El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

31 enero 2011

Condena



En un arrebato de lucidez, un dirigente andalucista se subió al atril del mitin y proclamó, como un Moisés ocasional, las verdades que sus abatidos electores habían olvidado: “¡No es cierto que el PSOE nos lo haya mandado el Señor!”. Quería combatir la certeza de la derrota, la moral hundida de los suyos, sabedores de que, como ocurrió luego, caminaban decididos hasta el precipicio porque el PSOE , de nuevo, iba a imponerse en las urnas y ellos, hasta entonces socios de gobierno, quedarían aplastados, aniquilados, por el peso de la mole. Los andalucistas sabían que habían cometido errores, sí, muchos y muy graves, pero sólo a ellos esos errores les iba a costar la supervivencia: entre tanto, al PSOE nada le pasaba factura. Divisiones más crueles, tropelías más sonadas, escándalos, corruptelas y enfrentamientos… Ni la situación de Andalucía, nada le afectaba a los candidatos socialistas, sólidos en cualquier encuesta, persistentes en todos los gobiernos. De ahí la desolación de antes y la resignación que acaba apoderándose del personal. Pero tenía razón el dirigente andalucista, ni el PSOE nos lo ha mandado el Señor ni es cierto que los problemas que arrastramos sean estructurales, irremediables; persistentes sea cual sea la política que se aplique.

Ahora, por ejemplo, que el paro en Andalucía ya se ha instalado el treinta por ciento, un porcentaje inaudito en países desarrollados, incompatible con cualquier idea de progreso social, es frecuente que alguien afirme que aquí el paro es estructural. Es decir, que ocurra lo que ocurra, cualquiera que sea la política que se implante, en Andalucía siempre habrá altos niveles de desempleo; paro estructural, una característica más de esta tierra, como el buen humor o las haches aspiradas, como el ceceo o las fiestas de primavera. Luego se reviste de argumentación diversa, el crecimiento de la población, la preponderancia de sectores con empleos estacionales, la histórica indolencia de la clase empresarial o el desmantelamiento irreparable del tejido industrial en el XIX. Todos esos factores, y muchos otros que se le puedan añadir, existen e influyen decisivamente en la tasa de paro de Andalucía, pero la conclusión no puede ser jamás que el paro en Andalucía es estructural.

“¿Por qué hay paro masivo?” Se preguntaba en este mismo periódico el ex ministro socialista Jordi Sevilla. Y decía: “Cuando un país padece un episodio de paro masivo es que tiene un problema económico. Pero cuando el paro masivo se hace, además, permanente, es que tiene un problema institucional. Es decir, político”. Esa es la clave, sí. Y lo que ha quedado constatado ya a lo largo de tres decenios es que las políticas aplicadas por un mismo partido, el PSOE, no sólo no han corregido las deficiencias económicas, ya sean históricas o recientes, sino que las han perpetuado y, en ocasiones, agravado. El objetivo de las políticas económicas de los sucesivos gobiernos del PSOE en Andalucía han estado dirigidas al clientelismo y a la subvención más que a la creación de empleo. La cara más grosera del fracaso de las políticas de empleo del PSOE las estamos viendo estos días, con el fraude de los eres o las ayudas a los trabadores de Delphi. La friolera de 76 millones de euros (¡doce mil millones de pesetas!) en inservibles cursos de formación ofrecen la respuesta exacta, el por qué del paro en Andalucía. Y no, ni el PSOE ni ese despilfarro, nos lo han mandado desde el cielo como una condena.

Etiquetas: , ,

28 enero 2011

Los padres de Marta



A los padres de Marta se les ha secado la voz. Quizá se les apagó después del último grito, el último alarido, salvaje, sobrehumano, que les atravesó el alma como un rayo interior, una descarga de rabia y de dolor. Por eso ahora, cuando se colocan delante de los micrófonos de los periodistas en la puerta de la Audiencia, dos años después del asesinato de su hija Marta, sólo se les puede oír con un hilito de voz, una voz apagada, sin colores ni tonos. Es una voz sedada, propia de quien sólo es capaz de vivir con calmantes; una voz cansada, agotada, en la que es imposible penetrar. Hablan del caso casi en tercera persona; con una distancia impropia se refieren a las testificales, a los testimonios periciales, a las estrategias de los letrados. Relatan la evolución del juicio con una voz que no les pertenece, porque, en realidad, no son ellos los que están allí, sino lo que quedó de ambos cuando mataron a su hija. Ellos están, quizá, en el dormitorio de Marta, en los retratos que siguen en el salón, en las sobremesas, en los cumpleaños...

Antonio y Eva se llaman los padres de Marta del Castillo. La voz apagada de ayer, a la salida del juicio, respondía a la duda que nos hacemos todos, el escalofrío que nos recorre el cuerpo cuando pensamos que nos pueda pasar algo así y admiramos el valor de estas personas por poder soportarlo, porque estamos seguros de que cualquiera de nosotros hubiera reventado ya. Se les oye hablar, y es como si hubieran logrado tal control de sí mismos que pueden desconectarse de sus emociones; guardan sus sentimientos detrás de los párpados, encharcados en una bolsa de lágrimas. Sí, ésa es la respuesta a las dudas, sólo así se puede soportar el espectáculo de esos indeseables, chulos y asesinos confesos que se arrastran por el fango con lo peor del hombre. Y nos arrastran a todos.

