El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

27 febrero 2009

Caracoles


No le hacía falta oír ningún llanto más para saber que su hija lo necesitaba y que jamás lo reconocería. Desde la muerte de su esposa, vivía con ella y su yerno en una casa de las afueras de la ciudad. Le dejaron el cuarto de invitados para que se instalara, la única habitación de la planta baja, junto a la cocina y el salón. En el piso de arriba, los dormitorios de los nietos y del matrimonio. Quizá pensaba su hija que todos estaban ya dormidos, cuando, llorando, le contó a su marido que aquella tarde, por primera vez en su vida, había tenido que dejar atrás en el supermercado algunas cosas porque no le alcanzaba el dinero.

– ¿Ay, dios mío, qué vamos a hacer…»
Siempre le decían que su hija única era como un calco, que tenía su misma cara, y él asentía con el orgullo secreto de pensar que su hija había heredado su virtud más importante, el pundonor, la fuerza de quien no se rinde jamás. Hieren más las lágrimas de quien lucha y su hija parecía derrumbarse ahora de la misma manera que se desvanecía su vida, la dulce rutina de hace sólo tres meses cuando ella trabajaba de comercial en una agencia de viajes, y él, de oficial de planta en la siderurgia. «Tendremos que apretarnos en cinturón», dijeron en Navidad», pero la carga ha sido mayor de la esperada; la hipoteca, la luz, el agua, el teléfono, el gas, la comunidad…

– «Con el paro y la pensión del abuelo no llegamos a fin de mes... ¿Qué vamos a hacer cuando se nos acabe el paro? Si dicen que la crisis va para largo, cuatro o cinco años más, ¿qué salida nos queda?»

Estaba inmóvil en la cama, con los ojos abiertos como si pudiera amplificar así el murmullo envuelto en llantos que le llegaba desde el salón. Hablaban su hija y su yerno y él tragaba saliva. Oírla llorar, bajar los brazos... La angustia de ver a un hijo llorar es una punzada que se clava en el alma.

Al amanecer, desayunó como siempre en la cocina y bromeó con sus nietos. Ningún comentario, ningún gesto que lo pudiera delatar. Guardó en su bolsillo dos bolsas y dijo que había quedado con unos amigos para dar un largo paseo por el parque. Que volvería a la hora de comer. En un autobús de línea, se fue a las afueras de la ciudad y se bajó al pie de La Hacienda Nueva, que repartía sus cincuenta hectáreas entre olivos y naranjos, en la entrada, y un campo de trigo a las espaldas. Habían pasado setenta años, pero podía recordar aún a su padre con la hoz al cinto, en la siega que comenzaba al salir el sol y se alargaba hasta el anochecer. Y luego la trilla, en la era, con tragos de vino tinto, un hilo fino de terciolelo que sale de la bota y limpia el polvo de la garganta. En esa hacienda, su padre le enseñó a coger cabrillas, había que saber buscarlas entre los naranjos, entre los olivos. «Con dos bolsas, tengo para vender en la puerta del mercado y para comer en casa. Qué alegría se va llevar mi hija», se decía mientras avanzaba, encorvado, rastreando el pie de los olivos.

El teléfono lo cogió su nieto mayor, Manuel, que llevaba su nombre. «Mamá es la Guardia Civil, que dicen que te pongas, es por el abuelo...» Sobresaltada, cogió el auricular y atendió las explicaciones sin decir nada, entre atónita y aliviada al saber que a su padre no le había ocurrido nada. Para pagar los mil quinientos euros de multa que le pusieron por coger caracoles, tuvieron que romper la hucha de los pequeños para EuroDisney. Para colmo, ni siquiera le dejaron llevarse los caracoles.


(Ficción sobre hechos reales)

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Identidad


El debate de ayer en el Parlamento de Andalucía ha dejado en el aire un reto interesante para meditarlo en la fiesta de la autonomía, este nuevo 28 de Febrero: «¿Sabe elegir el pueblo andaluz a sus gobernantes?» La duda surge del encontronazo entre Arenas y Chaves. Como Chaves siempre replica con las cinco elecciones consecutivas que lleva ganadas, Arenas le ha contestado: «Un político puede ganar muchas elecciones y ser un total fracaso para su pueblo». Y Chaves, otra vez, erre que erre: «El fracaso es perder las elecciones, el pueblo sabe muy bien lo que vota». Y luego ha añadido, como un césar romano, «yo he transformado esta tierra».

Es evidente que Andalucía, como sostiene Chaves, tiene poco que ver con la de hace treinta años, que es el rasero que siempre se pone el presidente para darse el aprobado. Pero si ése es el rasero, no hay país del mundo desarrollado que no haya cambiado espectacularmente en los tres últimos decenios, entre otras cosas porque la globalización y el salto tecnológico hacen que el progreso se pueda extender de manera más o menos uniforme por todos los rincones. Si a eso le sumamos que Europa lleva volcados en Andalucía cientos y cientos de millones de euros para modernizar sus infraestructuras, habrá que concluir que la aseveración de Chaves, salvo en la primera persona, es perfectamente asumible.

Andalucía ha cambiado, sí, pero más por la inercia de los tiempos que por la acción del gobierno autonómico. De hecho, en otras regiones españolas y europeas que han contado con los mismos medios, el desarrollo ha sido mucho mayor que en Andalucía. Podemos verlo, con claridad, en la educación. Cuando surge el asunto, Chaves se detiene a recordar que en 1980 el gran problema de Andalucía era el analfabetismo. ¿Tiene Andalucía el analfabetismo de 1980? No, claro, pero la tasa de fracaso escolar andaluza es la más alta de Europa. Y a partir de ahí, de ese pilar de toda sociedad, se pueden seguir sumando estadísticas negativas en empleo, en industria, en cualificación…

"¿Sabe elegir el pueblo andaluz a sus gobernantes?" Entre los clichés más absurdos de una democracia se encuentra ése de que el ‘pueblo nunca se equivoca’. Una tontería, o sea, porque con las urnas llenas se han cometidos grandes pifias y grandes aciertos. Lo que sí reflejan unas elecciones, lo que puede deducirse de las urnas es el carácter del pueblo que ha votado. En el caso de Andalucía, ésta es, sin duda, la cuestión más interesante: cómo es el pueblo andaluz. La conclusión de muchos, a los que me sumo, alerta de una peligrosa deriva de conformismo, una sociedad que no es ni crítica ni autocrítica; más complaciente que emprendedora, más protestona que exigente. Se puede caer la universidad, pero las hermandades que no las toquen.

El historiador Juan Antonio Lacomba, en un amplio ensayo de varios autores sobre la identidad andaluza, sostiene que, después de tres mil años de historia, en torno a Andalucía se ha creado un universo simbólico que suplanta a la verdadera cultura andaluza. «Los clichés mentales y las frases hechas, convenientemente reforzados, constituyen las apoyaturas imperceptibles, pero efectivas, del control del pensamiento colectivo y también de la conducta regulada por éste». Los tópicos, es decir, utilizados como armas de control social. Si lo sabrá Chaves... Pan y circo, que se note que fuimos la Bética.




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25 febrero 2009

Nueve Reinas


En toda corrupción hay un arrebato de osadía. Como quiera que todo robo exige siempre la elaboración de coartadas, la preparación de excusas y de justificaciones, el corrupto tiene reservado el último aliento de su inteligencia delictiva a la osadía. En la película 'Nueve Reinas', se retrata bien, en un diálogo entre Marcos y Juan, los dos ladronzuelos de la Argentina del corralito que flotaba en una atmósfera viciada de picaresca, engaño y la corrupción.

