El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

30 junio 2010

El profeta



Cuando se veía venir la avalancha, Manuel Aragón levantó el dedo para recordar lo elemental. «Sin saber el lugar de destino, sin tener claro el horizonte, es muy difícil caminar con provecho, llegar a buen puerto. También es muy difícil, por no decir temerario, negociar sin saber lo que se puede y no se puede hacer». Podría ser el consejo de cualquier madre a su hijo, de un profesor a sus alumnos, de un entrenador a sus futbolistas, de un abogado a sus clientes o del patrón de un barco a sus marineros. Podría ser el lema de cualquier persona y de cualquier actividad porque es elemental, norma de vida; para no vagar entre la Babia y la nada, antes de emprender un camino hay que saber a dónde nos lleva y qué podemos encontrarnos. Podría ser un consejo universal, pero Aragón, cordobés, catedrático de Derecho Constitucional, lo escribió para un fin muy concreto, el Estado de las autonomías; lo escribió porque se veía venir la alocada carrera de reformas de estatutos y, quizá aterrado, comprobó que nadie reparaba en que la bola de nieve que se echaba a rodar podía acabar en aludes que nos sepultaran.

Reparemos, además, en que Aragón escribió lo anterior en 1999; es decir cuando todavía gobernaba Aznar y una serie de barones regionales del PSOE, sobre todo Chaves y Maragall, incluyeron el modelo autonómico en la confrontación política. En el caso del PSOE fue tan brusco el cambio que se pasó, de un año a otro, del ‘pacto de Mérida’, una reafirmación de españolidad, a la negación misma de la nación española, convertida en una nación de naciones. En esas, Aragón levantó el dedo y publicó sus reflexiones en un ensayo que, si su lectura es muy recomendable en estos días, lo es, sobre todo, porque podemos calcular la envergadura del disparate, la tensión irresponsable a la que se ha sometido a España en el último decenio con las reformas de Estatutos que ahora desembocan en la sentencia del Tribunal Constitucional.

En esa sentencia, sí, desemboca la tensión de todos estos años pero nos engañaríamos si pensamos que ya se han superado los riesgos que señalaba Aragón en su ensayo de entonces. España sigue sin tener un modelo territorial definido, y ése seguirá siendo, alentado por el nacionalismo, un problema recurrente de la política española. A partir de esta sentencia, de hecho, ya sabemos que, tras las últimas reformas estatutarias, el modelo territorial de España se ha desplazado hacia un modelo de desigualdad económica e identidad política. Se preserva la unidad de España, pero se consagran los privilegios económicos para Cataluña, negociación bilateral y partidas presupuestarias excepcionales. El Parlament de Catalunya quería imponer, con su estatuto, un modelo territorial que caminaba hacia la confederación (los nacionalistas jamás han querido el federalismo), y el Tribunal Constitucional lo ha recortado hasta dejarlo en eso, privilegios económicos y políticos, pero no jurídicos. La confederación se queda en económica.

Aragón lo dijo hace once años. Y seguimos igual. Sólo nos queda la ironía del destino; quién le iba a decir al prudente y riguroso catedrático cordobés que el temerario mayor del reino, el presidente Zapatero, lo iba a nombrar años más tarde miembro del Constitucional y que, para colmo, su presencia en el tribunal acabaría siendo determinante para la sentencia del Estatut. Aragón es el profeta condenado a gestionar las desdichas que predijo.

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29 junio 2010

Ayer fue lunes



Dices que temes lo peor, que tu marido se pasa las horas encerrado en el salón, con la televisión apagada, las cortinas echadas, todo en silencio; silencio negro que se rompe con suspiros hondos que parecen salir del fondo de un pozo, y otra vez sollozos. Dices que nunca has visto a tu marido llorar, como ahora, porque hace dos semanas, un lunes como ayer, se le rompieron de golpe todos los planes del futuro. Lo han dejado parado. Iba para treinta años en la misma empresa, y lo han dejado parado, sí. A él, a sus cincuenta y pocos; a él, que no le temía a las carreteras heladas, ateridas, del invierno ni al asfalto pegajoso del verano, chicle caliente, y siempre con la misma cantinela, ‘que a ver si os enteráis, que los camioneros somos los que mantenemos un país, que sin nosotros nada funciona’; a él, con toda su veteranía a cuestas, unos discos de Machín en la guantera y al fondo de la cabina, extendida, la bufanda que le regalaron unos amigos en su aniversario de boda: «Miguel, más kilómetros que el Baúl de la Piquer».

Dices que no encuentras palabras de consuelo, que mil veces le has repetido que con el dinero del despido y con tu sueldo de enfermera no vais a pasar apuros, que el piso está pagado y los niños criados; que sí, que todavía viven con vosotros pero habéis tenido suerte, y son chicos formales, trabajadores, y buena gente, que es lo que hace falta; que tu marido siempre lo ha dicho, él, que no tenía estudios, nunca le faltaba el trabajo porque tenía tres carreras, la de la formalidad, la del trabajo y la de la buena gente. Le recuerdas el olfato que tuvo cuando, al final, decidió no meterse en el piso de la playa, que él, desde el camión, sí que vio hace años como se nos echaba encima la crisis, no como el otro, el Zapatero, pero nada, ni el respiro de no tener que hacerle frente ahora a una hipoteca le sirve de consuelo. Y tú ya no sabes qué más decir, ni qué hacer, porque lo ves allí, llorando como al que se le ha muerto el futuro y tiene el cadáver entre sus brazos sin saber qué hacer.

