El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

31 agosto 2011

Rodeados



Una cena de amigos, una velada que se adentra en la madrugada y una conclusión que deja pensativos a todos, como cuando nos ahogamos en pensamientos de infinito al contemplar el universo de una noche de estrellas. Así como miramos el firmamento estos días de verano y nos sentimos pequeños, diminutos, insignificantes, alguien ha dicho esta noche que la crisis no es una, ni está cerca o lejos, es una sucesión de círculos concéntricos que determinan, cada uno de ellos, un episodio de la crisis; desde los últimos que divisamos torpemente porque recorren el mundo como una aureola de problemas hasta los círculos que se pintan en el suelo que pisamos, como un redondel de tiza en el asfalto, y nos atañe a cada uno de nosotros porque determina nuestro lugar en la crisis.

La primera mirada siempre es la más lejana, la que nos lleva a preguntarnos, como hace unos días, qué mundo nuevo se está alumbrando con la caída, progresiva, del sistema que hemos conocido en los últimos decenios, el declive del imperio americano y la crisis del modelo capitalista que ha gobernado el mundo hasta ahora. Luego de repasar las convulsiones financieras de los mercados, el vértigo de quiebra de tantos países y el predominio soterrado y efectivo de la economía china, la agitación se detiene en un segundo círculo de crisis, la que azota a los países islámicos, esa revuelta de polvo y de hambre, como ahora en Libia. Primavera árabe se ha llamado y son muchos los que atisban en ella el síndrome de la primavera de Praga, un final de involución por el triunfo postrero del fundamentalismo islámico. El próximo círculo comienza en la otra orilla del Mediterráneo, la Europa que bosteza, que se mueve como un elefante pesado, el continente que hace tanto tiempo que ha dejado de ser el centro del mundo y que ya hasta le cuesta recodar su propia historia. La Europa que avanza con los ojos vendados, a trompicones de los acontecimientos.

Los círculos concéntricos, como si las ondas del agua invirtieran el sentido de su movimiento, se van haciendo más pequeños y se ciñen ahora a España, este país de sobresaltos y cainismo, con el norte perdido de su modelo económico. Este es el cuarto círculo concéntrico, la crisis propia de España, la desestructuración de la economía de un país. Lo siguiente es Andalucía, el próximo círculo que se dibuja se establece aquí donde estamos, porque también Andalucía presenta peculiaridades propias en la crisis, problemas sólo nuestros, particularidades que ni siquiera tienen que ver con la crisis de España, aunque en un juego de círculos concéntricos, todos los problemas se comparten, fluyen hacia arriba y hacia abajo. Andalucía, una región que en treinta años de autonomía, bañada en ayudas multimillonarias de la Unión Europea, no ha sabido salir de los últimos puestos de todas las estadísticas. Los últimos círculos, los más cercanos, se detendrán en la provincia, tanta industria desmantelada, tantos campos olvidados, tantos polígonos destartalados, y llegarán finalmente hasta ti; éste es el último de los círculos concéntricos. Van cambiando en cada casa, en cada puerta, con matices personales que rompen la generalidad, porque nadie más que tú conoce tu lugar en esta crisis. Una tertulia de verano, una noche que planteó la crisis como una sucesión de círculos concéntricos. Y como cuando miramos el cielo de una noche de verano, al final no hay respuestas.

