El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

27 septiembre 2007

Hungry


El informativo de la radio ofrece en Sevilla una noticia singular. Dice el periodista: «Y en la agenda de la jornada, comienzo del curso universitario y convocatoria de las dos primeras barriladas (botellones), el jueves en Charco de la Pava y el viernes en Reina Mercedes». El mismo día, por la noche, un catedrático de Física, Luis Rull, presenta en una conferencia a la presidenta de la Comunidad de Madrid. Y dice Rull: «Me gustaría recodar una gran frase de Steve Jobs, fundador de Apple, en su discurso en la Universidad de Stanford, frase que repetiría a cualquier joven en la situación de nuestro primer protagonista: ‘Stay hungry, stay foolish’, que, traducido en el sentido que le da el gran genio de la informática, quedaría así: ‘mantente hambriento, mantente osado’. Nuestros jóvenes deben aspirar a la mejor formación, a las mejores oportunidades».

La disposición de las noticias tiene esta magia que hace inevitable las comparaciones. Periodismo subliminal no buscado, porque, al final del día, uno se acaba preguntando cuál sería el lema de Steve Jobs si se hubiera educado en ese ambiente de botellonas. ¿De qué tienen hambre nuestros universitarios? Sin caer en chistes fáciles (más que hambre, los universitarios andaluces lo que tienen es mucha sed), sigamos la experiencia de vida de uno de los principales artífices de la revolución informática, acaso la mayor revolución de todos los tiempos.

Steve Jobs es hijo de una estudiante universitaria que, al quedarse embarazada, decidió tener a su hijo y, luego, entregarlo en adopción con una sola condición: Que los padres de acogida fueran universitarios. La petición de la madre biológica se truncó en el último instante y Steve se crió en el seno de una familia de clase media, un empleado de ferrocarril que se esforzó porque su hijo pudiera llegar a la Universidad. Ingresa en universidad de Portland, pero sólo puede asistir seis meses a clase por el alto coste de los estudios. Sin embargo, continúa asistiendo como oyente a aquellas clases que le interesaban, como caligrafía. Los apuros económicos se los sacude con trabajos ocasionales, programador de videojuegos o recogiendo cosechas en una huerta de Oregón.

Cuando años más tarde le preguntaban por sus orígenes, Steve Jobs recodaba su lema de estudiante (‘Stay hungry, stay foolish’) y concluía que, al final de la vida de una persona, cada circunstancia se va uniendo como una línea de puntos: El deseo de su madre biológica de que su bebé se criara en un ambiente universitario, el espíritu de esfuerzo de su padre ferroviario, las clases de caligrafía que le sirvieron para diseñar la tipografía del primer Mac y el trabajo en una huerta, que le dio el símbolo de su imperio, la manzana.

Inicio del curso universitario en Sevilla. Si lo piensan, el problema no son las barriladas, el problema es que, uniendo los puntos que van dejando encuestas y estadísticas (fracaso escolar, crisis de autoridad y disciplina, botellones, récord de consumo de cocaína), aparece un perfil muy reconocido; mírenlo, ésa es la silueta del fracaso.

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Huevos duros


El Partido Popular se ha instalado en la lógica del huevo duro. Que Cataluña recibe cuatro mil millones en inversiones del Estado, pues los andaluces tienen que recibir lo mismo y un euro más. No importa la cantidad, dos mil, tres mil o cuatro mil millones, lo importante es quedar por encima. «Es necesario que Andalucía reciba más dinero que Cataluña, aunque sólo sea un euro más», dicen. La lógica del huevo duro que, como el cuento de la buena pipa, nunca tiene final; lo mismo que el de enfrente, y dos huevos duros. Y no es eso.

Dirán que, sobre todo en Andalucía, el Gobierno socialista coloca trampas de forma permanente a la oposición y que ésta de los presupuestos generales del Estado es una más, igual que la que intentaron con la reforma del Estatuto. Dirán que sólo le faltaba eso a Chaves, que el PP se oponga a los cuatro mil millones que el Gobierno de Zapatero le ha concedido a Andalucía. Dirán que no hay más que imaginarse la campaña que montarían, colocándole otra vez al PP el sambenito de la ‘derecha antiandaluza’. Dirán que nadie atiende a razones, que el PP se quedaría sólo defendiendo que es una barbaridad que Cataluña y Andalucía se repartan casi la mitad del presupuesto de inversiones de toda España. Dirán que no hay otra salida, que ésta es la política, que todos lo hacen: Es una locura, pero, ya puestos, que Andalucía reciba más Cataluña, «aunque sea un euro más».

