El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

29 enero 2009

Ciudadanía


Lo comprobé hace poco. Una chica estudiaba malhumorada ‘Educación para la Ciudadanía’. Era tan visible su enfado que me acerqué a preguntar, pensando que se había tropezado con algún abuso ideológico, alguna imposición moral. A fin de cuentas, llevamos años conociendo los riesgos de una asignatura que, además de los valores constitucionales, se despeña en peligrosos absurdos para los adolescentes. Por ejemplo, que las personas no nacen con un sexo determinado, que el sexo «no define al hombre y a la mujer como tales, sino que es fruto de una determinada concepción cultural o de un accidente biológico». «La escuela –decían– debe huir de una simplificación en la definición de las identidades».

No sé si será un abuso, pero desde luego es un absurdo. Ese texto entrecomillado, además, lo anuló en una de las sentencias el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, que ahora ha sido revolcado por el Tribunal Supremo. Lo cual, que cuando contemplé a aquella chica malhumorada con la asignatura, creí que estaba claro: «está ofendida porque ella sí sabe que lo que siente. Que lo que desea no es fruto de un ‘accidente biológico’, que su amor juvenil no es una ‘opción sexual relativa’, que su pasión no se debe a una ‘simplificación de identidades’». Nada molesta más en la adolescencia que alguien te considere un ser inmaduro. La adolescencia persigue la reafirmación, el reconocimiento; busca apoyos para superar la incertidumbre y pide prestadas las dosis de experiencia de las que carece. Y ahora, ¿cómo se atreve nadie a dudar de lo que sientes, de lo que eres?

Estaba claro. El malhumor de aquella chica que estudiaba ‘Educacion para la Ciudadanía’ no tenía otra explicación.
– «¿Cabreada? Pues claro, porque llevo dos horas rellenando un test en el que me preguntan con qué papel envuelvo el bocadillo o si utilizo los folios por las dos caras».
– «¡Bah!, Entonces, no entiendo el malhumor. Eso que te preguntan es fácil de responder... Te aprobarán», le contesté.
– «No entiendes nada. No es eso, el problema es que esta bobada de test me está quitando tiempo para estudiar Literatura...»

Desde aquel día, jamás he encontrado un análisis más certero que aquel sobre la polémica de ‘Educación para la Ciudadanía’. El problema mayor de esa asignatura no es que vaya a cambiar la tendencia sexual o el universo moral de nadie; la cuestión es que es una pérdida de tiempo. Y tiempo y preparación es de lo único que carece el sistema educativo español. Ayer, la ministra de Educación celebró la derrota de los objetores en los tribunales. «Deben confiar en el principio de eficacia del sistema educativo español», dijo.
La última Encuesta de Población Activa desvela la evidencia de que existe una relación directa entre el fracaso escolar y el paro: mientras el 20,45% de los trabajadores con educación primaria está en paro, entre los licenciados el desempleo afecta únicamente al 7,45%. Con la tasa de fracaso escolar más alta de Europa, a dónde vamos.

La mejor ciudadanía es la que conduce a una persona a la cultura, a la independencia, a la madurez. Educación para ser libres. Lo que preocupa de la polémica asignatura no es la moral, es la persistencia en un sistema de fracaso escolar. La pérdida de tiempo, es eso. Sí, sólo es eso. La mayor gravedad.

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El elefante cansado

En 1991, tres años antes de morir en un absurdo accidente, el periodista Ismael Fuente publicó un libro de pastas negras en el que aparecía Felipe González acodado sobre una mesa, con la cabeza apoyada en la mano cerrada, cabizbajo, pensativo. El caballo cansado, se titulaba aquel libro que Ismael Fuente escribió pensando que Felipe González iba a tirar la toalla en poco tiempo, que, en esta ocasión, sí era cierta la advertencia de que quería dejar la presidencia. «Felipe González tiene 49 años, cumplidos en marzo de 1991; encarna esa generación de socialistas en torno a la cincuentena que lleva casi diez años en el poder y que ha pasado todas las fases que van desde la ilusión al desencanto, como el arco iris va del rojo al violeta. Transmite imagen de cansancio, de hastío. Y así es como empieza a vérsele».

Las especulaciones sobre el cansancio de González, su falta de frescura, de ideas nuevas, eran, además de una evidencia, un rumor que alimentaba el propio Felipe González, un experto en el manejo de la dimisión como chantaje emocional. En el partido y en el Gobierno, respondía a cada momento crucial de complicación política con el vértigo del vacío. En los noventa, como si intuyera la enorme espiral de escándalos que le aguardaban, volvió a poner en funcionamiento el rumor de su salida. Se lo dijo al propio Rey: «Señor, creo que ocho años de gobierno es un período suficiente y estoy meditando no presentarme a las elecciones de 1990». Se lo dijo y se filtró y, cuando González ya creía que el personal tenía el susto en el cuerpo, se desmintió a sí mismo: «Ha sido probablemente el error más grande que he cometido. Un político tiene que decir que seguirá adelante hasta que lo echen los electores».

Eso fue, efectivamente, lo que ocurrió seis años más tarde: que a González lo echaron los electores. Consumió seis años más de gobierno en los que arrasó con todos los sueños que había levantado diez años antes; se despeñó por una pendiente de corrupción, soberbia y desprestigio que no dejó ni rastro de lo que fue. Tenía razón, sí, tendría que haberse ido en 1989. Pero no lo hizo, se volvió a presentar a las elecciones y, aquel año de 1990, mandó para Andalucía a uno de sus leales, Manuel Chaves. Tenía razón González, pero se equivocó porque para un líder siempre ha sido más difícil dejar el poder que conquistarlo. Entre el orgullo ciego y la soflama babosa del entorno, se envenenan las entendederas. Miren a Chaves ahora. Hasta los suyos hablan de desgaste, pero la realidad es que da vértigo cuando se mira atrás. Está cansado, dicen, pero pasará: es «coyuntural». Le pasan la mano por el lomo, ‘eres el mejor’... «Los esperanzados del 82 tienen hoy piel de elefante», decía Ismael Fuente en el libro sobre González. Casi veinte años después, Chaves aún sigue en el centro de la pista. El elefante cansado.

