El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

17 noviembre 2010

Chucherías




Morales Padrón me tomó del brazo y me llevó hasta el pie mismo del abismo. ‘Ahí está, ¿lo ves ahora?’ Entonces vi por primera vez el abismo de odio que recorre Andalucía como una falla arquitectónica, honda y negra, desde Huelva hasta Almería. El odio disimulado e implacable que otros llaman ingratitud; el odio que no perdona, que aguarda su momento, y que hay quien lo llama envidia; el odio lacerado que los poetas dibujan con fuego y con nieve, la frialdad del andaluz envuelta en afectos. Que templando repele…

El secreto de ese abismo de odio, lo que lo hace distinto a todos los que puedan existir en otras regiones, en otros países, es que, aquí, antes de llegar al abismo, primero te conquista la tierra. Quizá para hacer más dura la caída, la camufla; para hacer más doloroso el desencanto, lo colma de placeres. Es la gente, el ambiente, el aire; es Andalucía la que te atrae, te embelesa y luego, cuando te ha conquistado, te desprecia. Andalucía nos envuelve, nos atrapa, nos apresa, y así vamos, alegres y ciegos, caminando hacia el abismo; llegará el final del camino y, en el último peldaño de esa atracción maravillosa, magnética, de un empujón te caes al abismo. Eso fue lo que le ocurrió a Francisco Morales Padrón una mañana de primavera, al pie del atril del pregón de Semana Santa de Sevilla.

Morales Padrón había llegado a Andalucía siendo un adolescente. Se embarcó en Canarias con un puñado de libros en el hatillo y se encerró en la Universidad de Sevilla hasta lograr la excelencia como uno de los mejores expertos de la Historia de América. Se vino a Andalucía y ya no se fue más: se enamoró. Aquel día que estaba en el atril del pregón de la Semana Santa de Sevilla debió pensar que era el momento culminante de su integración en la ciudad. Fue entonces cuando descubrió el abismo. «Me aconsejaron que, nada más empezar, en veinte minutos, buscara el pellizco, el aplauso. ¿Qué hice? Introduje en los primeros párrafos una alusión a mi madre, que estaba allí sentada, con sus 84 años. Y conté que cada Semana Santa yo le llevaba un clavel de El Cachorro que ella guardaba todo el año en su pecho. Lo dije, la señalé, elevé el tono… Y nada, ni un aplauso. Silencio absoluto… Se me vino el mundo encima. No aplaudieron ni siquiera como homenaje a aquella mujer que estaba allí presente».

Se ha muerto Morales Padrón y, ni la ciudad que lo enamoró ni la región en la que quiso vivir, lo han condecorado nunca con una distinción. Ni calles ni medallas. Hasta para ser catedrático emérito tuvo que afrontar, él que era hijo de un obrero socialista, el desprecio del ‘sector progresista’ de la Universidad de Sevilla. Me dijo aquella vez que me enseñó el abismo que, en realidad, todo ese mundo de pregones no era nada. «Chucherías. Parecen escayola, quincallería, todo bambalina, un discurso hecho para agradar y para la autocomplacencia». Pues eso. Sevilla. Andalucía. Descanse en paz.

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03 noviembre 2010

Mentes brillantes



Desde hace meses, cuelga de los balcones de algunos edificios europeos el retrato de una mujer con un velo negro. Cualquiera, al pasear por las calles de Roma, de París, de Berlín o de Bruselas, observa ese retrato amarillento, enlutado, y sabe, sin necesidad de leer nada más, que los ojos tristes de esa mujer, su mirada perdida y sus labios jóvenes, inexpresivos, derrotados, anuncian un episodio más de la barbarie del fundamentalismo islámico. Es la cara de Sakineh Mohammadi Ashtiani, la mujer iraní de de 43 años que fue condenada a ser lapidada por un adulterio y que ahora, como si se tratara de una medida de gracia tras la presión internacional, le han concedido la muerte en la horca, en vez de las pedradas. Hoy miércoles la van matar.

En Europa, la salvajada de Irán ha movilizado a asociaciones y ha provocado algunas protestas, pero en España apenas se ha plasmado en algunas noticias de periódicos y en un par de muestras de apoyo del Gobierno, la última, ayer, en el Congreso, alertados quizá por la inminencia del asesinato. En las calles, no existe la cara de Sakineh. Más bien, sucede lo contrario, aquí se jalea el fundamentalismo. Como ayer en Córdoba, ese lobby insufrible de feministas que eligió para su frivolidad la víspera del crimen. «No se puede demonizar a las mujeres que llevan burka sin demonizar también a las monjas con hábitos». ¿Hay que seguir aceptando que la Junta de Andalucía, con dinero público, respalde y apoye a esas señoras?

Hace unos días, en Málaga, en el ciclo de ‘Mentes brillantes’, el filósofo francés Bernard-Hernri Levy destrozó con una obviedad el peligroso relativismo que nos inunda. «La auténtica guerra de civilizaciones es la que se debe dar en el seno del mundo musulman entre moderados y radicales, entre el islam amigo de la democracia, favorable a la emancipación de la mujer y a los derechos humanos, y el otro islam facistoide». Una obviedad, sí, pero es que no hay más. Ése es el valor revolucionario de la obviedad en estos días.

En alguno de los reportajes que se han publicado estos días, se detallaba, extraído de un informe de Amnistía Internacional, de 1987, la secuencia de una ejecución en Irán; el relato de una lapidación contada por un testigo. «Un camión depositó un gran montón de piedras grandes y pequeñas junto a un erial, y luego dos mujeres vestidas de blanco y con la cabeza tapada por un saco fueron conducidas al lugar (...) La lluvia de piedras que cayó sobre ellas las dejó convertidas en dos sacos rojos (...). Las mujeres heridas cayeron al suelo, y los guardias revolucionarios les golpearon con una pala para asegurarse de que estaban muertas». Tendría que bastar eso para tener presente siempre dónde está el peligro de involución de nuestra sociedad. Para no olvidar jamás cuál es la amenaza principal de la civilización en este siglo. A las mentes brillantes le estaríamos ahorrando tener que recordarnos la obviedad. Y las bobas del Lobby nos ahorrarían a todos su impresentable estulticia.

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03 septiembre 2010

Rendidos



Quizá fue a los seis años cuando debió comprender que todo iba mal. De haberlo entendido entonces, de haberlo afrontado entonces, hoy no estaría sentado aquí, en el cuartel de la Guardia Civil, esperando a que de un momento a otro aparezca por la puerta su hijo detenido. No tendría que mirar con angustia la puerta de madera por la que le han dicho que aparecerá; sin saber si podrá soportarle la mirada, si tendrá fuerzas para no salir corriendo a abrazarlo, si será capaz de resistir sin derrumbarse cuando lo mire a los ojos. Diez años han pasado y, de haberlo entendido entonces, quizá hoy no estaría aquí, con la denuncia de malos tratos que acaba de firmar contra su propio hijo.

Seis años tenía su hijo cuando, en mitad de la fiesta, después justo de soplar las velas, abrió la ventana y tiró por el balcón todos los juguetes que le habían regalado. Les había advertido que, para su cumpleaños, quería una videoconsola y, cuando al abrir los regalos, descubrió que no se la habían comprado, se fue al balcón malhumorado y lo tiró todo por el balcón. Los invitados se quedaron perplejos, inmóviles, con el plato de pastel en la mano y la boca abierta. Sus padres se levantaron de la mesa y corrieron por el pasillo detrás del niño. “Se ha encerrado en su cuarto, no quiere salir. Bueno, dejemos que se le pase el disgusto… Te dije que tendríamos que haberle comprado la videoconsola, que todos los niños de su edad la tienen ya, y el pobrecito, míralo, qué pena le ha entrado. Espera, que salgo un momento, y le compro la videoconsola ahora mismo”. Sentado en aquel pasillo, donde la Guardia Civil le había dicho que esperase, aquella frase suya. Porque, a partir de aquel día, ya nada fue igual.