Dirán todo eso, se cargará el PP de razones y argumentos, pero la salida de la encerrona nunca puede ser esa lógica, frívola y simplona, del ‘huevo duro’. Entre otras cosas, porque esa misma filosofía es la que mejor resume el ideario nacionalista y la que ha llevado a la España autonómica a este absurdo en el que las inversiones no obedecen a proyectos, a necesidades, sino a liderazgos, a intereses electorales, a coaliciones eventuales. Si la cuestión es, simplemente, que nos den un euro más que a Cataluña, por qué no vamos a aceptar que Cataluña pida lo mismo, pero al revés. Es más, si esa es la exigencia del PP andaluz, ¿por qué no denuncia Esperanza Aguirre o Camps el ‘agravio andaluz’? De hecho, las inversiones aquí, al igual que en Cataluña, casi duplican a las de Madrid y Valencia. Y todavía el PP andaluz pide más, «aunque sea un euro más».

Dijo una vez Azaña, a propósito del cainismo de la política española, que alguien tenía que empezar a no fusilar en España. En circunstancias menos trágicas, aunque el cainismo persiste en otro grado, alguien debería empezar ahora a no decir disparates. Alguien que frene este desvarío autonómico. Muchos confían que ese partido sea el PP y, sin embargo, da la sensación de que el oportunismo electoral se va imponiendo a los principios. De ahí la gravedad de esa disparatada ‘lógica del huevo duro’ que sólo sirve para salir del paso, para el corto plazo. Se entienden las razones, la encerrona, sí, pero alguien tiene que empezar en España a no decir disparates.

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26 septiembre 2007

Germán

Está bien imaginar qué hubiera ocurrido si un personaje como El presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, hubiera visitado una universidad española en vez de la Universidad de Columbia, en Nueva York. Cómo se hubiera desarrollado todo si, por ejemplo, lo hubiera invitado el Gobierno andaluz a la Universidad de Córdoba o de Granada, a uno de esos actos de la Fundación de las Tres Culturas. ¿Habría alguien capaz de estamparle las verdades del presidente de la Universidad de Columbia? Allí, delante de los alumnos, en su cara, “usted tiene todos los signos de un dictador cruel y mezquino, y cuando viene a un sitio como éste se le ve simplemente más ridículo". Y después, se retira uno, le cede el micrófono al presidente iraní para que hable y se someta a las preguntas del auditorio. Y el resultado es que, en efecto, el dictadorzuelo fundamentalista se empequeñece, embutido en su estrechez, y se queda desnudo, ridículo, ante la carcajada de todos.

¿Cree alguien que esa lección de democracia se hubiera dado en España? ¿O le hubieran invitado a un banquete de soufflés, esos que se cocinan con la melaza idealizada de Al Andalus? Todos mirando para otro lado; que nadie tense el ambiente diciéndole a la cara que es inaceptable un Estado como el iraní, una república teocrática que arranca a latigazos la piel de las mujeres que no se visten como manda la ley islámica; que ahorca en la plaza a los homosexuales; que detiene a los jóvenes que, como en agosto pasado, sean sorprendidos escuchando rock, “música satánica”.

Esta tarde llega a Sevilla el cadáver de Germán Pérez de Burgos, el soldado asesinado por el terrorismo fundamentalista islámico en Afganistán. Sucede a menudo que, cuando atraviesa España una tragedia así, las palabras más sensatas se oyen en labios de los familiares de la víctima. Como ahora: “Germán se marchó ilusionado a Afganistán y ha muerto en la profesión de su vida, servir a su país”. Era costalero en Sevilla, costalero de una religión que alcanza su modelo de tolerancia en la Semana Santa andaluza, y paracaidísta del Ejército español, en lucha contra quienes hacen del Islam una amenaza para la humanidad. En sus dos pasiones, Germán lo resumía todo.