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29 agosto 2011

El orinal de oro



Debajo la cama de un dictador siempre se descubre un orinal de oro. Lo encuentran los asaltantes del palacio, las tropas de gentío, el populacho descamisado, osado y feliz, que derriba las cancelas de hierro forjado y saltan a la carrera los setos de los jardines de la entrada, cortan rosas y claveles y se los dan a sus novias para que se los coloquen en la trenza del pelo. Profanan los secretos del sátrapa con la adrenalina de un pueblo, con las ansias de un pueblo, con la sed de un pueblo que busca en los salones y en las alcobas las certezas que nunca le han faltado, los detalles obscenos de una vida de lujos construida sobre la miseria de los demás. Y encuentran el orinal de oro y las grandes escaleras de mármoles con pasamanos de caoba. Y descubren grandes lámparas de araña en los salones y dormitorios abigarrados de cuadros y tapices con una cama con dosel en el centro, símbolo de identidad del absolutismo que no se lo llevan los tiempos. En la profanación del palacio de un dictador, cuando la turba se orina en los salones, estalla siempre el último grito de rabia y libertad de una revolución. La bandera enarbolada de la desesperación.

La estampa se ha repetido estos días con Gadafi, cuando los rebeldes se han hecho fotos en el sofá dorado de la hija, el canapé egipcio donde se eleva su cuerpo y su cara de sirena; ponen un pie sobre el tapiz mullido y hacen el signo de la victoria, la imagen del león abatido en la selva. O el diario secreto del dictador, allí donde escondía sus pasiones secretas, el amor frustrado por una mujer negra, de un mundo libre, que nunca llegará a su harén. “Leezza, Leezza, Leezza... La quiero mucho, la admiro; estoy orgulloso de ella, porque es una mujer negra de orígenes africanos". Gadafi, que en sus viajes siempre dejaba correr la leyenda de que se rodeaba de un séquito de amazonas vírgenes, se postraba en silencio ante su obsesión por Condoleezza Ride. Con los secretos del dictador, con sus lujos y sus excentricidades, se confecciona el último parte de guerra, que es una pancarta de tela blanca atada a las columnas de entrada de la gran masión: “Esta casa pertenece al pueblo”.

Desde la Revolución Francesa hasta ahora, el manual de la rebeldía siempre ha descrito el mismo recorrido; se repiten siglo tras siglos las mismas escenas y las mismas emociones porque en todo este tiempo lo que no ha variado en los regímenes dictatoriales es el instante final en el que el pueblo estalla de ira y se revuelve contra todo aquello que lo ha aprisionado durante decenios. Esa similitud no existe en las democracias, aunque también en un régimen de libertad una hegemonía política suele caer arrollada por una multitud que pide cambios. Una inmensa mayoría que durante años ha soportado caprichos y despilfarros, se revuelve un día en las urnas y desaloja del poder a quien se creía inmune a todo. Es entonces cuando, también en las democracias, se descubre un orinal de oro bajo la cama; escándalos que se presumían, enriquecimientos que se sospechaban, abusos que se presentían. Todo esto que está ocurriendo en Andalucía de un tiempo a esta parte, esta sucesión de escándalos que comienzan con las falsas prejubilaciones y continúan ahora con la estafa de minusválidos, esta sensación de podredumbre, tiene mucho que ver con el desmantelamiento de un régimen. Los aprovechados, los que se han enriquecido con el poder. Ellos son el orinal de oro.

