El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

29 noviembre 2010

La Ben Plantada



En la espera del recuento de votos de las elecciones catalanas, he conocido a Lidia. Fue hace justo un siglo, hacia 1911. Eugenio D’Ors publicó ‘La Ben Plantada’ (La Bien Plantada), la novela con la que quiso crear un personaje arquetípico de los valores y de la cultura catalana. “Teresa, la Bien Plantada, es una objetivación intemporal del alma catalana”, se menciona en algunas referencias de la obra. Se publicó la novela y, por alguna extraña atracción, hubo una mujer que se creyó la protagonista de aquella historia. Era Lidia, la pescadora de Cadaqués, y no sólo estaba convencida –que no era así- de que el escritor se había inspirado en ella para crear el prototipo de la catalanidad, sino que, a partir de entonces, encontraba en cada artículo, en cada entrevista y en cada palabra de Eugenio D`Ors claves secretas, mensajes cifrados, del amor, de la pasión secreta que el escritor sentía por ella.

He pensado, al conocer al Lidia, que lo que le ocurre la deriva nacionalista forma parte de esa misma irrealidad; el desvarío que lleva a muchos a convertir el amor, la identidad por un pueblo, en una historia distorsionada, en una realidad inventada en la que aparecen fantasmas que no existen, agravios forzados que se encadenan para darle sentido a la invención. La crónica de España es tan peculiar, tan profunda, tres veces milenaria, que no habrá un solo pueblo que mañana mismo no pueda abrazarse a un nacionalismo inventado que le haga ver que, en realidad, no forman parte de una historia común, diversa, plural y compartida. Y buscar agravios con el vecino es una tarea tan fácil, tan populista, que el éxito está garantizado. ‘La culpa la tienen los otros, los demás’; nada inspira más apoyo que esa exoneración generalizada.

Sólo habría que restregarse los ojos un instante, contemplar esos movimientos nacionalistas desde la perspectiva de los problemas que nos acucian en este primer decenio del nuevo siglo, para sentir vértigo con la ceguera de un país que sigue pensándose a sí mismo, que se debate a diario en la inseguridad de su modelo territorial. Tras las elecciones catalanas de ayer, nada puede resultar mejor para la tiesura que vivimos que Cataluña se asiente en la normalidad. Nada como el criterio racional en Cataluña, en España, en Andalucía, para que volvamos la mirada a los problemas que sí tenemos, que sí podemos resolver unidos. Y que en poco tiempo podamos mirar atrás y contemplar con desdén ese sarpullido de reformas estatutaria con el que nos invadieron.

A Lidia, en la espera del recuento de votos de ayer, la he encontrado en un libro de entrevistas de César González-Ruano en el que el propio D’Ors explica el final de la historia. Envuelta en su locura, Lidia se murió en un asilo un día de 1954 y la enterraron en Agullana, un pueblecito del Ampurdán. El escritor organizó una comitiva para colocar una lápida en su tumba: “Aquí reposa, si la tramontana la deja, Lidia Nogués de Costa”. Sueño con una lápida igual para el deliro nacionalista.

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28 noviembre 2010

Frío Polar



No tengo ganas de escribir. La ola de frío polar me ha llegado antes de tiempo. Arrastraba ya la penuria de un resfriado, cuando en la radio dijeron esto: «Se espera que una ola de frío polar recorra la península a partir de este jueves». Los partes del tiempo, sobre todo los fines de semana, van saltando, como en los juegos de mesa, de la casilla naranja a la amarilla, pero esa rutina se acabó ayer. Directamente, frío polar. Cualquiera que, en ese momento, pose los ojos en un folio en blanco, se queda aterido de frío, paralizado. Con esa estampa blanca delante, todo lo que aparecen son metáforas de congelación, la superficie yerma de un bloque de hielo, la ceguera blanca de Saramago.

Una cuartilla en blanco es la única superficie cálida que se reconforta con el frío polar porque expresan lo mismo, que es nada. Y ayer era un jueves que anunciaba un frío polar y además había sesión plenaria en el Parlamento de Andalucía. Sólo había que detenerse en ese espacio en blanco, en el folio congelado, para comprender que eso es todo lo que nos pasa; que aquí nada se mueve, todo permanece igual, como si un aire gélido nos mantuviera congelados en la espera. En el Parlamento, es aterrador el recorrido visual por los escaños, los discursos anquilosados, petrificados. Ayer, una señora (diputada) hacía un elogio encendido, apasionado, de los ordenadores que la Junta le ha repartido a los escolares. Y dijo: «¿Estará preocupado el señor Arenas porque los andaluces, que durante siglos, estuvimos bajo las botas del señorito, tengamos ahora igualdad de oportunidades? Yo creo que sí, que eso es lo que le preocupa». Cuando la señora (diputada) se sentó, pensé que, en realidad, el Parlamento está lleno de mamuts congelados. Y no volví a prestar atención. Creo que luego hablaron de hacer un debate sobre la Andalucía «de hace treinta o cuarenta años». Ya ven. Cuartillas en blanco como símbolo de la nadería y del absurdo. Será por eso que ahora le ha dado por decir a los del Gobierno andaluz que quieren poner las cosas «blanco sobre negro». Lo repiten una y otra vez, incomprensiblemente.

Le doy vueltas a la saludable opción de dejar el folio en blanco, como metáfora de este frío polar que amenaza, y observo que, en los alrededores del Parlamento, la calle está otra vez sobresaltada con trabajadores exaltados; unos engañados, otros humillados, todos puteados. Si pudiera, como en la justicia primitiva, le entregaría un diputado a la turba cabreada para que lo vistieran de insultos y lo plancharan de agravios. El tipo ése, por ejemplo, que fue consejero de Empleo y, con las espaldas cubiertas por un sueldo que nunca ha merecido, se apuntó a un expediente de regulación de empleo en la empresa a la que nunca más volvió. Hasta el frío polar se hiela con la caradura de algunos. No tengo ganas de escribir. Será esta ola de congelación que se me aparece por todas partes.

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25 noviembre 2010

Imagina




Imagina que un dolor te sobresalta cada quince segundos. Imagina que transcurren quince segundos y, en esa fracción de tiempo, te sacude una punzada. Quince segundos y una angustia repentina hace nido en tu garganta. Una herida en la cara, un brazo amoratado, unos labios rotos. Como si las agujas del reloj sólo saltaran de quince segundos en quince segundos, y ya no existen horas ni minutos, ni noche ni día, sólo ese tic tac caprichoso, constante, abrumador. Cada quince segundos una aflicción. Imagina que la vida transcurre cada quince segundos porque, cuando llega ese momento, se troncha una flor, se tropieza un anciano, se ahoga un pájaro, se asfixia un amor. Imagina que cada quince segundos tu estómago se subleva con un clamor de úlcera, que la boca se vuelve áspera con la acidez de los vómitos, que la cabeza se desespera y explota en la sien encharcada en pena.

Imagina que cada quince segundos te asalta una duda. Cada quince segundos ya nada te parece cierto. Pasan quince segundos y todas las respuestas se vienen abajo porque, otra vez, se impone una conducta irracional, inexplicable, imprevisible. Cada quince segundos se rehacen las estadísticas, se van llenando los gráficos con un goteo continuo. Cada quince segundos todo vuelven a ser preguntas, ya no existen explicaciones. Ni convenciones morales ni discursos políticos porque, cada quince segundos, todo se oscurece. Una reacción visceral, un cariño mal entendido, un perdón equivocado y caen hechas pedazos las instituciones y las parafernalias, las retahílas y las consignas. Cada quince segundos la mente se queda en blanco y hay que volver a repensarlo todo porque nada tiene porqué.

Quince segundos. ¿Lo imaginas? No, claro, nadie puede imaginar una tortura así porque nadie lo resistiría. Imaginar que un dolor nos sobrecoge cada quince segundos conlleva la renuncia de cualquier felicidad, de cualquier suspiro siquiera, porque el lapso de tiempo es tan corto que sólo podemos instalarnos en la terrible espera del siguiente sobresalto. Sin embargo, esa secuencia es real; esa es la secuencia de los malos tratos en el mundo: Cada quince segundos una mujer, en algún rincón del mundo, es víctima de la violencia de su pareja. Mucho antes de que se globalizaran los mercados y las finanzas, ya se había globalizado el dolor de una mujer maltratada. Este de la violencia del hombre sobre la mujer, este infierno de celos y frustraciones, esta pena de contemplar cómo una pasión se transforma en una pesadilla, debe ser el primer dolor global que ha existido en el mundo. Y seguimos sin respuestas. Sólo aguardamos, desesperados, la punzada siguiente.

Hoy se conmemora el Día Internacional contra la Violencia de Género. He escrito este artículo y luego, al releerlo, he renunciado a calcular, como hacen en los spots publicitarios, cuántas mujeres habrán muerto en el mundo mientras yo trazaba estas líneas imaginando su dolor.