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26 enero 2009

Náuseas


No se les caerá la cara de vergüenza, no. En este déjà vu del espionaje madrileño que ha devuelto a la actualidad la misma historia, pero con protagonistas cambiados. Con la naturalidad con la que en la política se cambian los discursos, con el cinismo con que en la prensa algunos danzan felices al compás que les van marcando, dirán y defenderán ahora lo contrario que hace unos años cuando el espionaje de las cajas sevillanas. Qué más les da.

Pero no, no se les caerá la cara de vergüenza. Pensé, ingenuo, que no no se atreverían a hablar del espionaje madrileño, pero lo han hecho. No les queda ni el rubor del mutis. Dicen las noticias: «El vicesecretario general del PSOE de Andalucía, Luis Pizarro, exigió hoy al líder del PP-A, Javier Arenas, una actitud firme ante el escándalo social a escala nacional de supuesto espionaje interno entre dirigentes del Partido Popular». Hay que frotarse los ojos, ver para creer. Pizarro, en fin. El principio de Peter de la degeneración política: siempre se puede caer más bajo.

Tampoco se les caerá la cara de vergüenza a aquellos del Partido Popular que, para defenderse, han plagiado las excusas que hace ocho años ofrecieron los dirigentes del PSOE. En vez de dar explicaciones, en vez exigir responsabilidades, en vez de esclarecer hasta el último detalle de los seguimientos, repiten, una tras otra, las mismas palabras que se oyeron en Andalucía hace diez años en boca de Chaves. «Todo es un montaje que acabará en nada». Si los seguimientos han existido, si eso nadie lo discute (tampoco los del PP), cualquiera que en ese partido nada tenga que ver con el espionaje y el juego sucio no encontrará en este escándalo más que una ocasión inmejorable para demostrar que no todo el mundo es igual en política. Que la política no se limita a la estrategia sin escrúpulos, movimientos al son del tambor; ahora defensa ciega, ahora acoso y derribo. Que existe la decencia. Que existen los principios.

No, no se les caerá de vergüenza a aquellos periodistas andaluces que pontificaban cuando el espionaje de las cajas sevillanas, que daban lecciones sobre la investigación periodística, sobre la redacción, sobre los titulares… ¿Cuántas patrañas se hubieron de escuchar? Y ahora resulta que el mismo periódico que daba lecciones de deontología periodística, incurre en todo aquello de lo que falsamente nos culpaba: acusar sin ofrecer pruebas. En el espionaje de las cajas sevillanas, aportamos documentos y testimonios inculpatorios. Jamás han tenido la decencia de admitir que teníamos razón.

Dan náuseas, sí. Pero no cólera, ni ceguera. Es decir: al denunciar el espionaje de Madrid, la prensa cumple con su obligación. Ni la procedencia de la filtración ni el interés del filtrador tienen más interés que la veracidad de la noticia. Si es cierta la denuncia, todo lo demás es complementario. Las convicciones aquí, ya ven, no mudan de acera.

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25 enero 2009

Espiral

Con lo difícil que resulta ser original en el conflicto entre israelíes y palestinos, el otro día, en una manifestación en Sevilla pro palestina, un tipo dejó una frase antológica: «No se pueden matar bombas a cañonazos». Toda la propaganda y el sinsentido del conflicto parecen condensarse en esa frase, carne de grafiti. Porque parece que se trata de eso, de defender estúpidamente si es mejor tirar bombas o cañonazos, y comprenderán que ese debate, que es el que existe, no va a ninguna parte.

Pero si es inútil plantearse el conflicto como dilema, o estás con las bombas o estás con los cañonazos, más estéril aún es adentrarse en la espiral de quién empezó primero, quién fue el que provocó, quién vulneró antes los acuerdos. Siempre habrá un precedente, histórico o contemporáneo, para avalar cualquier planteamiento, uno y su contrario. Es inevitable, además, en un conflicto que se remonta a siglos; un conflicto único por una tierra que pertenece a dos pueblos que, para más complicación, tienen un profundo sentido de la religión.

Por no atender a la raíz histórica del conflicto, a diario se cometen errores de bulto que provocan una espiral de sinsentidos de la que no se logra salir. Por ejemplo, cuando se analizan los acontecimientos con la perspectiva de unos meses y se sacan conclusiones. O cuando pensamos que lo que allí ocurre es sólo responsabilidad de árabes y judíos, que nada tiene que ver Occidente. Esta segunda cuestión tendría que ser especialmente sensible en Andalucía, en España, la antigua Sefarad de los judíos. ¿Existiría el problema actual si a los judíos no se les hubiera expulsado durante toda la historia de Palestina, de Europa, de Rusia…? Eso sin contar con la Alemania nazi, que primero pensó en enviar a los judíos a Madagascar y luego acabó ahorrando costes de viaje con la macabra industria de la muerte: seis millones de asesinatos. Parece que nadie piensa que si en la actualidad existe en EE UU un lobby judío muy importante es porque resulta que EEUU es el único país del mundo que no ha expulsado a los judíos.

Thomas G. Fraser resumió el conflicto en un libro en el que, a medida que se pierden en el tiempo las raíces del conflicto, se descubre que, en realidad, lo que ocurre en la Tierra Santa no es un conflicto local, sino un fracaso de la humanidad. Sin la perspectiva de la historia, sólo nos queda la pegatina. ¿Bombas o cañonazos? Absténgase de debates absurdos o imposibles sobre quién empezó primero. No hay otra salida que volver al origen: dos pueblos y una sola tierra. El primer paso será siempre el reconocimiento del otro. Y en eso, se diga lo que se diga, a quien le toca avanzar es a buena parte del pueblo árabe.


