El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

31 octubre 2007

Laberinto


De todas las penurias que nos asolan, la peor es ésta de saber que hoy, exactamente a las siete y treinta y siete de la mañana, estaré muerto, con la cara destrozada, tumbado en medio de una vía de tren. No he podido dormir en toda la noche pensando en ese instante, no por dolor o por miedo, sino por la obsesión de vivir un presente que nadie puede cambiar. Podemos mirar la historia de la humanidad hacia detrás y hacia delante, cientos y cientos de años que se enlazan en una recta infinita. Pero en esa recta, nosotros sólo podemos vivir el presente. Hoy. Ni ayer, que se fue, ni mañana, que no ha llegado. Somos un punto en el infinito, un destello de luz como esas estrellas diminutas que contemplo en el firmamento. Espero que llegue la hora, y nada me hace conciliar el sueño.

Tan espesa era mi divagación, que apenas pude darme cuenta de que me coloqué los pantalones y una camisa y me fui directo a la puerta del edificio. Bajé las escaleras con sigilo, ni siquiera me atreví a coger el ascensor para no hacer ruido. A estas horas de la madrugada, no es fácil pillar un taxi. Los que pasaban libres iban de regreso del turno de noche y no paraban; los otros acababan de salir a trabajar y también circulaban con la luz verde apagada, supongo que camino del primer café. Calculé treinta minutos andando hasta su casa. Nunca se me ha dado mal andar a paso ligero, de hecho el tren de cercanías es el único transporte que utilizo a diario.

Llegué a su casa y me detuve en la puerta, con el dedo a dos centímetros del timbre. Un instante de incertidumbre que no esperaba. No es que me ocurra mucho, pero a veces me quedo paralizado. Actúo por impulsos, soy bastante cobarde, y será esa mezcla la que me provoca unos momentos de colapso. Cuando me sucede, solo tengo que esperar un momento, y todo vuelve a la normalidad. Esta vez fue más rápido aún, porque fue aquel hombre quien abrió la puerta. Me hizo pasar sin preguntarme, como si esperase mi visita. Tampoco él parecía haber dormido mucho, aunque acababa de ducharse y hasta el salón llegaba el olor del café recién hecho.

“Llevo años pensando en todo esto, y creo que esta noche he encontrado todas las explicaciones en este libro”, dijo y me mostró un viejo libro de cuentos de Borges. “Todo está aquí, en El Jardín de senderos que se bifurcan. No existe un tiempo uniforme, sino series infinitas de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. En la mayoría de los tiempos no existimos, en otros somos amigos y en otros estamos en bandos distintos. Pero da igual porque todos ellos tienen un destino inexorable, único, el enfrentamiento, el cainismo. Todos los capítulos de la historia de España conducen a lo mismo. Ese es nuestro laberinto, y quizá no logremos salir jamás”.

Camino del tren, saqué del bolsillo el sobre que me había entregado. Era la sentencia de un gran atentado. El 11 de marzo. En las páginas de hechos probados, mi nombre aparecía entre los muertos.



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29 octubre 2007

Opositor



Que yo cogí el periódico de ayer y, al llegar a la página 26, me quedé perplejo. Un juez escribía un artículo contra la última ocurrencia del ministro de Justicia, el muy osado Mariano Fernández Bermejo. Como lo oyen, un magistrado de la Audiencia de Sevilla, a pecho descubierto, dice lo que piensa… Sin duda alguna, esto merece ser reseñado. Por eso aquí va el nombre del juez, con un guiño amable de consideración y respeto: Francisco Gutiérrez.

Los jueces presumen siempre de su independencia, pero muy pocos son capaces de demostrarlo cuando se quitan la toga y abandonan el juzgado. No se trata de que entren en política, que no es eso, ni de que le hagan el caldo gordo a este partido político o al de más allá. Que no se trata de eso, que la cuestión es que si los jueces y los fiscales no son los primeros en defender la independencia del poder judicial, la independencia con mayúsculas de tercer poder de un Estado de Derecho, todo lo demás se va pudriendo. ¿De qué le sirve a un Estado de Derecho que un juez se sienta independiente en su juzgado de instrucción, o en el tribunal de una Audiencia provincial, si el Tribunal Constitucional, por ejemplo, se convierte en un reparto de cuotas de partido? ¿Jueces independientes de un sistema judicial maniatado? No puede ser.

Lo llamativo es que nadie, dentro de ese edificio que hace aguas por el tejado, parece escandalizarse ya de la invasión permanente del poder judicial. Y una cosa es que los distintos gobiernos hayan querido enterrar a Montesquieu y otra muy distinta es que, encima, los jueces se aficionen a llevarle flores a la tumba. Que parece que cada cual se contenta con su corralito de independencia judicial, acaso porque se piensa que lo único importante es que nadie viole la independencia personal, la de cada quisqui, y que los dirigentes políticos, mientras tanto, se disputen la representación y gobierno de la independencia colectiva.

Ahora que el ministro de Justicia anuncia que quiere cambiar el sistema de selección de jueces y fiscales para convertir el acceso a la Carrera Judicial en un proceso más arbitrario, menos riguroso, más dependiente, el silencio mayoritario de los afectados ha sido revelador de ese ensimismamiento. De las asociaciones de jueces y fiscales, alguna de ellas ha dicho algo, es verdad, pero ma non troppo. Otras han guardado silencio. Por eso es tan meritorio lo de este juez que habla de la importancia de la formación, de la necesidad de elegir a los mejores, de la igualdad de oportunidades; habla del mérito y del conocimiento. Descubre las premisas falsas con las que el ministro amasa su propuesta y se rebela contra los intentos de ridiculizar a jueces y fiscales.

En Sevilla hay un juez que ha levantado el dedo: “Señor ministro, téngame, sobre esta propuesta, como su seguro opositor”, dice en su artículo de ayer. A lo que habrá que añadir: Señor magistrado, téngame, sobre esta posición suya, como un seguro seguidor.

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Salipún


Inevitables y constantes. Imprevisibles. Habilidosos y persistentes. Omnipresentes. Ineludibles y tenaces. Jartibles. Son los salipún, ejemplares de la especie humana que determinan nuestra cotidianeidad. Todo el mundo podría ponerle nombres y apellidos a un salipún porque todos conocemos a alguien así, el tipo con el que siempre te tropiezas, en los lugares más insospechados, en las circunstancias más inoportunas. El salipún, se les llama así porque sales y pum, te lo tropiezas. Quieras o no quieras. Evitarlos es imposible. Parece que siempre aguardan detrás de la próxima esquina.

Salipún. El término lo ha inventado un coleccionista de palabras y de emociones, un buen amigo que vive en Granada. Imagino que, en alguno de sus largos paseos de la tarde, de repente se percató de que hay personas con esa cualidad, que aparecen por todas partes. Lo interesante del hallazgo, claro, no es la palabra, sino el concepto porque incluso podríamos establecer un catálogo de variedades de salipún. Piensen, por ejemplo, en su trabajo y seguro que les aparece algún salipún, el tipo inevitable que siempre aparece en la cafetería, que nos volvemos a encontrar en el servicio y más tarde en el garaje. Y por la tarde, te lo cruzas en el supermercado. Y luego en el parque, los domingos. ¿Y en las familias? ¿Quién no tiene en la familia un salipún? Un cuñado, un primo, una tía… Con los amigos puede ocurrir lo mismo, que desde el colegio hemos conocido a alguien con esa cualidad. Sales y pum, ahí está.

En esta catalogación, no pude faltar la política, que es una de las facetas más sobresalientes del salipún. Y no pesemos en presidentes, ministros o consejeros, por mucho que salgan todos los días en los periódicos, en la radio o en la televisión. No, es otra cosa. Por ejemplo, un modelo reciente de salipún de la política es Al Gore. De repente, si se fijan, Al Gore está por todas partes. En todos los congresos, en todas las revistas, en todos los discursos, en todos los periódicos. Te pongas como te pongas, siempre aparece Al Gore.

Tan acentuado es su perfil de salipún, que ya en España se habla de él con absoluta familiaridad, como uno más. El presidente Chaves y Al Gore, por ejemplo, son ya como hermanos. Ni se conocían, y ya Al Gore ha puesto a Chaves como modelo de “liderazgo” por sus políticas medioambientales. Y el otro, agradecido por el piropo, ha explicado que su responsabilidad en la lucha contra el cambio climático es grande porque Andalucía es “la intersección histórica, geográfica y cultural entre Europa, Africa y América”.

Observarán que nada de lo anterior tiene sentido; Chaves hubiera hecho el mismo discurso si las jornadas fueran de la Alianza de Civilizaciones o sobre el desarrollo del Tercer Mundo y Al Gore, por su lado, le volverá a decir mañana, a su próximo patrocinador, que él es un ejemplo para la sociedad. Un buen salipún, de hecho, es así. Inevitable, ineludible y, sobre todo ello, pelota.