Qué gran homenaje sería que hoy, cuando su cuerpo llegue a Sevilla, los suyos encontraran a una sociedad orgullosa de un tipo que dio su vida por defender los derechos y la libertad de un pueblo oprimido; que murió en la guerra más importante a la que el mundo civilizado ha tenido que hacer frente desde 1949; que murió dando la cara por que los hijos de las mujeres afganas, como las iraníes o las saudíes, puedan criarse como el suyo, que ya sólo le conocerá en el álbum de fotos. Qué pena, Germán, que hayas muerto en defensa de una civilización que anda ciega, con los ojos llenos de arena aquel desierto, perdido entre guerras preventivas y alianzas de civilizaciones. Descansa en paz, que los tuyos conserven intacto el orgullo de tu memoria.

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25 septiembre 2007

Objetor


«He venido a objetar». Llevaba la frase tan machacada en la cabeza, que al abrir la puerta de la secretaría del colegio surgió sola, como un borbotón. «Perdón, quizá he sido un poco brusco», añadió al instante al ver la cara de perplejidad del secretario del colegio, que lo miraba con el bolígrafo apuntando aún a una hilera de cifras tabuladas. «Comencemos de nuevo; buenos días, he venido a objetar… Pero, no, no, no me mire así, que no quiero objetar por la Educación para la Ciudadanía, sino por la gratuidad de los libros de texto».

El secretario del colegio le miró con cara de sorpresa. «Es usted el primero que me lo plantea. Bueno, no, hace unas semanas también vinieron unos padres para renunciar al cheque libro. Sí, sí, son ustedes los únicos. Y créame, le felicito por la decisión. Aunque como verá, son ustedes una rareza». Rareza. Ésa era justamente la prueba evidente de la enorme perversión de la supuesta gratuidad de los libros, que no es sino el préstamo de los libros de texto. Porque, como escuelas tercermundistas, los libros no son propiedad de los alumnos, sino que pasan de mano en mano durante cuatro años. Y no se puede subrayar, ni marcar páginas, ni escribir en los márgenes, ni rellenar fichas… Libros prestados en la fábrica de los fracasos escolares.

«La propaganda oficial dice que la educación no cuesta nada; en realidad lo que inculcan en la gente es otra idea, que la educación no tiene ningún valor», añadió el secretario. Es verdad. Libros prestados, para un modelo que desprecia el mérito, que rehúye de la excelencia, que vende como igualdad el rasero de la mediocridad. Libros prestados y asignaturas prescindibles. No cuesta nada comprar los libros igual que no cuesta nada pasar de curso con asignaturas pendientes. No tienen valor.

«Mire, la relación de una persona con un libro no puede ser nunca ésta del préstamo. Mucho menos de un estudiante, que tiene que aprender a amar los libros, a apreciarlos, a mimarlos. La relación con un libro tiene que se íntima, personal, entrañable. Yo de estudiante he amado y odiado a mis libros, y todavía los conservo porque allí están los secretos de mi adolescencia. Si mi padre, que era agricultor en la Andalucía de los sesenta, pudo comprarme los libros, si me inculcó el valor de ese esfuerzo, ¿por qué voy a dejar que mis hijos estudien con libros prestados?»
Estiró el brazo y entregó el ‘cheque libro’ al secretario. «Se lo entrego como quien devuelve un talón sin fondos, porque esto es una estafa». «En eso se equivoca –dijo el secretario–. El Gobierno sabe bien lo que hace, ha impuesto los libros prestados en todo el sistema educativo y se ha ahorrado todas las becas que venía dando. Piense en esto, porque, otra vez más, se plantea una medida en apariencia populista que, sin embargo, a los únicos que perjudica es a las familias con menos recursos económicos que ya no dispodrán de becas y que serán las únicas que, por fuerza, tendrán que obligar a sus hijos a estudiar con libros usados».

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24 septiembre 2007

Aspirante



La caricatura más cruel que le han hecho nunca a Javier Arenas la colgaron, en un mural grande, en la Feria de Fuengirola. Bajo el epígrafe «toreros de leyenda», aparecía el dibujo de Arenas con el traje de luces y la montera bien ajustada. «Niño Arenas, eterno aspirante a la Monumental de San Telmo», decía el cartelón. Luego, en la letra pequeña se recreaba en la suerte del torero, que si alternaba bien la derecha y la izquierda, que si era hábil con el estoque, y cosas así. Como suele suceder tantas veces en política, la caricatura no se la hicieron los adversarios políticos sino los de su partido. «Al suelo que vienen los míos», que es uno de los pocos lemas que comparten todos los dirigentes políticos.