(Foto Jesús Morón)

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24 enero 2009

Desnudos


La política siempre ha sido un gran espejo de la influencia del sexo en la sociedad y del poder sobrenatural del morbo. Será por la mítica erótica del poder por lo que esas historias siempre alcanzan relieve, aventuras de bragueta que se susurran, comentarios de escotes promulgados, cotilleos de roces insinuados. Aunque se ha querido disfrazar de otra cosa, es probable que la polémica inaudita que se ha levantado en España por las fotos de la portavoz del PP, Soraya Sáenz de Santamaría, tenga más que ver con ese morbo, con la inagotable ansia sexual que nos guía y que no se supera ni disminuye por mucho que avancen los tiempos, que con cualquier otra cosa.

También en esto, además, no hay diferencias entre izquierdas y derechas, pero, desde luego, cualquiera podrá concluir que han sido mucho más sinceras las protestas de la derecha rancia que las de la izquierda serigrafiada y pegatinera. Los segundos han visto en las fotos la venganza de aquellas críticas al Gobierno, cuando las ministras socialistas aparecieron en Vogue, con pieles de leopardo y tacones de aguja. ‘Donde las dan las toman’, dicen, pero nada tienen que ver unas fotos y otras. Éstas de Soraya son más simples, son fotos que la protagonista pretende que sean sensuales, eróticas, y como tal deben analizarse. Por eso han sido más sinceras las críticas que se han oído desde la derecha rancia: «¡Así no se viste una mujer decente!», se les ha oído clamar. Otros la han comparado con la concejal de Lepe que salió en pelotas. En fin, todo el mundo sabe que no hay parangón, que la lepera se desnudó en la playa y no habrá jamás en internet una foto de un político andaluz con más descargas que aquella. En todo el mundo.

Lo cual que, como los argumentos esgrimidos a izquierda y derecha no parecen interesantes, al final lo mejor es ponernos a pensar si, en realidad, es bueno o malo para un partido político que alguno de sus dirigentes se insinúe en una fotos. Si hacemos la pregunta entre los políticos, e incluso entre los analistas políticos, la respuesta mayoritaria será que, en efecto, una imagen así es perjudicial para un partido político, porque transmite frivolidad, nada trascendente, nada serio. Parafrasearían el viejo lema, «¿votaría usted a ese hombre, a esa mujer, después de verla desnuda?».

Por ejemplo, de unos años a esta parte, el personal celebra la Navidad con calendarios en los que todo dios sale en pelotas. «La asociación de madres del barrio de San Bartolomé se desnuda para recaudar fondos para unos columpios nuevos en el parque». Y en este plan, los policías locales, los bomberos, los del equipo de futbito, los del club de ajedrez, los de la peña… Ha habido escándalo por las fotos de la portavoz del PP, sí, pero ¿estamos seguros de que también la sociedad se escandaliza de que una política salga con los pies desnudos y un vestido negro?


(Foto: Luis Malibrán)

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21 enero 2009

La decepción


Habrá decepcionado, sí. Nadie lo reconocerá, pero el discurso de ayer de Obama no cuadraba bien con quienes lo llevaban en andas como el último dios mortal de occidente. Habrá decepcionado porque en la víspera Obama ya se decía a sí mismo, como el nuevo César del imperio, ‘cuídate de los idus de enero’, que siempre han sido la adulación y la soberbia. Por eso quiso hacerse una fotografía terrenal, para aparecer en los periódicos del día con los puños de la camisa remangados y una brocha de pintura azul en las manos. Y luego, horas antes de la investidura, se fue a misa con su familia. Y llegada la hora, puso su mano sobre la Biblia. Y juró. Ni prometió ni dudó, juró el cargo de presidente.

Habrá decepcionado, sí, porque el sueño y el cambio que propugna Obama no es un eslogan, no es una frase para enmarcar; el cambio que ofrece es el regreso a los valores. La ‘era de la responsabilidad’ que proclama el nuevo presidente en su giro kennediano no tiene nada que ver con experimentos políticos. «Los retos son nuevos, pero no los valores que se necesitan para salir adelante: el trabajo duro y la honestidad, la valentía y el juego limpio, la tolerancia y la curiosidad, la lealtad y el patriotismo. Esas cosas son viejas; esas cosas son verdaderas».

Habrá decepcionado, sí. Pero ésa es la gran noticia, que Obama no entiende el progreso de la manera que se interpreta en Europa; que no entiende la izquierda de la forma que se aplica en España y en Andalucía, golpes de efecto y propaganda. Cuando el mundo entero lo miraba, cuando cientos de miles llenaban la explanada con pancartas y lágrimas, Obama no llegó con subvenciones, ni cheques regalo, ni cambió la realidad para convertir la crisis económica en sonrisas y optimismo. «Se han perdido casas y empleos y se han cerrado empresas...»

No envolvió el discurso con los tules de la sostenibilidad, el cambio climático y la paridad, ningún guiño a los discursos estériles, a los debates que no llevan a ninguna parte, a las promesas baldías. Ningún canto al universo limitado de intereses de la clase política, que se retroalimenta y se aleja de la realidad con problemas nuevos. ¿No es, acaso, toda esa quincalla un ejemplo de «los argumentos políticos estériles que nos han consumido durante demasiado tiempo ya no sirven»?.
Habrá decepcionado, sí, porque no llegó con un pañuelo al cuello ni infló su discurso con buñuelos de paz: «Estamos en guerra», dijo Obama. Y nadie podrá esperar de él que uno de estos días, en plena retransmisión de un partido de la NBA, el presidente interrumpa la programación para anunciar la retirada de las tropas de Irak. «No vamos a pedir perdón por nuestro estilo de vida, ni vamos a vacilar en su defensa, y para aquellos que pretenden lograr su fines mediante el fomento del terror y de las matanzas de inocentes, les decimos desde ahora que nuestro espíritu es más fuerte y no se lo puede romper».

Tolerancia, humildad, trabajo, esfuerzo, excelencia, patriotismo... «Ésa ha sido la fuerza silenciosa detrás de nuestro progreso durante toda nuestra historia. Lo que se exige, por tanto, es el regreso a esas verdades». La izquierda, hasta ahora, siempre había tenido claro qué era el progreso. Ha venido Obama a recordarlo: ‘El cambio que se necesita es el regreso’. La decepción de muchos es la noticia.

