El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

29 junio 2007

Teófila


Se va Teófila Martínez, se va. Estos días se ha despedido del Parlamento de Andalucía después de haber logrado en ocho años lo mejor y lo peor, la expectativa y la derrota, la confianza y la incertidumbre. Se va Teófila Martínez de la política andaluza, su último debate. Se va envuelta en un paréntesis de ella misma, de su carácter, de las circunstancias en las que asumió el liderazgo, de lo que soportó sabiendo que nunca podría haber sido. Se va Teófila Martínez, se va, después de haber superado las facilidades y las trabas de su propio partido, los puentes de plata y las contradicciones internas que nunca ha superado, que acaso nunca quiso superar.

Cuando Teófila Martínez fue elegida presidenta del PP de Andalucía, y proclamada poco después candidata a la Junta de Andalucía, Javier Arenas, el líder más sólido que ha tenido nunca el centro derecha en Andalucía, acababa de cometer su mayor equivocación en la política andaluza: Desmanteló toda la estructura dirigente del PP de Andalucía para trasladarla al Ministerio de Trabajo. La apuesta era comprometida, porque en dos años (1994 y1996), Javier Arenas había conseguido que el PP casi doblara su número de diputados en el Parlamento andaluz. Por primera vez, los populares le pisaban los talones al hegemónico socialismo andaluz. Pero se fueron de la política andaluza los protagonistas de aquella remontada y en la puerta del PP de Andalucía se colocó el cartel de ‘cerrado por reforma’. El poder le pudo a la estrategia, y la oposición sin paciencia, sin tenacidad, se convierte en frustración. Luego se acomoda en la derrota. ¿Qué habría ocurrido si, entonces, en vez de desmantelar la estructura del PP andaluz, se hubiera consolidado en Andalucía el liderazgo de Manuel Pimentel, como sustituto de Arenas? O Amalia Gómez.

Sostienen con frecuencia los dirigentes del PSOE que su triunfo reiterado en Andalucía se lo deben en una gran parte a las torpezas de la oposición, a la incapacidad demostrada para consolidar una alternativa fuerte. Teófila Martínez se va del Parlamento andaluz con dos derrotas acumuladas y la certeza de que le prestaron el cetro y la silla, que nunca fueron suyos. Reina consorte, apadrinada de Rato, que asumió el encargo con la franqueza y el sacrificio de su último debate en el Parlamento de Andalucía, de la cama del hospital a la tribuna del Parlamento.

Se va Teófila Martínez, se va, envuelta en el paréntesis de ella misma, de mujer desconfiada, tozuda, trabajadora, sacrificada, distante y pasional. Desconfiada porque su reino estaba en Cádiz, distante porque sólo allí se transforma, tozuda porque siempre supo que su poder y su fuerza le venía de aquella Alcaldía de plata. Se va Teófila Martínez, se va, para que otra vez le canten en Carnaval, como aquella vez El Libi, «Teo, Teo, Teo, que hasta el nombre lo tienes feo». Y luego, otra mayoría absoluta.

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28 junio 2007

Kieto


El presidente Chaves planteó ayer en sus intervenciones del debate sobre el Estado de la Comunidad la gran pregunta de la política andaluza: «Si dicen que la democracia es alternancia, ¿por qué no se da esa posibilidad en Andalucía? ¿Por qué no existe una alternativa en Andalucía?». El presidente empleó la cita con distancia, «si dicen», porque él, según confesó, no cree que la alternancia sea un pilar esencial de la democracia, ni que la defina. Chaves prefiere algo más elemental: democracia es lo que decida el pueblo. Pero es verdad, de todas formas, que ésa es la gran cuestión de la autonomía.

Que sea, además, Chaves el que haga la pregunta le aporta un interés añadido al enigma, porque se ha convertido en el presidente más longevo de la región la persona a la que menos le ha interesado siempre la autonomía y la política andaluza. Un bucle más de incertidumbre, pues. Se convierte en virrey absoluto de Andalucía un tipo que ni luchó por la autonomía, ni controlaba el partido que le puso en la Junta, ni ha tenido jamás un proyecto de gobierno para esta comunidad, como acaso se apuntaba con Rafael Escuredo y, en menor medida, con Borbolla.

Chaves ha sido un fiel funcionario de su partido y, al ritmo cansino de sus discursos, lleva 17 años de presidente. Y ahora nos pregunta: «¿Por qué gano todas las elecciones?». Si la política fuera una ciencia exacta, la respuesta no tendría demasiada complicación, desde luego: Chaves no estaría de presidente ni el PSOE llevaría 25 años gobernando aquí. Y no porque Andalucía no haya progresado, que eso es evidente y hasta inevitable en una región destinatarias de ayudas preferentes de la Unión Europea; no hubiera gobernado de forma ininterrumpida porque ninguna de las mejoras que se han producido en los últimos 25 años son equiparables a las de otras regiones españolas o europeas que han contado con los mismos recursos, pero con distintos gobernantes.

Por mucho que se empeñe el presidente Chaves, la permanencia del PSOE en el Gobierno andaluz durante un cuarto de siglo no se explica por los proyectos desarrollados, por las autopistas construidas, por los puertos remodelados, por los ferrocarriles renovados, por los hospitales construidos, por los avances científicos de las universidades ni por la calidad de los colegios y juzgados. No. La única explicación es la enorme eficacia con la que el PSOE ha logrado dormir la política andaluza, acomodar a la sociedad y amordazar a los sectores críticos. Es verdad que la oposición nunca ha consolidado liderazgos ni proyectos sólidos en Andalucía, pero no debe ser ésta la razón del estancamiento cuando, como se decía antes, Chaves se ha convertido en el presidente más longevo a pesar de haber llegado con el cartel de ‘candidato a palos’.

La quietud de la autonomía es la clave de todo. Ya lo dijo Chaves en la sesión plenaria del Parlamento andaluz en una de sus reveladoras y divertidas equivocaciones. Dijo que él es un firme partidario del «Protocolo de Kieto».

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27 junio 2007

Ojalá


Hay que leerlo varias veces, porque uno piensa que está equivocado. Que no puede ser. Uno de los artículos de opinión de la progresía, después de la muerte de seis militares españoles en el Líbano: «Ojalá hubiera sido una mina israelí». Nunca se puede llegar a imaginar que el odio ciegue tanto, que el sectarismo vomite estas bilis.

«Ojalá hubiera sido una mina israelí». Claro, que así no hay quiebras en el discurso antiamericano. Por eso ‘ojalá’, porque el problema es digerir y reconvertir que haya sido Al Qaeda y que los muertos sean soldados del país de la Alianza de las Civilizaciones; el problema es que Fatah al Islam pueda relacionar el coche bomba con el juicio del 11-M o con la recuperación de Al Andalus; el problema es que hayan muerto los soldados españoles en una de las ciudades desde las que Hizbolá lanzaba cohetes Katyusha a Israel y que, ahora, nos hayan colocado en el mismo papel, frente al mismo agresor.

«Ojalá hubiera sido Israel». Y, como no ha sido, surge el argumento retorcido del secretario de organización del PSOE. Todo lo que ocurre en Oriente Medio es fruto de la ocupación de Irak, de la Guerra de Irak. De Bush, Aznar y Blair, el trío de las Azores, que desestabilizaron la zona y por eso le colocan un coche bomba al ejército español. Como el 11-M. La explicación vuelve a su cauce.
Han muerto seis soldados españoles por una bomba de Al Qaeda y lo aconsejable, en esta selva podrida, es detenerse sólo en las palabras de los militares, de los familiares. He visto a una mujer que ha esperado el cadáver de su marido envuelta en la bandera de España en la explanada del aeropuerto; he visto a los padres que, llorando, se sienten orgullosos de sus hijos; he oído a los hermanos que recuerdan la última conversación, las palabras de consuelo, de tranquilidad. He oído a los paracaidistas, a los compañeros, orgullosos en su soledad. Y con miedo. Porque han aprendido que las misiones de paz sólo se despliegan en países que están en guerra. Que no hay paz si no se gana la guerra. Ellos no se engañan. «Corremos riesgos, es nuestro trabajo y hay que asumirlo. No llevamos margaritas, llevamos fusiles. Nos enfrentamos a terroristas».