Con frecuencia nos olvidamos que somos animales, que nuestros comportamientos son animales, que la vida del hombre es la historia de una dominación. No existe relación humana ni colectividad en la que no se establezca el mismo juego de dominación, la prevalencia del más fuerte. La familia es una de las estructuras más elementales de esa dominación. Patriarcados o matriarcados definen a las sociedades a lo largo de humanidad. La carambola que quizá nadie esperaba en la historia es que llegaría un día en el que la dominación la ejercerían los hijos sobre los padres. Y que de todas las dominaciones posibles, de todas las conocidas, ésta de los hijos sería la más violenta de todas. La más cruel y la más inconcebible.

Maltrato físico, maltrato psicológico… Repasaba la copia de la denuncia que acaba de firmar ante la guardia civil y su mente recorría a la gran velocidad la pendiente por la que todo se precipitó desde aquel cumpleaños. Los portazos de habitación que conducen a los insultos en público, los desplantes que se convierten en asfixia durante las cenas de familia; las exigencias de juguetes, de dinero, de caprichos que terminan en noches de insomnio y espera; las malas notas del colegio, las advertencias del director… Y ellos, sus padres, siempre justificándolo todo. Hasta que llegaron los golpes. Y los dos, aterrorizados, temían que sonara la cerradura, que llegara del malhumor, que se enfadara otra vez. Cuando lo vea llegar, la pena se hará insoportable porque sabrá que es su propia vida, su fracaso mayor, a quien van a encerrar esa tarde. Por eso se ha rendido.

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29 agosto 2010

Desmesura



Hace ya mucho tiempo que los que viven del lince ibérico debieron reparar en sus excesos. Tendrían que haber meditado sobre el ridículo de los planteamientos, de las expresiones. En la proporcionalidad de las cosas se esconde uno de los secretos de la sabiduría y todo lo que toca al lince ibérico se ha desparramado hace tiempo por una pendiente de estulticia. Hay quien censura el empleo de uno o dos millones de euros anuales en los programas de protección del lince ibérico, pero no es eso. Por muy chocante que sea que, según algunas estimaciones, el cuidado de cada lince le pueda costar al Estado dos o tres mil euros mensuales. Esa cantidad, en el presupuesto milmillonario las administraciones públicas, sí es una gota de agua y lo que nadie puede discutir es que el lince ibérico es un felino, quizá el único del mundo, que está en peligro de extinción. No. El problema radica en haber convertido el lince ibérico en un peluche que ya sólo podrá vivir en una cuna de algodón y en símbolo de la frivolidad.

Por ejemplo. Corto y pego la noticia de uno de los partos de un lince. A ver: «La hembra de lince Esperanza, que dio a luz el sábado por la noche a dos cachorros en cautividad en Doñana, fue definida por los técnicos que la cuidan como ‘una madraza’. Con cuatro años, la nueva madre formó pareja con Garfio, macho de Sierra Morena, con quien copuló repetidas veces, aunque sin resultado positivo. Para los científicos, el comportamiento maternal de Esperanza ‘ha sido ejemplar desde el momento del parto, y mientras acicalaba y daba de mamar al primer cachorro parió un segundo, a quién rápidamente atendió y proporcionó cuidados’». Y otra más: «La lince Aliaga, una hembra de Andújar de tan sólo dos años a la que, tras haber copulado en 13 ocasiones con Cromo, no se le había podido diagnosticar con certeza la gestación, parió dos cachorros (macho y hembra) una semana antes de la fecha estimada de parto pero ambos linces no sobrevivieron. Los resultados macroscópicos de las necropsias practicadas a ambos cachorros revelan que la causa de la muerte en ambos casos tuvo un origen traumático asociado a un parto, presumiblemente distócico. En el caso del cachorro vivo se diagnosticó, además, un choque hipovolémico. A pesar de lo triste de este episodio, el equipo de cría evalúa esta experiencia como positiva por lo aprendido. Ahora se sabe con seguridad que Aliaga y Cromo son dos linces fértiles».

Que no es el lince, que no son reparos a la protección de una especie en peligro de extinción; se trata, al menos, de llamar la atención sobre la desmesura dialéctica en la que ha acabado instalando esta aventura. Sobre todo porque el exceso produce ya paradojas como la ocurrida este mes de agosto, cuando supimos que los linces padecían una enfermedad renal. Por esa enfermedad, en Doñana se convocó una ‘cumbre científica’, un grupo de 24 expertos se concentró allí para ver qué pasaba. Al final, la conclusión ha sido que el problema renal se daba por «los suplementos alimenticios facilitados a estos felinos, bien por el efecto patógeno de alguno de sus contenidos o por la intensidad de las dosis que se facilitaban». La sobrealimentación los estaba matando.

No voy a comparar el cuidado de los linces con, por ejemplo, los inmigrantes que se hacinan durante meses en centros de reclusión miserables; ni siquiera hace falta. Quizá basta con recordar que el ser humano, cuando se observan estos desvaríos, también puede ser considerado una especie en extinción. La desmesura, señor, la desmesura.

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10 junio 2010

Dinero caca



A ver, un ejercicio leve de recreación política. Imaginen la siguiente escena porque con ese detalle ya tendrán claro lo que ocurrió ayer en el Debate del Estado de la Comunidad. Es la siguiente: Griñán, subido en la tribuna, anuncia que va a subirle los impuestos a las motos náuticas y el grupo socialista estalla en una ovación cerrada. Impresionante. El porcentaje de la recaudación de impuestos de las motos náuticas en el montante global en la recaudación andaluza debe ser insignificante y, por lo general, son de alquiler en las playas, junto a los hidropedales con resbaleta. Esa es la realidad, pero con lo elemental que se vuelve todo en esta forma de hacer política, la moto náutica se ve convertida de repente en un símbolo de riqueza, y los diputados socialistas aplaudían contentos, como si acabaran de expropiarle a un magnate el yate con letras de oro. Todo es así de elemental: Se aplauden las referencias al PER y los impuestos a las motos náuticas.

Como el impuesto de «las bolsas de plástico de un solo uso» (por cierto, una expresión que no se acaba de entender bien: las únicas bolsas que está acreditado que tienen un sólo uso son las de basura, no la de los supermercados. ¿Se refieren a esas?) Cuando el plúmbeo Griñán anunciaba en la tribuna del Parlamento lo de las bolsas, recordé una campaña de publicidad que se puso en marcha a finales del año pasado en algunas ciudades españolas. Todas las cabinas de teléfono y las marquesinas del bus estaban empapeladas con grandes carteles celestes que sólo decían «Bolsa caca». La doctrina buenista nunca había llegado en su paroxismo a un extremo como éste, nunca antes el lenguaje se había simplificado tanto y nunca antes se había considerado más estúpido al ciudadano. «Bolsa caca» de la misma forma que a los niños pequeños se les asusta para quitarles el chupete, «pipo caca».

A Griñán, en su andanada demagógica de ayer, sólo le faltó emplear esa estrategia para camuflar lo que se esconde en todo esto; que después de perpetrarse el mayor recorte de derechos sociales de la democracia española, Andalucía se apunta ahora a la mayor subida de impuestos de una autonomía contra las clases medias altas; la mayor agresión fiscal contra los profesionales cualificados que cometen el delito de ganar más de ochenta mil euros al año. ¿Son esos profesionales los nuevos ‘ricos’ para el PSOE? Hace unas semanas, a José Blanco le preguntaron eso mismo y él se apresuró a aclarar que cuando el PSOE hablaba de subidas de impuestos no afectaba a las clases medias, como profesores o médicos, «que ya han sufrido un ajuste de salario», sino a «quienes tengan más». «Nunca nadie habló de rentas más altas», remachó. ¿Y ahora, qué? ¿Otro cambio de opinión?

‘Dinero caca’, le faltó decir al plúmbeo Griñán, porque ése es el mensaje que se traslada. Cualquiera que en Andalucía se haya currado un despacho solvente, una consulta concurrida o un estudio prestigioso, cualquier emprendedor, en definitiva, pasa a formar parte, desde hoy, de esa clase despreciable e insolidaria de los ricos. Pero no, no se ataca a los ricos, se ataca a los emprendedores, se anatemiza a los profesionales que se han currado su prestigio. Todo es así de elemental: Se aplauden las referencias al PER y se ovacionan los impuestos a las motos náuticas.

