El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

24 septiembre 2009

Secuencia



En realidad, la crónica podría haberse detenido en la cuarta o en la quinta línea. Justo después de la secuencia de los acontecimientos, narrada allí de forma telegráfica, como anotaciones en un diario. «Sábado, 19. Una patera naufraga junto al islote de Perejil con sesenta personas a bordo. Sólo once sobreviven. Domingo, 20. Los supervivientes son dados de alta del hospital de Marruecos en el que fueron ingresados. Lunes, 21. La policía de Marruecos traslada a los supervivientes a la frontera con Argelia y los abandona allí». Tendría que haberse detenido ahí la crónica porque, en realidad, no hay más; porque no hacen falta más palabras para narrar este absurdo cruel, esta inhumanidad, esta salvajada con la que convivimos. No hacen falta más palabras porque todas aquellas que vinieran a continuación tendrían que hablar de sufrimiento, de sentimiento, de llanto, de desesperación, de amargura y todo eso, ya sé, son conceptos que, generalmente, no van asociados a las crónicas del naufragio de una patera.

No, las crónicas del naufragio de una patera nunca desciende al drama, quizá porque la impotencia se vuelve silencio, es verdad, pero deténgase sólo un instante para pensar que entre esos once supervivientes quizá haya alguna madre que vio morir a su bebé, un joven que vio ahogarse a sus hermanos, un adolescente que contempló cómo las olas se tragaba a los amigos con los que, hace meses, o años, emprendió un viaje desde el centro de África hasta el primer mundo. En Europa, o en cualquier país desarrollado, los supervivientes de un naufragio serían tratados como héroes inesperados, y una larga estela de entrevistas les acompañaría por la calle, una ráfaga de flashes de fotógrafos bajaría con ellos el ascensor del hotel y una muchedumbre curiosa los rodearía de expectación en la cafetería. Los otros, los supervivientes subsaharianos, de los que no conoceremos jamás sus nombres ni sus caras, están de nuevo en una franja de tierra, frontera entre dos países, tierra de nadie.

Y no culpo a Marruecos del abandono. Marruecos, con su falsa democracia, impostada por una realeza medieval, también es, de alguna forma, una tierra de nadie en la inmigración, tierra pobre de paso para los inmigrantes subsaharianos. Si Europa, que es el destino de la inmigración ilegal, no invierte sus fondos millonarios ni siquiera en centros de acogida, qué se puede esperar de Marruecos sino que devuelva a los inmigrantes al desierto del que provienen. Si en Europa se considera que la inmigración ilegal subsahariana no es su problema, por qué vamos a exigirle a Marruecos que atienda a los inmigrantes cuando, en realidad, sólo es tierra de paso. Si en Europa, como en España, las leyes de inmigración se modifican para endurecerlas, si hasta la dócil Fiscalía del Estado alerta de las condiciones míseras de los centros de internamiento de Málaga o Algeciras, qué se le va a exigir a Marruecos. Qué se le va a reprochar a Marruecos, por su hipocresía, por su inhumanidad, si el Gobierno español y la Junta andaluza acogía hace unos años estos naufragios como munición contra el PP y a los gobernantes de entonces los hacía «políticamente responsables» de las muertes. Y ahora…

No, no hacen falta más palabras. Basta contemplar esa secuencia de la crónica, las anotaciones en el diario. Por desgracia, no hay más.





Foto: Francisco Ledesma

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Estepona



Estepona es la capital política de España. No hay otra ciudad en la que se reflejen mejor los males profundos de la política española, los vicios que la consumen, la podredumbre que la carcome, el cainismo que la destruye. El absurdo de estos días, el esperpento cínico de los concejales del Partido Popular camuflando de planes de austeridad la estrategia de estrangulamiento del gobierno local, es el final, el acabose, pero si Estepona es hoy el símbolo de los peores vicios de la política española, no es sólo por estos estertores, sino por lo sucedido allí en los últimos cuatro años. Un despropósito del que pocos se libran.

Primero, quien gobierna de forma hegemónica en Andalucía, quienes dirigen aquí el Partido Socialista y han convertido el poder en su única ideología. Sólo si se considera que el PSOE andaluz está gobernado por la falta de escrúpulos se entenderá que hace cuatro años, cuando unos militantes de este partido en Estepona se dirigieron a la sede regional para denunciar la corrupción del alcalde Barrientos, la decisión fue silenciarlo, ignorarlo y volver a presentarlo en las elecciones municipales. La corrupción es responsabilidad exclusiva de quien la comete, y aun en el caso Astapa serán los tribunales quienes decidan si Barrientos y su pandilla cometieron algún delito. Pero la política se guía por parámetros distintos, exigencias éticas más elevadas que no se miden por el Código Penal, y la permisividad y la negligencia de las ejecutivas regional y provincial del PSOE en la corrupción de Estepona exigían la única respuesta democrática, disculpas públicas y dimisiones. Ni lo uno ni, por supuesto, lo otro.