Ojalá. Nunca un término ha expresado tanto. Porque ojalá viene del árabe wa sa allah (Que Alá lo quiera). Los andalusíes forjaron la palabra y la quiso prohibir después la Iglesia católica. Intento inútil, porque Al Andalus, el poso de aquella dominación, forma parte de la sociedad española, de la sociedad andaluza. Y esa es la única alianza de civilizaciones. No es ésta que invoca, inconsciente, a alá para poder mantener el discurso. «Ojalá fuera una mina de Israel». Pero no es así; es al revés, porque han colocado la bomba unos fanáticos que invocan a Alá.

«No deben morir ni por una mina israelí ni por cualquiera de los otros rencores enquistados. Pero ojalá hubiera sido una mina israelí. Un incidente aislado». Maruja Torres. De dónde les viene ese odio. A dónde nos conduce.

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26 junio 2007

Servido


Cuando unos policías se pasan una noche de lluvia apostados frente al domicilio de un delincuente, matando el sueño con café caliente en vasos de plásticos y la colilla del ducados pegada a los labios, no están de guardia ni de espera. Está haciendo la troncha. De largas noches de troncha, de la espesa niebla de tabaco en el interior de un coche cutre con dos policías dentro, han surgido las respuestas a muchos crímenes inexplicables, a sobornos insospechados y a robos que parecían perfectos. La troncha, o sea. Adoro esa jerga.

En la lucha antiterrorista, el seguimiento discreto de un coche utilizado por los delincuentes no es un caso de acecho o de búsqueda. Todo el mundo en la policía se da por enterado cuando se afirma que el coche viene «servido». Está marcado, chivateado por una baliza oculta en la carrocería. Gracias a vehículos servidos de ETA, se han podido desarticular algunos de los comandos más estables que ha tenido la banda terrorista en Andalucía. Por ejemplo, en marzo de 1998, cuando una autocaravana que venía ‘servida’ desde Francia, con la Guardia Civil pisándole los talones desde meses antes, llegó a una gasolinera de Alcalá de Guadaíra con 240 kilos de explosivos destinados al aparato logístico de ETA en Andalucía. Los vecinos del piso franco descubierto en Sevilla nunca lo hubieran sospechado; aquellos terroristas que comían torrijas en el bar y saludaban amablemente cada mañana, guardaban 440 kilos de explosivos, pistolas, subfusiles, un fusil con mira telescópica y siete ollas para coches bomba.

Lo incomprensible de todo este seguimiento minucioso es que un coche que es objeto de una investigación así acabe enredándose en las disputas policiales. La operación de la gasolinera, por ejemplo, concluyó con la detención de cinco terroristas en Sevilla, pero nunca se sabrá si ETA disponía entonces de más pisos francos en otras ciudades andaluzas. Nunca se sabrá porque un patrullero de Policía, que nada sabía de todo aquello, se fue directo a la gasolinera a detener a los terroristas franceses y abortó a medias la operación de la Guardia Civil.

¿Ha vuelto a ocurrir lo mismo con el coche de Ayamonte que ETA dejó abandonado con cien kilos de explosivos? ¿Por eso dice el SUP que la descoordinación entre la Policía y la Guardia Civil ha sido «un desastre sin paliativos»? Si el coche, como ha querido hacerse ver, venía ‘servido’ y fue abandonado al detectar los terroristas el control de la Guardia Civil, ¿por qué no ha habido detenciones?

A lo ocurrido en Ayamonte le faltan piezas, detalles de la jerga. Le falta el final. Esperemos que sea eso, sí. Porque si todo se explica por el azar y, otra vez, por la descoordinación de unos y otros, la aparición de un coche de ETA y una carga de explosivos que logra cruzar toda España en un momento de máxima alerta antiterrorista no parece una buena noticia. Que las buenas noticias no inquietan.

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25 junio 2007

Perros


Trate de pensar en el recorrido que hace cada día para llevar a sus hijos al colegio. En las prisas al subir al coche. «Hoy vamos muy justos». Mire por el espejo retrovisor, sus hijos bostezan aún, con un cerco de colacao en los labios rojos. Todos los días se cruza con una joven que lleva a su hija de la mano. Y todos los días ha suspirado al verla, esa belleza inconsciente del despertar.
Trate de imaginarse en un día cualquiera. «Son las ocho y media de la mañana», dice Herrera en la radio y usted ha bajado la ventanilla del coche para respirar estos primeros días del verano. En la sierra de Málaga, con el mar al fondo, huelen distinto. Hoy es un día normal.

Trate de imaginar que, dos calles antes de llegar al colegio, se da cuenta de que un coche quiere adelantarle de forma abrupta. Y usted, que se sobresalta, primero intenta bloquearlo y después lo deja. Trate de pensar en la escena porque, en ese instante, el coche de detrás se le cruza en el camino. Para todo el tráfico y enciende una sirena azul. «Policía, queda usted detenido». Sus hijos han comenzado primero a reírse y, casi al instante, la pequeña se ha puesto a llorar. «¿Detenido?, pero si faltan cinco minutos para que empiece el colegio, y mis hijos van a llegar tarde». En momentos de conmoción, de shock, siempre quisiéramos tener una respuesta lúcida, una reacción brillante, pero nos invade el absurdo.

Trate de imaginar que llega al colegio y no sabe qué decirle a sus hijos al despedirlos. ¿Adiós? ¿Os quiero mucho? ¿No os preocupéis, que no he hecho nada malo? ¿Decidle a mamá que esté tranquila? Al final, sólo los besa y aparca el coche, como le han dicho los policías. Y mira hacia atrás, mientras se aleja. Noqueado. En tan sólo unos minutos, llegará a una comisaría, le quitarán la cartera, el reloj, el dinero. El cinturón, para que no se ahorque. «Elija una colchoneta». Y lo dejan en la celda de un calabozo. Un zócalo sucio de color marrón y un suelo gris que baldean cada mañana con un chorro de agua. Como una cochinera.

Trate de imaginar la noche, ocho tipos en un calabozo. Nadie pega ojo, porque no puede, porque es imposible. Llega un yonqui colgado, y dos putas tristes. Y unos jóvenes rapados, ladrones y violentos. Y tú allí, que al fin te has decidido a sentarse en el váter con la puerta abierta, delante de todos. Así, cincuenta horas. Después lo llevan ante el juez. A declarar cinco minutos. Por una casa que se construyó con una licencia para un cobertizo de aperos de labranza. Ilegal, sí, como miles en Andalucía. Cuando sale en libertad sólo piensa en su mal aspecto, en lo mal que huele. «Huelo a perro». Y que lo verán así su mujer y sus hijos.
Si todo esto ha ocurrido en Alhaurín el Grande, si es verdad que ha sido así, como cuentan los detenidos, sólo trate de pensarlo. Yo lo he hecho y no sé qué decir. Nada que no sea elemental. Que siento miedo y que ninguna democracia trata a sus ciudadanos como a perros.

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22 junio 2007

Aniversario



Entre tanto discurso de champán, entre tantas invitaciones de diseño, yo les ofrezco un recorte de prensa con un patinazo memorable. Para la celebración de estos veinticinco años del Parlamento de Andalucía, un gazapo, que las erratas de la prensa acaban definiendo los tiempos, retratan las inquietudes y los miedos mejor que las letras doradas de las grandes palabras. Los duendes de la imprenta llegan a donde nadie se atreve, y lo mismo que la realidad siempre supera a la ficción, los gazapos desbordan siempre a la imaginación. Un gazapo involuntario para refrescar este fru-frú de copas y canapés, de nostalgias y corbatas de seda, de solemnidades y de imposturas.
Quien mejor explotó en España la importancia histórica de los gazapos fue el gran Luis Carandell, convencido de que aquellas perlas ayudaban a comprender mucho mejor la España franquista. Celtiberia Show. Un poner, esta crónica política: «El Gobierno civil, en definitiva, con la decisión adoptada, ha estimado cumplir con su deber de velar por la seguridad pública. Suave, media estocada y dos descabellos. Silencio». El cruce fatal de dos planchas en la rotativa, de dos textos, produjo esta maravilla.
El gazapo de regalo al Parlamento también fue producto de un encuentro fatal, una conjunción inesperada. Se estrenaba un curso político, quizá el de la quinta legislatura. En la hora de cierre de la redacción, sólo faltaba la foto de portada de la sección de Andalucía. El cruce fatal se produjo porque, en una confusión, la sección correspondiente equivocó la fotografía. En vez de una foto del salón de plenos actual, colocó otra del «antiguo salón de plenos del Parlamento de Andalucía», la Iglesia de san Hermenegildo, dedicada a exposiciones temporales. Y aquel día, la exposición inaugurada era de orinales históricos. Colocadas en hileras, una tras otra, decenas de escupideras ocupaban el hemiciclo de la antigua iglesia. Y sobre la foto, el texto: «Hoy comienza el nuevo curso político; en la imagen, un ujier del Parlamento ultima los preparativos de los escaños de sus señorías». Y se veía a un señor pasando el plumero a las escupideras de la exposición.

