El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

31 agosto 2010

Carta desde Mazar



«Queridos compañeros. Es sólo una imagen de poca calidad pero con mucho significado. Además de querer compartirla con vosotros, espero que de alguna forma os reconforte». La carta llegó hace unos días a mi buzón con una carambola extraña: un guardia civil destinado en Afganistán se ha la enviado a sus amigos andaluces, algunos guardias civiles también y otros no. Uno de ellos, a su vez, me la ha remitido a mí después de oír un debate en la radio. Al leer las dos primeras líneas, me he detenido, extrañado: No puede ser, es el guardia civil que está en el ojo del avispero el que le manda una carta a sus amigos para tranquilizarlos, para reconfortarlos.

La foto, en efecto, tiene mucho significado. Se distingue claramente que está hecha en el patio de un acuartelamiento y que ha comenzado a anochecer. En el centro del patio un gran mástil, una bandera, y los soldados forman alrededor con trajes de faena, muchos de ellos cabizbajos. En uno de los extremos del rectángulo que forman las tropas, frente a la bandera, dos soldados más, que podrían ser los oficiales. Parece el momento de retreta, el final del día, cuando las tropas forman, suena una trompeta y se baja la bandera. La carta lo explica: «Ayer por la mañana el pequeño grupo de guardias civiles destacados en Mazar e Sharif decidió pedir permiso para cambiar la bandera de EEUU que habitualmente ondea en nuestra base e izar la española a media asta en señal de duelo por nuestros compañeros. El jefe de la base accedió un poco extrañado, pues era la primera vez que esto ocurría. Al anochecer íbamos a formar los cinco para arriarla y rendir una pequeña oración. De pronto, de forma voluntaria, se nos unió el contingente francés al completo, luego los Marines de Estados Unidos, los polacos y los holandeses. También nos acompañó, aunque no se ve en la foto, el personal civil».

En primer plano, se distingue, de espaldas, a los guardias civiles españoles, con la camisa verde y la gorra azul. Los demás grupos, más numerosos, tienen uniformes de camuflaje; son de otros países pero todos han formado en torno a la misma bandera, la española, porque, en Afganistán, todas las banderas son solo una. No es difícil entender la emoción de esos cinco guardias civiles cuando, poco a poco, han ido llegando al patio los soldados de los demás ejércitos para unírseles en el duelo, en el homenaje. «No hubo corneta ni himnos, no hubo orden previa ni ensayos, tampoco prensa o autoridades. Sólo unas palabras sentidas que a duras penas fueron pronunciadas en su memoria, seguidas de un silencio desgarrador mientras se arriaba nuestra bandera».

La carta termina con el nombre de algunos de los destinatarios, con abrazos subrayados con exclamaciones y algunos vivas enfáticos. Al acabar, vuelvo a leer la paradoja de las dos primeras líneas, que sean los soldados, los que combaten en Afganistán, los que transmitan confianza, serenidad y convicción. En el debate que se produce en España, muchos se han apuntado ya al discurso de «la guerra inútil»; otros mantienen la pose diletante que descarta que la democracia, la libertad, la igualdad, sea un derecho universal, por encima de religiones, por encima de culturas. Pero, en fin, todo eso ya es sabido. Lo seguirán diciendo. Pero desde hoy, con esta carta desde Mazar, que ninguno de ellos sume a sus argumentos el interés, el sentimiento y el deseo de los soldados españoles por abandonar Afganistán.

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30 agosto 2010

Luz de espejos



Cómo luce el Palacio de San Telmo desde la otra orilla del río Guadalquivir. No brilla más la luna llena en esta noche sedienta de agosto, ni hay estrellas en todo el firmamento que consigan labrar el río con surcos más brillantes que los que dibuja el nuevo Palacio de San Telmo remodelado, con sus torreones portentosos en las esquinas y la fachada recién pintada de albero y rojo, sangre y tierra. No, nada brilla más en la noche de Sevilla ni en toda Andalucía que este edificio sublime ahora que la remodelación urbana parece haberlo rescatado del marasmo de la ciudad; se ha despejado todo el entorno para que nada perturbe la visión, para que luzca sólo, para que nadie lo confunda, para que todos sepan que San Telmo ya no es un edificio más de la ciudad. Porque el palacio de San Telmo ha logrado lo que ningún otro edificio del patrimonio histórico andaluz, ha cobrado vida. Los otros, todos los demás, desde la Alhambra a la Mezquita de Córdoba, la Alcazaba de Almería o la Rábida de Huelva, se han quedado anclados en el pasado, en la historia. Tampoco la Giralda; todos son reliquias sin vida, piezas de museo. Pero no el Palacio de San Telmo, que es historia y es presente. Por eso luce distinto a todos los demás, porque a diferencia de ellos, hoy mismo, San Telmo vuelve a reinventarse, revive con nuevos señores, con nuevos dueños. Aquí no hay recortes ni problemas de presupuesto. Miradlo, el enorme escudo de la entrada, de mármol y oro, un Hércules rejuvenecido con los leones a sus pies. Miradlo bien porque este edificio es distinto a todos los demás, ahí está la Junta de Andalucía.

Quien comenzó a construirlo hace tres siglos y medio debió esconder en una de sus piedras algún secreto, algún hechizo, para que este palacio siempre pudiera atraer a la grandeza. Todos poderes de este mundo se han refugiado aquí, el poder económico de los comerciantes de las Indias, el poder aristocrático de los duques de Montpensier, el poder eclesiástico de la Iglesia del cardenal Spínola y el poder político de la Junta de Andalucía. La vida en este palacio se mira a sí misma, no necesita salir fuera. El horizonte empieza y acaba en el salón de los espejos, metáfora eterna de la distinción, de la grandeza, del privilegio, del ensimismamiento. En el salón de los espejos del palacio de San Telmo sólo se reflejan quienes lo habitan. No existe otra realidad. Nada que salga de este contorno puede verse en los espejos, ni escuelas, ni parados, ni inmigrantes, ni campus con jaramagos, ni bares, ni baches, ni pisos en colmena, ni espera en los hospitales, ni despachos con goteras, ni obras paralizadas. Sólo estuco y fuentes, setos y madreselvas, lámparas y mármoles, caoba y cuero.

Llegará hoy Griñán, su nuevo señor, y el Palacio de San Telmo nacerá a otra etapa de su historia. Caminará despacio hacia su nuevo despacho y quizá se tropiece en los pasillos con la soledad que dejó Borbolla, que se lo compró a la Iglesia y nunca lo habitó; y con el vacío que dejó Chaves, que lo reformó y nunca más volvió. Miradlo, es el palacio de San Telmo, símbolo del nuevo poder que nos gobierna. Nada brilla más en Andalucía. Dicen que aquí reside la dignidad del pueblo andaluz, de sus instituciones, pero nada que se mire en estos espejos puede aspirar a otra cosa que a verse a sí mismo rodeado de soledad. Los espejos saben que siempre ha sido así.

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29 agosto 2010

Desmesura



Hace ya mucho tiempo que los que viven del lince ibérico debieron reparar en sus excesos. Tendrían que haber meditado sobre el ridículo de los planteamientos, de las expresiones. En la proporcionalidad de las cosas se esconde uno de los secretos de la sabiduría y todo lo que toca al lince ibérico se ha desparramado hace tiempo por una pendiente de estulticia. Hay quien censura el empleo de uno o dos millones de euros anuales en los programas de protección del lince ibérico, pero no es eso. Por muy chocante que sea que, según algunas estimaciones, el cuidado de cada lince le pueda costar al Estado dos o tres mil euros mensuales. Esa cantidad, en el presupuesto milmillonario las administraciones públicas, sí es una gota de agua y lo que nadie puede discutir es que el lince ibérico es un felino, quizá el único del mundo, que está en peligro de extinción. No. El problema radica en haber convertido el lince ibérico en un peluche que ya sólo podrá vivir en una cuna de algodón y en símbolo de la frivolidad.