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03 junio 2010

Maricón



Un revuelo de sapos, rayos y truenos se ha formado en Granada por culpa de unos ripios satíricos, lo que allí se conoce como carocas, que son viñetas humorísticas que se exhiben en las calles con motivo de la feria del Corpus para divertimento del personal. Una vez al año, cuando llega el Corpus, que en Granada es fiesta grande, las caricaturas, los chistes y la malafollá adoptan la forma de carocas para acompañar en la procesión guasona a laTarasca. Y lo mismo que los gigantes y cabezudos pasean por las calles su espectáculo antiguo de surrealismo y absurdo, de mofa y miedo infantil, las carocas parodian la realidad con dibujos y letrillas burlonas. Por ejemplo, se va Manuel Chaves a Madrid y en las carocas de Granada aparecen unos dolientes despidiéndolo en el coche oficial; en una mano un pañuelo para las lágrimas y en la otra mano, escondida tras la espalda, unas botellas de champán y unos confetis. Y dice la caroca: «Ya se nos fue don Manuel, llorando está Andalucía / desde Baeza a Jerez, / pero de pena no es / ¡que lloran por alegría!»

La que ha formado el revuelo este año se mofaba de una campaña publicitaria organizada por la Diputación provincial para fomentar el turismo homosexual. Y decía la quintilla humorística: «El turismo homosexual promueve Diputación/ dicen que mueve un pastón./ Contento está mi Pascual,/ que es un poco maricón». A buena hora se le ocurrió al autor de la caroca rimar diputación con pastón y con maricón. Dicen las crónicas que tras varios días de protestas y querellas, el concejal de Cultura de Granada pidió disculpas públicas al colectivo gay y corrigió la caroca: «Se borrado la palabra maricón y se ha sustituido por unos puntos suspensivos». ¡Unos puntos suspensivos! ¿Y por qué? «Mi Pascual que es un poco...» ¿Un poco qué?

Hasta los puntos suspensivos, la controversia era una más de las muchas que pretenden imponer el lenguaje políticamente correcto en todos los aspectos de la vida; en las instituciones, en la prensa, en las fiestas y en la familia. No es cuestión ahora de analizar si, como dice Colegas, «la palabra maricón es, con diferencia, el insulto más utilizado (…) que confunde en el imaginario de la gente ser homosexual con otras características claramente negativas, como cobarde, débil y afeminado». La broma, la sátira, la burla forma parte de la condición humana y, por mucho que nos empeñemos, siempre habrá colectivos, personas, actitudes que se conviertan en objeto de risa. ¿Deben soportar los leperos que se les ponga por brutos? ¿Y las suegras, por qué tienen que aguantar los chistes más crueles? Los gitanos, los gordos, los narigudos, los cabezones, los gangosos, los maricones y las putas. ¿Hay que prohibir todos esos chistes? ¿Puede impedirse que la gente cante en las fiestas «un bote, dos botes, maricón el que no bote», como se intentó el año pasado en las Fallas de Valencia, con cartelería, vallas y chapas repartidas por doquier?

Las carocas deben ser al Corpus de Granada lo que las chirigotas al Carnaval de Cádiz, desahogo del personal; humor de trazo grueso, grosero, pero también ingenioso y divertido. A este paso, nos quedamos en los puntos suspensivos, un abismo de impotencia, de vacío, de nada. Cuando ya no tenemos nada más que decir, o no sabemos qué decir, puntos suspensivos. Para no mojarnos en nada, puntos suspensivos. A eso quiere llevarnos el lenguaje políticamente correcto, a no decir nada.

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09 mayo 2010

La señora Duffy




Es cierto que dentro de unos años ya nadie recordará su nombre. Acaso sólo se tendrá memoria del incidente, la carcajada internacional que estalla cuando un político como Gordon Brown se deja el micrófono en la solapa y comienza a insultar a la señora a la que, minutos antes, se ha acercado con el servilismo baboso de algunos políticos en campaña, la impostura de querer aparentar que todos los días pasean por las aceras y acuden al mercado, que todos los fines de semana llevan a sus hijos a los columpios de un parque público y se toman unas cañas en los bares más concurridos de la ciudad.

No, nadie recordará en unos años a la desconsolada señora Gillian Duffy, la viuda que incomodó al primer ministro laborista con sus preguntas, pero tampoco la notoriedad es la ambición de esta mujer, que si la han visto en fotos podría ser la madre o la tía de cualquiera de nosotros, una mujer con los mofletes sonrosados, el pelo negro y ondulado, metido en canas, y un batín rosa estampado. Le faltan unos rulos y que esa bata rosada sea, en realidad, una bata de boatiné que la desconsolada señora Duffy se echó por los hombros antes de salir a comprar el pan y tropezarse en la acera con el candidato del partido que ha votado toda su vida; le falta el boatiné para que el incidente tenga todo el color que necesita, el contraste preciso entre el candidato artificial y la vida real.

Nadie recordará su nombre porque, en realidad, Gillian Duffy aparece en todas las campañas electorales y en todos los países. La desconsolada señora Duffy es el ciudadano que le preguntó a Zapatero cuánto costaba un café y el presidente no supo contestarle. O es el joven camarero de Málaga que le dijo a Chaves que, por mucho que lo jurase con golpes de pecho, nadie se iba a creer que una persona que lleva treinta años con sueldo de ministro sólo tiene de patrimonio tres mil euros en la cuenta corriente. La desconsolada señora Duffy es, en definitiva, la única respuesta que existe a las sorpresas en las elecciones, a las preguntas que nos hacemos cuando intentamos explicarnos por qué no despega tal partido o tal candidato; por qué se hunden unos e irrumpen otros.

Y, sobre todo, la señora Duffy es el problema real que tiene la izquierda europea con una buena parte de su electorado. Fíjense que esta apacible viuda, votante durante toda su vida de los laboristas -incluso después del incidente con Gordon Brown lo que dijo es que pensaba abstenerse, no votar a los conservadores-, se convierte en una señora incómoda para el candidato, una fanática, porque le hace preguntas que no están en el guión político de la izquierda. Por esa deriva de lo políticamente correcto, hablar de inmigración se ha convertido en algo de derechas. Como hablar de cadena perpetua, de disciplina en las escuelas, de autoridad y de respeto. Pero hay millones de votantes de izquierda, como la señora Duffy, a los que sí le preocupan todos esos temas y quieren respuestas de su partido. Lo que no va a ocurrir nunca es que la señora Duffy se tropiece con el candidato por la acera y le pregunte sobre la ley de paridad o por la traducción simultánea del gallego en el Senado. No va a ocurrir porque, en realidad, esa izquierda no es la izquierda. La desconsolada señora Duffy lo sabe. Por eso el jueves se quedó en su casa y no fue a votar.

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02 marzo 2010

Circo romano



Joaquín Leguina, uno de los críticos más mordaces de Rodríguez Zapatero, se ha dejado caer en una entrevista con la siguiente afirmación: “En las próximas elecciones, por supuesto que votaré a Zapatero. Soy militante socialista y ésa es mi obligación, me guste o no me guste”. Es curiosa la respuesta porque, cuando se oye razonar a Leguina, cuando se le oye criticar el peligroso adanismo de Zapatero, la perversión de los valores socialistas o las consecuencias letales para España de su “gobierno de ocurrencias”, cuando se le oye un razonamiento así, lo único que no se espera uno es que, en el instante final del discurso, le pegue una patada al tiesto y deje hecho añicos todo lo anterior. ¿De qué sirve tener principios socialistas, aplicar el sentido común o anteponer el interés de estado a los intereses particulares si, al final del discurso, la conclusión es que, por encima de lo que se piense, existe una obligación: votar con los ojos cerrados y la nariz tapada? ¿De qué sirve preocuparse por el país en el que uno vive, por su región o su ciudad si, al final, por obediencia, se vota a alguien a sabiendas de que está perjudicando el futuro? Y sobre todo eso, ¿qué más le da a Zapatero lo que piense, diga o escriba gente como Leguina, qué más le pueden dar las críticas de miles de votantes y militantes, si cuando llegan las elecciones acuden a la urna a votar como autómatas, “porque esa es la obligación”?