- El que no esta preparado para un escándalo no sirve. ¿Cual es la clave? Ofenderse. Cuanto más ofendido estás, menos sospechoso pareces. Si la cosa se pone fea, difícil, acusa a los demás.
- Pero no es lo mío.
- ¿Qué parte?
- Poner la jeta, no me gusta. El riesgo de que algo salga mal. La cosa se pone difícil y yo me taro.
- Elegiste mal el laburo

El laburo de un corrupto, el currelo de un chorizo, es verdad, exige siempre ese toque final de osadía, verse sorprendido y ser capaces de simular una gran ofensa en el preciso instante en el que cualquier mortal se sonrojaría sin poder remediarlo. Miren, por ejemplo, a esos tipos de Baena que han pillado con las manos en la masa de las facturas falsas. Dice el alcalde socialista y senador que sus conversaciones telefónica con el secretario “están sacadas de contexto con una manifiesta mala intención”, que todo ha es fruto de una trama urdida por Izquierda Unida y por la Guardia Civil. Esto es espléndido, o sea. Sobre todo lo de la interpretación equivocada de lo que se dice en las cintas. Porque es posible, ciertamente, que un diálogo entre dos amigos, cualquier charla de la vida ordinaria, se preste a equívocos si se transcribe, se mutila y se enfoca hacia un fin equivocado. Todo eso es verdad, pero ¿qué equívoco puede existir en la frase “está por ahí una brasileña, una alta, que está muuu buena”? ¿Qué parte de la oración “nos vamos a jartá de marisco” puede malinterpretarse? ¿Qué otro significado tiene eso que dicen, “yo no tengo ningún problema, niego todo lo que tenga que negar?”

“Cuando más ofendido estás, menos sospechoso pareces (…) Y si la cosa se pone fea, acusa a los demás”. Sigamos los consejos sabios de los expertos carteristas argentinos para no quedar atrapados en las enredaderas de la conspiración. Por cierto, que la película Nueve Reinas se inspira en la vida de un ladrón de época de Argentina, Pedro Palomar, un tipo que se ha pasado media vida de cárcel en cárcel, un ‘ladrón romántico’, como se define, porque se guía por las viejas reglas del oficio, carteristas, estafadores y mecheros, que nada tienen que ver con esas bandas de atracadores violentos de la actualidad. Pues ese tipo, Pedro Palomar, cuenta en una de las entrevistas que le han hecho que en 1982 tuvo una buena racha de trabajo en Argentina, tres robos consecutivos en bancos que le dejaron 27. 000 dólares de entonces, y que con las ganancias decidió venirse a España a probar suerte. Primero en Madrid y luego en Sevilla, donde contactó con una bande de gitanos para entrar en el oficio. Pero nada. Para colmo, en Sevilla lo atropelló un camión y acabaron identificándolo en el hospital y deportándolo a Argentina de nuevo. En el patio de Monipodio no había lugar para él.

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24 febrero 2009

El torero


La dimisión de Bermejo es una mala noticia: ¡Ojo que ese tipo puede volver dentro de poco a la Fiscalía! Sí, vale, es una buena noticia para el sistema democrático, por el precedente que debería crear y por la novedad que supone, pero, ¿se imagina que, uno de estos días, se ve usted envuelto en un proceso judicial y se da cuenta de que el fiscal es Fernández Bermejo? Tendría que existir en la puerta de las salas de vistas un formulario ya redactado y motivado para ‘impugnaciones universales’, digamos, pensadas para que el ciudadano pueda defenderse de aquellos tipos de la Justicia que han dado sobradas muestras de su implacable parcialidad y sectarismo, de su agria animadversión o, sencillamente, de su abrumadora inutilidad.

Es verdad que Bermejo dejó claro ayer que piensa seguir de diputado, que no renuncia a su escaño en el Congreso, pero eso es sólo cuestión de tiempo. Si resiste toda la legislatura de culiparlante –expresión acuñada en las Cortes de Cádiz para los diputados que no intervenían en las sesiones y sólo levantaban el culo para votar–, en las próximas elecciones no es probable que repita en las listas y tendrá que volver al Ministerio Fiscal. Lo cual, que el problema es inevitable. Ahora que algunas asociaciones judiciales se han robustecido con la huelga de la semana pasada, tendría que valorar este problema para incluirlo entre los problemas a resolver para la independencia de la Justicia. ¿Qué debe ocurrir cuando un juez o un fiscal deciden dedicarse unos años a la política? ¿Pueden volver luego como si tal cosa o tendrían que limitar su actividad a asuntos que no tengan ninguna relación con la política? Si uno mira a la cara de Bermejo, no tiene ninguna duda.

Por lo demás, la dimisión del ministro ha seguido el guión establecido en el PSOE para los escándalos políticos, corrupciones y otras. Todo el aparato se vuelca en un primer momento en la defensa del acusado y hasta lo jalea como víctima de una injusticia. Pero si el escándalo persiste y, sobre todo, si se intuye que está afectando al partido, entonces se le rodea de silencio y se le acompaña al precipicio hasta que, una mañana, alguien lo empuja al vacío. Lo de Bermejo, en dos semanas, ha seguido ese esquema, primero lo jalearon y luego, cuando en el PSOE han comprobado que el escándalo de la cacería les ha hecho más daño del que esperaban, lo han censurado. Una vez dimitido, elogios al sacrificio. Pero ahí se queda ya Bermejo, compareció sólo, con la boca seca, intentaba sonreír, pero apenas le salían las palabras. El torero ya se había convertido en el bombero-torero.

Otrosí: Si en Jaén en vez de un ministro hubiera estado cazando un consejero andaluz, a estas alturas no sólo no habría dimitido sino que ya lo habría nombrado Chaves presidente del parque natural donde mataba ciervos y le hubieran puesto una querella al periódico por intromisión en la vida privada. O sea.

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23 febrero 2009

El dentista


Walter Veltroni, la ‘esperanza blanca’ más breve de la historia, ha dejado el liderazgo de la izquierda italiana con la misma frase del chiste del dentista, aquel odontólogo que, cuando se disponía extraer una muela, el paciente le echó mano con fuerza a la entrepierna y le dijo lo de Veltroni; “¿verdad que no vamos a hacernos daño?” Veltroni, zarandeado por los suyos y perdido en la oposición, ha dimitido de la presidencia del Partido Democrático italiano con la misma expresión, “vamos a dejar de hacernos daño”. No cuesta imaginarlo bajando por última vez de un atril, vencido, cansado, mirando a la nada con sus gafitas redondas y la tristeza embolsada en los párpados. No cuesta imaginarlo, aunque lo extraordinario de su paso por la primera línea de la política italiana haya sido la rapidez con la que se ha achicharrado su liderazgo. Hace un año, después de movilizar a casi cuatro millones de italianos en unas elecciones primarias, Walter Veltroni hablaba como líder de una izquierda nueva, alejado de dogmas y sectarismo, y parecía el renacer de un discurso que hacía falta en toda Europa. “Yo no me defino de izquierda, sino reformista, porque la gente no se levanta cada mañana diciendo ‘soy de centroderecha’. Los ciudadanos son ciudadanos antes que nada. Rescatemos a la Italia joven, a la Italia que trabaja, a la Italia que piensa, a la Italia que se cansa».