Por ejemplo. Corto y pego la noticia de uno de los partos de un lince. A ver: «La hembra de lince Esperanza, que dio a luz el sábado por la noche a dos cachorros en cautividad en Doñana, fue definida por los técnicos que la cuidan como ‘una madraza’. Con cuatro años, la nueva madre formó pareja con Garfio, macho de Sierra Morena, con quien copuló repetidas veces, aunque sin resultado positivo. Para los científicos, el comportamiento maternal de Esperanza ‘ha sido ejemplar desde el momento del parto, y mientras acicalaba y daba de mamar al primer cachorro parió un segundo, a quién rápidamente atendió y proporcionó cuidados’». Y otra más: «La lince Aliaga, una hembra de Andújar de tan sólo dos años a la que, tras haber copulado en 13 ocasiones con Cromo, no se le había podido diagnosticar con certeza la gestación, parió dos cachorros (macho y hembra) una semana antes de la fecha estimada de parto pero ambos linces no sobrevivieron. Los resultados macroscópicos de las necropsias practicadas a ambos cachorros revelan que la causa de la muerte en ambos casos tuvo un origen traumático asociado a un parto, presumiblemente distócico. En el caso del cachorro vivo se diagnosticó, además, un choque hipovolémico. A pesar de lo triste de este episodio, el equipo de cría evalúa esta experiencia como positiva por lo aprendido. Ahora se sabe con seguridad que Aliaga y Cromo son dos linces fértiles».

Que no es el lince, que no son reparos a la protección de una especie en peligro de extinción; se trata, al menos, de llamar la atención sobre la desmesura dialéctica en la que ha acabado instalando esta aventura. Sobre todo porque el exceso produce ya paradojas como la ocurrida este mes de agosto, cuando supimos que los linces padecían una enfermedad renal. Por esa enfermedad, en Doñana se convocó una ‘cumbre científica’, un grupo de 24 expertos se concentró allí para ver qué pasaba. Al final, la conclusión ha sido que el problema renal se daba por «los suplementos alimenticios facilitados a estos felinos, bien por el efecto patógeno de alguno de sus contenidos o por la intensidad de las dosis que se facilitaban». La sobrealimentación los estaba matando.

No voy a comparar el cuidado de los linces con, por ejemplo, los inmigrantes que se hacinan durante meses en centros de reclusión miserables; ni siquiera hace falta. Quizá basta con recordar que el ser humano, cuando se observan estos desvaríos, también puede ser considerado una especie en extinción. La desmesura, señor, la desmesura.

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27 agosto 2010

Trasbaraka



Al final de una cena, mientras los demás se han levantado a la cocina a buscar los postres, el comensal de mi izquierda, me da un leve tirón de la camisa, y se acerca a mi oído: «Estoy preocupado, ¿sabes?; mi mujer cada vez odia más a Zapatero. No es normal, o sea, porque ella es muy razonable y siempre le ha tirado más la izquierda, se cabrea cuando ve algunas cosas pero sin sacar las cosas de quicio. Y lo que le está ocurriendo con Zapatero no es normal; es que lo escucha en la radio, y baja el sonido, sale en la televisión, y cambia el canal… ¿A ti qué te parece?»

Volvieron los demás de la cocina y la pregunta se quedó ahí, en el aire. Me encogí de hombros y sólo pude susurrarle que, como fenómeno sociológico, como fenómeno político, su mujer no es ninguna extraña, porque el presidente Zapatero ha experimentado en los últimos años una conversión política que le ha llevado a simbolizar el extremo opuesto de lo que antes representaba. Cuando se le ha preguntado al personal directamente, como hizo el Magazine de EL MUNDO a principios de mes, la gente coloca a Zapatero y a varias de sus proyecciones políticas (Leire Pajín, Bibiana Aído), entre las diez personas más odiadas de España, junto a los zutanos y perenganos de la telebasura. Y cuando el Centro de Investigaciones Sociológicas o el Instituto de Estadística de Andalucía ha preguntado por la valoración del gobierno, lo que se mantiene inalterable es el porcentaje en aumento de los que rechazan la labor del gobierno de la nación.

Tanto es así que, en Andalucía, después de treinta años de hegemonía socialista, ninguna de las encuestas que le dan la mayoría al Partido Popular se pueden explicar si no se atiende al sesenta o setenta por ciento de electores que afirman que están en contra del Gobierno de Zapatero. Por sí solo, el cansancio del electorado andaluz por tantas décadas de gobierno del PSOE no es suficiente para desbancar a los socialistas del triunfo electoral. Así ha sucedido, de hecho, hasta ahora: cuando se le preguntaba a la gente si consideraba bueno un cambio político en Andalucía, contestaba afirmativamente la mayoría, pero el Partido Popular no era capaz de aglutinar ese desencanto. Hasta ahora. Ayer, al ver la foto de Zapatero y Griñán en La Moncloa pensaba que el rechazo a Zapatero unido a la irrelevancia electoral de Griñán es el mayor problema al que se ha enfrentado nunca el PSOE.

¿Qué es lo contrario de la baraka? Sabemos que la palabra procede del árabe y sirve para designar la virtud o el don divino que se atribuye a los jerifes, descendientes del profeta Mahoma, y que esa virtud la transmiten con su bendición. Cuando Felipe González la incorporó al lenguaje político español, aplicada a Rodríguez Zapatero, el don divino de la baraka era, en realidad, un don electoral, y la virtud profética que se le atribuía era la de sortear y salvar con piruetas inimaginables las situaciones más complicadas. Baraka es en político sinónimo de ganar en las circunstancias más adversas porque, de repente, todo se pone de cara. Lo contrario, pues, de la baraka sería el gafe, pero el gafe tiene unas connotaciones peyorativas y personales que hacen indeseable el uso de la palabra. Concluyamos, pues, que Zapatero, como ahora representa lo contrario de lo que significaba, se ha instalado en la trasbaraka. Y no sabe salir de ahí.

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26 agosto 2010

La Frontera



¿Dónde estás? Supe de ti cuando comenzaron los conflictos en la frontera, aquellas pancartas que se levantaron al otro lado de la valla de Melilla. La frontera siempre es un lugar ruidoso, mucho más la de un país como Marruecos. De eso de te das cuenta en cuanto se llega a Algeciras, cuando se cruza a Ceuta o a Melilla desde la península; ese alboroto es lo primero que sorprende, un estado de alteración, de agitación que se parece mucho al caos. Por eso, cuando supe de ti, calculé que, a ese ruido de siempre, a ese ruido de frontera, se añadían ahora los gritos que proferían los marroquíes exaltados. En fin, era normal que nadie te escuchara a ti. Sólo en una gasolinera, desorientado, sin saber a qué lado perteneces, de qué lado estás. Luego he pensado que cuando alguien se queda sólo en una frontera, sólo en terreno de nadie, quizá está más sólo que nadie en el mundo. Así estabas tú.

Por eso decidí quedarme a tu vera, por ese aislamiento. Sabía que el conflicto duraría aún un par de semanas, o eso presumía, porque siempre ha sucedido igual. Y pensé que esta vez, antes que escribir de nada, lo mejor era quedarme a tu lado y observar los acontecimientos desde esa posición. Marruecos siempre utiliza la misma táctica con España, eso ya lo sabemos. Y siempre le ha dado buenos resultados, no porque tenga razón alguna en sus planteamientos, no porque la población marroquí apoye los delirios de Mohamed VI; nada de eso, a Marruecos siempre le da buenos resultados sus ofensivas contra España porque conoce bien nuestro punto débil, la división interna, el cainismo. En eso, el nuevo rey, habrá aprendido de su padre, ‘los españoles siempre acaban peleándose entre ellos’. Sucede siempre, ya sea con un gobierno que aplica la mano dura contra los desmanes y las provocaciones, ya sea con un gobierno, como éste, que es capaz de negarse a sí mismo con tal de no pronunciar la palabra conflicto. Sea lo que sea, Marruecos siempre encuentra ese aliado inesperado, la polvareda interna en España que acaba difuminando sus prácticas groseras.

Sí, groseras; he dicho groseras porque daban asco las provocaciones a las mujeres de policía que patrullaban en la frontera. Yo sé que muchos piensan que alguien como tú no entiende de esas cosas, pero yo sé que es todo lo contrario, que se te hubieran saltado las lágrimas con tipos como esos, oyéndolos gritar a las policías. Barbudos y desdentados, con las babuchas sucias y la boca escarchada de baba seca. Y enfrente, aguantando el tipo, mujeres que se han hecho policías rompiendo muchos esquemas, que han luchado, que han ganado, que no van a dar nunca ni un solo paso atrás. No hace falta saber de política ni de religión, no hace falta profundizar en nada más porque, sólo con verlos, ya sabemos de qué parte estamos. Por eso me quedé a tu lado durante el conflicto, para ver mejor lo que sucedía. Y ahora que ha pasado todo, ahora que estamos a la espera de la próxima provocación, he rescatado de la mesa el recorte de periódico que hablaba de ti: «Abandonan a un niño marroquí con síndrome de Down junto a una gasolinera en Melilla, a menos de un kilómetro de la frontera con Marruecos». Lo he vuelto a leer y, sí, lo he entendido todo.