He recordado aquella caricatura cuando, este fin de semana, los del PP andaluz han vuelto a proclamar a Arenas como candidato a la Junta de Andalucía y parecía, a tenor de cómo lo presentaban en el PSOE y sus alrededores, que era el regreso de Drácula de Bram Stoker, después de haber atravesado océanos de tiempo perdiendo elecciones. Alguna vez hemos hablado aquí de las distorsiones que produce la política andaluza, el espejo cóncavo en el que la hegemonía socialista refleja deformados a todos aquellos que osan diferir del Gobierno andaluz.

El mecanismo es siempre igual, porque no sólo hace frío fuera del paraguas de la Junta, frío de aislamiento y de ira, sino que, además, llueven las burlas. De aquí a la campaña, ya veremos cómo se ríen, no sólo de Arenas, que es un clásico, sino de Valderas o de Julián Alvarez. ¿Quiénes son ellos al lado de Chaves, ése al que pintan hasta en el Abc, como una columna renacentista, un Gasol, un portento de bondad? ¿Quiénes son, sino unos pobrecitos, osados, ilusos y perdedores?

Uno a uno, cada líder de la oposición, cada partido, tiene una joroba de defectos. Pero no son, desde luego, menos que los que arrastra el PSOE sólo que, en este caso, la distorsión provoca el efecto contrario, engrandece al mediocre. Podemos hacer un sencillo ejercicio imaginando a muchos de los miembros de la ejecutiva socialista o del Gobierno andaluz sin el boato del poder. En todo caso, sin distorsiones, habría que concluir que la homogeneidad de la clase política española y andaluza no da para demasiadas distinciones.

Arenas se presenta a las elecciones con un puñado de promesas novedosas y con el lastre de reformas incumplidas en la derecha andaluza. Ése es su balance, y cada cual que juzgue, pero no parece justo ni razonable que la mayor crítica que se le haga sea que ésta es su tercera candidatura a la Junta sin tener en cuenta que sólo ha estado dos años en el Parlamento de Andalucía, los años de la legislatura más corta de la autonomía andaluza. Dos años, y le presentan, hasta los suyos, como «el eterno aspirante». Y Chaves, que lleva dieciocho años de presidente y su única aspiración ya es jubilarse en el Parlamento andaluz y cobrar su pensión dorada, es la esperanza impoluta y el vigor perpetuo. Acabáramos.

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23 septiembre 2007

Diga 33



Unos años antes de morir, Indro Montanelli, uno de los grandes del periodismo europeo, concedió una entrevista en España, que conservo como un pequeño tesoro de referencias básicas, una brújula de principios periodísticos, en la que desplegaba todo su escepticismo sobre el final de la corrupción en Italia. Había pasado ya el huracán de la operación ‘Mani Pulite’ y, a pesar de la convulsión que supuso, Montanelli estaba convencido de que el virus de la corrupción seguía vivo. «Se sigue robando pero de otras maneras, con más prudencia y discreción (...) Quitar a los italianos el vicio de robar es una empresa difícil. Un día u otro robarán porque cuando se empieza diciendo que si se roba en nombre del partido no se comete delito, se empieza mal».

La reflexión de Montanelli se refiere a Italia, sí, pero cualquiera que haya seguido los grandes casos de corrupción en España acabará aceptándola como propia porque el origen de la mangancia aquí siempre ha sido la financiación ilegal de los partidos políticos. Tan natural parecía que robar para el partido no era ningún delito, que el PSOE montó aquella empresa, Filesa, para centralizar todas las comisiones ilegales que se cobraban en España y llevar un registro preciso. Una empresa, con su balance de ingresos y gastos, su gerente y sus reuniones. Sólo cuando uno de los comisionistas, como acaba ocurriendo, decide participar del negocio e ingresar en su cuenta unos millones, el partido acepta el término corrupción.

