El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

27 octubre 2009

Espejo argentino



El escritor argentino Alvaro Abós reflexionaba hace unos días en un artículo de prensa sobre el destino cruzado de Argentina y de Brasil. «¿Por qué Brasil consiguió lo que Argentina desperdició?», se pregunta el escritor argentino y lo malo de la respuesta, de ésta y de otras sobre el mismo asunto, es que, inevitablemente, se acaba pensando en España como la Argentina europea; un país que, cuando le tocó su época de esplendor, cuando todos lo miraban por su desarrollo, se detuvo a contonearse, a mirarse el ombligo, a vivir por encima de sus posibilidades.Hasta en la estadística, la similitud produce escalofríos porque también Argentina era en 1910 la octava potencia del mundo, como ahora España. Y a partir de ahí, el declive imparable: «las constantes crisis económicas se entrelazaron con la degradación de la corrupción política, diezmada por la corrupción estructural», sostiene Abós.

Por fortuna, hasta los más pesimistas sobre el futuro de España acaban concluyendo que, en efecto, no nos ocurrirá como a Argentina por la diferencia sustancial de la integración en Europa, la moneda común, las políticas comunes, las ayudas al desarrollo… Sí, eso es verdad, pero no será por falta de esfuerzos en España para acabar tumbando el país en la lona. La proliferación de casos de corrupción, por ejemplo, no puede contemplarse ya como algo habitual, normal; la muestra fehaciente de que funciona a la perfección la democracia y el sistema interno de alertas en el que acaba supurando la podredumbre. No, la proliferación nos debe llevar a plantear que, en realidad, la corrupción política es un fenómeno extendido en España, generalizado. No son «casos puntuales», como se dice, sino prácticas generales. La alerta, como ya se apuntó hace unas semanas, es que en España se está perdiendo la batalla contra la corrupción. Como declaraba hace unos días el ex concejal del PP que destapó el ‘caso Gürtel’, la corrupción política está tan interiorizada que, incluso, se declara en Hacienda. «Mi partido lo declaraba todo a Hacienda. El dinero (de Correa) se metía en las cuentas del partido y era para financiar la pequeña estructura».

Quizá no se trate de una «corrupción estructural», como se dice de Argentina, pero desde luego sí estamos ante una situación de «corrupción transversal» porque afecta a todos los partidos políticos, con el mismo tipo de delitos y con la misma estructura mafiosa. Por eso tiene tan difícil el PSOE de Almería explicar ahora porqué, a costa del desgastar al PP y de quitarle poder, acabó aliándose con el alcalde de El Ejido, considerado por los propios socialistas como un tipo de extrema derecha. ¿Otra vez un caso puntual? ¿Otra vez tolerancia cero? Otra vez ese discurso estomagante y vacío, entre otras cosas porque El Ejido no es fruto de la casualidad: En Marbella y en Estepona, al PSOE le volvió a ocurrir lo mismo.

En su artículo, el escritor argentino de antes acababa con un interesante juego de simbolismos entre la política y el deporte: el gobierno argentino se identifica con Maradona, el antiguo ídolo convertido en un obeso, un bocazas y un mal profesional, mientras que el gobierno brasileño se asocia con Pelé, el ídolo bueno, el hombre elegante y maduro, un empresario de éxito para quien no pasa el tiempo. ¿Cuál sería el equivalente futbolístico de España?

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26 octubre 2009

Sin fotos



No hay fotos de detenidos. La diferencia exclusiva entre el caso de corrupción destapado en El Ejido y todos los precedentes consiste en que en esta ocasión no hay fotos de detenidos a la salida del ayuntamiento, con la cara desencajada y un grupo de vecinos escupiéndoles insultos. “Chorizos, sinvergüenzas”. No, esa foto no existe. No hay imágenes en internet de los detenidos haciendo el paseíllo desde el furgón de policía hasta los juzgados, intentando ocultar las esposas con una carpeta o con la cara envuelta en una rebeca mientras los periodistas lanzan sus preguntas a la cara, como dardos. “¿Piensa dimitir?” No, esas imágenes no existen. Veinte personas han sido detenidas en El Ejido, muchas de ellas han acabado en la cárcel y otras tantas están en libertad bajo fianza, y no se ha publicado ni una sola foto. Ni una. ¿No les resulta extraño?

Si quieren, puede compararse lo sucedido en El Ejido con lo que pasó a mediados de agosto, cuando la policía detuvo a cinco concejales del Partido Popular de Baleares y les paseó esposados de dos en dos, bien a la vista de todos. “Los han tratado como animales (…) un trato humillante y vejatorio”, dijeron de aquel los propios sindicatos policiales. El ministro Rubalcaba, que no es de pedir disculpas, dijo entonces que la orden era justo la contraria, que no se esposara a los detenidos y que alguien, por su cuenta, decidió hacer lo contario. Acabó dimitiendo un comisario, uno de los últimos peldaños de la cadena de mando, mientras que en los cuarteles algunos policías se encogían de hombros y hacían sus cuentas de la vieja, ‘como era fin de semana, y la cosa está muy mal de personal, pues sólo había tres policías: tres policías, con tres grilletes y cinco detenidos… ¿Qué hacer? Pues nada, se esposa a los detenidos por la mano derecha y santas pascuas, problema resuelto…’ Esta vez, todo lo contrario. Los policías llegaron en varios furgones y acordonaron la puerta del Ayuntamiento; sellaron la entrada con su cadena de brazos cruzados y gesto serio, y ésa ha sido la única imagen que se tiene de la corrupción de El Ejido. Ni detenidos ni grilletes. Nada. Sólo un cordón policial. ¿Qué ha pasado esta vez?