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25 agosto 2010

¿Un día feliz?



¿De verdad sentimos que es un día feliz porque Al Qaeda ha liberado a los dos españoles que mantenía secuestrados desde hace casi un año? ¿De verdad lo pensamos? No, yo, al menos, no considero que sea un día feliz para nadie en España, para nadie en Europa. Y los propios secuestradores ya se han encargado de decirlo en su comunicado, tras la liberación de los rehenes españoles: que la opinión pública y los gobiernos de todos los países europeos “aprendan esta lección y la tengan presente para el futuro”. La lección, sí, que es elemental, desciende hasta las tripas de cualquiera: ‘quien paga, vive; quien no paga, muere’; ‘quien cede al chantaje, vive; quien se opone, muere’. Ésa es la lección. ¿De verdad es éste un final feliz, un día de una gran alegría, como ha dicho el presidente Zapatero? ¿De verdad? No, no, todos sabemos que no es así, aunque rodeemos de un silencio cómplice las sonrisas de satisfacción que repiten los liberados, sus familias, sus amigos. Todo el mundo se alegra de eso, de que en Barcelona no se llore el entierro de dos cooperantes secuestrados y masacrados por salvajes terroristas islámicos. Pero de ninguna forma éste es un final feliz. Porque han ganado los terroristas. Y hemos perdido todos los demás.

Hace un mes, el 26 de julio pasado, el mismo grupo islamista, la misma facción de Al Qaeda en el Magreb que ha liberado a los rehenes españoles asesinó un ciudadano francés, un señor de 78 años, porque el Gobierno de Sarkozy no cedió ante los terroristas. Y hace un año, en junio de 2009, ese mismo grupo terrorista asesinó a un ciudadano británico, Edwin Dyer, por el mismo motivo, porque el Reino Unido se negó a negociar su liberación con los terroristas. ¿Qué pueden pensar ahora en Francia, por ejemplo, o en el Reino Unido? ¿Qué deben sentir, orgullo o ira ante su gobierno?

La liberación en España de los dos cooperantes se ha producido por el pago de entre cinco y diez millones de euros y la excarcelación del terrorista que estaba condenado por ese secuestro. ¿Qué debemos sentir nosotros, orgullo o ira? Ya sé, ya sé… Ni siquiera llegaremos a esa pregunta porque lo que se impone es un manto de silencio, mirar para otro lado, como si no hubiera sucedido. Pero no es así. Dejar la guerra de los países árabes por la presión insoportable de los atentados terroristas y ceder a las peticiones de los secuestradores para liberar a los rehenes son dos caras de la misma moneda, dos caras de la misma derrota. Los países libres deben saber que, diez años después del atentado de las torres gemelas, están perdiendo la guerra contra el terrorismo islámico.

En el final de su comunicado, los terroristas de Al Qaeda nos dejan un mensaje a todos: “que sepa la opinión pública que nosotros somos las víctimas a las que hacen daño. Porque las cárceles de los cristianos están llenas con miles de hermanos musulmanes inocentes”. Era de esperar. Nada hay más efímero que la felicidad de un chantajeado.

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23 agosto 2010

El secreto de Uriel



Hace tres semanas, una voz anónima llamó al periódico. Sólo quería contar una historia que, según decía, había permanecido muchos años oculta. "No es ninguna noticia, lo sé, pero quizá les pueda interesar. Miren la página de las esquelas del periódico. ¿Lo ven? Sí, exactamente, me refiero a esa persona". La que sigue a continuación es la historia imaginada a partir de aquella confidencia. Ocurrió en una provincia andaluza, su protagonista llevaba en su firma apellidos aristocráticos.

A las doce de la mañana, en el casino están casi todas las mesas libres en el mes de agosto. El camarero, camisa blanca y pantalón negro, se ha acodado en la puerta de entrada a la espera de gente. Su único cliente a esas horas, un anciano de compostura venerable, bien vestido y perfumado, repasa el periódico lentamente, saboreando los artículos al ritmo de una palomita de anís. No hay nadie en la plaza, ni muchachas aburridas sentadas en los bancos de ladrillo rojo, ni niños cogiendo los zapateros que se posan en los setos. Dentro del casino, se oye la radio que está colocada encima de la máquina del café, pero fuera, nada más pisar el portal, el único sonido es el zumbido de las chicharras que llega desde los olivares cercanos. «¡Ya me acuerdo!», exclamó de pronto el anciano. «El nombre de la mujer del conde, me refiero», aclaró al ver que el camarero lo miraba extrañado. «Verá, desde que asistí ayer al entierro del conde, no hago más que darle vueltas. ¿Cómo se llamaba, cómo se llamaba? Y ya lo sé. Qué recuerdos, oiga. Éramos muy amigos, sí... Quizá usted haya oído hablar algo de su boda. Bueno, si se le puede llamar así, porque aquel matrimonio duró exactamente doce horas. Si le descuenta usted la hora y media de la misa, el traslado luego al cortijo del conde, la celebración por todo lo alto, que se alargó hasta bien entrada la madrugada, pues nada, en realidad. El escándalo fue mayúsculo porque en el cortijo estaba todo el pueblo, más las autoridades de la capital que habían llegado, el obispo, el gobernador, ya sabe. El conde, tan jovencito, se había enamorado de ella en la Universidad. Era de las pocas mujeres universitarias en aquella época, hace setenta años, y además era bellísima. Tenía una espesa cabellera de pelo negro, rizado, y los ojos verdes. Más bien ancha de caderas, eso sí, quizá para equilibrar un pecho portentoso, casi intimidatorio, diría yo. Cuando acabaron la carrera, no esperaron ni un mes: anunciaron la boda. Fue por todo lo alto, como corresponde. Una orquesta llegó de Madrid, el patio del cortijo brillaba con luces pequeñas que recorrían todo el pórtico como un firmamento en miniatura, y hubo baile hasta las cuatro de la madrugada. Ni media hora pasó, después de haberse quedado todo en silencio, cuando se oyó un grito enorme. Era el conde. Gritaba como un poseso, voces difíciles de apreciar, ininteligibles, porque eran una mezcla de llanto y de rabia. Subió a su berlina y se fue directo al cuartel de la Guardia Civil. Allí, de golpe, les contó lo ocurrido. Cuando subieron a la habitación, su mujer se quedó inmóvil, de pie junto a la cama. El se sentó en el borde y hundió su cabeza en el pecho. Lentamente, comenzó a desnudarla. Primero le soltó el pelo, luego le desabrochó poco a poco el vestido de novia, los hombros fuertes, los pechos turgentes, el vientre suave bañado por la luz de la luna… Hasta que llegó a la cintura, a la altura de sus ojos. Cuando le bajó la enagua, observó horrorizado que su bella esposa no era tal: junto a una diminuta vagina, pendía un pene de tamaño considerable. A las cinco y diez, un guardia civil firmó un atestado para certificar la denuncia y dar por anulado el matrimonio, ya que no se había consumado. No supe más de ella. Se marchó del pueblo aquella misma madrugada. Sólo sé que se llamaba Uriel, como uno de los arcángeles. De no haberlo ocultado el conde todos estos años, hoy sería el caso de hermafrodita humano más famoso de España».

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20 agosto 2010

Derecha boba



«Al suelo que vienen los nuestros». Podría decirse que se trata de una máxima universal de la política, que afecta a todos los partidos por igual, pero no es así. Ese resquemor es un sentimiento propio de la derecha; en la izquierda existe igual, sí, pero se digiere de otra forma. La de antes, «al suelo que vienen los nuestros», la solía repetir el ministro Pío Cabanillas, pero mucho antes otros dirigentes de derecha de todo el mundo ya habían llegado a la misma conclusión, que el peligro cierto en política no está en los rivales políticos sino en los correligionarios. Hay dos citas espléndidas al respecto. La primera, quizá la más famosa, es del canciller alemán Konrad Adenauer, que estableció un catálogo detallado de rivalidad, una calificación ascendente de hostilidad: «En política, hay enemigos, enemigos mortales y compañeros de partido». Los últimos, claro, son los peores, los más peligrosos.