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24 noviembre 2010

Jodidos



‘El Noticiero Universal’. Sólo con ese nombre ya podemos rastrear una época e imaginar a los personajes. Un diario vespertino de principios del siglo pasado, la redacción del periódico con flexos y ruidosas máquinas de escribir, oficinistas con manguitos y periodistas alborotados que entran y salen de la redacción, descuelgan teléfonos y apagan cigarrillos compulsivamente. Las noticias huelen a tinta y a nicotina, saben a ginebra barata y a tabernas de madrugada, tienen el sonido de un susurro, de una confidencia, y el tacto inconfundible del papel impreso. Así sería ‘El Noticiero Universal’, el periódico barcelonés en el que trabajaba el abuelo del escritor Sergio Vila-Sanjuán. En la novela publicada hace unos meses (‘Una heredera de Barcelona’. Destino) Vila-Sanjuán narra una anécdota prodigiosa sobre el talante de un periodista de raza que sabe que su labor será siempre la de estar frente al Gobierno; que la prensa libre jamás debe considerarse el cuarto poder, sino un tozudo y persistente contrapoder. Eso lo sabía bien el director de ‘El Noticiero Universal’ y, por eso, recibió a un joven periodista que se incorporó a la sección de los comentarios editoriales con una prueba definitiva:
–«El Gobierno es una porquería; dele usted forma a esta idea».

Pensaba que los italianos nos aventajaban en desconfianza hacia los gobiernos con su famoso ‘piove, porco governo’, pero esta anécdota tan temprana nos iguala en descreimiento social y hace justicia a dos pueblos que en su historia han tenido que padecer tantos malos gobernantes. Resulta, además, que la repulsión de oficio se mantiene como constante en todas las etapas, pero hay épocas en las que el sentimiento se agiganta. Ahora, por ejemplo, estamos en una de esas etapas. El otro día, camino de la redacción, me paré en un semáforo detrás de una hormigonera. Mientras daba vueltas y vueltas la enorme panza cargada de cemento, una pintada naranja se mantenía inmóvil en la chapa de la parte trasera: «¿Recuerdas el pleno empleo prometido por Zapatero?». Hay que estar muy cabreado, muy puteado con la canina del paro, para que un trabajador se suba un día a su propia hormigonera con un bote de pintura para lanzarle un salivazo al Gobierno.

Ese estado de cabreo contra el Gobierno, además, no es nuevo; se detecta en las reuniones más variopintas desde hace muchos meses. Le ocurre a Zapatero y le ocurre a Griñán, en menor medida porque el presidente andaluz es menos conocido entre los ciudadanos. Lo único que, quizá, le faltaba a Griñán para hacerse impopular del todo es este ‘decretazo’ con el que ha soliviantado a los funcionarios. Ya está dicho aquí que si las protestas de los funcionarios tienen trascendencia política no es sólo por la batalla gremial, sino porque han caído como una piedra en un estanque, agitando todas las aguas. Los funcionarios pitan, chillan, gritan, y el estado de cabreo se convulsiona, se suma en la protesta contra el Gobierno. Con la que tenemos encima, todo el mundo tiene razones para protestar, sólo faltaba que alguien prendiera la mecha.

«El Gobierno es una porquería; dele usted forma a esta idea». Como en las Facultades no se van a atrever con un ejercicio tan importante de realismo periodístico, será cuestión de ponerlo en práctica con las próximas promociones de becarios que lleguen al periódico.

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23 noviembre 2010

¿Rosa o pepino?



A veces, muchas veces, conviene dejarse llevar por la lógica simplona y aplastante que Juan de Mairena le enseñaba a sus alumnos. Por ejemplo: una rosa no puede ser, a la vez, un pepino. La rosa tiene esencia de rosa, como el pepino tiene esencia de pepino, y ninguno de los dos puede ser, a la vez, esencia de lo contrario, ni sustancial ni metafísicamente. Ni siquiera metafóricamente. O es rosa o es pepino, porque nada puede ser lo contrario de lo que es.

Antes de ir más allá, conviene aclarar al principio que esta determinación, o rosa o pepino, o blanco o negro, no siempre es conveniente ni aplicable. De hecho, uno de los males más extendidos de la realidad española es la tendencia persistente para convertir cualquier debate en una opción de bloques, de bandos, con sus correspondientes consignas y discursos prefabricados, con lo que es imposible el matiz, la opinión intermedia, la moderación. Debemos huir de esas banderías incapaces de detenerse en la reflexión, incapaces de acomodarse en el sentido común, como tenemos que espantarnos de aquellos que siempre buscan la equidistancia para no mojarse jamás. Y, sobre todo, debemos descubrir a los que simulan ser lo contrario de lo que, en realidad, son. Por ejemplo: Hace unos días, el Partido Popular presentó en Sevilla a su candidato para las elecciones municipales en Marinaleda. Unos días antes también lo hizo el PSOE. Hasta ahí, todo normal. La sorpresa llega cuando se comprueba que ninguno de los dos candidatos vive en Marinaleda; los dos son de un pueblo cercano, de Estepa. ¿Por qué? Sencillamente porque nadie del pueblo se atreve a presentarse en la lista de un partido distinto al del alcalde eterno, Juan Manuel Sánchez Gordillo. El candidato del PP, Rafael Salas, un político sensato y trabajador, es senador y, durante muchos años, fue diputado en el Parlamento andaluz. El candidato del PSOE, Mariano Pradas, ya tiene más experiencia: ha sido concejal en los últimos cuatro años y ha aguantado el tipo a pesar de que le han apedreado alguna vez el coche y de que otras veces ha tenido que salir del pueblo escoltado por la Guardia Civil.

Sólo existe un precedente en España que se iguale al de Marinaleda: los pueblos del País Vasco dominados por ETA en los que nadie se atreve a presentarse en una lista distinta a las de Batasuna. Candidatos de toda España se presentan para cubrir el hueco que deja el miedo, el terror. ¿Por qué se permite en Andalucía que en Marinaleda no haya libertad? ¿Por qué la Junta sigue sosteniendo con subvenciones el régimen autoritario, endiosado, de Sánchez Gordillo? Marinaleda, sólo un tres por ciento de la población tiene estudios superiores; Marinaleda, nadie debe haber en el pueblo al que no le llegue el sustento familiar de algún subsidio, alguna subvención; Marinaleda, sólo ha tenido un alcalde en treinta años. O rosa o pepino. Sánchez Gordillo lleva ya demasiados años vendiéndonos pepinos como si fueran rosas.

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22 noviembre 2010

Dispensa moral



Como si Al capone, con su cara cortada y su hoyuelo de la barbilla, los mofletes gordos y la calva prominente, se hubiera levantado indignado en el juicio al que lo sometieron por evasión de impuestos. “Señor juez, un país decente no puede convivir con el crimen organizado ni estar en manos de la mafia. Tenemos que luchar con todas nuestras fuerzas contra esa gentuza”. Como si Jesús Gil, con la guayabera y los michelines, hubiera acabado de catedrático emérito de la Universidad de Málaga, impartiendo clases diarias de ‘Urbanismo y Legalidad’. Con la misma credibilidad que tendría una casa de acogida de putas regentada por Jack el Destripador, con su gabán y los cuchillos afilados debajo del mostrador de recepción. Como si todo lo que vemos, todo lo que conocemos, todo lo que palpamos, se pudiera desmentir con una sola declaración; como si la lógica tuviera que cederle paso a la sinrazón. Con ese absurdo latente, ¿cómo diablos van a venir ahora los dirigentes del PSOE, con golpes de pecho, a reclamar que se llegue “hasta el final” en el escándalo de Mercasevilla? Si el final, vamos a ver, es el PSOE, como ya ha advertido el propio comité de empresa de Mercasevilla. ¿Quién, sino el PSOE, puede explicarnos hasta el final por qué, entre extorsiones ciertas y regulaciones de empleo falsas, se ha cambiado el objeto social de esa empresa pública, de abastecimiento de mercados al abastecimiento ilegal del partido? El final y el principio de la corrupción en Mercasevilla está en el PSOE y en sus socios de gobierno en Sevilla. Tan claro como que Al capone era un gánster, que Gil cobraba comisiones y que Jack el destripador asesinaba prostitutas.

De todas formas, si miramos atrás, comprobaremos que, en realidad, esta salida cínica, estos golpes de pecho en público, esta indignación simulada, esta reiteración grandilocuente de “tolerancia cero” contra la corrupción, todo eso se repite milimétricamente cada vez que un escándalo salta a los medios de comunicación. Esa frase, “que se investigue hasta el final” se lanza siempre como disculpa y como amenaza, como si ante la investigación de un caso de corrupción tuviera que preocuparse alguien más que los corruptos y quienes los amparan o protegen. Se dice en voz alta, se repite una y otra vez que la investigación debe llegar “hasta el final”, y el efecto doble que se consigue es, primero, alejar la responsabilidad por lo ocurrido y, segundo, dar la apariencia de que en el escándalo se esconde un interés oculto, una identidad sorpresa, que acabará salpicando a la oposición.