Dices que no quiere salir de casa porque conoce el recorrido de otros vecinos del barrio, que también se quedaron tirados y sólo encontraban consuelo en el bar, y allí se pasaban las horas, empalmando ducados y cervezas, hasta que se les veía caminar, dando tumbos por las aceras, camino de ninguna parte. No quiere que le ocurra igual, conoce bien ese patetismo porque lo ha visto en otros, y prefiere quedarse allí, sentado en el sofá, mascullando el lunes que cuando lo llamaron al despacho y, en vez de la ruta de la semana, le dieron el finiquito. Y tú le preguntas a tus amigos y a tus compañeros de trabajo que cuándo se acabará la crisis, que cuándo habrá otra vez trabajo, y los del sindicato te han dicho que no te hagas muchas esperanzas, que la nueva reforma laboral va a acabar con el trabajo de muchos como tu marido, pero que va a emplear a otros más jóvenes, con contratos laborales y sueldos más bajos.

Dices que le temes a los lunes, otra semana más, otra vez a empezar, a subir una cuesta sin esperanzas, a tragar saliva, a repetir la misma secuencia de angustia en el sofá. Y calculas cuánta gente hay como tú, y a cuántos más los habrán llamado al despacho de personal, porque ayer fue lunes y los periódicos decían que medio millón de personas han sido despedidas sin motivo. Como a tu marido. Sin motivo y sin futuro. Dices que temes lo peor, y eso que ya ha pasado el lunes.

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28 junio 2010

Test de burka




EL MUNDO publicó hace unos días un interesante experimento sociológico con el que pudo demostrar que un gilipollas sigue siendo gilipollas cuando se le coloca un burka. Fue una mujer, Monserrat Nebrera, una política catalana, la que se colocó durante unos días el burka. La señora fue diputada del Partido Popular pero acabó dejando ese partido después de meterse absurdas controversias, alguna de ellas en las que se burlaba del acento andaluz. En cualquier caso, si ha sido del PP debe entenderse que sigue siendo de derechas, o de centro derecha. Hace unos días, la señora se puso el burka, se dio unos paseos por Barcelona y sacó sus conclusiones: “El primer día imaginaba ir en una cárcel ambulante; el segundo día era como llevar una fortaleza que más que aislarme, me protegía. Sólo enseño cinco centímetros de mi cuerpo, pero me siento como si estuviera desnuda. Lo que asfixia no es el burka sino las miradas de rechazo”. Ahí quedó. Para no ser Bibiana Aído, no está mal.

Todo lo anterior, esa confluencia en los supuestos extremos de la política, sirve para demostrar, en primer lugar, que la polémica sobre el uso del burka en las sociedades libres no forma parte de las ideologías, por mucho que, de forma incomprensible, a una parte de la izquierda, o mejor de la progresía, le haya dado por pensar que el respeto a la diversidad y la tolerancia conlleva la aceptación del burka. No, ni el burka tiene que ver con las ideologías ni, desde luego, tiene nada que ver con el respeto de otras culturas. El burka sólo tiene que ver con dos pilares básicos de cualquier estado de Derecho, la libertad y la igualdad. No es de izquierda ni de derechas, es más elemental, más básico, un burka atenta contra la dignidad humana y contra los derechos de toda persona.

A partir de ahí, pensar que una mujer accede libremente a colocarse un burka es una irritante demostración de diletantismo político; un hijo natural de la creencia de que no todos los pueblos están hechos para la libertad y para la democracia. Creer que una mujer con burka es una mujer libre es equivalente a pensar que una mujer maltratada, que sigue viviendo con el maltratador, es una mujer que acepta los golpes y las violaciones de su marido borracho porque son demostraciones de amor. Una mujer que acepta un burka, una mujer que acepta caminar por la calle cinco pasos detrás de su marido, una mujer que acepta que la castren con una tela de todos sus atributos físicos, no puede ser nunca una mujer libre. Ningún amor, ninguna religión, ninguna pasión puede justificar que una democracia acepte que un burka forma parte de la libertad. Porque no es verdad y, aunque lo fuera, no se puede aceptar porque el estado de derecho también le impone límites a la libertad individual.

El maltrato psicológico está recogido en el Código Penal. No es necesario que una mujer sufra daño físico para que un juez condene “al que infligiera a otra persona un trato degradante, menoscabando gravemente su integridad moral”. Si aceptamos que un burka es una humillación para la mujer, comienza a ser un insoportable ejercicio de hipocresía que en España no incluyamos el burka dentro de la Ley de Violencia de Género. En el test del burka, yo no me apunto a la gilipollez.

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26 junio 2010

Eufemismos




Ninguna figura retórica define mejor el significado de lo políticamente correcto que el eufemismo. Es más, el eufemismo es la piedra angular sobre la que se edifica esa nueva ideología, o mejor, esa nueva forma de hacer política. Un eufemismo es una huida de la realidad, una interpretación distorsionada de la tolerancia, una visión magullada del respeto y la diversidad; el eufemismo es, según la definición académica, una “manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante” y esa, en suma, es la sustancia de la que está hecho todo lo políticamente correcto. Primero se empieza por no llamar a las cosas por su nombre, luego se sigue por no reconocer la realidad y se acaba instalado en un mundo que no existe en el que no hay cárceles (establecimientos penitenciarios), ni exámenes de selectividad (pruebas de acceso) ni prohibiciones (comportamientos desaconsejables). Nada se denomina por su nombre y, en consecuencia, nada de lo que se diga es lo que parece.

En la sesión de ayer del Parlamento de Andalucía, el presidente Griñán se deslizó a gusto por ese tobogán de eufemismos para justificar que lo que vemos no es lo que parece. Los recortes no son recortes sino aplazamientos; la carretera o el colegio o el hospital que se iba a hacer en cinco años se va a hacer en diez o en quince, ya veremos, pero no se renuncia a la carretera. Es evidente que lo que quiere decir el presidente es que todos a todos los proyectos se les va a recortar el presupuesto, con lo que van a tardar más tiempo en ejecutarse, pero como resulta que la palabra “recorte” se ha vuelto tabú en el vocabulario socialista (de la misma forma que en su día lo fue la palabra “crisis”), el personal se ve obligado a unos ejercicios de ridícula retórica justificativa. Llega el tiempo de las palabras inventadas para una nueva campaña de imagen, ‘la temporalización de los proyectos en ejecución’, un poner.

