El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

24 diciembre 2010

Probablemente



Probablemente llegarán tiempos peores. La crisis nos hará bracear sin descanso en el fondo antes de ver la superficie y habrá colas de hombres y mujeres en las aceras de cualquier oficina de empleo, espantando el frío con el abrigo que tantas veces les llevó a la oficina, con las botas reforzadas que pisaban la siderurgia o la obra. Probablemente un día, al llegar al trabajo, nos crucemos con algún compañero que se le acaba el contrato. Y en el bar encontraremos a un vecino desesperado con la hipoteca. Se helarán las cuentas del banco antes de llegar a fin de mes.

Probablemente llegarán más pateras, mujeres con sus bebés en brazos y jóvenes cubiertos con mantas rojas pisarán la orilla del mar. Nos mirarán con los ojos abiertos y desconcertados de una pantera negra perdida en una playa de arena fina. Nos mirarán, les miraremos, y nadie tendrá respuestas. Nacer pobre, nacer rico; nacer en África, nacer en Europa. Nadie lo elige, sólo podemos elegir nuestra forma de ser, el deseo de progresar todos juntos.

Probablemente nos invada la angustia y la desesperación al ver este afán obstinado del hombre por la autodestrucción. Hombres que son lobos de otros hombres. Mujeres maltratadas por sus maridos, menores agresivos que campan chulos por las aceras, gente desquiciada que vaga por las calles con los ojos encharcados en odios inexplicables.

Probablemente llegarán imágenes de atentados sangrientos en alguna mezquita musulmana de Irán o de Afganistán, mujeres enlutadas que sostienen en brazos el cadáver de su marido, de su hermano o de su hijo. Y la barbarie se mezclará con el disparate cuando aquí se confunda el fundamentalismo con la libertad, el burka con la cultura, la desigualdad y la opresión con la religión. Sentiremos otra vez el desasosiego de estar perdiendo esta batalla contra la involución, que es la batalla del nuevo siglo, de esta nueva era.

Probablemente, llegarán días en los que nos sintamos solos en medio de la gente; esa soledad interior que nada tiene que ver con estar acompañado, sino con la incertidumbre, con la incomprensión, con el vacío. Y habrá corazones que se incendien y amores que se apaguen.

Probablemente todo eso llegará, sí. Pero por duros que sean los tiempos que hayan de venir, nada ni nadie arrebatará al hombre su esperanza de un mundo mejor. La esperanza, que es su arma más antigua. La esperanza de encontrarse a sí mismo, la esperanza del esfuerzo, de sus posibilidades de progreso. La esperanza y la humildad que cada año se renuevan en una noche como hoy con las palabras más sencillas: «Y un ángel del Señor se apareció a unos pastores acampados al raso, velando de noche por turno su rebaño: No temáis, porque os anuncio una gran alegría, que será para todo el pueblo. Hoy os ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es el Cristo, que es el Señor. Y ésta es la señal: Hallaréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».

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23 diciembre 2010

La traición



El primer paso del cambio político es la traición. Es este ambiente que rodea estos días a los dirigentes del PP de Andalucía y que ellos reciben entre asombrados y burlones. Es el empresario que antes se ocultaba en llamadas anónimas, el banquero que hacía malabarismos para no aparecer en una foto que pudiera comprometerle, los artistas que nunca tenían la agenda libre para un concierto, los periodistas de corte que propinaban grotescos cortes de manga a la oposición, los catedráticos que siempre rehusaban participar en cualquier jornada, los intelectuales que se alimentaban del silencio y la complacencia. Todos esos que ahora irrumpen en los actos del PP andaluz, en las sobremesas y en las presentaciones, en los corrillos del Parlamento y en las recepciones; todos esos que remueven las brasas para buscar las ascuas que más calientan, esos que son capaces de callar ante los atropellos y aplaudir las injusticias, han comenzado ya a bailarle el agua a los del PP. Es el distanciamiento de un poder decadente, es esa miseria babosa, es esa delación del régimen que los ha mantenido, es esa traición el primer síntoma inequívoco del cambio político.

Sólo cuando esa inercia comienza a producirse, sólo cuando se comienza a oír el chirrido estridente de las estructuras anquilosadas de un régimen, sólo cuando se tambalean los esquemas prefijados del comportamiento de unos y de otros en una situación política tan sectaria como ha sido la andaluza, podemos atestiguar que las encuestas son ciertas y que la proximidad de un cambio político profundo es una certeza que va más allá de la estadística. Y lo que comienza a fraguarse en Andalucía es que, al ritmo que se producen los acontecimientos la mayoría absoluta del PP en las próximas elecciones ha dejado de ser una entelequia, un deseo fantasioso, para convertirse en una hipótesis fundada. Aquello que parece imposible, que un gobierno de derechas alcance la mayoría absoluta en unas elecciones andaluzas, comienza a considerarse porque el deterioro social del PSOE no logra tocar fondo.