Esa es la desolación mayor de este juicio, la impotencia del Estado de Derecho para evitar que esos sucios delincuentes dejen de burlarse de la sociedad. Las garantías procesales, sí; el derecho a no declarar en su contra ni a declararse culpables, sí; el derecho a un juicio justo, imparcial y profesional, sí; el derecho a que los delincuentes sean tratados con respeto, con asistencia letrada, sin coacciones ni torturas, sí. Todo eso está en los fundamentos de un Estado de Derecho, pero algo está fallando cuando esos derechos se pervierten y conducen a este espectáculo cruel de silencios y desmentidos, de ocultaciones y declaraciones falsas; el juego macabro de dos años de especulaciones sobre el lugar en el que arrojaron el cadáver de aquella pobre niña de 17 años. Algo ha fallado para que este caso se haya quedado en manos del juego atroz de los delincuentes. Porque parece que el caso sólo avanza o retrocede por decisión de los asesinos. Quizá la investigación policial, quizá la saturación de información. Cuando acabe todo y esos asesinos estén en la cárcel, sería bueno reflexionar sobre lo ocurrido. De momento, porque nada de ello se incluye entre los derechos de los delincuentes, alguien debería exigirles que, cuando se presenten en una sala de juicio, mantengan una actitud, al menos, de respeto. Verlos llegar a la audiencia, repeinados y engominados, con gafas de sol y pómulos de chulos de barrio, es una burla evitable. Se lo merecen los padres de Marta. Nos lo merecemos todos.

Etiquetas: ,

27 enero 2011

Elogio de la normalidad



Fue Hellen Hunt cuando se asomó al hueco de la escalera para gritarlo con todas sus fuerzas, porque ya no podía soportarlo más: «¡Pero, Dios mío!, ¿es que no puedo tener un novio normal?» Sólo eso, nada extraordinario, un novio normal; ni un príncipe ni un dentista, ni un notario ni un futbolista, tan sólo alguien normal, bajito si no hay más remedio, incluso calvito y cervecero se aceptaría, pero normal. Y Hellen Hunt había conocido a Jack Nicholson y, por un momento, le pareció que su vida sentimental, que siempre había sido un desastre, se iba a enmendar con aquel encuentro inesperado, como un ramo de rosas que llega a primera hora de un miércoles cualquiera. Pero no, también la ternura del personaje de Nicholson en aquella película tenía como límite las constantes manías de un tipo como él, un escritor de éxito con un trastorno obsesivo. Por eso el desahogo del hueco de la escalera.

La cuestión es que esa reivindicación a gritos de la normalidad puede parecernos un hallazgo aplicable a muchas facetas de la vida. España, por ejemplo, es un país propicio para salir cada mañana al balcón o al patio interior del bloque de pisos y gritar entre los tendederos de sábanas y calzoncillos: «¿Es que no podemos tener un país normal?». Escucha uno la radio y las noticias se van acumulando en la sien hasta que explota la paciencia. Sólo eso, un país normal, ni Estados Unidos ni Finlandia, olvidemos el sueño de convertirnos en Dinamarca con buganvillas. Sin que la Justicia nos saque de las casillas, sin que los asesinos se burlen de las víctimas en el juicio. Un país en el que los nacionalismos no pongan a hervir las entendederas. Sin que el Gobierno se empecine en complicarnos la vida con leyes estúpidas y enfrentamientos nuevos. Sin que los ayuntamientos nos atosiguen con impuestos y rotondas nuevas. Sin que las obras públicas se alarguen hasta el infinito. Sin que los profesores entren con miedo y desgana en la aulas. Sin que el mangazo y el despilfarro estén en la agenda de noticias de todos los días. Sin esa colección de pícaros que se multiplican en los peores tiempos, que son estos tiempos de tiesura. Un país en el que la palabra dada no se la lleve siempre el viento; una sociedad normal, crítica y exigente, para un país normal.

Cuando la aspiración es simplemente ser normales, es fácil comprender que estamos en la escala básica de la evolución. Cuando la meta está en ese rasero, lo que todos tendríamos que aprender es que la asignatura que tenemos pendiente es la normalidad. A partir de ahí, es posible que todo sea más sencillo. En la peli de antes, ‘Mejor Imposible’, lo describen muy bien. «Si vas a darme esperanzas, tienes que hacerlo mejor que hasta ahora. Si no puedes ser al menos ligeramente interesante, mejor cierra el pico. Porque yo me estoy ahogando y tú me estás describiendo el agua». Sería aplicable a este tiempo de promesas que nos espera con dos años de campañas electorales para todas las administraciones del Estado.