Ignora Leguina que, por encima de las obediencias de la militancia, todo ciudadano debe anteponer su condición de demócrata, y es la democracia la que se deteriora con ese planteamiento. También la democracia se guía en esto por las leyes del mercado, y cuando un líder político llega a la conclusión de que haga lo que haga, siempre tendrá respaldo suficiente para seguir en el poder, entonces lo que aparece ya no se llama democracia. En eso, sea cual sea la sigla, el militante le hace un flaco favor a su partido y a la democracia cuando su único objetivo es defender la bandería.

Ocurre, además, que una cosa es la disciplina de partido, la que se impone a los cargos electos, y otra muy distinta es la disciplina de votante o la del militante, que siempre es contraproducente. Se puede entender la disciplina de partido, que se eviten los desacuerdos públicos, que se quiera ofrecer a la sociedad el mensaje de un partido coherente, con un solo discurso, pero también esa disciplina debe tener sus limitaciones. Si en un partido desaparece la discusión y el debate interno, entonces lo que impera es un régimen cesarista. Leguina lo sabe y lo escribió: “Los partidos se han pasado por el Arco del Triunfo el artículo 3 de la Constitución desde hace muchos años, que dice que los partidos, en su estructura y en su funcionamiento, deben ser democráticos Parece un circo romano este Comité Federal del PSOE, se levantan y aplauden, y si te quedas sentado quedas como el tonto de la película. Estamos para discutir, no para aplaudir. Una pena, pero por otro lado vamos a ver si esto de la crisis les da un baño de realidad. Creo que no es culpa del Gobierno, pero trae un golpe de realidad y se van a reducir las ocurrencias, lo cual es de agradecer”.

Ovaciones de circo romano… ¿Está seguro Leguina de que con el voto obediente no es él mismo un espectador más de los que aplauden en el circo romano?

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04 febrero 2010

Rezos laicos


Lo que convierte en extraordinario el rezo del presidente del Gobierno español en Estados Unidos es el hecho de que, si la invitación la hubiera realizado el Papa, en vez de Obama, Zapatero no hubiera asistido. Reparen un momento en el absurdo: Si hubiera sido el Papa el que hubiese invitado a Zapatero a leer un pasaje de la Biblia en una de las principales ceremonias del Vaticano, el presidente español no hubiera asistido y con el rechazo el Gobierno socialista habría construido un alegato de Estado a la defensa del laicismo. Sí, mediten sobre esa incoherencia porque, a medida que se profundiza se encuentran las mejores demostraciones del carácter insustancial del pensamiento político que se exhibe como nuevo socialismo.

No se trata, además, de ninguna fabulación porque el contraste ya se ha dado. Cuando el Papa Benedicto visitó Valencia en 2006, el presidente Zapatero rompió con la norma protocolaria que habían seguido todos sus predecesores en la Moncloa, acompañar al Santo Padre durante su visita a España. Todos menos Zapatero. Entonces, para hacer visible su desapego con la religión, alejó su visita del Encuentro Mundial de Familias, al que acudía el Papa y dos millones de fieles, y limitó el encuentro a una encuentro previo de 20 minutos. Pero no puso un pie en el acto. «Zapatero no irá a misa», titularon entonces algunos periódicos, jaleados por el desplante laico del presidente, como realzando el gesto valiente de no arrodillarse ante el Papa.

Si Zapatero hubiera mantenido el mismo criterio en Washington, hubiera limitado su visita al encuentro previo que mantuvo con Obama, pero no hubiera puesto un pie en el Desayuno de Oración Nacional y, mucho menos, hubiera participado con la lectura de un pasaje de la Biblia. Pero si el Papa es jefe de un Estado soberano y jefe espiritual de la Iglesia Católica, y Obama es jefe de un estado soberano y discípulo del protestantismo, ¿tiene sentido que Zapatero atienda al discípulo e ignore al jefe? No, no tiene sentido y, mucho menos lo tendrá, cuando se le añada el matiz de que fue el jefe religioso el que visitó España y que el país que gobierna Zapatero es mayoritariamente católico, mientras que para contentar a Obama, que acaba de rechazar una visita a España, Zapatero ha acudido a un acto religioso en Estados Unidos y organizado por una religión, la protestante, que es minoritaria entre los españoles. ¿Tiene sentido?

No, no tiene ningún sentido, pero tampoco se pueden medir los actos de Zapatero desde un punto de vista de coherencia religiosa porque, en el fondo, al presidente todo este asunto le importa una higa, como repetía el recordado Jesús Aguirre. Lo decisivo en esta cuestión no es el acto religioso, sino en acto de fervor a Estados Unidos. Es al templo del imperio americano al que ha acudido Zapatero; es la religión del imperio ante la que ha ido a orar Zapatero. Protestante, metodista, católico o anglicano, eso da igual. El poder es el mensaje; el poder es el único evangelio. Ya podría haber elegido Zapatero para sus rezos el Éxodo 32-33. «Entonces Jehová dijo a Moisés: anda, desciende, porque tu pueblo, el que sacaste de la tierra de Egipto, se ha corrompido. Pronto se han apartado del camino que yo les mandé; se han hecho un becerro de fundición, lo han adorado y le han ofrecido sacrificios». ¿Qué mejor para un socialista que evocar el becerro de oro en el templo del capitalismo?

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02 febrero 2010

Un cielo democrático



El valido de Sevilla, Alfonso Rodríguez y Gómez de Celis, acaba de anunciar la última conquista del gobierno municipal: «El ayuntamiento va a democratizar las vistas de Sevilla». De todos los peldaños que ha ido escalando el hombre desde la demokratia griega, debe ser éste que se anuncia en Sevilla el más original. Entre otras cosas porque si la democratización del paisaje se realiza en una ciudad como Sevilla la dimensión es distinta; que lo único que nadie le reprochará a esta ciudad es la belleza. Los rincones ocultos serán secretos a voces y las espadañas que coquetean con los pináculos de la catedral se ruborizarán con la mirada pública. Las azoteas y los tejados que se arrodillan cada amanecer a los pies de la Giralda serán a partir de ahora testigos mudos de esta nueva libertad que el Ayuntamiento de Sevilla ha conquistado para la Humanidad. Lo ha dicho el valido de Sevilla y así será.

El anuncio lo ha realizado para terciar en el cabreo que se ha generado en la ciudad al conocerse que el mega proyecto llamado de las setas –una especie de parasoles gigantes de hormigón y madera– va a costar cincuenta millones de euros, el doble de lo presupuestado. Eso de momento, claro, porque, tras cinco años de obras, nadie es capaz de decir todavía cuándo se van a acabar esas setas que «terminarán siendo como la Torre Eiffel o la pirámide del Louvre», como le dijo el otro día el valido a Juan Miguel Vega. La cuestión es que cuando los sevillanos puedan subir hasta la copa, disfrutarán de unas vistas que, hasta ahora, sólo eran propiedad de los ricos y acaudalados que viven en el centro de Sevilla y tienen azotea. De ahí su afirmación: «Vamos a democratizar las vistas de Sevilla». ¿Cabe mayor desahogo? Si con las setas el PSOE ‘democratiza’ las vistas de Sevilla, ¿podría considerarse a Hernán Ruiz como un precursor del marxismo por la Giralda?