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28 agosto 2011

Patapalo



De cómo me encontré con Diego de Alvear, se contará al final. Entre otras cosas, para no restarle protagonismo a este personaje fascinante de la historia de España. Y de eso, de olvidar a los suyos, ya se encarga bien este país. Por eso, fijemos el foco en el personaje: el almirante Diego de Alvear, aquel que el cinco de octubre de 1804 respiraba en la cubierta de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes el aire cercano de la costa andaluza rodeado de sus hijos, de sus ocho hijos, y de su mujer, y junto a ellos toda la fortuna que había logrado reunir en las Américas, en el río de la Plata. Ya respiraba, sí, el aire de Cádiz cuando le salió al paso, a la altura del Algarve, una flotilla de guerra de la armada británica. Los dos países, España e Inglaterra, no tenían contiendas pendientes, gozaban de un tiempo de paz, por eso el almirante se sorprendió de la maniobra bélica que les interceptó. Para explicarles a los soldados ingleses que nada malo podían temer, para hablarles de paz, que estaban cansados, ansiosos por llegar, el almirante se dirigió al buque insignia, el Medea; iba con uno de sus hijos, ‘tranquilo, muchacho, verás qué pronto se aclara todo’, le diría mientras su mujer, rodeada de sus otros hijos, lo veía alejarse desde la cubierta de la fragata. Iba en son de paz, pero los cañonazos de intimidación de la flotilla inglesa no se detenían, salpicaban el entorno de la fragata española para que se mantuviera anclada. Llegó el almirante Alvear a la nave inglesa y, antes de poder decir nada, uno de aquellos cañonazos intimidatorios se desvió y alcanzó de lleno al buque en el que estaba su mujer, sus hijos, su fortuna, su vida, sus esperanzas, sus sueños. Todo aquello se hundió mientras el almirante contemplaba impotente la tragedia desde el barco inglés. Murieron 249 personas y aquella fragata cargada de oro y de plata se hundió en el Cabo de Santa María. Diego de Alvear fue hecho prisionero y, era tan evidente la barbarie cometida, que el Gobierno inglés se comprometió a devolverle al almirante la fortuna perdida.

Es en ese punto donde la historia de Diego de Alvear donde su tragedia se ha cruzado con la actualidad de estos días. Porque charlábamos en una sobremesa de los recortes que se quieren hacer en la administración pública, los planes de ahorro sucesivos que se van anunciando, hasta que un amigo irrumpió en la retahíla de promesas con el comentario que le hizo un marinero a Diego de Alvear cuando los ingleses le prometieron resarcirlo de su desgracia. ”Mi almirante, antes me crece a mí de nuevo una pierna en esta pata de palo que esperar nada de los ingleses”, le espetó. “Con todo este fru-frú de reformas y de ahorro –aclaró mi amigo-, yo digo lo mismo: Crecerá antes una pata de palo que un recorte de verdad de la burocracia política española”.


[Dos meses después del trágico suceso de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes, España entró en guerra con Inglaterra. Fue la guerra que acabó, en 1805, en una tragedia mayor, que marcaría la historia de España, la batalla de Trafalgar. Como escribe Benito Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales, en la batalla de Trafalgar “todo se perdió como un tesoro que cae el fondo del mar (…) tan cruel ante la fortuna como ante la desdicha”. Los restos y la inmensa fortuna de la fragata de Diego de Alvear fueron recientemente encontrados y expoliados por la empresa británica cazatesoros Odyssey. El expolio, que llegó a los tribunales, aún está pendiente de una resolución definitiva. Quizá algún día, podamos contemplar en un museo español la fortuna de aquella fragata y recordar en una película o en un libro la historia increíble de Diego de Alvear]

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26 agosto 2011

Lanjarón




Van y vienen, y se les ve y no se les ve. Van y vienen, hablan y escuchan, y se les ve y no se les ve. Ellos son como el poeta que los reúne, que los aúna cada año por estas fechas en Lanjarón, gente dispar que se sienta a la sombra de una pérgola del Balneario de Lanjarón para verse y para escucharse, para dejar que los debates y los poemas se los lleve el aire de una tarde y que las aguas ferrosas de los manantiales milenarios de la sierra de Granada reflejen sus dudas y sus certezas. Por eso, porque el espíritu está hecho con la debilidad de los reflejos romanos de una bañera de mármol blanco llena de agua templada, ellos van y vienen, hablan y escuchan, se les ve y no se les ve. Y al final siempre queda un poso de certidumbre, un alivio de sensatez, de entendimiento. Siempre queda, sí, un respiro de sociedad, de gente libre. Y como en los versos, se sabe que “estas no son/ las aguas del olvido”.