Lo peor de todo es que nadie en el Parlamento se creía que no se trataba más que de un gazapo, y, a pesar de las disculpas y las explicaciones, a punto estuvo aquella errata de provocar una nota de protesta de la Mesa del Parlamento y otra más –esto es lo increíble– de los trabajadores de la Cámara.

Pero fue un error, sólo un error, inexplicable y mágico como aquellos de Carandell. Y para el Parlamento andaluz, que ha quemado todas las etapas en sólo 25 años, la épica, la brillantez, el vértigo de la oposición y el rodillo; para este Parlamento vacío y marmóreo; para ese mamotreto aburrido, para ese cumpleaños, un gazapo de regalo.

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21 junio 2007

Delirios


Fue Antonio Muñoz Molina quien, hace un par de meses, concluyó que la dificultad para explicar la política española en el extranjero radica en que está completamente contaminada de delirios. Enfrentamientos continuos entre los dirigentes políticos, desbordados, desmesurados y radicales, sin otro sustento en la realidad que la necesidad de deteriorar al rival. Aquí te pillo, aquí te zumbo, que el deterioro es más urgente que la verdad. «La actualidad no trata de las cosas que ocurren, sino de las palabras que dicen los políticos, de los cuales no se conoce apenas otra cosa que sus exabruptos verbales», razonaba Muñoz Molina en su perplejidad del granadino que mira a España desde Manhattan.
La deriva de la política española es tan preocupante que ni siquiera en ese cruce permanente de descalificaciones existe la más mínima originalidad intelectual, sino que todo se limita a la repetición mecánica del argumentario que, a diario, les traslada el partido. Todos con el mismo discurso, los mismos giros dialécticos, las mismas referencias. Abolido el trámite de pensar por sí mismos, lo que viene a continuación es la aceptación del sectarismo, de la verdad mutilada o de la mentira como moneda común del ejercicio de la política. De ahí ese delirio supremo al contemplar que la realidad camina por un sendero y el debate político va por otro; la razón va por un camino y el discurso político, por otro.

Detengámonos, por ejemplo, en esta última controversia surgida por los recursos planteados contra el Estatuto andaluz. Lo que importa no es lo que pueda haber de razón y de justicia en las protestas contra la exigencia de la Junta de Andalucía de asumir la competencia exclusiva del Guadalquivir, ignorando a las autonomías vecinas. Tampoco si es verdad que se rompe la solidaridad cuando dos autonomías incluyen en sus Estatutos las inversiones que deben llegarle del Estado, sin tener en cuenta las necesidades de las demás. ¿Quién habló de solidaridad?
Nada de eso importa porque lo único trascendente es a qué partido político pertenece el que plantea el recurso. Cuando fue su compañero Rodríguez Ibarra quien anunció que impugnaba el Estatuto andaluz, el presidente Chaves afirmó: «Está en su perfecto derecho si cree que el Estatuto le perjudica». Cuando ha sido Francisco Camps quien ha planteado el recurso, el discurso cambia: «Demuestra la falta de sensibilidad del PP con Andalucía, una tierra en la que no creen».
¿Y al revés, y Javier Arenas? Pues eso, Arenas, al revés. A Ibarra le reprochó que recurriera el Estatuto andaluz en vez de recurrir el de Cataluña, pero ahora no dice lo mismo de su compañero Camps, que tampoco ha recurrido el Estatuto catalán y sí el andaluz.
‘Delirios’ dice Muñoz Molina que es el virus que contamina la política española. Perplejidad y hastío es el sarpullido que provoca en el personal. A dónde se fue la razón.

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20 junio 2007

Recursos


La defensa de los estatutos de autonomía se reviste en todas partes con los pesados faldones de un discurso reaccionario y prepotente. Sin que nada tengan que ver entre ellos, podemos encontrar a Escuredo con el mismo argumento que Carod Rovira. O a Borbolla pisándole los talones al discurso de Antxo Quintana o Joan Saura, un poner. Todos se visten de agravios, trajes de colores autonómicos, y deducen de cada duda de inconstitucionalidad, de cada crítica, un ataque frontal a la soberanía de los gobiernos autonómicos. O una agresión al pueblo correspondiente, que también es una reacción habitual, aunque el pueblo al que se alude se haya pasado por el arco de la abstención esa polémica de cuatro.

Dicen ahora, ajenos a cualquier realidad, que el recurso de inconstitucionalidad planteado por la Generalitat de Valencia es una pérdida de tiempo, un sinsentido. Tienen claro que el Estatuto andaluz es constitucional porque lo han votado los diputados y los senadores, porque lo han respaldado los andaluces y porque, «si no es constitucional, como diría Gregorio Peces Barba, que venga Dios y lo vea». «Todo lo demás es debate estéril», sostienen Escuredo y Borbolla.

Lo curioso de los dos ex presidentes de la Junta es que exactamente lo mismo dijeron del Estatuto que aprobó el Parlamento de Andalucía y que ellos avalaron, como miembros distinguidos del Consejo Consultivo de Andalucía. Después, el Congreso modificó más de cien artículos del Estatuto andaluz porque pensaban que eran claramente inconstitucionales. En fin, que no parece, después de aquello, que la opinión jurídica de Escuredo y Borbolla, como la del resto de miembros del Consejo Consultivo andaluz, merezca mucho la pena. Igual que la del Consell Jurídic Consultiu de Valencia, o el de Cataluña, que se limitan a avalar lo que les pide el gobierno. Otro gasto inútil de la cosa autonómica.

Dicen ahora, aquí y allí, que no tiene sentido que el Tribunal Constitucional se pronuncie después de que los estatutos hayan sido aprobados en referéndum, pero ninguno de ellos, ningún Consejo Consultivo autonómico, ha recomendado jamás que, como ocurría en la Transición, se volviera a implantar en España el recurso previo de constitucionalidad, para evitar esta dinámica de hechos consumados. Por eso, ahora, sólo una sentencia del Constitucional podría devolver el debate autonómico al instante previo a esta marejada de reformas contradictorias. Sólo el Constitucional puede resolver el enredo de las inversiones autonómicas; esta división en la que a Cataluña y Andalucía le corresponde, según sus estatutos, casi el cuarenta por ciento de las inversiones a repartir entre todo el mundo. Esta mitad para dos, esta otra para quince.

Dicen que no hay que dejarse llevar por prejuicios jacobinos, que no hay que temerle miedo a las rupturas. Pero no es de filosofía jacobina el debate, que todo es mucho más elemental. Se trata sólo de enfrentarse a un engaño.

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19 junio 2007

Fraudes


El otro día, cuando la constitución de los ayuntamientos, algunos arañaban furiosos el aire de los pueblos rojos de la Sierra Sur de Sevilla. En la crónica del día, Manuel Becerro incluyó un detalle impresionante: Una multitud enardecida se citó en la plaza de El Coronil para arropar al alcalde traicionado, ante la mirada distante y severa de unas parejas de guardias civiles. Toma la palabra el dirigente jornalero y, en el recordatorio de su gestión, incluye un repaso de ingratitudes y deudas pendientes: «Algunos que han cobrado el desempleo sin echar las peonadas, que piensen qué habría pasado en su cuenta corriente sin nosotros».

Una de las advertencias más desoídas por la autonomía andaluza es la que se refiere a las consecuencias sociales del entramado de subvenciones y ayudas del campo andaluz. Ya se sabe que el mantenimiento de esta red de subsidios agrarios es una de las garantías más sólidas de supervivencia del poder político en esos núcleos rurales. Pero más grave que el caciquismo, por encima incluso de ese régimen clientelar en los pretendidos pueblos rojos de la Andalucía profunda, lo más preocupante de todo es el futuro que le depara a esas comarcas agrarias. Lo malo no es el fraude, ni siquiera el pesebre electoral; lo malo es pensar en el futuro de una sociedad que se ha acostumbrado a convivir con el fraude.

El presidente de CajaGranada, Antonio María Claret García, acaba de publicar un libro, en compañía de Jesús Lens, sobre los microcréditos, la revolucionaria idea de Muhammad Yunus que la entidad granadina ha secundado en España. Una feliz idea porque, como se reconoce en el libro, los microcréditos (pequeños préstamos a bajo interés que no precisan aval) no son la panacea para acabar con el hambre y las desigualdades en el mundo, pero sí ayudan a miles de personas a abrirse un horizonte de posibilidades donde antes sólo había frustración, y a crear un tejido empresarial, mínimo e imprescindible, para el desarrollo.