Cualquier eufemismo es válido para no admitir que los recortes son ciertos y que, además, se producen, de nuevo, en lo que interesa a la sociedad; ninguno de ellos afectará de forma tan traumática a la burocracia política. La mala noticia para los estrategas del eufemismo es que, como otras veces, la realidad se puede camuflar pero no con eso no se consigue eliminarla. En la valla verde que rodea a un colegio público de Sevilla han colocado dos carteles. Uno, el más grande y llamativo, debe pertenecer, por la grafía, a una campaña posterior a las famosas obras del Plan E, sólo que ahora se llama “ES” Economía sostenible. “Fondo Estatal para el empleo y la sostenibilidad social”, tres millones de euros para “mejoras en los aseos y pinturas en los colegios públicos de Sevilla”. El otro cartel, justo al lado, es una cartulina pintada a mano por los padres. “¡Nuestros hijos están en peligro! Queremos techos seguros para septiembre”. En cuatro meses, se han derrumbado dos techos y los que quedan, de uralita, (¡de uralita!) están tan mal que lo de menos son las goteras en invierno. Según la teoría de Griñán, en este colegio no hay recortes sino ‘una reordenación planificada de los proyectos en ejecución de acuerdo a los recursos presupuestarios’. De hecho, lo que no faltará serán los cheques-libro y los ordenadores gratis, con su mochilita verde y el anagrama de la Junta de Andalucía. Dirá Griñán lo que le parezca, pero la realidad es más elemental y no se puede camuflar: los techos se caen. Punto.


Foto: http://carlosesteverozas.blogspot.com/2009/08/eufemismos.html

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23 junio 2010

La fábrica




En el pasillo hay un revuelo de faldas y pantalones caídos que van y vienen arrastrando los pies por las baldosas grises del instituto. Tanto como el sabor de un helado de vainilla o el olor furtivo de una dama de noche, podemos adivinar con los ojos cerrados que estamos en un instituto. Con el olfato y el oído, porque este revuelvo adolescente es distinto a cualquier otro y, además, está grabado en el subconsciente de cada uno de nosotros. Si la adolescencia tuviera un olor, si la tuviéramos que asociar con un sonido, sería este zumbido de los pasillos de un instituto y este olor de hormonas hirviendo, rompiendo a borbotones en la piel. Hace calor, ellas estrenan escotes y ellos se asoman embobados al precipicio. Acaban de dar las notas. «¿Cuántas te han quedado?» «¿A mí? Cuatro. Pero me la pela. ¿Vienes a bañarte?»

En el pasillo, los alumnos hacen corro, cuchichean, se empujan o se abrazan, mientras los padres, alineados, guardan cola para hablar con el tutor del bachillerato. Antes, el director les ha explicado a todos que, en el fondo, el instituto es como una fábrica y que hoy, en este día de final de curso, con las notas se reconoce el mérito y el trabajo de quienes han brillado más. Por desgracia, son pocos los que brillan. Sobrecogedoramente pocos. Lo sabe el director, lo saben los profesores, lo saben los padres. En esta fábrica, lo que se produce, sobre todo, es fracaso escolar.

En este instituto, como en los demás institutos de Andalucía y de España, el curso ha sido una sucesión de desastres diarios. Clases ingobernables en las que sólo un diez o un veinte por ciento de los alumnos atendía al profesor mientras que el resto silbaba, cantaba, reía, chillaba… Esta fábrica no funciona, no. Si la estrategia era el igualitarismo, bajar el nivel educativo para ampliar el número de aprobados, ya vemos que no ha resultado: La reducción progresiva del nivel de exigencia en los estudios medios no se ha acompañado de un descenso equivalente del fracaso escolar. La calamidad es una cadena: El 30 por ciento repite curso en la enseñanza media; el 35 por ciento no acaba el segundo de la enseñanza obligatoria; el 48 por ciento no supera el bachiller y el 50 por ciento fracasa en la universidad.

Pero lo peor no son esas cifras; lo peor, como se afirma, es que sólo el dos por ciento del fracaso escolar se produce por motivos intelectuales. La mayoría del fracaso escolar se debe a un coctel mental explosivo: desgana, desmotivación, indisciplina, falta de esfuerzo. Pero si no son problemas intelectuales los que provocan el fracaso escolar, ¿de qué sirve reducir progresivamente el nivel de contenidos? Y, sobre todo, si ése no es el problema, que son otros, qué ocurre, cuál es el resultado de persistir en una política equivocada..

Las aulas ya están vacías. Relucen los piercing y se empapan en sudor los tatuajes chinos. «¿Cuántas te han quedado?» «Cinco, pero me la suda. ¿Te has traído la moto?»

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22 junio 2010

Buscando a Descartes



Para buscar la verdad, Descartes bajó al infierno de las dudas y estableció los cimientos de las primeras certezas a partir de su propia realidad. «Pienso, luego existo». Se suele sostener que la filosofía y el humanismo moderno comienzan a partir de esa famosa sentencia, sobre todo por el planteamiento general del pensamiento de Descartes, el hallazgo intelectual de iniciar la reflexión poniéndolo todo en duda, todos los principios, todas las verdades preestablecidas, incluso las más cercanas, las más evidentes, como uno mismo. Años más tarde, Antonio Machado utilizó a su Juan de Mairena para corregir amablemente a Descartes, con un nuevo giro humanista: «Existo, luego soy».