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20 enero 2009

La Granja


Yo tenía una granja en Cádiz, a los pies de la sierra de Grazalema. En estas madrugadas, la niebla del invierno envuelve con un suave tul de gasa blanca los picos verdes, brillantes del rocío de la mañana. El aroma del café recién hecho en los rescoldos de la chimenea me acompaña cada madrugada hasta el establo. Ordeño mis dos vacas, repaso el ponedero de las gallinas y salgo a recoger los frutos de la huerta.

Mi sueño ha sido siempre vivir en plena naturaleza, y por eso lo dejé todo cuando oí que la Junta de Andalucía apostaba por agricultura ecológica: “es el futuro”, decían. Vendí mi casa y dejé mi trabajo para comprar esta granja, en pleno parque natural de Grazalema. Una noche de viento y lluvia, oí un estruendo en el corral. Una parte del viejo muro de cerramiento se había caído, afectando al gallinero. Esa misma mañana fui al Ayuntamiento: ‘Propuesta de mejora de huerta ecológica: consolidación de taludes con muros de mampostería, cubrición parcial del gallinero corral y cerramiento perimetral’.

“No se preocupe, que ya nosotros nos ponemos en contacto con usted”, me dijeron. Tres meses después, nada. Volví a la ventanilla del registro y me replicaron con una remesa de trámites nuevos, autorización de la Consejería de Medio Ambiente, la CMA, y de la Agencia Andaluza del Agua, la AAA. Pasados cuatro meses, fuera del plazo legal, la CMA informó favorablemente a las obras de mi huerta ecológica. “Esto funciona”, pensé, ingenuo de mí. Tenía ante mí el calvario de la AAA y no lo veía. Primero me pidieron un informe de inspección ocular de la guardería fluvial de la zona. Después de días y días llamando a la dichosa guardería, el guarda me dice que, en efecto, es él quien debe realizar el informe, pero como en el servicio no tenían vehículo no podía acercarse a mi granja. Fui a su domicilio, en Arcos, lo monté en mi coche y lo llevé a la granja. Luego lo devolví a su casa. De vuelta a Jerez, a la oficina de la AAA, entrego el informe ocular y me replican con otro tocho de documentación: Planos de la granja, proyecto de obra, nota simple del registro de la propiedad…

Han pasado dos años y medio. Sigo esperando. No es imposible más inutilidad junta; sí eso, inutilidad Junta. Me han advertido que si inicio las obras sin la autorización, se me puede caer el pelo. “¡Delito ecológico!”, me dicen, y tengo pesadillas con esa voz, como si saliera de ultratumba. El muro sigue desmoronándose tras cada lluvia y cuatro gallinas ponedoras se me han escapado. Desolado, ayer comencé a redactar esta carta y me salió con la pena de Meryl Streep. “Yo tenía una granja en Cádiz…”

(Relato sobre un caso real, publicado en ‘cartas al director’ de EL MUNDO de Andalucía)




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13 enero 2009

Málaga


En Málaga siempre ha existido un profundo sentimiento de agravio. Es muy probable, además, que, paradójicamente, haya sido con la autonomía cuando entre los malagueños ha ido creciendo de forma exponencial la sensación de maltrato, de marginación; consideran que la autonomía jamás los ha valorado. Y porque el sentimiento esta generalizado, es curioso observar cómo se reproduce por todos los rincones de la sociedad malagueña, en el fútbol y en la empresa, en el mercado y en la universidad. También en lo político, claro, de forma que un diputado malagueño del PP y otro del PSOE sólo estarán de acuerdo en una cosa, que sus respectivos partidos les hurtan el peso específico que merecen en las ejecutivas regionales o en el Parlamento.

Habrá quien piense que todo el agravio se debe a la conciencia merdellona, que es la deriva aldeana de Málaga, similar a los ‘miarmas’ narcisistas de Sevilla, la ‘mala follá’ granadina, los choqueros de Huelva o los que encuentran la gloria paseando por La Viña con el barrigón embutido en la camiseta del Cádiz. No es así, los merdellones existen pero no todos los que piensan que Málaga debería tener mayor reconocimiento institucional son de esa estirpe provinciana. En todo caso, digamos que llueve sobre mojado. Existen agravios ciertos en Málaga, y no pocos se deben a la torpeza centralista de la Junta de Andalucía.

En estos días, la mecha del centralismo ha vuelto a prenderse en la ciudad con la reunificación de competencias de las cuencas hidrográficas y con el proyecto de ‘caja única’. Y en ambas, tienen razón los malagueños. En el primer caso, ¿cómo se puede entender que, mientras que las competencias del agua estaban en manos del Estado la cuencia del sur haya permanecido en Málaga y que ahora que la gestión la asume la Junta de Andalucía, se van de Málaga? No será por criterios de eficacia, porque como es sabido, Madrid está más lejos de Málaga que Sevilla, y nunca el Estado tuvo problemas de coordinación. El principio que inspira el estado de las autonomías es la cercanía de la administración al ciudadano, no la instauración de un nuevo centralismo, gigante, pesado y gruñón.

Ocurre igual con la ‘caja única’. Vamos a ver, ningún gobierno debe interferir en las relaciones empresariales, pero éste no es el caso de las cajas de ahorro. De llevarse a cabo la fusión de las cajas andaluzas, será fruto de una decisión política, no empresarial. Entre otras cosas, porque ese proyecto tiene más que ver con la megalomanía política que con el interés andaluz, y nada hace suponer que las cosas vayan a ir mejor con una sola caja en Andalucía. Se trataría, por tanto, de una decisión política y, como tal, en pos del reequilibrio institucional andaluz, la sede de la ‘caja única’ debe estar en Málaga.