Cada vez que se descubre el mundo al margen de la carrera oficial de subvenciones y componendas, de intereses y banderías, un soplo de aire nuevo despeja el camino de hojas secas y descubre que el sendero al que siempre hay que volver es éste de la sociedad libre en un país libre. La salida de toda preocupación, la receta de todo problema, se encuentra siempre en la fortaleza de la sociedad a la que todos aspiramos, crítica, sensata, culta, mordaz y desinteresada. Para los tiempos que corren, no hay mayor consuelo que buscar el norte que nos fortalezca como ciudadanos; para los problemas que se avecinan, para las dudas que nos vendrán, frente a los vendebolas que saldrán al paso, populistas, demagogos y acomplejados, no existe mayor esperanza que la de contar con una sociedad que se sepa fuerte a sí misma, que sepa analizarse y criticarse, que sepa corregirse, que no espere nada del futuro más que el esfuerzo y la superación. El progreso.

Muchas veces tenemos la necesidad de encontrar respuestas y esperanzas, y no se encuentran. Miramos alrededor, escuchamos los discursos y las explicaciones oficiales, y no hayamos respuestas porque, quizá, la respuesta no hay que buscarla tan lejos. La exigencia primera somos nosotros, la libertad individual, la formación individual, la independencia de cada cual. Cuando comprendemos esto, cambia la visión de las cosas. Si no se espera que ninguna mano redentora venga a salvarnos, ni se aceptan limosnas ni se admiten los enchufes; ni se aplauden las prebendas ni se silencian los favores. Cuando una sociedad se sabe, se conoce, se identifica, es el futuro mismo el que se construye.

Seis manantiales tiene Lanjarón y todos confluyen en el balneario que, cada verano, se cita con unos cursos de agua y de cultura. Independientes, formales e informales, mordaces y discretos, humildes y sabios. Como una sociedad soñada. Dicen que este agua, del color de un atardecer, del color del ocaso de este verano, proviene de lluvias que cayeron sobre la sierra hace más mil de años. Si los griegos decían que el agua es el origen de todas las cosas, debió ser también por este ejemplo de constancia, de humildad, de perseverancia del agua a lo largo de siglos. Por eso, ellos van y vienen, y se les ve y no se les ve, pero están. Van y vienen, hablan y escuchan, y se les ve y no se les ve. Ellos son como Antonio Carvajal, el poeta que los reúne. “Y arrojaré al estanque de los sueños / todo recuerdo / que no sea la flor que abre en las aguas/ otra esperanza”.

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20 agosto 2011

Contra el Papa



Hay una Iglesia que se arrodilla en reclinatorios repujados de ébano y cojines de terciopelo rojo y una Iglesia se levanta con agujeros en los bolsillos en poblados de chabolas hechas de hojas de palmera. Hay una Iglesia que se impregna de incienso y una Iglesia que se adentra en el hedor de los suburbios de las grandes ciudades, en el submundo que habita en los vertederos de basura. Hay una Iglesia que se corona de mitras y se apoya en báculos de oro y una Iglesia que se cubre por las noches con mantas gastadas, gentes que rezan cada día la humildad, la pobreza, la entrega a los demás, que reparte cada día pan y esperanza entre los más tirados de este mundo. Hay una Iglesia que se encierra en sí misma, que edifica fortalezas antiguas con los Sacramentos, y una Iglesia que se abre a los demás, que los comprende, que los acepta, que los ayuda. Hay muchas Iglesias, distintas y hasta contradictorias, pero enfrente sólo se coloca una reacción, la de esos que justifican la ignorancia con el agravio del otro; la de aquellos que construyen su ideología con la negación del otro, jamás con la aportación de fórmulas nuevas, de ideas nuevas, de respuestas nuevas. Cuatro frases imaginativas, tres consignas que riman y dos manifestaciones que exigen la referencia del contrario porque por sí solas ni actúan, ni existen, ni se movilizan.

