El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

29 diciembre 2009

Conquista de ortigas



Primero fue una bandera que cuando ondeaba dibujaba en el aire sueños de igualdad. Era un símbolo que los hombres y las mujeres enarbolaban, lo agitaban sobre sus cabezas con los dientes apretados por la rabia saturada de decenios de postración. Primero fue un grito que cuando estallaba en las calles se rompía en miles de bocas que pedían autonomía y libertad. Y aquel grito de todos tronaba como un eco eterno, que no pensaba extinguirse más, porque decían que Andalucía, por fin, iba a salir del subdesarrollo, del olvido, del tópico. Que los andaluces, al fin, iban a escapar de la gracia y el salero, del espíritu burlón y del alma quieta, que se pondrían en pie para exigir lo que la historia les había arrebatado: la igualdad de trato con respecto a otras regiones de España. Aquella bandera de reivindicaciones, aquella promesa de igualdad, fue la que movilizó a la sociedad andaluza; la que convenció a los andaluces de que lucharan por su autonomía. La bandera era el anuncio de un agravio reparado, satisfecho. La bandera que nos convenció de la autonomía era, por encima de todo, la reparación de una ‘deuda histórica’.

Quien no contemple ahora, treinta años después, el final de la ‘deuda histórica’ desde esa perspectiva, quizá no entienda nada; quien no repare en lo esencial, en el sueño del que nació la deuda histórica, no podrá descifrar el simbolismo que encierra este epílogo triste y miserable de solares a cambio del sueño de una reparación histórica. Gracias al simbolismo, a lo etéreo, nació la autonomía andaluza. El engaño, el oportunismo, la falsedad y el olvido, que es cuanto hemos vivido durante todos estos años cada vez que se hablaba de deuda histórica, equivale a la mayor estafa que se pueda cometer ante un pueblo.

Y no porque, treinta años después, tenga sentido ponerse a evaluar ahora cuál es el déficit hospitalario o educativo de Andalucía con respecto a la media española, y exigir una cuantificación acorde con esa diferencia. No, si en Andalucía existen hoy menos camas que en Cataluña o en el País Vasco, si existen menos carreteras, menos centros de investigación, si tenemos escuelas en ruinas o teatros que languidecen ya no es por culpa de decenios de postración en beneficio de otras regiones de España. Si todo eso ocurre la causa principal ya no es la historia sino el presente; la culpa del atraso andaluz ya no es de la postración histórica sino del despilfarro actual. Cientos de miles de millones de euros que han servido para crear una enorme burocracia política, un régimen político soberbio y apalancado, una inmensa maquinaria propagandística que sólo trabaja para la conquista del poder, para la victoria en las elecciones.

La ofensa no se produce porque alguien diga que la ‘deuda histórica’ ya no tiene sentido. Porque eso es verdad, treinta años después, treinta presupuestos autonómicos después, ya no tiene sentido. No, la ofensa no se produce por decir que la deuda histórica es un concepto caduco, la ofensa se produce cuando, como estos días, como hace poco en el Parlamento andaluz, alguien afirma que el PSOE ha cumplido con la ambición de entonces, de cuando las banderas dibujaban en el aire sueños de igualdad. Solares, terrenos baldíos, conquista de ortigas y jaramagos, cementerios de sueños en los que se pudren aquellas promesas que nos hicieron creer en la autonomía.

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21 diciembre 2009

Calentamiento global



En la cumbre sobre el calentamiento global, lo normal era que el personal acabara yéndose de putas. Que las discusiones sobre el calentamiento global pueden ser alambicadas, espesas y difusas, y frente a eso, lo que nadie pone en duda es que ha sido el calentamiento global de la entrepierna el que ha mantenido en vilo a la humanidad a la largo de toda su historia. El calentamiento del clima existirá o no existirá, será fruto de la evolución natural de tierra o estará provocado por la contaminación, acortará las estaciones del año o las ampliará, todo eso se puede debatir, pero el otro calentamiento, el calentón propiamente dicho, es evidente y constatable todos los días del año. Por eso, en la cumbre del clima de Copenhague el ayuntamiento ha lanzado una campaña, no contra los hábitos contaminantes de los congresistas, sino contra sus prácticas sexuales. “Sea sostenible. No compre sexo”, rezaban las postales distribuidas en los hoteles y en las salas de reuniones.