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26 octubre 2007

Portazo


Quedó la presentadora impávida en el medio del plató, envuelta en el silencio hueco que se instala en el ambiente tras una bronca. Quedó la moderadora sola ante las cámaras porque los invitados progres se fueron de un portazo. Tolerancia administrada por sabuesos. Quedó Mariló Montero abrazada a unas tarjetas, serena y perfecta en su papel. El debate se acabó. «Y el portazo sonó como un signo de interrogación». ¿En qué puede acabar todo esto? Letra nueva para Sabina, que componga el blues de la crispación progre.

El debate de Canal Sur trataba de la Ley de Memoria Histórica y, como demostración de qué persigue realmente ese bodrio, acabó en una bronca monumental. No debe haber muchos precedentes de algo así en la televisión española, un programa se suspende porque la mitad de los invitados se larga de golpe. Y ya es bastante significativo que quienes pegaron el portazo fueran aquellos que, durante el programa, defendían que esta Ley de Memoria Histórica no reabre heridas. Menos mal, o sea. Porque durante el debate llamaban franquistas a los demás y, para redondearlo, se fueron. «¿Mejor lo hablamos? Por los cojones», que se dirían los tipos al salir en su regocijo.

En fin, que la Ley de Memoria Histórica todavía no ha entrado en vigor y los portazos como éste se convierten en la mejor demostración de que el Gobierno ha echado a rodar una polémica que no sabemos en qué acabará ni qué puede generar. ¿Habrá quien se enfrente ahora a su vecino cuando se pongan discutir en el bar sobre el nombre de la calle? ¿Resucitarán los grupos fascistas al calor escudos callejeros, ahora redivivos, que dormían sepultados por el polvo de la memoria? ¿Habrá quien se cuele en las Iglesias y lance escupitajos de pintura sobre las lápidas de los curas asesinados?

Cuando un país renuncia a recuperar de la memoria el escarmiento, se condena al odio y a la sinrazón. Y todo esto que ahora nos parecen anécdotas pueden convertirse luego en desencadenantes de un enfrentamiento mayor en el que ese odio que se va sembrando se desborda tras un chispazo. Terminada la Guerra, Indalecio Prieto le escribió a Negrín: «Pocos españoles de la actual generación están libres de culpa por la infinita desdicha en la que han sumido a su patria. De los que hemos actuado en política, ninguno». Esa es la memoria autocrítica que habría que recuperar.

Ya sé que ese debate de sabuesos les interesa, que piensan que ahí están los votos. Ya sé que la impostura del portazo es parte esencial del discurso; que buscan la ideología en el agravio, en el enfrentamiento, en el odio. Ya sé que no se persiguen la memoria, que el objetivo es convertir la política española en el parque temático de la Segunda República donde enfrentarse a los nostálgicos del franquismo. Pero que no cuenten conmigo, que yo me quedo, como Mariló Montero, en medio de ese escenario, llenando con Machado el silencio hueco de los portazos. «¿Tu verdad?» No, la verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela».

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24 octubre 2007

Futuro


Anthony Burgess imaginó a un anciano borracho, tumbado bajo un puente de la gran ciudad. Una botella de whisky y canciones a la bella Malone. También imaginó a Alex, un joven que vestía siempre de blanco y tomaba leche con anfetaminas. Tenía una pestaña postiza, prominente, y siempre llevaba bombín. Le gustaba Beethoven. Una noche, Alex se colocó delante del viejo con su palo de béisbol. Cuando lo miró a los ojos, el borracho ya sabía que su vida se acababa justo en aquel instante. Sabía que iba a morir de la forma más cruel porque cada vez que le golpearan, en la cara, en el vientre, en las piernas, sus vómitos de sangre servirían para alimentar la adrenalina de las alimañas. «Acabad conmigo, hijos de puta, no quiero seguir viviendo en este mundo en el que ya no hay leyes, ni orden, ni respeto. ¿A qué clase de mundo hemos llegado?», decía el viejo. Alex sonreía y llamaba a aquello «ultraviolencia». «La bonita ultraviolencia que nos mata de risa».

Cuando Stanley Kubrick dirigió ‘La Naranja Mecánica’, basada en la novela de Burguess, las críticas presentaban aquella película como una obra de visión futurista. Recuerdo haberla visto a finales de los setenta. «Ah, no, algo así nunca ocurrirá», pensábamos. Estábamos tan seguros de aquello como de que tampoco conoceríamos nunca los otros mundos que ideaba Kubrick; que nunca viviríamos odiseas en el espacio a bordo de inmensas estaciones espaciales. Ni que nos veríamos como Charlton Heston, en una vida de sexo programado para mantener la especie y la muerte señalada en el calendario.

Casi cuarenta años después, ‘La Naranja Mecánica’ (1971) sigue impresionando, pero ya no es futurista porque su guión se escribe a diario en los periódicos. Con una diferencia: la realidad ha sido más cruel. ¿Quién iba a imaginar que la violencia acabaría aliándose con las nuevas tecnologías para que a la crueldad se le sumara la humillación pública? En Lucena, la Policía ha detenido a una joven y a tres menores, que quemaron a un vecino para grabarlo en vídeo. Lo mismo hicieron otros dos jóvenes, violaron a una menor y lo grabaron con el móvil para colgarlo en internet. Y el salvaje de Barcelona, que patea a una ecuatoriana en el bus. «Ya te digo, neng, no sé qué pasó. Iba borracho y punto».

A Luis Rojas Marcos, el psiquiatra que trabaja en Nueva York y sienta cátedra en España, le han preguntado por los sucesos de estos días y ha reiterado que la violencia no nace con el ser humano, pero que forma parte de la Humanidad. Internet es hoy el coliseo de Roma, el foro al que se acude a disfrutar con la violencia. En ‘La Naranja Mecánica’, Alex acaba condenado y sometido a un tratamiento igualmente salvaje capaz de eliminar sus instintos violentos. Dice Rojas Marcos que si estos jóvenes psicópatas son «reincidentes a los veinte años, desafortunadamente hoy en día no tenemos un método para rehabilitarlos». Sólo en eso se equivocó Burgess cuando imaginó el futuro, la violencia sería más cruel y, además, no tiene remedio ni cura.

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Ay, Lady


Ay, lady, que estos catalanes no entienden nada. No entienden, lady Avicaco, lo esencial, la noción del tiempo, y sin ese acuerdo básico entre ciudadanos y gobiernos la política se convierte en un infierno de exigencias. Que no puede ser, ya lo sé, si todos los andaluces sufrimos por ti al verte en ese avispero. No entienden los catalanes que lo normal es que una autovía, como la andaluza, la única que ha construido la autonomía, se llame del 92 y se inaugure en el 2002. ¿Qué son diez años, lady? Mira Almería, que se ha puesto a la cabeza del PIB nacional sin carreteras ni trenes ni nada. O Algeciras, que sigue soñando desde los tiempos de Borbolla con la promesa de convertirse en el “gran puerto del sur de Europa”. ¿Se quejan acaso los turistas de playa en Granada o Málaga por los atascos de tráfico de cada verano o por los cortes de agua?

Recuerda el metro de Sevilla, lady, y ponlo de ejemplo en el Congreso. Es una ley de los tiempos de Franco, y ahora, después de tanto, ha avanzado sinuoso dos kilómetros en cuatro años. Crece el metro lentamente bajo tierra y, al final, ha parido a la luz un tranvía de un kilómetro y medio. Esa poesía, la de la tierra preñada que da a luz un tranvía, no la entienden por ahí. Nosotros sí, aunque después el tranvía se haya pasado otros seis meses de pruebas, que es como otro embarazo más. Pero se inaugura igual, con todos los fastos. ¿Vendrás este domingo a celebrarlo?

Lo que ocurre, lady, es que los catalanes igual están acostumbrados a una modernidad distinta, cuando la bonita es ésta, la modernidad de las palabras. Qué queda de la utopía si no existen
las promesas eternas, los sueños perpetuos. No, lady, no, los catalanes, que tanto exigen, nunca llegarán a la Segunda Modernización como nosotros porque para eso hace falta instalarse en un estado de ánimo favorable, hay que instalarse en la espera. Eso es lo importante, la esperanza, porque todos los problemas son distintos así. Es como eso que has dicho este fin de semana en Málaga, lady, ¿quién lo va a entender si no somos nosotros, tu tierra? Sí, ya sabes, eso de que “somos la envidia de Europa”, que “todos los países se miran en nuestro espejo por los avances sociales” de tu gobierno. Está claro, o sea, y los jubilados nórdicos, alemanes o ingleses que se vienen a pasar el invierno y el otoño a su casa de la Costa del Sol lo tienen que saber mejor que nadie. Porque ellos tendrán mejores pensiones que los españoles, tendrán mayor poder adquisitivo, y quizá sus hijos disfrutarán de trabajos estables sin ser mileuristas, pero y el sol, lady, dónde encuentran la paz del sol y la cerveza si no es aquí.