Tras Adenauer, otros muchos dirigentes políticos han repetido luego la misma frase, desde el democristiano Giulio Andreotti, que tomó la sentencia del canciller, la amplió y la hizo suya, hasta el presidente Borbolla, que la tenía entre sus favoritas por su dilatada experiencia personal, por las veces que él participó en cacerías internas contra compañeros de partido y por las cuchilladas que le dieron luego, hasta abatirlo, esos mismos compañeros de partido. Cualquiera de los dos podría haber repetido la escena que se cuenta de Winston Churchil, cuando un joven diputado conservador se colocó a su lado, emocionado, en la sesión inaugural del Parlamento. «Qué alegría, estar aquí, a su lado, con el enemigo enfrente…», acertó a decir el diputado bisoño. «No se confunda joven», le interrumpió Churchill, quizá sin girar siquiera la cabeza para contestarle. «Los que tiene usted enfrente son los laboristas, que son sus adversarios. Los enemigos los tiene usted aquí detrás sentados, en su propio partido».

Adversarios y compañeros de partido. Sí, decididamente, esa distinción podría hacerla cualquiera en política, pero no debe ser casualidad que la inspiración de las grandes citas proceda del centro y la derecha. La cultura de partido, las raíces de la militancia y el sentido de la disciplina en la izquierda son, quizá, las que marcan la diferencia, las que convierten las puñaladas internas en el campo de minas permanente en el que se desenvuelve la derecha. Torpes, estúpidos, envidiosos, osados y engreídos los hay en todos los partidos, pero cuando se trata de apuñalar al compañero, parece que la derecha muestra siempre una habilidad especial. Una atracción fatal hacia la autodestrucción.

Ahora, ya ven con qué extraordinaria torpeza un dirigente del PP ha apedreado a su partido con las primarias del PSOE. La carambola que parecía imposible, cómo convertir en un problema del PP andaluz la tensión del PSOE de Madrid por las primarias, lo ha resuelto el bobo en un plis plás. No ha tenido más que abrir la boca para soltar la memez de que el problema de Trinidad Jiménez es su acento andaluz, que, por lo visto, no es propio para la política madrileña. Ya tiene Arenas el problema dentro, porque ahora es a él al que le piden explicaciones todos los dirigentes del PSOE, lanzados en tromba por la presa sin reparar ni en ridículos ni en desmesuras. «En vista de que Dios limitó la inteligencia humana, es injusto que no limitase también la estupidez». También lo dijo Adenauer.

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19 agosto 2010

Movilidad



Un carromato ha llegado a Cádiz con las orejas de Mickey y un letrero en francés. Y no era ni el Circo Ruso ni una escuela de idiomas para niños. Eran los de la Disney y lo que llevaban en las estanterías era el proyecto laboral más imaginativo que se ha podido oír en muchos años: la multinacional del ocio quiere renovar su plantilla pero con gente de fuera de París, fuera de Francia. Quiere inyectarle sangre joven a la plantilla, gente inquieta y decidida, arriesgados y emprendedores. La idea se llama ‘New Generation Festival’ y está en las antípodas del chovinismo, del localismo, de la cortedad de miras; esto es globalización en estado puro. Desde París, la multinacional ha desplazado a Cádiz a una docena de personas de su departamento de Recursos Humanos para contratar a 300 personas para la próxima campaña.

Cuando se buscan las razones del crecimiento desbordado del paro en España con respecto a los vecinos europeos, las elevadas tasas de desempleo incluso en los tiempos de bonanza económica, los economistas siempre señalan razones que tiene que ver con la reforma del mercado laboral, pero pocas veces se analizan las peculiaridades de la sociología española como una de las causantes de esos niveles inusuales de inactividad laboral en un país desarrollado. Entre esos factores sociológicos está, sin duda alguna, el apego a la tierra, la escasa movilidad de los trabajadores cuando han perdido su puesto de trabajo. En uno de los últimos estudios sobre movilidad laboral en Europa, España figuraba en el último lugar: los españoles son los europeos que menos residen y trabajan en otro Estado de la UE.

Para no caer en el pesimismo histórico sobre el carácter pasivo o indolente de los españoles, pensemos que hay razones externas que justifican esa inmovilidad laboral. Si el objetivo de toda persona es encontrar una buena calidad de vida, pensemos que en España, y sobre todo en regiones como Andalucía, esa calidad de vida se puede lograr nada más pisar el poyete de la casa. Desde ese punto de vista, es normal que los españoles quieran atarse al sitio donde viven.

La cara negativa de esa tendencia social es que, como vemos, la falta de movilidad laboral empeora las expectativas del desempleo. Dos gobiernos distintos, primero el Partido Popular y ahora el PSOE, han planteado reformas laborales para remover, convulsionar, la inercia del paro. El PP, más directo, planteó la penalización de los parados que no aceptaran un trabajo por oponerse al cambio de residencia. Aquella fue la reforma laboral que se fue al garete en una huelga general. Ahora el PSOE ha sugerido que habría que sancionar a los parados que no hagan cursos de inserción laboral o de formación desde el primer día que comienzan a cobrar una prestación. También los sindicatos se oponen.

España, es verdad, ofrece la calidad de vida que no se encuentra en muchos otros países, pero esa certeza no nos puede llevar a aceptar como conclusión que es mejor cobrar el paro que desplazarse y trabajar en otra ciudad, incluso del mismo país. Cobrar el paro y cruzarse de brazos no puede ser nunca una opción. Y eso ocurre demasiado aquí. No. Aunque los sindicatos le declaren el boicot a Mickey, aunque solivianten a Minnie y dibujen en sus pancartas la cara del Tío Gilito como símbolo del capitalismo feroz, Disney marca el futuro.

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18 agosto 2010

Desasosiego



Nos cansamos de todo, menos de comprender, dijo el escoliasta. Nos cansamos de todo, menos de intentar comprender a la naturaleza, añado yo ahora con la sencilla pretensión de colocarle una anotación a pie de página a este día en el que la naturaleza se ha desbordado otra vez y nos ha arrasado. Para que se sepa quién manda en este mundo, para que nadie olvide que miles de años después somos hijos y esclavos de los dioses primeros del hombre; el agua, la tierra, el fuego y el viento. Para que nadie tenga jamás la tentación de pensar que es el hombre quien domina este mundo, porque nada aquí es tan implacable como el capricho de la naturaleza. Para que reparemos otra vez en que nunca podremos superar lo efímero, lo intrascendente, lo vulnerable, cuando la comparación se establece entre el hombre y la naturaleza que le rodea.

Hace tres días, cuando en Andalucía el sol abrasaba las aceras y asolaba con un silencio espeso las avenidas, pensábamos en el contraste de las inundaciones en La India y Pakistán. Pero sólo eran espejismos de este tiempo de noticias paralelas; sólo era la falsa sensación que nos produce la información simultánea y sin fronteras la que nos conduce al vértigo de pensar que vivimos constantemente en los extremos. Ilusionistas sobre el alambre. Pero llegaron las doce de la noche y una tromba de agua sorprendió a Córdoba. Un hombre salió a recoger dos patos pequeños de sus hijos y se le cayó la casa encima. A otros los arrastró la crecida violenta de un río. Pero ya no era en Pakistán, ya no eran ríos desbordados en la India, sino en Córdoba, donde hace dos días los termómetros se disputaban el record del calor. En Córdoba, a doscientos kilómetros del mar en calma, de turistas bronceados, de helados de vainilla y noches de estrellas.

Nada produce más desazón que el desorden de la naturaleza porque nos hemos acostumbrados al orden meticuloso de las estaciones del año; miramos al cielo como a una estantería bien ordenada, el frío y las lluvias pertenecen al invierno igual que los jazmines sólo perfuman el verano; las hojas doradas se caen de los árboles en otoño para que en primera se cierre el círculo con los primeros brotes verdes. Caminamos en círculo por las estaciones del año porque siempre buscamos la certeza de volver a empezar. Cuando esa lógica se rompe, como anoche en Córdoba, no son las inundaciones las que nos sorprenden, las que nos angustian, sino la incertidumbre que provoca el ritmo roto del tiempo natural; el desasosiego de los ritos alterados. El barro esparcido por el zaguán de las casas no le pertenecía a este verano, los muros derrumbados y los ríos desbordados no le pertenecían a este calor, a este aire sahariano. Esas muertes de Córdoba no pertenecen al verano, por eso el desconcierto.