Etiquetas: ,

26 enero 2011

Gente gorda



Es la invocación de la opulencia lo que convierte la expresión en el prólogo adecuado de la corruptela de la que se está hablando. No dice gente importante, sino «gente gorda». Lo ha dicho una de las personas que el Gobierno andaluz incluía en los Expedientes de Regulación de Empleo sin haber trabajado jamás en las empresas a las que se subvencionaba para despedir a trabajadores. Una mujer, Carmen Fontela, se ha ido al juez al comprobar que su nombre estaba incluido como prejubilada en dos empresas en las que ni pisó. Dos veces prejubilada falsamente, como otros muchos, y ella no ha recibido ni un euro de esas indemnizaciones que pueden superar los cien mil euros. «No he cobrado un duro, no me he llevado nada. Son gente gorda y ni los conozco ni me interesa conocerlos». Las respuestas están en ese barro desconocido aún, en esa patraña infame construida sobre las subvenciones al desempleo. Es la ‘gente gorda’ la que tiene las respuestas, y ahora sólo podemos imaginarlos, como si la escena la hubiera ideado Pasolini, en un banquete de aprovechados. Engullendo con descaro, eructando carcajadas con la boca llena.

¿Y de qué empresa se trata? ¿Otra vez Mercasevilla, la misma empresa del Ayuntamiento hispalense que otras veces ha aparecido envuelta en corruptelas? Sí, es la misma, otra vez la misma. Pero todo eso ya es cosa sabida, esa podredumbre ya la esperábamos, la conocíamos. El problema está en la sospecha que ahora se levanta en el juzgado de que todo esto, este entramado grosero de la gente gorda, sea una práctica generalizada en la administración andaluza. El problema ya no es este escándalo o aquel otro, la cuestión no está en la gravedad de los chanchullos de Mercasevilla o en el despliegue de nepotismo del ‘caso Matsa’; no, el problema es comprobar cómo en la Junta de Andalucía el desprecio a la legalidad se ha convertido en una constante. Igual que hace una semana el tribunal sancionaba al Gobierno andaluz por ignorar los principios constitucionales más elementales, aquellos que se refieren a la obligación de las administraciones de garantizar el principio de legalidad y de servir exclusivamente y con objetividad a los intereses generales, no a sus propios intereses, ahora descubrimos que esa deriva hacia los intereses particulares se ha convertido en una constante, la norma que se aplica por defecto.

Esta es la picaresca del paro elevada a la institución, al gobernante. Es esa identidad, los unos cobrando el paro y trabajando de extranjis y los otros cobrando las prejubilaciones sin haber trabajado jamás, lo que produce vergüenza, más allá de las consecuencias penales que pueda tener el asunto. Es el fraude moral. Los que mandan a los inspectores a comprobar si los parados están trabajando solapadamente son los primeros que defraudan y utilizan el dinero de los parados en fines todavía ocultos. Sí, éste es un escándalo que afecta a la ética, y cuando la degradación alcanza la ética de los gobernantes ya se puede esperar cualquier otra cosa. Los escándalos en sí son lo de menos, lo peor es esa corrupción moral. En tiempos de crisis, con la canina que soportamos, todo esto provoca la sensación de antes, el desprecio de la «gente gorda» que está detrás. Aprovechados, farsantes y timadores. Gente gorda, sí.

Etiquetas:

25 enero 2011

Absurdo



Llegó el comandante y mandó callar. Nada más irritante que esta displicencia de algunos políticos cuando dictan la conveniencia de los debates: toca, no toca. Como ahora Griñán con el futuro de las autonomías, lo que le pide a los suyos, militantes y electores, es que ni entren en esas cuestiones: «Es absurdo», asegura. Tan elevado se coloca el presidente de la Junta que tendrá que mirar hacia abajo desde su altura para reconocer a otros presidentes socialistas que sí reclaman reformas del modelo autonómico. Debe ser que ellos sí son absurdos por reclamar que «aprovechemos que el debate está encima de la mesa para que digamos sin miedo qué cosas se pueden corregir del Estado de las Autonomías, con el fin de sacarle el máximo rendimiento y potencialidad» (Fernández Vara). Absurdo, sí. Como Felipe González, que también se ha apuntado a la reflexión, o como el gobernador del Banco de España, que ha pedido reformas legales para aumentar el control del gasto en las autonomías y más transparencia en las cuentas públicas de las regiones y los ayuntamientos. «Un techo de gasto anual y más transparencia». ¿Todo eso? Bah, absurdo. Eso por no hablar del centenar de personas que respaldó el informe de la Fundación Everis: «Es necesario clarificar el modelo autonómico de una manera global, estable y fiable, para evitar ineficiencias e inconsistencias». O la Fundación Faes, que será la que, de verdad, le gustará citar a Griñán, porque no hay nada más rentable para la debilidad ideológica que reconducir los debates a una pelea tribal. Aún así, en la misma línea que todos los anteriores, la Faes de Aznar ha pedido repensar el modelo territorial español para hacerlo más barato, más ágil y más eficiente. «La reciente decisión griega de suprimir las entidades locales de menos de 100.000 habitantes, agrupándolas en corporaciones que superen esa cifra, es una respuesta interesante». No, nada. Cero. Por encima de todos ellos, está Griñán. Ni que sí ni que no, es absurdo. Chiss, de eso ni hablar.

En el informe que presentaron, la Fundación Everis tiene como cita un proverbio asiático. Dice así: «Cuando empieza a soplar el viento, algunos corren a esconderse mientras otros construyen molinos de viento». A Griñán le da igual el viento que pueda soplar porque cualquier reforma que se haga les privaría de algunos de los privilegios actuales de hacer y deshacer a su antojo. Y el objetivo es mantener ese estatus, no construir molinos de viento. El ideal es mantener las baronías autonómicas y aprobar por decreto la estabilidad de más de veinte mil personas contratadas a dedo. El ideal es seguir prejubilando de forma irregular a cientos de personas sin que nadie pueda fiscalizar los setecientos millones de euros empleados. La cuestión es que Canal Sur siga siendo un agujero negro y que el Gobierno andaluz mantenga una de las mayores estructuras de burocracia política de España. ¿Absurdo? Claro, qué van a decir los virreyes del despilfarro.