Pero es ahora, precisamente, en este tiempo de palmadas en la espalda, cuando se va a comenzar a apreciar también el calado de la propuesta de cambio que ofrece el Partido Popular. Es ahora, en este tiempo de lisonjas nuevas, cuando habrá que estar más pendiente que nunca de los principios y de las propuestas de ese partido político ascendente. Que el cambio político que se precisa aquí no es un mero cambio de gobierno, ni de partido político; el cambio tiene que ser de mentalidad, de hábitos, de prioridades políticas. Un cambio profundo que invierta la inercia de esta autonomía decadente que cierra la cola de casi todas las estadísticas con las que se mide el progreso de una sociedad. El cambio que se precisa aquí es incompatible con el chalaneo y, a la fuerza, conllevará el enfrentamiento crudo con aquellos que han vivido del régimen durante tres décadas y que aspirarán ahora a la renovación de sus privilegios.

«Y aquel príncipe que lo ha fundado todo en promesas, encontrándose falto de otro apoyo, fracasa; porque las amistades que se adquieren con el dinero y no con grandeza y nobleza de ánimo, se compran pero no se tienen, y en los momentos de necesidad no puedes contar con ellas». Son estos días de mudanza, días desnudos, una buena ocasión para releer a Maquiavelo. Que la traición y la lisonja son las golosinas preferidas de incautos y arrogantes.

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20 diciembre 2010

Los otros



Al otro lado de las protestas, se sientan cada mañana cientos de trabajadores en su mesa de despacho, al volante de un coche oficial o de una excavadora, en el tajo de parcelaciones agrarias o quitando matojos de las carreteras; en la otra cara del ‘decretazo’, se despiertan cada mañana varios miles de personas que se indignan cuando oyen que lo suyo es el trabajo de un enchufado. Al otro lado de los foros de Internet, atrapados entre insultos y arengas, presos de una imagen que no les pertenece, se cabrean cada mañana tipos normales, con trabajos normales, que no entienden la ira y el desprecio que ha caído sobre ellos. Al otro lado de las pitadas, caricaturizados en las pancartas, muchos trabajadores de las empresas públicas se indignan cada mañana cuando acuden a trabajar porque ellos saben, sólo ellos, que nadie los ha enchufado, que llevan trabajando muchos años a destajo, con la recompensa de un sueldo muchas veces mileurista, regidos por un convenio que no les otorga más ventaja que la de cualquier trabajador de una empresa privada. Nunca han aprobado unas oposiciones, pero tampoco los ha enchufado nadie. Presentaron un curriculum, los aceptaron y llevan años buscando, con la tenacidad de cualquier otro profesional, que su empresa vaya bien, que salgan las cosas bien. Sólo eso. Y ahora se ven inmersos en el ojo de un huracán de descalificaciones, alanceados por protestas ajenas. Son los otros.

Y dicen: “No, no soy ni funcionario ni laboral, pero tampoco me ha enchufado nadie y lo puedo asegurar y demostrar. Llevo más de 20 años trabajando para la Junta de Andalucía, cobrando del presupuesto público. Al principio me contrató la propia Junta, el IARA, trabajaba tres o cuatro meses al año y al tercer año de contratación, a mí y a un colectivo bastante numeroso, nos pasaron a una empresa pública. Hemos seguido hasta ahora, arañando, año a año, un mes de contratación adicional. Ahora llega esta reestructuración del sector público que tampoco nos supone ninguna panacea, pues seguiremos rigiéndonos por nuestros convenios de origen, nada del otro jueves, pero se atisba algo más de estabilidad laboral o que nuestro próximo convenio se negocie en otro marco de referencia. Qué pasa, ¿que no tenemos derecho a que se afiance nuestra situación después de tantos años de trabajar en servicios públicos? Nosotros no somos culpables de una situación que ha creado la administración. Si los funcionarios de carrera se indignan, con razón, cuando se dice que todos son unos vagos, que no trabajan, que no nos metan en el mismo saco a los trabajadores de las empresas públicas diciendo que todos somos unos enchufados. Porque no es verdad. Porque no es justo”. Estos son los otros.

Fantasmas de la estructura gigante que ha creado un régimen para huir de su incapacidad, de su inmoralidad, de sus chapuzas, de su propio descontrol. Y es verdad, habrá en las empresas públicas andaluzas muchos cientos de trabajadores que nada tienen que ver con el enchufe, pero la última perversidad de ese entramado descomunal que es la administración paralela de la Junta ha sido éste que los coloca como carne de cañón de una reforma indecente, de un atropello a la legalidad. Son los otros. No tienen voz, están atrapados en el traje de otro, del enchufado. Tienen razón y ni siquiera pueden morder la mano de quien los ha metido en este embrollo.