Jean François Revel sostenía que, quizá por el alto concepto que tenían los dirigentes socialistas de ellos mismos y de su ideología, como si se tratara de una verdad superior, la relación con la corrupción generaba un sentimiento de dispensa moral. “Los socialistas tienen una idea tan alta de su propia moralidad que casi se creería, al oírlos, que vuelven honrada a la corrupción cuando se entregan a ella, en vez de ser ella la que empaña su virtud cuando sucumben ante la tentación”. Es lo que está pasando aquí, uno se queda un rato escuchando a los dirigentes del PSOE hablar del escándalo de Mercasevilla y tiene que restregarse los ojos para comprobar que es cierto. ¿Dispensa moral o cinismo? Bah, quizá en la corrupción, una cosa no sea posible sin la otra. Lo esencial es que no cuela.

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19 noviembre 2010

La equivocación



Los funcionarios están equivocados, creen que su protesta es sólo contra el decretazo de la Junta de Andalucía. Se equivocan, sí. Esos que salen a la calle con pitos de carnaval y caretas de Griñán, con cruces de difuntos y camisetas serigrafiadas con enchufes gigantes, se equivocan cuando piensan que su protesta sólo se solventa con la retirada del decretazo, con la rectificación del gobierno y de sus sindicatos más cercanos. Están equivocados porque esta protesta va mucho más allá.

En la protesta que han iniciado sólo se ve el decreto de Reordenación de la Función Pública pero si ha trascendido de esta forma, si está aglutinando en su entorno a tanta gente dispar, es porque no se trata de una mera reclamación laboral. Es la invocación de los principios de igualdad, mérito y capacidad lo que, inesperadamente, es capaz de congregar a una multitud silenciosa. Es la repulsa al descarado intento de colocar de por vida a toda la camarilla de un regimen, es ese abuso indisimulado lo moviliza a quienes hasta ahora no encontraban ningún motivo de protesta contra la hegemonía socialista en Andalucía. Es la prepotencia, la imposición, la aprobación de reformas saltándose todos los controles democráticos con falsas excusas de urgencia, lo que solivianta a quienes, desde fuera de la Función Pública, sienten como una agresión ese decreto que no va con ellos. Es el ejemplo que ofrecen, el valor de la avanzadilla, el miedo perdido, el inconformismo recuperado, el que genera que otros colectivos públicos, policías, psicólogos o cuidadores de guarderías, dejen su silencio, su desdén, y salgan a la calle con sus propias banderas. Y es, al final de todo y al principio de cualquier análisis, la propia imagen del funcionario profesional, riguroso, alejado de absentismos y privilegios, la que hace anidar una esperanza que antes no existía: la de una sociedad crítica que es capaz de levantarse y protestar.

Y puede suceder que, en las semanas o meses que vienen por delante, el Gobierno y sus sindicatos más cercanos se avengan a un acuerdo con los sindicatos de funcionarios que han provocado la protesta. Entre otras cosas, porque ningún gobierno, ningún partido político, es capaz de resistir la campaña constante de desprestigio que han iniciado los funcionarios con sus abucheos públicos a los miembros del Gobierno, en cualquier circunstancia, en cualquier acto. Ante los años electorales que se avecinan, el PSOE debe saber bien que no puede mantener el pulso que se le plantea porque esos silbidos, esos gritos, esas pancartas, arruinan cualquier mensaje. Pero cuando eso llegue, cuando se alcance un acuerdo que los sindicatos díscolos consideren beneficiosos, quedará un poso de reivindicaciones permanentes con todo lo demás. Porque ni los principios, ni la lucha contra los abusos de un régimen, ni la imagen de los funcionarios profesionales, independientes y trabajadores, como servicio público, como garantía de un estado de Derecho, se agotan en una jornada de lucha. De los funcionarios, en su protesta, se espera mucho más, que esa inquietud de defensa del interés común, del interés ciudadano, no se muera en un acuerdo. Esa batalla, en una democracia, debe ser permanente. Y si los funcionarios, en su protesta, han levantado tantas simpatías es porque muchos han pensado que no todo está perdido, que la regeneración que se propone de la Función Pública andaluza es sólo el principio de una regeneración mayor. La de Andalucía.

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18 noviembre 2010

Flamenco



Sólo hay algo más universal que el flamenco, que son los vividores del flamenco. Cuentistas y aprovechados, zampabollos y buscavidas, fracasados e impostores, fetichistas, serviles y señoritos… Ése sí que es, por inabarcable, un patrimonio inmaterial del flamenco, todo ese mundo que va sobando la bola con tres frases hechas y dos chistes. Hay dos flamencos muy distintos, un flamenco serio, genial, universal, profundo, y ese flamenco del tópico, de los estereotipos; el ‘flamenco miarma’ que se recrea en la incultura, el flamenco de souvenir. Por las tonterías que se han oído tras la declaración de la Unesco, está claro que los del fetiche están de fiesta. Con lo que conviene distanciarse.

Para empezar, lo que no se entiende es que el flamenco se tenga que poner en cola ante una oficina de la Unesco, junto a tamborradas y fiestas de campanario, para que lo declaren ‘patrimonio cultural’ de la humanidad. El flamenco ya forma parte de la cultura universal y nada gana en su proyección internacional con esa nueva denominación; quien perdía era la Unesco cuando presentaba sus listas de patrimonio cultural y allí no aparecía el flamenco. Un estilo musical que se imparte en escuelas de baile en medio mundo y llena teatros en Broadway, en Japón o en Moscú, no necesita tarjeta; el flamenco, como el blues o el soul, es otra cosa.

Era, pues, inevitable que la reunión de la Unesco en Nairobi desembocara en la algarabía del ‘flamenco miarma’, como se decía antes, y del flamenco político más jartible y subvencionado. Yo, en esto, me quedo con Alfredo Arrebola. Sólo una frase suya, hace un par de meses, en una entrevista en este periódico, bastaba para situarse en un bando o en otro. Berta González de Vega le preguntó si, en realidad, hace falta tanta parafernalia oficial, tantos organismos y tantas fundaciones de flamenco. Y Arrebola, inmenso, contestaba: «No, es una manera de hacer política. Ahora es cuando la Junta de Andalucía se gasta más en flamenco, pero sólo cuentan los que son de su partido, los más mediocres. Yo llevo 45 años en esto, tengo un poquito de prestigio [es doctor universitario con varias carreras, cantaor y premio nacional de flamenco] y una paga para comer, así que yo no le tiro de la chaqueta a nadie».

Sólo con esa imagen, la del flamenquito que le tira del pico de la chaqueta al señorito para que lo atienda, se pone uno del lado de Arrebola y comprende que los señoritos, el poder, siempre ha medrado en el flamenco y que la grandeza de ese arte hay que buscarla en otra parte. La tontería del flamenco, los vividores del tópico embelesado y meloso, estarán contentos con lo de la Unesco. Dudo que un tipo culto y jondo como Arrebola, al que jamás han invitado a la Bienal de Flamenco, se uniera ayer a la celebración de esa fiesta oficial de la Unesco. Habrá dicho, como aquella vez: «No me da la gana bajarme los pantalones». Y ahora, que suene la guitarra…

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17 noviembre 2010

Chucherías




Morales Padrón me tomó del brazo y me llevó hasta el pie mismo del abismo. ‘Ahí está, ¿lo ves ahora?’ Entonces vi por primera vez el abismo de odio que recorre Andalucía como una falla arquitectónica, honda y negra, desde Huelva hasta Almería. El odio disimulado e implacable que otros llaman ingratitud; el odio que no perdona, que aguarda su momento, y que hay quien lo llama envidia; el odio lacerado que los poetas dibujan con fuego y con nieve, la frialdad del andaluz envuelta en afectos. Que templando repele…

El secreto de ese abismo de odio, lo que lo hace distinto a todos los que puedan existir en otras regiones, en otros países, es que, aquí, antes de llegar al abismo, primero te conquista la tierra. Quizá para hacer más dura la caída, la camufla; para hacer más doloroso el desencanto, lo colma de placeres. Es la gente, el ambiente, el aire; es Andalucía la que te atrae, te embelesa y luego, cuando te ha conquistado, te desprecia. Andalucía nos envuelve, nos atrapa, nos apresa, y así vamos, alegres y ciegos, caminando hacia el abismo; llegará el final del camino y, en el último peldaño de esa atracción maravillosa, magnética, de un empujón te caes al abismo. Eso fue lo que le ocurrió a Francisco Morales Padrón una mañana de primavera, al pie del atril del pregón de Semana Santa de Sevilla.

