Puerto Brasil
La tarde que abandonó la aldea, la periodista habría de detenerse para respirar en un recodo del sendero de tierra que, montaña arriba, serpentea hasta la cumbre, como una culebra marrón en medio de la selva. Volvió a mirar hacia atrás y allí en el valle, junto a un puñado de casas de madera pintadas de blanco y celeste, permanecía Rubi Galvis, su padre, Arístides Galvis, y Evelio Ortiz, con su sombrero nuevo de hoja de palmera. Rubi la vio detenerse y levantó el brazo derecho para decirle adiós, agitando en el aire la hoja de periódico que le había entregado la periodista. “Adioooóos”, se oyó gritar a la periodista y, cuando se dio la vuelta para continuar, el eco de su despedida todavía rebotaba en el valle. Al bajar el brazo, Rubi se quedó mirando el periódico. “¿Papito, crees que nos habrán engañado?” Arístides y Evelio se quedaron mirándola. “Vuelve a leerlo”, replicó Arístides. ‘Fortalecimiento organizativo y productivo de 42 familias campesinas de Puerto Brasil, afectados por la violencia política y social’. “Sin duda, habla de nosotros, pero qué querrá decir”.
Arístides era el mayor de los veinte vecinos de Puerto Brasil. El nombre se lo pusieron unos misioneros españoles para hacerle honor a la tierra, Colombia, un país con la extraña cualidad de haber tenido gobernantes que, a largo de toda la historia, sólo han acertado con los nombres de las cosas. Como Colombia, por ejemplo, que se llena la boca al decirlo, el único país que lleva el nombre de Cristóbal Colón, el sueño de Simón Bolívar; nombres como Cauca, Boyacá, La Guajira o Sucre, que parecen palabras recolectadas en una plantación porque saben a fruta, a tierra, a palo de caña. Nombres como Puerto Brasil, rodeado de montañas; un puerto que jamás verá el mar ni el río ni la carretera, puerto como ironía. Nombres como el acierto de llamarse Arístides y vivir en una aldea de Colombia. En la antigua Atenas, cuando alguien merecía un castigo, los hombres se reunían en la asamblea y escribían el nombre del infractor en un trozo de barro. A Arístides ‘el Justo’ lo condenaron al ostracismo. En medio de la asamblea, un campesino se dirigió a Arístides, sin conocerlo, para pedirle que le escribiera en el barro el nombre de quien quería condenar. La sorpresa fue que le pidió, precisamente, que escribiera el nombre de Arístides. ‘¿De qué se le acusa?’, indagó Arístides. ‘Ah, no sé, ni siquiera lo conozco, pero ya estoy fastidiado de oír continuamente que le llaman el justo’. Arístides no le contestó; resignado escribió su nombre en el trozo de barro y se lo devolvió.
Colombia, Puerto Brasil, Arístides… Y ahora esto, una periodista que viene de España con un periódico en el que se dice que socialistas y comunistas de Sevilla van a mandar a la aldea noventa mil dólares, un baúl de plata como los que llegaban al Guadalquivir desde Cartagena de Indias. “Fortalecimiento organizativo y productivo de 42 familias campesinas de Puerto Brasil”… Nada es tan cruel como la mentira política. Arístides Galvis volvió a pensar en la maldición haber nacido pobres y en la agudeza de los misioneros cuando le pusieron el nombre. Condenados al ostracismo. Rubi Galvis dobló cuidadosamente el periódico y lo guardó en el bolsillo. Lo único que la reconcomía era pensar porqué, de tantos pueblos como había en Colombia, los habían elegido a ellos para el engaño.
(Relato sobre un hecho real: Las ayudas de 81.000 euros aprobados por el Ayuntamiento de Sevilla que nunca llegaron a Colombia)
Fotografía: Jorge Cuéllar
Etiquetas: Izquierda Unida, Pobreza, Progresía, Sociedad, Sudamérica
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