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17 diciembre 2010

Oda al caracol



Oh, caracol que has sido liberado por la mano autonómica. Caracol de la leyenda, caracol de la antigüedad, caracol de la historia, metáfora de poetas y símbolo de fábulas, cuentos y refranes. Oh caracol, víctima inocente de la depredación en salsa, que la mano del poder andaluz te ha depositado suavemente sobre la yerba fresca de la sierra de Gádor para que te bebas de golpe la libertad. Tú caracol, tantas veces menospreciado, tantas veces vilipendiado, eres ahora la envidia de la naturaleza. Y ahí estaban el otro día los titulares de prensa para que el mundo entero se sorprenda con tu historia. “La Junta de Andalucía libera veinte caracoles”. Y el consejero, feliz, con un caracol en la mano; y sus asesores, rampantes, emocionados, al ver cómo el caracol descendía hasta el matojo. Fue un paseo lento, una alfombra silenciosa de babas te acompañaba, la palma de la mano, la muñeca, los dedos y, al final, la libertad. Naciste en cautividad y ahora la Junta te da la libertad.

Oh caracol, espiral serena, buldozer diminuto, caracol de mitologías, superviviente de la naturaleza, ingenio hermafrodita, combinación armoniosa de casa y sexo, ejemplo de pragmatismo para esta Humanidad onanista, siempre enredada en tensiones sexuales. Tú que estás entre los primeros pobladores de la Tierra, tú que has sobrevido a las dinosaurios y a los mamuts, tú que has sorteado serpientes y pájaros, tú que has resistido a las tabernas y a los peroles de agua hirviendo, obtienes ahora la recompensa histórica de un plan con tu nombre, aprobado por la Junta de Andalucía, como un gesto de justicia histórica, sí de memoria histórica también. “Programa de Conservación y Uso Sostenible de los Caracoles Terrestres”. Alégrate, caracol, que ya eres libre y, además, sostenible. Todo un programa financiado con fondos europeos lleva tu nombre. Qué sentirán sino alborozo cuando en Alemania lleguen las noticias de tu liberación. Y en Holanda. O en Francia, qué mejor destino puede tener la solidaridad europea que un plan como el tuyo, que te hace libre y sostenible.

Oh caracol, cofre andante, escultura perpetua, tu modestia es ahora orgullo de raza, triunfo de especie, porque todo un gobierno y su parafernalia ha sabido tomar tu ejemplo, de abnegación, de constancia, para representarse a sí mismo. La lentitud deslizándose sobre un lecho de babas plateadas. Oh caracol, dorado laberinto, hoy nos miramos en todo aquello que representas, aquello por lo que has pasado a la historia, para que te conviertas en estandarte de lo que hemos logrado con este formidable estado de las autonomías. Caracoles liberados, caracoles sostenibles, caracoles con plan, caracoles en la mano de un consejero audaz. Oh cacarol, temblamos con el pálpito de tus antenas, para cantarte, para recitar como trovadores de los caminos, esta oda emocionada. Caracol, eres libre. Cuando te vea en la taza, será imposible contener las lágrimas. Y no será por la guindilla.

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15 diciembre 2010

Perro o gato


La cuestión es elemental. Cuando uno va de caza, se lleva el perro, pero si no tiene perro y tiene un gato, se lleva el gato a la cacería. Otra vez ha sido Mourinho, sin pretenderlo, quien mejor ha sabido definir el debate interno que se vive sobre el liderazgo del PSOE, si va a repetir Zapatero, si eso es lo conveniente o si debe ser el vicepresidente Rubalcaba quien asuma la candidatura socialista en las próximas elecciones. Ha sido otra vez Mourinho, sí, como aquella vez que, en el cambio de gobierno de Rodríguez Zapatero, afirmó lacónico que, ocurra lo que ocurra, mañana será miércoles. Y así fue: Zapatero modificó su Gobierno y la expectación, la novedad, se esfumó a la velocidad con la que pasa una tormenta en un vaso de agua. Volvió a ser miércoles, que es un día insustancial de la semana, un día sin fronteras ni desahogos de festivos, un día sin descanso, un día cualquiera en el que los problemas se enrocan en la única realidad que existe, el de un país inmerso en una grave crisis económica de la que todavía no sabe ni cómo ni cuándo va a salir.

Cualquiera sabe que, en política, cambiar a un candidato a pocos meses de las elecciones, un año antes de las urnas, es una decisión fatal: una jugada de perdedor, un movimiento estratégico que nace de la desesperación. Si resulta, además, que el candidato que se piensa sustituir es presidente del Gobierno y secretario general del partido, la determinación de cambiarlo por otro en puertas de unos comicios adquiere ya un carácter casi dramático, porque se descabeza lo poco que se tiene y se envía al electorado un mensaje fatal de inseguridad, de convulsión interna, de nerviosera. Si a todo eso se le añade, finalmente, que el elegido para el relevo no es ningún líder nuevo, que aporte frescura y sea capaz de generar ilusiones nuevas, de aglutinar a los desencantados, a los apáticos; si la alternativa es un miembro de la ‘vieja guardia’ de ese partido, que ya estuvo en el Gobierno hace dos décadas, entonces la única explicación posible es ésta que aporta Mourinho: un partido político de gobierno siempre quiere presentarse a las elecciones con un candidato de raza. Pero si no lo tiene, entonces acude a lo primero que encuentra. Rubalcaba es un gato viejo, Zapatero es un perro amortizado.