Para estar contra el Papa, para diferir de los métodos antiguos de la Iglesia, de su falta de adaptación a los nuevos tiempos, de su incapacidad para asumir la responsabilidad y el liderazgo que le exigen los tiempos, no era necesaria esta procesión fatua, engolada de nadería, que se ha movilizado contra las jornadas de juventud vaticana. ¿Cómo elegir la nada como alternativa? Para censurar al Papa, para mostrarle la limitación de su doctrina, bastaba con oír sus discursos, como el de ayer en Madrid, cuando se ha referido a “la superficialidad, el consumismo y el hedonismo imperantes" como los problemas esenciales de esta sociedad. Cuando ha hablado de "tanta banalidad a la hora de vivir la sexualidad" o cuando ha mencionado la "insolidaridad" y la "corrupción" como lacras sociales. Y simplemente preguntarle en qué contribuye unas jornadas como éstas a ofrecer el ejemplo contrario de lo que predica. Qué otra demostración se ofrece al mundo que la banalidad, la superficialidad, el hedonismo. Esos son los problemas, sí, pero la respuesta nunca puede ser un desfile de pasos por la Castellana y confesionarios que ofrecen indulgencias de cartón piedra para abortistas arrepentidas. El protagonismo histórico de la Iglesia exige mucho más.

Existen muchas Iglesias y enfrente no aparece nada. Entre la jerarquía vaticana, entre el rancio obispado madrileño o la rigidez antigua de las nunciaturas, entre ese mundo y los sacerdotes salesianos que se marchan de misioneros a poblados de África, o las monjas que se arriesgan en un convento acosado en un país de fundamentalismo islámico, existe un vínculo común, algo que los une, que los hace aceptar la diversidad. La fe, el respeto, la ayuda, la solidaridad, el compromiso. No saben quienes protestan con pegatinas de papas con carne que, con tanta futilidad trasnochada, acaban reafirmando a quienes, desde la Iglesia, censuran estos espectáculos papales. El vacío que ofrecen es un motivo suficiente para seguir creyendo en la Iglesia.

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11 agosto 2011

Ubicuo Blas



La memoria de un muerto siempre tiende a la ubicuidad. Los recuerdos que se archivan en cada uno son visiones parciales de la vida de quien se fue y, cuando pasan los años, al recordarlo cada cual hará un retrato de su propia experiencia, tamizada por el olvido, sesgada por los rencores, avivada por las emociones, mutilada por las ausencias. Cuando el muerto es un personaje histórico, la síntesis se complica todavía más por la tendencia antigua del hombre de reconstruir el pasado de acuerdo a sus propios intereses y, sobre todo, por la inclinación persistente de encasillarlo todo en cuadrículas elementales, bueno o malo, blanco o negro, de los nuestros o de los otros. El resultado inevitable es que la memoria del personaje en cuestión acaba dividiéndose, fragmentándose, de forma que será imposible reconocerlo porque todas las versiones que se ofrecen se han deformado.

Con Blas Infante está ocurriendo exactamente eso, cada año que pasa es probable que nos alejemos más de la realidad del personaje y que, en su lugar, se jibarice el legado en forma de fetiches variados y, a veces, contradictorios entre sí. ¿Cómo es posible, por ejemplo, que la misma persona, el mismo Blas Infante, pueda ser reivindicado a la vez por gente tan dispar como socialistas y conservadores, comunistas y andalucistas, radicales y liberales, andalucistas y españolistas? Con la renuncia de un solo acto de homenaje a Blas Infante, en el aniversario de su fusilamiento, que se ha cumplido esta noche, el recuerdo de su memoria se ha multiplicado y cada cual lo presenta como parte de su propia ideología. Según unos, fue un andalucista moderado, integrador. Otros lo presentan, por el contrario, como un nacionalista radical, islamista, un idealista utópico de Al Andalus. Hay quien lo presenta como un mártir de la República, un luchador incansable, un precursor de las autonomías, y hay quien sólo lo considera un buen hombre, con un débil legado intelectual, que ascendió a los anales de la historia por el vil asesinato de un grupo de fascistas desalmados.

