cubierta y de las ayudas a la empresa en la que trabaja su hija. En todos esos caso, lo sucedido está muy claro:

- Pues entonces es una venganza de alguien.

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04 junio 2009

Abstención


Una cadena de televisión le preguntaba el otro día al personal su opinión sobre la posibilidad de que Alemania, Suiza o Francia ganen las próximas elecciones europeas y la mayoría de la gente contestaba, según sus fobias con los vecinos, que muy bien, otros que no, que no, que gane España, o que ni fú, ni fa, que qué mas da. Algunos piensan que lo llamativo de este reportaje es que la gente no sepa de qué van las elecciones europeas y responda como si se tratara de la versión política de la Copa de Europa de fútbol. Pero no, en realidad, lo normal es que el personal no sepa nada de las elecciones europeas porque, por mucho que se empeñen en remarcar la importancia de las elecciones europeas, la realidad es que la Unión Europea, tal y como está constituida, es un ente gigante, amorfo, costosísimo y, en muchas ocasiones, inútil.

Lo del domingo, por ejemplo. Se dice, con razón, que el Parlamento europeo, con casi ochocientos diputados, es el único parlamento multinacional de todo el mundo que se elige por sufragio universal. Falta añadir que se trata, además, del único parlamento del que no emana un gobierno y del único de esa estirpe con una soberanía relativa, ya que su capacidad legislativa puede acabar enmarañada en la tela de araña del Consejo de Europa (donde deciden los ministros de cada país), la Comisión Europea (donde se sienta un representante de cada país) y, finalmente, del gobierno de cada país, que suelen atender antes a los intereses de sus respectivas naciones que a los mandatos europeos. Comprenderán que, vista desde lejos esa inmensa estructura burocrática, ese ‘cementerio de elefante’, que dijo el otro, lo extraordinario no es que el personal lo contemple con desidia, sino que lo realmente sorprendente es que las instituciones europeas sigan conservando algún prestigio entre la ciudadanía.

El final de la Unión Europea no puede, en suma, ser otro distinto al de una especie de confederación de los estados miembros y la elección de un solo líder europeo, elegido entre un parlamento soberano del que surge un único Gobierno europeo, compuesto por el partido ganador de las elecciones y no por cuotas de cada país, como ahora. Se dirá que el precio de ese paso es demasiado elevado para naciones como España, Italia, Inglaterra, Francia o Alemania que han escrito la historia de los dos últimos milenios y a las que, ahora, se les aboca, prácticamente, a desaparecer como tales. Y es verdad, el precio es grande. Sólo se verá la compensación si, por el contrario, comparamos ese precio con la factura que pasará el lento declive de la actualidad, el papel cada vez más desdibujado del viejo continente en la era de la globalización. Como el absurdo de estos días de elecciones en los 27 países miembros, 375 millones de personas van a votar y nadie sabe por qué.

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Resignación


De Uruguay se decía que era un país de oficinistas y jubilados. De modo que cuando el protagonista de “La Tregua”, de Mario Benedetti, se puso a pensar en la política, se dio cuenta de inmediato de que era difícil hacer un análisis porque, en realidad, si el país iba a peor era porque todo seguía igual. Si la canina económica y la tiesura siempre han existido; si el acomodo y el servilismo permanecen desde hace tanto que ya se han incrustado en la sociedad; si no hay periodo de la historia sin episodios de corrupción, de picaresca y de mamela; “¿qué está peor entonces?”, se preguntaba el oficinista enamorado de Benedetti.

Podemos pensar que aquí también nos ocurre mucho de todo eso, que los problemas se eternizan, que parece existir un ‘tiempo andaluz’, distinto a los demás, en el que el paso del tiempo no le pesa ni a los problemas ni a sus protagonistas. Al cabo de diez o quince años, ahí siguen los mismos discursos, del gobierno y de la oposición, porque, en realidad, todo sigue igual que entonces. Se eternizan los problemas, los personajes y las situaciones. Cómo explicar entonces que todo ha cambiado… “Después de mucho exprimirme el cerebro llegué al convencimiento de que lo que está peor es la resignación (…) ‘No se puede hacer nada’, dice la gente. Pero la resignación no es toda la verdad. En el principio fue la resignación, después el abandono del escrúpulo; más tarde, la coparticipación. Fue un ex resignado quien pronunció la célebre frase: ‘si tragan los de arriba, yo también’”.