Información de la imagen: http://lawedderita.com/

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Tedio


«La etapa que se inicia ahora en la crisis estará marcada por el tedio», oigo decir en la radio a uno de los expertos en economía que estos días nos han echado sus vaticinios sobre el nuevo año como cartas del tarot al viento, o así, porque hasta que la crisis no se asiente del todo y comience levemente a remontar, las convulsiones del sistema, como se ha visto, cogen por sorpresa al más célebre de los economistas. Pero lo curioso del vaticinio, de todas formas, es la extraordinaria e interesante relación que establece entre la crisis y el tedio, porque podríamos pensar, desde luego, que una crisis económica como ésta provoca toda clase de sensaciones en la sociedad menos el aburrimiento o el sopor. ¿No son, acaso, la inquietud, la angustia o la incertidumbre damas de compañía de una crisis económica? Y cuando se está inquieto, no cabe el tedio. Ni cuando la angustia o la incertidumbre se hacen un puño en el estómago.

En esas, encuentro un libro de Lars Svendsen, un joven y reputado profesor de filosofía noruego, la «Filosofía del tedio», en la que el tedio se plantea como una de las grandes cuestiones filosóficas que, antes o después, nos vamos a plantear en esta vida. Y aunque no existe un sólotipo de tedio, «gran parte del tedio que nos afecta tiene su origen en la repetición». Es probable, por tanto, que la reiteración de malas noticias económicas acabe provocando tedio; más parados cada mes que se cierra, nuevas empresas en quiebra, caídas en la bolsa, desplome de constructoras… ¿Llegará el día en el que dejen de ser noticias, como hasta ahora? Si llega ese día, sabremos que, en efecto, la crisis se ha convertido en tedio, y lo peor estará por llegar si, a partir de entonces, del tedio pasamos a la apatía. También es una secuencia acostumbrada en la sociedad, hay muchos problemas que impactan cuando se conocen; luego, a medida que aparecen todos los días, se atienden con el ánimo predispuesto, como la lluvia al caer; al final, se llega a un estado en el que esas noticias ya parecen algo pesadas, molestas, y se opta por mirar para otro lado. ¿Caeremos en eso si, como dicen, la crisis española se prolonga y se alarga en forma de ‘ele’? La apatía es un tedio profundo que no tiene sentimientos, «sufrir sin sufrimiento, querer sin voluntad, pensar sin raciocinio», que decía Fernando Pessoa.

Si caemos en eso, nada bueno podremos esperar. Sólo nos salva de la desolación prematura un detalle importante, que el tedio no es uniforme. Los grandes chispazos de la historia han surgido en momentos de tedio. La manzana de Newton, un poner, porque sólo en momentos de tedio dejamos que el pensamiento vuele sólo, sin las ataduras de estar pendientes de algo, concentrados en alguna tarea. Lo cual que, como el tedio se hace inevitable, habrá que ir buscando a Newton.

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12 enero 2009

Cajones


En la competencia, en El País, daban ayer una entrevista con el mítico Ben Bradlee para inaugurar el año e iniciar una serie de entrevistas con grandes maestros del periodismo, lo cual que debemos celebrarlo todos porque también en El Mundo se ha decidido abrir el calendario con películas míticas sobre periodismo y con un traje nuevo, hecho de letras y colores, para reafirmar en estas páginas el compromiso de siempre. Parece como un reflejo inconsciente de los grandes grupos de prensa de España; la crisis e internet han llegado como una nube negra de incertidumbre y los periódicos recurren a la esencia, nos asimos a la fortaleza de este oficio, al periodismo de raza, de leyenda, de emociones. Ante los grandes retos, ante las dudas del futuro, venía decir ayer Ben Bradlee, lo esencial es mantener firmes el principio fundamental de todo periodista, “buscar la verdad y contarla”.

Lo malo de España es que aquí parece que lo esencial de las historias del periodismo norteamericano es contemplarlas como películas de Hollywood, antes que asumirlas como principios esenciales, irrenunciables. Una tendencia inevitable, desde luego, si se piensa, por ejemplo, que la configuración actual de medios de comunicación en España tiene que ver más con la influencia de los gobiernos que con decisiones de grupos empresariales independientes. Es una tónica general, sí, pero que quede claro que ni todos somos iguales ni todos los partidos son iguales. Y lo mismo que Ben Bradlee confía en que el personal distinga bien entre los hechos y las opiniones, aquí esperamos siempre que la gente sepa diferencia el periodismo independiente y el periodismo de partido.

Para no engañarnos, además, tenemos que saber que vivimos en una región en la que, a la incertidumbre propia de los tiempos, se añade la dependencia abrumadora y creciente del gobierno andaluz en los medios de comunicación. El PSOE andaluz aprovecha la crisis para presionar más, para imponer más, para asfixiar más. No interesa la verdad, sino la propaganda, y para hacerlo efectivo hacen falta medios de comunicación que distingan entre las noticias que se pueden publicar y las que publicarlas supone dejar de ingresar la publicidad necesaria para llegar a fin de mes. En esas estamos. Y cuando dicen, cínicos, que lo que publica El Mundo son montajes, uno les retaría a que, cuando lo deseen, se sienten en una entrevista o en una charla para, como hacemos en los juicios que ganamos y que ellos silencian en sus medios, rebatir las mentiras con razones y documentos. Porque nos equivocamos, sí, pero aquí el homenaje al periodismo lo intentamos cada día. Es fácil de hacer, además: se busca la verdad y se publica. Ni las noticias ni los principios se guardan en los cajones.

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09 enero 2009

Contrastes



¿No les resulta extraño que el presidente electo de la primera potencia del mundo esté preparando a su país para una crisis económica larga y dura, «que puede durar varios años», mientras que en España el presidente asegura que en dos o tres meses, para marzo, va a «empezar a recuperarse el empleo»? Es curioso, sí. Porque ya no son los malos presagios de los halcones de la Casa Blanca, augurios negros como su alma negra. No, ahora es Obama quien alerta a su pueblo de que llegan tiempos duros, «una recesión así de profunda y de grave», en la que todos se tendrán que esforzar y apretarse el cinturón. Y lo dice después de la ingente cantidad de miles de millones de dólares que la Reserva Federal de Estados Unidos le ha inyectado al sistema bancario y a algunas empresas de sectores estratégicos. Sin embargo, Obama y su equipo creen que no será suficiente. ¿No les resulta extraño que en España el presidente diga que no hay que preocuparse, que las medidas que ha adoptado el Gobierno van a «producir un impacto favorable» en la economía, y que, de hecho, el paro de diciembre ya es «menos malo» que el de meses anteriores?