Lo interesante, además, de que CajaGranada haya acogido la idea es comprobar cómo funciona en una región pobre pero del mundo rico; en una región donde se considera pobre a una persona con renta y recursos infinitamente más altos que los pobres del otro lado del Estrecho. Cuenta el presidente de CajaGranada, en este sentido, que «la primera sorpresa» que se llevaron fue cuando acudieron a la zona norte de Granada, uno de los barrios más deprimidos de la capital, y les ofrecieron los microcréditos. «Cuando supieron que había que devolver el importe, nos dijeron que en esas condiciones no les interesaba. Que si no era una subvención, no había nada que hacer. Había mucha gente acostumbrada a que un caudal de dinero ‘gratis’ fluyera con generosidad. Dinero que, sin embargo, nunca ha servido para sacar al barrio y a sus habitantes de los últimos puestos en los niveles de renta de la ciudad».

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18 junio 2007

Izquierda


“La izquierda ha dejado de ser izquierda”, ha proclamado con solemnidad, José Saramago, hijo adoptivo de Andalucía e icono de la progresía española. Y añade: 'Antes nos gustaba decir que la derecha era estúpida, pero hoy día no conozco nada más estúpido que la izquierda'.

A partir de ahí, como estaba en España, Saramago se apresuró a aclarar que se refería a la izquierda italiana o portuguesa porque no se enfrentan abiertamente a “los comisarios políticos del poder económico” que son, a saber, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la Organización Mundial de Comercio, “organismos no democráticos que dirigen el mundo”.

Los discursos de Saramago siempre describen la misma parábola de frustración. Compone discursos con grandes verdades, con valentía y compromiso, pero le entra el vértigo de su reflexión y se ve obligado a un aterrizaje forzoso en su propia realidad, el aburguesamiento progre, en la nadería fetichista que suele criticar. Sobre valores inmortales como la igualdad o la solidaridad, construye una fachada de palabras usadas, de conceptos hueros, de apariencias y de hipocresía. Fíjense en el feminismo español, por ejemplo, tan condescendiente con la explotación de la mujer musulmana y tan presta a formar un cisco por el oso y el madroño de Madrid. Y se presenta como muestra de la usurpación machista, de la invisibilidad femenina en la historia. “Yo soy osa”, dicen las pegatinas que distribuyen. Objetivamente, esto es una estupidez.

O lo que hemos visto este fin de semana con los pactos municipales. Fíjense en el deterioro de la idea de izquierda que se contiene en el intento de justificarlo todo con un lenguaje cursi y rebuscado. El área de Obras Públicas, por ejemplo, pasa a convertirse en un departamento de izquierda sólo con cambiarla de nombre: ‘Equipamientos e Infraestructuras para la Sostenibilidad’.

En el mejor de los casos, podríamos pensar que todo esto es consecuencia de la desorientación ideológica, de la confusión de estos tiempos, como decía ayer Nicolás Redondo al hablar de los sindicatos, del equilibrio que tienen que hacer para seguir justificando su discurso en un mundo en el que ya no existe el movimiento obrero, ni la clase trabajadora. Podríamos pensar que ése es el problema si no fuera porque toda esa nomenclatura progre es un mero revestimiento de poder. Camuflaje rojo.

“Ya nadie pretende hacer la revolución, lo que se pretende es hacer las sociedades capitalistas menos injustas”, dice Nicolás Redondo. Parece evidente que, si ese es el campo de actuación, las diferencias entre la izquierda y la derecha se reducen a lo simbólico. Para esconder esta realidad, se construye toda la tramoya anterior. Y hay que comulgar con la estupidez si no quieres ser tachado de reaccionario y fascista. Estupidez o etiquetas. Usted elige.

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16 junio 2007

Ofendidos



La normalidad es la cualidad imprescindible del corrupto. La apariencia de naturalidad. Y junto a esa serenidad de hombre normal, que se deja la vida en el despacho, que paga la hipoteca con apuros y se angustia cuando llega el recibo de la luz, es fundamental que sepa irritarse cuando alguien insinúa lo más mínimo.
– De eso se trata, boludo. El que no está preparado para un escándalo no sirve. ¿Cual es la clave? Ofenderse. Cuanto más ofendido estás menos sospechoso pareces. Si la cosa se pone fea, difícil, acusa a los demás.
– Pero no es lo mío.
– ¿Qué parte?
– Poner la jeta, no me gusta... El riesgo de que algo salga mal. La cosa se pone difícil y yo me taro.
– Elegiste mal el laboro.
La clave es ofenderse, como en este diálogo de la peli (lindísima) de las ‘Nueve Reinas’ entre Ricardo Darín y Gastón Pauls, dos pillos. Ahora que se conocen las declaraciones ante el juez Torres de los imputados del ‘caso Malaya’, lo que más puede llegar a sorprender es la inmensa cara dura con la que se sentían ofendidos esos tipos cada vez que se les insinuaba que algo iba mal en Marbella.

Julián Muñoz, por ejemplo. Antes de la moción de censura le pregunté en una entrevista.. «Alcalde, hay mucha gente que se pregunta cómo es posible que usted, que es de profesión camarero, haya llegado a acumular tanto dinero». No recuerdo a nadie tan irritado: «Soy una persona que vive de su sueldo, un buen sueldo, pero no soy gastoso. O es que alguien me ha visto alguna vez en grandes dispendios, en grandes restaurantes o fiestas. El último traje que me compré fue hace un año. He tenido una inspección de Hacienda, y he salido limpio; me ha investigado la Udyco hasta los dientes. Y EL MUNDO me ha investigado también, y nada. La gente se equivoca. Yo trabajé de camarero, pero soy universitario».

He recordado aquella entrevista, con Julián Muñoz cabreado, vociferando en su sillón de la Alcaldía, ofendido por la duda, y resulta que pudo ser aquel día cuando, al salir del Ayuntamiento y llegar a su casa, le pidió a la limpiadora que no metiese la escoba debajo de la cama porque tenía allí guardado mucho dinero. La limpiadora se asustó tanto que no volvió más. Lo ha contado ante el juez su ex mujer, Maite Zaldívar. Cobraban comisiones «del cero coma algo» que pagaban los constructores de Marbella. Y añade que eso de cobrar comisiones «era algo muy normal y que todos cobraban». Ella misma, o sea, se fue de casa cabreada con el marido y, de una pasada, por entre las mesas y los cajones, logró reunir cincuenta millones de pesetas. Para ir tirando. La caja fuerte estaba llena, pero ella no conocía la combinación.

Normalidad. Ésa es la clave. Un corrupto tiene que saber ofenderse. Y salir silbando. Forma parte del guión. La canción se llama Il ballo del Mattone. De Rita Pavone.

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14 junio 2007

Absurdo


La política española oscila entre la crispación y el absurdo. Parece que no existe punto medio, y ayer mismo se le escapó en el Congreso al líder del PP, Mariano Rajoy, cuando, sin percatarse de que tenía el micrófono abierto, le confesó a Zaplana que la pregunta que iba a hacerle al presidente Zapatero era, sencillamente, absurda. «Pues anda que yo», le contestó el otro.
Es una anécdota, ya se sabe, y también que la legislatura está agotada políticamente, pero en otro momento, tan sólo tres días antes, el debate del Congreso se hubiera contaminado, como otras veces, de una atmósfera agria y tensa, una niebla de bronca y funeral, una guerra cruel en la que no se hacen prisioneros. Y de repente, chas, desaparece la tensión, se aligeran los discursos y se rellena el tiempo con el absurdo. Conversaciones para el ascensor. Que ya está empezando a hacer mucho calor.
Este cambio absoluto, en sólo tres días es, precisamente, lo que otorga a la anécdota de ayer un mayor valor, la que la hace trascender de la mera broma entre dos colegas de partido antes de comenzar una rueda de prensa. La política tiene siempre un elevado porcentaje de impostura, de interpretación, pero es imprescindible que las formas no suplanten al contenido. Y de un tiempo a esta parte, los actores de la política española están sobreactuados. Nada de lo que ha trascendido de la reunión entre Zapatero y Rajoy de hace tres días justifica un cambio así. También lo podemos mirar del revés, si ahora ha sido posible la distensión completa de los discursos, por qué era imposible hace tres días cualquier acercamiento. Entre la tensión y el absurdo debe haber un punto medio, ésa es la cuestión. Y lo que demandaba la política antiterrorista era el acuerdo. Que sigue faltando.
Quizá porque seguimos pendientes de la revolución definitiva que necesita la política española, que es el entendimiento, el acuerdo, el consenso. Aquello que ya advirtió Fernando de los Ríos en las Cortes de la Segunda República: «Reparad, señores diputados, que en España lo revolucionario es el respeto».
Que no todos los asuntos pueden ser objeto de trifulca, porque no sucede así en ninguna democracia asentada. Existe un mínimo común de entendimiento que no puede entrar en la trituradora del partidismo, del interés electoral. La educación, la Defensa, la lucha contra el terror... Sentido común, interés de Estado.