De la reflexión completa de Benedetti lo más interesante es ese último punto de degeneración de una sociedad acomodada, la cadena degenerativa que lleva al personal a acabar asumiendo como algo normal las corruptelas y la dependencia. Aquí, ya digo, pasa mucho de esto. A las razones históricas que se puedan encontrar en la aceptación social de la picaresca y el engaño, se suman luego las razones de dependencia económica de una región en la que la mayor empresa es, precisamente, el gobierno regional. A luego, nuestro tiempo distinto, que hace que el personal, resignado, contemple la actualidad como un dejá vù, una repetición. Una pesadez.

-- ‘Uff, ahí están otra vez los de EL MUNDO acusando a Chaves… ¡Pero si ya se ha ido! ¿Y la oposición, qué me dices? Esos, como siempre, pidiendo dimisiones, comisiones de investigación, en vez de irse ellos también, que son todos iguales.’

Después de 19 años en el poder, Chaves ha aprendido bien a manejar estas situaciones. No ni ha dado explicaciones sobre las subvenciones a la empresa en la que trabaja su hija ni las va a dar; sabe que el mensaje que más cala es el suyo: ‘mi hija tiene derecho a trabajar, lo único que pasa es que me guardan rencor’. En fin. No es verdad. Pero otro día hablamos de eso. Hoy, como le debía un homenaje a Benedetti, digamos sólo que no es rencor, como dice Chaves; que la clave de todo lo que ocurre en Andalucía y sus consecuencias (sus ‘no consecuencias’) está en la resignación.

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01 junio 2009

Matemáticas


Obama también se acuerda de su abuela. Como Zapatero aquella vez que nos habló de su abuelo fusilado, el capitán Lozano. La única diferencia es que, mientras que el presidente español utilizaba la figura del abuelo como ejemplo de las cuentas pendientes que, a su juicio, quedan por resolver entre los españoles, las heridas reabiertas de la Guerra Civil, el presidente americano pone a su abuela de ejemplo de los valores del pasado que, a su juicio, hay que recuperar en Estados Unidos. La abuela de Obama, según ha contado en algunas entrevistas, tuvo el mérito de llegar a ser vicepresidenta de un banco sin titulación universitaria, gracias a la sólida formación que había recibido en el instituto. Ahora que es presidente, Obama se fija en ella para diseñar su política educativa: “Quiero más titulados superiores, especialmente en Matemáticas y Ciencias, y también en ingenierías (…) Pero no sólo tenemos que centrarnos en aumentar los porcentajes de aquellos que obtienen un título, sino en conseguir que lo que se aprende tras pasar por un instituto o un centro superior, sea más sólido y eficaz”.

Obama, como muchos líderes políticos, ejecutivos y pensadores dentro y fuera de Estados Unidos, tiene claro desde hace años que la globalización ha trastocado radicalmente algunos de los patrones habituales del mercado del trabajo. Al hacerse global la producción, la mano de obra de cualquier país no compite con la de la provincia o la región de al lado, sino con la de cualquier país en vías de desarrollo que, en el último confín del mundo, es capaz de ofrecer la misma calidad en la elaboración de una prenda deportiva o de un ipod de última generación con muchísimo menos coste. En esas, Obama lo tiene claro: “Los países que produzcan la mano de obra más educada, cuyo sistema educativo haga hincapié en las matemáticas y la ciencia, aquellos que sean capaces de traducir esos conocimientos tecnológicos o científicos en aplicaciones tecnológicas, esos serán los que gocen de una ventaja más grande en la economía”.

¿Parece lógico, verdad? Incluso elemental. Pues veamos ahora, algunos datos al respecto de cómo van las cosas en España, en Andalucía, para que se entienda mejor el daño irreparable que se hace cuando se engaña al personal con un sistema educativo que fomenta el fracaso escolar desde la Primaria. El 30% de los universitarios españoles no termina la carrera, una media que es del 16% en el caso de los 15 países que formaban la Unión Europea antes de la ampliación. En cuanto a las ciencias, en una universidad emblemática como la Hispalense, la Facultad de Matemáticas ha perdido en cinco años a la mitad de sus inscritos, de 929 alumnos en el curso 2003/04 a sólo 511 en 2007/08.

¿La abuela de Obama o el abuelo de Zapatero? En fin, parece claro. Aunque no es siempre así, pero las matemáticas suelen funcionar en las causas que influyen en el progreso o en el estancamiento de un país. Normalmente, dos y dos son cuatro.