Para explicar lo sucedido, habrá quien anteponga una razón política (“los detenidos eran socios del PSOE”), una intriga oculta (“el alcalde de El Ejido es un tipo con mucho poder y, sobre todo, con mucha información de mucha gente”) o un agravio elocuente (“si fueran concejales del PP, seguro que los habríamos visto esposados”). En el claroscuro del contraste enorme que existe entre las detenciones de El Ejido y todas las anteriores, caben siempre todas las interpretaciones. Por una vez, sin embargo, creo que la única verdad, la única explicación a la ausencia de fotos de detenidos en El Ejido es que el bochorno de las detenciones anteriores ha calado hondo en las fiscalías, en las jefaturas de policía y en los juzgados. Y por una vez, por primera vez, se ha reparado en que la norma no escrita de un Estado de Derecho es que la detención de los delincuentes debe realizarse, salvo cuando las circunstancias lo impidan, de la forma menos aparatosa, menos escandalosa y menos gravosa para los detenidos. Es eso que dijo ayer la madre del pirata detenido por España: “Sé que mi hijo es un bandido, un pirata, pero España no puede actuar como un estado pirata”. Esa evidencia, o sea, es la que se había olvidado aquí.

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El silencio



“No quieren que se convierta en un circo, y lo primero que van a hacer es poner una carpa”. La mala follá granaía es un viento inesperado capaz de arrasar de un soplo el estado de ánimo más sólido. Puede congelar al instante la euforia o la esperanza y tumbar el proyecto mejor labrado, ridiculizarlo o humillarlo. La mala follá es un hachazo seco, una seña de identidad de Granada que si se identifica a sí misma con el nombre de ‘mala follá’, ya podemos calcular lo que pude hacer con el resto. Ayer, por ejemplo, cuando se anunciaba la apertura de la fosa de Lorca, fue cuando oí a un tipo de Granada decir lo de antes: “No quieren que se convierta en un circo, y lo primero que van a hacer es poner una carpa”.

Se refería, claro, a la carpa con la que la Junta de Andalucía quiere preservar de fotógrafos y curiosos las excavaciones que comienzan a partir de hoy en aquella fosa común que, se quiera o no, es distinta a todas las demás, las cientos o miles que habrá repartidas por España, por una sola razón: Federico García Lorca. Conviene reseñar esta obviedad porque la primera controversia surge al intentar considerarla como una fosa más. No es así, nunca ha sido así, ni ahora ni durante la dictadura, y, por tanto, es inevitable que aquello adquiera una dimensión extraordinaria en los medios de comunicación. Algunos lo llamarán ‘circo mediático’.

Es verdad, como sostienen muchos, que la notoriedad pública de Lorca, incluso la negativa de la familia del poeta a desenterrar sus restos, no puede anteponerse al derecho de otras familias a desenterrar a sus muertos. Desde el estricto punto de vista de un Estado de Derecho no hay más verdad que la de que las leyes están para cumplirlas, incluida la de Memoria Histórica; que los derechos están para ejercerlos y reivindicarlos y que nadie está por encima o al margen de la ley. Todo eso no se discute, no, ni se critica a la consejera de Justicia por este empeño suyo en hacer cumplir la ley; no es eso, el problema es anterior, es haber llegado hasta este punto, la carpa, las palas y los fotógrafos apostados en los alrededores intentando captar una imagen.

El error esencial ha sido convertir la excavación de las fosas del franquismo en una especie de ‘Plan E’ contra la crisis ideológica, como si en las zanjas buscara el clavo ardiente de una derecha cerril y cavernaria que retroalimente un discurso gastado de trincheras. El error principal ha sido pensar que la excavación de las fosas era la única forma de rescatar la memoria de aquellos que fueron fusilados, masacrados, como si el mayor homenaje a esa pobre gente no fuera la dignificación de aquellos lugares, camposantos de la libertad, de la dignidad, del orgullo y las ideas por las que fueron asesinados. Un monolito con la inscripción de los nombres de las personas que se calcula que fueron fusiladas junto a la tapia de un cementerio es un homenaje mayor, más sencillo, menos controvertido, que la excavación de las fosas ochenta años después. Sin carpa ni palas. En Alfacar, un solo poema de Lorca bastaría para que las generaciones venideras agachen la cabeza y cierren los ojos soñando que nunca más se repita la barbarie. “Oye, hijo mío, el silencio./ Es un silencio ondulado,/ un silencio,/ donde resbalan valles y ecos/ y que inclina las frentes/ hacia el suelo”.