Es muy probable, por todo ello, que si Blas Infante viviera no se reconocería en ninguno de los actos de homenaje que se celebran en su nombre, cada madrugada del diez de agosto. Si Blas Infante viviera, acaso no se reconocería incluso en esta autonomía que lo ha colocado en el frontispicio de su estatuto, con el título pomposo de ‘padre de la patria andaluza’, sencillamente porque los tiempos ya son otros y el mensaje que más se puede adecuar hoy a este mundo de globalización era su idea de andaluces universales, que no se encasillan, que contemplan a los demás con el orgullo de su profunda historia y el respeto de reconocer que la riqueza del hombre está en la diversidad. «Hombres de luz que a los hombres, alma de hombres les dimos». En la ubicuidad de la memoria de Blas Infante, para huir del interés sesgado del oportunismo político, para escapar de los fetiches hueros, el alma, esa que se construye con humanidad, humildad, respeto y sacrificio, debería ser la única reivindicación de un hombre que murió fusilado por el fanatismo.

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09 agosto 2011

Imperio roto



No interrumpas tus vacaciones, ni cierres de golpe la novela que te ha atrapado este verano. No te alteres cuando vayas a trabajar en el coche, deslizándote por las calles casi desiertas de las primeras horas del día, y conectes la radio para oír las noticias de los informativos. No cambies tus hábitos de cada mañana, los pasos que te llevan de la panadería al mercado, cargado de bolsas, caballas frescas y melocotones recién comprados. No, no hagas nada que transforme tu vida pero detente sólo un instante, observa a tu alrededor, obsérvate en este entorno, y piensa por un momento que, quizá, todo esto que conocemos, que disfrutamos, ha comenzado ya a derrumbarse.

Son esas noticias que nos hemos acostumbrado a recibir en los últimos meses, sin otorgarles la trascendencia con la que quizá se analicen en la historia. Son estas noticias que, sin que hayamos reparado en ello, nos están hablando de la caída de un imperio, del imperio americano. Ahí están los países alineados como fichas de dominó, pendientes de que un soplo de los mercados pueda desatar una caída en cadena de los gobiernos. Ahí están los titulares de prensa que parecen ficción cuando hablan de la posibilidad de que Estados Unidos se declare en quiebra. Ahí están los problemas sin resolver del fundamentalismo islámico, de la hambruna de África. Es la caída de un imperio, pero quizá también de un modo de vida. Que por eso la crisis financiera que comenzó allí, en las hipotecas basura, en las subprime, se ha extendido a todo el mundo, a todos los rincones del imperio, como se extendía a todas las provincias romanas las conspiraciones de senadores y generales, como se transmitía a todos los territorios de ultramar los delirios de la corona española.

Tres grandes imperios han marcado hasta ahora la evolución principal del hombre. El imperio romano, el imperio español (y de forma paralela la expansión del cristianismo, no sólo del catolicismo), y el imperio americano. Cada uno de esos imperios, con injusticias y contradicciones, con abusos y excesos, han supuesto para la Humanidad pasos firmes en el progreso y en la civilización. Ahora que ha comenzado a desmoronarse ante nuestros ojos este imperio que conocemos, la pregunta es qué viene detrás. Qué sistema, qué modelo nuevo quiere abrirse paso para sustituir al periclitado. No hablemos de los mercados como un ente maligno que provoca todos nuestros males porque formamos parte de ese conjunto que, hasta ahora, había funcionado. No hablemos de los mercados, pensemos en las alternativas que brindan, miremos hacia aquellos que, en medio de la crisis, mantienen su expansión. ¿Qué viene detrás? ¿Qué modelo podría construirse sobre la potencia emergente, China, la síntesis delirante que nos ha conducido a la demostración de que el capitalismo más feroz se desarrolla bajo una dictadura comunista?