Zapatero y Rajoy han pasado en tres días de la confrontación al absurdo. Y lo que es difícil establecer es qué le hace más daño a la política, si la tensión o la nadería. Son las dos caras de una misma moneda, de una forma de hacer política que tiene que ver más con la apariencia que con los contenidos. Entre la crispación y el absurdo, existe un campo inexplorado. Ésa es la condena.

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13 junio 2007

Rosa Aguilar. Reflexiones



SOBRE LAS ELECCIONES MUNICIPALES

Bueno, yo no siento que hayamos perdido las elecciones en Córdoba, y ahora le explicaré por qué. Si se analizan los resultados se verá que los votantes que hemos perdido –aunque seguimos teniendo el mejor resultado de Izquierda Unida en toda España- no han ido a ningún otro partido, porque están en la abstención. ¿Por qué se han abstenido, qué nos quieren advertir? Hay muchas causas, claro, la Feria, la confianza en el triunfo y, desde luego, los errores que hemos cometido en los últimos cuatro años de gobierno en minoría en los que hemos tenido que soportar una oposición brutal de zancadillas y obstaculización permanente. En fin, si hubiera una segunda vuelta en las elecciones... Porque yo soy partidaria de modificar el sistema electoral y establecer una segunda vuelta para la elección directa de alcalde allí donde no haya mayoría absoluta. Y que los mandatos no sean de cuatro años, que son muy pocos para poner en marcha algunos proyectos, sino que fuesen de seis años y que se limiten a dos mandatos. Una reforma en ese sentido me parece extraordinaria.

SOBRE LA CORRUPCION MUNICIPAL

La generalización me rebela porque es profundamente injusto. Somos personas y me duele que se quiera extender la sospecha. La corrupción de unos pocos no puede salpicar a todo el municipalismo. Sobre todo cuando se escucha a algunos, que parece ahora que Marbella se descubrió hace dos días, y Marbella existía desde hace años… Es decir, seamos más eficaces en la elaboración de las normas y en la aplicación. Lo que tenemos que hacer es mejorar la legislación urbanística. Le pongo un ejemplo: existe una figura en el urbanismo que está contaminada desde el principio. Me refiero al convenio urbanístico. No me importaría nada que se suprimiera. Así de claro. Y si no es así, que se acote, que se define mucho mejor. Si lo que se compromete en el convenio urbanístico está dentro del planeamiento y si la contraprestación que se hace es acorde a las necesidades de equipamiento del municipio, no hay ningún problema. ¿Convenios urbanísticos sobre recalificaciones futuras? Ninguno, cero. Tiene que estar dentro del planeamiento que exista en ese momento.


SOBRE IZQUIERDA UNIDA

Yo creo en los proyectos y creo en las personas, pero no me gustan nada los aparatos partidarios, que están anquilosados en el pasado, que no han sabido adaptarse al tiempo que vivimos. Esas sombras que te acompañan no me gustan nada. Si estoy en Izquierda Unida es porque creo en ese proyecto y en la balanza todavía le encuentro más aspectos positivos que negativos. El día que las cosas negativas sean mayores que las positivas, no estaré. Así de claro. Lo que quiero decir en el fondo es que Izquierda Unida, después de los resultados de estas elecciones municipales, tiene que plantearse una profunda reflexión. Creo que tengo una cierta legitimidad para decir esto, a pesar de que, como le decía antes, asumo los resultados en Córdoba. Pero no tienen nada que ver con los resultados en el resto de España. Algo estaremos haciendo mal, en algo nos estaremos equivocando. Izquierda Unida tiene que tener un perfil político propio y una organización cohesionada. Y tiene que ser una organización mucho más abierta, más permeable. ¿Por qué, por ejemplo, no conseguimos atraer a los jóvenes? Tenemos que pensar en eso. Tenemos que protagonizar una etapa nueva en Izquierda Unida. Lo hemos dicho muchas veces, pero a lo mejor ésta es la última oportunidad que tenemos. Y no podemos desaprovechar. Porque todavía hay muchos ciudadanos que votarían a Izquierda Unida, pero nos ven y dicen, ‘y yo, ¿cómo voy a votar a éstos?’ Que no, que no, que tenemos que ofrecer un perfil político claro, con nuestros rasgos diferenciados de honestidad e independencia. Y una imagen de utilidad, de seriedad, de trabajo, de ilusión. Y todo eso, sinceramente, creo que Izquierda Unida no lo ofrece hoy. Hay que cambiar ya.

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12 junio 2007

Espías



Que no sabe uno que es peor, la tranquilidad con la que se descubre en España el piso que utilizan los servicios secretos o que la tiesura presupuestaria conduzca a la inteligencia del Estado a instalarse en dos pisitos Vpo de Huelva. Y para colmo, en Isla Chica, que es un barrio en el que se conocen todos. Aquí el cartero, aquí el funcionario y aquí el espía. A la hora del mercado, todos son preocupaciones. «¿Te has enterado que los del Tercero A son espías? Pero qué me estás contando. Sí, sí, como lo oyes, espías y del Gobierno, que es lo que yo digo, que cualquier día, cuando estemos en la escalera, nos vemos envuelto a un tiroteo con los terroristas, con los mafiosos o sabe Dios».

Los servicios secretos, dentro y fuera de España, siempre se han prestado a broma, y desde Groucho Marx hasta Torrente, alimentan la guasa universal. «¿Inteligencia británica? Eso es una contradicción en sí misma», decían Tip y Coll. Lo de Huelva acerca la inteligencia española al modelo de Torrente más que al de Graham Greene.
Quizá porque no hay nada más ridículo, más desprestigiado, que un espía descubierto. Un espía que todos conocen es el rey desnudo al que nadie respeta. ‘¿Espía tú, si vives en el piso de arriba?’ Cuando se descubre a un espía, se oye una carcajada que truena, como un mago sorprendido con la carta guardada. Y ya no queda nada. «Perdido como un quinto en día de permiso, como un santo sin paraíso, como el ojo del maniquí. Errante como un taxi por el desierto, quemado como el cielo de Chernobil. Más triste que un torero al otro lado del telón de acero», que cantaba Sabina cuando había quintos y Guerra Fría.

Y aunque los espías siempre se hayan prestado a chufla y chirigota, lo peor nos ha llegado con el siglo XXI, que nos guardaba la sorpresa del descrédito mundial de los servicios de inteligencia. El mito universal de los servicios secretos de los Estados Unidos, la potente y literaria CIA, tiró a la basura todo su prestigio con las armas de destrucción masiva de Irak, igual que muy poco antes los espías británicos, el Mi5, cuando elaboraron su informe de inteligencia copiando un trabajo de un estudiante universitario.

Desde esa perspectiva, ya ven, lo de Huelva parece menor. Un consuelo. Será sólo que, cuando hablamos de espías, siempre pensamos en Bogart y lo imaginamos recostado en el rellano de una escalera oscura. Un pitillo en la boca y la pistola en el bolsillo de la gabardina. Una bombilla con los cables pelados emite un zumbido y una ventana mal cerrada de la azotea da portazos con el viento. Los vecinos de los espías de Huelva, que soñarán con escenas así, están dispuestos a todo para que se vayan. «No podemos vivir con el temor de que le coloquen una bomba debajo o de presenciar un tiroteo en la escalera», se quejan los vecinos. Magnífico. Por muchas polémicas que existan, España siempre surge en algún rincón. El otro día se la vio en un barrio de Huelva. Era una de espías.