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19 octubre 2009

Griñán con sifón


A Rafael Escuredo, que ha sido el líder más importante que le ha nacido al socialismo andaluz en estos treinta años, el aparato del PSOE lo utilizó como un klínex sin ningún reparo. En los primeros años de la democracia, el PSOE mantenía a Escuredo a distancia, lo cortocircuitaba en las asambleas cuando llegaba con su ideal de hacer del PSOE andaluz un partido de corte nacionalista. Hasta que cambió el discurso y el guión y Alfonso Guerra vislumbró el filón político del andalucismo para una carambola de época, Andalucía y Madrid. Entonces a Escuredo lo encumbraron, lo agitaron como una bandera omeya y lo coronaron con una corona de laureles de plástico, de quita y pon, como el decorado de los escenarios de un mitin. Lo que nunca le dieron a Escuredo fue el control del partido. Lo usaron hasta ganar las elecciones y luego lo echaron. Total, en realidad, nunca se habían creído su discurso. Se trataba de otra cosa, de usar su imagen, su melena de rizos y su sonrisa, para hacer creíble el giro andalucista.

Llegó luego Borbolla. Con Pepote, como le conocían entonces, el partido colocaba en la presidencia de la Junta a su líder natural, ahora sí, al hombre que en diciembre de 1977 fue elegido primer secretario regional del PSOE de Andalucía, en el primer congreso que los socialistas andaluces celebraron en Torremolinos. El problema de Borbolla es que, teniendo este origen tan claro de aparato del partido, acabó creyendo que su fuerza resistiría cualquier pulso externo. Alfonso Guerra controlaba el partido desde La Moncloa y Borbolla pensó, entonces, que no le hacían falta padrinos para seguir ejerciendo su doble liderazgo. Todos lo abandonaron, claro. Y se fue con dos puñales en la espalda, el que le clavó Sanjuán para arrebatarle la secretaría general del PSOE y el que le clavó Chaves, para hacerse con la Junta.

Contra todo pronóstico, Chaves ha sido, de todos los dirigentes del PSOE andaluz, el que menos presencia tuvo en la lucha por la autonomía andaluza, el político más mediocre y, sin embargo, el líder más longevo del socialismo andaluz. La clave está en la capacidad de supervivencia del presidente: tras superar el escollo del guerrismo, Chaves se ofreció en el PSOE andaluz como engarce ideal para unir los intereses distintos de sus baronías provinciales. Un líder regional capaz de mantener el equilibro provincial con la renuncia expresa a no entrar en ninguna de sus batallas. Zarrías y Pizarro, el uno en la Junta y el otro en el partido, eran los siguiente escalones.

En esas, llega Griñán, que ni ha sido jamás referencia interna en el PSOE ni, él mismo, tenía ambición alguna por asumir ese papel. Su falta de ambición en el partido, estar alejado de esa melé impresentable, es, quizá, la virtud que más se corresponde con el resto de cualidades suyas: cualificación, experiencia y sencillez. Pero no es esa imagen la que proyecta, lo peor del Griñán presidente es la indefinición, la nadería en la que navega desde que pronunció el discurso de investidura. Este Griñán es un Griñán con sifón. Así lo han visto en el PSOE y por eso lo alancean.

Era sólo cuestión de tiempo que se enfrentara con Pizarro, que es todo lo contrario, aparato y nada más. En cualquier caso, temprano le ha llegado al presidente de la Junta su enfrentamiento con el aparato, un clásico en el historial socialista.

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Blindajes


El País Vasco ha sido la única comunidad que, en estos años de vendaval reformista en las autonomías, no se ha preocupado de reformar el suyo, el Estatuto de Gernica. Ibarretxe planteó su desvarío independentista, pero aquello no llegó a ninguna parte y jamás concitó el respaldo de las otras dos fuerzas políticas mayoritarias del País Vasco, el PSOE y el PP. No, formalmente, el País Vasco ha sido la única autonomía que no se ha sumado al discurso oficial de que, después de 30 años de autogobierno, era necesario actualizar y modernizar el Estatuto de Gernica. En Andalucía, Cataluña, Valencia o Galicia, que comparten con el País Vasco unos estatutos del máximo nivel de competencias, se consideró imprescindible adaptar los estatutos a los nuevos tiempos, «avanzar, impulsar y consolidar el estado de las autonomías» para los próximos tres lustros. ¿Por qué en el País Vasco, la primera de las autonomías de España, la más histórica de todas, ni el PP ni el PSOE se han embarcado en las reformas? Se dirá que promover una reforma estatuaria en el País Vasco es una irresponsabilidad porque nunca se alcanzará el grado de consenso del Estatuto de Gernica. Es verdad, pero no es la razón fundamental. Lo esencial es que, en realidad, una reforma del estatuto vasco, dentro del marco constitucional, puede avanzar muy poco más con respecto a lo que ya se tiene, con lo que remover el patio político es irresponsable y, sobre todo, inútil. De ahí que se haya optado por reformar exclusivamente aquello que marca las diferencias entre las regiones, la financiación.