Por esa razón, por la quiebra de ese principio elemental de transparencia y limpieza democrática, el ingreso en prisión de Barrientos, su salida del Ayuntamiento, no podía presuponer jamás la normalización del municipio: nada estable puede construirse sobre la ocultación, la complicidad y el engaño. Y es lo que ha ocurrido. Por muy buenas que fueran las intenciones del nuevo alcalde, David Valadez, el Partido Socialista no podía seguir gobernando Estepona como si nada hubiera ocurrido; no, la corrupción de Estepona implica penalmente sólo a los imputados, pero políticamente todo el PSOE es responsable por lo apuntado antes. Por muy buenas que pudieran ser las intenciones del nuevo alcalde, es una marioneta en manos de quienes antes apoyaron a Barrientos en el PSOE y ahora lo usan como parapeto de sus culpas.

Sostiene el Partido Popular, desde el principio, que la única salida razonable es la disolución del Ayuntamiento de Estepona, como ocurrió en Marbella, y la creación de una gestora municipal hasta las próximas elecciones municipales. Es así, es verdad, es, quizá, la única salida. Pero ante la negativa del Gobierno, la respuesta no puede ser lo de estos días, este frenesí de barbaridades plenarias, esta detestable conjunción de intereses entre concejales del Partido Popular, con imputados y expulsados de todas los procedencias, para asfixiar al alcalde suprimiendo hasta la tasa de basura, que debe ser el único impuesto asimilado por los ciudadanos. Qué imagen, qué triste espectáculo. Sí, no debe haber hoy otra ciudad en España en la que se reflejen mejor los despropósitos de la política. La corrupción, la mentira, la ambición desbordada, el cainismo… Estepona.

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22 septiembre 2009

La pereza



Pocos pueblos han tenido tan mala suerte con los tópicos como el pueblo andaluz y muy pocos pueblos han trabajado tan esforzadamente como el pueblo andaluz para perpetuar esos tópicos por los que se desangra. ¿Cuántos ofician de graciosos aquí? ¿Cuántos se divierten haciendo reír a los de fuera con una pose forzada de cateto? La sociedad andaluza, desde luego, evoluciona, cambia, y nada tienen que ver los andaluces de hoy con los que retrataban los escritores románticos hace cien años o con los que fustigaba Ortega, hace cincuenta años. Salvo algo que permanece igual, el espécimen del andaluz del tópico que atraviesa generaciones. Si no lo han visto aún, les recomiendo que busquen en Internet los vídeos de dos actores sevillanos, Mundo Ficción, porque ahí encontrarán la demostración divertida, caricaturesca, de esa imperturbabilidad. Los sevillanos, como los gaditanos o los malagueños, como los andaluces en general, están encantados de que se les identifique con el tópico.

Evoluciona la sociedad, se extingue el analfabetismo y los fondos europeos entierran la Andalucía del señorito del cortijo; aparecen modelos emergentes que provienen del progreso y también de la marginación, pero entre ellos siempre se mantendrá invariable un gracioso profesional, retratos precisos de sus padres y de sus abuelos. ‘Niño, dale una pataíta al olivo’.

No se agotan ahí los tópicos, en cualquier caso, que los andaluces fomentan a diario. Junto a los anteriores, los andaluces parecen empeñados en recrear todos los días la imagen de su pereza. ¿Por qué Cádiz es la provincia con mayor índice de absentismo laboral? La secuencia es la de siempre, España es el país de Europa con más absentismo laboral; Andalucía es la región de España con más absentismo laboral; y Cádiz es la provincia con mayor absentismo de Andalucía, de España y de Europa. Y siendo esto así, ¿por qué nos hace gracia que se pasee por las teles un tipo gordo, embutido en una camiseta del Cádiz, que presume de no darle un palo al agua? La respuesta, política, sindical y social, tendría que ser la contraria, de rechazo al zángano carnavalero, al obrero que abusa de sus compañeros con bajas injustificadas. Pero no. Será porque, al final, se considera que lo normal, eso que llaman picaresca, es engañar a la empresa.