De eso, de todo aquello, ya no queda nada. Y lo complejo es pensar que, además de encallar en los afilados arrefices de división interna de la izquierda italiana, Veltroni ha naufragado ante la derecha más rancia que se pueda imaginar en Europa y en los tiempos teóricamente más propicios para la izquierda, cuando la crisis económica internacional hace tambalear algunos cimientos del capitalismo. Veltroni se ha estrellado por las puñaladas de las suyos y por la incapacidad demostrada luego para, también la oposición, hacer un discurso de izquierda moderada capaz de convencer a los ciudadanos y a la propia izquierda. “No es ni carne ni pescado”, le decían.

Lo grave es que, además de Italia, la izquierda tampoco levanta cabeza en Francia, donde se apaga la estrella de Ségolène Royal; se desploma en Alemania, con la caída de los socialdemócratas del SPD, y en el Reino Unido, donde uno de los últimos sondeos de intención de voto, otorga a los conservadores de David Cameron el 43 por ciento de los apoyos y quince puntos de diferencia con el gobierno laborista. En ese escenario de crisis de la izquierda Europea, la única que no parece figurar es España, ni siquiera en regiones como Andalucía con los diferenciales de paro más alto de Europa y un proyecto político cansado, tras tres décadas de hegemonía.

De todas formas, que esto sea así, que desde la izquierda española y andaluza no se aviste ninguna clase de riesgo electoral en los sondeos, no quiere decir que no participe igualmente de la crisis ideológica de la izquierda europea. De hecho, si lo miramos al revés, tenemos que observar que, pese a ser el líder socialista más estable de Europa, no parece que Zapatero sea visto como un referente ideológico en la izquierda europea, un modelo a seguir. ¿Alguien se imagina qué puede ocurrir en el PSOE andaluz, por ejemplo, si un día pierde las elecciones y se ve obligado a buscar un sustituto a Chaves en medio de la división y los enfrentamientos provinciales? El poder y la hegemonía pueden camuflar durante años una crisis ideológica pero, cuando ese velo desparece, el desastre es incluso mayor. Incluso cuando llega un tipo como Veltroni, decidido a intervenir en la crisis de la izquierda. Hasta que lo agarran de sus partes. Y en esas circunstancias, entenderán que no hay quien acabe con la caries en la izquierda.

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20 febrero 2009

La cé

Veo, veo, qué ves. Es la vicepresidenta del Gobierno, que el otro día en el Congreso, para responder, acabó jugando con la cé. Como en el veo, veo o como en el un dos tres, palabras que empiecen por la letra cé. «El PP se afana en sustituir la ‘c’ de corrupción por la de cacería y conspiración, y eso no cuela», dijo la vicepresidenta y nadie entre los escaños captó el reto de continuar con el juego de construir frases con palabras que empiecen por cé. Por ejemplo, cacique. ¿Hay alguna imagen que le venga mejor a la cacería que un cacique? No, claro, para estas monterías del poder lo que le va es la cé de cacicadas, y de Franco a Bermejo, en esto no hay cambio alguno. Lo saben los paisanos, acostumbrados a ver en el camino cómo se acerca una comitiva de coches enlutados, envuelta en una nube de polvo. Pasan rápido, cristales tintados y bandera oficial. Es viernes, ha llegado el señorito de Madrid, fin de semana de cacería. «Aquí han venido a cazar Franco y el Rey y entonces nos trataban mejor. Ellos se sentaban a comer en un restaurante y la gente podía acercarse a saludarlos, pero con Garzón y el ministro prácticamente no han dejado ni verlos». Veo, veo, qué ves, la cé de caza confidencial, cerrada. Callados y ciegos. Que ya les gustaría que los ayudantes de la montería fueran como los monos de Gibraltar, ver, oír y callar.

De Franco a Bermejo, en esto no hay cambio alguno, no. Lo sabe el ministro progre y, por eso, para de quitarse la máscara dijo aquello tan cursi de que se pasó el fin de semana hablando con Garzón del «hecho cinegético». Y es de entender, o sea, porque debe ser muy complicado tener que admitir en público que, aunque uno va por la vida con la pose de rojo represaliado del franquismo, la verdad es que los dos usan los privilegios del poder de la misma forma, y Bermejo caza como Franco y donde Franco. Veo, veo, qué ves… La cé de cacique caradura. Ahora se entiende que Bermejo dijera una vez que se relaja «recitando a voces a Miguel Hernández». Qué hombre, qué cosa, qué forma de cargarse a Miguel Hernández. Recita a voces, habla a gritos, con ese tic que le hace separarse continuamente el cuello de la camisa, y en los días de solaz, mata ciervos. Se empieza por lo uno y se acaba por lo otro, normal.

Veo, veo, qué ves. Lo que se ve es que no cuela, no, como dice la vicepresidenta. No cuelan la caradura y ni el cinismo de ese ministro despótico que se va a cazar de gorra un fin de semana sin licencia de caza. «Se me ha pasado. Así de simple», dice el tío, que de desahogado acaba siempre cociéndose en su propia soberbia. Ni pide perdón, ni se adelanta él mismo a pagar la infracción, el ejemplo del ministro de Justicia es ése, se me ha pasado, y qué. Luego añade, sin dejar de sonreír, «estoy desolado». Ya se ve, sí.

Veo, veo, qué ves, empieza por cé. El camelo y el cuento de explicar que se le olvidó la licencia porque las de Jaén son fincas «que están al lado de Puertollano». La explicación del ministro también empieza por la cé de cenutrio, porque Puertollano no está entre los municipios de Ciudad Real que limitan con Andalucía, luego es imposible que Andújar y Torres estén al lado de Puertollano, que, como el ministro, ni es puerto ni es llano. Veo, veo, ¿con la letra cé, dice usted? Pues eso es que el ministro nos toma por carajotes.

La cé, es la clave, sí. Febrero se desliza por el calendario y se queda pillado en la cé de las corruptelas, unos con el cazo y otros con la caza, unos con las comisiones y los otros con los ciervos. Será que estamos en Carnaval

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19 febrero 2009

Revuelta



En un colegio de la provincia de Sevilla, en Castilleja de la Cuesta, han cambiado de clase a los niños más gorditos para que ocupen las aulas de la planta baja; no se fían de que el entresuelo pueda soportar el peso. Dicen los del PP que una docena de colegios de la provincia de Sevilla tiene entre sesenta y ochenta años, pero el Gobierno andaluz se niega a elaborar un plan extraordinario de inversiones para sustituir o reformar todos los colegios que tengan más de treinta años, que son uno de cada cuatro en esta provincia.

En Jaén se han publicado estos días las fotos del solar en el que la Junta de Andalucía anunció hace un año, durante la campaña electoral, que se iba a construir la «ciudad de la Justicia», que es como se llaman ampulosamente los nuevos edificios para los juzgados. Un año después, el solar ha cambiado, como ya no hay visitas electorales está abandonado. El edificio ya tenía que estar construido, pero allí sigue. Y mientras tanto, cada año la Junta se gasta sólo en Jaén y sólo en alquiler de edificios judiciales más de un millón de euros. Añadir imagen

Igual ocurre en las demás capitales. Como en Sevilla. Hace diez años, el Gobierno andaluz anunció la construcción de ‘la ciudad de la Justicia’ de Sevilla. Han pasado desde entonces tres consejeras por ese departamento y, como ni se ha colocado un ladrillo ni se ha resuelto definitivamente el proyecto, la solución es alquilar un edificio entero, a razón de dos millones y medio de euros al año. Cuando al fin se inaugure, la ‘ciudad de la Justicia’ habrá costado tanto como si hubieran hecho dos o tres, sumando el incremento de costes y el precio de los alquileres. Despilfarro inmenso, sí, pero lo peor, sin duda, es la impresionante demostración de inutilidad de este Gobierno.