Sí, los diputados vascos saben bien que las tres cuartas partes de las reformas de los estatutos se quedan en pintura, oropel provinciano redactado con cursilería estomagante. Y una vez que el Parlament de Cataluña, ayuno de fueros medievales, ha blindado sus ingresos anuales con la amenaza de la desafección, los diputados vascos han decido hacer lo propio con el privilegio económico del concierto vasco. No necesitan más reformas, con ese blindaje, el País Vasco (y Navarra) se garantiza el privilegio de contar con más recursos para seguir marcando la diferencia. Más dinero para el desarrollo económico, más dinero para hospitales, para mejores colegios y universidades… ¿Podrían explicar los diputados andaluces del PSOE por qué han votado a favor de ese blindaje?


Manuel Marín, ex presidente del Congreso, contó que, cuando se autorizó la aprobación de los estatutos en la Transición, todas las autonomías se lanzaron a la confección de sus estatutos. Era tal la rivalidad entre el País Vasco y Cataluña por presentar antes el Estatuto en el Congreso, que los equipos rectores, mirándose siempre de reojo, finalizaron los trabajos al mismo tiempo y ambos se dispusieron a registrarlo el mismo día. Cuenta Marín que «el bueno de Tarradellas» tomó el puente aéreo, se instaló en el Palace y anunció su llegada al Congreso al día siguiente para presentar el Estatuto catalán. Alertados, un diputado vasco de la UCD, Echeverría, alquiló un avión, viajó directamente al Congreso y fue el primero en registrar el Estatuto. Fue tal el cabrero de Tarradellas al llegar al Congreso, que se volvió al Palace y remitió a las Cortes el Estatuto catalán con un mozo de Correos.


Que sirva la anécdota para ilustrar que, en el fondo, todo sigue igual. El País Vasco, en avión privado, los catalanes, con puente aéreo, y luego, todos los demás.

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El árbol caído


La paradoja es el signo de nuestros tiempos. Todo aquello que dicta el sentido común se vuelve del revés y aparece, a diario, como un síntoma de normalidad. Como estos días. En una casa cuartel, unos guardias civiles celebran la festividad de su patrona, la Virgen del Pilar, e instalan en el patio del acuartelamiento un castillo hinchable para que jueguen sus hijos. Desde fuera, comienzan a llover piedras y palos hacia el interior del cuartel: son los vecinos de una barriada marginal de Dos Hermanas, Los Montecillos. Un par de guardias civiles sale del cuartel a ver qué pasa y reciben una paliza concienzuda, palos con estiletes en la punta y navajas. Ayer, en el periódico, venían declaraciones de los apaleados: «La Guardia Civil tendría que marcharse ya de Los Montecillos, allí no hay seguridad ni podemos hacer nada». Sublime paradoja: la Guardia Civil se queja de falta de seguridad en el barrio, en su barrio.

Es evidente que la paradoja no es fruto de la falta de profesionalidad de los agentes, que sólo faltaría que se les culpe a ellos, aunque habrá por ahí quien considere, para redondear el disparate, que el suceso, en realidad, se desató por la provocación innecesaria de los guardia civiles que salieron del cuartel para pedir a los vecinos que dejaran de tirarles piedras. No, la paradoja de los guardias civiles acorralados en su barrio por la falta de seguridad se produce por la desconsideración general hacia la autoridad. Y se pone el acento en la autoridad porque, al subir ese escalón, se da por entendido que todos los peldaños inferiores, civismo, respeto, educación, se han desbordado mucho antes; si no se respeta ni a la guardia civil, qué se puede esperar del resto de valores, qué pueden esperar el resto de ciudadanos.

Rescatemos la pregunta de hace unas semanas sobre la violencia de género: ¿Y si resulta que la causa de la violencia de género no es el género? Igual que entonces, el problema mayor es la violencia que afecta a todos los órdenes de la convivencia. Erramos el análisis si pensamos que la agresión a un profesor de instituto proviene de un mal distinto a la paliza que le propinan a un médico en el ambulatorio; que es distinto el maltrato de un menor a sus abuelos de las bofetadas que le da a su novia; que no es lo mismo las pedradas a un cuartel de la guardia civil que las amenazas de muerte a un profesor de instituto por catear a un alumno o expulsarlo del centro. El problema general tiene una sola explicación: en amplios sectores de la sociedad actual el concepto de autoridad, se ha diluido, el respeto no existe.

Hace algo más de un año, se hizo famoso Jesús Neira, el profesor que quiso evitar que un salvaje matara a su pareja a puñetazos y, al interponerse, recibió una paliza del maltratador que lo dejó en coma. Ahora, el abogado del maltratador le ha puesto una denuncia porque Neira protestó ante la posible puesta en libertad de su agresor. Le acusa un delito de amenazas y coacciones contra el juez del caso. Dice en su escrito de denuncia que «del árbol caído es muy fácil hacer leña». Y le reclama «juego limpio». O sea, según el abogado, el maltratador es el árbol caído y quien reclama justicia es quien practica juego sucio. ¿Llamamos a todo esto la paradoja del árbol caído?