Decían los griegos que lo primero fue el caos, que la naturaleza era una masa informe llamada Caos porque el frío y el calor, la sequía y la humedad, los mares y las playas, los ríos y las riberas se confundían y chocaban continuamente. Hasta que llegó un dios, una voluntad omnipresente, para ordenarlos. Desde los griegos hasta hoy mismo, nos cansamos de todo menos de intentar comprender que es la naturaleza la que domina el mundo, que sólo ella es capaz de dominar el Caos.

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16 agosto 2010

Privilegiados



Hace tres años, dos periodistas publicaron en Italia un libro de impacto, dentro y fuera de aquel país. La Casta, se llama. En poco tiempo se convirtió en el ensayo más vendido de la historia de Italia, con más de un millón de ejemplares, y el éxito traspasó las fronteras en cuanto en los demás países se comenzó a comprobar que, en realidad, lo que sucedía en Italia, el deterioro impresionante de la política, no era sino un anticipo de lo que ocurrirá, antes o después, en muchas democracias occidentales. Si el ensayo de los periodistas italianos era «la caricatura obesa e ingorda della politica», cuando se repasaban los ejemplos de aquel despilfarro se comprendía de inmediato que no se trataba del mal de la política italiana sino que la obesidad y la codicia eran, en gran medida, los males de la política europea. Los ejemplos del despilfarro de la política, de los sueldos de la política, de los privilegios de la política, del crecimiento imparable de la burocracia política, de la corrupción de la política, no son exclusivos de Italia; en todo caso se muestran como exponente del deterioro máximo al que se puede llegar si no se reforma profundamente el sistema.

Entonces, hace tres años, fueron muchos los que en Italia incidieron en la urgencia de «una reforma del sistema» que «quizá llegue a tiempo para salvar las instituciones del colapso y para evitar que la antipolítica se convierta en el sentimiento dominante». Pero como en Italia lo que ha sucedido ha sido lo contrario, que en vez de reformas del sistema el ‘césar Berlusconi’, como le llaman, ha impulsado reformas para intentar blindar la podredumbre del sistema, se ha llegado al punto de que, hace unos días, algunos intelectuales italianos de la talla de Giovanni Sartori afirmaban que el país está viviendo «el peor periodo de nuestra historia». «Hemos batido todos los récords y estamos en un nivel de degradación sin precedentes».

Repasemos otra vez las grandes palabras del deterioro de la política italiana para haber llegado a la situación límite que nos describen: despilfarro, privilegios, corrupción e ineficacia de las instituciones para resolver los problemas de los ciudadanos. Y a partir de ahí, como si se engarzaran a las anteriores en un círculo vicioso, degradación de la política, crisis de credibilidad y desconfianza generalizada de los ciudadanos. ¿De verdad que estamos tan lejos de esa situación? En la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas, la que hemos conocido a principios de agosto, la desconfianza de la política ha batido un nuevo récord: sólo la crisis económica y el paro preocupan más a los españoles que la clase política. Casi una cuarta parte de los ciudadanos españoles considera que la política es uno de sus principales problemas; dicho de otra forma, que sin la política todo iría mejor. Sólo un cínico o un insensato puede ignorar el riesgo de ese dictamen público.

Sí, ése es el panorama, pero nos equivocamos si la consecuencia es la desconfianza de la política porque ésas son piedras contra el tejado de los ciudadanos. No, la consecuencia tiene que ser lo contrario: una exigencia cada vez mayor a la política. No hay que dejar pasar ni una. Por eso, que haya un vicepresidente, como Chaves, que tenga a su servicio a la policía para trasladarle el correo privado no podemos tomarlo nunca como un detalle baladí. Porque la Policía tiene que estar para otra cosa y porque Chaves gana lo suficiente para contratar a un asistente en Sevilla que se encargue de esos menesteres. Ni casta ni privilegios, política.

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Confesión



«Si te llamo es para decirte que he bajado los brazos: no puedo más. Todo esto me asquea, porque todo es mentira, pura hipocresía. Quizá pienses, cuando te lo cuente, que sólo es una anécdota; nada relevante para sacar conclusiones apocalípticas... Es verdad, puedes pensarlo porque la historia es, en realidad, insignificante. Sólo que, como otras historias que tampoco llenan periódicos, debajo hay alguien que sufre, que siente. Y como es mi partido, como es en lo que creo, y además conozco al personal, por eso me desborda».

«La noticia quizá te pasó inadvertida. Fue la detención de un concejal de IU en un pueblo de Sevilla, en Martín de la Jara, por pegar a su hija. Para más inri, es concejal de Seguridad Ciudadana. Por lo que he sabido, todo sucede porque una vecina del concejal, harta de oír gritos o llantos, llama al novio de la hija de ese concejal y le cuenta lo que pasa. Eran cerca de las doce de la noche. El novio llama, a su vez, a la Guardia Civil, denuncia los hechos y, en poco tiempo, los agentes se personan en el domicilio del concejal. Comprueban la denuncia, detienen al concejal y lo llevan al cuartel. La hija va al hospital y la atienden de lesiones leves en la cara. Cuando presta declaración, el juez deja en libertad al concejal agresor pero le imputa un delito de maltrato familiar, que, según la gravedad que se determine, puede aparejar desde seis meses a tres años de cárcel».

«Bueno, hasta ahí los hechos. Como el asunto está sub iudice ya veremos qué dice la Justicia, si el concejal es inocente o es culpable. Lo que me indigna es la reacción política. En cuanto se enteró de la noticia, el alcalde de IU lo primero que hizo fue quitarle importancia: ‘Es un hecho puntual y el concejal cuenta con todo nuestro apoyo’. Puedes pensar que qué va a decir el alcalde, sino respaldar a su concejal. Vale, démoslo por normal, aunque yo no entienda esa normalidad. Pero vamos a lo que dijo Diego Valderas, que es el coordinador regional y al que, por lo menos, se le debería de exigir cierta distancia. Pues mira lo que dijo: ‘Fue un manotazo equivocado, accidental y no deseado. Ha sido un hecho desgraciado y puntual’. ¡Coño, un manotazo equivocado! ¿No les da por pensar que a lo mejor no es así? ¿Y la víctima? ¿Tú crees que la vecina va a llamar al novio a las once de la noche si fuera así?»

«Mira, la catadura moral, los principios y las creencias no se miden por toneladas, muchas veces se expresan en detalles insignificantes. ¿Hubiera sido la misma la reacción de la dirección de Izquierda Unida si no estuvieran cerca las elecciones? ¿Hubiera sido igual si el SOC no tuviera un peso decisivo en la dirección de Izquierda Unida? Yo ya me he respondido a las preguntas; por eso te digo que me asquea. Son los míos, y me asquea. A partir de ese incidente de Martín de la Jara, traza una raya hacia todo lo demás… Primero el partido, el poder, y después nada. Por interés, se despedaza al contrario; por interés se silencia lo que sea. La política no puede ser esto. Y resulta que esto es lo que hay».

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12 agosto 2010

Ramadán



Bienvenidos al Ramadán, musulmanes que vivís en Andalucía. Ya ha recordado la Junta Islámica, y lo repetirán estos días los imanes de todas las mezquitas, que este es un mes de recogimiento e introspección, un mes que se oculta del sol, que convierte la luz en señal de ayuno y de abstinencia, ni comida ni sexo mientras haya luz del día. Es un mes de sacrificio, sí, y los musulmanes saben bien que el sacrificio, además de acercar al hombre con dios, fortalece el espíritu, robustece el carácter, acentúa el dominio de uno mismo. Todo eso os lo dirán, lo recordarán. Y es tan intenso el esfuerzo y tan repetida la oración que quizá ningún imán, ningún presidente de ninguna asociación islámica, repare en un detalle tonto, casi banal: Fijaros, musulmanes que vivís en Andalucía, que nadie aquí interfiere el Ramadán. Ninguna protesta de ninguna asociación vecinal, ningún vandalismo promovido por ningún grupo religioso, ninguna prohibición institucional, ninguna campaña en los medios de comunicación. Nada. Fijaros, musulmanes, en este detalle bobo porque esta nadería sólo ocurre aquí, en las democracias occidentales en las que la religión ha aceptado desde hace siglos el laicismo del Estado.

