El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

18 mayo 2012

Línea roja


Sé del insomnio por Lidia, que la otra noche se despertó sobresaltada con una pesadilla que nada tenía que ver con mundos oníricos: soñó que era ella a la única a la que despedían en su empresa. Lidia es periodista y en su periódico le han comunicado a los trabajadores que en breve ejecutarán un Expediente de Regulación de Empleo que afectará a gran parte de la plantilla. Lidia soñó con una llamada a primera hora, una visita al despacho de un señor gris que, después de bajarse las gafas para mirarla, extrajo de un fichero una carta con su nombre: estaba despedida. Era ella la única despedida de toda la empresa, y se veía abandonando la redacción, sola entre sus compañeros, sola ante sí misma. Sola. Miró a su marido dormido, a su lado, y se levantó para abrir la puerta del cuarto de sus dos niñas pequeñas. Ahí encontró el consuelo en las horas que todavía tardó la noche en diluirse con los primeros rayos de sol de la mañana.

Sé de la desesperación por Fernando, que no ha llegado todavía a cumplir los 35 y ahora, cuando mira para atrás, piensa que todo en su vida ha estado equivocado. Su matrimonio no funcionó y su trabajo, el periodismo, se está desmoronando. Y dice Fernando que sin amor y sin trabajo, de qué ilusiones vive el hombre. También él trabaja en un periódico, de los muchos que hay en España con planes de regulación de empleo, y piensa que él será uno de los primeros en abandonar la redacción. Cada día, cuando llega a la redacción, se espera que, en la misma puerta, el vigilante o una secretaria lo detenga. “Pasa antes por el despacho”, y será entonces cuando le entreguen la carta de despido. Los problemas cotidianos, que se amontonan en la mente, la hipoteca, los plazos del divorcio, el préstamo del coche, la luz, el agua… todo eso, que se viene encima como una cascada de sudor frío, no es nada comparado con el intento baldío de calcular alguna otra parte en la que poder trabajar de periodista. Sencillamente, no existe.

Sé de la ansiedad por Pedro, que es soltero, que no tiene problemas de hipoteca ni cargas que lo angustien, pero no alcanza a verse lejos del entorno en el que ha estado toda su vida. Un habitat, un tipo de vida, un modo de ser, una forma de comportarse. También en su periódico amenazan con despidos, porque no llega la publicidad, porque las ventas caen en picado, porque los empresarios locales que apoyaban la sociedad ya se han retirado, y le angustia verse desgajado, arrancado, de las tres o cuatro referencias vitales a las que consigue asirse cada día para tirar para adelante. La ansiedad ya se le ve en los ojos, se adivina en la forma compulsiva con la que devora la comida, los nervios que se desatan sin explicación en medio de una ronda de cervezas.

Sé de los agravios porque esto que ocurre aquí, en la prensa, es sólo un reflejo de la desproporción, cada vez mayor, entre los trabajadores de empresas públicas y los trabajadores de empresas privadas. Yo no aspiro a que el rasero y la medida de los problemas sea el nivel más bajo, la tajada más pequeña. Pero no dejo de pensar en Lidia, en Fernando, en Pedro, cuando oigo decir al Gobierno andaluz que los empleados públicos nada tienen que temer por la Reforma Laboral y por los despidos. Porque en Canal Sur hay 1.600 trabajadores y son incontables los que ejercen en los gabinetes de prensa de toda la Junta de Andalucía. ¿Tan difícil se hace comprender que, sencillamente, no es posible sostener esa diferencia, que se podría ampliar a cualquier otro sector, a costa de nuevos impuestos y más recortes de inversión? Sacrificios para todos, esa tendría que ser la única línea roja. 

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