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13 octubre 2009

Elogio de Gürtel


Se les presenta como chisgarabís, trincones de medio pelo y baja estofa, y eso, vamos a ver, es una injusticia. Porque nadie en España parece dispuesto a reparar en el talento que hay que tener para llevar las cuentas de Gürtel. Nadie. ¿No han pisado las universidades con el birrete de honoris causa los maestros de la ingeniería financiera, especuladores que levantaban imperios con la solidez de las pompas de jabón? ¿No gozan de la mayor consideración profesional los banqueros o los gerentes de las multinacionales por su cabeza fría en tiempos revueltos, capaces abstraerse de cualquier agitación, de cualquier sobresalto, emocional o financiero, y mantener imperturbables el rumbo de la sociedad? Bien, pues pensemos que la trama de Gürtel ha sido todo eso, pero multiplicado por tres, contabilidades a, b y c, con sus correspondientes facturas, y otro listado más con los gustos pijos de los extorsionados y de sus señoras. Hay que tener, o sea, una cabeza muy bien amueblada para sacarle a un mitin tres cuentas diferentes y, además, acordarse de las debilidades de cada uno.

—¿Cómo le gustan los zapatos a él? ¿Se los compramos a juego con el último traje, gris marengo, o mejor del color de la tapicería del coche nuevo? ¿Y la señora; los querrá igual que el año pasado, grandes y de pelo negro?

—Pues vete a saber, pero si te refieres a los visones para estas navidades, mejor que sean blancos, de armiño. Y para él, un reloj lustroso; un reloj como para dos muñecas…

Sólo una mente privilegiada puede sacar adelante unas cuentas como las de Gürtel. En eso, tenemos que admitir que la corrupción ha evolucionado en España de forma espectacular. Se ha sofisticado, se ha perfeccionado hasta límites dignos de estudio. Qué lejos quedan en el tiempo aquellas corrupciones de entonces, como la famosa trama del PSOE en Algeciras, cuando los mítines de la OTAN. «Tenemos dos millones; entre cuatro, ¿a cuánto cabemos?», que decía uno de los protagonistas de aquella mangancia memorable. Luego vino lo del caso Juan Guerra, un amateur frente a estos escándalos de ahora. Incluso lo del caso Ollero, con aquella anotaciones de los porcentajes a repartir en la libreta de los comisionistas. Lo de la Gürtel sí que es sofisticado. Para un mitin cualquiera, tres facturas distintas. Como el mitin de Granada de febrero de 2005: el acto cuesta 3.460,79 euros, pero se hacen hasta tres facturas por tres conceptos distintos relacionados con el mismo evento, una de 9.744 euros, otra más de 11.078 y una última de 13.460,79.

—¿Y cómo se conocen las facturas? ¿Lo han contado los imputados?

No, no, la culpa es el de un pen drive, todo estaba ahí. Y como cada corruptela se resume, al final, en una frase, los de la trama Gürtel ya nos han dejado una expresión de lapidario, para repetirla en el futuro como etiqueta del caso. Es la conversación de Correa con su abogado, la del «puto pen drive». Yo la imagino compitiendo en Youtube, «a ras, Carlos, a ras», con las de Luis Moya y Carlos Sainz, cuando se les jodió el coche al final de un rallye. «¡Trata de arrancarlo, Carlos; trata de arrancarlo, por Dios…!» Pues con el mismo tono de fastidio por el plan meticuloso que se estropea al final por un imprevisto, por una bobada, ésta otra frase: «El puto pen drive, macho, el puto pen drive; porque sin el pen drive no tendrían nada… Me pongo malo».

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09 octubre 2009

Tolerante Obama


Quiso Obama poner de ejemplo a Córdoba como símbolo de su utopía para el mundo, y le han llovido las invitaciones para que, en su visita a España de mayo próximo, visite Andalucía; para que el air force one, símbolo del imperio como el águila de cabeza blanca de su escudo, se pose con las alas desplegadas en este crisol de la antigua Al Andalus, que diría un poeta carcomido por los tópicos. En Granada, lo han invitado para que contemple la puesta de sol, como Bill Clinton; en Córdoba, en cambio, el gobierno de Izquierda Unida le ha escrito de inmediato «para que compruebe in situ cómo Córdoba, en la actualidad, sigue apostando por la tolerancia».

Desde que en la guerra de Irak se cayó el mito del espionaje norteamericano –la historia de Hollywood se desmorona con la pifia aquella, que tanto le costó al mundo–, no vamos a sorprendernos al descubrir flancos de vulgaridad en los ídolos americanos, sobre todo si, como es el caso, se refieren a la percepción que tienen en USA de España y de Andalucía, que no ha logrado desprenderse el halo mágico de los ‘Cuentos de la Alhambra’. Todo eso, el mundo de Washington Irving y la idealización de Al Andalus, no tiene nada que ver ni con el presente ni con la historia, pero ya que se repite tanto y hasta Obama lo hace suyo, lo que uno llega a plantearse es si hacemos bien en desmentirlo.