Como estas dos noticias de ayer. En Granada, decidió abrir un negocio, un bar, y contratar a una persona. Pues bien, de las 82 personas que se interesaron por el puesto de trabajo, 78 de ellas rechazaron la oferta porque preferían seguir cobrando las ayudas al desempleo a tener que darse de alta en la seguridad social. La situación produce frases surrealistas: «No trabajo porque entonces pierdo el paro». Reflexionen sobre esa contradicción. Pero no ocurre sólo en Granada. En Huelva, hace meses que se ofrecieron 2.582 puestos a los 13.500 desempleados que hay en la provincia. ¿La crisis más grave de los últimos tiempos? ¿Las cifras de paro más altas de Europa? Pues bien, sólo mil quinientas personas se han ofrecido para trabajar; el resto, doce mil, personas, sigue la lógica de Granada, «si trabajo, pierdo el paro».

Después de visitar Andalucía a principios del siglo XX, W. Somerset Maugham escribió que la opinión pública universal etiqueta a los pueblos con un epíteto, como un veredicto lapidario. El francés voluble, el alemán tozudo, el orgullo español o el flemático inglés. «Los habitantes de Andalucía son tan felices de este modo que desconocen el aburrimiento, satisfechos de poder quedarse al sol durante horas y horas sin conversar, pensar ni leer. Jamás de cansan de holgazanear».

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21 septiembre 2009

La sociedad pop



Que dice el nuevo baranda de la Junta, y por ende el nuevo referente de los socialistas andaluces, José Antonio Griñán, que al socialismo español lo que le hace falta es un «rearme ideológico». Lo ha dicho en el comité federal, el foro de debate donde se oyen más aplausos que voces, eso dicen ellos. Quizá por eso Griñán, como el resto de barones regionales, ha utilizado esa expresión, el ‘rearme’, porque antes que crítica, el rearme sugiere reafirmación, defensa numantina, introspección, autoafirmación. Un rearme ideológico es como un auto de fe actualizado, que para algo los partidos políticos imitan continuamente las técnicas de poder de la Iglesia y se aplican igual frente a los disidentes o herejes. El caso es que aquella reunión de la cúpula del PSOE buscaba justamente eso, «el rearme ideológico» y, sobre todo, «que nadie de fuera» les escriba el guión porque «no aceptan lecciones». Queda clara, pues, la predisposición endogámica.

Casi al tiempo que Griñán, otro destacado socialista, Jordi Sevilla, que es uno de los últimos elementos expelidos por la fuerza centrífuga del zapaterismo, ha defendido en una conferencia la necesidad de refundar la socialdemocracia, en línea con las opiniones que se oyen en Europa cada vez que unas elecciones demuestran la grave crisis de la izquierda y la dificultad de sus dirigentes para ofrecer políticas distintas a la crisis económica actual. (Tiene gracia, por cierto, que el debate ahora pueda ser la refundación de la socialdemocracia. Qué giro tan interesante: la crisis económica se inició con exigencias de refundación del capitalismo y va a terminar llamando a la refundación del socialismo). A lo que iba: en Francia, el filósofo Marcel Gauchet sostiene que «la crisis del Partido Socialista proviene de una ausencia de perspectivas intelectuales». No se ve a Gauchet, por tanto, partidario de cataplasmas hueras, del tipo de la sostenibilidad y la pegatina, sino de algo más profundo, como una vuelta a repensar la izquierda. Que es lo contrario, en fin, del rearme que se pide en España.

Pero, por qué se da esa diferencia; por qué en España se busca la reafirmación de lo conocido mientras que fuera de aquí se pide rehacer la ideología. Es la duda que se suscita por algo ya apuntado otras veces, la excepcionalidad de la política española y, en especial, de la andaluza que, con un desempleo que en breve será del veinte y del treinta por ciento, discurre plácidamente por las recetas socialdemócratas que se rechazan en Europa, con una media de paro del diez por ciento.

En España, y en especial en Andalucía, la balanza política inclina la hegemonía hacia el lado más amable, más cómodo, sin complicaciones; triunfa una política sencilla, elemental, pegadiza, muy asimilable por el gran público. ‘La política es un estado de ánimo’, que podría ser la máxima del actual PSOE. Lo cual, que tiene mucha razón Claudio Magris cuando retrata de forma magistral el talante del socialismo español al decir que Zapatero «es un político ‘pop’ que vive más pendiente de ofrecer una imagen agradable que de responder a un ideario». Añade Magris que «un país no puede gobernarse ininterrumpidamente con mensajes ‘pop’ de consumo fácil, sin puntos de vista sólidos» y eso nos lleva a una inquietud mayor: ¿Qué ocurre en un país si lo que impera no es un dirigente ni un partido, sino una ‘sociedad pop?

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