Lo más desolador de todo es que el tal valido es de las nuevas generaciones de políticos del PSOE andaluz, con lo que ninguna enmienda pueden esperar los socialistas veteranos que se desesperan con ‘las ocurrencias de Zapatero’. En el caso de Sevilla, además, este tipo de bobadas es especialmente preocupante porque la ciudad que se va a gastar cerca de 150 millones de euros entre las setas y el tranvía que recorre un kilómetro en el centro, esa ciudad tiene ante sí un panorama «devastador», según el informe económico de la Cámara de Comercio. Un tejido empresarial primario, que no exporta nada, y una tasa de paro por encima del veinticinco por ciento. Si no fuera por el ejército de más de cien mil funcionarios de las administraciones públicas, Sevilla no tendría nada que llevarse a la boca. Sería bueno que la gente reparase en todo esto, que alguna vez, algún día, el personal asumiera que el dinero público es su dinero, y que fuera tan exigente con el gasto público como lo es con el control de su cuenta bancaria. Democratizar las vistas de Sevilla. Habráse visto cosa igual…

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11 enero 2010

Chuletas



El Consejo de Gobierno de la Universidad de Sevilla se reunió a principios de curso y se puso manos a la obra con una ardua tarea: regular los exámenes. «Normativa reguladora de la evaluación y calificación de las asignaturas». Antes de seguir, detengámonos aquí. Vamos a ver, es muy probable que desde la Academia de Platón el método de la enseñanza no haya variado en lo sustancial: una persona docta imparte enseñanzas a un grupo que atiende y estudia para adquirir conocimientos. No sé en qué momento exacto de la historia aparecieron los exámenes, pero, bajo la apariencia que fuera, en algún momento, de alguna manera, al final del proceso el alumno siempre ha debido demostrar que ha sido diligente en el estudio y que posee los conocimientos precisos para que se le comience a tratar, a él también, como una persona docta, como un maestro. Esto, en fin, parece elemental. Enseñanza, estudio, evaluación. Tan elemental como que durante todo ese proceso de transmisión de enseñanza hay dos niveles distintos de responsabilidad, el de quien posee los conocimientos y el de que desea adquirirlos. También esto debe estar en los anales de la educación: mientras se imparte la enseñanza existe un predominio amplio del profesor sobre el alumno, sometido, como algo natural, a un deber de obediencia.

Evidente, ¿no? Pues no. Lo primero que llama la atención del empeño de la Universidad de Sevilla en regular los exámenes es que, sutilmente, las diferencias anteriores van desapareciendo, se desdibuja el predominio del profesor sobre el alumno y aparecen los dos en el mismo plano. Un solo ejemplo servirá: ¿qué cree usted que ocurre cuando un profesor descubre a un alumno copiando en un examen, con el libro de historia abierto entre las piernas, los bolsillos llenos de chuletas de Física o con los brazos tatuados de fórmulas algebraicas? Si piensa que, acto seguido, el profesor expulsa al alumno del examen y lo suspende, está equivocado. Al menos, en la Universidad de Sevilla esa lógica académica ya no funciona. A partir de ahora, ante una situación así «los estudiantes involucrados en las incidencias podrán completar el examen en su totalidad» (artículo 20 de la normativa). De momento, pues, no los expulsan de la clase. Tampoco el suspenso está garantizado. Los profesores deben comunicar lo ocurrido a la Comisión de Docencia del Departamento, con copia al alumno afectado. Es importante, además, que en el escrito el profesor incluya cualquier «objeto material involucrado en la incidencia». La chuleta, o sea.

Hasta ahí la normativa. Cabe imaginar que el alumno podrá defenderse ante la Comisión de Docencia, y que habrá quien valore positivamente que pudo terminar sin chuletas y hasta pedirá que se puntúe el esfuerzo de sobreponerse a la incidencia, ante el resto de la clase, y no haber caído en el desánimo. La conclusión final no puede ser insensible a la realidad que nos rodea: ¿tiene sentido suspender a un alumno por el mero hecho de copiar un examen?

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12 noviembre 2009

Bolas chinas




En el último congreso de UGT de Andalucía, celebrado en Jerez, los sindicalistas recibían a la entrada una mochila con la correspondiente acreditación, un par de bolígrafos, una agenda y un detalle muy especial: unas bolas chinas.

– ¡Toma ya! Anda que les van regalar los tres tomos de El Capital. Esto es lo que quedaba por oír de la crisis de las ideologías: Ya se puede imaginar ese final de congreso, todas las sindicalistas en pie, cantando La Internacional con el ánimo encendido por las bolas chinas… Pero, ¿eso qué era, un congreso de UGT o una reunión de tapersex?

No, no, era el congreso de la Federación de Servicios de UGT de Andalucía. Y si se atiende a las explicaciones de la secretaria general de la Federación, Olvido Aguilera, el obsequio de las bolas chinas es mucho más que eso; es mucho más elocuente. Dice la dirigente sindical que el regalo de las bolas «es por un tema, fundamentalmente, de género». Esto es lo esencial. Las bolas chinas como regalo pertenece al reino del lenguaje de género, de la sostenibilidad o el igualitarismo, que lo mismo se aplica a la educación que a las religiones. Son los mimbres de esa ideología boba que se presenta como una nueva izquierda. Si el género es un capítulo esencial de esa nueva ideología, es lógico que el nuevo referente puedan ser unas bolas chinas; es un regalo, o sea, de contenido ideológico porque la ideología se ha reducido a eso.

Ocurre, además, que aunque desde fuera cualquiera se ruboriza al analizar estas cuestiones con un mínimo rigor intelectual o con la mínima sensibilidad de izquierda real, cometeríamos un error enorme si pensamos que todo esto no pasa de ser una enorme frivolidad, sin más trascendencia. No. Aunque desde fuera produce sonrojo, la verdad es que, al menos hasta ahora y por lo menos en España y en Andalucía, ese discurso de pretendida nueva izquierda ha logrado plenamente sus objetivos. Si lo esencial es buscar elementos de diferenciación con ‘la derecha’, si lo fundamental es levantar siempre un muro, otra línea divisoria entre los conceptos de izquierda y la derecha, estas nuevas fronteras que se han trazado han funcionado a la perfección, aunque nada tengan que ver con los valores esenciales de la izquierda, del progreso, ni con los problemas reales de este tiempo.

– O sea, que bolas chinas, ¿no? Y a los tíos, que eran el sesenta por ciento del congreso de UGT, qué le regalaron, ¿una vagina a pilas o una muñeca hinchable?

No, eso hubiera sido un regalo sexista… A los señores sindicalistas también les regalaron las bolas chinas. Dicen que para acabar con el tabú y los complejos y porque, en cualquier caso, siempre se las podrán regalar a sus parejas a la vuelta del fin de semana de congreso. Se decía que Pablo Iglesias era, ante todo, un luchador que tenía una gran pasión por la libertad, por la democracia, por la justicia, y que esa pasión fue la que le llevó a fundar el Partido Socialista y la UGT. Calculen ustedes la distancia que va desde la pasión al placer, de Pablo Iglesias hasta las bolas chinas, y podrán trazar el abismo que separa a la UGT de sí misma.

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21 septiembre 2009

La sociedad pop



Que dice el nuevo baranda de la Junta, y por ende el nuevo referente de los socialistas andaluces, José Antonio Griñán, que al socialismo español lo que le hace falta es un «rearme ideológico». Lo ha dicho en el comité federal, el foro de debate donde se oyen más aplausos que voces, eso dicen ellos. Quizá por eso Griñán, como el resto de barones regionales, ha utilizado esa expresión, el ‘rearme’, porque antes que crítica, el rearme sugiere reafirmación, defensa numantina, introspección, autoafirmación. Un rearme ideológico es como un auto de fe actualizado, que para algo los partidos políticos imitan continuamente las técnicas de poder de la Iglesia y se aplican igual frente a los disidentes o herejes. El caso es que aquella reunión de la cúpula del PSOE buscaba justamente eso, «el rearme ideológico» y, sobre todo, «que nadie de fuera» les escriba el guión porque «no aceptan lecciones». Queda clara, pues, la predisposición endogámica.

Casi al tiempo que Griñán, otro destacado socialista, Jordi Sevilla, que es uno de los últimos elementos expelidos por la fuerza centrífuga del zapaterismo, ha defendido en una conferencia la necesidad de refundar la socialdemocracia, en línea con las opiniones que se oyen en Europa cada vez que unas elecciones demuestran la grave crisis de la izquierda y la dificultad de sus dirigentes para ofrecer políticas distintas a la crisis económica actual. (Tiene gracia, por cierto, que el debate ahora pueda ser la refundación de la socialdemocracia. Qué giro tan interesante: la crisis económica se inició con exigencias de refundación del capitalismo y va a terminar llamando a la refundación del socialismo). A lo que iba: en Francia, el filósofo Marcel Gauchet sostiene que «la crisis del Partido Socialista proviene de una ausencia de perspectivas intelectuales». No se ve a Gauchet, por tanto, partidario de cataplasmas hueras, del tipo de la sostenibilidad y la pegatina, sino de algo más profundo, como una vuelta a repensar la izquierda. Que es lo contrario, en fin, del rearme que se pide en España.