Quiere decirse que si el mito pudiera convivir con la verdad, uno se apuntaría a esa quimera como utopía, con mecanismos mentales similares a la religión. Lo que ocurre es que quienes mantienen ese discurso del Al Andalus de la convivencia pacífica entre musulmanes, cristianos y judíos, se instalan al instante en la intransigencia y la condena. Y la historia, la investigación, pasa a ser una actividad proscrita, maldita. Si Obama, por ejemplo, visita Córdoba, le mostrarán la estatua de Maimónides, como símbolo de aquella cultura de la tolerancia y respeto. Pero si alguien se atreve a añadir que, en realidad, Maimónides fue condenado por su fe judía, obligado a islamizarse, que se fugó a Egipto y lo condenaron a muerte por apostasía (muerte de la que se salvó), si alguien detalla esa historia ante Obama, será tachado de fascista o reaccionario.

La tolerancia forma parte de la naturaleza humana como el odio, la venganza y el egoísmo. Tiene que saberlo bien Obama, que está sufriendo estos días en su país una campaña de odio infame y salvaje que llega a extremos estremecedores, como la encuesta que hace unos días se colgó en Facebook en la que se le preguntaba a los internautas si Obama debía ser asesinado. Pero por dislocada que esté la sociedad actual, no ha habido ningún periodo en la historia que sea más tolerante que éste, con las democracias imperfectas de occidente. La paradoja de estos días es que en occidente se invoque la tolerancia como un defecto propio, de occidente, frente al mundo árabe. Y que se ofrezca, además, como remedio al fundamentalismo islámico, la peor amenaza que ha sufrido la humanidad tras el fascismo nazi, y quién sabe si será peor incluso que el delirio imperialista y genocida de Hitler. La Córdoba de la tolerancia no existió tal como se invoca; aceptémosla como leyenda. No más. Que si a Maimónides le dieran la oportunidad de reencarnarse, rezaría para nacer en una democracia occidental y jamás en una ciudad árabe. Porque otra vez, nueve siglos después, le volvería a pasar lo mismo.

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Eyaculación


Que se ha acabado. Que se ha acercado el comercial del concesionario de vehículos con la sonrisa planchada y, sin despegar los dientes, lo ha dicho del tirón: ‘nos acaban de comunicar que ya no hay más descuentos por el plan 2000-E, que el gobierno ya ha cerrado el grifo… » Los comerciales de las casas de vehículos tienen un look particular; entras en concesionario y parecen diputados del PP. Llevaban meses quitando telarañas de los coches de la exposición y, ahora que el mercado comenzaba de nuevo a moverse, zas, el Gobierno le da el cerrojazo a las ayudas de dos mil euros.

– Coño, ¿ya? Y cuánto ha durado, pero si no debe haber pasado ni un año… Qué digo, no habrá pasado ni medio año.

Menos todavía, el Plan 2000-E ha estado en vigor cuatro meses, pero se ha consumido en bastante menos, dos meses y medio, desde julio hasta septiembre. O sea, que era más largo el enunciado que la duración del plan. El Consejo de Ministros lo aprobó con la siguiente perorata oficial; cojan aire, que el Gobierno no pone puntos: «El Plan 2000 E tiene por objetivo incentivar, junto con el esfuerzo comercial de las marcas, la demanda de vehículos, mantener el empleo en el sector de la automoción y estimular la sustitución de vehículos antiguos por otros menos contaminantes, así como contribuir a aunar los criterios de apoyo al sector entre las diferentes Comunidades Autónomas, el Gobierno y el propio sector de fabricantes y concesionarios de automóviles».

Bueno, pues bajo ese inmenso paraguas de verborrea oficial, lo único que había, en la letra pequeña, era un fondo de cien millones de euros, es decir, doscientos mil vehículos. Pero cien millones de euros es, por ejemplo, menos de la mitad de lo que costó el Plan de Eficiencia Energética, que reservó 245 millones de euros para regalar bombillas. Y doscientos mil coches son los que se estaban vendiendo en España, antes de la crisis, en los dos peores meses del año.
Tras diecisiete meses de caída imparable, este septiembre ha sido el primer mes en el que la venta de vehículos ha crecido sobre el año anterior. ¿Y qué hace el Gobierno ante la mejora? Anula el plan en octubre. Se acabó.

Lo cual, que estamos ante un «plan de reactivación de la economía» que nos sirve para medir el calado de las iniciativas del Gobierno ante la crisis. El recorrido que ha tenido el plan 2000-E desde su anuncio en el Congreso es extraordinario. Vean: Lo anuncia Zapatero en mayo, en el debate de la Nación, y sorprende a todos, desde el propio vicepresidente económico, entonces Pedro Solbes, hasta las comunidades autónomas y las propias empresas de vehículos, que no sabían que el presidente del Gobierno había anunciado un plan que se financiaba en su mayoría con el dinero de los demás, autonomías y concesionarios.

Ahora, con este final abrupto, incluso antes de las previsiones de las casas de coches, lo que va a ocurrir es que el Plan 2000-E va a dejar a más colgados que beneficiarios. Que la lista de los que han acudido ya a comprarse un coche con la golosina del Plan y se van a quedar sin él, debe ser de miles de personas.

– Plan 2000-E... ¿ Y la ‘E’ de qué era, de España o de Empleo?

No, nada de eso, yo creo que ‘E’ era de eyaculación. Eyaculación precoz. Con el Gobierno, el placer dura nada pero las cargas se arrastran toda la vida. Ya verán como la subida de impuestos no tiene fecha de caducidad.