Cuentan los jueces que ayer acudieron a la huelga que el detonante de la convocatoria fue la reunión con el ministro Bermejo en la que éste les ofreció, como contrapartida para desconvocar la huelga, una inversión de 20 millones de euros para la informatización de la Justicia en toda España. Comprenderán que sólo quien pretende tomarle el pelo a uno hace estas propuestas: en regalar bombillas el Estado se gasta el doble.

Dicen los del Gobierno que un poder del Estado no tiene derecho a ponerse en huelga, como han hecho los jueces. Pero ése es un debate muy pobre, o sea. Más interesante resulta si la huelga de ayer se mira justo al revés, el ejemplo de una huelga por esas cosas por las que jamás se levanta la voz: El autobús con los cristales rotos, la carretera con baches, el colegio medio en ruinas, las camas en los pasillos de los hospitales, los juzgados con goteras y sumarios en los pasillos y en el suelo, las subvenciones que se aprueban y no llegan, las leyes que se aprueban y no se cumplen...
La revuelta de lo elemental, a veces pequeñas cosas, que es donde radica la grandeza y la calidad de un país. Ayer, bajo las amenazas del Gobierno, con las dos principales asociaciones judiciales en fuera de juego, y con el Consejo General del Poder Judicial y los tribunales autonómicos en contra, la mayoría de los jueces fueron a la huelga. Las dos asociaciones minoritarias se bastan para agitar al Tercer Poder. Lo tenían casi todo y a casi todos en contra, pero disponían de un argumento potente para mantenerse, los principios. Y lo han logrado. No es mal principio para una revuelta, revuelta cívica.

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18 febrero 2009

De Justicia


La Justicia no se exige, ni se ordena; la Justicia se pide. Todos los escritos que se dirigen al juzgado en un proceso utilizan la misma expresión, acaso tan antigua como los primeros tribunales: «por ser de Justicia, que se pide en Sevilla a dieciocho de febrero de 2009». Mucho antes que Montesquieu, Platón ya advertía a los suyos que la ley es la frontera que separa a los hombres de las bestias porque hace recaer el poder de la Justicia en textos fríos, no en emociones, no en banderías, no en venganzas o favores. «Que ni Sicilia ni ninguna otra ciudad esté sometida, tal es mi doctrina, a señores humanos, sino a las leyes», escribe Platón.

Estos días, cuando el Gobierno afilaba sus argumentos contra la huelga de jueces de hoy, cualquiera podía tener la sensación de que la independencia del poder judicial es un privilegio antes que una necesidad democrática. Se habla de la independencia de los jueces, de su estatus, como de una aristocracia desfasada, una clase social anticuada a la que hay que meter en cintura. «A la gente le importa un bledo Montesquieu», oigo exclamar en una de las conversaciones sobre la huelga de la Justicia. Es probable que con ese convencimiento el Gobierno haya decidido echarle este pulso a los jueces para imponer un modelo democrático en el que sólo existe un poder real, el Ejecutivo. Se busca una pirámide con el Ejecutivo en el vértice del que dependan los demás poderes, agentes y fuerzas del Estado , incluida la prensa.


Para explicar este modelo se desliza sutilmente que, a fin de cuentas, el Ejecutivo es una especie de quinta esencial de la democracia, el único poder que emana directamente de la voluntad mayoritaria de los ciudadanos, representada en el Parlamento. La mayoría se expresa en el Gobierno y, a su vez, el Gobierno representa la voluntad de la mayoría, vienen a decir, lo cual que cualquier ataque al Gobierno será siempre un ataque al pueblo y a las instituciones. Habrán oído a distintos dirigentes y gobernantes afirmar, en este sentido, que la huelga de jueces (y de muchos fiscales) es «un ataque a las instituciones». Bermejo ha llegado incluso más lejos: «la huelga degrada al sistema», dice el ministro inoportuno y lo podemos imaginar en la cacería, habla y sopla el cañón de la escopeta, humeante aún. «La huelga surgió como herramienta del proletariado, que no es el caso (...) No me queda lamentarlo, sino llamar a la cordura a los jueces», sostiene el ministro.

Sumando epítetos y demagogia, llegamos a la creencia anterior, la visión de los jueces como anacronismo, privilegio desfasado, un atajo de locos con puñetas que derriban instituciones. Lo cual que, todo ello, viene a reafirmar la urgencia de esta huelga inédita y atípica, porque no pide pagas ni vacaciones. Una huelga antes que nada conceptual, para poner las cosas en su sitio. Como tal, la convocatoria de hoy debe rubricarse con ese formalismo ancestral: «Por ser de Justicia, que se pide en toda España».

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17 febrero 2009

Escenografía

El participación del gentío en una manifestación convocada por un partido político es el resultado de una simple ecuación matemática. El número de participantes será siempre igual al dinero invertido por las organizaciones políticas en el alquiler de autobuses. Si en la manifestación de Málaga, el PP consiguió alquilar trescientos autobuses, era fácil deducir que tenía garantizado que quince mil personas se concentrarían en la calle Larios. Cincuenta por trescientos, con el añadido de los cientos o miles que se desplazaron en su vehículo o fueron a pie desde la propia capital o desde pueblos cercanos.

Quiere decirse que lo absurdo, tras la manifa del PP del domingo, es intentar extraer conclusiones sobre si fue un éxito o un fracaso por el mayor o menor apoyo de la ciudadanía. Absurdo, sí, porque el apoyo social de un partido político no se obtiene calculando el número de personas que asisten a una manifestación, como tampoco se puede conocer sumando las personas que asisten a sus mítines.

Unos y otros, mítines o manifestaciones, son actos en los que lo residual es el porcentaje de ciudadanos que acude sin tener vinculación, directa o indirecta, con el partido convocante. Los partidos lo saben y, desde hace años, esos actos forman parte de la escenografía, de la imagen que se quiere trasladar a los ciudadanos a través de los medios de comunicación. El lenguaje de símbolos está medido en los dos casos, y siempre se buscará que el líder salga rodeado de los suyos, para trasladar un mensaje de unidad, cohesión y madurez; que en algún lugar destacado del escenario se coloque a los más jóvenes, para aparentar frescura y espontaneidad; y que el auditorio se llene de banderitas multicolores que se agitan continuamente con los colores del lugar al que se dirigen los mensajes y del partido político en cuestión. Y todo eso reflejará muchedumbre, alegría e identificación.

Podemos concluir, por tanto, que los mítines y las manifestaciones convocadas por partidos políticos, antes que la representación de un estado de opinión en la calle, nos muestran la fortaleza de un partido, su capacidad de movilización y de organización para trasladar a la ciudadanía su discurso político.

La novedad de la manifestación del Partido Popular del pasado domingo es ésta, que logra demostrarle al Gobierno que es capaz de movilizar a miles de personas en una comunidad como Andalucía, en la que la asfixia de la hegemonía socialista hace que los empresarios miren para otro lado, que los sindicatos le hagan el boicot a una protesta contra el paro y que por doquier se movilicen las asociaciones vecinales para decirle a los ciudadanos que esto no es una protesta contra el paro, sino una «cacería política».