Desde que se conoció el escándalo de la sede del PSOE de Sevilla, la reacción de los distintos dirigentes socialistas acaba siempre con la misma justificación, ¿cómo se va a calificar de ‘pelotazo’ lo sucedido si el único beneficiario es el PSOE, no un particular? El planteamiento no parece tener réplica: ‘Si el alcalde hubiera modificado el PGOU para permitirle a algún familiar la ampliación de su casa estaríamos ante un caso claro de corrupción, pero nadie se va a enriquecer’. Ocurre, sin embargo, que se olvida lo elemental, porque la acusación esencial de este escándalo es que el PSOE ha utilizado el planeamiento en beneficio propio para hacer una reforma de su sede que estaba prohibida. ¿Puede existir tráfico de influencias cuando el beneficiario es el propio partido y cuando el beneficio se limita al valor patrimonial?

Interesante duda. Entre otras cosas, porque gracias a esa recalificación el PSOE pudo obtener antes de las elecciones un sustancioso crédito con el que, presumiblemente, financiaría su campaña. Aún así, el secretario provincial del PSOE de Sevilla insistía ayer en lo mismo: «Me da igual que [la nueva sede] valga tres o 33. ¿Vamos a alquilarla o a vender la superficie? ¿Vamos a montar un negocio? Se trata de una oficina».

Es decir, como la recalificación a quien beneficia es al PSOE, da igual el valor. Nadie ha metido la mano, es verdad, pero recordemos a Montanelli. Diga 33 en voz alta, no tres, porque en el incremento del patrimonio está el quid de la cuestión. No en el receptor.

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20 septiembre 2007

La jartá


Dos semanas después de que el nacionalismo catalán amagara con el referendum de la independencia, después de que, otra vez, constataran «el cansancio» de España, todos los partidos catalanes, viejos y nuevos nacionalismos, celebran el logro de haber conseguido el mayor trozo de tarta de las inversiones del Estado de la historia reciente. De aquí a 2013, las infraestructuras catalanas recibirán 30.815 millones de euros. Para hacernos un cálculo, esa cifra supone casi diez veces la inversión (medio billón de pesetas) que realizó el Estado en la Expo 92, incluyendo las principales infraestructuras, el Ave y la Autovía del 92. Sin contar que también Barcelona tuvo sus Olimpiadas y descontando, incluso, la actualización del precio del dinero, la diferencia sigue siendo abismal.

De todas formas, no se trata de establecer agravios entre Cataluña y Andalucía, que los hay, sino de constatar la triste e implacable deriva de la política territorial en España. ¿Por qué razón, en función de qué lógica, de qué necesidades, el Estado empeña casi la mitad de su presupuesto de inversiones públicas (en torno al 40 por ciento de 25.000 millones de euros) en dos autonomías? ¿Y las demás, qué pasa con Extermadura, con Madrid, con Castilla y León o con Asturias? ¿Qué dirá Baleares? ¿Y Valencia?

Sostienen los dirigentes nacionalistas de Cataluña, incluidos los del PSC, que el aumento de las inversiones se corresponde con «el déficit» de infraestructuras de esta comunidad; para que Cataluña pueda seguir siendo «la locomotora» de la economía española. Valen ambos argumentos, de acuerdo, pero si la razón es España, lo que no es aceptable es que nadie pregunte por el déficit de infraestructuras de las otras autonomías con respecto a Cataluña. Que si otras regiones están a la cola en el tren ha sido, entre otras razones, por el histórico déficit de infraestructuras con respecto a Cataluña.

Cataluña ha logrado 30.000 millones y ayer Chaves dejó triunfante a Zapatero porque también él ha conseguido un buen bocado de inversiones, como si La Moncloa se hubiera convertido en una tómbola. La tómbola de las españas. Ynadie repara en la tristeza de ese espectáculo, un país que se reparte a girones las inversiones sin planificación ni posibilidad de acuerdo en ni un solo proyecto común. Ora para acallar a los nacionalistas, ora para alegrar los graneros. Y en la cal de algún pueblo olvidado, alguien habrá pintado que ‘Teruel también existe’.
El cuarenta por ciento de las inversiones para Andalucía y Cataluña. ¿Y el resto? El otro día se lo preguntaron al muñidor Zarrías: «Bah, eso lo arregla Solbes, que sabe una jartá de presupuestos». La jartá, ése es el nivel.

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19 septiembre 2007

Viviendas


Existe un tiempo distinto para las cosas de la autonomía andaluza, un tiempo detenido. Podría imaginarse esta región flotando en una burbuja, con destellos de colores, pequeños arco iris que sirven de distracción a los diminutos ciudadanos que recorren la esfera sin saber que los destellos no les pertenecen, como les han dicho, que son reflejo de una luz ajena.