Porque ¿alguien piensa de verdad que Rubalcaba puede ser un cabeza de cartel para ganar las elecciones? No, claro. Si Rubalcaba acaba siendo candidato del PSOE en las próximas elecciones generales –hipótesis que me parece descabellada–, sólo puede obedecer a una realidad estadística que desconocemos: que la debacle del PSOE es mayor de la que se piensa. Claro que, si sale adelante esa jugada estratégica, a ver quién defiende luego que en Andalucía, con José Antonio Griñán desplomado en las encuestas (con 15 puntos perdidos en un año con respecto a su rival, el PP, que ya se coloca con claridad a la cabeza de todos los sondeos), el PSOE no debe actuar de la misma forma. A ver quién se opone entonces a que, ahora sí, sea María del Mar Moreno la que haga las veces de Rubalcaba en el PSOE andaluz para intentar parar la sangría de votos.

Ocurre, sin embargo, que el paralelismo de Rubalcaba no hay que buscarlo en Mar Moreno, sino con el propio Griñán, que ya sustituyó a Manuel Chaves cuando las encuestas comenzaban a ofrecer los primeros síntomas de agotamiento del PSOE-A. También Griñán es un gato viejo, como Rubalcaba. Lo cual, que la moraleja de la fábula de Mourinho, parece clara: te pongas como te pongas, los gatos no sirven para ir de cacería. Porque sólo cazan ratones.

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11 diciembre 2010

Tiempo sin nombre




Quizá hemos vuelto al tiempo aquel en el que los hombres tenían la obligación de ponerle nombre a las cosas porque todo era nuevo, virginal, y las gentes se quedaban horas mirando fijamente los grandes árboles, las piedras de caliza o de albero, las hileras de hormigas negras y los peces dorados del lago porque nunca antes habían visto nada igual. O como cuando Macondo se vio asolado por una terrible peste, la enfermedad del insomnio, que venía de la ciénaga y que dejó a todos los habitantes del pueblo sin recuerdos del pasado ni memoria siquiera del instante que acababan de vivir. Tuvo José Arcadio Buendía que coger un hisopo empapado en tinta y marcar cada cosa con su nombre: mesa, silla, reloj, puerta, cacerola. Y también cada animal: vaca, chivo, gallina, cerdo. Y luego, cada función: “Esta es la vaca y hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche”. Hasta la entrada misma del pueblo se fue José Arcadio para combatir el virus de la desmemoria colectiva y colocó un gran cartel que decía ‘Macondo’ y otro más grande en la calle central que decía ‘Dios existe’.

Quizá estamos en ese tiempo de nadie, transición de siglos y milenio, en el que es necesario comenzar a redefinir las cosas porque parece que ninguno de los esquemas por los que nos guiábamos son útiles ya para darle alguna explicación a las cosas que nos pasan. Primero fue el terrorismo internacional, el terrorismo del fundamentalismo islámico, el que desbarató todos los manuales de guerra, todas las tensiones del pasado quedaron antiguas y las alianzas internacionales se marchitaron sin remedio. La guerra fría se congeló y la amenaza del fascismo-comunismo se enterró con el siglo XX. Crisis de las ideologías. Se desplomaron los servicios de inteligencia y las sociedades se sumieron en el desconcierto del multiculturalismo. Luego vino la crisis económica, y los sistemas financieros de todo el mundo iban cayendo como fichas de dominó sin explicarse cómo era posible que el estallido de la bolsa hipotecaria de Estados Unidos arrastrase en cadena a todas las economías del mundo. Estos días acaba de llegar, con Wikileaks, la última irrupción social que se suma al desconcierto de todo aquello que surge y nos sorprende porque tampoco obedece a las normas del pasado. No se trata, desde luego, de las revelaciones que se han conocido de la diplomacia de Estados Unidos en sus relaciones con los demás países porque nada de eso es nuevo o sorprendente; todo era ya conocido o imaginado. No, lo nuevo de Wikileaks es que parece completar el puzle de la ‘Aldea Global’ que, de forma profética, anticipó McLuhan hace cincuenta años sin conocer que llegaría el fundamentalismo islámico, la avalancha de los mercados, la crisis de las ideologías, los hackers e internet.

Terrorismo internacional, crisis económica internacional, vacío de las ideologías, y un simple hacker australiano que es capaz de difundir por todo el mundo, sin necesidad de poseer ningún imperio de medios de comunicación, cientos de miles de documentos secretos. Vamos a tener que hacer como en Macondo, colocar en la entrada de las ciudades carteles grandes para recordar lo elemental que habíamos aprendido: Libertad, Igualdad, Justicia, Cultura, Democracia, Educación, Respeto, Tolerancia… Y luego, cada función, como con la vaca: “Esta es la Libertad, y debemos ordeñarla todas las mañanas para poder tomarnos tranquilos un café con leche sin sentirnos amenazados”.