El PP, con esas limitaciones, ha conseguido celebrar en Málaga una gran manifestación, quizá la mayor convocada hasta ahora por el centro derecha en Andalucía en los últimos 30 años, y, de paso, romper los esquemas preconcebidos de que estas manifestaciones sólo las puede convocar la izquierda y los sindicatos. Hace un año, Arenas se empeñó en quitarle al PP el sambenito de Lauren del Postigo de no haber apoyado la autonomía. Diríase que ahora quiere sacudirle a la derecha andaluza la caspa del señorito. Si ha acertado con ambas iniciativas, lo dirán las urnas. Ahí es donde está el respaldo social auténtico. Lo demás, eso, escenografía.

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16 febrero 2009

Pintadas

Los tipos de mi barrio han comenzado a hacer pintadas de protesta. Me sorprende porque con esta gente podría hacerse un estudio prototípico de la sociedad sevillana, conformista y rara vez dispuesta a enemistarse con el gobierno. Se protesta mucho en las tabernas, es verdad, maldicen al alcalde en arameo si es menester, pero lo raro es que las voces lleguen, no ya a las urnas, ni siquiera a las paredes. Y esta vez, ha ocurrido. Dos pintadas. El tema de la protesta es el mismo, la técnica es idéntica, pero el alma de la pintada es distinta; la una es pragmática y la otra es más filosófica. En la valla metálica de una de las obras del Metro, unos han escrito: “Menos multas y más aparcamientos”. Más adelante, en las paredes cansadas de un caserón deshabitado, entre carteles de conciertos y grafittis de estética neoyorquina, han pintado: “Menos multas y más vergüenza”.

Me llaman la atención porque, como en otros periodos de crisis, las ciudades y las carreteras comienzan ya a llenarse de pintadas de protesta por el cierre de alguna fábrica o por los recortes salariales en la negociación de algún convenio, pero estas dos pintadas son distintas. Podría decirse que éstas son las primeras de una protesta social contra la crisis. La diferencia es que una sencilla protesta contra las multas puede ser más fiable para medir el estado de cabreo del personal por la crisis que cualquier otro parámetro. Tengan en cuenta que el rasgo característico de esta sociedad es que el conformismo extremo y la comodidad le hacen soportar todo el peso que echen sobre sus espaldas. Esta sociedad de clases medias parece que tiene asumido que el peso del Estado recae sobre ella; que nunca podrá contar con los privilegios de los que disfrutan las capas sociales que están por encima ni con las exenciones que se conceden a las capas sociales que tiene por debajo.

Entre la riqueza y la marginación, ahí está la inmensa franja de clase media en la que estamos todos los demás. La capa social de la nómina y la hipoteca, del currelo en la fábrica, la cerveza con los colegas, el sábado en el centro comercial y el fútbol del domingo, después de comer en un asador de las afueras. Los del atasco de cada día en la hora punta de las ciudades, los que se pasan media hora buscando aparcamiento para llegar a las oficinas, los que se pagan el crucero a plazos y una quincena de agosto en un piso de la playa. Sobre esos hombros recae siempre la crisis. Les subirán con mentiras los impuestos, les engañarán con el recibo de la luz y le congelarán el salario en la empresa. Esos que nunca saldrán a la calle a protestar porque la clase media no tiene conciencia de clase. Pero ojo con esa gente, que un estado de cabreo generalizado en la clase media es la única fuerza capaz de tumbar a un gobierno de un solo golpe.

Los tipos de mi barrio son de esos, clase media. Y han hecho unas pintadas. El caso es que estoy de acuerdo con las dos que he visto; con la del sentido práctico, “menos multas y más aparcamientos”, y, desde luego, con la filosófica, “menos multas y más vergüenza”.

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10 febrero 2009

Milongas


Andaba convencido de que nada tenía de conspiración la última oleada de corruptelas que han incendiado la hacienda pepera, que por momentos parece el mapa de Bonanza, hasta que al portavoz socialista en el Congreso, José Antonio Alonso, le dio por negar las acusaciones: «Los socialistas no hacemos esas cosas». Jo, fue decirlo y cambiar radicalmente de opinión. Ahora sí que estaba claro. Como si las mesas de los restaurantes no se llenaran cada día de políticos intoxicando a periodistas; como si los gobiernos no hubieran enviado jamás un dossier a un periódico; como si Alonso, en fin, se hubiera caído ayer mismo del guindo de la inocencia.

– ¿El gobierno filtrando una noticia a un periódico de su cuerda? Pero qué me está usted contando, los socialistas no hacemos esas cosas.

Lo que no se entiende es cómo no le hicieron la ola en la rueda de prensa. «No hacemos esas cosas», sí. Por eso, el fin de semana pasado el ministro de Justicia, Fernández Bermejo, se fue a pegar tiros a la sierra de Jaén con el juez Garzón. ¿Alguien tiene dudas de que de lo único que no hablaron Bermejo y Garzón fue de la trama de corrupción del PP? Por supuesto, seguro que sólo hablaron de los linces, que están de moda, o sea, después de que se haya demostrado que en cautividad desarrollan una capacidad sexual extraordinaria, hasta ochenta cópulas en dos días. Por cierto, que lo que no se entiende es que, con tanto fornicio, estén en extinción. Pero bueno.

A lo que iba, que sí, que lo normal es que el ministro de Justicia y un juez de la Audiencia Nacional se vayan a cazar juntos y que hablen del de la vida sexual del lince porque, como dice Alonso, el PSOE no hace esas cosas. Con este personal, blanco y en botella, nunca es un litro de leche. Y, por descontado, que el juez no ha forzado el delito de asociación de malhechores para asumir en la Audiencia Nacional las competencias de unos delitos que tendrían que ventilarse en los juzgados provinciales. Trama de corrupción fue Filesa, pero no el ‘caso Juan Guerra’, por ejemplo. Como tampoco el ‘caso Malaya’ se instruye en la Audiencia Nacional o las corrupciones de Estepona, a pesar de que hubiera indicios de financiación ilegal de partidos.

Garzón empura al PP en la Audiencia nacional; un sumario secreto se filtra en plena campaña electoral y el fin de semana se va de caza con el ministro de Justicia. Y como dice Alonso, que nadie piense mal que «no hacemos esas cosas». Como si el personal acabara de desvirgarse hace dos noches, al dejar la redacción, cuando las calles están vacías y los bares languidecen. «El periodismo mantiene a los ciudadanos avisados, a las putas advertidas y al Gobierno inquieto». Lo decía Umbral hace años. Con los trienios de mala hostia que se acumulan ya, mira que venir el mozo del Congreso con esas milongas...

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El cazo


La jerga del mangante tiene un código específico. Los políticos, cuando se tiran al cerro de la extorsión y del soborno, manejan un lenguaje propio que nada tiene que ver con el de otros elementos de su especie; un político delincuente es distinto y habla distinto a como lo hacen en la mafia, en el mundo del hampa o del narcotráfico. Debe ser porque el político delincuente se ve expuesto constantemente a un esfuerzo de doble lenguaje y doble moral del que están exentos otros delincuentes. En público, lenguaje políticamente correcto y en privado, la jerga del mangante. Lo que tiene de vaporoso el lenguaje políticamente correcto, circunloquios y frases hechas para no decir nada, se condensa luego en el lenguaje de la corrupción y desciende a lo primario. Subsistencia cutre, como de plato de lentejas. En el caso Ollero hablaban de las legañas, «a ver si de ésta nos quitamos las legañas». Ahora, en el vídeo que se ha conocido de Almería, la frase emblemática es la que pronuncia el empresario que se presta a la extorsión y luego lleva el vídeo al fiscal: «Juanico –le dice al alcalde–, que no te digo ná, en tus manos me encomiendo, ahí lo llevas, 28 o 29 [mil], tú los cuentas (…) Y ten cuidado por si le has pedido a alguien más, lo digo porque mi primo me lo ha dicho: me parece que a este alcalde le pasa como al otro, a éste le gusta el cazo».