‘Andalucía al máximo’, y con eso vamos tirando. No hay más que ese envoltorio, el lema oficial de la propaganda es lo único que cambia. Por eso, el ejercicio más exasperante al que nos somete el poder autonómico es la repetición continua, la reiteración infinita de las promesas, de los debates, de los argumentos. Repasar la hemeroteca, revisar los periódicos amarillentos, ha sido siempre un pasaporte a la nostalgia, pero en estas cosas de la política autonómica, este marasmo de cosas repetidas lo que produce es una profunda desolación.

Reparen, por ejemplo, en esta noticia, que se extracta literal: «Manuel Chaves, presidente de la Junta de Andalucía, se ha sumado a la lista de aquellos que critican el incremento en los precios de la vivienda en los últimos años en España (un 108% desde 1996 y un 99% en el caso andaluz) y el hecho de que las familias tengan que destinar el 51% (el 41% si hablamos de Andalucía) de su salario a la compra de una casa. Por ello, Chaves se ha convertido en el primer dirigente en anunciar que, para la próxima legislatura, promulgará una Ley de Vivienda de Andalucía, para potenciar la vivienda protegida».

Palabra a palabra, cualquier periódico podría reproducir esta noticia sin reparar que es de enero de 2004, antes de las últimas elecciones. Ésa es la cuestión, ése es el repelús, que cuatro años después el presidente Chaves ande repitiendo exactamente lo mismo, pavoneándose por ser el centro del debate nacional. Como ayer, con un artículo en El País: «La nueva ley que hemos planteado se desenvolverá en un contexto muy concreto, nuestra intención es que en los próximos diez años se construyan en Andalucía 700.000 viviendas, de las cuales 300.000 serán de protección oficial».

Lo peor, además, es que, aunque no sabemos qué va a ocurrir en los próximos diez años, sí conocemos qué ha pasado en la última década. La propia Junta, el Centro de Estudios Andaluces, publicó un informe en julio pasado en el que aseguraba que «el número de viviendas protegidas en Andalucía ha caído un 50 por cien en la última década (9.000 en todo 2006), mientras que las viviendas de renta libre se multiplicaron por cuatro (120.000 en el mismo año)».

Ya ven, ningún empacho en repetir las mismas promesas año tras año; ningún rubor en que la realidad sea justo la contraria. Todo lo resuelve Chaves con el desahogo y la cursilada de un artículo de prensa: «¿En tu casa o en la mía?». No, presidente, mejor quedamos en la sede del PSOE de Sevilla, que allí, después de la recalificación, cabremos todos.
Ilustración: Canalsu

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18 septiembre 2007

Sherlock


«Toda la vida es una cadena cuya naturaleza conoceremos siempre que nos muestre uno solo de sus eslabones». Lo dijo Sherlock Holmes y, si uno de sus relatos estuviera dedicado a la ficción política, ahora podríamos utilizarlo para explicar este escándalo del ‘pelotazo’ de la sede del PSOE de Sevilla. Pelotazo, porque se multiplica por diez el valor del inmueble, y escándalo porque el Ayuntamiento de Sevilla utiliza la manga ancha y el descaro para convertir en un mamotreto de seis plantas el coqueto edificio de su sede, catalogada como edificio protegido, mientras que impone un calvario de expedientes, limitaciones, informes y contrainformes para cualquier vecino del centro de la ciudad que quiera cambiar los azulejos del cuarto de baño.


Todo eso, en fin, tendríamos que haberlo imaginado hace años, cuando en una de las piruetas más sobresalientes de la historia de la corrupción en España, el PSOE descubrió un ‘autopelotazo’ en la adquisición de su sede, de esa misma sede. Es decir, que uno de los suyos utilizó la compra de la casa para estafar a su propio partido. Fue a finales de los ochenta, en abril de 1989. El mismo día, y sin salir de la notaría, una familia sevillana le vendió una casa a un tipo (un intermediario cuyo nombre no viene al caso) por 25 millones de pesetas y éste, instantes después, se la revendió al PSOE por el doble, cincuenta millones. En cuestión de minutos, un dirigente de la época del PSOE sevillano se embolsó 25 millones de pesetas, que debidamente revalorizados y convertidos a euros suponen 292.000 euros actuales.