Etiquetas: , ,

24 enero 2011

Zumo de piña



Una verdad compartida, un lapsus muy político y un regusto de insatisfacción. Con esas tres impresiones, arrojadas sobre el auditorio como tres cubos de pintura de los que los populares utilizan en su propaganda para anunciar las reformas, clausuró ayer Mariano Rajoy la Convención nacional que el Partido Popular ha celebrado en Sevilla. Lo último, el regusto de insatisfacción, fue lo más evidente, porque la decepción se palpaba en el ánimo del personal a la salida; esperaban que el presidente del partido les inyectara una última dosis de adrenalina, un chute de moral por la victoria que anuncian los sondeos y que les había traído en volandas hasta la capital andaluza. Pero no. Ni metadona les dieron; zumo de piña en vena o así.

Rajoy hilvanó un discurso correcto, esperado, previsible y medido que podría servir para cualquier mañana en el Congreso de los Diputados o para uno de esos campamentos de verano que montan los juveniles del partido. Para colmo, antes que Rajoy intervinieron otros, había otras referencias, y el presidente popular no tuvo ni la consistencia de Aznar, que entusiasmó a todos y les disipó cualquier duda de disidencia, ni el afán reformista de Arenas, que aprovechó con brillantez el atril de telonero para ofrecer su alternativa a la Junta de Andalucía.

Dicen en el Partido Popular que el objetivo de Mariano Rajoy no era encender más el ánimo de los militantes y dirigentes que acudieron a la Convención, que eso está asegurado, sino que su discurso se dirigía mucho más allá, a la sociedad que no entiende de euforias ni victorias que se cantan por adelantado. Es posible, sí. Pero entre la mesura y el triunfalismo debe existir un punto medio que no sea necesariamente el aburrimiento.

Sobre todo porque el presidente del PP comenzó su discurso con una verdad que puede ser compartida por gran parte de la sociedad. Dijo Rajoy: «Lo que le importa a los españoles ya no son nuestras críticas al Gobierno sino nuestros propósitos». Cualquiera que se pasee por las encuestas, las mismas encuestas que otorgan el triunfo al Partido Popular, comprobará que la bronca política hastía a la sociedad. En esta fase final de la legislatura, ya no hace falta explicar más veces que el Gobierno de Zapatero se ha equivocado mil veces porque eso forma parte ya del vecindario; lo que se espera del Partido Popular es justamente eso, que se aleje de la trifulca, del cruce permanente de las declaraciones y las consignas, y que comience a avanzar sus propósitos sin vaguedades. Reformas, sí, pero cuáles. Recortes, sí, pero cuáles. Leyes sí, pero cuáles.

Sostiene Rajoy, y éste fue su lapsus político, que «en tiempos difíciles, hay que decir la verdad». Hombre, la aspiración ingenua de los ciudadanos es que los políticos digan la verdad siempre, corran los tiempos que corran. Pero no está mal para empezar. Porque como él mismo añadió, «la confianza –que era el lema de esta Convención– no se regala, se merece».

Etiquetas: , ,

22 enero 2011

Jurado absurdo



El jurado sólo tiene la magia de las palabras que parecen tocadas por la fortuna. Hablamos del jurado y se aparecen, en blanco y negro, los fotogramas de James Stewart en ‘Anatomía de un asesinato’ mientras convence a un jurado multicolor, gente honesta y sencilla, que sólo tienen el afán de hacer justicia. Suena el jurado y pensamos en Michael Douglas, en alegatos brillantes, palabras emocionantes, juicios con giros inesperados. Pero ahí se acaba la magia; la realidad del jurado de España es otra.

Aquí, la Constitución de 1978 incluyó el jurado en el ordenamiento jurídico español como una conquista más de las libertades y, desde entonces, su único logro ha sido embarullar más el sistema judicial español. Esa es la aportación fundamental del jurado, sí, porque ni la existencia del jurado determina la calidad de una democracia ni, desde luego, es una institución propia del modelo judicial español; es un elemento extraño, ajeno al cuerpo judicial.

El debate que estamos viviendo estos días, por ejemplo, con el juicio de Marta del Castillo. Cualquier ciudadano que se detenga a analizar la disquisición de estos días en el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía pensará que, definitivamente, en España nos hemos vuelto locos. Un episodio tan claro en lo fundamental –los asesinos reconocieron el crimen de Marta del Castillo–, llega a los tribunales y lo primero que ocurre es que no se sabe muy bien si lo tiene que juzgar un jurado o un tribunal profesional. ¿De qué depende? Pues del delito cometido: si es un asesinato, el competente es un jurado; pero si los asesinos violaron a la joven antes de matarla, entonces la competencia es de un tribunal profesional. ¿Por qué? Pues porque la ley establece que un jurado no puede juzgar asuntos relacionados con delitos sexuales.

