Badún, badero
Entre los misterios insondables de la sociedad de masas se encuentra la impresionante facilidad y la increíble rapidez con la que se transmiten las expresiones, modas o costumbres de cada tiempo, sobre todo entre los adolescentes. De repente, un día, millones de niños de un país deciden que estar ‘empanados’ o ‘en la parra’ es el adjetivo que se aplica a quienes parecen alelados, embobados, absortos.
Podemos comprender que se generalicen las modas, que los vaqueros, cíclicamente, acaben en tubo o en campana, que se multipliquen los piercing como puntos cardinales en el mapa de tu cuerpo, que vuelva el flequillo de los Beatles o que el pañuelo palestino compita con los tangas en los tenderetes de todos los mercadillos de gitanos, todo eso se explica, sí, porque la moda se propaga a través de la música, de la televisión, del cine… pero, cómo se propaga la jerga infantil y adolescente.
«Papá, mi hermana está en la parra», te dicen un día mientras almuerzas con unos amigos y nadie se explica porqué Babia se ha llenado de uvas. ¿Cómo se llega a esa metáfora y, sobre todo, cómo es posible que un niño de siete u ocho años vuelva del cole quejándose de su amigo, que está empanado, y que la misma expresión se utilice a miles de kilómetros?
No, no existe una explicación lógica cuando se trata de expresiones así, que se propagan con extraordinaria facilidad sin aparecer en los dibujos animados, en los spots publicitarios o en las películas de piratas y magos. Por eso, no sería descabellado establecer que, al margen de las técnicas habituales de difusión y propaganda en una sociedad de consumo, existe un vínculo invisible de unión entre las gentes, un potente mecanismo de comunicación y entendimiento transversal capaz de imponer palabras y hasta de conformar estados de opinión uniformes.
Además, siempre ha ocurrido así, no tiene nada que ver con las nuevas tecnologías o con el Internet. Seguro que muchos se habrán sorprendido estos días con un anuncio de televisión, de una casa de seguros o similar, en el que se emplea una cancioncilla, el badún, badero, que, de pequeños, hace más de treinta años, todos cantábamos en el colegio. El badún, badero, ya saben, aquellas canciones de autobús que comenzaban diciendo «cuando yo era pequeñito», seguían con la descripción de una tarea trivial, o absurda, «cuando yo era pequeñito, me bañaba en una olla…», y remataba la canción con alguna palabra que pudiera rimar con olla... Y luego, el badabadún, badún, badúnbadero... Al oírlo ahora, en un anuncio publicitario, el sobresalto no es de nostalgia, sino por la sorpresa de comprobar tantos años después que aquella nadería no era propia del colegio, del barrio o de la ciudad de cada cual, sino que toda España se divertía cantando la misma tontería.
El badún badero, como ahora la parra. Pero, dónde surge, quién lo transmite, quién logra ser tan eficaz. A veces, me gusta pensar que existe una comunicación invisible que nos atraviesa como sociedad, que nos une sin saberlo. Pensar que, en realidad, la sociedad es imprevisible, que no todo se puede controlar, que no todas las reacciones nacen de un estímulo predeterminado. Que la sociedad está viva, se mueve, aunque parezca un elefante dormido, tumbado al sol. De una de éstas, España amanece distinta.
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