Somos la envidia, lady, es verdad, y los catalanes no lo entienden, no te entienden. Ay lady, Magdalena, Mandatela, Mandahuevos. Ay, ministra, no te ofusques, qué más da; los tuyos ya sabemos que la modernización es ésta que disfrutamos. Por cierto, ¿por cuál íbamos, por la segunda o por la tercera?

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23 octubre 2007

Autocensura (Serenidad y 2)


En la sobremesa de un sofocante día de este otoño caluroso, un conocido ex militante socialista que en su día ocupó cargos de relevancia y que acabó dejando el partido con cara de klinex, revela que, por primera vez en su vida, en las próximas elecciones, generales y autonómicas, va a votar al Partido Popular. Llegar a esta determinación, tomar esta decisión le ha costado lo suyo porque ni siquiera es fruto de la venganza sentimental hacia su ex partido, que sería acaso una reacción esperada y no provoca debates internos. No, sencillamente ha llegado a la conclusión de que lo peor que le puede ocurrir a España y a Andalucía es que sigan gobernando los suyos. Ni Chaves ni Zapatero, dice tras enumerar con los dedos un puñado de razones económicas, políticas, sociales.

Es tan firme su decisión, cuenta el hombre, que se ha permitido imponer una orden estricta en su casa a la hora de ver la tele. Se cambia de canal cada vez que aparezcan ciertos dirigentes políticos. Están rigurosamente prohibidos. «Claro –dije yo–. Es normal que, con tu trayectoria, se te atraganten ahora las intervenciones de Pepiño Blanco, Chaves o Zapatero». «Ah, no, no, en absoluto», respondió al instante. «Lo que está prohibido en mi casa son los programas de televisión o de radio en los que sale Acebes o Zaplana, porque yo me conozco y esos dos son capaces de torcer mi voluntad y provocar que, al final, acabe votando otra vez al PSOE». Fue difícil evitar la carcajada de sorpresa, claro.

Lo interesante de la anécdota, en cualquier caso, es pensar cuánta gente se sitúa en este momento en esa franja electoral, tierra de nadie, a la que han llegado por el desencanto del Partido Socialista y la aversión, el repelús, a votar por el PP. El cálculo es interesante porque, en definitiva, de lo que hablamos es del centro electoral en España, el espacio político decisivo en todas las elecciones. Y lo que parece demostrado es que el elector de centro hace con más frecuencia el trayecto que lo lleva de la derecha a la izquierda que el inverso. Por muchas razones, haber votado al PP y confesarse luego votante socialista parece que tiene más caché social que lo contrario, haber sido votante de izquierda y confesarse ahora votante del Partido Popular. Prejuicios sociales, sociología política que tienen mucho que ver con la historia de la derecha en España y su coqueteo con los fascismos de principios de siglo pasado, frente a la de otros países europeos, como Gran Bretaña o Suecia, por ejemplo.

Volvemos, por tanto, al epicentro de la que, sin duda, será una de las mayores claves de las próximas elecciones, la abstención. Volvemos para retratar la paradoja de que el factor determinante en la movilización del electorado del PSOE no son tanto sus políticas, como la reacción que provoque en el Partido Popular. Porque, a diferencia de aquel ex militante socialista, el problema de muchos líderes razonables del PP es que ellos no pueden desconectar, con el mando de distancia, la espesura rancia de sus colegas. Ya les gustaría.

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18 octubre 2007

Andazulía



De todas las palabras que Zapatero acaba en zeta, la única que no ha incluido en su vídeo de campaña es la que más ha utilizado y la única que, de verdad, acaba en zeta: La pazzz, que ha sido su gran apuesta de la legislatura. La pazzz, antes que la prosperidaz, que la competitividaz, que la igualdaz y, desde luego, que la sensibilidaz. La pazzz por delante incluso de la verdaz.

Será que los 656 funcionarios y asesores que trabajan para el presidente en La Moncloa no han querido llegar tan lejos con el desenfado. Ocurre lo mismo que con la austeridadz prometida, que tampoco se incluye. «Este Gobierno quiere que una de sus señas de identidad sea la austeridad, para ello, ha decidido empezar recortando el número de altos cargos», dijeron. Y a continuación, aumenta el número de altos cargos y hasta se hace compatioble el traspaso de nmcompetencias con el incremento del número de funcionarios. Un Gobierno que nos dice la verdaz.

De todas formas, lo más curioso del vídeo es que coincida con ese programa de la televisión italiana ‘Z Zapatero’, en el que un actor imita al presidente español. No ha habido en España ni una imitación del presidente del Gobierno que se le pueda acercar a la imitación de la RAI, el retrato más cruel, la caricatura más feroz. Un bobo de campeonato, que tropieza en los escalones antes de ser entrevistado, que arquea las cejas para hacerse interesante, que no deja la sonrisa, y que pronuncia con gran solemnidad las mayores naderías sobre todo lo que le preguntan, la izquierda, la multiculturalidad, la Guerra de Irak, los matrimonios gays, sobre la crisis energética…

Ante estas caricaturas, sin embargo, lo que dicta la norma general en política es que el dirigente afectado tiene que decir públicamente que le hace mucha gracia. El líder caricaturizado está obligado a alabar el gran ingenio de quien lo ridiculiza y siempre ha ocurrido así. Hasta Aznar, tan escaso de cintura, sin pizca de gracia, tuvo que confesarse admirador del guiñol. Y Felipe, tan soberbio siempre, llegó a decir que no se perdía los programas de Pedro Ruiz en los que lo imitaba, con una rosa en la mano. «España está gobernada por un capullo», decía el humorista. Y González no tenía más remedio que felicitarlo cuando le preguntaban. Zapatero hace lo propio con este vídeo de campaña que quiere aparentar sencillez, buen humor y cercanía. La España con Zeta de Zapatero. Falta una palabra, la pazzz, pero, por resume bien el ideario del presidente, esa ideología insustancial que se expresa con palabras sueltas. No necesita más porque no hay más. Ideología casi de monosílabos.

Sólo queda la duda ahora de si Chaves, como ha venido haciendo durante toda la legislatura, se apunta a la idea del Gobierno y hace también un video desenfadado de su gestión en la Junta. El título ya lo tiene, y también con zeta: ‘La Andazulía de Chaves’. Que como diría el presidente Chaves, un vídeo suyo sería un gran pelotazo y, emitido por Canal Sur, lo verían "un tanto coma por ciento de los andaluces".

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Charnegos


Llegaron a Lérida en los sesenta. Se fueron todos con todo lo que tenían en un solo viaje porque no había mucho que transportar. El padre vendió las tres vacas y la mula, y tiraron para Lérida cuando el cosario les dijo que tenía sitio en el camión. Al cosario lo conocían de venderle leche, y lo oían hablar en el bar, en las tardes de cigarros y vino, de lo bien que estaban las cosas en Cataluña. Y nosotros aquí, con más miseria que mocos. Por eso, cuando el cosario les dijo que se iba para Lérida a recoger un porte, que iba con el camión vacío y podía llevarlos, el padre no se lo pensó un instante más. Los cinco hijos y la mujer, todos al camión, que aquí no hay lugar para las lágrimas. Unos en la cabina, con el cosario, y los demás detrás, en el remolque vacío. «Todavía me acuerdo de que al más pequeño, que no paraba de llorar, lo sacaron de la cabina y lo acunó el padre detrás, en la caja de madera de las herramientas. Ay, Dios».

Cuando los conocí, hace unos años, todavía superaban la nostalgia de cada sobremesa recordando su marcha. En la mesa, unas sardinas que han cocinado en el microondas y una paella de fideos y langostinos. «Qué tiempos aquellos, y ahora, fíjate; sobra de todo. ¿Volver? Claro que me gustaría, pero los mayores ya se han casado, tenemos nietos... Son catalanes; ésta es nuestra vida. Y ahora que se va a casar también Carlos, el pequeño, qué nos vas a contar». Un pacharán y unos farias, que hay que celebrarlo. «¡Y esta noche, pollo a l’ast!».

«Pollo a l’ast». El martes, cuando Carod Rovira, embravecido, reivindicaba la correcta pronunciación de su nombre, recordé el amasijo imposible de aquellos emigrantes andaluces, analfabetos los padres, estudios primarios los hijos, cuando intentaban pronunciar catalán con el acento andaluz que no se pudo traer de vuelta el corsario. Fueron y serán charnegos, catalanes de segunda, entonces, en la Cataluña del franquismo, y ahora, en la Catalunya que gobierna Carod Rovira.