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Triunfo corrupto


Sabíamos que la corrupción es un mal sin fondo; al cabo de tres décadas de democracia en España podemos concluir algo peor, que la corrupción es un mal que no tiene remedio. La diferencia es esencial, por mucho que de lejos puedan parecer la misma cosa. Lo primero tiene que ver con la naturaleza humana, lo segundo está relacionado con la sociedad, con la cultura social, con la exigencia social. La corrupción es inevitable, sí, eso lo sabemos, pero la gravedad mayor está en la impunidad. Y ése es el paso que se puede estar dando en España. Lo sopla al oído alguien que, en los juzgados, desde una alta magistratura, se enfrenta a diario a esa podredumbre: «Estamos perdiendo la lucha contra la corrupción».

Lo dice por la burla continua de la clase política de las sentencias condenatorias, por la propia politización de la justicia, pero también por la certeza anterior de que una sociedad no puede ser permeable, permisiva, ante la corrupción. La corrupción se combate con la legislación y con los tribunales pero, sobre todo, con la repulsa de la sociedad. La proliferación de casos de corrupción en España, en Andalucía, y la impunidad electoral de los partidos afectados por esos casos de corrupción nos demuestran con claridad que es verdad, que se está perdiendo la lucha contra la corrupción. Acaso porque se ha asumido con normalidad una «cultura de la ilegalidad».

Se dirá en Andalucía, con razón, que no se puede tratar a todos los partidos políticos por el mismo rasero, que, con diferencia, el PSOE es el partido con más casos de corrupción a sus espaldas. Y es posible que sea así, pero si el PSOE es el partido más corrupto es sólo porque es el que acumula más poder. Que levante la mano aquel que conozca un partido político que, estando en el poder, no ha contado con un grupo de empresas afines de trato privilegiado, constructoras sobre todo. La elocuencia de lo que está ocurriendo en Valencia con la trama Gürtel es la demostración palpable de que la corrupción en España crece donde se asienta el poder, con independencia de las ideologías políticas que detenten ese poder. Y en Valencia, como ha ocurrido en Andalucía, la corrupción no se paga en las urnas: aquí el PSOE revalidó la mayoría absoluta, como si nada, tras el caso Juan Guerra, tras los escándalos de la Expo, tras el caso Ollero… Chaves contesta sobre su hija o sobre sus hermanos, como Camps cuando le preguntan por los trajes: «yo gano elecciones». Esa es la impunidad que otorga la sociedad y por eso se está perdiendo la batalla, porque a partir de ese rasero burlar a los juzgados siempre será posible.

«La Junta colabora con quien colabora», dice el principal imputado del ‘caso Mercasevilla’ en la cinta grabada por unos empresarios que dio origen al proceso judicial. Han pasado muchos meses y el proceso se ha diversificado ya en varias ramas, con más de una decena de imputados. Ni el alcalde ni nadie de la Junta contempla el escándalo como propio; oigo que les preguntan y responden ofendidos. Quizá porque saben que la sociedad les perdona, que no habrá nadie que retire su voto de las urnas por el escándalo de Mercasevilla, como antes por las facturas falsas del distrito Macarena. Saben, en fin, que cuenta a su favor con la existencia de una ‘cultura de la ilegalidad’, que es un concepto de Carlos Fuentes, de su libro La Silla del Águila, más que una novela un manual, un retrato fiel de la política, del poder, de la corrupción, vasos comunicantes del mismo flujo. «La honestidad puede ser admirable, pero acaba por convertirse en vicio. Hay que ser flexible ante la corrupción».


Imagen: escuadrondelaverdad.files.wordpress.com

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Sostenibles


La crisis económica también tiene efectos positivos: gracias a la tiesura, la izquierda europea ha logrado concretar en una sola pregunta las dudas sobre su propia identidad. Llevaban años dándole vueltas a la misma cuestión, pero ha sido la crisis la que les ha facilitado la pregunta nuclear del debate: ¿qué respuesta diferenciada puede ofrecer la izquierda a los ciudadanos ante la crisis económica? Piensan que al contestar esa pregunta, comenzará a resolverse el debate y la izquierda volverá a encontrar su lugar en el mundo.

Los socialistas españoles, y desde hace décadas los socialistas andaluces, han optado por resolver el problema con una solución semántica: El lenguaje es el camino más corto para marcar diferencias con la derecha. En la medida en que la política son imágenes, es posible crear sólo con las palabras un estado de ánimo que supere la realidad. Y más allá aún, es posible crear sólo con las palabras un estado de opinión, de forma que, muchas veces, el debate político acaba dándole vueltas a conceptos vacíos pero que, en teoría, diferencian a la izquierda de la derecha.