Lo que pretendían evitar es que, después de las jornadas de trabajo, los congresistas se fueran directos a los burdeles. “Cada vez que hay una cosa de estas en Copenhague, trabajamos como locas porque los políticos necesitan relajarse después de un largo día de reuniones”, afirmó Miss Dina, una de las portavoces del gremio de prostitutas de Dinamarca. Ella como todas las demás están muy cabreadas con el Ayuntamiento, no sólo porque les ha chafado el negocio, sino porque ha dado una imagen de ellas que no se corresponde con la realidad. En Dinamarca, la prostitución es legal y está regulada como un trabajo más, con lo que muchas mujeres que se dedican a eso libremente, sin coacciones. Y como Dinamarca es un país sensato, con una arraigada cultura democrática y una sociedad que se siente protagonista, las putas le han dicho al gobierno que su obligación es perseguir la explotación de la persona, hombre o mujer, ya sea en la prostitución o trabajando ilegalmente en un pesquero, y que se deje de paternalismos. Esta frase de Susanne Möller, del sindicato de prostitutas, merece un cuadro: “Preferimos tener derechos a que nos salven”.

Con esas convicciones democráticas y, sobre todo, con el convencimiento de que el calentamiento global del hombre no tiene límites, las prostitutas de Copenhague han desafiado al Ayuntamiento durante la cumbre con una oferta irrechazable: un polvo gratis a cada congresista que se acerque al burdel, sólo tenían que mostrar la credencial y una de las odiosas tarjetas represivas, paternalistas, que ha distribuido el Ayuntamiento. La contra campaña ha tenido tanta fuerza, tan contundente ha sido la respuesta de las prostitutas contra la moralina paternalista (Möller se rebeló contra el tópico de mujeres que venden su cuerpo, “yo no vendo mi cuerpo, simplemente vendo un servicio sexual”), que ya entre los propios concejales se detectan disidencias: “hubiera sido preferible conformarse con salvar el clima”.

Como era de esperar, al final la cumbre se cerró con miles de horas de reunión, un alboroto inmenso por el caos organizativo de la ONU y las estrategias de los antisistema, y un texto final que dice lo mismo que se viene incumpliendo desde hace decenas de años. El debate más interesante sobre el calentamiento global es el que ha tenido lugar en los burdeles. Quizá porque, como nos susurraba al oído Marilyn Monroe, “el sexo forma parte de la naturaleza. Y yo me llevo de maravilla con la naturaleza”

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17 diciembre 2009

Risas de sangre



La violencia no tiene ideología, pero sí la frivolización de la violencia. Ningún pensamiento está a salvo del virus del radicalismo; que no hay un extremo sino posiciones extremas, idénticas en sus planteamientos, en sus actuaciones y en sus consecuencias. El extremismo no contamina sólo a la izquierda o a la derecha, los extremos se reparten, se multiplican, y en ocasiones degeneran en movimientos violentos, pero sólo en la izquierda se celebra como una fiesta la agresión al otro.

Esa es la diferencia, que sólo las agresiones que tienen como víctimas a quienes identificamos con la derecha, o con la extrema derecha, provocan a continuación una algarada que celebra la agresión, que la vitorea, que la ridiculiza. El zapatazo a Bush, la boca partida de Berlusconi o la patada a Hermann Tertsch sólo tienen en común esta terrible coincidencia, que los agresores pasan a ser considerados héroes y sus acciones miserables sirven de carcajada en las sobremesas y en los comentarios. Aún sin provocarlas, las agresiones a quienes se definen de derechas y, más allá, a quienes otros etiquetan de derecha, se encuentran con el beneplácito inmediato de sus opuestos. Un zapatazo a Obama, la boca partida de Zapatero o una patada a Gabilondo jamás se transformarían en un movimiento de solidaridad internacional, como le ha ocurrido al agresor de Bush, nunca se comercializarían muñecos con la boca sangrante, como ocurre con Berlusconi, y nadie se mofaría de que la patada fue un tropezón, como ha ocurrido con Hermann. Ésa es la diferencia.