Charnegos a los ojos de esos que no les miran igual cuando llegan a la tienda, de esos que le han obligado a cambiar al catalán todos los rótulos de la carpintería familiar. Ahora, ya ven, se conformarían con que la democracia y las autonomías les hubiera traído el reconocimiento de una cultura charnega. Igual que existe la cultura catalana, que se acepte la cultura catalana charnega, que existe pero que no sale por ningún lado en los medios de comunicación, ésa de la que sólo se ocupa el Gobierno para corregirla, para anularla.

Charnegos. No odian a Cataluña, ni la menosprecian. Porque son catalanes, de nacimiento y de elección. Como Carod Rovira. Pero no son independentistas. Ellos quieren seguir hablando castellano, quieren seguir siendo andaluces en Cataluña. «Me llamo Josep Lluís, aquí y en China», dice Carod Rovira y tiene razón. Lo que pasa es que también Carlos quiere llamarse Carlos. «Pero yo me llamo Carlos sólo en China, aquí soy Carles». Esa es la diferencia entre Carod y los demás. A ver, en realidad, quién odia a quién en España, en Cataluña.

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17 octubre 2007

Serenidad (I)


La política española discurre siempre sobre los raíles gastados de una dialéctica antigua; dos vías intercambiables según el ritmo de la máquina. La serenidad o la crispación. De la una se pasa a la otra, luego al revés y vuelta a empezar. Lo que determina que un partido político se incline por una de ellas es, fundamentalmente, el resultado electoral. Si es un partido que gobierna, querrá transmitir a la ciudadanía mensajes de serenidad, de tranquilidad. Normalidad.
Frente a esos mensajes de serenidad, la oposición dispondrá del discurso contrario, pues querrá, al contrario que el Gobierno, que el personal se rebele. La crispación es un arma antigua de la oposición, y también es ajena a la ideología de quien en cada momento la utiliza. Agitación, inquietud, incomodidad. Los pasaportes para llegar al Gobierno siempre son los mismos, porque nadie se muestra interesado en cambiar lo que no le causa ni molestia ni preocupación.

De acuerdo a los arquetipos de la división ideológica, resulta además curioso observar que las llamadas a la estabilidad, a la tranquilidad, formarían parte de un lenguaje conservador, mientras el inconformismo, la agitación, se le adjudicaría a los movimientos progresistas. Pero se usan indistintamente. Desde los primeros Gobierno de la UCD, siempre ha sido así. Sólo hace falta repasar cómo eran González y Guerra en la oposición frente a UCD; cómo eran Aznar y los suyos en los últimos años de gobiernos felipista. ¿Qué hicieron Zapatero y Rubalcaba tras el atentado del 11 de marzo, llamar a la calma y a la serenidad, como ahora? La misma dialéctica, el mismo análisis, se podría trasladar a escala a otros niveles de la política española, los ayuntamientos o las autonomías, con la sola excepción de aquellos que consiguen consolidar un sistema de régimen político.

La cuestión, en definitiva, es que, por mucho que ahora nos puedan parecer nuevas las estrategias que se utilizan en el Gobierno y en la oposición, es más que evidente y constatable que se trata de raíles ya gastados de la dialéctica política en España. Siempre el Gobierno ha buscado métodos para narcotizar el cabreo social que siempre existe y siempre la oposición ha intentado espolear los ánimos del personal, exaltarlos. Siempre ha sido así, es verdad, pero las circunstancias electorales han ido cambiando.

Por ejemplo, el momento actual. Establezcamos un sencillo círculo de hipótesis encadenadas que nos llevan a una contradicción final: La clave principal del triunfo del PSOE en las últimas elecciones (en el Congreso por sorpresa y en Andalucía con holgura) fue la extraordinaria movilización que supuso el atentado del 11 de marzo. De ahí se infiere que la principal preocupación del PSOE en este momento no sea tanto el posible ascenso del PP como el incremento de la abstención. Ocurre, sin embargo, que para que el electorado socialista no caiga en la abstención, el PSOE necesita movilizar a la sociedad. Y la estrategia de la ‘España serena’ lo que invoca no es movilización, sino tranquilidad.

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16 octubre 2007

Cabezón


“Cómo callar. Cómo guardar silencio y mirar para otro lado cuando el atropello que se denuncia es tan claro, tan evidente. Este abuso de tantos años. Sí, sí, me refiero al cabezón, al presidente, sí, porque es así como lo conocen todos. En las cenas informales con gente del partido, en los congresos, en el parlamento. ‘El cabezón ha dicho tal cosa, el cabezón ha dicho tal otra’. Si ellos lo llaman el cabezón, por qué no íbamos a utilizarlo también nosotros. Sobre todo ahora, que alguien ha tenido los arrestos de publicar un libro con todos los abusos del cabezón en el gobierno autonómico. Al fin alguien se ha atrevido a hablar claro de esta milonga autonómica. Así es el cabezón. Y si él se ha atrevido a hablar, es una infamia callar por miedo al cabezón. Sabemos que lo que se cuenta en el libro es verdad. No voy a mirar para otro lado. Es una cuestión de dignidad: aunque después de este libro quieran asfixiarlo, anularlo. Se convertirá en un apestado…”

“Que sí, que sí, que hay que tener muchos cojones para escribir como este tío. Si quieres, como el libro sale a la venta a final de mes, te leo sólo un párrafo, ya verás: ‘Al grito de maricón el último, los elegidos se han lanzado al asalto del erario público con un éxito que no tiene precedentes. Y aquellos que no lo consiguieron momentáneamente, es decir, el resto de la elite autóctona, advirtieron que sólo era cuestión de aguardar la ocasión y permanecer agazapados esperando un día imitar al jefe, el cual, como era previsible, salió judicialmente indemne de toda sisa o saqueo bancario, exceptuando el aura de rapacidad que ha compartido con la familia”

“La familia, sí, la familia también sale retratada en el libro, que ya verás las ampollas de levanta porque nadie ha sido capaz hasta ahora de escribir algo así. Sólo él, porque, como remarca en el libro, aquí no se ha quedado nadie sin ración; unos directamente y otros a través de ese despilfarro de la autonomía que consiste en multiplicar hasta la desvergüenza la red de burocracia política. Y siempre nombres altisonantes, que sirvan además de para el cargo, el coche oficial y las visitas al extranjero, para alimentar la propaganda de este personal. Que si una Dirección General para la Promoción de la Paz y los Derechos Humanos, que si un Instituto regional para la Atención la Gente Mayor, que si un Consejo Asesor para el Cambio climático y el desarrollo sostenible… Un ejército de sablistas, esa es la estirpe política que ha creado el presidente, el cabezón”

“En fin, que si en España hubiera más gente con el arrojo de Albert Boadella… Bueno, ¿pero por qué me miras de esa forma? Pues claro que me refería a Boadella, ¿qué habías pensado? Y el cabezón al que se refiere Boadella es Jordi Pujol, el president Pujol… Ah!, ja, ja, ja, ¿Y tu habías creído que me estaba refiriendo a Andalucía, a Chaves? No, hombre, pero tendría que haber caído en que también a Chaves lo conocen como el cabezón en su partido. Pero esta historia no va con él. 'Adiós Cataluña', se llama el libro. Además, ¿tu crees que alguien se atrevería a escribir ‘Adiós Andalucía’?”

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15 octubre 2007

Excelencia


El profesor Francisco Sosa Wagner sostiene con sorna en su reconocido libro sobre “El mito de la autonomía universitaria” que, de todos los males que aquejan a la universidad en el mundo, al menos los españoles contamos con la ventaja de que, a diferencia de otros países, el diagnóstico aquí es más fácil de establecer. “El camino a seguir –sostiene Sosa Wagner- es bien fácil para nosotros: justo el contrario del observado hasta ahora, que ha sido el de las reformas repentinas, veraniegas y aplicadas por igual y a la vez a todas las universidades, grandes o pequeñas, añejas o noveles, del sur o del norte, técnicas o humanísticas”.

En otros apartados del libro, Sosa Wagner destapa las muchas falacias que se esconden bajo del mítico enunciado de la autonomía universitaria y que, sin embargo, sólo han servido de excusas para que las universidades se conviertan en centros cada vez más endogámicos, dominados por clanes, en los que la calidad del profesorado y del alumnado se deteriora de forma irreversible. Por eso, muchas veces, reformar supone regresar. Y cuando Sosa Wagner habla de emprender el camino contrario, está abogando por devolver a la Universidad algunos conceptos esenciales como el del mérito y la excelencia. “Regada y abonada la planta trepadora de la igualdad, la medianía tiene a apoderarse y a enseñorearse del edificio en su conjunto taponando todos sus respiraderos. Se instaura así la dictadura de la mediocridad. Todos los estudiantes son iguales, también todos los profesores y todos los centros. Es indiferente estudiar aquí o estudiar allá, es indiferente ser un profesor reconocido por sus publicaciones o descubrimientos, que un quídam rutinario o entregado a actividades burocráticas”.