Podríamos pensar que cada frase responde a las necesidades del tiempo en el que se formularon; la de Descartes tiene que ver con la ruptura del hermetismo religioso heredado de la Edad Media: por eso le pone el acento al pensamiento y a la duda; y la de Machado responde a la angustia española y europea de un tiempo de guerras, años de violentos enfrentamientos políticos, de fascismos y comunismos: por eso le pone el acento a la vida, a la existencia. Si seguimos con el juego de Machado y buscamos, con la fórmula de Descartes, una frase propia de estos tiempos, parece evidente que cualquier resultado tendría que reflejar el materialismo de estos días, el predominio de lo material, el imperio absoluto de la apariencia, de la fachada. Triunfo de la futilidad. Ni el pensamiento ni la existencia, el ser. «Soy, luego existo».

Para esa formulación, desde luego, no han de faltarnos modelos que la encarnen. Porque, miremos hacia donde miremos, por todas partes encontraremos ejemplos claros de esas estrellas fugaces, surgidas de la nada o sustentadas en la nada, pero que, sin embargo, logran convertirse en el centro de todas las miradas. ¿Qué se identifica más con el tiempo vivido que el pelotazo? ¿Hay metáfora mejor? No, sin duda, porque de lo que se trata es de pegar el pelotazo, ya sea en los programas del corazón o en los tribunales de Justicia o, sobre todo, en la política y en la economía. Los mejores ejemplos del triunfo de esa futilidad, tipos que surgen de la nada y de repente los rodea un imperio; son los ‘reyes del pelotazo’. Ahora, en esta crisis que todo lo desnuda, se puede mirar hacia atrás y observar el fenómeno con mucha más claridad.

Luis Portillo es un producto de ese fenómeno. De la nada ascendió a los cielos de la economía española. Pertenece, junto con el Pocero y Gallardo, el del oleoducto junto a Doñana, a la generación de nuevos ricos que surgieron a la sombra del poder autonómico; curiosamente (o mejor, significativamente) aparecieron en las tres comunidades sin cambio político, con 30 años de hegemonía socialista, Andalucía, Castilla-La Mancha y Extremadura. Ahora sabemos que la nueva tarea de Luis Portillo consiste en agrupar fincas en la Sierra de Sevilla para crear allí un gran coto de caza. Con el ladrillo hundido, ese gesto inversor lo dice todo de la hipocresía y la falsedad con la que se manejan los conceptos de izquierda y derecha y lo aclara todo, definitivamente, sobre la maldición que tiene Andalucía con los empresarios. Digamos que se redondea la metáfora del pelotazo que da sentido a la versión fútil de Descartes.

–Buscando a Descartes, se encuentra usted con El Pocero y Luis Portillo... ¡Manda huevos!
–Pues sí...

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18 junio 2010

Desnorte eclesial



A la jerarquía de la Iglesia católica no hay quien la entienda; desconciertan tanto con algunas de sus decisiones que esta sucesión de disparates debe obedecer a una razón superior, como si estuvieran representando delante de todos ‘la parábola del cura errante’. Cuando más sensatez se necesita, cuando más falta hace que la Iglesia católica se ofrezca de ejemplo de religión evolucionada, moderna, capaz de entender y explicar la complejidad de estos tiempos; cuando más la necesitamos como ejemplo de iglesia evolucionada frente a otras religiones estancadas en la Edad media, la jerarquía eclesiástica se empeña en ofrecer su cara más cerrada, más antigua, más sectaria. Cuando la sociedad necesita más su ejemplo, en el momento en el que tendría que rescatar su mejor pasado, su presencia en el origen mismo de los valores esenciales del humanismo y del progreso social, de la igualdad entre todos los hombres y la solidaridad, en este momento histórico a los purpurados le salen a borbotones discursos retrógrados y superficiales.

Habrá habido muchos momentos en dos mil años de historia en los que la Iglesia ha jugado un papel trascendental, aunque no siempre acertado, pero son, quizá, estos años del nuevo siglo cuando más la religión católica es necesaria como referente moral en la sociedad. Y no verlo así, no entenderlo así, puede ser un error irreparable en el futuro. Si ante la incertidumbre y los vaivenes sociales de este principio de siglo, la respuesta de la Iglesia católicas es enrocarse en sí misma, lo peor no será que progresivamente vayan mermando los fieles; no, lo peor será el daño a la sociedad por haber eludido su responsabilidad, por haber hurtado su ejemplo. Si ante el avance del fundamentalismo islámico y el efecto mimético que ejerce para la radicalización de otros movimientos, la Iglesia católica no es capaz de volcarse en la otra balanza, lo peor no será el empobrecimiento de su discurso, sino el deterioro social. Si ante el desplome moral de la sociedad, la Iglesia se mantiene en sus postulados más rancios, frente a los preservativos, frente a la homosexualidad, lo peor no será su estancamiento, sino el atraso de todos.

Pero deben haber entendido que, para adaptarse a los nuevos tiempos, lo esencial es el espectáculo. Quizá por eso, los pasos de Semana Santa van ahora de un lado para otro, como estrellas mediáticas. Primero, la Macarena, que este verano se irá en su palio hasta el estadio olímpico de Sevilla para presidir una beatificación. Sí, ha leído bien, el palio de la Macarena en el estadio olímpico. Y luego, el año que viene, un desfile de pasos procesionales en Madrid, un vía crucis reverencial para el Benedicto XVI. Desde Cibeles hasta Colón, pasos de toda España, entre ellos el Cristo de la Legión de Málaga. Es curioso porque lo que la Iglesia le ha reclamado siempre a las hermandades es que no se conviertan en un espectáculo frívolo, fuera de su contexto, es decir, justo lo contrario de lo que predica ahora con el desfile madrileño. Tanto es así que al arzobispo de Sevilla le ha dado por decir que las hermandades que han rechazado acudir al desfile madrileño tienen un "déficit de eclesialidad".