La cuestión es esencial porque, a fin de cuentas, cuando la agresión al otro acaba provocando una sonrisa, un guiño de complicidad inconsciente, «se lo estaba mereciendo», entonces la ideología se ha convertido en radicalidad. En una democracia contamos con la existencia de extremistas, una minoría inevitable que un Estado de Derecho sabe asumir y controlar; pero será imposible controlar la ola de odio que nace en una carcajada ante la sangre y el dolor del adversario. La peligrosidad que conlleva esa explosión de regocijo es, con diferencia, la angustia mayor, la preocupación mayor.

No hay democracia sin tolerancia, no hay entendimiento sin modestia intelectual. Sobre todo esto, podemos encontrar una línea de pensamiento persistente desde Sócrates hasta Popper, pasando por Stuart Mill: «La peculiaridad del mal que consiste en impedir la expresión de una opinión es que se comete un robo a la raza humana; a la posteridad tanto como a la generación actual; a aquellos que disienten de esa opinión como a aquellos que participan de ella». Un robo a la raza humana, sí, un robo a lo más preciado, aquello que nos distingue, la libertad.

En uno de sus ensayos sobre la II República española, tan cargada de odio, Plácido Fernández-Viagas explica que, de las muchas consecuencias que la Revolución Francesa dejó grabadas en el alma europea, una de las esenciales fue «el antídoto» contra la violencia. «El miedo a la violencia y al vacío revolucionario reforzó una idea esencial para el pensamiento liberal: la de la tolerancia. No sería posible construir una sociedad sin la participación del otro, del enemigo incluso. La verdad y el error serían siempre relativos».

Un abismo de grosería me separa de Berlusconi, Bush fue el mejor ejemplo de lo que no se debe hacer y con Hermann, al que tengo por compañero, siempre me separará su radicalidad en los planteamientos. Y es por eso, precisamente, por la diferencia, por lo que hoy merece la pena luchar por la libertad.

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15 diciembre 2009

Zapatero bifronte


El Gobierno de la nación se despliega a diario ante nosotros con dos políticas transversales que recorren todos los ministerios, la política de tensión interior y la política del perdón exterior. Son fuerzas rivales, conceptos antagónicos que se repelen como los polos contrarios de dos imanes pero que, a lo que se ve, ayudan al Gobierno a crear un campo magnético propicio para sus estrategias electorales. El presidente Zapatero, que es ideólogo de este dualismo, el impulsor de esta nueva política, podría representarse como un dios menor, Jano bifronte de la nueva izquierda, con dos caras que miran en sentido opuesto. Y que las sedes del PSOE se construyan siguiendo el modelo de aquellos templos del Foro en honor de Jano, con puertas en el este y en el oeste, en la izquierda y en la derecha, frente al amanecer y frente al crepúsculo.

Zapatero bifronte, sí, con dos políticas contrarias que buscan la tensión interior mientras que la alejan siempre del exterior. Hacia adentro, el Gobierno atiza el fuego y se encarga de mantener a la ciudadanía española en alerta, enfrentando a sectores, con debates dispares, ya sean morales ya sean económicos, que resucitan la lucha de clases y desdibujan la uniformidad de la clase media. Es un gran hallazgo, no crean: la respuesta a la crisis ideológica de la izquierda es la recreación de una sociedad de clases, y si eso ya no es posible por el imperio de la clase media, se introducen debates en la sociedad que vuelven a generar ese efecto de clases dispares, la progresista y la conservadora. Como es una política transversal, la tensión interior es un mandato que afecta a todos los ministerios, a unos les tocará la Ley del Aborto o los crucifijos, a otros los recortes en Internet y a los de más allá la subida de impuestos. El caso es generar continuos debates que llegan a la crispación, agitar las conciencias, tocarle las entrañas al personal con todo aquello que logre soliviantarlo. Lo que nunca hará el presidente es concederle a ninguno de esos colectivos afectados por sus medidas la consideración, la flexibilidad, que despliega en sus problemas del exterior.