Lo curioso del deterioro de la enseñanza en España es que, se pregunte a quien se pregunte, entre los catedráticos de mayor prestigio no existen dudas sobre cuáles son los males. Al leer estos días a Sosa Wagner recordé una entrevista a Manuel Olivencia, en octubre de 2005, en la que también alertaba de la pérdida “del sentido elitista que toda educación debe tener”. Y añadía: “La igualdad en la educación es la igualdad en el punto de salida, como los atletas. Igualdad en el derecho de la Educación y en las oportunidades. Pero la educación, por definición, tiene que ser una selección de los mejores, no puede consistir en cortar la cabeza de los que sobresalgan".

Se ha sabido ahora que la Universidad de Sevilla le ha mandado a Olivencia un escrito denigrante en el que, de dos patadas, le comunica el “cese automático” como profesor emérito. La Universidad de Sevilla se excusa con la aplicación de decretos ministeriales y formalidades laborales. No se enteran. Que quien pierde es la Universidad, su prestigio, no Olivencia ni ningún otro emérito como él. Pierde la calidad, pierden los alumnos. Otro hachazo al árbol de la excelencia. No se enteran, no.

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14 octubre 2007

La Universidad de Sevilla 'despide' a Olivencia

Uno de los incidentes académicos más humillantes que se recuerdan acaba de ocurrir en la Universidad de Sevilla que, ajena a cualquier otra consideración que no sea el imperio burocrático de la mediocridad, ha ‘despedido’ de la peor forma al catedrático Manuel Olivencia, propietario de una de las biografías más sobresalientes de la Sevilla contemporánea. Todo comenzó a mediados de septiembre pasado cuando Manuel Olivencia recibió en su domicilio una carta de cuatro líneas: “De conformidad con lo establecido en el R.D. 2720/1998 de 18 de diciembre, le comunico que con fecha 30/09/2007 finaliza el contrato laboral que tiene vd. suscrito con esta universidad como profesor emérito, adscrito al departamento de Derecho Mercantil, por lo que deberá cesar automáticamente dicho día en la prestación de sus servicios”.

Puede calcular el lector el efecto que tuvo una carta así en Manuel Olivencia, socio de uno de los despachos de abogados más influyentes del país (Cuatrecasas-Olivencia Ballester) y autor del ‘código Olivencia’, un código ético, elaborado por una comisión de expertos presididos por Manuel Olivencia, que establece las normas del buen gobierno de las empresas y sus consejos de administración. La reacción deOlivencia fue una carta memorable, no de tres líneas sino de tres folios: “La ‘burocratización’ es el mal de la Universidad que inspira el tenor literal de este ‘oficio’. De la misma raíz es ‘oficina’, voz que expresa fielmente aquello en lo que se ha convertido nuestra Universidad, al dejar de ser ‘ayuntamiento de maestros y escolares’ y ‘alma mater’ (…) El oficio de referencia falta a las más elementales reglas de las relaciones humanas y, además, las quebranta innecesaria e inútilmente, lo que hace más penoso su contenido (…) Todo toca a su fin, bien lo sé, pero ¿merezco que mi expediente personal en la Universidad de la que fui alumno, por la que me licencié y a la que he servido con vocación como ayudante, catedrático y profesor emérito se cierre con un papel del tenor literal de ese ‘oficio’? Lo que censuro no es la finalización de un contrato, sino el tono desconsiderado de la comunicación (…) Daré cumplimiento automático a esa orden y me abstendré de prestar mis servicios a la Universidad. Por cierto, como sigo trabajando en actividades científicas y comparecencias públicas, evitaré, desde el próximo día 30, hacer constar mi condición de catedrático o profesor emérito de la Universidad de Sevilla, como hasta ahora he venido haciendo con orgullo”.

Fue tal el revuelo interno que se organizó en algunos despachos de la Universidad de Sevilla que el rectorado y varios directores de departamentos se han visto obligados a enviar, con posterioridad, cartas de disculpa a Manuel Olivencia. Nada, en cualquier caso, podrá solventar el ridículo y el menosprecio que la Universidad de Sevilla se inflige a sí misma. Sencillamente, un acontecimiento así es impensable en cualquier universidad del mundo.

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12 octubre 2007

Bandera


Un fantasma de estandartes
una bandera quimérica
un mito de patrias: una
grave ficción de fronteras
.
(Miguel Hernández)


Al estanco, en el centro de Sevilla, ha llegado una señora decidida: «¿Tiene usted pulseras de reloj con la bandera de España?». «No, lo siento», contesta la estanquera. «Entonces déme una pulserita de la bandera de España». «Pues tampoco tenemos, señora». «Ah, vaya. Me llevaré de todas formas una de esas pegatinas de la bandera de España para la correa del reloj». La estanquera sólo la tuvo que mirar esta vez. «¿Tampoco? Vamos, esto parece Estados Unidos; es más fácil encontrar banderas americanas que la del país en el que vive una».
Detengamos ahí el relato. Porque se trata de un incidente insignificante, trivial, salvo si lo acompañamos de la referencia contundente de los más de dos siglos de historia la bandera de España. Desde 1785, la bandera, esta bandera, ha atravesado diseños, escudos y regímenes.

Salvo el breve periodo de la República (1931-1939) cuando incorporó el morado a una de sus franjas, los colores rojo, amarillo y rojo han surcado esos dos siglos sin que la bandera haya conseguido lo elemental, representar sin polémicas a la nación. A la vista está.
Es verdad que hay muchos países en los que la guerra de banderas ha sido una constante en su historia, pero lo excepcional de España es que, además de esas controversias que suelen provocar los nacionalismos internos, la bandera nacional, como el himno, tiene que combatir contra la indiferencia del personal. Una bandera quimérica, que cantaba el poeta. Una ilusión imposible.

Claro que para llegar a este estado de cosas, con la bandera convertida en la mayor controversia del día de la fiesta nacional, han tenido que confluir en la historia de España los nacionalismos y, sobre ellos, la herencia maldita del franquismo. La Transición ha dejado en España algunas asignaturas pendientes y, entre ellas, la aceptación de la bandera como símbolo democrático. Ese sustrato sociológico es el que brota en cada polémica. Bandera de España, igual a extrema derecha. Para completar la deformación, ha tenido que llegar luego la idea de que los nacionalismos son movimientos progresistas, mientras que las aspiraciones jacobinas, centralistas, forman parte de la ideología conservadora.

Que nadie espere aquí que un dirigente socialista diga, como Ségolène Royal en la campaña francesa, que la izquierda tiene «que conquistar los símbolos de la nación y no dejarse encerrar en una desviación de la identidad nacional». Doscientos años después, ya lo ha dicho Savater, la bandera, igual que la idea de España, «me la sopla». Ése es el resumen, ése el común. Por eso la señora se fue del estanco, malhumorada, mientras la clientela la miraba con sorna. Una extraña. Empeñarse en una bandera de España. Qué cosas.

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11 octubre 2007

Islamofobia


Como el ministro Moratinos se aventuró a anticipar que las conclusiones de la ‘Conferencia sobre Intolerancia y Discriminación hacia los musulmanes’, celebrada en Córdoba, serían tolerantes y positivas, cuando finalmente llegó el comunicado, a nadie debió sorprender que la Declaración final incluyera la firme defensa de los derechos y libertades... en los países democráticos que acogen a colonias de inmigrantes musulmanes. De lo que no se dice nada es de la necesidad de defender esos principios en los países islámicos, en las dictaduras teocráticas islámicas y en las democracias como Marruecos que siguen vulnerando derechos fundamentales del ser humano.
«Diálogo intercultural e interreligioso, respeto y entendimiento mutuos, defensa de los derechos humanos y de libertades fundamentales», pero en este lado; defensa de la democracia en los países que son los únicos garantes de esta democracia, imperfecta e insustituible. Ésa es la paradoja, la lógica retorcida de la Alianza de Civilizaciones, la de pensar que las reticencias a la cultura islámica nada tienen que ver con los excesos del islamismo sino con los prejuicios históricos de todo el que no profesa esa religión. Ni el terrorismo religioso que alimentan los líderes fundamentalistas islámicos, ni la brutal represión de otras religiones en países islámicos, ni la humillante postración a la que se somete a las mujeres, ni las reiteradas amenazas terroristas de reconquista de Al Andalus, ni la falta de libertades, ni la persecución y muerte de los homosexuales, ni la existencia de costumbres bárbaras como la ablación o la venta de hijas para el matrimonio. Por lo visto, nada de eso provoca islamofobia en Occidente, sino los prejuicios históricos. Todo está en nuestro subconsciente racista.