No, no son esos desfiles de pasarela, desde Cibeles a Colón, lo que los tiempos están reclamando de la Iglesia. No es ése el déficit de eclesialidad. Para adaptarse a los tiempos, no hacen falta atajos mediáticos. Lo que hace falta es un referente moral; una Iglesia comprometida, rigurosa, abierta y tolerante.

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16 junio 2010

Dos huevos



Nada es más difícil en esta vida que enfrentarse a la inercia de uno mismo. Detenernos, mirarnos, y dejarlo todo, comenzar de nuevo. Porque estamos hechos de rutinas, de costumbres, de certezas; porque necesitamos la seguridad de las rutinas y las certezas. Lo explicó Ortega y Gasset, cada uno de nosotros es fruto de sus propias decisiones y de las circunstancias que lo rodean, y luego, Bob Dylan le dio forma de canción, Like a rolling stone. Lo cantó Dylan y lo razonó Ortega. «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo».

Aprendemos desde niños que los años van puliéndonos a su antojo, limando aristas, creando formas, aguzando picos; nos engulle el tiempo que vivimos, la gente que amamos, y pronto comprendemos que la vida consiste en dejarse llevar. Por eso aceptamos a diario que nuestra vida no es la soñada; las frustraciones del trabajo, de los hijos, del amor, de la amistad. Por eso admitimos que en todo lo que hacemos existe siempre un porcentaje inamovible de infelicidad. Aceptamos el recorte de los sueños como un impuesto obligado que hay que pagar.

Quizá por eso no existen héroes de la deserción, aquellos que se detienen y cambian su vida como si mudaran el pellejo. Ese torero mexicano que ayer, en plena faena, miró al tendido semi desierto, miró de nuevo al toro que tenía delante, y tomó la decisión de su vida. Tiró el capote al suelo y salió corriendo hacia el tendido. Ya se iba por el callejón, entre el estupor de la gente, cuando recordó que le faltaba todavía algo. Volvió al ruedo y allí, en el albero, se cortó la coleta y se la brindó al público, con el mismo ademán que se brindan las orejas de un toro muerto. Luego, camino de su nueva vida, lo explicó todo con muy pocas palabras: «No quiero ser torero. No tengo la capacidad y me da mucho miedo... No quiero ser torero, no es lo mío, no tengo huevos». ¿De verdad no tiene huevos? ¿Cuánto valor hace falta para admitir públicamente que uno no es lo que todo el mundo piensa de él? ¿Cuánto valor hace falta para admitir que no se tiene valor? «No es lo mío, no tengo huevos». Christian Hernández ya es un ex torero.

Se dirá, y es verdad, que la vida también nos enseña que, frente a las circunstancias, frente al viento que sopla en el camino, el hombre debe aprender a luchar, a pelear por lo que cree, a vencer las adversidades. Se dirá, y es verdad, que la vida nos enseña que éste no es un mundo para los cobardes, pero no es de cobardía de lo que hablábamos sino de impostura, de falsedad, y de la valentía que se necesita para luchar por la autenticidad, por la verdad.

Cada día, en la vida pública, surgen ejemplos de lo contrario, de imposturas, de falsedad, de hipocresía. La mentira, para algunos, es más rentable que la sinceridad. Como ese alcalde que ayer salió de la cárcel, jaleado por los suyos con palmas, vítores y cohetes. Los huevos que le sobran al torero mexicano para admitir ante todos que no es lo que la gente esperaba, son los que le faltan a esos tipos para enfrentarse a la sociedad, dar la cara y pedir perdón. Ya quisiera ese alcalde el valor que le sobra al torero que se enfrentó a su destino.

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14 junio 2010

Paciencia y respeto



Además del respeto, hay otra revolución pendiente en España, la de la paciencia. Igual que el socialista Fernando de los Ríos se subió a la tribuna de las Cortes de la Segunda República y alertó al hemiciclo ante la mayor de las carencias de la sociedad española, “reparad, señores diputados, que en España lo revolucionario es el respeto”; igual que entonces nos haría falta que alguien en el Congreso elevara la voz otra vez: “reparad, señores diputados, que en España lo revolucionario es la paciencia”. Paciencia y respeto. Que se establezcan ambas como coordenadas inamovibles del rumbo que tenemos que seguir para salir del agujero, para dejar atrás la desconfianza y la incertidumbre nacional, otra vez las dudas sobre el futuro de España.

Decimos que cada periodo de crisis supone, paradójicamente, una brillante oportunidad para enmendar el futuro porque sólo en una situación extrema como esta crisis podemos asumir que se adopten medidas que no tendrán resultados a corto plazo; sólo en una situación crítica somos capaces de entender y de aceptar que se necesita paciencia para recuperarnos y mejorar, que el camino será largo. Si las exigencias electorales de la política conducen siempre a lo contrario, a los planteamientos efectivos, de resultados inmediatos, a las promesas vacuas y a la propaganda, esta profunda crisis nos ofrece a todos la posibilidad de enhebrar, por primera vez, un conjunto de reformas (laboral, educativa, administrativa, autonómica…) que sitúen el horizonte mucho más allá de donde pueda llegar nuestra mirada, mucho más allá de esta generación. En España, la revolución es el largo plazo.