Ilustración: http://www.couleurs-caraibes.fr/blog/index.php?2008/10

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10 diciembre 2010

Privilegios



El privilegio, su invocación, es uno de los estandartes más antiguos y populistas de la rebeldía social. En el poso de la sociedad medieval que fuimos, se conserva aún el agravio frente a la existencia de clases sociales superiores; clases con privilegios de cuna o de estatus social que nos pisotean a diario, que exprimen al pueblo y se aprovechan de él para mantener sus palacios y sus manjares, sus joyas y sus cacerías. La invocación de esos privilegios, ciertos o falsos; la llamada a esas luchas contra los privilegiados, reales o ficticios, siempre encontrará la complacencia de una buena parte de la sociedad predispuesta a considerar que sus problemas se originan por la existencia de ese grupo de aventajados. Se comprenderá, por tanto, que en este tiempo que vivimos de pensamiento político raquítico, se recurra al privilegio para legitimar muchos discursos; que se remuevan esas entrañas para ganarse al personal e impregnar cualquier decisión en la aureola de 'guerra contra los poderosos'.

Ayer, a la misma hora, se celebraron en España dos debates parlamentarios, en el Congreso de las Diputados y en el Parlamento andaluz, que tenían en común la invocación de los privilegios, su combate, para 'meter en cintura' a dos colectivos, los controladores aéreos y los funcionarios de carrera de la Junta de Andalucía. Se invocan los supuestos privilegios de esos colectivos para justificar que los respectivos gobiernos, el de Zapatero y el de Griñán, hayan aprobado sucesivos 'decretazos' para regular las funciones de ambos. Y en los dos casos, esa forma de gobernar se envuelve en el aire de antes, la lucha contra los privilegios de unos y de otros. «Lo que ha ocurrido en España no es más que un episodio de una guerra que trata de desmontar un edificio de privilegios que se ha construido durante muchos años», ha dejado dicho Rubalcaba. «Ya está bien de discriminar a los empleados públicos dependiendo de su procedencia. Defendemos la integración del personal de empresas públicas y fundaciones, la igualdad y homogeneización de derechos y condiciones de trabajo para todo el personal de la Junta de Andalucía», dicen en la Junta y en sus sindicatos aledaños.

Estos demonios inventados, estas amenazas procreadas, suponen un riesgo mayor que el problema que se pretende combatir. Los controladores, por ejemplo, tendrán convenios colectivos que insultan por sus prebendas al común de los trabajadores, pero se trata de personas que han aprobado una oposición y que disfrutan de acuerdos laborales alcanzados con gobiernos de todos los signos políticos. Han protagonizado una huelga salvaje y, por esa enorme equivocación, deben ser penalizados, pero no son salteadores de caminos ni señores medievales. Sus privilegios han sido concesiones otorgadas por la administración. La demagogia que se aplica a los funcionarios andaluces es mucho peor; la equivalencia de un enchufado en las empresas públicas con un funcionario de carrera es un atropello a la propia democracia. ¿Qué quiere decir eso de que todos los empleados públicos tienen los mismos derechos? ¿Y por qué no entonces todos los andaluces? ¿Cómo va a ser lo mismo aprobar unas oposiciones que entrar en una empresa pública por el dedo de un político? No, no es esa la democracia ni el Estado de Derecho. No, no seré yo quien entre a ese trapo medieval.

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08 diciembre 2010

El rector



Hace un tiempo, le regalé un relato breve –medio broma, medio guiño cómplice– a un amigo de la Universidad de Sevilla que celebraba su cumpleaños. Se llamaba ‘El rector que olvidó su nombre’. Con su permiso, lo rehago y lo reproduzco aquí: «Iba trajeado y no recordaba su nombre. La Policía lo localizó en las afueras de la ciudad, vagando por el arcén de una carretera de circunvalación. Iba el hombre solo, ajeno al tráfico intenso de los coches que pasaba a su alrededor sin prestarle atención. Al fondo, se podía divisar un barrio marginal, con lo que el contraste de aquel tipo, trajeado y elegante, deambulando por la carretera destacaba poderosamente con el paisaje del suburbio de bloques de pisos despintados, chatarras, burros y candelas. La Policía se paró a su lado y le preguntó su nombre: No lo recordaba. Lo único que les dijo es que era el rector de la Universidad. Lo subieron al coche patrulla y lo trasladaron a la Comisaría. Y es ahí donde se desencadena un episodio kafkiano. Lo presentaron al comisario que, en efecto, lo reconoció como el rector de la Universidad, pero tampoco él recordaba su nombre. Docentes, empresarios, políticos y periodistas pasaron entonces por sucesivas ruedas de reconocimiento con idéntico resultado. ‘Sí, sí, es el rector’, afirmaban todos. Los empresarios lo sabían porque lo habían saludado en la firma de algún convenio, los políticos lo habían cortejado en numerosos ágapes y los periodistas lo reconocían porque, en algunos actos, aparecía siempre al lado de un ministro o de algún consejero. También los docentes afirmaban sin titubear que aquel señor era el rector de su Universidad desde hacía años, pero tampoco recordaban su nombre. Nadie sabía su nombre. Uno de los docentes, un catedrático de Física, intentó improvisar una explicación razonable para resolver aquel absurdo: ‘Esto se veía venir’, dijo. ‘Desde hace tiempo, nadie sabe el nombre del rector de la Universidad; sólo que existe. Sería conveniente comenzar a ponerles nombres científicos, con una lógica matemática, para evitar más engorros como éste’. Cuando se fueron todos, el rector que no sabía su nombre estaba sentado en uno de los bancos del pasillo de la comisaría. Repetía continuamente que quería volver a su despacho».