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11 junio 2007

Gálvez


Veinte de junio. Diez de la mañana. La mezquindad y el absurdo se han citado ese día, a esa hora, en un juzgado de Málaga para procesar por un delito de atentado contra la autoridad a la abogada y ex diputada Inmaculada Gálvez. Hay que conocer lo ocurrido para abochornarse con el panorama denigrante de ese juicio, el increíble espectáculo de ver cómo algunos procesados por el ‘caso Malaya’ tienen más crédito ante la Justicia que quienes, en los tiempos duros del gilismo, se atrevían a denunciar públicamente lo que muchos callaban, lo que tantos ocultaban, lo que algunos permitían. Y ahora, cuando la única certeza que se comparte es que el Ayuntamiento de Marbella ha sido saqueado, cuando todos se cuelgan las medallas de lo que nunca hicieron, a quienes sí fueron capaces de arriesgarse se les concede el viejo reconocimiento español de putas y apaleadas.
Fue tras las elecciones municipales de 1999. A los pocos días de la nueva victoria de Jesús Gil por mayoría absoluta, una mujer, que había sido candidata de Los Verdes, recibe una llamada del Ayuntamiento para comunicarle que le iban a revocar la licencia de su cafetería, el único sustento de su familia. «Se resuelve la licencia por hablar mal del alcalde», le dijeron. El juez Santiago Torres vio aquello y no tardó en anular la resolución municipal por la evidente arbitrariedad. Lo que siempre supieron los Gil, sin embargo, fue manejarse en los circuitos judiciales y el recurso contra la decisión del juez Santiago Torres acabó frustrándose, como el propio juez. Otras instancias judiciales le dieron la razón a Gil. La cafetería se cerraba.

Fue entonces cuando un grupo de amigos, entre ellos Gálvez, decidió encerrarse en la cafetería en señal de protesta. Los policías locales, con medios antidisturbios, llegan al local y, entre cuatro o cinco, la agarran de pies y manos y la sacan del local. La foto de la diputada en volandas abrió al día siguiente varios periódicos. El desalojo lo dirigía el jefe de la policía, Rafael del Pozo, ahora imputado en la ‘operación Malaya’.

Todos los desalojados ponen denuncias al instante por los métodos utilizados, pero no prospera ninguna. Tres días después del desalojo (¡tres días!), también el jefe de la Policía pone una denuncia contra Inmaculada Gálvez. Y prospera. Curioso. La acusa de agresión y atentado contra la autoridad. Dice, sin presentar parte médico, que la diputada le propinó una patada que le provocó la baja inmediata.

Por increíble que parezca, a pesar incluso de que el TSJA archivó inicialmente la denuncia, el ex jefe de la Policía de Gil ha conseguido que su denuncia prospere en el Tribunal Supremo. Sin prueba alguna de la agresión, se le concede más crédito a su palabra que a la de la ex diputada. Esperpento sonrojante. Uno de los procesados por el caso Malaya y hasta un fiscal desnortado piden pena de cárcel para Inmaculada Gálvez.


Veinte de junio. Diez de la mañana. En un juzgado de Málaga se dan cita la mezquindad y el absurdo. Pero también la solidaridad y el apoyo de quienes tengan cordura democrática y sientan verguenza ajena.

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09 junio 2007

Bimbo


Durante años estuvo obsesionado con la desaparición de los bordes del pan Bimbo. Porque pensaba que todo comenzó la mañana que descubrió que los sándwiches de jamón de york que su mujer le preparaba a sus hijos para la merienda no tenían bordes. Para que las encías no sufrieran, para que la dentadura no hiciera ningún esfuerzo, para que sus hijos sólo tuvieran que masticar el suave y esponjoso pan de molde. La mínima dureza marrón del pan Bimbo también la eliminaba. Engullir sin ningún trabajo. Ninguna dificultad, ninguna traba. Camino despejado.
Pan Bimbo sin bordes para el cole. Estaba convencido de que ése fue el punto de partida por la extraordinaria progresión aritmética que vino después. Desolado, observó que no era sólo su mujer, que, de repente, todas las madres habían llegado a la misma conclusión. En la mochila del cole, no podía haber pan de molde con bordes; era necesario facilitarle el trabajo a sus hijos, también en la merienda.
¿Qué extraña conexión lleva a una sociedad a evolucionar de esta manera, cómo se pasa de la hogaza de pan, robusta, de cortezas recias y migajas gordas, al pan de molde sin bordes? ¿Cómo es que nadie repara en las consecuencias sociales de un cambio así? Se propagó con tanta velocidad aquella costumbre que, muy poco después, su mujer llego a casa con una bolsa de pan Bimbo sin bordes. Ya no tenía que cortarlos, la industria ya lo comercializaba sin bordes. Así actúa el capitalismo en la sociedad, inmediato y arrollador.

Pan Bimbo sin bordes. Ese es el principio insospechado de lo demás, el origen psicológico que acaba determinando el carácter de generaciones enteras. Un día una madre decide quitarle al bocadillo los bordes del pan Bimbo y años más tarde el Gobierno ordena mediante una ley eliminar el cero de los exámenes. Dos extremos de una misma tendencia, dos expresiones de los mismos defectos que se le achaca a la juventud actual. Falta de esfuerzo, crisis de autoridad, supresión del concepto del mérito y del trabajo.
Estaba obsesionado con los bordes del pan Bimbo. Por eso, no le ha extrañado que, ahora, una profesora de Psicología de la Universidad de Granada, experta en trastornos emocionales, haya elaborado un estudio en el que advierte de la creciente extensión en la sociedad occidental del ‘síndrome de Peter Pan’, «fruto de la sobreprotección a la que actualmente muchos padres someten a sus hijos».

Jóvenes que se niegan a crecer, que les asusta el mundo adulto de responsabilidades, de obligaciones, compromisos y problemas. Hombres y mujeres con dentaduras por siempre infantiles. Dientes de leche, como en los versos de Miguel Hernández. Dientes como azahares, diminutas ferocidades, jazmines adolescentes. Pero, ¿qué ocurrirá mañana, cuando sean frontera de los besos y del dolor? Pan Bimbo sin bordes para el cole. Todo comenzó ahí.

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08 junio 2007

Caciques


Ese tipo, Ramón Palacios, que ahora ha perdido las elecciones en La Carolina, es de esas personas a las que siempre es posible imaginarlas de malhumor, humillando a voces a la secretaria o al chófer. Ese tipo, Ramón Palacios, ha sido durante años y años uno de los secretos mejor guardados del Partido Popular, el secreto de cómo era posible que lo mantuvieran, sin rechistar, en cargos rimbombantes de representación del partido. Ese tipo, Ramón Palacios, es de esa clase gente que proyecta una sombra alargada de menosprecio. Un rancio superviviente de otro tiempo, de otra época, de otro mundo, un alcalde que nunca ha dejado de ser franquista y que su única aspiración era morirse en el cargo, como Franco. Ahora que ha perdido las elecciones, no tardará ni cinco minutos en largarse a su cortijo. Se irá por la calle principal, escupiendo en las aceras.

Es probable que pocos lo recuerden ya en aquel episodio de Bartolín, el concejal de La Carolina que, al poco del asesinato de Miguel Ángel Blanco, desapareció de su pueblo una mañana. «Lo ha secuestrado ETA», decían. Conmoción nacional, con Ramón Palacios en todos los telediarios. Tenía ya hechuras de héroe popular cuando lo encontraron solo en una estación de tren, en Irún. Bartolín, hijo de Bartolo, el chófer de Ramón Palacio durante treinta años. Bartolo y Bartolín, dos empleados de don Ramón, que lo mismo daba que fuera concejal o mayordomo porque así era la realidad de La Carolina. Lo explicaban en los bares: «Mire usted, mi padre trabaja para don Ramón, como mi abuelo; a mi hermano lo ha colocado don Ramón y también a mis primos; y a mí me tiene prometido que me van a colocar». Por eso, cuando se supo lo de Bartolín, a Ramón Palacios se le retorcieron las vísceras más rancias. «En todas las familias hay un tonto, y a mí me ha tocado éste».

Ese tipo, Ramón Palacios, tiene las canas engominadas y la sonrisa petulante, por eso todo el mundo ha celebrado, ha brindado porque una joven socialista, una treintañera, le haya ganado las elecciones y le vaya a quitar la Alcaldía. Ha caído Ramón Palacios y con él se va un cacique para La Carolina era un sopor y para el Partido Popular un problema. Lo que tendría que ocurrir ahora es que, en adelante, los caciques de Jaén fueran cayendo uno a uno.

