Trágala
De todas las expresiones que hemos heredado de las Cortes de Cádiz de 1812, sólo el trágala se mantiene, dos siglos después, fiel al significado de entonces. Todo lo contrario, por ejemplo, que el ‘Viva la Pepa’ con el que se festejaba la adhesión a la Constitución de Cádiz y que ha llegado a nuestros días como sinónimo de desbarajuste, de descontrol, de desorden. Nada más injusto que hacer pasar a la historia al rey traidor como ‘el deseado’ mientras que la primera Constitución liberal del mundo acaba relacionada con el caos. La misma suerte, o sea, que corrió el término liberal, que es en Cádiz, hace doscientos años, donde se pronuncia por primera vez y de ahí ya pasa a Francia con un significado peyorativo, asociado a los rebeldes españoles; y de allí a Inglaterra, donde, para colmo, coincide con la revolución industrial y se le añade el sambenito de la explotación capitalista porque se acaba confundiendo con el liberalismo económico.
Lo del trágala es distinto. También ha sufrido alguna mutación en su significado pero, de todas las expresiones, es la que guarda mayor fidelidad con el origen. El trágala viene de una canción popular, la que le cantaban al rey felón para forzarlo a que aceptara la Constitución de Cádiz. Lo decían, además, con una contundencia que hoy no pasaría la censura democrática: “¡Trágala, perro!”. Aunque el perro no se tragó la Constitución, en la sociología la expresión quedó como sinónimo de imposición. Lo curioso es que ahora, de acuerdo a la versión original, se han invertido los papeles; ya no se utiliza nunca como una imposición del pueblo a sus dirigentes sino que es al revés, el trágala va siempre de arriba hacia abajo. “Trágala, perro”, como antes, sí, sólo que ahora el perro somos nosotros.
Tanto es así que el ‘trágala’ se puede adoptar ya como medida en sociología, por ejemplo para medir el conformismo de un pueblo, la capacidad de aceptación de lo que le caiga encima. Y como ntal es esencial, porque puede explicar incluso que, a veces, no haya revueltas sociales. A cualquiera que se le dijera, por ejemplo, que, en plena tiesura de la crisis económica y en pleno invierno, el personal iba a tener que pagar el doble por el recibo de la luz, pensaría que el estallido social estaba garantizado. Pero no, nada. Han llegado las facturas con aumentos descomunales y todo quisqui las ha abonado como un atraco inevitable. Un trágala. Ni siquiera en el Parlamento andaluz o en el Congreso le han pitado los oídos a los gobiernos. “Soy pensionista, pagaba 60 euros cada dos meses y me han cobrado en enero 210 euros”; “soy oficinista, en casa pagábamos de media 160 o 170 euros, y en los últimos dos meses hemos pagado 460 euros. ¿Cómo tienen la desfachatez de decir que sólo han subido el cinco por ciento?”, se quejan por cientos, en tu familia, en internet, en el trabajo, en la radio, entre tus colegas…
Dicen las asociaciones de consumidores, en un balance cicatero del atraco, que las eléctricas han cobrado irregularmente ochenta millones de euros. ¿Y qué ocurre con los intereses que generan trece mil millones de pesetas durante varios meses? Además de haber obligado a las compañías eléctricas a ‘refacturar’, además de comprometerse a devolver el dinero cobrado irregularmente (y eso habrá que verlo…), además de todo eso, qué pasa con la irregularidad cometida. Nada. Si no fuera así, no sería un trágala. Nuevas tarifas de la luz… trágala, perro.
Lo del trágala es distinto. También ha sufrido alguna mutación en su significado pero, de todas las expresiones, es la que guarda mayor fidelidad con el origen. El trágala viene de una canción popular, la que le cantaban al rey felón para forzarlo a que aceptara la Constitución de Cádiz. Lo decían, además, con una contundencia que hoy no pasaría la censura democrática: “¡Trágala, perro!”. Aunque el perro no se tragó la Constitución, en la sociología la expresión quedó como sinónimo de imposición. Lo curioso es que ahora, de acuerdo a la versión original, se han invertido los papeles; ya no se utiliza nunca como una imposición del pueblo a sus dirigentes sino que es al revés, el trágala va siempre de arriba hacia abajo. “Trágala, perro”, como antes, sí, sólo que ahora el perro somos nosotros.
Tanto es así que el ‘trágala’ se puede adoptar ya como medida en sociología, por ejemplo para medir el conformismo de un pueblo, la capacidad de aceptación de lo que le caiga encima. Y como ntal es esencial, porque puede explicar incluso que, a veces, no haya revueltas sociales. A cualquiera que se le dijera, por ejemplo, que, en plena tiesura de la crisis económica y en pleno invierno, el personal iba a tener que pagar el doble por el recibo de la luz, pensaría que el estallido social estaba garantizado. Pero no, nada. Han llegado las facturas con aumentos descomunales y todo quisqui las ha abonado como un atraco inevitable. Un trágala. Ni siquiera en el Parlamento andaluz o en el Congreso le han pitado los oídos a los gobiernos. “Soy pensionista, pagaba 60 euros cada dos meses y me han cobrado en enero 210 euros”; “soy oficinista, en casa pagábamos de media 160 o 170 euros, y en los últimos dos meses hemos pagado 460 euros. ¿Cómo tienen la desfachatez de decir que sólo han subido el cinco por ciento?”, se quejan por cientos, en tu familia, en internet, en el trabajo, en la radio, entre tus colegas…
Dicen las asociaciones de consumidores, en un balance cicatero del atraco, que las eléctricas han cobrado irregularmente ochenta millones de euros. ¿Y qué ocurre con los intereses que generan trece mil millones de pesetas durante varios meses? Además de haber obligado a las compañías eléctricas a ‘refacturar’, además de comprometerse a devolver el dinero cobrado irregularmente (y eso habrá que verlo…), además de todo eso, qué pasa con la irregularidad cometida. Nada. Si no fuera así, no sería un trágala. Nuevas tarifas de la luz… trágala, perro.
2 Comments:
Desde que leo tus columnas, sin duda, ésta es una de las mejores.
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