Morales Padrón había llegado a Andalucía siendo un adolescente. Se embarcó en Canarias con un puñado de libros en el hatillo y se encerró en la Universidad de Sevilla hasta lograr la excelencia como uno de los mejores expertos de la Historia de América. Se vino a Andalucía y ya no se fue más: se enamoró. Aquel día que estaba en el atril del pregón de la Semana Santa de Sevilla debió pensar que era el momento culminante de su integración en la ciudad. Fue entonces cuando descubrió el abismo. «Me aconsejaron que, nada más empezar, en veinte minutos, buscara el pellizco, el aplauso. ¿Qué hice? Introduje en los primeros párrafos una alusión a mi madre, que estaba allí sentada, con sus 84 años. Y conté que cada Semana Santa yo le llevaba un clavel de El Cachorro que ella guardaba todo el año en su pecho. Lo dije, la señalé, elevé el tono… Y nada, ni un aplauso. Silencio absoluto… Se me vino el mundo encima. No aplaudieron ni siquiera como homenaje a aquella mujer que estaba allí presente».

Se ha muerto Morales Padrón y, ni la ciudad que lo enamoró ni la región en la que quiso vivir, lo han condecorado nunca con una distinción. Ni calles ni medallas. Hasta para ser catedrático emérito tuvo que afrontar, él que era hijo de un obrero socialista, el desprecio del ‘sector progresista’ de la Universidad de Sevilla. Me dijo aquella vez que me enseñó el abismo que, en realidad, todo ese mundo de pregones no era nada. «Chucherías. Parecen escayola, quincallería, todo bambalina, un discurso hecho para agradar y para la autocomplacencia». Pues eso. Sevilla. Andalucía. Descanse en paz.

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16 noviembre 2010

El tonto útil



La política española, y en especial la andaluza, no se entendería sin la figura clave, nuclear, del tonto útil. El tonto útil es el único elemento conocido en la Ciencia Política capaz de dinamizar estrategias, motivar discursos, provocar estados de ánimo y generar corrientes de opinión. Tiene, además, la fuerza arrolladora de un gafe universal y, por su carácter, aleatorio y disperso, nadie es capaz de pronosticar su aparición. Se sabe que aparecerá, que en algún momento aparecerá, y algunos aguardan su llegada como los embobados del Palmar de Troya, porque conocen de sus beneficios políticos. Joan Puigcercós es tonto y es de Esquerra Republicana, que son dos cosas, pero su papel esencial ahora es que se ha prestado de tonto útil para los atribulados dirigentes del PSOE en Cataluña y en Andalucía, en la Generalitat y en la Junta de Andalucía. Menudo favor le ha hecho a Montilla insultando al millón de emigrantes andaluces y menudo favor le ha hecho a Griñán, ofreciéndole una salida airosa al final de un fin de semana en el que treinta mil funcionarios han clamado en la calle contra la legión de enchufados de la Junta de Andalucía. Dos políticos contra las cuerdas reciben la aparición del tonto útil y ya no tienen que pensar más, ni justificar nada más, ni rectificar más; el discurso ya está salvado.

Sucede, además, que sólo por la rentabilidad política intrínseca que se le puede sacar a un tonto útil se puede entender que la bobada se propague como la pólvora. Una bobada como la que acaba de decir Puigcercós, que “en Andalucía no paga impuestos ni Dios” y que “Madrid es una fiesta fiscal”, no merece más respuesta que el desprecio, porque incluso la refutación de la boutade con datos ciertos deja un regusto amargo. Ya saben, es el viejo aserto que nos advierte de la inconveniencia de entablar un debate con un tonto porque puede que haya quien no aprecie la diferencia: Nadie sale indemne de un debate absurdo. No, la tontería no merece declaraciones institucionales ni poses ofendidas. ¿O acaso no nos invade una sensación íntima de ridículo cuando uno se ve en la obligación de explicar que las retenciones fiscales son las mismas para todos los españoles y que el hecho cierto de que en Cataluña haya mayores ingresos fiscales que en otra autonomías, como la andaluza, obedece a una mayor riqueza y no a que los ciudadanos soporten una mayor carga fiscal? ¿Es que acaso el ´tonto útil’ espera esas explicaciones? No, no, en eso no hay que entrar porque ni el ‘tonto útil’ ni quienes se abrazan a él como un boxeador sonado están interesados en un debate similar.

La mayor prueba de todo ello es que, pese a las declaraciones institucionales de ayer, pese a los comunicados encendidos de ofensa, ni Griñán ni Montilla piensan llegar más lejos. Dentro de unas semanas, cuando se celebren las elecciones catalanas, si al líder de los socialistas catalanes le vuelven a salir las cuentas, volverá a pactar con Esquerra Republicana, y el tonto útil se sentará a su lado como vicepresidente. Mañana, si esas cuentas salen, otra vez se formará el tripartito y Griñán no tendrá empacho alguno cuando lo reciba en el Palacio de San Telmo. Si fuera verdad, si este debate tuviera alguna sustancia política más allá de los beneficios del ‘tonto útil’ en su estrategia de provocación antiespañola y de los que se acogen a su bobada para tapar sus problemas, ayer mismo habrían diseñado uno de esos ‘cordones sanitarios’ que tanto usan. Pero no ocurrirá. Puigcercós es tonto y es de Esquerra Republicana, que son dos cosas, pero nunca le colocarán alrededor un cordón sanitario.

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15 noviembre 2010

Mar de fondo



Dicen que ha marcado un «hito histórico», que habrá «un antes y un después» de la manifestación multitudinaria de este sábado de los funcionarios, pero ninguna manifestación de fin de semana logra noquear a un gobierno, ni siquiera consigue la dimisión de un gobernante, un ministro o un consejero. Dicen que no aceptan más salidas que la derogación del decreto de reordenación del sector público, pero ninguna manifestación aislada logra parar una reforma así, mucho menos una reforma aprobada con la imposición de un decreto ley. No, la manifestación del fin de semana no va a cambiar el ‘decretazo’ ni va hacer tambalear al Gobierno andaluz, pero sí que supone un hito histórico en la historia de la autonomía andaluza. Sí, todo esto es nuevo. Es así, pero por otros motivos.

Lo que le otorga un carácter excepcional a la manifestación de los funcionarios de la Junta de Andalucía es la singularidad de una protesta así en la que los manifestantes no piden subidas salariales, ni puestos de trabajo, ni mejores laborales. Es tan inaudito que veinte o treinta mil personas se manifiesten por principios, que tiren panfletos que hablan de mérito y de capacidad; es tan inusual todo esto, que gente con un trabajo y un sueldo garantizado de por vida se eche a la calle para pedir la ‘regeneración’ y la ‘dignidad’ de la Función Pública, que la relevancia mayor de la manifestación es el mar de fondo de representa contra un régimen anquilosado, contra una hegemonía política. «Los servicios públicos son patrimonio de los pobres», decía ayer una de las pancartas. ¿Se dan cuenta? Como está sucediendo en los institutos y en las escuelas, con la rebelión creciente de los profesores contra el deterioro progresivo de la educación, la protesta de los empleados públicos es extraordinaria por todo aquello que no vemos, que no aparece, pero que se intuye.

No, no va a cambiar el ‘decretazo’ de Griñán porque en esta batalla, el PSOE no juega con intereses ajenos sino con su propio interés. Los afectados por el ‘decretazo’, esas 22.000 personas que quieren blindar su enchufe en la Administración andaluza, forman parte del PSOE, de su potente estructura social en Andalucía. «La ciudadanía no lo sabe, pero sólo uno de cada tres trabajadores de la Junta de Andalucía y de su ingente administración paralela es funcionario», decían ayer en la manifestación. ¿Alguien puede esperar que el PSOE desmonte esa trama? No, claro. Es el núcleo mismo del poder del PSOE en Andalucía el que se ve afectado por ese decreto de reordenación del sector público, por eso en esta reforma el Gobierno andaluz se ha saltado todos los controles parlamentarios y profesionales. Como reza el texto de aprobación del decreto ley, se trata de una cuestión «de extraordinaria y urgente necesidad».

Este viernes, en la víspera de la manifestación, el presidente Griñán contaba ufano que se iba a pasar el fin de semana a la Alpujarra granadina con sus colegas de siempre, Chaves entre ellos. La imagen de esa caravana de coches oficiales camino de la sierra mientras estallaba en Sevilla una tormenta de pitos y gritos es la expresión exacta de esta hegemonía política, democrática, que ha adoptado desde hace mucho la pose de un régimen. Lo que ha comenzado a cambiar en Andalucía es la constatación de que ese régimen, esa hegemonía, ha comenzado a desmoronarse en la calle, con la meticulosidad de un dibujo de fichas de dominó, una a una.