Quien mejor expresó todo esto fue la directora general de la Casa Árabe, Gema Martín, que situó «el primer momento de intolerancia de la civilización occidental en la expulsión de los moriscos y de los judíos de Al Andalus». Ése es el primer episodio de intolerancia, vale. ¿Y qué ocurrió antes en España? ¿Cómo conquistaron la tierra desde los fenicios hasta los visigodos, el Imperio Romano y las primeras legiones musulmanas? Pues nada, a pesar de la Historia, la islamofobia es un sentimiento «inconsciente»: «Muchas personas tienen actitudes y discursos de raíz intolerante contra los musulmanes a pesar de que no existe la conciencia de que lo son», dice la directora.
A partir de ahí, nos tendrá que parecer normal que el ministro de Justicia vea el peligro de un nuevo Holocausto en el exterminio de los islamistas, como si Ben Laden fuera un líder religioso del Vaticano, y hasta que la Comisión Islámica considere «un derecho» que los musulmanes puedan rezar en la Mezquita de Córdoba, como si la libertad religiosa estuviera amenazada en España, no en Irán o en Turquía.

A fuerza de banalidades y de esconder los problemas, conseguirán que la islamofobia sea una realidad. Lo único que no dicen es que el Islam pacífico sólo está a salvo en estas democracias imperfectas.

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10 octubre 2007

Hiyab


Entre las muchas barbaridades multiculturales que se han oído en los últimos años, conservo una reciente de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, cuando pidió que no se «criminalice» la cultura mauritana por los matrimonios de niñas. Y lo justificaba: «Allí el enlace con menores es frecuente, como en España hace años; de hecho, en la Bahía de Cádiz se han oficiado bodas con niñas de 13 ó 14 años porque, aunque aquí nos resulte chocante, el ritual es diferente». Es de suponer que, siguiendo la misma lógica de «no criminalizar» y respetar otras culturas, habría que aceptar también que esas menores formen parte de algún trato familiar cuando contraen matrimonio. Y degenerando, ese falso concepto de respeto cultural, de aceptación de otras culturas, nos tendría que llevar a asumir dentro de un Estado de Derecho otras costumbres arraigadas, como la obligación de que las mujeres caminen por las aceras varios metros por detrás del hombre, y cubiertas con burka. O la propia ablación de clítoris, que también tendrá su ritual de sangre.
Dicho todo esto, una vez que se coloca en el frontispicio el engaño de la multiculturalidad, conviene que la integración de los inmigrantes no se vea obligada a bascular entre dos excesos, el de quienes piden vía libre para todas las costumbres y el de quienes se sienten amenazados por un simple pañuelo, que no es lo mismo que un burka ni puede considerarse igual. Quiere decirse que no puede ser un escándalo que una niña acuda al colegio con hiyab; por lo menos, no puede ser un escándalo mayor que una niña que asiste al colegio con un top imposible y el tanga a la vista, porque la cuestión fundamental no es la vestimenta sino que se impida o se perturbe el desarrollo normal y lógico de las clases y del aprendizaje de los niños.

Ésa es la cuestión y, por eso, sería tan importante que los gobiernos, tanto el andaluz como el español, abandonaran su habitual inopia multicultural para regular un problema que se va acercando como un círculo de fuego. El velo de una niña musulmana no es un problema si no conlleva otras servidumbres inaceptables en un Estado de Derecho. Otra cosa sería, por ejemplo, que el padre que obliga a su hija a acudir con velo a clase le prohibiera, además, acudir a clase de gimnasia. Meter todas las situaciones en el saco de la guerra de civilizaciones es tan peligroso como suavizar el debate con la excusa absurda y falaz de tratar a todas las religiones con el mismo rasero. Que a lo mejor, la salida más razonable, menos traumática, más civilizada, se encuentra, simplemente, en la instauración de un uniforme en las escuelas. Para unos y para otros.
En cualquier caso, respeto a las costumbres siempre que prevalezcan todas y cada una de las garantías de libertad e igualdad que se contienen en un Estado de Derecho. Que camuflados detrás de esos discursos amables y hueros, se esconden los peores augurios de una democracia.

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09 octubre 2007

María


Le han preguntado a Eduardo Punset, divulgador científico, explorador de sentimientos, político de éxitos y frustraciones, si es verdad que el cerebro del hombre es el que determina que una persona sea de izquierdas o de derechas, y, sin dudarlo, ha dicho que lo importante de un político, como de todas las personas, es la capacidad de amar. Punset, que ha recorrido las universidades de medio mundo tratando de comprender las claves del comportamiento humano, también ha visto disparatado ese estudio de la Universidad de Nueva York sobre el cerebro y las ideologías y que, como podía temerse, acaba repitiendo los tópicos más trillados y elementales de las ideologías.

La capacidad de amar, ha dicho Punset, es la que nos diferencia, y ayer lo recordé cuando me detuve un instante en los ojos de María San Gil, que son de oro viejo, castaños y oscuros; unos ojos que se arquean cuando comienza a hablar, que se abren de golpe, como si quisieran respirar, atrapar todo el aire. Los ojos que un día se maldijeron por haber tenido que ver. Vino María San Gil al Foro de EL MUNDO de Andalucía y pude susurrarle: «¿Es posible olvidarlo?». «Han pasado diez años –dijo–, y se ha ido el dolor primero, la punzada de angustia de tantos años... Pero no, no se olvida jamás. Aquel instante siempre vuelve».

Aquel día es conocido, fue el 23 de enero de 1995, cuando María San Gil almorzaba con su jefe, Gregorio Ordóñez, en un restaurante de San Sebastián y un asesino de ETA se acercó y lo mató de un tiro en la nuca. San Gil, que nunca había pensado dedicarse a la política, decidió coger el testigo, rescatarlo de aquel charco de sangre, y dedicarle la vida a su memoria, a sus ideas, a su lucha contra el fascismo etarra. «Si mi vida hubiera transcurrido en un país en paz, yo sería hoy una desconocida profesora de Latín», ha dicho alguna vez.

Ese día, «ese instante que siempre vuelve» al dolor de las víctimas es el que eleva a la categoría de infamia algunas posiciones políticas ante el terrorismo. Como ese partido, que se dice hecho de jornaleros andaluces, que forma parte de Izquierda Unida, pidiera ayer «la libertad inmediata» de los dirigentes de Batasuna, el reconocimiento «del conflicto político del País Vasco, el acercamiento de presos, y el archivo de todos los sumarios abiertos a la izquierda abertzale». ¿No va a decir nada IU? ¿Y la gente decente del SOC? ¿Nada?

María San Gil es del PP como Maite Pagaza es del PSOE, por su capacidad de amar. Izquierda o derecha, por delante la defensa de la memoria, de la dignidad, de la libertad. «No tomamos una sola decisión que no esté influenciada por las emociones que hierven en el subconsciente», dice Punset para explicar cómo se va alojando en la mente cada cosa que nos pasa y, desde allí, determina nuestra forma de pensar, de decir, de reaccionar. María San Gil vivió aquel instante fatal. Por eso, ensancha los ojos al hablar. No escuchar el grito de esos ojos sólo pertenece al reino de la infamia, no de las ideologías.

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08 octubre 2007

Besteiro



A veces suele recordarse de Julián Besteiro que exhibía su orgullo de socialista por la forma de hacer política del PSOE. Estaba orgulloso Besteiro de que el Partido Socialista no buscara el aplauso fácil, que dirigiera sus palabras «a la inteligencia de la gente, porque los obreros tienen capacidad para entender, para hablarles de filosofía, para hablarles de política». En actos del PSOE, todavía hoy se siguen mencionando estas palabras de Besteiro aunque todo el mundo sepa que fueron precisamente esos valores, la integridad, la honestidad, la repulsa de la demagogia y de la radicalidad, los que lo dejaron, al final de sus días, como un socialista sin partido.

A Julián Besteiro lo condenó el franquismo a morir como un perro en la cárcel de Carmona y ahora se le ha olvidado al PSOE, no ya el aniversario de su muerte, un 27 de septiembre, sino hasta el monumento que prometieron hace diecisiete años. La paradoja es cruel, acaso definitoria de esta propaganda de ‘Memoria histórica’. Porque se recaudaron fondos para el monumento y, sin que nadie haya podido aclarar muy bien qué ocurrió, de repente se mezclaron las filesas y las extrañas desviaciones, y de aquella promesa nunca más se supo. No hay dinero para la memoria de Besteiro, nueve millones de aquellas pesetas que costaba la obra. Al cabo de los años, el escultor decidió hacerle un molde en poliéster, en sustitución de la arcilla, porque tenía claro que aquella obra tenía que prepararse para el olvido.

«Yo, que nunca hubiese podido dejarte cuantiosos bienes de fortuna, te dejo, en cambio, un nombre respetable que algún día, creo yo, habrá de imponerse a la consideración de las gentes», le escribió Besteiro a su mujer en su última carta desde la cárcel.
«Algún día», decía Besteiro. Ya ven qué ironías. Porque si ese día se busca en estos días, es muy probable que Besteiro no se reconociera en ningún rincón del PSOE. Ni en España, ni en Andalucía. ¿Cómo iba a compartir Besteiro, por ejemplo, ese ceremonial ridículo con el que, este fin de semana, el PSOE ha aclamado a Chaves para que sea su candidato por sexta vez consecutiva?