Pero, por qué se da esa diferencia; por qué en España se busca la reafirmación de lo conocido mientras que fuera de aquí se pide rehacer la ideología. Es la duda que se suscita por algo ya apuntado otras veces, la excepcionalidad de la política española y, en especial, de la andaluza que, con un desempleo que en breve será del veinte y del treinta por ciento, discurre plácidamente por las recetas socialdemócratas que se rechazan en Europa, con una media de paro del diez por ciento.

En España, y en especial en Andalucía, la balanza política inclina la hegemonía hacia el lado más amable, más cómodo, sin complicaciones; triunfa una política sencilla, elemental, pegadiza, muy asimilable por el gran público. ‘La política es un estado de ánimo’, que podría ser la máxima del actual PSOE. Lo cual, que tiene mucha razón Claudio Magris cuando retrata de forma magistral el talante del socialismo español al decir que Zapatero «es un político ‘pop’ que vive más pendiente de ofrecer una imagen agradable que de responder a un ideario». Añade Magris que «un país no puede gobernarse ininterrumpidamente con mensajes ‘pop’ de consumo fácil, sin puntos de vista sólidos» y eso nos lleva a una inquietud mayor: ¿Qué ocurre en un país si lo que impera no es un dirigente ni un partido, sino una ‘sociedad pop?

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30 agosto 2009

Clandestinos



Un bocata en la mano y en la otra un papel con un nombre escrito: «Plaza de Catalunya». Podemos imaginar la escena. Llegan en furgones, de madrugada, y les abren las puertas de par en par. Por primera vez, desde que la Guardia Civil localizó su patera en alta mar, se abren las puertas y detrás no se divisa el patio fortificado de un ‘centro de internamiento’, denominación eufemística de la privisión provisional a la que se conducen todos los inmigrantes sin papeles, sin patria, sin nada. Bajan del furgón desconcertados, tras horas de viaje desde Almería, y un policía les señala la avenida. Ya se pueden ir. El bocadillo en una mano y el papel escrito en la otra es la señal que les indica la libertad, el salvoconducto que les otorga, desde ese mismo instante, la condición de ‘ciudadanos clandestinos’ de la Unión Europa.

Dicen en el sindicato de Policía que ha denunciado el traslado clandestino de los inmigrantes que siempre se elige como destino ciudades grandes porque, así, entre tanta gente, entre tanto trajín, «el impacto visual genera menor alarma social». ¿Y nosotros? ¿Debemos alarmarnos?

En la comisaría de Policía de Barcelona, que confirman el traslado de los inmigrantes pero desmienten los aspectos más chuscos, ofrecen una explicación que, acaso, nadie pueda discutir: lo ocurrido es inevitable, no hay otra salida. Es decir, todos esos inmigrantes pertenecen a países con los que no existen tratados de repatriación. Una vez superados en un centro de internamiento los 40 días máximos de reclusión (que ya es un delirio para un Estado de Derecho, porque no se les acusa de ningún delito pero se les retiene), ya sólo queda una salida, la libertad. O sea, la clandestinidad, la marginalidad.

Insisto, ¿debemos escandalizarnos por estos hechos? A estas alturas del fenómeno de la inmigración ilegal, es probable que la mayoría entienda que es verdad, que no hay otra salida; que la clandestinidad sólo podría combatirse con una barbaridad mayor, como convertir la inmigración ilegal en delito. Por tanto, sí, es verdad, no hay otra salida. Acaso como el problema mismo, que no tiene salidas. Sólo obsérvese un detalle: estos traslados se producen con un Gobierno del PSOE y entre dos comunidades gobernadas por el PSOE. Cuando la Policía denunciaba estos traslados durante el Gobierno del PP, todos esos que hoy les ponen un bocadillo en la mano y una dirección en la otra, sí se escandalizaban. Decían: «La responsabilidad del Gobierno no es distribuir a los inmigrantes por territorios del resto del España, sino, por el contrario, repatriarlos a sus lugares de origen con todas las garantías jurídicas y judiciales. Ahí está el fracaso de la política migratoria del Gobierno del PP». ¿Y ahora?

No es la clandestinidad de esos pobres lo que alarma, sino la clandestinidad política, la falta de escrúpulos. Eso sí que debe alarmarnos. Y de paso, aprender para cuando vengan otra vez con el mantra progre.

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04 julio 2009

Equivalencias


Ahora que las tropas de Estados Unidos han comenzado a replegarse en Irak, en España se cosechan los absurdos como fruta madura del verano. Ojo a este análisis: «Estados Unidos se marcha de Irak y deja un país sin estado; antes por lo menos tenía estado, un estado dictatorial, pero un estado». Desde le principio de la guerra de Irak ha ocurrido lo mismo, parece imposible diferenciar los errores de Estados Unidos -brutales, garrafales, inadmisibles– del incuestionable derecho de todos los países, de todos los pueblos, de vivir en libertad. Como de lo que se trata es de explotar la vena antiamericana, no se puede asumir ningún argumento del que pueda beneficiarse Estados Unidos, como el derecho de Irak a vivir en democracia, libre del tirano Hussein. De ahí que se llegue al disparate de antes, «dictatorial, pero un estado».Observarán que lo grave no es ya el odio antiamericano, sino que esa ceguera provoca un estado de opinión en el que no se distingue ni lo más elemental.

Hace unos días, en la Universidad de Granada, Mario Vargas Llosa razonó sobre esta degeneración del pensamiento occidental cuando advirtió que «han ido desapareciendo del vocabulario, ahuyentados por el miedo a incurrir en la incorrección política, los límites que mantenían separadas a la cultura de la incultura, a los seres cultos de los incultos». Podría añadirse, en esa línea, que uno de los mayores ejemplos de esa degeneración es el invento de la ‘Alianza de Civilizaciones’, sencillamente porque se juega con las palabras, con las acepciones, y se acaba equiparando cultura con civilización, cuando es evidente que no todas las culturas merecen llamarse civilizadas. Culturas, muchas; civilización, sólo una. En palabras de Vargas Llosa, «una cosa es creer que todas las culturas merecen consideración y otra muy distinta creer que todas ellas, por el mero hecho de existir, se equivalen».

Ocurre, además, que, a partir de esa ‘equivalencia’ se sostiene que es una ‘agresión’ «exportar la democracia» a esos países porque ‘violentaría’ sus culturas. O sea, que un coche bomba en un mercado de Bagdad, un atentado suicida en un colegio electoral o en una cola de hombres y mujeres que buscan empleo jamás se interpreta como el pulso terrorífico del fundamentalismo islámico para impedir que triunfen los planes de democratización, sino que, de nuevo, la culpa será de quienes, irresponsablemente, pretenden ‘exportar la democracia’.

Pero, ¿qué ocurre cuando, en vez de en Bagdad, es aquí, como estos días en Cádiz, donde se descubre una célula islamista que prepara a terroristas suicidas? ¿Verdad cuando nos afecta nadie sostiene que la culpa es de la democracia, que violenta su cultura? La equivalencia no es sólo relativismo; la cara oculta de lo políticamente correcto es la insolidaridad, la mirada esquiva ante la injusticia que afecta a otro. Y también se vende como progresista.

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01 junio 2009

Personas

En los reportajes de estos días, una joven gaditana acertó como nadie a definir la posición del Gobierno en la controvertida reforma de la Ley del Aborto. Dijo: “Cada uno puede hacer con su cuerpo lo que quiera”. Exactamente eso es lo que dice el Gobierno, unos con más prudencia científica y otros con más atrevimiento ignorante, como la ministra. Y aquella joven lo ha captado, el aborto, entiende ella, es un paso más en la libertad sexual. El lema sirve lo mismo, debe pensar la joven, para todas las reformas que emprende este gobierno, ahora el aborto como en la legislatura pasada, los derechos del movimiento gay.