Hace unos días, cuando las elecciones a rector de la Universidad de Almería, el catedrático al que le escribí el cuento me envió una carta sobrecogedora. Decía más o menos así: «El candidato que ha perdido estrepitosamente las elecciones, Blas Torrecillas, podría ser profesor de Álgebra en cualquier universidad del mundo, cualquiera de las que están situadas entre las primeras en los ranking internacionales, mientras que el candidato que ha arrasado, el rector, tendría dificultades para conseguir una plaza de bedel en esas mismas universidades». Como el prestigio docente e investigador podemos medirlo por hechos objetivos (publicaciones en revistas internacionales, por ejemplo), parece evidente que en la universidad española –porque no se trata de una peculiaridad de Almería– existe una preocupante confusión entre la democracia y la excelencia académica. Quiere decirse que lo esencial de una universidad no es que sea democrática, que todos puedan votarlo todo, sino que sean instituciones perfectas para la formación de grandes profesionales; fábricas de excelencia, de mérito y de trabajo. La universidad se ha despeñado por una pendiente de endogamia y, a medida que va cayendo, es la sociedad la que se aleja de la senda del progreso. Un país que quiera progresar no debe buscar universidades en las que los rectores sepan ganar elecciones, por populismo o por clientelismo, sino que sepan preparar a los mejores alumnos. Seguro que el rector que no sabía su nombre también ganaba las elecciones por goleada.

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07 diciembre 2010

José Guerrero



Nada tan obstinado como la persistencia de la clase política para el control y la destrucción de la sociedad civil. Nada tan dañino para una democracia como ese intento pertinaz, tantas veces soterrado, por destruir cualquier movimiento público que se escape del control institucional y de las directrices de un partido político. Nada tan grosero como el camuflaje de un supuesto ‘interés público’ con el que se revisten las embestidas continuas, demoledoras, de la clase política contra los tímidos intentos de la sociedad civil. Porque se trata de todo lo contrario, porque la sociedad civil, la voz de los ciudadanos, es un requisito imprescindible para el funcionamiento de cualquier democracia; un pre-requisito democrático, como se menciona en los manuales de Ciencia Política. Nada tan evidente como esa artimaña. Y eso es lo que está ocurriendo en Granada con el acoso y destrucción del Centro José Guerrero.

Hablo de sociedad civil, de ciudadanos, porque no es de arte de lo que se trata, no es la valoración de la obra pictórica de este pintor granadino que tiene cuadros colgados en el Guggenheim de Nueva York o en el Reina Sofía de Madrid. Nadie cuestiona el valor de los sesenta cuadros que la viuda del pintor donó a la Diputación de Granada para que se abriera un centro con su nombre en la capital que lo vio nacer. La familia podría haber hecho caja con esos cuadros, asegurar el porvenir de los herederos, pero cometieron el disparate de generosidad de donarlos a una institución pública pensando que se volcarían en la preservación de ese patrimonio, que lo mimarían con el orgullo de la ciudad. Y no ha sido así. El objetivo de la Diputación de Granada sólo es el de controlar aquello que piensa que le pertenece, destruir la independencia del Centro José Guerrero para integrarlo, manejarlo, controlarlo y, para ello, diluirlo, enfrascarlo, en una entidad mayor, una fundación más amplia en la que el legado generoso de la familia sólo sea una parte, una sala, sin la notoriedad, sin el orgullo, con el que sus herederos querían recordar por siempre al pintor. «Resulta tristemente inexplicable», dicen los tres asesores de la Fundación que acaban de dimitir ante el atropello, sin saber todavía muy bien cómo es posible que una familia que done a una ciudad los cuadros de un pintor internacional y reciba como pago «desconsideraciones, impertinencias y calumnias, que hirieron en lo más hondo a la hija del pintor, Lisa, en sus últimos meses de vida».

Dicen las crónicas que la Junta de Andalucía se ha puesto de lado en el conflicto, que lo único que se les ha oído decir es que el Gobierno andaluz «no pinta nada» en esa historia. Es normal, cuando se trata del control político de una institución cultural independiente, la Junta de Andalucía no pinta nada porque ya la Diputación de Granada se ha encargado de emborronar el cuadro con brochazos del mismo régimen. Cuando se acabe el mes, embalarán los cuadros y los mandarán a un almacén «para su devolución en el lugar y a la persona» que se indique por parte de la familia del pintor. Se acabó. No, nada hay tan grosero como ese final, esa estocada al centro José Guerrero, esa maniobra con todos los componentes de un atentado contra la sociedad civil. Y lo han conseguido, lo van a conseguir, porque hay tantas voces que se callan en Andalucía que hasta parece lógico el desastre final.