Es tan importante el matiz que, si reparáis en él, comprobaréis cuanto engaño se esconde en los discursos etéreos sobre la alianza de civilizaciones. Veréis que no hace falta esperar ni aplazar ningún derecho, que la alianza de civilizaciones es ésta que disfrutáis; la de un país en el que los gobiernos y la gente acepta la normalidad de que dos millones de ciudadanos practiquen el Ramadán en un país mayoritariamente católico. Comprenderéis, musulmanes que vivís en Andalucía, que no hay muchas civilizaciones, que existen muchas culturas, muchas costumbres, muchas religiones, pero que civilización sólo existe una, y ésa es la misma para todos los hombres y mujeres del mundo porque es la defiende la libertad y la igualdad de todos. Sin discriminaciones ni vetos, ni hombres ni mujeres. Ciudadanos que defienden sus derechos y cumplen con sus obligaciones. Durante la reflexión del ayuno, reparad musulmanes en este detalle tonto, que vuestro Ramadán sea posible en España porque los ciudadanos saben que ningún ciudadano debe ser discriminado por razón de sexo, de raza o de religión. Y eso es así porque los derechos y los deberes de los ciudadanos civilizados no los establece ninguna religión.

Quienes os hablan de conflicto de civilizaciones o de guerra de civilizaciones no han reparado en lo que ocurre estos días de Ramadán, esta normalidad en la que nadie repara; la evidencia de que dos religiones pueden coexistir pacíficamente, tolerándose o incluso ignorándose, porque lo fundamental es que exista, por encima de todos ellos, un Estado que garantice la libertad de culto, un Estado sin religión de Estado. Todo eso, la guerra de religiones, pertenece al pasado, y es verdad que durante mil años cristianismo e islam se embarcaron en esas guerras. Pero hace ya muchos siglos, desde el siglo XVII, que el cristianismo abandonó la civilización teocrática, que es la que se mantiene en el islam.

Bienvenidos, al Ramadán, musulmanes que vivís en Andalucía, y meditad sobre el detalle tonto de que si doscientos mil cristianos, o dos millones, que es la cifra de creyentes del Islam en España, quisieran celebrar su Semana Santa en los países árabes no tendrían la misma suerte que vosotros.


Foto: Jesús G. Hinchado

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11 agosto 2010

Ternura en los ojos



La ternura es el último refugio de un hombre bueno cuando sabe que lo van a asesinar. Conté una vez el caso del maestro de un pueblo de Granada, arrastrado, como muchos otros, por la oleada fascista del julio infame de hace 74 años. Aquel buen hombre, maestro de un colegio que quizá coqueteó con la política o le habló a sus alumnos de las clases obreras, de la igualdad y de la libertad, lo detuvieron y lo llevaron al cuartel para fusilarlo. Los pocos días que estuvo detenido, los pasó el hombre mirando al patio del cuartel desde una pequeña ventanita de la celda en la que estaba. Observó que, cada mañana, los hijos de los guardias civiles salían al patio a jugar, ajenos al trasiego de desfiles y cuerdas de presos, de noticias de la guerra y rumores del frente. Una madrugada lo despertaron para llevarlo al paredón. Antes de vendarle los ojos, le preguntaron que si tenía alguna última voluntad y el maestro contestó de inmediato: «sí, quiero hablar con el coronel». Llegó un sargento, el comandante de puesto. «Dígame, yo soy la máxima autoridad», le contestó, molesto con el incordio de que lo hubieran despertado a las seis de la mañana. «Ah, muchas gracias», dijo el maestro. «Mire, lo que quería decirle es que cada mañana, los niños salen al patio a jugar. Y tienen ustedes la costumbre de colocar los fusiles, apilados, en el centro del patio, la culata en la tierra y los cañones hacia arriba. Los niños están jugando a la pelota o al escondite, pasan corriendo al lado de los fusiles y cualquier día, mire usted, va a ocurrir una desgracia…»

Ese instante final de ternura de un hombre al que van a fusilar es tan demoledor, que desde que me lo contaron la primera vez siempre lo relaciono con la única lección positiva que tendría que haber retenido el pueblo español de la trágica Guerra Civil: que cada vez que se enciendan los odios, cada vez que se desborden las pasiones, cada vez que se enconen los enfrentamientos, cada vez que se envenenen los agravios «que pensemos en los muertos y escuchemos su lección», como dejó dicho Azaña en su último discurso, dirigido ya a las generaciones venideras de españoles.

Una madrugada como ésta que ha pasado, la del 10 al 11 de agosto de 1936, a Blas Infante se lo llevaron al kilómetro 4 de la carretera de Carmona, a las afueras de Sevilla, para fusilarlo. Me importa menos que Blas Infante fuera andalucista, que sea considerado ‘padre de la patria andaluza’, que su mirada de aquella noche. Me importan menos sus errores y sus aciertos, sus ilusiones y sus desvaríos, que el ejemplo de un hombre que muere por sus ideas. De Blas Infante me importa la lección de su muerte porque de ese escarmiento nace la libertad de un pueblo y la tolerancia al que piensa distinto. A Blas Infante no hay más que verlo en las fotografías, con sus gafitas redondas, para imaginar que, como el maestro de Granada, antes de gritar ‘viva Andalucía libre’, se dirigió a sus verdugos: «Mire, yo soy nacionalista, pero les veo a ustedes pelearse tanto en España, que cualquier día va a ocurrir una desgracia».

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09 agosto 2010

Simetrías



Pulula por internet una interesante conferencia del profesor Marcus du Satoy, matemático de Oxford y escritor de éxito, en la que, para explicar el lenguaje oculto de la simetría, rescata una cita imponente de un texto japonés del siglo XIV, los «ensayos en ociosidad». Dice así: «En todo, la uniformidad es indeseable. Dejar algo incompleto lo hace interesante, y le da a uno la impresión de que hay espacio para el crecimiento». La cita, casi un tratado filosófico, la ilustra el profesor Marcus du Satoy en su conferencia con una fotografía de los templos de Nikko, en Japón. En la fachada, el arquitecto dispuso ocho columnas enormes, que componían una simetría perfecta. Lo más llamativo de aquella obra colosal es que de esas columnas idénticas, siete estaban colocadas en una posición y la octava, al revés. ¿Un despiste fatal de los arquitectos? ¿Un error de los obreros? Nada de eso; siguiendo la filosofía anterior los arquitectos dispusieron de forma deliberada que una columna estuviera al revés para producir la sensación anterior de algo inacabado, incompleto, vivo.

Du Satoy, que tiene el encanto irresistible de los científicos puros que dominan la oratoria y la comunicación de masas, sostiene que «la simetría está en todo lo que miramos». De todos los campos en los que, a su juicio, está presente la simetría, es curioso que nunca se refiera a la política y sí a otros muchos, desde la música hasta la psicología, pasando lógicamente por el arte. Digo que es curioso porque también en la política existe una búsqueda persistente de la simetría, de la uniformidad. ¿Qué son los partidos políticos sino estructuras simétricas? Cuando la simetría se mira desde el punto de vista del arte, se observa que la perfección se encuentra precisamente en esa uniformidad: un objeto simétrico nos parece más bello, quizá porque transmite perfección y serenidad. De la misma forma, cuando la simetría se mira desde el punto de vista político se observa que lo que le aporta la uniformidad a una organización política son siempre valores positivos, muy valorados por la sociedad, como la coherencia, la unión, la disciplina, la organización. Nadie confía en un partido que transmita lo contrario, voces enfrentadas, discursos contradictorios, militantes indisciplinados…

Sí, es así, claro, pero se nos olvida una cosa: la democracia no puede ser simétrica; la simetría sería más bien propia de regímenes totalitarios. ¿Qué ocurre, entonces? Quizá la respuesta está en el texto japonés que se citaba antes. Se trata de comprender que, incluso cuando sabemos que la eficacia de la política está en la simetría, la verdadera perfección sólo se alcanza cuando se deja un espacio abierto para la discrepancia, para el debate, para la disidencia. Ésa es la democracia. Y por eso los espectáculos que estamos viendo estos días en el PSOE con la elección de candidatos son contrarios al sentido democrático. Lo ocurrido en Lepe, por ejemplo, donde la ejecutiva federal ha expulsado a 132 de los 135 militantes del partido porque defendían a un candidato distinto al que quería imponer el aparato. Esa barbaridad no está muy lejana de la de Madrid, porque allí, de la misma forma, la ejecutiva federal de Zapatero no se limita a defender a la persona que considera más apropiada para las elecciones, que es legítimo, sino que lo que exige es que se retiren todos los que tengan la misma ambición. Como en Málaga o en Almería, donde la intervención del aparato ha sido para laminar cualquier petición de primarias.

En una democracia, los partidos políticos son un mal necesario. Como tal hay que asumirlos y aceptarlos, incluso con su déficit de democracia interna. Pero sólo hasta ese punto. Con otro paso más, el político se instala en la tiranía. Si la democracia tuviera un templo, también habría una columna del revés. Y ése sería el símbolo de la libertad.