Los dos, Obama y Zapatero, hablaron ayer de la crisis en sus respectivos países. Y es curioso que, de los dos, el pesimista sea Obama porque en España hay regiones como la andaluza, con una perspectiva de desempleo del veinte por ciento para este año, mientras que en Estados Unidos, el presidente electo anuncia reformas laborales y «medidas drásticas» para que el desempleo, que ahora está en el seis por ciento, no alcance en ningún caso el diez por ciento. En España, el paro acabó el año pasado con un millón de personas más, la subida más grande de la historia, tenemos la tasa de paro más grande de Europa, del 13,4 por ciento, pero dicen en el Gobierno que existe una «esperanza razonable» de que la crisis remitirá en pocos meses. Lo dice, además, la secretaria de Empleo, que se llama Maravillas Rojo, que tiene ese nombre y ese apellido pero que más bien parece el nombre de una fundación de estudio y estrategia que hubiera creado Zapatero. ‘Maravillas Rojo presenta...’ En este plan.

De todas formas, si el contraste de entre Zapatero y Obama resulta llamativo, para la comparación con la euforia andaluza no hay palabras. Con una subida del paro durante el año pasado del cuarenta por ciento, el responsable de Empleo de la autonomía andaluza se permitía celebrar ayer que Andalucía «aporta menos parados» al conjunto nacional que hace seis meses y que su compromiso sigue siendo el pleno empleo.

Para rematar, con un suspiro de satisfacción por el trabajo bien hecho, aún pudo añadir: «Estos resultados son el fruto de las medidas que se han puesto en marcha en la Junta para frenar el aumento del paro y también del esfuerzo colectivo de la sociedad andaluza». Glorioso. Sube el paro un 40 por ciento y el tío se felicita del resultado de sus políticas. En fin, que esos de la Junta son como sus lemas:

– «¿Medidas drásticas? ¡Qué drásticas, ni drásticas! Esto está de lujo...»



Información de la ilustración.

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07 enero 2009

Colunga


Se cuenta de Oscar Wilde que, cuando se echó a morir, pidió champán: «Estoy muriéndome por encima de mis posibilidades». No sabemos cuál fue el último pensamiento de Rafael Álvarez Colunga cuando la maldita explosión de su barco, pero está claro que el destino no quería para él otra cosa que envolverlo en la leyenda, morir como los grandes. Mandó jamones a sus amigos, brindó con ellos y, cuando acabó la ronda de saludos navideños, se echó a la mar y no quedó de él otra señal en el horizonte que una columna de humo. Un siniestro de magnate americano, se diría. Que si Álvarez Colunga hubiera nacido en un rancho de Texas en vez de en una hacienda de Morón de la Frontera, hoy le estarían llorando en los rascacielos de Manhattan y en los bancos de Central Park, donde algún viejo cantante de blues, que son hermanos de los flamencos, grabaría su nombre en la madera.

No murió el Lele por encima de sus posibilidades, como Wilde, porque nunca necesitó de esa impostura. «Yo soy un señorito», me espetó en una ocasión cuando, torpe de mí, le buscaba las cosquillas del tópico andaluz, el empresario del sombrero de ala ancha, la Feria y el Rocío. Y añadió: «Cuando, como empresario, me hacen la pregunta típica de que cómo conseguí mi primer millón, yo les digo que se equivocan, que ése no es mi caso, que yo cuando nací ya tenía mi primer millón». Dinero para crear empresas, dinero para progresar y dinero para decir y hacer en cualquier momento lo que le venía en gana. «Los que hemos nacido con independencia económica siempre hemos tenido una enorme ventaja en eso. Para mí, decir lo que pienso es un estado natural».

Y era así, desprendido y provocador, transgresor y conciliador. Y, por encima de todo, empresario y andaluz; un empresario dolido y comprometido con Andalucía. «Lo que nos hace falta en Andalucía es abandonar la cultura del subsidio, iniciar una cultura emprendedora. Ése es el reto».

La foto que más se ha repetido desde su muerte, la que aparece con gorra de capitán al timón de su velero, se la hizo Pepe Ortega el día que nos dijo aquello de que los empresarios eran «camaleones que se vuelven del color político del que gobierna». ¿Quién, sino Colunga, podía permitirse decir esas cosas sin caer acribillado? Entre otros motivos, porque nadie iba a cuestionarle su idea de libertad y de democracia a un tipo que, en la dictadura, cuando tantos se escondían, le cedió un piso al PCE. Luego, en democracia, el Lele pedía el voto para la derecha, pero hacía negocios con la izquierda, con la derecha y con el centro.

Hoy es su funeral en Sevilla. Irán todos, como cuando celebraba su onomástica junto a Miguel Gallego el día de los arcángeles: aquí los militares y allí los del Gobierno, más allá la oposición y en aquella mesa los farmacéuticos; justo al lado, empresarios de la construcción, promotores y aceiteros. Luego los periodistas, los flamencos, los de la Policía y los de la Guardia Civil, fiscales y jueces, y hasta un grupo de espías del Cesid… Lele, descansa en paz que, aquí en la tierra, ya nos encargamos todos de mantener viva la leyenda de tu vida inmensa.