Para el exterior, la política siempre será la de evitar cualquier tensión, incluso a costa de la renuncia de los principios, de las creencias o de los derechos propios y de cualquier razón, ya sea histórica, cultural o sociológica. Aquí, el Zapatero bifronte mira al exterior con la cara de la renuncia. Miren, por ejemplo, los dos últimos incidentes: Detienen en Gibraltar a guardias civiles españoles y, antes siquiera de conocer lo ocurrido, el Gobierno español pide disculpas a la Roca, ese paraíso de opacidad. Marruecos maltrata a una mujer por pedir la descolonización del Sahara, la envía a Canarias y engaña al Gobierno español antes, durante y después del incidente. El Gobierno guarda silencio, presiona a la activista para que deje de dar problemas y encomienda toda la estrategia diplomática a que el rey alauita le conceda, nos conceda, el perdón.

¿Se aprecia la diferencia entre Zapatero dentro y fuera de España? Si necesitan alguna prueba más, analicen, por ejemplo, la diferencia que existe entre la Alianza de Civilizaciones y la Ley de Memoria Histórica.

– No, no, si lo del Zapatero bifronte se entiende perfectamente. Yo lo que digo es que a ver cuándo coño le dan la vuelta a la estatua y el presidente de España mira a los españoles por lo menos como a los gibraltareños o los marroquíes…


Imagen: elrincondelvirrey.blogspot.com/

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08 diciembre 2009

Lombrices



Teníamos un problema y ahora ya son dos. Arrastrábamos la lacra cruel de la violencia machista contra las mujeres y ahora, además de ese problema criminal, que no se ha resuelto, que sigue creciendo, nos enfrentamos a un desquiciado problema legal por la venganza cruel de algunas mujeres gracias a los excesos de esa ley. Si la lógica democrática ordena que midamos las leyes por su eficacia, por su incidencia frente al problema que intentan resolver, la Ley de Violencia de Género, al cabo de un lustro, sólo tiene esas dos consecuencias constatables: no han disminuido los episodios de violencia contra las mujeres y, de forma paralela, han proliferado los casos de denuncias falsas contra hombres inocentes.

Teníamos un problema y ahora ya son dos, el de quienes ignoran la ley en sus fechorías y el de las que utilizan la ley para sus fechorías. Los primeros siguen considerando a la mujer como una propiedad, un ser menor con derechos limitados y el deber de obediencia al macho. Y como salvajes que son, un día pasan de las voces a las coces, de la humillación a la paliza. Sin atender a ninguna ley, a ninguna condena, porque la violencia más antigua que conoce la humanidad es la de la dominación, en la que siempre prevalece el más fuerte. Esa violencia, que es el germen de la violencia machista, no ha desaparecido ni desaparecerá sólo con una ley, acaso porque tiene que ver con la educación de una sociedad, con el progreso, y, más allá, que quizá sea lo peor, tiene que ver con el inescrutable mundo del amor, de las relaciones entre hombres y mujeres.

Los segundos abusos, los creados por esta ley, también tienen que ver con la venganza. Y la crónica de los días se llena de historias repetidas de mujeres que, para vengarse de sus maridos, inventan una acusación de maltrato, a ellas o a sus hijos, con tal de despeñarlos por un calvario de cárceles, de reprobación social y de rechazo familiar. Basta la denuncia para garantizar la venganza porque, cuando se elimina la presunción de inocencia, sobra la investigación policial y se impone, desde el primer momento, la condena.

Hace dos meses, una sentencia en Sevilla condenaba a pagar las costas de un juicio a una mujer que había puesto nueve denuncias falsas contra su ex pareja. «Maquinación diabólica», decía el juez. ¿De qué otra forma se puede calificar esta otra denuncia falsa, también en Sevilla, de la mujer que, para vengarse de su ex marido, lo acusó de violar a su hija pequeña? Y sólo eran lombrices, la niña se rascaba porque tenía lombrices y la mujer aprovechó aquello para acusarlo de violación.