Parece ser que la maestría de la política consiste justamente en eso, en la capacidad de transformar grandes debates en conceptos simples. La reforma del aborto lleva ese lema libertario, digamos, que ya se ha expuesto aquí otras veces, el grito que inspira el cambio: “nosotras parimos, nosotras decidimos”. Esa reclamación que pide “sacar el aborto del debate médico y del debate jurídico”. El círculo se cierra ahora, la reforma del aborto ya está en la sociedad sintetizada en un lema. A partir de ahora, será más fácil que el debate gire sobre dos polos, blanco o negro; aborto sí, aborto no; derecha o izquierda; libertad o cárcel y opresión.

Para quienes no quieran caer en eso, la recomendación es huir de ese terreno primario de los lemas. Y volver a la pregunta más incómoda, más cruel, de cualquier reforma sobre el aborto, ¿a partir de qué momento de la gestación debemos considerar el aborto un asesinato? Ya sé que para muchos, desde el mismo instante que existe un embrión, ya hay vida humana. Bien, de acuerdo, pero como estamos huyendo del todo o nada, del blanco o negro, parece lógico pensar que la respuesta a esa pregunta debe hacerse de acuerdo a los avances científicos y médicos de la época en la que se realiza. Como se ha apuntado otras veces, la mayor paradoja de este debate de ahora sobre el aborto es que el Código Civil español mantiene intacta la respuesta que se dio a esta pregunta hace doscientos años: Artículo 29: “El nacimiento determina la personalidad; pero el concebido se tiene por nacido para todos los efectos que le sean favorables, siempre que nazca con las condiciones que expresa el artículo siguiente”. Artículo 30: “Para los efectos civiles, sólo se reputará nacido el feto que tuviere figura humana y viviere veinticuatro horas enteramente desprendido del seno materno”.

Cualquier reforma del aborto debería comenzar por este punto, el más incómodo, porque carece de sentido que, en la actualidad, un feto de seis meses no tenga la misma consideración legal que un recién nacido. Sinceramente, si un comité ético decide, en su día, un aborto en el sexto mes de embarazo por malformaciones en el feto bajo ese epígrafe genérico, “incompatibles con la vida”, qué diferencia tendría con una inyección letal a un recién nacido deforme o con parálisis cerebral. Y ahora haga usted el favor de volver otra vez la mirada a la reflexión de la joven del principio. “Cada uno puede hacer lo que quiera con su cuerpo”.

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23 mayo 2009

Reinventarse


Algunos líderes políticos de la izquierda europea se han reunido estos días en Grecia en el Congreso Internacional sobre la Socialdemocracia para volver a plantear un debate que ya se está convirtiendo en endémico, la necesidad de ‘reinventar’ la izquierda. Dice Felipe González que si los socialistas aspiran a seguir defendiendo dentro de unos años el modelo de cohesión social como su principal seña de identidad, tienen que acometer algunas reformas urgentes. La primera, «con los sindicatos para competir en una economía abierta, no con sueldos bajos sino con excelencia». La segunda, «un pacto energético serio», y al remarcar lo de ‘serio’ se intuye la carcajada ante la economía verde y sostenible. Y por último, un «debate sobre la inmigración», se supone que también para romper conceptos preestablecidos.

Tres propuestas, vale. Pero, ¿con eso se reinventa la izquierda? Pues ése es el caso, que seguro que todo lo apuntado por González lo ha dicho ya antes cualquier líder europeo del centro derecha. Las propuestas genéricas (excelencia educativa y laboral, energía nuclear e impulso de las alternativas, control de la inmigración) son las mismas; igual ocurre con los pilares de la cohesión social (sanidad pública, el sistema de pensiones, la asistencia social, la protección de menores, las políticas de igualdad de sexos), con lo que los márgenes para la diferencia entre el centro derecha y la socialdemocracia son irrelevantes.

Es muy probable, por tanto, que el problema esencial que tenga ese objetivo de reinventar la izquierda sea que, en realidad, la izquierda tiene pocas posibilidades de reinventarse sin acabar confundiéndose con la derecha. El dilema es que la izquierda o se mantiene anclada al pasado, como los partidos comunistas, o no es izquierda. Pero las ideologías no son religiones, no son dogmas inamovibles.

Reinventar la izquierda, dicen. Y la propuesta se hace urgente por la crisis de la izquierda en el Reino Unido, Alemania, Francia, Italia o Grecia. Sólo se salva España. La hegemonía de la izquierda andaluza, por ejemplo, ya no existe en ningún otro rincón europeo. Claro que eso no presupone que es aquí donde está la solución. No parece, no, y, de hecho, nunca se ha visto a ningún politólogo de la izquierda europea estudiando el ‘milagro andaluz’. No. La crisis de la ideología es la misma en la izquierda española y andaluza, pero ni la sociedad ni los líderes ni el control de los medios de comunicación son los mismos. Lo cual que, de acuerdo a las recetas del propio González, podemos concluir diciendo que en España y en Andalucía se aplica una política socialdemócrata desfasada, en crisis, que no se plantea políticas serias para evitar mayores problemas en el futuro. ¿Entonces? Pues nada, que antes que reinventar la izquierda, lo suyo aquí sería reinventar la sociedad. Mientras tanto, quién no acaba pensado que estamos caminando en sentido contrario, entretenidos con las propuestas de la izquierda menos seria, que diría el otro.

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16 marzo 2009

Puerto Brasil


La tarde que abandonó la aldea, la periodista habría de detenerse para respirar en un recodo del sendero de tierra que, montaña arriba, serpentea hasta la cumbre, como una culebra marrón en medio de la selva. Volvió a mirar hacia atrás y allí en el valle, junto a un puñado de casas de madera pintadas de blanco y celeste, permanecía Rubi Galvis, su padre, Arístides Galvis, y Evelio Ortiz, con su sombrero nuevo de hoja de palmera. Rubi la vio detenerse y levantó el brazo derecho para decirle adiós, agitando en el aire la hoja de periódico que le había entregado la periodista. “Adioooóos”, se oyó gritar a la periodista y, cuando se dio la vuelta para continuar, el eco de su despedida todavía rebotaba en el valle. Al bajar el brazo, Rubi se quedó mirando el periódico. “¿Papito, crees que nos habrán engañado?” Arístides y Evelio se quedaron mirándola. “Vuelve a leerlo”, replicó Arístides. ‘Fortalecimiento organizativo y productivo de 42 familias campesinas de Puerto Brasil, afectados por la violencia política y social’. “Sin duda, habla de nosotros, pero qué querrá decir”.

Arístides era el mayor de los veinte vecinos de Puerto Brasil. El nombre se lo pusieron unos misioneros españoles para hacerle honor a la tierra, Colombia, un país con la extraña cualidad de haber tenido gobernantes que, a largo de toda la historia, sólo han acertado con los nombres de las cosas. Como Colombia, por ejemplo, que se llena la boca al decirlo, el único país que lleva el nombre de Cristóbal Colón, el sueño de Simón Bolívar; nombres como Cauca, Boyacá, La Guajira o Sucre, que parecen palabras recolectadas en una plantación porque saben a fruta, a tierra, a palo de caña. Nombres como Puerto Brasil, rodeado de montañas; un puerto que jamás verá el mar ni el río ni la carretera, puerto como ironía. Nombres como el acierto de llamarse Arístides y vivir en una aldea de Colombia. En la antigua Atenas, cuando alguien merecía un castigo, los hombres se reunían en la asamblea y escribían el nombre del infractor en un trozo de barro. A Arístides ‘el Justo’ lo condenaron al ostracismo. En medio de la asamblea, un campesino se dirigió a Arístides, sin conocerlo, para pedirle que le escribiera en el barro el nombre de quien quería condenar. La sorpresa fue que le pidió, precisamente, que escribiera el nombre de Arístides. ‘¿De qué se le acusa?’, indagó Arístides. ‘Ah, no sé, ni siquiera lo conozco, pero ya estoy fastidiado de oír continuamente que le llaman el justo’. Arístides no le contestó; resignado escribió su nombre en el trozo de barro y se lo devolvió.