Que Ramón Palacios es, sin duda, el cacique más rancio de todos pero no es, desde luego, el mayor cacique de Jaén, o sea. ¿Cuántos empleos directos dependen del consejero de Presidencia de la Junta de Andalucía? ¿A cuánta gente ha colocado Gaspar Zarrías? ¿Y a cuánta gente tiene vetada o marginada? Cuando cae un cacique como Ramón Palacios está bien que todo el mundo lo celebre. Pero sin chuparse el dedo, que no es Jaén, precisamente, la provincia donde el PSOE puede hablar de redes clientelares. «Colócanos, colócanos, ay por tu mare colócanos…».

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07 junio 2007

Secuoyas


Sueñan con ser secuoyas. Enormes, gigantes, centenarias. Y bajo su sombra, todos. Recogidos, encaramados, sesteando plácidamente en la tierra fresca, acomodados entre los dedos gordos de las raíces.
En la antigua Mesopotamia, los árboles ya le servían de referencia al hombre, la simbología perfecta de la divinidad. Un árbol grande, frondoso. Un árbol como símbolo de protección; un árbol como garantía de alimentación; un árbol como expresión de crecimiento y de fortaleza. La civilización occidental tomó como suyo el símbolo y, tan arraigado está en nuestra cultura, que incluso en política es una alegoría persistente del poder.
El primero que utilizó un árbol para dibujar con palabras crudas las claves de su negocio político fue Xabier Arzalluz. Fue cuando explicó el desquiciado delirio vasco con la parábola de ‘el árbol y las nueces’: «No conozco ningún pueblo que haya alcanzado su liberación sin que unos arreen y otros discutan. Unos sacuden el árbol, pero sin romperlo, para que caigan las nueces, y otros las recogen para repartirlas». La frase desvergonzada y su desahogado autor han pasado a la historia, pero ya ven cómo ETA sigue sacudiendo el árbol del miedo para que recojan las nueces los que se sientan a su sombra, con indiferencia o con entusiasmo, pero bajo su macabra protección.

Ahora, en Andalucía, con la euforia de las municipales, en el PSOE andaluz han extendido las alas como una gallina clueca para abarcar todos los pactos posibles, con todas las fuerzas posibles de izquierda a derecha. «Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija», ha sido el mensaje que el tosco lugarteniente socialista, Luis Pizarro, ha dirigido al Partido Andalucista para que se sume a los pactos municipales.
‘Pactos de progreso’ se llaman todos, desde la extrema derecha de la costa de Almería, hasta los andalucistas de la costa de Huelva, pasando por los comunistas y los independientes de toda Andalucía. Que ya dijo Chaves en las vísperas que el PSOE aspiraba a gobernar en «el cien por cien» de los ayuntamientos. No hay otra ideología, otro rasero, que el de los instintos básicos que hicieron del árbol un símbolo de las primeras civilizaciones. Y el progreso, la marca, la pone el PSOE.
El árbol. La protección del régimen, los alimentos de la hegemonía, la seguridad del dinero público, la fortaleza de potentes mayorías que arrinconan al único adversario, el Partido Popular. Todos bajo el gran árbol socialista, todos a la sombra. Esa es la propuesta y lo terrible es que ésa sea la realidad.

Miran para abajo desde lo alto de su profundo entramado y sueñan con ser secuoyas. Un árbol tan grande, y que cobije a tantos, que sólo entonces podrá hacerse realidad el ideario político del alcalde de El Ejido, el nuevo socio del PSOE andaluz: «Yo no sé si soy de centro, de derechas o si soy lo que soy».

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06 junio 2007

Soplidos



La exasperación de la política llega cuando al mirar atrás observamos la desolación de un tiempo gastado en debates inútiles y engañifas. Esa mirada yerma es la que convierte la política en un desierto, pisadas que se borran porque se hunden en la arena quemada, tierra estéril. Este proceso de paz se ha edificado sobre vacíos y silencios; palabras que no significaban nada y silencios que ocultaban la realidad. Palabras vacías y silencios aciagos

Pensemos en aquellos días de marzo del año pasado cuando ETA anunció su “alto el fuego permanente”. ¿Cuántos días hablando del significado de la palabra permanente, de la importancia de que los terroristas la hubieran incluido en su comunicado, de la diferencia con respecto a procesos anteriores? Como en tantas otras ocasiones, con el paso del tiempo supimos que no se trataba de un debate casual, sino que fue el propio Gobierno el que, en sus negociaciones previas con la banda terrorista, había exigido la introducción de la palabra “permanente”. Se habló de la palabra, que nada significaba, pero se silenció la realidad. Porque nada había de permanente en ese proceso salvo la extorsión, que jamás se ha detenido, ni los atentados, ni el terrorismo callejero. Se verificó la palabra “permanente” pese a su falsedad. Así fue como el Gobierno decidió que el proceso de paz era “irreversible”. Para retener el discurso, la inopia de la nada.

Hoy que ETA anuncia que volverá a matar, la responsabilidad del presidente del Gobierno no es que el proceso de paz haya fracasado, ni que ETA haya vuelto a engañar al Estado de Derecho. No es culpa del Gobierno que ETA no haya dejado de reptar por el suelo podrido del racismo vasco. La responsabilidad de Zapatero es haber ocultado y disimulado la realidad para mantener su discurso de paz. Es haber humillado a las víctimas de ETA en Sevilla cuando les recortó decibelios a sus gritos de “Dignidad y Justicia”. Su culpa es haber despreciado y marginado a quienes desde el propio PSOE le han advertido del error.

Pero Zapatero sigue igual. Su discurso de ayer es el mismo que el de hace un año, en junio de 2006, cuando anunció que el Gobierno iba a negociar. “El pueblo español desea la paz”, “La violencia produce dolor”… Y mientras tanto, por la policía francesa nos enteramos que, en el año transcurrido, ETA ha reconstituido su estructura asesina, ha adiestrado a treinta terroristas dispuestos a atentar en España y ha restablecido su entramado financiero en los ayuntamientos. “Estaban asfixiados y ahora tienen oxígeno para años”, dice un responsable de la policía francesa. La frase está sacada de El País. O sea.

Palabras vacías y silencios ominosos. Ahora que vuelva Zapatero a hablarnos de paz. Que ya lo dijo el poeta: “De tanto y tanto soplar,/ su flauta no suena/ ni por casualidad.” (Antonio Machado)


Otrosí:


Siempre es sorprendente la capacidad de enredo. Si alguien se pregunta estos días cuál es el Plan B del presidente del Gobierno una vez que ha fracasado el proceso de paz, puede tener claro ya que lo que viene ahora es un nuevo episodio de confrontación con el Partido Popular. Además de las declaraciones de dirigentes como Manuel Chaves o José Blanco, atiendan a la jugada diseñada: En previsión, se supone, de que hubiese críticas a Zapatero por su discurso, lo que hizo el presidente es calcar la frase estrella de su intervención del discurso del pronunciado por José María Aznar. Desde ayer mismo, el Gobierno ha comenzado a difundirlo entre sus afines. Lo oiremos a partir de ahora hasta la saciedad. Es exactamente igual que cuando se intentó justificar la polémica sobre De Juana Chaos con lo ocurrido durante el anterior proceso de paz. Si alguien piensa, porque lo ve, lo palpa, que los gobiernos anteriores han sido más duros con ETA que el Gobierno de Zapatero se equivoca. Todos locos, en fin.

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05 junio 2007

Vacío repetido


Hablar y no tener nada que decir. Hablar y no querer decir nada. Hablar, discurrir sobre palabras gastadas, conceptos manidos, palabras huecas, vacías. El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, ha leído esta mañana una declaración institucional de respuesta a la decisión de ETA de romper el alto el fuego. Al oírlo, quizá muchos han pensado lo mismo: ¿Cuántas veces ha dicho lo mismo el presidente Zapatero? Esa es el drama de este presidente que, después de lo ocurrido, todo su discurso suena ya a lo mismo. Y cada vez que repite que pondrá todo su empeño con conseguir la paz, dan ganas de bajar el volumen de la radio, de cambiar de canal en la televisión, de pasar la página del periódico de un manotazo. En fin, que como todo lo que ha dicho hoy sonaba a lo mismo, he tomado dos discursos de Zapatero, dos declaraciones institucionales realizadas en momentos dispares de su proceso de paz. La primera, hace un año, el 29 de junio, en el Congreso de los Diputados cuando anunció que el Gobierno iba a iniciar las negociaciones con ETA. La segunda, la de ayer, en respuesta al final del alto el fuego. Principio y fin, dos discursos para momentos radicalmente distintos y que, sin embargo, cuando se solapan son incapaces de diferenciarse. Porque todo suena a lo mismo: a vacío repetido. Ese es el problema de Zapatero. Ese es el problema de todos, que nada de lo que se dice en los discurso puede ser rebatido, porque quién va a estar en desacuerdo con la generalidad de la paz, pero nada de lo que se dice contribuye a solucionar nada.