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06 diciembre 2010

Escalofrío



Que no son los controladores, que no. Que la barbarie de los controladores no provoca discusión alguna porque todo está muy claro, porque sus portavoces engominados lo dejan muy claro cada vez que se ponen delante de una cámara de televisión. No hay debate sobre esos tipos que han paralizado el país entero con una huelga salvaje, esa gentuza que se ha puesto de acuerdo, mintiendo, ocultándose, para dejar tirados en los aeropuertos a seiscientas mil personas, sin importarles nada si eran niños o viejos, enfermos o desesperados, jóvenes enamorados o familias que buscaban un reencuentro; no, nada hay que discutir sobre lo que han hecho los controladores aéreos porque todo está muy claro: que se les caiga el pelo. Pero no es eso. Esa discusión, esa condena, se zanjó en el primer minuto de la huelga del viernes. No hay debate porque existe unanimidad: el comportamiento de los controladores es abominable, además de ilegal.

Que no son los controladores, que no. Que lo que preocupa ahora, una vez que se han normalizado los aeropuertos, no son los controladores, sino el descontrol del Gobierno. La peligrosa inercia en la que se ha embarcado España, la sensación de que cualquier chispa puede prender y degenerar en un enorme caos; que cualquier conflicto, cualquier situación, puede acabar hundiéndonos. Es esta angustia de vivir con la sensación de estar al borde de un precipicio, ora por los especuladores, ora por los controladores, sometidos al vaivén de una borrasca que viene y que va, nos trae y nos lleva.

Que no son los controladores, que no. Es el vértigo que se adueña de cualquiera cuando se detiene a mirar alrededor y le da por preguntarse qué es exactamente lo que controla el Gobierno. ¿Qué parcela esencial de la gestión de un Gobierno se puede decir que está controlada en este momento? No será la crisis económica, desde luego, ni el empleo. Tampoco el modelo territorial, el control de las autonomías y mucho menos el gasto de las administraciones. No será el Ministerio de Exteriores tampoco: ¿Cuántos días, tras su toma de posesión, ha tardado en achicharrarse la nueva ministra de Exteriores? ¿Dos días, tres? Estalló el conflicto del Sahara y comenzó el naufragio de la ministra. Tampoco será Fomento o Interior, los ministerios responsables del caos de este puente, los unos porque han sido incapaces de negociar nada y los otros porque han sido incapaces de prever nada, de anticiparse a nada. Una a uno, se van tachando nombres y ministerios y cuando se queda la lista en blanco, se produce el vértigo de antes: pensar que puede ocurrir cualquier cosa, temer que todo es posible.

Que no son los controladores, que no. Ni siquiera el enorme daño que se ha provocado en el maltrecho prestigio internacional de España. Tampoco las pérdidas irreparables en el turismo, la principal industria de una región, como Andalucía, con casi el treinta por ciento de paro. Es la indefensión de sentir que no hay nadie en el puesto de mando, que no hay rumbo. ¿Dónde se ha metido el presidente de la Junta de Andalucía? ¿Cómo es posible que Griñán haya seguido de puente, como si tal cosa? ¿No es suficiente un estado de alarma que afecta a Andalucía como a pocas comunidades para que el presidente andaluz hubiera salido a dar la cara, a decir algo? Que no, que no. Que no son los controladores. Es este escalofrío.

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03 diciembre 2010

Nervios



En el banco amanece una mañana cualquiera de este noviembre que ya se ha ido. Es temprano, pero la cola en la ventanilla se estira hasta la puerta para recordar, sin necesidad de calendario, que estamos a fin de mes. La crisis económica despliega en la calle sus propios gráficos, sus estadísticas diarias; los vectores que ascienden o se derrumban y las barras de colores que se achican o engordan se dibujan cada mañana en las puertas de las oficinas de empleo o en los bancos, como ahora. Podríamos analizar la crisis mirando sólo estas colas; la mejoría o el estancamiento de la situación económica se deduce de estas hileras de gente que acude a inscribirse en el registro de parados o para reclamar en su banco un aplazamiento de la hipoteca, que se atiendan las facturas, que el agujero del descubierto en la cuenta no se convierta en un despeñadero de recibos devueltos, en un abismo de servicios cortados por falta de pago.