«La segunda modernización» o la «Andalucía imparable» son eslóganes muy representativos de esa estrategia; problemas enquistados en la sociedad andaluza que, en las últimas tres décadas, un mismo partido ha conseguido sortear desde el gobierno con esas soluciones semánticas. De esa misma fábrica de lemas, surge ahora la «economía sostenible» para resolver la duda de los socialistas europeos: la respuesta diferenciada de la izquierda ante la crisis económica es la ‘economía sostenible’. A partir de ahí, el resto del discurso se construye solo, con el clásico esquema de alertas y miedos, la economía sostenible frente al capitalismo salvaje; la economía sostenible frente al neoliberalismo; la ‘economía sostenible’, solidaria, limpia y sana, frente a la voracidad de la derecha manchada de cemento, ladrillo y petróleo. ¿Y ahora en Santana?¿Aunque la cierren? Pues sí, cierre sostenible, que quiere decir trabajadores en paro pero con promesas reiteradas de recolocación y complementos mensuales, por cursos y bagatelas, para sumarle unos cientos de euros al subsidio de desempleo.
Claro que, en este debate, siempre surge al instante una duda elemental: ¿Y si es tan fácil la respuesta a la crisis de la izquierda, por qué la izquierda europea no adopta la misma estrategia semántica? La respuesta está en la sociedad, en la mayor receptividad de la sociedad española y, sobre todo, andaluza a ese lenguaje. Por eso, este fin de semana, cuando el PSOE ha reunido en Sevilla a sus cargos públicos, el mensaje que les ha dirigido Chaves es que tienen que esforzarse «en cambiar el estado de ánimo de la sociedad». Bien sabe Chaves que lo esencial es eso, que no importa tanto que haya un veinte o un treinta por ciento de paro. Lo curioso es que, mientras el presidente del PSOE lanzaba estas consignas, en Madrid, el mismo sábado, el ex jefe de gabinete de Clinton y colaborador también de Obama, John Podesta, decía en la Fundación Ideas del PSOE, que la clave está en que la izquierda se adapte a los cambios y ofrezca «una solución progresista» a la crisis. «Tienes que tener un argumento, pero lo que de verdad necesitas son resultados», dice el intelectual estadounidense, ajeno a la realidad española; a la solución semántica que antepone el argumento a los resultados.

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Infinito



Antes de irse a dormir, una joven ha dejado colgada en Internet una frase de Einstein que quizá la atormente en pesadillas. «Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro». Ciertamente, es difícil saber qué puede ser más inquietante, si la estupidez o el universo porque los dos llevan consigo la angustia de lo inabarcable. De la estupidez, ya se citó aquí el tratado de Cipolla, «un esfuerzo por comprender y, por lo tanto, posiblemente neutralizar, una de las más poderosas y oscuras fuerzas que impiden el crecimiento del bienestar y de la felicidad humana».

Lo que ha ocurrido desde el tratado de Cipolla (1976) hasta hoy es que la estupidez no sólo no ha mermado su fuerza en el mundo, sino que, en ocasiones, parece que se convierte en una de las estrategias políticas más efectivas. Y no sólo eso, a menudo, cuando se contempla el discurso de algunos dirigentes públicos da la sensación de que la estupidez se ha adoptado como una fórmula eficaz de comunicación ante la sociedad. Es una degeneración llamativa: en el momento de la historia en el que la sociedad puede disponer de más información de todo cuanto ocurre, algunos gobiernos tienden a considerarla más ignorante, más inmadura. Lo de estos días, por ejemplo, cuando, ante las protestas que han surgido por la inminente subida de los impuestos, el PSOE ha anunciado una gran campaña «pedagógica» para explicar la medida. Reparemos en esa expresión: El gobierno anuncia que va a subir los impuestos y el personal, que sabe muy bien de lo que se está hablando y que conoce perfectamente cómo se despilfarran los fondos públicos, se cabrea, harto de que le expriman los bolsillos siempre a los mismos. Es decir, se sabe perfectamente qué supone subir los impuestos y, en consecuencia, se es plenamente consciente de por qué se quiere rechazar esa medida.

¿Pedagogía de impuestos? No oiga, que el problema no es de entendimiento: ‘Sé lo que propone y no quiero’. Pero nada, el Gobierno, erre que erre, que no, que hay que explicarlo, que es como decir, siéntate un instante, que voy a engañarte. Como Griñán ayer o el otro día la vicepresidenta Salgado, ‘se van a subir los impuestos de los trabajadores, pero es por su bien’. Paternalismo para estúpidos, se diría.

Angela Merkel, la canciller alemana, cuyo gobierno también se volcó en ayudas multimillonarias a las entidades financieras y a las empresas para salir de la crisis, ha elegido el camino contrario: para impulsar la salida de la crisis, que en Alemania ya es una realidad, ha anunciado una bajada de impuestos de renta, sociedades y sucesiones. Y aún matiza que su propósito es «aliviar las cargas fiscales, especialmente para los ingresos bajos y medios». ¿Qué pedagogía política puede resolver la contradicción de que una dirigente política de derechas considere que para salir de la crisis hace falta bajar los impuestos a las clases más desfavorecidas y que un dirigente político de izquierda afirme que lo mejor para los trabajadores es que le suban los impuestos?

Debe ser cosa de la estupidez, sí. Que es infinita, como decía Einstein. Como el pensamiento de esa chica que se fue a la cama con tormentas de infinito. Aunque para el infinito hay metáforas más reconfortantes, menos inquietantes. Como la inmensidad del pozo de unos ojos negros o el vertiginoso abismo de unas caderas.

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