Lo que dice la Fiscalía es que debe ser un juicio con jurado, porque el delito más importante es el asesinato, y debe prevalecer. Por el contrario, las acusaciones sostienen que la mera existencia de la violación ya inhabilita al jurado. Ya veremos qué decide el TSJA, pero tengan por seguro que si, al final, a los asesinos de Marta del Castillo lo juzga un jurado, en un par de años el juicio puede quedar anulado y los asesinos en la calle, a la espera de otro juicio nuevo. No sería la primera vez que ocurriera.

Ahí está, como estandarte del absurdo del jurado, la reclamación que acaba de plantear Dolores Vázquez contra el Estado, después de los 17 meses que pasó en prisión condenada por un jurado popular por la muerte de Rocío Wanninkhof.

El jurado se incluyó en la Constitución con la aureola de ser un símbolo de los nuevos tiempos, un guiño de modernidad y un puente que acercaría a los ciudadanos a la Justicia. En quince años que lleva en vigor, tendríamos que haber comprendido ya que todo no es más que palabrería, una trampa o un barniz. Que para conseguir una justicia más cercana, más moderna y más eficaz, el jurado es lo de menos. Sólo tenemos que pensar que se aprobó la ley del jurado y se dejó intacta la ley procesal, el pilar esencial sobre el que descansa todo el sistema judicial español, y que termina con estas palabras: «Dado en Palacio a 3 de febrero de 1881. Alfonso XII». Como diría James Stwart en un remake de ‘Anatomía de un Jurado’, «en España, el jurado es incompetente, de oídas, irrelevante, impropio, incidental, in... Demasiadas palabras que empiezan con ‘i’. Puede preguntar, señor».

Etiquetas:

20 enero 2011

Complejos



La democracia española oscila entre dos polos de signo opuesto, los complejos de superioridad del PSOE y los complejos de inferioridad del Partido Popular. Los primeros conducen a ese fetichismo insulso que conocemos como progresía; lo segundo degenera en la derechona, la versión cutre de la derecha. Por supuesto que, tanto en el PSOE como en el PP, hay dirigentes y, sobre todo, votantes, que nada tienen que ver con esa visión acomplejada de la ideología, pero para desgracia de todos ellos la política española no va por ahí, y se enreda permanentemente en los complejos anteriores.

La dinámica, además, suele ser siempre la misma. Ante cualquier problema que se plantee, el PSOE, en vez de ofrecer alguna respuesta, opta por retar al Partido Popular para que sea éste quien responda. «Que diga el PP cuál es su intención oculta», vienen a decir con la posición de superioridad moral que convierte al PSOE en un partido fuera de toda sospecha. Es entonces cuando, en el embrollo de tener que contestar, los populares, por su complejo de inferioridad, optan por desmarcarse de la polémica, y, o bien guardan silencio o, peor aún, acabar asumiendo el discurso políticamente correcto. Lo que ocurrirá a continuación es que irrumpirá en el debate algún dirigente de la derecha rancia del PP, la derechona, y la boutade que deje en los titulares de ese día le servirá al PSOE para retroalimentar su estrategia de superioridad moral que él mismo se otorga.

En ese pin-pón, lo complejo para el personal será distinguir entre el discurso de unos y de otros, muchas veces porque, en realidad, no existen diferencias y siempre porque, ante los ciudadanos, el problema se queda sin solucionar, envuelto en la bronca y el fuego cruzado.

Desde la inmigración hasta el modelo de Estado, el PSOE siempre le tiende la misma trampa al Partido Popular y raras son las ocasiones en las que éste logra eludirlo. Incluso hay veces en las que es el propio PP el que se mete en el agujero. Desde hace unos días, por ejemplo, se observa una proliferación de notas de prensa de dirigentes del PP en las que censuran a la Junta por sus incumplimientos en la ‘Beca 6.000’, los seis mil euros que el Gobierno andaluz le da a los estudiantes para que no abandonen el instituto. «El PSOE no apuesta por la educación, las Becas 6000 no se cumplen (...) y hay familias que están viviendo situaciones dramáticas», dicen los del PP andaluz.

Esa beca, que a lo único que contribuye es a camuflar el fracaso escolar, se sustenta en la falacia demagógica de que el problema de la educación andaluza es la pobreza de muchas familias: como hace cincuenta años, los padres quitan a sus hijos del colegio y lo ponen a varear olivos o a ordeñar vacas. ¿Qué tiene que ver la Beca 6.000 con las promesas de profunda reforma de la Educación que hace Arenas en cada mitin? Pensaba que nada, pero ya ven. Igual es que piensan que un voto es un voto. Pero en realidad, son complejos.

Etiquetas: , , ,

19 enero 2011

Odios políticos



Admitámoslo, en España la política es un hecho violento. Forma parte del paisaje, de la forma de ser, de la mala hostia social. Está en nuestra historia, está en los genes. La violencia política en España hay que verla como parte de la naturaleza, como las puyas invisibles de las chumberas que marcan las lindes del campo. El hecho diferencial de los españoles en Europa es aquella guerra civil, la única en este viejo continente, en el que la disputa no venía por fundamentalismos religiosos, por rivalidades dinásticas o por diferencias étnicas. Todo eso, en los tres mil años de la historia de España, se ha sorteado con la mayor naturalidad. La guerra aquí se desató por la violencia política, el odio concentrado en izquierdas y derechas que acabó en las trincheras, hermanos y vecinos matándose con escopetones viejos y bilis rebosadas. La Guerra civil es lo que nos hace diferente. Y el pus de aquella herida, la sangre seca de aquellos años, todavía hoy se puede rascar en el ambiente. Por eso, viéndose venir la guerra, el bueno de Fernando de los Ríos se puso en pie en el Congreso: “Reparad, señores diputados todos, que en España lo revolucionario es el respeto”.