Esa expresión, sin duda, es propia de la jerga del político mangante. «A éste le gusta el cazo», ese aspecto primario, de pesebre, es fundamental para entender el delito político. Y no porque la cuantía del mangazo sea pequeña, sino porque el político delincuente se ve impelido a justificarse siempre a sí mismo.

Puede que un narco o un capo de la mafia también se cree una apariencia falsa ante la sociedad pero, a diferencia del político delincuente, no está obligado a construir discursos ni a ganar elecciones. Nunca otro delincuente alcanzará la sutileza de un político delincuente a la hora de mentir, mentiras de partido, mentiras de gobierno, mentiras de sí mismo. Digamos que el político delincuente se ha especializado en cinismo y en hipocresía, que bien podrían ser los dos defectos más antiguos del hombre público, dos ramas dobladas del arte de la política. El político delincuente no sólo se ve obligado a mentir en el ejercicio de su cargo, sino que convierte el cinismo en una sutileza. De ahí que cuando salta un escándalo, el político delincuente siempre responderá con golpes de pecho, hablará del sacrificio a la sociedad, de los muchos años de trabajo y dedicación a la política, desatendiendo a su familia y a su profesión. Todo lo que ha hecho, lo ha hecho por la sociedad. En el vídeo de Almería, encontramos un diálogo perfecto de ese cinismo. La escena del alcalde, compadeciéndose a sí mismo, mientras cuenta el dinero. «Esto para mí es muy desagradable, pero es que no tengo otra salida», dice el tipo. «Luego, esas críticas... En fin, que si coges, malo y si no coges, peor». Así, cabizbajo, mientras sigue contando billetes, veinticinco mil, veintiseis mil, y se oyen de fondo cómo se sueltan las gomillas del sobre anaranjado del empresario. «Pues me parece muy bien, el tiempo que estés aprovecha y llévate lo que puedas». Esto es, sin duda, lo peor, la consideración social del delito, la comprensión del sistema podrido. «Aprovecha», sí, decididamente es lo peor porque bajo ese verbo se esconde lo que en España se llama picaresca. Ande yo caliente.

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09 febrero 2009

Pirámide social


Uno de los profesores del Instituto Internacional San Telmo, el profesor Juan Martínez Barea, presentó hace unos días en Málaga la receta para salir de la crisis: «Cómo superar una crisis económica y convertirse en el país más competitivo del mundo». Mira que el título de la propuesta es sugerente con los tiempos que corren, pero nada. Ni caso. La culpa, claro, no es del profesor, no; el problema esencial está en su teoría, que carece de los adornos necesarios para convertirla en un proyecto atractivo para la clase política dirigente y, en gran medida, para la sociedad.

Sus propuestas, vamos a ver, no valen porque son elementales y, además, a largo plazo. Por si fuera poco, tampoco tienen el lenguaje adecuado ni se dirige a agentes sociales e instituciones ‘para la implementación de esfuerzos conducentes, y bla, bla, bla’. Nada de eso, conceptos simples, palabras sencillas y el ejemplo reiterado de lo ocurrido en países que lo han puesto en práctica: Finlandia, recuerda el profesor, estaba sumida en 1990 en una profunda crisis, pero en sólo 10 años pudo convertirse en uno de los países más competitivos del mundo gracias a una inversión masiva en educación y en I+D+I. «La base de la pirámide de la prosperidad de cualquier país desarrollado es la educación. Primero la educación, luego todo lo demás». Con ese discurso, ese profesor tendrá que tomarle gusto a predicar en el desierto porque nadie del Gobierno va a prestarle atención. Sólo tiene que pararse en los grandes debates educativos que se han suscitado en Andalucía en los cinco últimos años: Educación para la Ciudadanía; plan de ‘incentivos’ al profesorado (siete mil euros a cambio de más aprobados); y becas de 600 euros para que los alumnos repetidores puedan seguir en el colegio.

Observarán que las diferencias son esenciales; de hecho, nada tiene que ver la base de la pirámide social andaluza con aquella otra que se propone como sustento de la prosperidad y el desarrollo. Frente a la meritocracia, se fomenta el igualitarismo; ante la iniciativa y el esfuerzo, el proteccionismo del Gobierno. El modelo, o sea, es el contrario. Por eso, no resultan ninguna contradicción datos como el de que España sea el país de la Unión Europea que tiene más universitarios en las aulas y el que menos invierte en educación superior, en becas y en ayudas. ¿Curioso? En absoluto, sólo es una consecuencia inevitable de lo que se apuntaba antes, el igualitarismo. Cuando esa idea es la que predomina, lo importante es el número, no la calidad del sistema. La igualdad en educación persigue que todos los ciudadanos gocen, sin discriminación, de las mismas oportunidades; el igualitarismo defiende que, por encima del mérito y del esfuerzo, todo el mundo debe ser considerado igual.

¿Pirámide de prosperidad? La equivocación del profesor Martínez Barea es pensar que el objetivo aquí es cambiar la pirámide social, porque este sistema tiene encantado al personal y al Gobierno. Quien mejor nos ha retratado últimamente ha sido el comisario europeo de Educación, Ján Figel. Una reflexión para enmarcar: «¿Por qué en España tenéis los mejores futbolistas de Europa? Porque os gusta el fútbol y lo amáis, pero también porque invertís y aceptáis los futbolistas extranjeros cualificados. ¿Por qué no hacéis lo mismo con la educación? España debe dejar de quejarse de la fuga de cerebros y de Bolonia y actuar, moverse».

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08 febrero 2009

Rivales


Lo de esta semana en España da para un seminario de sociología del poder: «A ver, en una reunión entre cardenales, banqueros y dirigentes del PSOE, ¿de quién se fiaría usted?» La cuestión es tan peliaguda, tan difícil de resolver, que es imposible aventurarse a una contestación inmediata. Sí, tan complejo como intentar averiguar quién será capaz de engañar a quien. Puestos a competir en simulación, ¿ganaría el banquero, el cardenal o los dirigentes del PSOE?
Imaginemos, por ejemplo, el encuentro de la vicepresidenta del Gobierno y el enviado del Papa, Tarcisio Bertone. Es bastante probable que durante todo el tiempo que estuvieron juntos, sin dejar de sonreír, no dijeran ni una sola verdad. No es que mintieran, no, por favor, que hablamos del dulce arte de la simulación; no es eso, pero seguro que en ni un solo momento dijeron realmente lo que pensaban. ¿Qué pudo pasar por la cabeza del cardenal Bertone cuando salió a su encuentro Fernández de la Vega, vestida de morado? Uff...

«A la jerarquía de la Iglesia jamás le ha ido tan bien en la democracia española que cuando ha gobernado el PSOE», me recuerda un reputado sacerdote andaluz, licenciado en artes vaticanas. Y sí, es verdad, cada vez que parecen incendiarse las relaciones entre ambos, cada vez que se inflaman de ateísmo los atriles de los mítines del PSOE, cada vez que eso ocurre, al final, se logran acuerdos, más o menos soterrados, que benefician extraordinariamente a la Iglesia. En gran medida, todo esto es así porque lo que separa al PSOE del PP en la relación con la Iglesia es la distancia que va desde el prejuicio al complejo. El prejuicio socialista que se confiesa ateo y el complejo de la derecha que se proclama católica. Y buena es la Iglesia como para que se le escapen esas debilidades del alma política.