Pensemos, por ejemplo, en la reforma educativa. Hace unas semanas, el principal responsable de la Universidad de Princeton, Christopher L. Eisgruber, vino a Sevilla para explicar por qué esta universidad está entre las mejores del mundo. Lo curioso de su respuesta es no tiene nada de extraordinario; no hay ningún secreto oculto para lograr la excelencia. En Princeton, como en el renombrado sistema educativo finlandés, la receta del éxito es sencilla: “La clave -decía el rector de Princeton- son tres cosas: Los recursos, la selección y la paciencia”. Los recursos, “porque hay que tener dinero para pagar la excelencia”; la selección, “porque a los estudiantes hay que darles los mejores profesores” (algo que se consigue con la movilidad de la plantilla del profesorado: En Princeton sólo el 30 por ciento tiene un contrato estable de diez años, revisable cada seis); y la paciencia, “porque trabajamos siempre con un horizonte a largo plazo”. En España, y aún más en Andalucía, los recursos que se destinan son insuficientes y están mal distribuidos; el profesorado de la universidad es rígido e inamovible, endogámico, asentado cada cual en su garita; y en tres décadas de democracia se han aplicado, al menos, tres o cuatro reformas educativas.

Paciencia y respeto para empezar. Paciencia y respeto, ondeando en todo lo alto como las banderas del futuro; símbolos que nos recuerden siempre que, por la falta de respeto, el odio y el enfrentamiento han cegado muchas veces a España, y que por la falta de paciencia jamás se han adoptado las reformas necesarias, estructurales, que sólo pueden florecer muchas décadas después.

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10 junio 2010

Dinero caca



A ver, un ejercicio leve de recreación política. Imaginen la siguiente escena porque con ese detalle ya tendrán claro lo que ocurrió ayer en el Debate del Estado de la Comunidad. Es la siguiente: Griñán, subido en la tribuna, anuncia que va a subirle los impuestos a las motos náuticas y el grupo socialista estalla en una ovación cerrada. Impresionante. El porcentaje de la recaudación de impuestos de las motos náuticas en el montante global en la recaudación andaluza debe ser insignificante y, por lo general, son de alquiler en las playas, junto a los hidropedales con resbaleta. Esa es la realidad, pero con lo elemental que se vuelve todo en esta forma de hacer política, la moto náutica se ve convertida de repente en un símbolo de riqueza, y los diputados socialistas aplaudían contentos, como si acabaran de expropiarle a un magnate el yate con letras de oro. Todo es así de elemental: Se aplauden las referencias al PER y los impuestos a las motos náuticas.

Como el impuesto de «las bolsas de plástico de un solo uso» (por cierto, una expresión que no se acaba de entender bien: las únicas bolsas que está acreditado que tienen un sólo uso son las de basura, no la de los supermercados. ¿Se refieren a esas?) Cuando el plúmbeo Griñán anunciaba en la tribuna del Parlamento lo de las bolsas, recordé una campaña de publicidad que se puso en marcha a finales del año pasado en algunas ciudades españolas. Todas las cabinas de teléfono y las marquesinas del bus estaban empapeladas con grandes carteles celestes que sólo decían «Bolsa caca». La doctrina buenista nunca había llegado en su paroxismo a un extremo como éste, nunca antes el lenguaje se había simplificado tanto y nunca antes se había considerado más estúpido al ciudadano. «Bolsa caca» de la misma forma que a los niños pequeños se les asusta para quitarles el chupete, «pipo caca».

A Griñán, en su andanada demagógica de ayer, sólo le faltó emplear esa estrategia para camuflar lo que se esconde en todo esto; que después de perpetrarse el mayor recorte de derechos sociales de la democracia española, Andalucía se apunta ahora a la mayor subida de impuestos de una autonomía contra las clases medias altas; la mayor agresión fiscal contra los profesionales cualificados que cometen el delito de ganar más de ochenta mil euros al año. ¿Son esos profesionales los nuevos ‘ricos’ para el PSOE? Hace unas semanas, a José Blanco le preguntaron eso mismo y él se apresuró a aclarar que cuando el PSOE hablaba de subidas de impuestos no afectaba a las clases medias, como profesores o médicos, «que ya han sufrido un ajuste de salario», sino a «quienes tengan más». «Nunca nadie habló de rentas más altas», remachó. ¿Y ahora, qué? ¿Otro cambio de opinión?

‘Dinero caca’, le faltó decir al plúmbeo Griñán, porque ése es el mensaje que se traslada. Cualquiera que en Andalucía se haya currado un despacho solvente, una consulta concurrida o un estudio prestigioso, cualquier emprendedor, en definitiva, pasa a formar parte, desde hoy, de esa clase despreciable e insolidaria de los ricos. Pero no, no se ataca a los ricos, se ataca a los emprendedores, se anatemiza a los profesionales que se han currado su prestigio. Todo es así de elemental: Se aplauden las referencias al PER y se ovacionan los impuestos a las motos náuticas.

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09 junio 2010

Los espejos rotos



No había piquetes por las calles, ni ministros acorralados entre el coche oficial y la puerta de algún palacio institucional. No había sindicalistas crispados en las televisiones ni sobresaltos de dimisiones sobre la mesa del gobierno. No había colapsos en las urgencias de los hospitales ni protestas de madres en la puerta de los colegios vacíos. No había universitarias tendidas en el césped ni jueces de traje y corbata y la toga recogida en el brazo. Lo que había por todas partes era un cabreo sordo. La huelga fue arrolladora porque fue distinta: nunca antes la protesta se había llevado por delante a los sindicatos y al gobierno. Eso, en buena medida, es lo que ocurrió ayer.

Se ha roto la lógica política y social con la que analizábamos las huelgas anteriores porque esta vez el descrédito y la desconfianza eran los piquetes que irrumpían en la barra de los bares y en los mercados, en las tertulias de radio y en los foros de internautas. En las principales páginas de información en internet, las noticias más leídas nada tenían que ver con la huelga; el morbo de la relación de la princesa Letizia con Isabel Sartorius, la intriga del actor porno que se despeñó por un acantilado o la llegada del nuevo iphone a España. Si la huelga de ayer era un test, el resultado fue el hartazgo. Ni siquiera el ritual de las cifras disparatadas, un once por ciento de seguimiento de la huelga según el gobierno, un setenta y cinco por ciento según los sindicatos, levanta ya otra sensación que la cansina repetición de una comedia en la que cada cual interpreta su papel.