Como se trataba de un ‘autopelotazo’ el PSOE jamás emprendió ninguna acción judicial, entre otras cosas porque la estafa sólo pudo descubrirla años después. Algunos dirigentes del PSOE admitían entonces, compungidos, que la reconstrucción de aquella estafa sólo fue posible después de meses y meses de investigación en los archivos porque no aparecía ningún papel. «En el PSOE de Sevilla se produjeron algunos incendios misteriosos en el departamento de administración. Fueron tantos, que ya se bromeaba en las reuniones con los fuegos». Con esos antecedentes, ahora sabemos que el PSOE ha dispuesto otro ‘autopelotazo’, pero en esta ocasión controlado, nada de estafas ocultas ni incendios. Si hubiésemos atendido a tiempo a Sherlock Holmes, sabríamos que el destino de esa sede estaba escrito. Eslabones de la misma cadena.


Y ahora dice el secretario de organización Luis Pizarro –hay dudas de si Pepe Blanco es un clón de Luis Pizarro o si fue al revés– que la recalificación de la sede socialista en Sevilla «no se ha hecho para beneficiar al PSOE, sino a un conjunto de ciudadanos». Claro, claro. De hecho, es lo normal en todos los pelotazos, que el afortunado no lo hace por su bolsillo, sino por la comunidad. Era eso, sí. Los sevillanos están en deuda con el PSOE por haber recalificado su sede. Elemental, querido Watson.

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17 septiembre 2007

Voces



Al ministro de Justicia le han preguntado en una entrevista que cómo se relaja y ha confesado que lo que más le tranquiliza es “recitar a voz en grito a Miguel Hernández”. De las cosas que se han dicho últimamente en España, ésta del ministro Mariano Fernández Bermejo, el abrupto fiscal madrileño, es de las que mejor definen el estado de la nación. O por lo menos es una metáfora perfecta de este personal. Talante. Antes que grandes debates parlamentarios, antes que los mítines que se nos vienen encima, esta frase del ministro que se emparenta bien con la jueza decana de Málaga, la que piensa que «la cárcel es una jaula donde se esconde a los ciudadanos que nos molestan a las clases medias de la sociedad».

“Tengo otros métodos, pero éste es el mejor. Me hace salir a mí mismo de forma que me encuentro después muy relajado”, añadió luego el ministro, acaso para que nadie piense que se trata de algo casual; para dejar claro que es una elección consciente. Nada de masajes musculares o una cabezada furtiva en el despacho como terapia de relajación, que será para ver a los ujieres rondando y cuchicheando por los pasillos mientras el ministro se relaja a voces. Que todo el mundo se quede con la imagen grabada del ministro recitando a gritos a Miguel Hernández en el despacho oficial. “Crepita el alma, la ira./ El llanto relampaguea./ ¿Para qué quiero la luz/ si tropiezo con las tinieblas”

Este ministro, que ha hecho de su biografía oficial una reivindicación de lo que nunca fue, un canto al odio reseco de la Guerra Civil, no recita a Miguel Hernández, sino que lo vocifera, y habría que decirle, como salido de la boca de Fernando de los Ríos, que la poesía debe provocar sentimiento, no resentimiento. “Seamos sentidos, no resentidos, como exige el principio de la libertad”.

Miguel Hernández a voces, salivazos de poesía. Es muy gráfico porque no se recuerda al poeta, sino al fetiche progre, hecho de pinceladas de hipocresía, de desprecio al otro. Vómitos de rencor como ideología, escudos del poder. Esa asfixia, ese absurdo, es una constante en la historia de España y en este tiempo de campaña electoral habremos de asistir, de nuevo, a la invocación eterna de las dos españas, conmigo o contra mí. Tiempo de resentimiento. Invoca el ministro el aura idealizada de la Segunda República sin reparar que a aquella estrella la mató el rencor, su rencor. Que repase a Miguel Hernández. Sin gritos ni tempestades. “Pasiones como clarines,/ coplas, trompas que aconsejan/ devorarse ser a ser,/ destruirse, piedra a piedra”.

Al ministro de Justicia le han preguntado por sus momentos de tensión en el despacho y ha dicho que se relaja recitando a Miguel Hernández “a voz en grito”. Pobre niño, si el ministro tuviera que cantarle las nanas de la cebolla.

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