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12 noviembre 2010

El alquimista



La primera historia con la que se tropezó el alquimista de Coelho en su viaje fue la de Narciso. En la caravana, alguien trajo unos libros que el alquimista comenzó a hojear. Le sorprendió en uno de ellos la historia de Narciso, porque no era como se la habían contado a él: el joven bello que todos los días se asomaba al lago para ver reflejada su belleza en sus aguas cristalinas hasta que un día se precipitó y murió ahogado. La versión que sorprendió al alquimista era distinta, era de Oscar Wilde: Narciso acudía cada día al lago a contemplar su belleza y un día murió ahogado, sí, pero lo que ocurrió después es que unas diosas del bosque se quedaron atónitas al descubrir que el lago se había transformado tras la muerte. Ya no era de agua dulce sino de agua salada, porque todo el lago se puso a llorar la pérdida de Narciso. Las diosas se acercaron para compadecerlo. «Sabemos cuánto echas de menos su belleza…» «¿La belleza de Narciso?», repuso el lago, desconcertado. «No, no, yo no lloro por Narciso. Ni siquiera sabía que fuera bello. Yo estoy llorando porque cada día, cuando se acercaba, yo veía reflejada mi belleza en sus ojos. Y ya no puedo».

Ayer, al comenzar la sesión de control del Parlamento de Andalucía, el portavoz de Izquierda Unida invocó al alquimista y al presidente de la Junta se le puso la cara del personaje. Era imposible mirar a Griñán y no verle un aura extraña; no era exactamente un alquimista pero sí combinaba destellos diversos de un mago o un prestidigitador o quizá de un simple embaucador de crecepelos. «Convierte usted lo blanco en negro», le dijo el portavoz de Izquierda Unida. «Tiene usted una habilidad extraordinaria, le preguntan por la pobreza andaluza y contesta con las tensiones financieras de la economía china», abundó el líder del PP andaluz, Javier Arenas. Lo curioso es que Griñán no sólo no se molestó por esas alusiones, sino que las admitió: «Sí, soy habilidoso», vino a decir al comienzo de una de sus intervenciones. Y de hecho, mantuvo sin variar el rumbo desconcertante de su discurso. ‘Hoy es jueves, pero está lloviendo en Michigan’.

La cuestión es que Griñán es ya un político distinto a cuando llegó a la Junta; tras aquella primera fase en la que quiso presentarse como un presidente nuevo, distinto, con un discurso de apertura, ha optado ahora por el absurdo para solventar los trámites parlamentarios. Ayer, por ejemplo, que le preguntaban por el aumento del paro y de la pobreza en Andalucía, estableció el siguiente silogismo: Como la economía china utiliza una moneda devaluada, las regiones europeas no pueden competir en igualdad de condiciones, razón por la cual Andalucía tiene problemas. Sólo había que recordarle al presidente que el argumento sería perfecto si los problemas de la economía andaluza no se remontaran a la época de Mao Tse-Tung, que se murió en 1976, muy poco tiempo antes de que Griñán se incorporase a la Junta de Andalucía. Aún así, el presidente le reprochó al Partido Popular que son «los mismos de hace treinta años».

Griñán y el alquimista. Sí. El alquimista que se llamaba Narciso.

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11 noviembre 2010

Felipe verigüel



Qué gran equivocación ésa de pensar que Felipe se ha sincerado con todos: Ese viejo lobo, taimado, ha vuelto a subirse al escenario, como en sus grandes tardes, para interpretar el papel de líder que siempre ha bordado, que siempre ha arrasado en la sociedad española, y que lo convierte, sin lugar a dudas, en el fenómeno político más puro que ha tenido este país en muchos decenios. Señoras y señores, éste es Felipe González. Pasen y vean, disfruten del espectáculo de contemplar el extraordinario dominio de las palabras y de los conceptos. Pasen y admiren a un gran político capaz embaucar a cualquiera con la mirada, con una sonrisa, con un gesto.

¿El Gal? Quién puede pensar que a Felipe se le ha ido la lengua y ha roto un silencio que le quemaba desde hace veinte años, la guerra sucia contra ETA. ¿Qué Felipe se implica en el GAL? Es justo al contrario, es tan extraordinario el ejercicio de cinismo realizado que el presidente del Gobierno bajo cuyo mandato se organizó el GAL quiere pasar a la historia como todo lo contrario, como el hombre bueno, pusilánime, que no tuvo el valor de ordenar la matanza de la cúpula de ETA. Por eso confiesa, en tono trágico, sus dudas de todos estos años; su pretendido tormento por no haber ordenado que los liquidaran a todos de un bombazo. “Una de las cosas que me torturó fue cuántos asesinatos de inocentes podría haber ahorrado”, añade para llevarnos a todos al debate sobre una decisión que es exactamente la contraria de la que dictan los hechos que sí sucedieron: secuestros, torturas y asesinatos bajo su gobierno.

Felipe no quiere escribir memorias, no quiere confesarnos ningún secreto; el propósito es mayor, más alto, Felipe González quiere ser él quien escriba su historia, quiere redactar su biografía idealizada, dejarle el terreno allanado a los historiadores. Y en esa entrevista, ya esbozada el ideal de sí mismo: El de un hombre sin apego alguno a la política (al padre, que era vaquero, resulta que no le gustaba el campo, pero a él sí: “Muchísimo”, dice. Tanto que “no me habría importado vivir de la agricultura, aunque sea una tortura”); el de un líder político que nunca tuvo ansias de liderazgo, ni descabalgó a nadie de la lucha por el poder en el PSOE (“en el 77 me quise ir; habíamos cumplido lo que nos propusimos en el 74 en Suresnes. Contemos lo que hemos hecho y yo me voy, pero Alfonso Guerra me convenció de que era un disparate descabezar el partido”); y, finalmente, el de un presidente de Gobierno traicionado por la corrupción de los demás (“para mí fue una gran decepción, una gran frustración y una de las razones por las que decidí no hacer más política institucional”).

Felipe González, qué político. El mejor PSOE fue aquel que alternaba la agresividad descarnada de Alfonso Guerra y la bondad extrema de Felipe González, el hermano que todos querían tener, el hijo que todas las madres deseaban, el novio de todas las mujeres. No era aquella la realidad, claro, sino una mera estrategia electoral que funcionaba a la perfección; El PSOE total, diríamos. El primero que lo caló fue Carlos Cano. Por eso, tras esa entrevista de ahora, podemos volver a cantarle lo mismo: “Ay, Felipe de la Otan, cataflota, verigüel, llegará a ser un gran torero, como Velázquez y Gregory Peck”.

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10 noviembre 2010

Agujeros negros



Hay pocas cosas en la vida tan inquietantes como la dulce contemplación del universo en una noche estrellada. Una terraza en silencio, el humo de un cigarro, la inmensidad del cielo… y, zas, de pronto la calma se transforma en desasosiego; la serenidad del universo se convierte en angustia frente a lo desconocido; como soñar que nos caemos de un barco en alta mar, de noche, y nos quedamos allí flotando, un puntito entre olas, perdidos. Comenzamos, primero, con la absurda intención de imaginar qué se esconde detrás del universo, qué lo envuelve, y acabamos pensando en la noticia aquella que leímos sobre la existencia de los cientos de agujeros negros que se desplazan por la Vía Láctea a cuatro mil kilómetros por segundo, engullendo a su paso planetas, estrellas o, incluso sistemas solares. ¿Cientos de agujeros negros? ¿A cuatro mil kilómetros por segundo? ¿Devorando todo lo que encuentra a su paso? ¿Y yo aquí, sentado en la terraza, tan campante, uniendo una y otra vez los puntitos del dichoso carro?

Reconozcamos, en cualquier caso, que pocos descubrimientos del universo tienen nombres tan apropiados como éste de los ‘agujeros negros’ porque, además de inquietante y siniestro, nos traslada directamente a un viejo concepto de la especie humana: aquello que es incapaz de satisfacerse. De hecho, antes que en el Universo el concepto tendría que haberse aplicado a la política, a las redes burocráticas que lo engullen todo. La contemplación de los gráficos que se publican sobre las redes burocráticas de las administraciones públicas ha comenzado a producir en mí la misma sensación de asfixia, de angustia. Agujero negro, que es la imagen gráfica con la que representaríamos un pozo sin fondo.

Ahora, con la tiesura, se ha vuelto a plantear la evidencia de que el modelo de Estado que se ha construido en España está pendiente de revisión. Quien primero lo dijo fue el presidente de Extremadura (“Igual no tiene sentido que las 17 autonomías tengamos 17 de todo") y más recientemente lo ha planteado el mandamás del Santander y el presidente del PP, Mariano Rajoy. Lo curioso es que, pese al origen diverso de la tesis, la corriente que ya ha comenzado a imponerse en el PSOE es la de que la revisión del Estado de las Autonomías es un concepto de derecha. En breve, el PSOE comenzará a difundir por todas las instituciones mociones de apoyo al actual sistema. Dicen que “el actual modelo autonómico de Andalucía se resume en 30 años prósperos" y que, gracias a eso, “Andalucía se ha convertido en modelo a seguir por los demás territorios”. Con esos argumentos, que son los de siempre, ya se puede dar por finalizado el debate. A partir de ahora, la mera propuesta del debate, del análisis, será tachada de involución, cualquier crítica será reaccionaria y centralista. El agujero negro ha vuelto a imponerse. Esta vez se va a tragar el debate entero.