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Personas

En los reportajes de estos días, una joven gaditana acertó como nadie a definir la posición del Gobierno en la controvertida reforma de la Ley del Aborto. Dijo: “Cada uno puede hacer con su cuerpo lo que quiera”. Exactamente eso es lo que dice el Gobierno, unos con más prudencia científica y otros con más atrevimiento ignorante, como la ministra. Y aquella joven lo ha captado, el aborto, entiende ella, es un paso más en la libertad sexual. El lema sirve lo mismo, debe pensar la joven, para todas las reformas que emprende este gobierno, ahora el aborto como en la legislatura pasada, los derechos del movimiento gay.

Parece ser que la maestría de la política consiste justamente en eso, en la capacidad de transformar grandes debates en conceptos simples. La reforma del aborto lleva ese lema libertario, digamos, que ya se ha expuesto aquí otras veces, el grito que inspira el cambio: “nosotras parimos, nosotras decidimos”. Esa reclamación que pide “sacar el aborto del debate médico y del debate jurídico”. El círculo se cierra ahora, la reforma del aborto ya está en la sociedad sintetizada en un lema. A partir de ahora, será más fácil que el debate gire sobre dos polos, blanco o negro; aborto sí, aborto no; derecha o izquierda; libertad o cárcel y opresión.

Para quienes no quieran caer en eso, la recomendación es huir de ese terreno primario de los lemas. Y volver a la pregunta más incómoda, más cruel, de cualquier reforma sobre el aborto, ¿a partir de qué momento de la gestación debemos considerar el aborto un asesinato? Ya sé que para muchos, desde el mismo instante que existe un embrión, ya hay vida humana. Bien, de acuerdo, pero como estamos huyendo del todo o nada, del blanco o negro, parece lógico pensar que la respuesta a esa pregunta debe hacerse de acuerdo a los avances científicos y médicos de la época en la que se realiza. Como se ha apuntado otras veces, la mayor paradoja de este debate de ahora sobre el aborto es que el Código Civil español mantiene intacta la respuesta que se dio a esta pregunta hace doscientos años: Artículo 29: “El nacimiento determina la personalidad; pero el concebido se tiene por nacido para todos los efectos que le sean favorables, siempre que nazca con las condiciones que expresa el artículo siguiente”. Artículo 30: “Para los efectos civiles, sólo se reputará nacido el feto que tuviere figura humana y viviere veinticuatro horas enteramente desprendido del seno materno”.

Cualquier reforma del aborto debería comenzar por este punto, el más incómodo, porque carece de sentido que, en la actualidad, un feto de seis meses no tenga la misma consideración legal que un recién nacido. Sinceramente, si un comité ético decide, en su día, un aborto en el sexto mes de embarazo por malformaciones en el feto bajo ese epígrafe genérico, “incompatibles con la vida”, qué diferencia tendría con una inyección letal a un recién nacido deforme o con parálisis cerebral. Y ahora haga usted el favor de volver otra vez la mirada a la reflexión de la joven del principio. “Cada uno puede hacer lo que quiera con su cuerpo”.

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La serpiente


Las religiones, la filosofía y las ideologías comparten en su mayoría un mismo esquema de aplicación por abismal que sea lo que separa a unas de otras. Desde el origen de los tiempos, la religión primero y, con posterioridad la filosofía y las ideologías políticas se asientan en la angustia del hombre y se ofrecen para darles una explicación y prometerles una salida. “La búsqueda de una salvación al margen del Dios está en el corazón de todo gran sistema filosófico”, sostiene Luc Ferry, filósofo francés y breve ministro de Educación en los primeros años del milenio.

En ese esquema primitivo e imperecedero, siempre encontraremos el símbolo de lo oscuro, del maligno, de lo diabólico, porque sólo si existe una referencia potente de lo prohibido se puede ofrecer la salvación. Esta es la serpiente que aparece en la Biblia y que no persigue otra cosa que dejar claro que sólo existe un camino, la obediencia ciega en la palabra de Dios, mientras que lo otro, la duda, las preguntas o los placeres terrenales, conducen al hombre y a la mujer a penar por este valle de lágrimas. Este mecanismo de comunicación social que parte de la angustia, se detiene en la descripción simbólica del mal y concluye con la oferta de una salvación es, si se fijan, el mismo esquema mental que se ha utilizado en política desde antiguo. Frente a razones, admoniciones.