Lo verdaderamente extraordinario es este periodo de paz que ha consolidado en España treinta años de democracia tras la muerte del dictador. La altura de la Transición es lo que nos ha embarcado en un país nuevo que, de cuando en cuando, se azota con ramalazos de aquel rencor maldito. La democracia en España, gracias a Europa y gracias a las nuevas generaciones, se ha consolidado, sí, pero aquí sigue calando el discurso del “dales caña, Alfonso”; el sectarismo político, la inquina que se percibe en muchos discursos, es la amenaza que aún queda, el poso de odio que no se ha superado. La agresión al consejero de Murcia nada tiene que ver con tea partys, forma parte de una forma de entender la política que sólo nos pertenece a nosotros y que sólo nosotros podemos superar. Y aunque esto es así, una asignatura de todos, la realidad es que los mayores episodios de violencia política en estos treinta años de democracia corresponden fundamentalmente a la izquierda. Proceden de la izquierda; desde el GAL a las algaradas tras el atentado del 11 de marzo en Madrid, los mayores episodios de violencia política, de crispación social, proceden siempre de la izquierda. No decirlo así, no asumirlo así, supone no reconocer el problema y, por lo tanto, manifiesta la imposibilidad de superarlo. En suma, que debemos saber, antes de combatir el problema, dónde está el límite de la crítica en política y cuándo se supera ese límite razonable, democrático, para adentrarse en la crispación. Que una cosa es la crispación y otra la oposición, y no conviene confundirlas.

Esa confusión, por ejemplo, es la que se percibe en el PSOE cuando acusa a la oposición de estar crispando la sociedad. Lo dijo ayer mismo la portavoz del Gobierno, expresó su preocupación y su condena a la agresión al consejero de Murcia y pidió al Partido Popular que reflexione. ¡Que reflexione el PP, que es el partido al que pertenece el político agredido por un tipo de extrema izquierda! No tiene sentido, al menos que se esté alimentando la confusión permanente de la verdadera crispación, y se intente hacer ver a la sociedad que cualquier acto de oposición al Gobierno es un acto de agitación social. Como ahora con la protesta de los funcionarios o con la sentencia del ‘caso Matsa’. Jamás se podrá esperar ni el reconocimiento de los errores, de los abusos y de las ilegalidades; no el problema es que los funcionarios son fascistas y que el PP, aunque los tribunales le hayan dado la razón, está crispando a la sociedad. Hay muchas formas de ejercer la violencia política, de fomentarla, de inocularla. Ésta es una de ellas.

Etiquetas: , ,

18 enero 2011

Efecto dominó



Nadie, ningún hombre, ningún ejército, ningún poder, es capaz de controlar el instante de la historia en el que todo se desborda. No hay fuerza que pueda contener el momento, apenas un segundo, a partir del cual ya nada es igual, todo se derrumba; el pestañeo que cambia bruscamente los acontecimientos, el suspiro, la exhalación que es capaz de levantar multitudes, de arrasar imperios. Stefan Zweig, que describió de forma magistral algunos de los momentos claves de la historia, hablaba de los millones de horas inútiles que transcurren en la historia antes de que se produzca un momento estelar. “Lo que por lo general transcurre apaciblemente de modo sucesivo o sincrónico, se comprime en ese único instante que todo lo determina y todo lo decide (…) determinando la vida de un solo individuo, la de un pueblo entero o incluso el destino de toda la humanidad”.

Acaba de ocurrir ahora en Túnez, el país que está protagonizando la primera revolución democrática del mundo árabe. Nadie está detrás de la revuelta, nadie la controla, nadie la ha organizado, nadie la ha planificado. Una mañana cualquiera del mes de diciembre, la Policía decide desmantelar el puesto de frutas ilegal de un chaval de 26 años. Será una decisión irrelevante, una más entre las decenas de actuaciones de la policía tunecina aquella mañana. Sin embargo, el paso del furgón policial por delante de aquel puestecillo de frutas ilegal y la decisión de los agentes de detenerse, pedir la documentación y desmantelar el kiosko es el momento determinante que estaba aguardando la historia. Porque el joven del puesto de frutas, que estaba parado, que estaba desesperado, se inmoló delante del ayuntamiento cuando la policía lo dejó tirado y sin el único sustento. Y lo que sucedió a partir de ese momento ya tenía la rúbrica de todos los acontecimientos históricos: El nombre de Mohamed Bouaziz, su cruel suicidio, ya ha entrado en la historia como uno de esos momentos estelares que cambian el rumbo de un pueblo.