El vértigo de la inmensidad del mar, del universo, de todo lo inagotable que nos hace sentirnos pequeños, diminutos. Qué inquietante es la contemplación de lo inabarcable. Hasta Zucchero nos advirtió de la existencia de ese vértigo en unos simples ojos negros. “Un viaggio in fondo ai tuoi occhi”. Aunque quizá sea éste el único desconcierto admisible.

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09 noviembre 2010

Las artes del rey moro



Mohamed VI, el rey de Marruecos, ha vuelto a hacer honor a su apellido, a su dinastía: como buen monarca alauita resuelve los problemas del Sahara con una ráfaga de engaños y otra de disparos. En víspera de las reuniones que se van (o que se iban) a mantener en Nueva York, auspiciadas por la ONU, entre una delegación de Marruecos y otra del Frente Polisario, ha arrasado un campamento de saharauis. Los soldados de Mohamed llevaban carros blindados; los saharauis se llenaron los bolsillos de piedras. Ése es el lenguaje de la diplomacia marroquí con el Sahara y con todo lo que tiene que ver con España; las enseñanzas del padre Hassan, la cultura de la extorsión permanente, del engaño, de la mentira a la que España ha terminado cediendo con esta política de sonrisas y silencio para no molestar. Ayer, la flamante ministra de Exteriores ni siquiera quiso esbozar un amago de condena. “Las noticias son confusas”, decía Trinidad Jiménez cuando en la web ya se veían imágenes de aquel caos y hasta el propio Gobierno marroquí admitía el enfrentamiento y un exiguo saldo de muertos.

Sonrisas y silencio. Cuando la política de Exteriores de un país se limita a la cesión permanente ante las reivindicaciones del vecino, cuando se interpreta que la colaboración y la buena vecindad consiste en mirar para otro lado cada vez que se plantea un problema, el resultado final no puede ser otro que las sonrisas y el silencio porque llega un momento en que ya no hay nada que decir. Esa política claudicante queda atrapada en sus propias contradicciones y, al final, ya nadie es capaz de distinguirla de la complicidad con las atrocidades del vecino. Lo debe saber muy bien, por ejemplo, el pobre presidente de la Junta, José Antonio Griñán, al que, hace un año, engañaron como a un chino en su visita a Marruecos. Quiso Griñán distinguir a Marruecos con su primera visita oficial y, aunque el monarca no se dignó en recibirlo, el Gobierno marroquí sí que lo utilizó como un pardillo. El presidente de la Junta quería que en su visita a Marruecos no se hablara de nada más que de la cooperación que le otorga la Junta de Andalucía y de la importancia de las relaciones comerciales, pero la televisión oficial marroquí lo sorprendió a solas en un pasillo, tras la reunión con el primer ministro, y le preguntó de sopetón por el etéreo ‘plan de autonomías’ de Marruecos, con el que el rey Mohamed quiere contentar a los saharauis y a la comunidad internacional. Griñán salió del paso como pudo; para no molestar, dijo que le parecía “una aportación interesante”, y al poco tiempo la noticia ya estaba en los telediarios marroquíes y en la web de Exteriores de ese país, como símbolo inequívoco del apoyo de España a los planes de Mohamed VI con el Sahara.

Ése es el rey moro, ésa es su política diplomática. El balance de España con su antigua provincia no puede causar más tristeza. Otro episodio vergonzante de la historia. En lo único que tenía razón la ministra de Exteriores en sus declaraciones de ayer es en eso que dijo de que el Sahara no es una cuestión de España, sino de la comunidad internacional y de la ONU. Sí, eso es verdad, ya no tenemos nada que decir. Lo único que tolera ya Marruecos de España y de regiones como Andalucía, que cada año le aporta decenas de millones de cooperación internacional, es el silencio.

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08 noviembre 2010

Ideal prostituido



Hasta en la degradación se puede establecer una escala. Incluso en el deterioro existe una graduación. En el fango de la degeneración, en la baba pegajosa de la corrupción, de la bajeza, se puede añadir aún un grado máximo de la vileza. También el despilfarro del dinero público en una democracia puede catalogarse. En eso, en el engaño, en la hipocresía, el comercio del dinero destinado a los que más lo necesitan sobrepasa las barreras de lo tolerable. Y que la Junta de Andalucía detraiga, para su red de intereses partidarios, la mayor parte del dinero que se destina a la ayuda a los países subdesarrollados supone un atropello vomitivo. Más que otros. Porque se quita el dinero de una escuela, de un pozo, de una carretera, de un hospital para endosárselo a las cuentas oscuras de una asociación, de un sindicato, de un ayuntamiento. Cuando se envilece el objetivo noble de las ayudas al desarrollo, se prostituye un ideal intocable de la civilización: La solidaridad.

Hace treinta años que los países desarrollados se impusieron como objetivo destinar el 0,7 por ciento de su Producto Interior Bruto a los países del tercer y cuarto mundo. Nunca se ha cumplido en todo este tiempo, pero el 0,7 se mantiene como ideal, como promesa etérea de justicia. Aún siendo conscientes de que la pobreza del mundo no se acaba con más dinero, la promesa del 0,7 por ciento del PIB se ha convertido en una bandera de solidaridad. Y es así, y debe ser así, aunque sepamos que la riqueza y la pobreza de las naciones, de los pueblos, no se solventa con más transferencias de capital. Son muchas las teorías que existen sobre el por qué de la miseria en media humanidad, el devenir implacable de algunos pueblos hasta hundirse en la miseria mientras otros progresan y se desarrollan. Pero ese debate, que quizá será eterno, no debe interferir en el ideal inmediato de la ayuda a los más desfavorecidos. El destino del 0,7 por ciento no va a cambiar el rumbo de un país subdesarrollado, pero sí puede salvar las vidas de miles de personas. Y sólo por eso, debemos ser implacables en la defensa de las ayudas de la cooperación internacional. Que no existe egoísmo mayor que el que niega la caridad.

La mayor bajeza, el mayor dolor es conocer que, aquí, ese dinero, decenas de millones de euros, se queda en Andalucía, enmarañado en la misma red de tráfico de intereses de siempre. Jornadas insulsas y ferias inútiles para financiar asociaciones y sindicatos afines. No puede ser. Ya no les basta con todo lo demás, no es suficiente el caudal inmenso que se desparrama en convenios, conciertos y subvenciones. Incluso en la ayuda para la cooperación, ese país diminuto que integran en Andalucía los beneficiados de un régimen acaba convertido en el mayor receptor de las ayudas para el subdesarrollo. Sí, también en la degradación existe un baremo. Y este negocio, esta red de intereses con las ayudas a la cooperación, supera todo lo admisible. Porque son escuelas, son hospitales, son pozos…

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07 noviembre 2010

Colapso



Harto. Muy harto. Cansado. Muy cansado. Es mediodía y en una gasolinera de la autovía de Andalucía el aire fresco del otoño se ha confabulado con el zumbido lejano de la carretera para crear una atmósfera de vacío, de soledad. Unos pocos clientes llenan los depósitos de sus coches, sin el trasiego de las horas punta o de cualquier mañana de domingo. En esas, irrumpe en la gasolinera una fila de cuatro o cinco camiones de un servicio municipal de limpieza. Se bajan de los vehículos y, mientras algunos comienzan a repostar gasóleo, otros forman corrillos en junto a las oficinas de aquella gasolinera, ahora sobresaltada de su silencio anterior. Gritan y ríen todos y, entre el barullo, se oye la voz clara de uno de ellos, que se dirige, burlón al resto, “¡Eh, compañeros! Que son las doce y nuestra jornada laboral acaba a la una de la tarde…” La advertencia provoca la carcajada inmediata del resto. Son trabajadores municipales, o de una mancomunidad, o de una Diputación, y debe ser éste uno de los divertimentos de los que tantos hablan algunos; el deporte nacional del absentismo laboral, la picaresca del escaqueo, la cara dura de cobrar y trabajar lo menos posible. Quizá en otra ocasión, también yo hubiera sonreído, pero, en la que estamos, nada de esto hace gracia. Y mucha gente, que no trabaja en el sector público, comienza a estar ya harta. Mucha gente, que en el taller, en la obra o en el tajo, se parte la boca para llevar un jornal a casa. Mucha gente que no conoce de horas en su pequeño negocio. Mucha gente, incluso, dentro del sector público, que ha estudiado, que ha aprobado con esfuerzo unas oposiciones, y se le revuelve el estómago cuando ve pasar por delante de su mesa de despacho un desfile de enchufados. Hartos. Muy hartos. Y cansados. Muy cansados.