Colombia, Puerto Brasil, Arístides… Y ahora esto, una periodista que viene de España con un periódico en el que se dice que socialistas y comunistas de Sevilla van a mandar a la aldea noventa mil dólares, un baúl de plata como los que llegaban al Guadalquivir desde Cartagena de Indias. “Fortalecimiento organizativo y productivo de 42 familias campesinas de Puerto Brasil”… Nada es tan cruel como la mentira política. Arístides Galvis volvió a pensar en la maldición haber nacido pobres y en la agudeza de los misioneros cuando le pusieron el nombre. Condenados al ostracismo. Rubi Galvis dobló cuidadosamente el periódico y lo guardó en el bolsillo. Lo único que la reconcomía era pensar porqué, de tantos pueblos como había en Colombia, los habían elegido a ellos para el engaño.

(Relato sobre un hecho real: Las ayudas de 81.000 euros aprobados por el Ayuntamiento de Sevilla que nunca llegaron a Colombia)


Fotografía: Jorge Cuéllar

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03 marzo 2009

Bipartitos


Hay un repelús de bipartitos en el resultado de las elecciones gallegas de este fin de semana, un sarpullido de pactos de progreso con despachos de lujo, un rechazo corporal a toda esa impostura de quienes predican tolerancia y practican un sectarismo feroz, implacable. «El riesgo del bipartito es la abstención», decían en la campaña electoral y resulta que, como quien pide sopa y le dan dos tazas, en las elecciones se ha superado el setenta por ciento de participación, récord histórico, pero no porque el electorado se movilizara para defender al bipartito, sino por el hartazgo.

Cuentan de Chaves que, ante los suyos, ya ha expresado varias veces su preocupación por la caída imparable de las expectativas socialistas en Sevilla, que gobiernan la ciudad con otro bipartito. «El alcalde Monteseirín cada vez se hunde más en las encuestas; la Junta se ha gastado muchísimo dinero en la capital y, nada, no hay forma de que el alcalde le caiga bien a la gente», viene a decirle Chaves a los suyos. Fíjense que, para empezar, la perplejidad de Chaves encierra el descaro habitual del Gobierno andaluz de distribuir las inversiones de acuerdo a la afinidad política con el alcalde en cuestión. En Sevilla, como hace falta apuntalar al alcalde socialista, que va mal en las encuestas, pues se apalean millones a ver si remontan las expectativas… ¿Qué norma democrática es ésa que, con el dinero de todos, se premia a los afines y excluye a los rivales? Por mucho que todo este desvarío sea moneda común en política y norma de obligado cumplimiento en el Gobierno de Chaves, no debe dejar de sorprendernos, de irritarnos.

Entre otras cosas porque, como le dice Chaves a los suyos, ni con ésas remonta el alcalde de Sevilla en las encuestas. Es tan sencillo como pensar que las inversiones millonarias en manos de un mal gestor lo que consiguen al final es multiplicar el desastre, aumentar los casos de despilfarro, acabar con cualquier disculpa posible que puedan justificar el lento e implacable declive de la ciudad. «Sevilla está mal y no es por falta de dinero», que es lo que acaba coligiéndose de la duda metódica de Chaves por las malas expectativas de su alcalde. Ahí está el último escándalo, los más de 660.000 euros que el Ayuntamiento de Sevilla destinó el año pasado a financiar proyectos, convenios y hasta la celebración de jornadas de apoyo al régimen castrista. Y ahora que venga el PSOE local, que salga en defensa de los iluminados con los que gobierna, a defender que éstas son las señas de identidad de un ‘gobierno de progreso’.

Hay un repelús de bipartitos en las explicaciones de las elecciones gallegas. Sostiene ahora Blanco y Touriño que en la campaña han descubierto que existía un gran malestar de la ciudadanía por la gestión del bipartido. «Errores de gestión y de enfoque han creado desencanto en el electorado». Ya ven, el enfoque dicen… Serán necesarios más batacazos de estos bipartitos o tripartitos para que, al cabo, los socialistas caigan en la cuenta de que esta estrategia suya de alianzas está esquilmando a la izquierda española. El poder a cualquier precio; este sinsentido de haber convertido en progresista a los nacionalistas; ese discurso gastado que amenaza una y otra vez con el ‘lobo de la derecha’; esa ideología endeble de frases hechas y propaganda vacía; todo eso acaba en sarpullido. Como ahora en Galicia, como mañana en Sevilla.

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20 febrero 2009

La cé

Veo, veo, qué ves. Es la vicepresidenta del Gobierno, que el otro día en el Congreso, para responder, acabó jugando con la cé. Como en el veo, veo o como en el un dos tres, palabras que empiecen por la letra cé. «El PP se afana en sustituir la ‘c’ de corrupción por la de cacería y conspiración, y eso no cuela», dijo la vicepresidenta y nadie entre los escaños captó el reto de continuar con el juego de construir frases con palabras que empiecen por cé. Por ejemplo, cacique. ¿Hay alguna imagen que le venga mejor a la cacería que un cacique? No, claro, para estas monterías del poder lo que le va es la cé de cacicadas, y de Franco a Bermejo, en esto no hay cambio alguno. Lo saben los paisanos, acostumbrados a ver en el camino cómo se acerca una comitiva de coches enlutados, envuelta en una nube de polvo. Pasan rápido, cristales tintados y bandera oficial. Es viernes, ha llegado el señorito de Madrid, fin de semana de cacería. «Aquí han venido a cazar Franco y el Rey y entonces nos trataban mejor. Ellos se sentaban a comer en un restaurante y la gente podía acercarse a saludarlos, pero con Garzón y el ministro prácticamente no han dejado ni verlos». Veo, veo, qué ves, la cé de caza confidencial, cerrada. Callados y ciegos. Que ya les gustaría que los ayudantes de la montería fueran como los monos de Gibraltar, ver, oír y callar.

De Franco a Bermejo, en esto no hay cambio alguno, no. Lo sabe el ministro progre y, por eso, para de quitarse la máscara dijo aquello tan cursi de que se pasó el fin de semana hablando con Garzón del «hecho cinegético». Y es de entender, o sea, porque debe ser muy complicado tener que admitir en público que, aunque uno va por la vida con la pose de rojo represaliado del franquismo, la verdad es que los dos usan los privilegios del poder de la misma forma, y Bermejo caza como Franco y donde Franco. Veo, veo, qué ves… La cé de cacique caradura. Ahora se entiende que Bermejo dijera una vez que se relaja «recitando a voces a Miguel Hernández». Qué hombre, qué cosa, qué forma de cargarse a Miguel Hernández. Recita a voces, habla a gritos, con ese tic que le hace separarse continuamente el cuello de la camisa, y en los días de solaz, mata ciervos. Se empieza por lo uno y se acaba por lo otro, normal.

Veo, veo, qué ves. Lo que se ve es que no cuela, no, como dice la vicepresidenta. No cuelan la caradura y ni el cinismo de ese ministro despótico que se va a cazar de gorra un fin de semana sin licencia de caza. «Se me ha pasado. Así de simple», dice el tío, que de desahogado acaba siempre cociéndose en su propia soberbia. Ni pide perdón, ni se adelanta él mismo a pagar la infracción, el ejemplo del ministro de Justicia es ése, se me ha pasado, y qué. Luego añade, sin dejar de sonreír, «estoy desolado». Ya se ve, sí.

Veo, veo, qué ves, empieza por cé. El camelo y el cuento de explicar que se le olvidó la licencia porque las de Jaén son fincas «que están al lado de Puertollano». La explicación del ministro también empieza por la cé de cenutrio, porque Puertollano no está entre los municipios de Ciudad Real que limitan con Andalucía, luego es imposible que Andújar y Torres estén al lado de Puertollano, que, como el ministro, ni es puerto ni es llano. Veo, veo, ¿con la letra cé, dice usted? Pues eso es que el ministro nos toma por carajotes.

La cé, es la clave, sí. Febrero se desliza por el calendario y se queda pillado en la cé de las corruptelas, unos con el cazo y otros con la caza, unos con las comisiones y los otros con los ciervos. Será que estamos en Carnaval

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