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06 agosto 2010

¿Reciclar yo?



«¿Reciclar? ¿Reciclar? ¿Que yo recicle? Vamos a ver, va a reciclar tu puñetera madre». Después de eso se hizo un silencio. La voz tronó en la terraza de verano en la que estábamos acabando de cenar. Entre los principios de Murphy, no se incluye (y debería incluirse) la máxima muy contrastada de que la frase inoportuna que se menciona en una reunión ruidosa coincide con un momento inesperado de silencio de los asistentes. De modo que la boutade de mi amigo coincidió justo en ese vacío: todos se quedaron mirando nuestra mesa. Y no es cierto que cuando, rojo de vergüenza, proclamas «¡Tierra, trágame!», venga a salvarte ninguna fuerza aliada de la naturaleza. No.

Todo había comenzado apaciblemente. En los entremeses, él sostenía, con cierta razón, que cada día aparecen nuevos argumentos para la rebelión civil en la política. «Y conviene aprovecharlos», decía, «porque sabemos que la democracia tiene que alimentarse cada día, no cada cuatro años cuando llegan las elecciones y en los colegios electorales se ponen en cola ancianos, raperos, monjas y catedráticos. No: además de las urnas, la democracia necesita la crítica diaria de los ciudadanos y, en ocasiones, hasta la rebeldía social. El plante: ‘No me da la gana’. La cantinela del reciclaje, por ejemplo, es perfecta: ‘¿Reciclaje? No, gracias’».

No sabemos hasta dónde ha calado en la sociedad el pensamiento políticamente correcto hasta que, en una reunión de amigos, se plantea el asunto, aparentemente intrascendente, de cómo tira cada uno la basura. Este asunto, vamos a ver, se ha convertido en un elemento de confrontación social. Los hay que bajan en el ascensor con un catálogo de bolsas clasificadas, la del plástico, la de los residuos sólidos, la del papel y la del cristal. Cada una a su contenedor específico. Mi amigo, parece claro, no es de ésos. Es lo contrario, pero no por dejadez o incultura, no por falta de conciencia medioambiental o salvajismo. No. Lo hace porque piensa que le están tomando el pelo. «¿Reciclar? Joder con los timos sostenibles... Para empezar, seleccionar los residuos no es reciclar: es colaborar con las empresas de reciclaje que, supuestamente, recibirán esos residuos ya clasificados y los reciclarán para otro uso. Pero eso, no nos engañemos, es un negocio. Porque el reciclaje, además de un beneficio para el medio ambiente, es un negocio, ¿o no? Con lo cual, si estoy colaborando con un negocio, lo único que exijo es que resulte beneficioso. El día que mi ayuntamiento se comprometa a bajar las tasas de basura a aquellos vecinos que clasifiquen las basuras, yo seré el primero en seleccionar los residuos. Hasta entonces, no estoy dispuesto a que me cuelen la moralina de la sostenibilidad y a que, entre tanto, con mi dinero sigan engordando la burocracia política».

«Nos toman el pelo, ¿no os dais cuenta?» Lo que nadie observó es cómo, a la vecina de mesa, le iban subiendo los colores. «Mire, perdone, llevo toda la cena aguantando: yo lo que creo es que es usted un inconsciente. Y un descarado, porque somos muchos los que reciclamos para que usted, encima, venga a ahora a reírse de todos...» No hizo falta mucho más porque el final, la traca, estaba dispuesta con el silencio colectivo y la frase de antes: «¡Tu puñetera madre!» La sociedad, sí, se ha dividido sin saberlo: ¿Cómo tira usted la basura?, ¿usted recicla? Yo, como pueden imaginar, me apunto a la rebelión.

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05 agosto 2010

Vértice



Puede ser una pesadilla, o quizá una obsesión que habla del destino de las cosas, de las vidas. Imaginemos dos calles que transcurren en ángulo recto hasta la esquina. En cada una de esas calles, camina apaciblemente una persona sin saber que, con cada paso que va dando, avanza hacia el encontronazo fortuito con la persona que, al mismo tiempo, transita por la otra calle. Imaginemos que ese encontronazo cambiará su vida. Si mientras camina, alguien o algo distrae la atención de una de esas personas, se detendrá un momento y, con esa decisión, habrá evitado el encontronazo que iba a cambiar su vida. El destino está en el vértice de esas calles, la pesadilla es saber que somos nosotros los que caminamos por las aceras sin saber qué sucede al otro lado, en la otra calle. Sin saber qué ocurrirá en la esquina.

El triángulo es la representación geométrica de la tragedia, la superficie sobre la que se edifica la fatalidad. En cada accidente, en cada desgracia, analizamos la cuenta atrás y, al desplegarla sobre la mesa como una secuencia, observamos aterrados la mortal ignorancia con la que las víctimas se encaminaban despreocupadas, a veces felices, hacia su propia muerte. El vértice es, en esa secuencia, la confluencia de todos los factores que acaban provocando la catástrofe.

Sin demasiados datos sobre el origen de la explosión de Huelva, que el miércoles segó la vida de dos personas y dejó gravemente heridos a otros dos obreros, el relato ya describe esa concatenación fatal, los peldaños negros del destino: una chispa prende una fuga de crudo ocasionada por el accidente de un camión y provoca una gran explosión en los combustibles almacenados. Sólo hay que imaginar el ambiente de la fábrica, cinco minutos antes de al explosión, para sentir el vértigo de antes, los pasos decididos con los que los obreros charlaban de sus vacaciones, de la dureza del turno de mañana con el calor asfixiante de agosto, del fin de semana en la playa... Caminan por la acera y al llegar a la esquina, alguien conecta el interruptor que, por una mala conexión, provoca la chispa que hace saltar un tanque de gasóleo por los aires. Ese vértice es la tragedia, la desolación. Punto y final a la secuencia.

Lorca contaba al piano la antigua leyenda del criado de un sultán de Marraquech que, cuando paseaba por la Medina, se encontró con la muerte. Corrió al lado de su amo y le contó espantado lo que le había sucedido; cómo la muerte se le había quedado mirando fijamente entre el revuelo de puestos y los gritos de los mercaderes. Le pidió un caballo para escapar lejos, quería marcharse a Rabat con los suyos. El amo accedió a sus deseos y le prestó su caballo más veloz. Luego se fue a la Medina para plantarle cara a la muerte. «¿Por qué asustas al mejor de mis criados? Es un gran hombre y ahora está aterrado». «No lo asustaba –respondió la muerte– sólo me sorprendí al verlo en Marraquech porque esta noche tenía una cita con él en Rabat».

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04 agosto 2010

Imperios



Dinos tú, oh divino Séneca, cómo tenemos que interpretar esta visita; tú que has hablado con el oráculo, tú que naciste en estas tierras y que has dejado esparcida tu memoria y tu actitud ante la vida. Tu nombre, oh venerado Séneca, no se lo han llevado los tiempos ni el olvido, no se ha perdido en la memoria; sigue aquí en la Bética, donde naciste. Por eso, sólo tú que ahora miras a los ojos del destino como antes, en tu vida, mirabas a los ojos de la naturaleza humana; sólo tú puedes interpretarnos esta visita de hoy. Debes saber, amable Séneca, que en otros tiempos el sólo anuncio de la visita ya hubiera sido motivo de escándalo, o de inquietud entre los más supersticiosos y, acaso, entre los más religiosos también. A todos esos, maestros de la incultura y la superchería, les bastaría con saber que quien hoy llega a Marbella es ‘la dama negra de la Casa Blanca’ para propagar la estela de una maldición o de algún mal augurio. Por fortuna, los tiempos ya son otros y Michelle Obama llega hoy con sus hijas a Marbella rodeada de expectación, casi devoción.

Fíjate, apacible Séneca, que en esto no hay cambio alguno en los dos mil años que han transcurrido desde tu nacimiento; a cualquier emperador romano que hubiera visitado estas tierras no lo hubieran colmado de lujos mayores de los que se encontrará la primera dama americana cuando llegue a Marbella. Sabes de sobra que hay aspectos de la naturaleza humana que no van a cambiar por muchos siglos que pasen, por mucho que las civilizaciones se reduzcan a polvo de los caminos. Los Obama son hoy, dilecto Séneca, los emperadores del nuevo mundo. Te estremecerías si supieras que los Obama se van a hospedar en un hotel con el aire de una lujosa villa romana. Todo cuanto se ha diseñado, se ha hecho pensando en Roma; los salones y los jardines, las fuentes y los estucados, los laureles y el anfiteatro, los patios de columnas y los baños públicos. Al ver a Michelle Obama en las termas perfumadas, rodeadas de estatuas de mármol, será inevitable contemplarla como una diosa negra.