Porque llega un momento en el que la crisis, esta tiesura que arrastramos, nos hace contemplar con indignación la insoportable desproporción que existe aquí entre el sector público y el sector privado, agravadas con las diferencias de trato, de sueldo, de horarios, que se perciben con cada noticia que surge. Andalucía, que es la comunidad autónoma más pobre de España, es la que tiene más empleados públicos de toda la nación. Más que Cataluña, más que Madrid, tantos como los de toda la administración pública española. Medio millón de empleados públicos, 498.327 en Andalucía frente a 497.856 de la administración central, descontados los funcionarios del Estado que trabajan en Andalucía. Es un disparate; esa cifra es un disparate que sólo refleja la distrofia de un sistema que la primera reforma que necesita es la de la del equilibrio entre lo público y lo privado.

Por eso, ahora, cuando las únicas intenciones de la Junta de Andalucía, ante esa realidad, es la de sumarle más de 20.000 personas a la Función Pública andaluza, convirtiendo en funcionarios a todos aquellos que se han colado en las empresas públicas, la sensación que se produce es idéntica a la que aquella mañana en la gasolinera. No es una cacicada más. No es un abuso más. No es un atropello más del régimen. En las que estamos, ese decreto impuesto, que corrompe los ideales de la Función Pública, provoca la misma reacción que aquella mañana en la gasolinera. Hartos. Muy hartos. Y cansados. Muy cansados.

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Paralelas



Dos rectas paralelas pueden constituir la mejor metáfora gráfica del poder. Por esa obsesión latente en todo poder de ocultarse a los ojos de la masa, por esa inclinación que reserva para sí mismo el objetivo final de las decisiones, de las estrategias. Es el reconocimiento de la existencia de las cañerías del poder, reconocimiento y hasta sublimación, por parte de los propios dirigentes políticos lo que nos lleva a la fijación por la agenda oculta, subrepticia. Una realidad oculta que se proyecta junto a la otra realidad, la que nos afecta a todos. Esas son las rectas paralelas por las que transcurre la vida diaria de un país.

En esas, la creación de una ‘administración paralela’, al margen de la administración reglada, independiente y profesional, una ‘administración paralela’ al margen de la Función Pública, debe contemplarse como una consecuencia fatal de esa fijación política por lo oculto. La ‘administración paralela’ crece como un hongo, como un parásito adosado en el Estado de Derecho, y cuando surge a la luz, en las raras ocasiones en las que aparece delante de nosotros en toda su extensión, podemos calcular por su tamaño la naturaleza del régimen que la alimenta, que la sostiene. Al trasluz, blanco sobre negro, la dimensión de una ‘administración paralela’ nos ofrece una estampa fiel de los peores defectos de la política, el despilfarro, el sectarismo, la arbitrariedad, el enchufismo. La acción política sin contrapesos, sin contrapoder, al margen de todo control parlamentario y social.

Ese, por ejemplo, es el cálculo que podemos hacer ahora gracias a que un grupo de funcionarios de la Junta de Andalucía, que nada tienen que ver con los sindicatos mayoritarios, han desvelado que el Gobierno andaluz desvía casi el setenta por ciento de su presupuesto a la ‘administración paralela’. Esa desviación presupuestaria, que en algunas consejerías supera el noventa por ciento del presupuesto, es, como dicen esos funcionarios, “la prueba irrefutable” de que la ejecución de la mayor parte del presupuesto de la Junta de Andalucía, casi 28.000 millones de euros, se realiza al margen de cualquier control, ni grupos parlamentarios, ni órganos fiscalizadores ni administrativos. “Fuera de todo control y ejecutado por las personas del partido que han ido engordando esa administración paralela a lo largo de 30 años de gobierno”. Más de quinientos ex altos cargos del PSOE están al frente de esa ‘administración paralela’.

No hay habido, en estas tres décadas de autonomía, una denuncia más grave que ésta que han realizado ese grupo de funcionarios que defienden sus derechos y el derecho de todos a una Función Pública independiente y profesional. No ha habido en todo este tiempo un ataque mayor a las garantías de todos los ciudadanos andaluces. No, no es una denuncia más; ésta es, de todas las sospechas, de todas las acusaciones, de todos los escándalos, el motivo principal, el estado de cosas del que prolifera todo lo demás.

Dos rectas paralelas pueden constituir la mejor metáfora del poder. La ‘administración paralela’ de la Junta de Andalucía es una metáfora perfecta de la desviación profunda de un partido político hegemónico, el PSOE de Andalucía.

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05 noviembre 2010

Tristeza de amor



La fatalidad del corazón, de los sentimientos, de la vida, de la obcecación. Tristeza de amor. Una mujer piensa que puede cambiar a su pareja, un tipo violento, un asesino latente que ya le ha pegado en otras ocasiones. Se alternan las caricias con las bofetadas, las risas con las borracheras de odio, de celos, y al final de todo, esa mujer siempre espera que regrese la primavera que vivieron, que resuciten las flores que se marchitaron. Pasan los días, y lo que un día fue un sobresalto, un dolor profundo, un temor, se convierte en rutina porque las broncas son ya diarias, una constante más, una cruz más que sobrellevar. Los besos y los insultos se van trenzando hasta formar una cuerda gruesa que la ha atado de pies y de manos, y ya no se puede mover porque su vida se ha convertido en ese infierno admitido. Inmóvil, amoratada y humillada. Y todavía piensa que ese monstruo que tiene enfrente puede cambiar un día. Que con amor, con paciencia, con sacrificio, con comprensión, el salvaje puede cambiar.

Tristeza de amor. Otra vez ha ocurrido y, como en la inmensa mayoría de los casos, la mujer que ha sido degollada en Sevilla tenía en común con las anteriores que no había querido denunciar a su pareja. La había apuñalado en el costado y, aún así, cuando la Policía la llamó a declarar, hasta en dos ocasiones, se acogió a su derecho a no prestar declaración y jamás presentó una denuncia contra él. ¿Miedo a las amenazas? ¿Desinformación? ¿Un fallo del sistema, de los servicios sociales, de la policía, de los fiscales? Quizá el problema está en que, cada vez que se produce el asesinato de una mujer por su pareja, todas las explicaciones se encauzan por la lógica de la Ley de Violencia de Género, y se apunta como causante mayor el “terrorismo machista”. Y ahí se agota el debate. Pero bastaría comprobar la ineficiencia de esa Ley para frenar los casos de violencia de los hombres contra las mujeres para comprender que, con toda probabilidad, esta barbarie no se detiene con más campañas de lo mismo ni con un mayor endurecimiento de una ley, que ya vulnera tantos derechos. Pero, sin ánimo alguno de involución en lo que ya se ha avanzado, sin deseos de adentrarnos en polémicas absurdas sobre denominaciones y términos, quizá, sencillamente, haya llegado el momento de hacernos la pregunta más incómoda. Por una vez, dejemos de mirar sólo al asesino, dejemos que se pudra en la cárcel, y pensemos en la víctima. ¿Por qué no denunció? ¿Por qué las mujeres piensan que pueden cambiar a su agresor? ¿Por qué ha sido siempre así y por qué es tan difícil de erradicar? ¿Se puede cambiar la ceguera de una pasión?

Tristeza de amor. Sí. Al llegar a la altura del bar, al asesino le brillaban los ojos, henchidos de sangre y de odio. Miró a uno de los mejores amigos de la mujer, y se pasó el pulgar por el cuello. Carmen estaba tirada en el suelo, empapada en un charco de sangre. Final de la secuencia. Otra vez más ha vuelto a ocurrir. Y seguimos sin explicarnos por qué esa mujer pensó que lo podría cambiar. “Tristeza de amor / un juego cruel/ jugando a ganar/ has vuelto a perder “.

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04 noviembre 2010

Tabernas y plays



En el aguacero de la crisis, sólo hay dos indicadores que desafían pertinaces la ruina en Andalucía: Los bares y los juguetes de los Reyes Magos. Sube el paro, los sueldos se recortan, el PIB se congela, los concesionarios de coches dicen que han pasado «de la ruina a la hecatombe», las obras públicas se paralizan, bajan las pensiones, se ralentizan las inversiones, se cierran comercios y desaparecen empresas, los autónomos se desesperan, los funcionarios se rebelan, los currantes se bajan del andamio porque no hay dinero para acabar la obra. La economía va reptando por el desierto de una crisis que los expertos han descrito con una ele mayúscula, y sólo los bares y los juguetes de Navidad describen una curva ascendente de crecimiento.