Contemplaba ese paisaje de desesperanzas cotidianas cuando, al llegar a la ventanilla, me he tropezado con los ojos llorosos, absortos, del cajero. «No puedo más... Éste no es ya mi trabajo, no estoy preparado para esta tensión diaria...» La rueda de la morosidad se acelera, se agiganta y siempre se estrella en la mesa de un oficinista de banco que nada conoce de las normas inflexibles de su entidad, que nada puede hacer frente a las amenazas de las empresas de cobro de morosos. Los cajeros de los bancos, los gestores que atienden al público, se han convertido en el escaparate involuntario de la tensión social. La ventanilla de la desolación de preguntas sin respuestas, de la angustia de no saber qué hacer, de la desesperación de no encontrar a nadie que pueda escuchar, que pueda entender que estás atrapado en una situación desesperada. «Alguien, desde un despacho en Madrid, descuelga una mañana el teléfono, porque también ése es su trabajo, y llama a un domicilio a muchos cientos de kilómetros en el que, a partir de esa llamada, ya nada será lo mismo. Yo sé que, de cada diez personas que dejan un recibo sin pagar, nueve lo hace porque no tiene dinero y sólo uno no paga porque no quiere. Pero, en la estadísticas, todos son iguales». Un embargo, una denuncia, un ultimátum... Una amenza sin cara y sin oídos. No existen sentimientos ni excepciones, nadie conoce a nadie porque, tras una cuenta banacaria, no existen hogares deprimidos sino cuentas al descubierto, no existen parados sin ayudas, sino recibos impagados, no hay familias asustadas, sino hipotecas impagadas. «Cada vez es peor, porque cada vez son más y porque cada vez está todo el mundo más nervioso. Tiemblo sólo con pensar qué puede ocurrir cuando se eliminen las ayudas de los 426 euros de los parados de larga duración... Esta es una oficina pequeña de banco, y yo sé cuánta gente hay que no tiene otra cosa, que sobrevive con eso».

Ha llovido con fuerza y ahora el empedrado de la calle brilla con la nitidez de un espejo dorado, como si el agua se hubiera helado en los adoquines después de atrapar la primera luz del sol. Esta serenidad urbana, esta belleza inesperada, reconforta porque es ajena a todo. Dentro, en el banco, la cola de la ventanilla sigue alimentándose de preocupaciones nuevas.

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02 diciembre 2010

O muy tonto...



El presidente Zapatero se encuentra en una encrucijada personal determinante: puede pasar a la historia como un presidente irrelevante o como un presidente catastrófico para España. Es muy posible, además, que el propio Zapatero sea consciente de que, después de haber atravesado esta segunda legislatura abrasiva, ya sólo puede aspirar a salvar los muebles; que algún golpe de la suerte perdida reconduzca su final y elimine del todo el riesgo real que tiene de inscribirse en los libros de historia como el presidente que hundió al país en la ruina y, por extensión, en el líder que dejó al centenario Partido Socialista sumido en la debacle electoral. Sí, sí, en esa tesitura, si el presidente Zapatero pudiera elegir, estaría encantado de poder rubricar su pase a la historia como un presidente irrelevante, quijotesco, adánico y dogmático, antes que como el presidente que condujo a España al precipicio de la intervención europea. El presidente visionario que pensó que podía acabar con ETA, el que removió con reformas absurdas el avispero independentista, el que despilfarró en planes irrelevantes los ahorros del Estado, el que avivó los rescoldos de una guerra civil… Cualquiera de esas etiquetas es más soportable en el juicio de la historia que la de un presidente catastrófico que hundió a España y dilapidó la fortaleza electoral de un partido centenario.

Y ojalá que sea así, que Zapatero sea consciente de la coyuntura histórica en la que se encuentra porque, de lo contrario, si todavía anida en él el espíritu de ilusionista, la inconsciencia de quien piensa que está predestinado a que todo le salga bien, entonces podremos tener claro que será inevitable que la historia lo recuerde como un presidente catastrófico. Hay quien ha comparado ya la situación actual que vive España con algunos de los momentos claves de la Transición, los momentos determinantes en los que el riesgo de involución era una amenaza cierta y generalizada. Si fue posible el espíritu de la Transición, ese acuerdo que ahora celebramos con nostalgia en el que todos los partidos políticos y todos los agentes sociales son capaces de ponerse de acuerdo en algunos asuntos de Estado, fue precisamente porque todo el mundo era consciente del peligro, del abismo, en el que podía caer el país. Sólo el miedo es capaz de promover los grandes acuerdos, como aquellos Pactos de la Moncloa. Y sólo el miedo es capaz de llevar a un presidente a presentar la dimisión, como hizo Suárez, para salvar a un país.

El Financial Times se ha preguntado hace unos días por la esencia política del presidente del Gobierno. Lo ve actuar ante el acoso de los mercados financieros, y el diario británico, perplejo, no sólo se explica nada: “O es muy valiente o es muy tonto”. El tiempo de la valentía, de la osadía, quizá haya pasado ya hace mucho tiempo para el presidente Zapatero. Ojalá que no sea ése ya el esquema en el que se mueve Zapatero; ojalá que el presidente haya aceptado pasar a la historia con un simple brochazo de frivolidad. El presidente que dijo una cosa y la contraria, que defendió una política y la contraria, aquel que negando, afirmaba; aquel que dijo ser el contrario de quien fue. Voluble, frívolo, inconsistente, a veces atropellado, a veces inamovible. O muy tonto… Es lo mejor a estas alturas.

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