No existen estadísticas serias, rigurosas, sobre el número de denuncias falsas que se plantean en los juzgados de Violencia de Género. Todas las conocidas hasta ahora son interesadas, sesgadas o parciales. Incluyendo la última del Consejo General del Poder Judicial que analizó 530 resoluciones judiciales por violencia de género y llegó a la determinación de que sólo una de esas denuncias resultó ser falsa, lo que le llevaba a la conclusión forzada de que «se rompe el mito de las supuestas denuncias falsas». ¿Y qué ocurre con las cientos de denuncias que se presentan y no llegan a ninguna parte? De todas formas, ya digo, las estadísticas que existen son interesadas y sólo conducen a un debate de posiciones encontradas. La única certeza es quizá la más elemental: teníamos un problema y ahora tenemos dos. Y sólo por eso hay que revisar la Ley.

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07 diciembre 2009

Ojalá



La han comparado con Gandhi, con La Pasionaria y con Rosa Parks, la mujer negra que hace cuarenta y cinco años se negó a cederle a un blanco su asiento del autobús, en Alabama. La han comparado con todos aquellos que en su vida, una vez, al menos una vez, se sientan en el suelo o se quedan inmóviles mirando fijamente a los ojos de un policía. Y a partir de ese instante, de ese gesto, todo alrededor comienza a resquebrajarse, como un terremoto que asola el entorno, y sólo permanece intacta la figura firme de un hombre o una mujer que representa la dignidad humana. Esa figura es hoy la de Aminatu Haidar, con sus gafitas y su cara menuda, sentada en una colchoneta del aeropuerto de Lanzarote.

Lo que el Gobierno español no ha entendido nunca del incidente de esa mujer es que la dignidad no se negocia, no se colma más que con la restitución del hecho que la motiva y que, en ocasiones, puede acabar resultando insignificante. Lo que quiere esa mujer es volver a Marruecos, nada más; que le devuelvan el pasaporte que el régimen marroquí le ha retirado sin motivo, para llegar a su casa y abrazar a sus hijos. Sólo eso, ni una nacionalidad exprés en España, ni el estatuto de refugiada política ni una casa en Marbella, como ha llegado a ofrecerle el Gobierno español. Es la dignidad lo que no entiende el Gobierno español y lo que, después de tres semanas de huelga de hambre, ha convertido el incidente de Aminatu en un acontecimiento internacional. “Lo que hace el Gobierno español es presionarme a mí, en vez de presionar a Marruecos”, dice Aminatu. Es así porque lo que Zapatero y Moratinos han intentado desde el principio es poder resolver el incidente sin perturbar en nada a Marruecos; una estrategia, digamos, propia de la factoría de la ‘alianza de civilizaciones’. Pero ya sabíamos que el relativismo no resuelve problemas, que sólo podía conducirnos, como ha ocurrido, a la burla de Marruecos y a la ofensa de la víctima.

Es la reacción miserable de quien piensa que la dignidad se puede comprar, lo que ha agigantado la protesta de Aminatu. Como lo ocurrido hace unos días en Huelva cuando, tras un pleno de la Diputación al que acudió un grupo de activistas prosaharauis, la presidenta, Petronila Guerrero, los abordó furiosa en un pasillo para recordarles que gracias al PSOE reciben cada año una subvención de cinco mil euros. Esa mentalidad, o sea, lo dice todo de la degeneración política de este personal.

La han comparado con Gandhi, con La Pasionaria y con Rosa Parks. De todas las comparaciones, Aminatu guarda un curioso paralelismo con esta última. Las dos son mujeres sencillas convertidas en héroes inesperados. De esos personajes que, sin pretenderlo, se convierten en protagonistas. Parece que es la historia la que los señala a ellos, cuando pasaban por allí, para significar una proeza o un sufrimiento. Aminatu Haidar tiene 42 años, los mismos que Rosa Parks cuando se negó a bajar del autobús. También las dos fueron multadas por la Policía por desórdenes públicos. Ojalá -que es la mejor palabra que se puede invocar en estos momentos- que tu protesta, Aminatu, desencadene la tormenta. Que sea éste el punto de inflexión para resolver 34 años de opresión del pueblo saharaui. Ojalá, Aminatu, que tu huelga encienda la mecha de la solidaridad. Pero no muerta, Aminatu, sino viva. Y en un Sahara libre.

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