Los banqueros, como apóstoles del becerro de oro, se han aprendido la lección de la Iglesia y, de la misma forma, se la aplican por igual al Gobierno. Sólo hay que ver cómo se han manejado en la crisis económica. Cuando el mundo financiero ardía, Zapatero presumía ante sus colegas de tener el sistema bancario español más saneado del mundo. Los banqueros asintieron pero, en la primera reunión, le sacaron la mayor tajada de la crisis, 250.000 millones de euros de respaldo. Y dejaron que Zapatero, otra vez, se pusiera la medalla de la salvación. Lo que no había previsto el PSOE es que, unos meses después, los bancos iban a presentar beneficios de hasta ocho mil millones de euros.

¿Habría comprometido el Gobierno los 250.000 millones de saber que estos serían los beneficios? No, claro, y por eso, para sacudirse el apuro y el ridículo, han salido en tromba los dirigentes del PSOE con la pose de ajustarle las cuentas a la banca. «Se nos acabó la paciencia». Más reuniones, Zapatero con los bancos y Chaves con las cajas, y lo que resulta es otro acuerdo para ampliar los márgenes bancarios en los créditos que concedan. Clama el PSOE en los mítines pero, como la Iglesia, los banqueros han entendido que no hay que prestarle atención al humo de pajas, que las cosas le van mejor con socialistas en el gobierno que con la derecha porque se puede llegar a acuerdos con la certeza de que no acabarán convirtiéndose en escándalos públicos.

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05 febrero 2009

Credibilidad


En quince días, a Obama ya le han dimitido cuatro. El último en dimitir, el secretario de Salud, tenía una deuda pendiente con Hacienda de cien mil dólares. Por suerte para la política norteamericana, cuando se demuestran las denuncias, la única salida que dignifica el afectado es la dimisión, no la burla, no el cinismo, no la mentira, no la amenaza. «Estoy profundamente avergonzado y decepcionado por los errores cometidos», dijo el tipo, pidió perdón y se fue.

Recuerdo el caso de un candidato socialista al que denunciamos aquí cuando supimos que, en su etapa de abogado, no había pagado ni uno solo de los impuestos y tasas locales. ¡Y quería ser alcalde de la ciudad! La contestación del PSOE, que lo arropó de inmediato, fue que lo que se demostraba con los impagos de impuestos era el carácter humilde y sencillo del candidato. Por supuesto, no dimitió. Es más, acabó gobernando.

En Estados Unidos, no. Ahí está el caso de Nancy Killefer, otra de las dimitidas, no la han pillado robando, ni con un pelotazo, no; tenía un embargo de algo menos de 1.000 dólares por no haber pagado un impuesto sobre el desempleo a un empleado del hogar. Era eso, o sea, y ha dimitido porque todos tienen claro que ese borrón la incapacita para «controlar el gasto público y dar mayor transparencia a los presupuestos», que era para lo que la había fichado Obama.

Se desploma la credibilidad y, con ella, el cargo público. La credibilidad, sí, que en política es un valor tan importante como la propia honradez, y por eso Plutarco contó aquella anécdota de César sobre su mujer. La credibilidad, sí, que es un concepto ajeno a pesos y medidas, no depende de tamaños ni de cuantías.

La credibilidad, sí, que es, precisamente, de lo que no se entera la alcaldesa de Marbella. A ver. Lo que nadie discute, tampoco la alcaldesa ni su partido, el Partido Popular, es que existe una franja de terreno limítrofe entre Marbella y Benahavís cuya titularidad se disputan estas dos ciudades desde antiguo. Tampoco discute nadie que familiares de la alcaldesa de Marbella poseen en esa franja varias fincas. De la misma forma, nadie pone en duda que la alcaldesa, sin tener asumidas las competencias de urbanismo, se reunió en diciembre con su colega de Benahavís para cederle esa franja de terreno y zanjar el conflicto territorial. Y que luego, ella misma llevó el asunto al Pleno.

Si nos detenemos ahí, sin ni siquiera entrar en si la familia de la alcaldesa ha obtenido beneficio alguno, que eso ya se verá, el Partido Popular tendrá que aceptar que ese proceder es radicalmente contrario a lo que dicta la inteligencia, el sentido común y la ética. Es decir, sólo con lo que todo el mundo admite hasta ahora, la alcaldesa de Marbella está obligada, por lo menos, a pedir disculpas por su inexplicable torpeza. Tendría que haber hecho lo contrario, abstenerse desde el primer momento y dejar la resolución de las lindes en manos de una comisión técnica, independiente y consensuada.

La credibilidad es una virtud tan débil que se conquista en años y se pierde en un instante. Si eso no lo sabe quien gobierna en Marbella, si la alcaldesa no tenía esa prevención después de lo ocurrido en esa ciudad, será menester que alguien de su partido comience por el abecé, como aquello famoso que los asesores de Clinton pegaron en un corcho durante la campaña electoral para no olvidarlo, «es la economía, estúpido». Es la credibilidad, alcaldesa, la credibilidad.

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04 febrero 2009

San Jamás


El albañil del primer piso que todos los lunes bajaba al bar y compraba las tiras completas de cupones mientras contaba las mariscadas que se daba en su piso nuevo de la playa se pasa ahora las mañanas sentado en un banco de la plaza. Era oficial de primera y no había mes en el que no se levantara los cinco mil. La constructora para la que trabajaba quebró en diciembre y, desde entonces, no ha conseguido trabajo. «¡Ni chapuces ha habido en enero!». Como la cotización de la Seguridad Social de su empresa siempre fue ridícula y todo lo demás lo cobraba ‘en b’, ahora el paro no le alcanza ni para pagar la mitad de las hipotecas. Ayer lo vi de nuevo en el bar. El vecino del ‘primero B, que trabaja en una caja de ahorros, volvía de trabajar y lo invitó a un botellín de cerveza y a un cupón de la Once. «¿Cupones? A mí ya no me salva ni el calvo de la lotería». Y todos se han reído.

El marido de la vecina, jefe de planta de una fábrica de poliuretanos con varios trienios de experiencia, aceptó hace dos años la oferta de la empresa para desplazarse a La India. Le dijeron que, con los nuevos planes de expansión, iban a necesitar en Bangalore a tipos como él. «No vale cualquiera, hace falta gente cualificada. Es un sacrificio, pero ya verás como el sueldo merece la pena». El otro día lo encontré en la puerta del colegio, esperando la salida de los niños. Su empresa ha trasladado gran parte de la producción a La India y aquí ha presentado un expediente de regulación de empleo de cuatrocientas personas que lo incluye. «Dicen que es temporal, sólo un año, pero eso no se lo cree nadie».

El ejecutivo que todos los domingos iba a la cafetería a ver el fútbol, aquel amigo del colegio que estudió Derecho y, en pocos años, subió como la espuma en una empresa de finanzas. Un gin tonic de ginebra de importación y un robusto de cohiba. «A mí me tienen que ganar en la empresa», decía. Vacaciones en Filipinas, un audi nuevo todos los años, teléfono a cargo de la empresa… La empresa de finanzas que, en cinco años, abrió treinta delegaciones en España se replegó en dos meses como un acordeón en cuanto los bancos cerraron sus ventanillas. Ahora sólo les queda la central, en un piso de Madrid, y un puñado de empleados. El otro día, en el descanso del partido, me contó que no le teme a tener que empezar de nuevo; «Lo peor es que, con cincuenta años, no tendré la oportunidad de empezar de nuevo».