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05 enero 2009

Juguetes


¿Crees que eres un padre responsable? ¿De verdad lo piensas? ¿Y tú también, que eres una buena madre? ¿De verdad? ¿Vosotros? Aviados estáis, claro, porque no tenéis la más mínima idea. Daría cualquier cosa porque os pudiera ver todo el mundo esta mañana cuando se levanten vuestros hijos, y comiencen a abrir los regalos de los Reyes Magos. ¿Qué piensas, que eres un buen padre porque te llevaste hasta las cuatro de la madrugada inflando globos, porque no te olvidaste de colocar tres copas de aguardiente en la mesilla y derramaste paja junto al mueble del recibidor? ¿Por eso te crees una buena madre, porque has tenido que secarte las lágrimas al ver los ojos de plato de tu hijo pequeño, medio dormido aún, con los pelos revueltos de la cama, delante de aquella montaña de regalos? Qué equivocado estás…

¿Qué piensas, que eres una buena madre porque llevas un mes y medio persiguiendo el singstar que estaba agotado, la wii más económica y la manta eléctrica para la espalda de tu marido? Y luego los sobrinos, y tus padres, y los ahijados… ¿Cuántas veces habrás preguntado por Mi Loro Molón; existe mayor prueba de cariño para un hombre que el ridículo de preguntar de tienda en tienda por Mi Loro Molón? Pero nada, siempre adelante, infatigable, aguardando paciente cada atasco kilométrico para llegar a un aparcamiento atestado y, al fin, alcanzar el estante de juguetes. «Ah, no, no, señora, ese juguete está agotado...». Y tú, entonces, te marchas, escaleras mecánicas abajo, refunfuñando, «¿pero dónde está la crisis, Dios mío?».

Bah, que ya se sabe, que llevas días envolviendo regalos en la clandestinidad, con los altillos del ropero a reventar porque no se trata sólo de guardar los paquetes hasta el día de Reyes, sino de guardarlos y ocultarlos, que ésa es otra. Que si lo encuentran los niños, te da algo. Y ahora piensas que, por haber hecho todo eso, has cumplido con tu deber de padre, con tu orgullo de madre. Crees que es tan grande este día que pasarán los años y, cuando ya no estés aquí, esta mañana de Reyes seguirá existiendo en tus hijos, envuelta en la nebulosa brillante y mágica en la que has guardado siempre tus sueños de Reyes Magos.

Pero no, alma de cántaro. No será así porque te obstinas en conservar la tradición, la magia y la sorpresa, y te has olvidado lo fundamental: seguro que no te has parado ni un segundo a debatir con tu núcleo familiar los anuncios publicitarios. ¿Ves? Lo sabía. Te has olvidado de estimular el conocimiento crítico de los niños y has obviado la importancia de fomentar las relaciones interpersonales a través de la publicidad de juguetes. Sí, sí, ríete, pero daría cualquier cosa porque os pudiera ver todo el mundo esta mañana. Y señalaros con el dedo: «¡Miren a esos padres, con su desinterés y su apatía no han contribuido a la consecución de una publicidad navideña responsable que obligue al sector a replantearse sus modelos desde una perspectiva de género!». ¿De qué leches te sientes orgulloso si no has hecho nada de eso y ya te lo había advertido el Consejo Audiovisual Andaluz?
Foto, Fernando Ruso

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A tiros


Los de ‘Andalucía Acoge’ han felicitado este año las Navidades con una viñeta por crisma en la que se ve una patera con varios negritos y, al fondo, una patrullera de la Guardia Civil. Uno de los inmigrantes lleva una antorcha. «¿Es la llama olímpica?», le pregunta un compañero. «No, es la de la esperanza. Pero ésta también la quieren apagar». Cuando se abre el crisma, la felicitación del nuevo año se limita a la literalidad de dos artículos de la Declaración Universal de Derechos Humanos. «Toda persona tiene los mismos derechos y libertades sin distinción de raza ni color. Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado».

No sé si sería la intención, pero hacen bien los de ‘Andalucía Acoge’ cuando nos recuerdan esta hipocresía universal de aprobar leyes y de reconocer derechos con el único fin de complacer conciencias, pero sin ningún ánimo de cumplimiento. Entre otras cosas, porque todo el mundo admitirá, incluidos los de ‘Andalucía Acoge’, que nadie en su sano juicio puede pensar que es posible garantizar que millones de personas puedan decidir en cualquier momento la ciudad o el país en el que quieren vivir. Sin embargo, ya ven, es un derecho universal desde 1948, aprobado por la asamblea general de Naciones Unidas en una carta divulgada y traducida a más de trescientos idiomas. Cómo no será la cosa, que el año pasado, cuando se celebró el sesenta aniversario, lo que se acordó es declarar este año, 2009, como el ‘Año Internacional del Aprendizaje sobre los Derechos Humanos’. Sesenta años después, aprendizaje. Estas cosas sí que nos definen.

En fin, que está bien que mantengamos como horizonte utópico la Declaración de Derechos Humanos pero, para mejor servir a los humanos, lo que no debemos consentir es que ese texto sirva de excusa para lavar conciencias y mirar para otro lado. Que esa hipocresía es una de las mayores ruinas de la sociedad actual y una de las peores condenas de la inmigración. Tan letal como las mafias.

Fíjense, por ejemplo, en esta noticia rescatada de la papelera: «Melilla, 1 de enero de 2009. Muere un subsahariano tiroteado por la policía marroquí en un intento de asalto a la frontera española». Fue así, sonaron las doce campanadas y, en ese instante, ochenta inmigrantes negros intentaron aprovechar la confusión para saltar la valla. Dicen que los policías marroquíes comenzaron a efectuar «disparos disuasorios», pero a aquel chaval lo alcanzó de lleno un tiro y murió al instante.

La hipocresía moral de estos tiempos es ésta que vivimos a diario en España. ¿De qué sirven las cumbres de inmigración con Marruecos, las del Estado y las de la Junta de Andalucía? ¿Puede un país democrático como España mirar para otro lado cuando ocurer un suceso así? ¿Cómo se puede pasar de pedir ‘papeles para todos’ a callar ante la represión a tiros de los inmigrantes? Para el año que viene, los de ‘Andalucía Acoge’ ya tienen tema para el crisma. Dos inmigrantes hablan en una patera, «mira, mira, los cohetes de España en Nochevieja». Y en la viñeta siguiente, caen muertos por una ráfaga. Y se añade: Feliz Navidad.

Información de la Foto.

