El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

25 marzo 2009

Sentido común


El camino lo han comenzado quince. Mil doscientos kilómetros para cubrir el trayecto que va desde Estepona a Santiago de Compostela. Y como todos los que planifican el caminote Santiago, tenían las etapas estudiadas al detalle, los albergues, el avituallamiento, los repechos de las carreteras, las zonas de incertidumbre, los teléfonos de urgencia… Todo es normal, una historia más de las millones que se cruzan en el Camino, salvo que en esta ocasión los quince son perros. No personas, perros. “La primera peregrinación canina conocida”, dicen sus organizadores. Más impactante aún era el titular de la noticia: “Perros abandonados peregrinarán a Santiago contra el maltrato animal”. Y luego detallaba que en los últimos meses se han entrenado “muy duro” y que, pese a todo, a lo largo del todo el trayecto contarán con la asistencia de veterinarios y voluntarios para que a los perros nos les falte de nada. “Durante toda la peregrinación los acompañará un remolque de apoyo que transportará su comida y en el que los perros dormirán cada noche y donde, llegado el caso, podrán tomarse algún día de descanso”, añadía.

Peregrinación canina, o sea. Ni siquiera hace falta añadir nada más al absurdo, porque quizá no sea necesario explicarle a nadie, salvo a los organizadores, que ‘peregrinación canina’ es una contradicción en sí misma, que no es posible imaginar a un perro reflexionando en el camino sobre las causas del maltrato animal como no es imaginable que, cuando lleguen a la Plaza del Obradoiro, se acerquen a besar al Santo, aunque quién dice que esos tipos no lo van a intentar. Pero, insisto, este tipo de noticias es de las que no precisan comentario siquiera. Lo interesante es unirla a otras que se suceden a diario y que nos muestran el incomprensible desvarío que parece que se ha instalado entre nosotros. Absurdos que se evitarían con la simple aplicación del sentido común. ¿Dónde están los límites? Pues ahí, justamente, en que una persona se detenga un momento a pensar que constituye un insulto a la civilización organizar una peregrinación canina mientras esta misma semana, por ejemplo, varias pateras más han llegado a la costa andaluza, han desaparecido dos inmigrantes más, que se los han tragado las olas, y ya ni siquiera aparecen en los periódicos.

Es verdad que la búsqueda del sentido común es una de las grandes frustraciones de la humanidad, que como dejó dicho Voltaire “el sentido común no es nada común”; es verdad que el sentido común ha sido un ansia, un ideal, antes que una realidad generaliza, pero es que, si miramos alrededor, es posible observar cómo el concepto se va degradando. Parece como si la civilización estuviera presa de una maldición que atraviesa generaciones, de forma que el progreso tuviese que caminar en sentido contrario al sentido común. A más progreso, menos sentido común. Creo que fue Aristóteles quien anhelaba que el sentido común fuera el regazo de todos los demás sentidos, el lugar en el que se reúnen todos, donde se unen. Pero no, ya se ve.

Peregrinación canina, qué cosas. Menos mal, por cierto, que los de la protectora de perros de Estepona no profesan otra religión, menos mal que no les ha dado por peregrinar a la Meca porque igual aparecían colgados, ellos y los perros, de un poste del camino.

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