Se han roto los esquemas como si se hubieran roto los espejos, ya deformados, en los que antes se reflejaba el cabreo del personal. Porque nadie que le haya puestos oídos y ojos a la calle podrá decir que en el éxito o el fracaso de la huelga se podía medir la aceptación o el rechazo de las medidas del gobierno contra la crisis. Lo que sabíamos antes de la huelga, lo que respirábamos antes de la huelga, sigue intacto, y el descrédito de quienes iban cantando hace dos días el bolero de los brotes verdes no tiene remedio ni medida. Las razones del escaso seguimiento de la huelga de funcionarios no se pueden encontrar en la satisfacción de los guardias civiles con su salario y con el miserable ajuste de medios al que se los somete. Tampoco en la alegría de los profesores con este sistema educativo que hace aguas de fracaso. Ni en la sanidad ni en la justicia. Ni en los funcionarios mileuristas que, después de aprobar unas oposiciones, contemplan cómo crece a su alrededor un ejército de contratados a dedo.

Se ha roto la lógica de huelgas anteriores, y quizá los sindicatos deberían comprender que cuando se convierten en correas de transmisión de los partidos políticos, siempre del mismo partido político, dejan de servir de correa de transmisión del malestar de los ciudadanos; que ya sólo sirven de correa de transmisión de sus propios liberados sindicales, que son los que llenan las manifestaciones con sus banderitas de colores. Y quizá el Partido Socialista debería saber que si antes el fracaso de la convocatoria de una huelga suponía un balón de oxígeno para el Gobierno esta vez no tendrá el consuelo de verle el final al descalabro de las encuestas. Porque se han roto los espejos en los que nos mirábamos.

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08 junio 2010

La primera



Ayer se cruzaron el periódico sin mirarse siquiera las declaraciones de dos dirigentes políticos en las antípodas que le proporcionan a los funcionarios que hoy van a la huelga los argumentos más sólidos de su protesta. José Blanco y González Pons unidos para despejarle las dudas a todo aquel que tenga reparos sobre la huelga de hoy.

En una página, el ‘número dos’ del PSOE, José Blanco, admitía la necesidad de abrir un debate en España sobre el modelo de Estado, este absurdo de administraciones que se solapan para multiplicar el gasto y difuminar la eficacia, de competencias troceadas que convierten en una quimera la agilidad en la gestión pública. Blanco proponía reformar, repensar y reducir el modelo administrativo y, como ejemplo de lo que ya no tiene sentido, hablaba de las diputaciones. Luego añadía: «En el debate político nos hemos acostumbrado, lamentablemente, a hablar de chorradas en lugar de hablas de las cosas de fondo». Está muy bien que lo diga Blanco, que lo admita Blanco; el único reparo es que no lo adornara con algún ejemplo gráfico de todo este tiempo en el que la receta del PSOE contra la crisis consistía en boutades como que «el problema del Producto Interior Bruto en España es que es masculino, claramente masculino». Lo dijo una aventajada suya, Leire Pajín. Es de suponer que éste es un ejemplo nítido de esas «chorradas».

La segunda declaración es del vicesecretario general de comunicación del Partido Popular, Esteban González Pons. Decía: «Antes que eliminar funcionarios, que no sobran, habría que eliminar políticos innecesarios. Hemos creado demasiadas consejerías, direcciones generales y puestos de asesores. Hay demasiados españoles viviendo de la política».

Cualquier funcionario que tenga algunas dudas sobre la huelga de hoy, que repase las declaraciones de ayer de esos dos tipos tan distintos, tan enfrentados, y que, sin embargo, coinciden en lo fundamental, en lo que más ha cabreado a los funcionarios, en lo que más debería soliviantar a los ciudadanos: ¿Por qué tienen que empezar los recortes por los pensionistas y por los funcionarios; por los ancianos que viven con una miseria de ochocientos euros, por los médicos, por los policías, por los militares, por los maestros...?

Vale que estamos mal, vale que España necesita ajustarse el cinturón, vale que todos debemos acostumbrarnos a esta tiesura. Vale que es necesario adelgazar el sector público, pero por qué no se empieza por lo superficial, por la poda del enorme entramado de burocracia política que ha crecido en España como una espesa selva.
José Blanco y González Pons se cruzaron ayer por los periódicos sin mirarse, sin reparar siquiera que sobre esa coincidencia elemental de ambos se podría edificar el primer gran pacto de reformas estructurales en España, un modelo administrativo e institucional más ligero, más barato, más acorde a la riqueza del país, más razonable, más efectivo. Y menos cainita, menos taifa, menos pomposo, menos gravoso. Si algún funcionario tiene dudas, que se acuerde de las chorradas que dice uno y las multiplique por los políticos innecesarios de los que habla el otro. Ya verán como le salen motivos suficientes para justificar que ésta sea la primera gran huelga contra Zapatero.

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07 junio 2010

El puente



Zapatero y Griñán cada vez se parecen más en lo mal que hablan de ellos en su partido en cuanto vuelven la espalda. Cada cual con su carácter, cada uno con sus formas y sus estrategias, la cuestión es que los dos generan en el personal dirigente y militante una sensación de inseguridad, de desconcierto, que trae a todos de cabeza. Lo peor que le puede ocurrir a un líder es que la gente no sepa a dónde va, ni de dónde viene, ni qué puede pasar mañana. Sobre todo en los malos momentos, hace falta un líder. Cuando las encuestas se derrumban y el partido se rodea del halo del perdedor, la militancia busca al líder para recobrar el aliento, el optimismo; cuando las cosas no van bien, cuando parece que las noticias son siempre malas, la gente busca una referencia, una explicación, una salida. La crisis es el peor momento para que desaparezca el líder, para que se diluya, y eso es lo que le está ocurriendo al PSOE.

