Quiebras
Antes que un escándalo financiero, es un escándalo político; antes que una quiebra económica, es una quiebra política. Con la intervención de la Caja de Castilla La Mancha lo que se rompe, lo que estalla en pedazos es el escandaloso control gubernativo de las cajas de ahorro y la gestión orientada a satisfacer los intereses de un partido. Que la caja castellana, o sea, y su agujero mil millonario no forma parte en este momento del sistema financiero andaluz porque la pifia es mucho más grande de la esperada, tres veces más grande que la negada hasta ahora con énfasis. Nueve mil millones que hacen imposible cualquier fusión, pero la historia aquí, lo que conviene aclarar, es por qué hasta hace dos días se afirmaba que la fusión con Unicaja era buena para los intereses generales de Andalucía cuando todos sabían que la caja castellana estaba al borde de la quiebra. La fusión de Unicaja con la Caja de Castilla La Mancha era, en fin, una fusión política. Por eso, el escándalo es doble, financiero y político.
Debió ser en alguna de aquellas reuniones del presidente Zapatero con los presidentes de la banca española en las que participó también el presidente de Unicaja, Braulio Medel. Era aquel momento político en el que los dirigentes socialistas del Gobierno de la nación y de la Junta de Andalucía acababan de dejar atrás su discurso de ‘no hay crisis’ («¿Crisis? En absoluto, eso es una falacia. Puro catastrofismo», decía Zapatero seis meses antes de sus reuniones de otoño con los bancos y cajas). Eran los tiempos en los que Zapatero volvió exultante de una reunión en Estados Unidos en las que puso al sistema financiero español como ejemplo de fortaleza: «la crisis financieras es internacional, pero no afecta a España, que va a superar a Francia e Italia». Pero éste era sólo el discurso público. Entre las bambalinas de aquellas reuniones, a los banqueros ya se les planteó la difícil situación de la caja de Castilla La Mancha y la necesidad de que alguna otra entidad se decidiera a salvarla, mediante una fusión o una absorción.
Nada debe objetarse, desde luego, a que en el sistema financiero de un país exista colaboración entre las entidades bancarias cuando se atraviesa un momento crítico, como tampoco cabe objetar nada a que los gobiernos se vuelquen en la salvación de las entidades financieras antes de que se lleven por delante los ahorros de millones de ciudadanos y generen un estado de alarma social. No, el problema es el engaño. ¿Por qué se decidió que Unicaja era la adecuada para asumir la pifia de Castilla La Mancha? ¿Por qué se ha ocultado hasta ahora que ésa, y no otra, era la razón de ser de la fusión aprobada? ¿Por qué se decía que esa fusión era buena para los intereses de Andalucía?
A estas preguntas tendrían que responder con celeridad el Gobierno andaluz, en vez de protagonizar otro desvergonzado cambio de discurso afirmando, esta vez, que los sistemas de control han funcionado a la perfección y han impedido la fusión. Pero, además del Gobierno, además de Chaves y Zapatero, también los dirigentes del Partido Popular tendrían que aclarar por qué respaldaron la fusión en el consejo de administración de la caja si, como venían diciendo, en otros foros públicos alejados de Málaga, la fusión era una temeridad. Si era, como dice ahora Javier Arenas, «un caramelo envenenado», por qué votaron a favor de que Unicaja se lo comiera.
Si la cuestión es la solvencia, que nadie tenga dudas. A la insolvencia financiera de las cajas se llega por la insolvencia política. La quiebra es doble.
Foto: Carlos Márquez
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