Sí, recordado Séneca, cuando el presidente de Estados Unidos llega a un país como España, ya no existe otra noticia. Todo el mundo se pone en pie, hasta el presidente español, aquel que un día se quedó sentado al paso de la bandera. Nadie más que Zapatero habrá aprendido del imperio. Fíjate Séneca, tú que siempre fuiste tan prudente, que el presidente español pensaba que podría tratar de tú al presidente americano y ya ves lo que le ha ocurrido, este invierno le dejó plantado en una cumbre planetaria y ahora, sin embargo, manda a su señora y a sus hijas a la playa a Marbella.

Dinos tú, oh Séneca, tú que nos advertiste de la brevedad de la vida, que desdeñaste los placeres que corrompieran la serenidad del alma, dinos tú, ansiado Séneca, si nos hemos pasado de catetos con la visita de los Obama o si, por el contrario, es de humanos retener a lo largo de los siglos la algarabía imperturbable con la que el césar quería ser recibido en la tierra conquistada.

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03 agosto 2010

Espejismo



No fue un sueño porque lo vivimos, lo sufrimos. No fue un espejismo porque lo sentimos, porque lo ansiamos. No fue un accidente porque vivimos cada instante, paladeamos cada momento. No, no, aquello ocurrió realmente y nosotros estábamos allí, éramos los únicos protagonistas cuando todo se desbordó. Y ahora no se nos puede olvidar.

Fue cuando España jugaba el Mundial de fútbol, aunque nos parezca que hace mucho tiempo y que todo se ha desvanecido ya. Fue cuando vimos que algo extraordinario, inusitado, se desparramaba por las calles de todos los pueblos, por las avenidas de todas las ciudades. Fue cuando nos dejamos llevar por aquella marea de fútbol que nos descubrió España como un sentimiento, como una pasión.

Estaba oculta, olvidada, y el fútbol la desempolvó, la rescató. España sólo existía como referencia de frustraciones, de pérdidas, de desunión. España como problema y como fracaso, una herencia de brasas ardientes sobre la que caminamos desde hace ya demasiado tiempo; quizá desde que se desvaneció el imperio español y el pesimismo lo inundó todo; quizá desde que la dictadura se apoderó de su nombre y su bandera. España como anacronismo, como una historia de aguas pasadas que ya no mueven ningún sentimiento ni solucionan ningún futuro. Tan doloroso llegamos a verlo que desde la Transición ya se instaló entre nosotros el eufemismo de «este país», como un sinónimo de corrección para no tener que hablar de España. Nunca hasta aquellos días de fútbol y de euforia colectiva se había oído cantar en todas las ciudades «soy español, español, español».

Sí, todo aquello lo vivimos, lo sentimos, pero otra vez se ha levantado una espesa polvareda de ruido que no nos deja mirar atrás. Ya no hay banderas que ondean ni sonrisas pintadas de rojo sino grupos enfrentados, iracundos, como el otro domingo el Barcelona, como el otro domingo en las plazas de toros de toda España. Otra vez vuelven los enfrentamientos, otra vez España se mira al precipicio de la desunión. ‘No hay fiesta nacional posible porque no hay nación’, parecen decir. Pero, ¿de verdad es esa la realidad? No, no te dejes engañar. Lo único que ha ocurrido es que, otra vez, los micrófonos se han alejado de la calle, otra vez las imágenes se han apartado de los balcones. No son esas las voces de la gente, ni son esas las preocupaciones de la gente. La confrontación no está en la gente de España. De hecho, en toda la polémica catalana de los toros lo único que ha faltado es la voz de los ciudadanos; una mera consulta en referéndum hubiera reflejado la lógica que se impone en la calle: existe una mayoría de ciudadanos, en Cataluña y fuera de Cataluña, que no se considera aficionada a los toros pero no los prohibiría. La mayoría cegata y tramposa que se ha pactado en el Parlament para prohibir los toros no está en la calle. Este nuevo ‘despotismo parlamentario’, que prohibe los toros como se hacía en el despotismo ilustrado, ha ocupado otra vez el centro del debate; pero no te dejes engañar, ésa no es la realidad.

Ocurrió, sí, ocurrió. Y sigue ahí. Recuérdalo estos días, cuando pases por las calles que aún conservan banderas en los balcones, ya deshilachadas por el viento, descoloridas por el sol. Recuerda que no fue un espejismo. No era sólo fútbol, era España. Y la realidad pervive, aunque no ya no la veamos en los telediarios.

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02 agosto 2010

Desesparados



Mira a ese hombre que camina por la acera. ¿Qué encuentras de raro en él? No es su forma de andar, aunque ya ves que va caminando cabizbajo; camina lento, mira hacia el suelo y golpea de un puntapié certero los cigarrillos y las bolas de papel que encuentra tirados en la acera y los arroja al asfalto. Tampoco podemos considerar extraordinario que lleve la camisa desabrochada, con la barriga al aire, porque son más de cuarenta grados los que derriten cada día la ciudad y ya sabes cómo van los más jóvenes, unos piratas con chanclas y dos o tres tatuajes chinos que hacen las veces de camisa. No, si te fijas, lo que sorprende de ese hombre que camina por la acera es su aspecto antiguo. Mira bien, porque esa es una de las estampas de tu infancia, cuando los hombres y las mujeres se sentaban en el portal de sus casas de vecinos, cada noche de verano, para esperar en la misma puerta, ni siquiera en el zaguán, la llegada de una brisa, de un soplo, de algún consuelo de aire fresco. Se sentaban, con sillas de anea, hasta la madrugada, y siempre había tipos como éste que camina por la acera, con la camisa blanca desabrochada, un pantalón celeste de mil rayas y unos zapatos de rejilla. La correa atada por debajo de la barriga deja al aire el borde de los calzones blancos que llegan hasta el muslo. Sí, es eso, sí; eso es lo que sorprende de ese hombre que camina cabizbajo por la acera, que parece fuera de la realidad, fuera de contexto; que no pertenece al cuadro que se dibuja en esta mañana de agosto en una calle cualquiera mientras tú estás detenido en un semáforo.

Debe frisar los sesenta años y, por su aspecto, tiene el aire olvidado de un tiempo que se fue, de un tiempo caducado; no es un enfermo mental, ese hombre se ha encontrado así de repente, fuera de la historia, fuera de su vida, como expulsado violentamente del carrusel en el que viajaba con toda su familia. Era una vida ordenada, tradicional, sin sobresaltos. Tan anclado estaba a la tradición que desde joven le ha gustado aparentar más años de los que tenía; por eso hizo gala de vestir siempre como su padre, como sus abuelos. Por eso, su vida era el trabajo en la fábrica, la cerveza con los amigos y el almuerzo con la parienta; los domingos para el Betis y los veranos para Rota. «Como toda la vida de Dios». Ha repetido tantas veces esa frase que, si no le pareciera un exceso, una ofensa a la tradición, casi un pecado, podrían ponerla incluso de epitafio en su tumba cuando le llegue el día.

Lo que le ha ocurrido a este hombre que camina por las aceras, perdido en el tiempo, fuera de su vida de siempre, es que lo único que no estaba en el guión era que un día se quedaría sin trabajo y sin posibilidad de conseguir ninguno más. Ni chapuces siquiera. Su vida tradicional comenzaba todos los días con la revisión del alpiste del canario antes de sacarlo a la terraza, el café en el bar con los amigos y los buenos días a la secretaria jovencita de la oficina de la fábrica en la que trabajaba. Se acabó. Mira bien; este hombre es sólo uno de los dos millones de parados que hay en España que lleva ya más de un año sin empleo. Desesperados, desesparados. Dicen los periódicos que siete de cada diez nuevos desempleados son andaluces; que estamos en verano, en plena temporada turística, que es la principal industria de Andalucía, y el paro roza el 28 por ciento. Por eso camina por las aceras, y patea las colillas, porque este año no hay Rota. Y lleva la barriga al aire, vagando por las calles, porque le consuela pensar que eso es lo que ha hecho toda su vida cuando llega agosto; pasear con el Marca bajo el brazo, camino del chiringuito.



Foto: http://www.flickr.com/photos/mholm/

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