La tiesura se ha detenido en la puerta de las tabernas y se ha vendado los ojos en las tiendas de juguetes. Lo cual, que estamos ante un retrato fiel de la sociedad que no conviene pasar por alto. Los bares, en los últimos cinco años, han crecido en Andalucía más de un seis por ciento y las previsiones para la campaña de Navidad señalan que la compra de juguetes para los Reyes Magos no sólo no se va a resentir por la crisis sino que también va a subir por encima del cinco por ciento con respecto al año pasado. ¿Qué está pasando? Cualquier gobernante sensato debería pasarse por las tabernas y por las tiendas de juguetes para hacerse esta pregunta. Sólo los soberbios y los pedantones, como cantaba el poeta, no saben leer la realidad en una taberna o en un mercadona. «Y pedantones al paño que/ miran, callan, y piensan/ que saben, porque no beben/ el vino de las tabernas». Bares de barrios obreros que a las siete de la mañana despachan ruidos de cafetera, alboroto de cristales en el fregadero y aroma de tostadas con aceite. Se juntan allí los que van a la obra y los que no van a ninguna parte pero que no saben hacer otra cosa que levantarse a las seis y pasarse por el bar, con más esperanza de tropezarse allí con un chapú que en la oficina de empleo. Los bares no decaen porque al personal no le queda otro consuelo que la apariencia de normalidad, el contacto mínimo con el vecindario, las cañas del mediodía y el anís de las mañanas.

La misma apariencia de normalidad será la que nos hace recortar todos los gastos de una casa, menos los juguetes de los Reyes Magos para los niños. Debe ser la exuberancia y la desmesura la que nos lleva a gastar tanto en juguetes; aún en la crisis mayor que hemos conocido, el personal le compra una media de seis juguetes a cada niño. No uno ni dos ni tres, sino seis juguetes, sobre todo juguetes electrónicos con gasto general que rozará los doscientos euros por cada niño. Apariencia de normalidad, sí, y también cariño de padres, pero sobre todo la mala educación; el autoengaño y la sobreprotección de los hijos, que son males extendidos por varias generaciones de adolescentes de esta sociedad.

Ha llegado el otoño y octubre ha dejado sin trabajo a otros quince mil andaluces. Mañana, en las tabernas, cuando la máquina del café resople con el estruendo de un tren de vapor, echará a andar un nuevo día. En la barra se oirán de fondo las noticias de la radio mientras el personal gasta bromas de fútbol. Las tabernas y las playstation quizá sean sólo una forma de desconsuelo.

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03 noviembre 2010

Mentes brillantes



Desde hace meses, cuelga de los balcones de algunos edificios europeos el retrato de una mujer con un velo negro. Cualquiera, al pasear por las calles de Roma, de París, de Berlín o de Bruselas, observa ese retrato amarillento, enlutado, y sabe, sin necesidad de leer nada más, que los ojos tristes de esa mujer, su mirada perdida y sus labios jóvenes, inexpresivos, derrotados, anuncian un episodio más de la barbarie del fundamentalismo islámico. Es la cara de Sakineh Mohammadi Ashtiani, la mujer iraní de de 43 años que fue condenada a ser lapidada por un adulterio y que ahora, como si se tratara de una medida de gracia tras la presión internacional, le han concedido la muerte en la horca, en vez de las pedradas. Hoy miércoles la van matar.

En Europa, la salvajada de Irán ha movilizado a asociaciones y ha provocado algunas protestas, pero en España apenas se ha plasmado en algunas noticias de periódicos y en un par de muestras de apoyo del Gobierno, la última, ayer, en el Congreso, alertados quizá por la inminencia del asesinato. En las calles, no existe la cara de Sakineh. Más bien, sucede lo contrario, aquí se jalea el fundamentalismo. Como ayer en Córdoba, ese lobby insufrible de feministas que eligió para su frivolidad la víspera del crimen. «No se puede demonizar a las mujeres que llevan burka sin demonizar también a las monjas con hábitos». ¿Hay que seguir aceptando que la Junta de Andalucía, con dinero público, respalde y apoye a esas señoras?

Hace unos días, en Málaga, en el ciclo de ‘Mentes brillantes’, el filósofo francés Bernard-Hernri Levy destrozó con una obviedad el peligroso relativismo que nos inunda. «La auténtica guerra de civilizaciones es la que se debe dar en el seno del mundo musulman entre moderados y radicales, entre el islam amigo de la democracia, favorable a la emancipación de la mujer y a los derechos humanos, y el otro islam facistoide». Una obviedad, sí, pero es que no hay más. Ése es el valor revolucionario de la obviedad en estos días.

En alguno de los reportajes que se han publicado estos días, se detallaba, extraído de un informe de Amnistía Internacional, de 1987, la secuencia de una ejecución en Irán; el relato de una lapidación contada por un testigo. «Un camión depositó un gran montón de piedras grandes y pequeñas junto a un erial, y luego dos mujeres vestidas de blanco y con la cabeza tapada por un saco fueron conducidas al lugar (...) La lluvia de piedras que cayó sobre ellas las dejó convertidas en dos sacos rojos (...). Las mujeres heridas cayeron al suelo, y los guardias revolucionarios les golpearon con una pala para asegurarse de que estaban muertas». Tendría que bastar eso para tener presente siempre dónde está el peligro de involución de nuestra sociedad. Para no olvidar jamás cuál es la amenaza principal de la civilización en este siglo. A las mentes brillantes le estaríamos ahorrando tener que recordarnos la obviedad. Y las bobas del Lobby nos ahorrarían a todos su impresentable estulticia.

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01 noviembre 2010

La buena muerte




He esperado hasta este día para escribirte. Hace ya varios meses que te fuiste, en diciembre, y he aplazado hasta hoy lo que te quiero contar. Tú estás muerto y, desde aquella vez que hablamos, hace ya muchos años, yo tenía la certeza de que algún día llegaría esta conversación. Sí, he buscado el momento propicio, y este día, en este puente de los difuntos, podemos pasear juntos entre las palabras como si lo hiciéramos por las calles estrechas de un cementerio. En tu caso, además, estoy convencido de que este paseo por las letras, buscando el recodo inesperado de las frases y las esquinas floreadas de las metáforas, te resultará sugerente, atractivo, porque tú siempre has estado a gusto entre las palabras y porque tú, desde tu muerte, sé que intentas cumplir aquello que nos contaste, aquello que prometiste. He esperado y hoy, José María Javierre, ahora que estás muerto, quiero recordarte aquello que hablamos.

Fue hace ya casi veinte años, en las postrimerías de la Expo 92, cuando te nombraron pregonero de la Semana Santa de Sevilla. Corría el año 93 cuando, alertados por la inminencia de tu muerte, el final que creíamos inexorable, la ciudad, esta ciudad tan suya, tan cainita, tan exclusiva, decidió hacerte pregonero de su Semana Santa. Siempre he creído que tú, tan socarrón, eras consciente de que todos pensaban lo mismo, el morbo negro de otorgarle la última oportunidad al moribundo. Sí, tú lo sabías, y por eso decías que Sevilla era una ciudad insufrible y grandiosa. «Sevilla te sacude, te criba y te echa, pero si tienes valor y te encaras con ella, cumpliendo con unos ritos de humildad y de cariño, Sevilla te acoge. A mí, Sevilla me echó a patadas y ahora, demasiado maduro, me hace pregonero».

Lo sabías sí, pero estabas rendido a la ciudad, como estabas rendido a Andalucía. Quizá esta tierra te conquistó para siempre a partir de aquella primera imagen que contabas, tu primer impacto con la Andalucía profunda, honda; cuando llegaste de Alemania y te tropezaste en la calle con el Cristo de la Buena Muerte. «¿Cómo es posible la buena muerte? Se lo conté a mis amigos alemanes y vinieron a verlo. Nadie se explicaba un pueblo que festeja la buena muerte», decías.

El pregón pasó y, al contrario de lo que todos pensábamos, al contrario de lo que quizá tú mismo pensabas, la muerte no vino a buscarte hasta muchos años después. Fue en diciembre del año pasado. Desde entonces estaba esperando para pasear contigo, para volver a preguntarte lo mismo de entonces, para reclamarte aquello que prometiste. «¿Hasta qué punto no se ha contagiado usted de ese espíritu de la buena muerte? Quiero decir, que me sorprende cómo afronta usted su enfermedad, la leucemia…», te pregunté. Y tú, como si esperases la pregunta, contestaste: «Es que para mí no existe barrera entre este mundo y el otro. Afronto todo esto con ese espíritu y siempre digo que me gustaría que, llegado el momento, los ángeles me dejaran hacer un último reportaje periodístico para contaros a todos cómo es la muerte».

Te fuiste en diciembre del año pasado, Javierre, y todos estos meses he esperado la respuesta, aquel reportaje que prometiste. Esta mañana llueve en Sevilla y el viento, silbando, se cuela por las rendijas. Me he acordado de ti nada más levantarme. Y lo he entendido. Esperaba un reportaje, algo material, y no es eso. Tu presencia hoy demuestra aquello que decías, que no existen barreras entre este mundo y el otro. Estás aquí, sigues estando. Te siento. Como todos nuestros muertos. Esa es la buena muerte, Javierre, la memoria.

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