“¡Viva el efecto dominó!”, han celebrado con euforia los acontecimientos de Túnez los periódicos de algunos oaíses vecinos, como Argelia. Piensan algunos, con toda razón, que el problema no es de Túnez, que el problema general es del mundo árabe, y que la revuelta tunecina acabará trasladándose, con mayor o menor intensidad, a todos los países musulmanes en los que, hasta ahora, la democracia ha sido una mera apariencia, una excusa de sátrapas, mangantes y fundamentalistas. “Túnez no es un caso aislado, la enfermedad es de los árabes”, afirman y se compara lo que pueda ocurrir a partir de ahora con el desmoronamiento del bloque comunista a partir de las protestas en la Polonia de Walesa.

Vivimos sobre el alambre de esos acontecimientos que cambian la vida, esos instantes. Y sin la repercusión universal de esas grandes citas de la historia, quizá todos aguardamos en algún momento que se cruce en nuestro camino un fenómeno así que nos haga tener la determinación de la que carecíamos; sacudirnos la comodidad, el conformismo y la apatía. El ‘efecto dominó’. Todos los políticos, todos los regímenes, grandes y pequeños, son conscientes de que este azar es la única fuerza arrolladora de la historia.

Etiquetas: , ,

17 enero 2011

El legado



Sí, es así como dicen en el PSOE, Chaves forma parte del legado de los andaluces de ahora, de este tiempo. Ha estallado en el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía el escándalo de las subvenciones de Chaves a la empresa en la que trabajaba su hija y en el PSOE nos han recordado a todos que Chaves no es como el común de los mortales, no puede afectarle una sentencia, ningún varapalo judicial puede tocarle la piel ni rozarle la imagen porque Chaves forma parte del legado de los andaluces. Legado, sí. Chaves es exactamente eso, aquello que se transmite a las generaciones posteriores, sea cosa material o inmaterial. Y Chaves es ambas, cosa material y cosa inmaterial. Chaves es cosa, concepto más allá de la política, más allá de su persona. Es cosa material por su forma de entender la política y es cosa inmaterial porque en él se explica la realidad del pueblo andaluz. Chaves es la señal indeleble que se colocaba en las riadas de los pueblos, hasta aquí hemos llegado.

Chaves es nuestro legado, cosa material, como aquella tortilla del clan con Felipe Guerra y los demás; el único superviviente en la política activa de aquella foto de los orígenes del Partido Socialista que conocemos, quizá el político más longevo de Europa, el dirigente que siempre ha sabido eludir los problemas, los riesgos internos, la persona que mejor ha interpretado que el poder es un valor en sí mismo y lo esencial es conservarlo. Lo importante del poder no es utilizarlo como arma de transformación de una sociedad, sino que lo fundamental para un político como Chaves es retener el poder. Nadie eres en política si no tienes poder y Chaves ha logrado permanecer en el poder más tiempo que nadie. En 1977 ya era diputado en el Congreso, en 1986 fue nombrado ministro. Después, diecinueve años como presidente de la Junta de Andalucía y luego dos años más como vicepresidente del Gobierno. Ese es nuestro legado, sí, el de un hombre que lleva 45 años representando a Andalucía sin haber logrado transformar nada de Andalucía. Cuando, en algunos escarceos biográficos, le han preguntado por su gestión, Chaves ha contestado: “Sobre todo me siento orgulloso porque yo creo que en la última década, Andalucía se consolidó como un poder en el resto de España. Y eso se evidenció a partir de la llegada del PP al Gobierno de la nación”. No podría haber dicho que se siente orgulloso de haber superado el paro, ni el fracaso escolar, ni de haber conquistado la excelencia universitaria, ni de haber dotado a la Justicia andaluza de los mejores medios de España. No hay mejores colegios ni mejores hospitales. Por eso, de lo que Chaves se siente orgulloso es de haber convertido a Andalucía en un poder dentro de España, un virreinato o una baronía política con la que poder doblegar al partido adversario y asentar los reales en el propio.

Chaves es nuestro legado porque explica nuestra realidad. Chaves representa el legado de un partido a una sociedad tras treinta años de gobierno ininterrumpido. Ese hombre que ven ahí, que fue presidente de la Junta de Andalucía, que benefició a sus hermanos, que concedió subvenciones a la empresa de su hija, ese hombre que ahora se sienta en el banco azul del Congreso y bosteza, es nuestro legado. Chaves. En esa imagen, en ese cuerpo, en esa realidad, está el legado que el PSOE le ha dejado a Andalucía.

Etiquetas: , ,

16 enero 2011

Funcionario en el espejo



Qué susto me llevé cuando me miré al espejo y me vi la cara. Había levantado la barbilla para afeitarme y en esa posición ante el espejo, en la que uno se mira a sí mismo de reojo, fue cuando me vi y me asusté. ‘¡Joder, pero si me he convertido en un fascista!’, me dije en voz alta. Y de la impresión que me causaron mis palabras, yo mismo enmudecí, decidí callarme, o mandar callarme, para intentar tomar de nuevo el control de la situación.