Andalucía, que le dio emperadores a Roma; Andalucía que fue puerta, esplendor y ocaso del Descubrimiento; esta Andalucía de bases militares de los Estados Unidos, esta tierra que atraviesa con su historia los tres imperios, es un buen lugar para pensar el momento. No dejes lo que estabas haciendo, y sigue adelante. En la playa, con tu libro y los castillos de arena. En la oficina o en el camión. En el mercado, admirando el olor jugoso de la fruta y el color fresco del pescado. Sigue adelante. Pero estamos asistiendo a un final. Probablemente.

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08 agosto 2011

Sangre fría



Su único consuelo ya es que la sangre de su hijo se enfríe. Su hijo muerto, su hijo asesinado, su hijo acribillado por los soldados de un dictador cuando salió a la calle para pedir libertad. Hace ya muchos meses que ocurrió todo pero es ahora, con el sátrapa entre rejas y ante un tribunal, cuando Saida Hassan mira al cielo con una sensación extraña de pena y de respiro, de dolor y de alivio, porque piensa que al fin su hijo podrá descansar en paz. «Estoy encantada de ver a Mubarak en una jaula. Creo que el alma de mi hijo comienza a descansar y que su sangre se enfriará».

Sangre fría, sangre caliente. La injusticia de un atropello mortal del poder, la impotencia ante una violación, la punzada honda por un asesinato; la muerte inesperada, injusta, atroz de un ser querido, convierte la memoria en un río de sangre caliente que va creciendo a la espera de que se haga justicia. No hay descanso hasta que el autor de esa muerte, un psicópata, un terrorista o un dictador, se sienta ante un tribunal y se oye en voz alta la condena que se le impone. Hasta ese instante, la sangre bulle caliente, hierve en la sien y hace latir el corazón con golpes que piden venganza. El descanso, como el de esta madre egipcia, sólo llega cuando la victoria de una condena judicial se alza sobre todas las cabezas para reconocer al asesinado y concederle la paz eterna. Sólo entonces una madre puede pedirle al cielo que la sangre del hijo que ha parido se enfríe de una vez y se congele en el recuerdo de la última foto que colocó sobre la mesa del salón.

Setenta y cinco años han pasado desde lo días más trágicos de España, el golpe de Estado del dictador y la guerra civil que colocó en trincheras diferentes a hermanos y amigos, el enfrentamiento que salpicó de sangre inocente la tapia de los cementerios, que llenó las cunetas de odios y venganzas. Setenta y cinco años han pasado y parece como si esos tres cuartos de siglo que han transcurrido no hubieran servido para enfriar la sangre de los muertos. La sangre de la Guerra Civil sigue caliente, o así se fomenta, y una sociedad no puede vivir con ese rencor fluyendo por sus venas. Esta profusión de actos sectarios que se revisten de memoria histórica, esta estrategia de remover continuamente los rescoldos de la guerra, este afán legislativo para mantener vivo el enfrentamiento y la diferencia, todo este empeño de mantener caliente la sangre de los muertos, es lo peor que nos podía pasar casi un siglo después de la tragedia.

Aquí nunca veremos al dictador entre rejas porque, a diferencia de Egipto, el dictador español se murió en su cama; no fue una multitud la que se echó a la calle y a las plazas para tumbarlo. Lo asumimos así hace ya muchos años, hicimos la Transición, y todos estos intentos de ahora, toda esta propaganda, no persigue otra cosa que seguir alimentando el rencor como fórmula política. La muerte natural del dictador no impidió que la sociedad española se reconciliara consigo misma, con amnistías e indemnizaciones, con reconocimientos públicos, manifiestos, declaraciones formales y sentencias revisadas. Nada repara la tragedia de una muerte, pero al menos se logra que la sangre del asesinado se enfríe y pueda descansar en paz. «Si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección». Manuel Azaña. 18 de julio de 1938. Aquellos muertos nos dicen que dejemos su alma en paz para que la sangre derramada se pueda enfriar.

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