¿Qué diferencia conceptual puede haber entre la serpiente del Paraíso y los vídeos que ha puesto en circulación el PSOE para esta campaña electoral de las Europeas? Ninguna, claro. Las dos representan lo mismo, las dos se guían por el mismo esquema de comunicación. Esa es, por tanto, la paradoja de asistir a la propuesta de un partido político que utiliza la misma estrategia de aquello de dice detestar, el miedo. Salvadas todas las distancias, no parece haber diferencia entre la descalificación diabólica que se hacía en el franquismo de los republicanos, rojos, masones, aquellas hordas rojas, de estas campañas electorales que resumen la derecha en el capitalismo despiadado, la religión opresora, el racismo ciudadano y la opulencia de los ricos.

Cuando las elecciones de 1996, el maestro Gómez Marín publicó una ‘Antología de frases de la derecha’ en la que incluyó un interesante análisis del “eclipse conceptual” de la división clásica de las ideologías entre izquierdas y derechas. Y sostiene con acierto que “la izquierda debe ser ante todo una actitud crítica”; crítica, sí, ante la vida, ante conceptos preestablecidos, ante verdades monolíticas, ante realidades enquistadas. De esa inquietud nace el progreso, claro. Lo malo, como añade luego Gómez Marín, es la degeneración posterior de esa disposición abierta en su contrario: “Paradójicamente, el criticismo de la izquierda ha desarrollado una actitud cerrada que pretende reservarse el monopolio de la razón y, en definitiva, el monopolio de la legitimidad”. El video del PSOE, o sea, no es otra cosa. La serpiente que se transmutó en dóberman.

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Regalos

Cuando la batalla de Magdalena Álvarez contra las cajas de ahorro que no dominaba a placer el PSOE de Andalucía, trascendió un detalle relevante de la forma de ser de la entonces consejera de Economía. Una Navidad, en la Consejería se recibieron unos gallos de plata como obsequio de la caja cordobesa. La consejera, ni corta ni perezosa, convocó a la cúpula de su departamento en la capital cordobesa y en el entre acto se fue hasta la platería de la que procedían los gallos de plata, habrá que suponer que ostentosos, de esos regalos que le hacen a uno con la mejor intención y el peor destino, cualquier rincón del trastero. El leve detalle de que se tratase de un obsequio institucional no frenó a la consejera: le pidió al joyero que se los cambiara por unos marcos de plata.

Entonces supe que en el Gobierno andaluz había algún consejero tan escrupuloso con la cosa pública que, al finalizar su mandato, dejó catalogados para el patrimonio todos los regalos que había recibido. Eran algunos, claro, no todos. Porque no todo el mundo sabe distinguir la frontera que existe entre la amistad y el vasallaje. No sabe o no quiere saber. Por esa frontera discurre en el Código Penal el delito de cohecho, uno de los más difíciles de probar en la corrupción política. Y eso que la regulación se extiende desde el cargo público que recibe una dádiva para que, a cambio, actúe, por acción y omisión, en beneficio del benefactor hasta quien simplemente recibe el regalo, sin que por ello tenga que hacer nada a cambio. Está en el artículo 426: “La autoridad o funcionario público que admitiere dádiva o regalo que le fueren ofrecidos en consideración a su función”.

Ya me dirán qué dirigente podría quedar a salvo de una condena si en España se aplicara con rigor la condena por cohecho en todas sus variantes. Lo llamativo es que, pese a ello, el cohecho es, como se decía, uno de los delitos más difíciles de probar en un tribunal. En estos días de ajetreo de trajes en la comunidad de Valencia, ha pasado casi desapercibido el archivo en el Tribunal Superior de Canarias de una denuncia por posible cohecho contra el vicepresidente autonómico y presidente del PP. Viajó de gorra a Noruega con su esposa en un jet, con una buena parte de los gastos pagados por un grupo turístico que luego recibió una concesión del gobierno canario. Pues ha quedado absuelto porque ni participó directamente en las concesiones ni ha quedado probado que aquel viaje pudiera influir en la decisión. Y eso que, como puede pensarse, al vicepresidente canario no lo invitaron los noruegos porque fueran compañeros de colegio, ni compartieran travesuras en el instituto. Lo invitaron por ser quien era. Aceptó la invitación y ahí está el error, aunque no haya contraprestación.

Un viaje, un traje, unos gallos de plata o un descuento en el restaurante en el que se celebra la boda de un hijo. Lo mismo da, el poder no tiene amigos. En eso, Azaña lo tenía más claro: “El jefe del Gobierno, en política, no tiene amigos ni los quiere. La amistad acaba antes de la política o empieza después de la política”.

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