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04 enero 2009

Suporters



Está comprobado que todo es abandonar la vida política y el personal recobra el sentido común. Están en política, gozan de alguna etapa de brillantez y a partir de entonces comienza el declive. Malviven de cargo en cargo, ansiando entrar en listas electorales, volver a los coches oficiales, al despacho con asesores... Hasta que un día adivinan el final en las arrugas del espejo y deciden ponerle fin a la decadencia y volver al trabajo que tenían olvidado. «Tengo la carrera política descendente más brillante del país», como dejó grabado para la posteridad aquel alto cargo del PSOE de Jaén, un guerrista desahuciado. Reparan en ese patetismo, y le ponen fin a varias décadas de sueldo público. Es posible imaginar la sensación de esos tipos al volver a la universidad, al hospital, al instituto. Cuando tengan que compartir despacho, cuando se pongan a buscar aparcamiento, cuando se paguen el café en la barra... «De repente, la vida».

El impacto debe ser grande porque al poco tiempo reaparecen en una entrevista o en unas charlas y se descubre que han dimitido de sí mismos, de lo que eran, que caminan como Peter Pan, con la sombra divorciada. Claro que el regreso es un privilegio reservado a aquellos que son capaces de rehacer su vida fuera de la política. Nada se puede esperar de esa tropa de ‘suporters’ que, sin oficio ni beneficio, hacen carrera de su falta de escrúpulos y convierten el sectarismo y la capacidad de medrar en garantía de permanencia en política. De esos, nada que esperar.

Los tipos de los que se puede esperar sensatez son aquellos que la han tenido alguna vez, como Pedro Aparicio, que fue alcalde de Málaga y presidente silente del PSOE andaluz. Ahora dice cosas así de Andalucía: «El sectarismo me repugna (...) Como el derroche de fondos europeos, la estulticia de la televisión pública, la falta de formación de la población, la crisis industrial...» Ya sé que, al oír esto, siempre queda la pena de que no lo dijera antes, cuando compartía mesa cada lunes con la ejecutiva regional del PSOE. Pero, bienvenido sea a este lado de la realidad andaluza, donde el debate es posible y la crítica se atiende, se respeta.

El único inconveniente es que, diciendo esas cosas, Pedro Aparicio ya tiene garantizado el ostracismo. Su nombre ya estará en la lista negra de Canal Sur y por esa pantalla, por esa radio, no aparecerá más que para hablar del pasado o de la belleza de las mareas de Málaga en las tardes de jazmines y pajarete. Fíjese Aparicio que la estulticia de Canal Sur que él denuncia es un negocio multimillonario, aunque él conocerá a algunos de los que en el propio PSOE llaman de la ‘agrupación socialista del yate’... Del yate que se han comprado con Canal Sur.

– Oiga, ¿y Pablo Carrasco? No le da cien días de confianza...

– Ah, sí, el nuevo. En fin, lo terrible es que ese tipo no se ha dado a sí mismo ni cien días de disimulo. De las ‘patas negras’ viene a cultivar unos años el huerto de Chaves, que es la estulticia.

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01 enero 2009

Oportunidad



«No consigo pasar los años sin dejarme un rasguño en el tránsito. Paso las horas de la nochevieja, cruzo la línea invisible que marcan las doce campanadas y al atravesarla, como si los años fueran campos separados por una alambrada de púas, siento el dolor inevitable de una herida. A veces un rasguño, a veces una punzada profunda. Cruzo los años y mi cara, mis piernas, mis manos y mi espalda se van cubriendo de cicatrices».

Desde abajo, desde el soportal de un hotel de playa en el Cabo de Gata, sólo es posible verlo a él, meditando, asomado a una terraza que da al mar. El fin de año ya pasó; no hay gritos, ni música ni cohetes. Queda encendida la estrella de luces intermitentes de un aparcamiento subterráneo, y el clic-clac de las bombillitas es lo único que puede oírse en la madrugada. El mar ha vuelto a imponer su silencio de oleaje en calma, que siempre ha sido para él una metáfora de esta vida que no se detiene ante nada, que no cambia por nada, que no se altera con nada. La vida sigue su ritmo. Y él observa esa rutina ahora que la acera es una alfombra pegajosa de confetis y espuma de cava barato; ahora que el estruendo se ha convertido en resaca.

«No tendría que ser así, pero no consigo evitarlo. Llega la Nochevieja, suenan las doce campanadas y, cuando pienso en algún deseo para el nuevo año, no logro separar la ilusión de la nostalgia. Lo uno y lo otro se sobreponen como si llegaran de la mano. Un globo que se eleva atado a un peso de plomo. Los amigos muertos, las oportunidades desperdiciadas, los trabajos inacabados y los besos que no dimos. Y todo eso volverá en el nuevo año. ¿De qué nos sirven los deseos?»

La negrura del mar comienza a desvanecerse ya con la aureola lejana del sol y él aún está en la terraza del hotel, apurando una copa de champán y unos cigarrillos. Amanece un año distinto y en las noticias ya se cuenta el primer asesinato del año, la primera tragedia en un país lejano, la primera quiebra, el primer bombardeo… ¿Lo primero? ¿Por qué? Es mero formulismo, un intento baldío de camuflar que nada cambia. Y el joven que ha matado a su padre en Cádiz y los cuerpos calcinados en una discoteca de Tailandia ya son heridas, aldabonazos de la vida, para recordarnos que todo seguirá igual.

«La rutina, sí, la rutina de la vida. Pero, por qué ha de ser malo ¿No es acaso esa rutina la principal esperanza de pervivencia del ser humano? La rutina es la demostración de que nada es inmortal, ni los hombres ni las cosas; la garantía de que siempre llegará un tiempo nuevo. Por eso el mar es la metáfora de todas las cosas, porque las olas se suceden, alisan la arena, y se retiran con un murmullo breve de espuma. Somos rutina, somos efímeros. Por eso hay esperanza».

El sol ya era dueño del nuevo día cuando volvió la mirada al interior de la habitación y calculó su espacio vacío al otro lado de la cama. «Por eso hay esperanza», repitió en voz baja y comenzó a sonreír. Al fin y al cabo, como dijo el poeta, «la vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir». Acaba de amanecernos una oportunidad más.

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