Ana y Miguel, la joven pareja que pensaba casarse esta primavera, «a los dos años justos de acabar la carrera», que era el compromiso que se hicieron una mañana en la cafetería de la Facultad. Ninguno de los dos logra un trabajo estable. «Vamos tirando, pero sin una nómina nadie sale adelante». Han renunciado a una Vivienda de Protección Oficial y ahora los dos han decidido preparar oposiciones para un empleo público. Ayer, Ana me puso un correo para anunciarme que aplazan la boda. «No preocuparos, todo llegará. Aunque miras a tu alrededor y el futuro en Andalucía se parece cada vez más al día de San Jamás, un poema de Bertolt Brecht: ‘En ese día de San Jamás/ un paraíso el mundo será./ Ese día seré yo aviador,/ tú ese día serás general,/ tendrá trabajo el hombre parado/ la mujer pobre descansará’».

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Modelos

Se ha convertido ya en el latiguillo de la crisis. En las entrevistas de la radio o del periódico, en la cabecera de las manifestaciones contra el paro o en la presidencia de los congresos sobre la crisis; en todo lugar siempre se les oirá decir lo mismo:

– «¿Y usted, qué propone?
– «Pues mire, yo propongo un cambio de modelo...»

Es extraordinario, porque de tanto repetirlo se parecen ya a los mecánicos del chiste, «esto va ser de la tapa del delcor». O de la «biela», da igual porque en realidad no se tiene ni idea de lo que se está hablando. Y esto de ahora es lo mismo. Cuando oiga a alguien hablar de la crisis y responda así, «hace falta un cambio de modelo», tenga claro que, con toda probabilidad, está usted delante de alguien que o le engaña o no sabe lo que está diciendo.

Entre otras cosas, porque la facilidad con la que se habla de un cambio de modelo económico sólo es comparable a la osadía de quien no sabe lo que dice o de quien vive ajeno en un mundo de utopías. La civilización ha parido dos modelos de organización y de convivencia que, con lo defectos que conllevan cada uno de ellos, son los mejores que se conocen: la democracia y la economía de mercado. No hay más, ése es el único camino conocido para cumplir la aspiración última de sociedades en las que predomine la libertad, la convivencia, el entendimiento, la tolerancia; como se decía en los anales del liberalismo, la aspiración de que intereses antagónicos puedan llegar a acuerdos no coactivos.

Lo cual que, ahora, ante la crisis, que alguien se descuelgue con «un cambio de modelo» sólo responde a la lógica del mecánico del chiste o, peor aún, al cinismo de quienes defienden los regímenes comunistas como una pose intelectual. Cuba sí, pero sólo de vacaciones; como quien pincha un disco de canción protesta; como un arrebato de nostalgia de una tarde de besos y porros.

De todas formas, lo que sí es verdad es que la crisis exige cambios profundos, pero no ‘de modelo’, sino cambios ‘en el modelo’. La diferencia entre un enunciado y otro es esencial porque mientras que lo primero sólo conduce a un debate etéreo, un debate propagandístico y de consignas, lo segundo nos propone directamente aquello que se elude en España y en Andalucía: un debate riguroso que reconozca nuestros fallos y proponga con urgencia de las medidas correctoras.

¿Cambios? Pues claro: Cambios en el modelo económico, con reformas laborales y fiscales, paralizadas desde hace seis años; cambios también en modelo energético, para atenuar nuestra dependencia exterior con energía nuclear y, a la vez, con energías alternativas. Hacen falta cambios profundos en el modelo de Estado, para acabar con el colosal despilfarro de la burocracia política española y cambios también en el fracasado modelo educativo español.
La crisis económica, ya ven, exige cambios urgentes, pero ojo con la preposición. Si los papagayos repiten estos días lo del cambio ‘de modelo’ es porque, en el fondo, son conscientes de que al caerse la preposición, los primeros que se descuelgan son ellos. Que las exigencias de cambio empiezan en la cabeza misma del modelo.

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02 febrero 2009

Manca opposizione

Italia, que siempre ha sido un modelo de degeneración política, se ofrece estos días como espejo simétrico de la crisis de la oposición española, de forma que reproduce en el centro izquierda italiano los graves problemas del centro derecha español. La desolación que aquí envuelve al Partido Popular en un aire de inutilidad, de batallas perdidas, de desunión, es la misma que rodea allí al Partido Demócrata, que en las últimas elecciones aglutinó a la izquierda italiana frente a Berlusconi.

Fue Walter Veltroni el encargado de la reunificación de la izquierda italiana; desde la alcaldía de Roma surgió la figura de un líder nuevo, un hombre de consensos, en absoluto mediatizado por el sectarismo de los aparatos de los partidos políticos, defensor de una izquierda abierta, moderna, lejos de consignas y fetiches, con un discurso kennediano de valores y esfuerzo. Ganó la carrera hacia la candidatura, pero perdió las elecciones frente a Berlusconi. No ha pasado ni un año y la descomposición de la izquierda es tal que parece un fenómeno imparable. Tanto que Verónica Berlusconi se lamenta en público: ''Veltroni scomparso, manca opposizione''. Verán que es exactamente lo mismo que se podría decir aquí, que Rajoy está desaparecido, que falta oposición.

"Oggi in Italia manca un'opposizione. Dov'e'? Chi la fa? E mio marito governera' ancora per dieci anni", añade la señora Berlusconi, como si lamentara la desdicha de su marido de verse condenado a gobernar durante diez años más por falta de oposición. ‘¿Dónde ésta la oposición? ¿Quién la hace?’, el paralelismo es tan ajustado que, de paso, lo que se desmonta con facilidad es que estas crisis respondan a batallas ideológicas en la izquierda o en la derecha. No, es la oposición misma la que hace naufragar las estructuras mastodónticas de los partidos políticos. Un partido se consolida en el poder y se divide en la oposición. El poder anula los enfrentamientos porque no existe lucha por el liderazgo, mientras que la oposición aviva la pugna por la sucesión.

A todo ese panorama de luchas intestinas, idénticas en unos y otros, habría que sumarle aún la desolación que se produce en el electorado cuando se comprueba que, una vez alcanzado el poder, el comportamiento de muchos políticos es idéntico, sea cual sea su afiliación. Miren ahora el escándalo de la alcaldesa de Marbella, otra vez lo mismo, un entramado de empresas familiares, decisiones políticas que benefician intereses particulares… ¿Otra vez igual? No puede ser, y es probable que nadie de ese partido calcule bien la desolación produce leer esas noticias...

‘Manca opposizione’, es verdad, pero sobre todo lo que falta es algo distinto, lo que se ansía es algo nuevo. En Italia, lo han resuelto un grupo de intelectuales de izquierda con la singular creación del PSDP, el Partido de los sin Partido. Dicen que sólo buscan personas honestas dispuestas a entrar en política; que no tengan antecedentes penales ni vengan rebotados de otros partidos, viciados y enfurecidos. El ‘Partido de los sin Partido’, es interesante, sí. Aunque lo que no adivino aún es si esa orfandad política pertenece a la degeneración del sistema o se puede valorar ya como el primer signo de una nueva era en política.

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