“Hoy ETA ha tomado la misma decisión que otras veces en el pasado y, ahora como entonces, ETA vuelve a equivocarse. La decisión de ETA va radicalmente en la dirección contraria al camino que desean la sociedad vasca y la española, el camino de la paz. Un camino que sólo tiene un final, el del abandono definitivo de las armas, un camino que sólo puede iniciarse y recorrerse con la renuncia completa a la violencia. (2)

Desgraciadamente, ha persistido la violencia, la coacción y el terror. Tenemos la oportunidad de poner fin a esta situación y desde los principios del pasado, desde los principios democráticos, les digo que el Gobierno respetará las decisiones de los ciudadanos vascos que adopten libremente, respetando las normas y procedimientos legales, los métodos democráticos, los derechos y libertades de los ciudadanos, y en ausencia de todo tipo de violencia y de coacción. (1)

Quiero dirigirme ahora a la sociedad vasca. La paz es una tarea de todos, la paz será fuerte si tiene profundas raíces sociales, si abarca al conjunto de la sociedad vasca. Por ello entiendo que los partidos políticos, los agentes sociales, económicos, sindicales, deben adoptar acuerdos para ese pacto de convivencia a través de los métodos de diálogo que estimen oportuno y, por supuesto, a través de los métodos democráticos, para trasladar dichos acuerdos a los distintos ámbitos institucionales.
El futuro de los vascos depende y dependerá de ellos mismos en el marco de la ley y de la democracia, nunca dependerá de la violencia terrorista. Hoy quiero asegurar que el gobierno con la fuerza de la ley y del estado de derecho pone y pondrá todos los medios para la defensa de la convivencia, de la libertad y de la seguridad de todos los ciudadanos. (2)

Voy terminando. Soy plenamente consciente de que los ciudadanos tienen un gran anhelo de paz y una exigencia de máximo respeto a las víctimas del terrorismo y a sus familias. Como presidente del Gobierno de España, asumo la responsabilidad de colmar ese anhelo de paz y esa exigencia de máximo respeto, reconocimiento a la memoria, al honor, a la dignidad, de las víctimas del terrorismo y de sus familias. (1)

Tengo la esperanza de que ante el anuncio de ETA ese respaldo de los grupos políticos sea unánime. Me esforzaré para lograrlo porque eso es lo que quiere la mayoría de los españoles y eso es lo que necesita la mayoría de nuestro pueblo. Mantener la violencia sólo provocará dolor, un dolor que durará lo que ley, la democracia y la libertad tarden en acabar con la violencia, pero estoy convencido de que más temprano que tarde, la sociedad española conquistará definitivamente la paz. Me empeñaré en que se alcance cuanto antes". (2)

(Los párrafos señalados con el número 1 corresponden al discurso del 29 junio de 2006 y los señalados con el número 2 han sido extraídos del discurso de hoy, 5 de junio de 2007.)

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04 junio 2007

La Casta


«Lavorare per mantenere dei parassiti». Dos periodistas italianos del Corriere de la Sera acaban de publicar un libro rompedor para explicar algunas de las causas evidentes del deterioro de la clase política italiana, considerada como una de las más caras, más ineptas y más propensas a la corrupción. La Casta se llama el ejemplar y, sólo con el subtítulo, ya puede imaginarse uno cual es la conclusión de este trabajo: «Así se han convertido en intocables los políticos italianos».

En la comparación, parece evidente que los políticos españoles están bastante peor pagados que los italianos, y es probable incluso que estén por debajo en las cifras que se ofrecen sobre la impresionante burocracia política italiana. Cifras esclarecedoras como que en Italia funcionan 150.000 coches oficiales cada día para atender las necesidades de 180.000 cargos electos o que la Presidencia del Gobierno disponga de una flota de trece aviones oficiales. No llegamos a eso, es verdad, pero también sería muy revelador conocer con exactitud cuántos coches oficiales funcionan cada día en España, sumados los de ayuntamientos, diputaciones, gobiernos autonómicos, gobierno de la nación, con toda la red de empresas públicas, fundaciones e institutos varios que se desprende de cada uno de ellos.

Pensemos en esa imagen, en los miles de coches oficiales que cada día recogen al alto cargo en la puerta de su casa para llevarlo a su despacho. La soledad del político derrotado no es, como se suele repetir, que el teléfono deje de sonar al día siguiente, sino que no venga a recogerlo el coche oficial, delante de los vecinos, de la parentela. El coche oficial y el chofer es el mejor símbolo del poder porque todo coche oficial es una puerta abierta, una invitación cotidiana al abuso y a la desmesura. Coche y chofer, que no debe existir una imagen más rancia del poder, del dinero, del mando.

Que sí, que en España la clase política no está tan bien pagada como en Europa, pero la endogamia de los discursos, la burocracia política en permanente expansión y el despilfarro de recursos en el que ha degenerado el sistema autonómico, debería provocar una reflexión seria antes de que, como ocurre en Italia, el sistema político se coloque al borde del colapso.


Una muestra pequeña de esta degeneración. Hace poco, una de las consejeras del Consejo Audiovisual andaluz, uno de los engendros más recientes de la autonomía andaluza, dejó perplejos a todos en una reunión cuando se dirigió al funcionario que se encarga de la coordinación de los coches oficiales para pedirle que, en adelante, el chofer se bajara a abrirle la puerta del coche oficial. Esta señora sí que lo tiene claro. "Lavorare per mantenere dei parassiti". Trabajar para mantener a los parásitos. Pues eso. La Casta.

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01 junio 2007

Profilaxis


Julio Anguita, que suele entrar en los templos de la política atizando a los mercaderes con el látigo de la coherencia y los principios, ha terciado desde una tribuna de prensa en Córdoba en el debate sobre quién debe gobernar en los ayuntamientos en los que ningún partido ha conseguido mayoría absoluta, si la lista más votada o la coalición de los demás. Y dice Anguita, para empezar, que, a la vista del espectáculo que están ofreciendo unos y otros, se debería llegar «a un acuerdo en esta materia por simple profilaxis mental y mínima formación democrática».
Luego, más adelante, defiende a lo largo de todo su artículo que la legislación actual podrá gustar o no, pero, como es evidente en un Estado de Derecho, se debe acatar sin más pataletas que el alcalde sea elegido por el pleno municipal. Es lo que hay, y si se quiere otra cosa, que se cambie la norma, pero hasta entonces la lista más votada no puede invocar el derecho de formar gobierno si, enfrente, existe un pacto con más número de votos. Este recordatorio de evidencias legales que hace Anguita siempre es conveniente, pero mucho más interesante resulta su invocación al acuerdo «por simple profilaxis mental y mínima formación democrática».
Profilaxis, sí; democracia, sí. Es lo esencial porque el problema mayor es haber convertido la legitimidad de los acuerdos en un chalaneo postelectoral que sólo persigue el poder y la derrota del adversario. Ni principios ni proyectos, la tarta. De hecho, habrá observado Julio Anguita cómo los dirigentes del PSOE o de Izquierda Unida, aún perdiendo las elecciones, aún cuando bajan votos y concejales, aparecen exultantes la noche electoral porque el acuerdo entre ambos se da por hecho, antes incluso de sentarse a hablar nada.

Habrá a quien le parezca suficiente que PSOE e IU compartan un pacto básico, el ‘pacto anti PP’, pero, igual que a Julio Anguita, a nadie que anteponga las normas básicas de un sistema democrático le parece así. Lo razonable en una democracia es atender a pactos sobre programas, sobre proyectos, sobre compromisos. Lo demás son trapos rojos, para que embista quien quiera.
Profilaxis, sí; democracia, sí. Y si no se hubiera pervertido hasta desnaturalizarla la legislación sobre la elección de alcaldes, lo democrático sería, para empezar, que los partidos que logran representación reconocieran y felicitaran al ganador. Y que luego se le ofreciera la posibilidad de formar gobierno y de ofrecer acuerdos a los demás partidos, con propuestas concretas, con proyectos concretos. Pero nada de eso está en la agenda política. De lo que se trata de sumar votos, no proyectos, para derrocar al candidato ganador. Dobletes, tripartitos, cuatripartidos o quintetos. Y reparto de concejalías, como cartas de póquer.

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