Ni Besteiro ni muchos otros socialistas de hoy podrán entender que el comité director del PSOE se haya transformado en una pasarela por la que desfila una detallada representación del mundo subvencionado; empresarios y sindicatos, artistas y malabaristas. «Señores gobernantes, les agradecemos las subvenciones, aunque no son muchas», dijo Antonio ‘El Pipa’, bailaor flamenco. ‘El Pipa’ en el comité director del PSOE, ésa es la cuestión. Cuando se sustituye el debate y el discurso por la aclamación y el vasallaje, se deja de hablar a la inteligencia de la gente y se apunta más a la subsistencia. Repetimos: ‘El Pipa’ en el comité director del PSOE. No hay nada más que decir. Y sólo será una curiosidad que Chaves lleve 17 años de presidente de Andalucía, los mismos que se han cumplido del monumento olvidado de Besteiro.

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07 octubre 2007

Secretos


La democracia de Estados Unidos tiene un punto de inocencia infantil, de sociedad adolescente. Mucho de lo que ocurre allí, en los excesos y en los defectos, sería inconcebible en la vieja Europa. Como esta polémica de ahora, en la que uno se queda con la sorpresa de conocer que el presidente de los EEUU graba hasta las reuniones en su rancho de Tejas. Y al cabo de unos años, se hacen públicas para que el personal las conozca. Las que se han publicado en España de Bush y Aznar tienen el objetivo único de seguir azuzando los demonios de la Guerra de Irak, pero sirven igual.

Por cierto que la sorpresa de esas conversaciones es Aznar, su comportamiento. Que Bush estaba decidido a lanzar el ataque contra Irak ya lo sabíamos, quedó tan claro desde el principio como las artimañas que utilizó para justificarlo, los informes falsos de la CIA y su desprecio de la unidad internacional que había conseguido tras los atentados de las Torres Gemelas. Todo eso lo sabíamos y ahora lo que se pretende es azuzarlo de nuevo, sólo que la sorpresa mayor ha sido que Aznar, en esas conversaciones, no queda como un pelele, el pelota de Bush, sino que, de forma reiterada, lo alerta de la importancia de contar con una resolución de la ONU que ampare la Guerra y con el apoyo del mayor número de aliados posibles. «Lo único que me preocupa de ti es tu optimismo», le dice Aznar a Bush, en plan lapidario, ya al final de la conversación, como asomándose al abismo por que el acabaría despeñándose él, todo su gobierno y la propia Guerra de Irak.

Pero lo novedoso, ya digo, es esa costumbre de Estados Unidos de grabar, y publicar después, este tipo de conversaciones que servirán para los historiadores y también para que cada cual coloque a cada uno en su sitio. Que vivimos tiempos en los que las valoraciones y los juicios acaban imponiéndose a los propios hechos. Desde ese punto de vista, lo que, por ejemplo, no se entiende nada bien es la escandalera que se forma en España cuando, por ejemplo, se piden las actas de las reuniones que ha mantenido el Gobierno con la organización terrorista ETA. Es verdad que nunca se ha hecho, ni con González ni con Aznar, pero estaría bien que, aprovechando el momento, se dieran a conocer todas a la vez. Para comparar.

¿Y las conversaciones de Zapatero en La Moncloa? ¿No sería importante saber de qué habla, qué promete el presidente en algunas reuniones trascendentales, como aquella con Artur Mas en las que se desbloqueó el Estatuto catalán? ¿Y qué le dice a Chaves cuando lo visita? Al contrario que en los Estados Unidos, en España se considera secreto de Estado hasta los compañeros de baloncesto que lo frecuentan cuando el presidente juega en La Moncloa. Y el oscurantismo del Gobierno de la nación, se hace opacidad absoluta cuando se desciende a las autonomías, a estos virreinatos de barones regionales. ¿Cuántos resistirían una democracia como la que permite en Estados Unidos grabar al presidente hasta en su rancho de Tejas?

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03 octubre 2007

Fichas


El último misterio de Marbella está apilado en fichas. Doscientas fichas, dice Berta González de Vega. En esas fichas, la Junta de Andalucía ha ido anotando sus negociaciones con los promotores urbanísticos del agosto podrido de la era Gil. Cartulinas en las que iba anotando las irregularidades cometidas por cada uno de ellos; cartulinas blancas en las que figuraban los muchos que vulneraron el Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) de 1986, el único legal, y construyeron al ritmo que marcaban las comisiones que se pagaban al Ayuntamiento. Ahora que la Junta de Andalucía le ha impuesto al Ayuntamiento un nuevo PGOU (ahora, ya ven, tantos años después), es el momento de ajustar cuentas con el pasado. Y todo eso está anotado en las fichas. Doscientas fichas.

Con los malos en la cárcel, el nuevo PGOU entró en la ciudad como los sheriffs de las películas de John Ford. Y lo que se teme ahora es que ese sheriff haya hecho tratos en el saloon, en una atmósfera de humo y bourbon de garrafa. Qué puede explicar, si no, que haya sanciones dispares para delitos idénticos. La norma básica de todo estado de Derecho es que todos somos iguales ante la ley, incluso cuando la norma la aplica un poder, como el Ejecutivo, que no tiene el privilegio de juzgar. Este detalle es esencial, por obvio que parezca, porque cuando un Gobierno aplica una normativa como la urbanística no está contemplado que aplique agravantes y atenuantes de orden moral o político; no está previsto que interprete la norma de acuerdo a la personalidad del infractor. Una infracción urbanística no es una sentencia judicial.

Los abogados, que desde hace semanas escudriñan cada huella el nuevo planeamiento, lo llaman a esto último una vulneración del principio de equidistribución de las cargas y las sanciones. Y añaden: «Ningún gobierno puede hacer justicia porque para eso están los tribunales». Dicen los abogados que hay casos en los que dos promotores, por una infracción idéntica, a uno de ellos se le impone una sanción un dos mil por ciento inferior a la del primero.
Pero, ¿por qué iba a meterse en camisas de once varas el Gobierno andaluz? ¿Qué interés podría tener en no aplicar la norma a todos los infractores por igual, sobre todo ahora que se había saneado la trama adulterada del urbanismo de Marbella? ¿Quién ha recibido un trato de favor en las infracciones? ¿Y por qué? Como en Marbella, cada vez que se hacen preguntas, aparecen los mismos, ya hemos oído a la abogada Inmaculada Gálvez alertando de tanto secretismo, de tanto silencio por parte de autoridades del PSOE y del Partido Popular. «Si ni la Junta ni el Ayuntamiento de Marbella hacen público el contenido de las fichas, habremos vuelto al gilismo», dice la pertinaz Gálvez. Doscientas fichas. Fichas blancas, fichas negras. Es el último misterio de Marbella.

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02 octubre 2007

Baviera


¿Cuándo se puede considerar que un partido político gobierna en democracia con modos de régimen, con argucias de régimen, con comportamientos de régimen? Podría pensarse que la mera permanencia en el poder de un solo partido político, durante varios decenios, es la que delata la existencia de un régimen político. El ‘modelo mexicano’, digamos, que mientras gobernó el PRI no esperaba siquiera al escrutinio de las urnas para proclamar al nuevo presidente. Pero no es así, no es el tiempo el que marca la línea, el abismo de degeneración por el que se despeñan los partidos mayoritarios que transforman la mayoría en hegemonía, la ideología en una grosera maquinaria de poder. No es el tiempo, no.

En Baviera, por ejemplo, acaba de celebrarse el congreso del partido que gobierna aquel lander alemán desde 1947. Medio siglo de gobierno ininterrumpido de la Unión Social Cristiana. Si el congreso de aquel partido se ha convertido en noticia en todo el mundo no ha sido, desde luego, por el relevo en el liderazgo de Edmund Stoiber, hasta ahora presidente del partido y primer ministro de Baviera; si ha sido noticia es por la irrupción pintoresca de una mujer, Gabriele Pauli, al proponer una limitación en los matrimonios. Cada siete años, se rompe el contrato. Y luego se renueva, si se quiere, o queda extinguido sin más controversias judiciales. Al final, como parecía lógico, la extravagancia de Pauli ha logrado que sea famosa en todo el mundo pero, entre los suyos, no ha llegado ni al tres por ciento de los votos del congreso.

Lo esencial de Pauli, en cualquier caso, es que exista. Que exista con sus propuestas en el seno de un partido conservador con medio siglo de gobierno ininterrumpido. Que exista y se presente a un congreso con candidatos dispares. Pauli es la respuesta democrática a las mayorías búlgaras. La ausencia de discrepantes, la inexistencia de debates internos, la aclamación del líder, es la que conduce al régimen. Sucede además que Baviera, en estos 50 años de gobierno ininterrumpido, ha pasado de ser una región de economía agrícola, con rentas bajas, a convertirse en una de las regiones más prósperas, dinámicas y desarrolladas del mundo. Con una tasa de paro casi inexistente, es la sede de multinacionales como Siemens, BMW o Adidas.