En el caso del presidente Zapatero, el desconcierto que provoca es llamativo porque, en realidad, es muy probable que su declive no se deba tanto a sus cambios como a los cambios de su entorno. Es decir, lo que ha cambiado en el liderazgo de Zapatero no es Zapatero sino España. Es la dureza de la crisis la que ha resaltado la nadería del zapaterismo, su peligrosa inconsistencia como formulación política, de forma que ‘las ocurrencias’ que antes podían levantar controversias pasajeras, lo que despiertan ahora es una oleada de rechazo y de indignación. Desconcierto. Ahora las crónicas políticas repiten siempre la misma secuencia: los dirigentes del PSOE que se sientan con un periodista a tomar un café para confesarle off the record su sensación de que «no hay nadie en la cabina de mando». La sensación es errónea: en la cabina de mando siempre ha habido alguien, con aguas calmas y con aguas turbulentas, lo que no ha habido nunca es un plan de viaje.

Con Griñán ocurre lo mismo: el desconcierto y hasta el nerviosismo se palpa en cuanto se cruzan problemas de cierta consideración. Ya pueden ser las cajas de ahorro o los nombramientos en el partido. Nadie puede aclarar con precisión cuál es exactamente la estrategia política que se sigue en esos casos, quizá porque tal estrategia no existe. Es tanto el desconcierto que ha comenzado a rodear la figura política de Griñán que está llevándole a cometer algunos errores inesperados, como sus tropiezos en el parlamento en las sesiones de control con la oposición. Si algo tenía acreditado Griñán es que era un buen orador, un parlamentario correoso, cualificado; pues ya ven, en un año sus meteduras de pata ya han superado a Chaves porque lo de antes era dislexia y lo de ahora es inseguridad.

«Quien quiera ser líder debe ser puente», dice un proverbio galés y parece claro que el personal lo que ve en Zapatero y en Griñán es una pasarela endeble, de palos y cuerdas podridas, como las que sale en las películas de Indiana Jones para atravesar el desfiladero que encauza un río de aguas turbulentas. Para cruzar esta crisis hace falta que alguien ofrezca un puente seguro.

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03 junio 2010

Maricón



Un revuelo de sapos, rayos y truenos se ha formado en Granada por culpa de unos ripios satíricos, lo que allí se conoce como carocas, que son viñetas humorísticas que se exhiben en las calles con motivo de la feria del Corpus para divertimento del personal. Una vez al año, cuando llega el Corpus, que en Granada es fiesta grande, las caricaturas, los chistes y la malafollá adoptan la forma de carocas para acompañar en la procesión guasona a laTarasca. Y lo mismo que los gigantes y cabezudos pasean por las calles su espectáculo antiguo de surrealismo y absurdo, de mofa y miedo infantil, las carocas parodian la realidad con dibujos y letrillas burlonas. Por ejemplo, se va Manuel Chaves a Madrid y en las carocas de Granada aparecen unos dolientes despidiéndolo en el coche oficial; en una mano un pañuelo para las lágrimas y en la otra mano, escondida tras la espalda, unas botellas de champán y unos confetis. Y dice la caroca: «Ya se nos fue don Manuel, llorando está Andalucía / desde Baeza a Jerez, / pero de pena no es / ¡que lloran por alegría!»

La que ha formado el revuelo este año se mofaba de una campaña publicitaria organizada por la Diputación provincial para fomentar el turismo homosexual. Y decía la quintilla humorística: «El turismo homosexual promueve Diputación/ dicen que mueve un pastón./ Contento está mi Pascual,/ que es un poco maricón». A buena hora se le ocurrió al autor de la caroca rimar diputación con pastón y con maricón. Dicen las crónicas que tras varios días de protestas y querellas, el concejal de Cultura de Granada pidió disculpas públicas al colectivo gay y corrigió la caroca: «Se borrado la palabra maricón y se ha sustituido por unos puntos suspensivos». ¡Unos puntos suspensivos! ¿Y por qué? «Mi Pascual que es un poco...» ¿Un poco qué?

Hasta los puntos suspensivos, la controversia era una más de las muchas que pretenden imponer el lenguaje políticamente correcto en todos los aspectos de la vida; en las instituciones, en la prensa, en las fiestas y en la familia. No es cuestión ahora de analizar si, como dice Colegas, «la palabra maricón es, con diferencia, el insulto más utilizado (…) que confunde en el imaginario de la gente ser homosexual con otras características claramente negativas, como cobarde, débil y afeminado». La broma, la sátira, la burla forma parte de la condición humana y, por mucho que nos empeñemos, siempre habrá colectivos, personas, actitudes que se conviertan en objeto de risa. ¿Deben soportar los leperos que se les ponga por brutos? ¿Y las suegras, por qué tienen que aguantar los chistes más crueles? Los gitanos, los gordos, los narigudos, los cabezones, los gangosos, los maricones y las putas. ¿Hay que prohibir todos esos chistes? ¿Puede impedirse que la gente cante en las fiestas «un bote, dos botes, maricón el que no bote», como se intentó el año pasado en las Fallas de Valencia, con cartelería, vallas y chapas repartidas por doquier?

Las carocas deben ser al Corpus de Granada lo que las chirigotas al Carnaval de Cádiz, desahogo del personal; humor de trazo grueso, grosero, pero también ingenioso y divertido. A este paso, nos quedamos en los puntos suspensivos, un abismo de impotencia, de vacío, de nada. Cuando ya no tenemos nada más que decir, o no sabemos qué decir, puntos suspensivos. Para no mojarnos en nada, puntos suspensivos. A eso quiere llevarnos el lenguaje políticamente correcto, a no decir nada.

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