Klaus, mi amigo bávaro, mi referencia alemana, pone cara de póker cuando pregunto si los socialcristianos han establecido una red clientelar, una sociedad dependiente. «Eso no está en el discurso político. Baviera es conservadora, muy tradicional y, además, el partido que gobierna la ha convertido en una sociedad muy rica. Respeta las costumbres y la economía va muy bien; por eso gana».

No es el tiempo sino la sociedad. Que un régimen clientelar no parece que pueda anidar en una sociedad desarrollada, pujante, transformadora. Ahora miremos a Andalucía y al PSOE, a este PSOE de Chaves. Y hagamos la comparación con Baviera.

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01 octubre 2007

Javier Arenas. Reflexiones.


En el mediodía de ayer domingo, esos domingos de septiembre de calor húmedo y destellos de sol rasgando el cielo nublado, Javier Arenas llega con un leve retraso a la entrevista. Uno de sus asesores, quizá un escolta, lo disculpa: «Llega en un instante». «No se preocupe –digo– es normal que alguien se retrase un domingo». «Ah, no es por eso. La mañana ha sido muy completa. Ahora está en una reunión y antes ha estado haciendo deporte durante una hora». Y antes, llamadas de teléfono, y antes instrucciones a los suyos y antes, lectura de periódicos. Al fin llega, en camisa y aspecto relajado. El domingo en Arenas sólo es una marca roja en el calendario.

EL PASO DEL GOBIERNO A LA OPOSICION


Lo que quema en política son las responsabilidades difíciles. Mi primer año como ministro de Trabajo fue agotador porque lo que descubrí al llegar no era la erótica del poder, sino la erótica del problema. ¿Comparado con estos años? Pues, mire, estos tres últimos años han sido los más duros de toda mi vida política. Hacer oposición en Andalucía es muy duro, sí. Pero siempre se cruzan algunas satisfacciones que te devuelven la fuerza necesaria, la pasión. Como hace unos días en Villamartín (Cádiz), cuando entré a un salón abarrotado de vecinos, un pueblo en que no teníamos ni un solo concejal antes de las elecciones. Entras cansado y sales con toda la energía del mundo. A los políticos la vida nos la da la gente.

Hay una comunidad en España, en País Vasco, donde la política es radicalmente distinta a cualquier otro lugar, porque la batalla diaria allí no es por las ideas, sino por la supervivencia, por la vida. También es muy complicado hacer política en Cataluña, por la existencia de un nacionalismo radical que todos los días intenta aplastar tu voz para que no salga. La peculiaridad de la política andaluza viene dada por la existencia de un partido político, el PSOE, que gobierna con clarísimos comportamientos de régimen. Esa asfixia se percibe todos los días: lo ves en el condicionamiento de las líneas editoriales de los medios de comunicación; se ve en la permanente obstrucción del mensaje que intentas transmitir a la población, que no suele ser el que tú quieres sino el que más le interesa al PSOE; y lo ves, y esto es lo más triste, en tu propio despacho, en la gente que viene, critica, se lamenta, y a continuación te pide que no utilices su nombre porque le tiene miedo a la Junta. Por eso, mi discurso de aquí a las elecciones va a insistir mucho en la libertad y en la igualdad. Quiero ser un presidente respetado, no temido por su sectarismo, como le ocurre a Chaves. Yo me acuerdo cuando se hablaba del poder que tenía Alfonso Guerra; pues el poder de Guerra era una auténtica broma si se compara con el que tiene Chaves en Andalucía.

SOBRE EL MOMENTO POLITICO

Lo que no era pensable en España hace cinco años, diez o incluso quince años, es que se diera una negociación con ETA, que es lo más impúdico que se puede pensar, ni que el partido del Gobierno pactara con el independentismo catalán y que, como pago, se cargue la Constitución y los principios de igualdad y solidaridad. Habrá muchos socialistas revolviéndose en su tumba al ver el nuevo sistema de financiación de Zapatero que consiste en que sean los ricos los que se llevan más dinero. Y eso es lo que ha ocurrido en los presupuestos con Cataluña.

Los gobiernos anteriores al de Zapatero, el de Aznar y el de González, lo que hicieron fue sondear la posibilidad de que ETA abandonara las armas. Eso es verdad, pero lo que nadie hizo es iniciar ningún tipo de negociación. Lo que hace ETA ahora es volver a engañar porque, en mi opinión, el proceso no se ha roto; Zapatero tiene un diálogo encubierto con ETA y no lo hace público porque cree que electoralmente no le conviene. Eso lo tengo claro, igual que tengo claro que lo que ETA no desea es un gobierno del PP en España porque sabe que lo que le espera es la política del pacto antiterrorista.

SOBRE EL FUTURO. GOBIERNO DE CONCENTRACION


Vamos a ver, yo estoy convencido de que, antes o después, en España habrá necesidad de un gobierno de concentración del Partido Popular y del Partido Socialista. Antes o después, el PP y el PSOE le tendrán que decir a los nacionalismos: ‘hasta aquí hemos llegado’. Eso tiene que coincidir, además, con una revisión crítica del Estado de las autonomías. En cualquier caso, la próxima legislatura tiene que ser, por el bien de España, la que recupere el consenso de los dos grandes partidos en torno al modelo territorial y la Constitución. Y a partir de ahí, consenso también en la lucha contra el terrorismo, en la política exterior, en la financiación del gasto social en España, que está desbordado, y en torno a la inmigración. ¿Y provocaría eso mayor radicalización? Bueno, la semana pasada es de las peores que se recuerdan: queman las fotos del Rey, se ocultan banderas de España, en Humilladero se proclama la III República, en Jaén le quitan al teatro el nombre de Infanta Leonor, en el Senado dicen que el jefe de las Fuerzas Armadas tiene que ser Zapatero, que es lo que nos faltaba, y, como remate, sale Ibarretxe a decir que, con acuerdo o sin acuerdo, va a convocar un referéndum. En los últimos 30 años, ésta ha sido la semana en la que más hemos retrocedido en la concordia que supuso la Transición y la Constitución española.


SOBRE EL ESTATUTO ANDALUZ Y EL CATALAN

El Estatuto de Cataluña se parece al de Andalucía como un huevo a una castaña. Si fueran iguales, nunca hubiéramos votado que sí. Si lo apoyamos es porque pudimos cambiar doscientos artículos. Yo creo, por ello, que la sentencia del Constitucional va a afectar al Estatuto de Cataluña y nada o casi nada al Estatuto andaluz. Y una de las cosas que puede decir el Constitucional es que ninguna autonomía puede imponerle al Estado cuál es el criterio a seguir en las inversiones. Cataluña establece que se haga por PIB y Andalucía que sea por población, que, dicho sea de paso, es un criterio mucho más solidario. Pero, ¿por qué lo pusimos en el Estatuto? Pues fue, sencillamente, para defendernos del Estatuto de Cataluña.


SOBRE LAS ELECCIONES ANDALUZAS

Yo estoy convencido de dos cosas. La primera es que vamos a ganar las elecciones y la segunda es que lo único que no puedo hacer, lo que no voy a hacer, es competir con Chaves en las barbaridades que dice todos los días. Y si promete una casa, yo regalo un chalé; como Chaves promete seis mil euros a los bachilleres, yo les ofrezco doce mil euros. Y un coche gratis. Mi confianza en la madurez del pueblo andaluz es absoluta, y estoy convencido de que ya no le compran a Chaves esos engaños. El PP se equivocaría profundamente si piensa que, para ganar en Andalucía, se tiene que convertir en una fotocopia del PSOE. Y esa tentación ha existido: recuerdo una vez que mi partido prometió duplicar el PER. Eso es un contrasentido. Yo tengo que ganar con un programa alternativo, de grandes reformas y de regeneración democrática. ¿Sabe qué ocurre? Que parece muchas veces que en los medios de comunicación lo que llama más la atención son las barbaridades, a lo demás no se le concede espacio. Aun así, no voy a entrar en la carrera de los disparates y de las promesas falsas.


SOBRE LAS REFORMAS QUE PROMETE EL PP

Son cinco grandes reformas. Calidad democrática, que incluye la limitación de mandatos, la no coincidencia electoral o cambios en la ley de incompatibilidades; reformas económicas, con supresión de impuestos entre otras medidas; reforma de la administración para acabar con esa red burocrática de la Junta, que tiene más de doscientos organismos asesores y ha pasado de ocho delegados provinciales a 112 delegados. Por supuesto, reforma de educación y supresión del Plan de Ordenación Territorial, el POTA.

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