No fue fácil. Tenía la barba cubierta de espuma de afeitar y el mentón en alto, inmóvil. Mi cara estaba enmarcada exactamente en el centro del espejo, en el pequeño círculo del que había retirado el vaho con la mano para poderme ver. Y así, en esa posición, rodeada de vaho, mi cara me pareció una imagen de otro mundo; una cara envuelta en sudarios de nube, en una aureola fantasmagórica e inquietante. En todo caso, una cara desconocida porque yo ya no era yo, ahora era ese tipo del espejo, un funcionario fascista. Fue tal la impresión que hasta la cuchilla se detuvo en la garganta, a la altura de la nuez. Como si me diera a mí mismo una última oportunidad, una salida digna: ‘Amigo, piensa bien qué quieres hacer con tu vida: Puedes seguir adelante con tu degeneración de funcionario o puedes acabar con tu vida de una vez. Así le ahorras a tu familia el disgusto de verte convertido en un fascista’. Qué complicación…

Yo me veía ya como Gregorio Samsa en la Metamorfosis; podía quedarme para siempre encerrado en el cuarto de baño y que mi madre me alimentara con lonchas por debajo de la puerta. Qué otra cosa es un funcionario fascista sino un insecto repugnante, un bicho al que todos repudian, al que todo el mundo odia. Sí, eso, así me veía, como un insecto fascista.

Qué pena de mí. A mis treinta años, con las oposiciones aprobadas en la Junta de Andalucía, lo que nunca hubiera imaginado es este final desastroso, convertirme en un fascista. Ahora que miro hacia atrás me doy cuenta con mucha claridad de lo que me ha pasado, lo que me ha llevado a esta transformación deleznable. Sólo a un funcionario lo puede cambiar un decreto, porque eso, ya me dirán, no le pasa al común de los mortales. Sólo nosotros, que andamos todos los días entre fichas y legajos, podíamos caer por esta pendiente irresponsable que nos arrastra hasta la protesta contra la autoridad. ‘Defiende tus derechos, defiende la Función Pública’, decían los sindicatos y aquella proclama nos transformó a todos.

Ahora imagino a mis compañeros como yo esta mañana, en su casa, con la radio puesta, y una voz presidencial que alerta a la población de lo que está ocurriendo, esta plaga que nos ha transformado a todos en fascistas. Y se extiende como una mancha de aceite por Andalucía; es una invasión, sí, una invasión de la peor calaña, fascistas todos. Estarán como yo, sin saber qué hacer, un extraño en mí. Hasta me parece que me ha crecido un bigotito fascista y el pelo se me ha engominado. Soy un fascista completo. Así me llaman en el Gobierno. Dentro de una semana, saldremos todos a la calle, todos los funcionarios fascistas en manifestación, como zombis de otras época caminaremos por las calles, y la gente nos mirará asustada y se acordará de las advertencias del gobierno. Ahí vienen los fascistas. Qué miedo me doy.

Etiquetas: ,

15 enero 2011

Memoria



Escribo hoy con la mirada puesta en el pasado, como si pudiera mandarle una carta a los sueños de entonces, a nosotros mismos, a los que éramos entonces, como si pudiéramos irrumpir ahora en las expectativas políticas y sociales de hace veinte o treinta años para contarles qué va a ocurrir en realidad. No podemos viajar en el tiempo, no podemos volver al pasado para cambiar nada, pero sí podemos hacer este ejercicio de memoria, este flash back que nos lleve y nos traiga de lo que esperábamos a lo que tenemos, de las promesas a las realidades; que nos haga sentir el vértigo de las fotografías con los protagonistas de entonces, con las caras de entonces, para que podamos compararlos, con sus puestos de ahora, con sus caras de ahora.

La ilusión surge de la noticia ésta del hijo de Jaime Montaner, colocado en la Junta de Andalucía, un contrato externo de los que se prohíben en otros servicios públicos a los que sí se les exige que se ajusten más el cinturón. Un contrato más para esa inmensidad en expansión que es la Junta de Andalucía, un magma que no se detiene y arrima al presupuesto a nuevos empleados como el hijo de Montaner, fichaje directo, dedo a dedo, como en la Sixtina, para que haga el trabajo que podrían hacer decenas de funcionarios, decenas de arquitectos de la Función Pública.

Dirán que se trata de una injusticia, que sólo por ser hijo de Montaner, sólo por tener un apellido reconocido, se ha convertido en noticia. Y es verdad, ¿a quién diablos le importa lo que haga el hijo de Jaime Montaner? A nadie debe importarle, porque tampoco ésa es la cuestión. Lo interesante es el flash back, la imagen que se completa cuando se mira hacia atrás y se ve en los primeros años de la Junta de Andalucía a Jaime Montaner padre y se vuelve la mirada a estos días, tantos años después, y ahí está, Jaime Montaner hijo. Esa simetría familiar es la que determina un régimen político. Porque no se trata de Montaner, no se trata del apellido más sonoro, se trata de hacer ese mismo ejercicio con los todos los parientes colocados, las decenas o cientos de personas que cobran del presupuesto de la Junta y que son hijos, primas, cuñadas o sobrinos de políticos de entonces, conocidos y desconocidos. Sí, esa simetría familiar es la que quisiera trasladar a los sueños de entonces, a las expectativas de entonces, a las promesas de entonces, para decirles que cuando pase el tiempo, la autonomía habrá alcanzado estas cotas que vemos hoy, los apellidos de entonces repetidos en sus descendientes. Seguirá el paro, seguirá la desindustrialización, seguirán los fracasos escolares, seguirán los problemas financieros y seguirán en la Junta los mismos nombres, treinta años después. De padres a hijos se pasan los puestos como en un estanco. No es Montaner, no, es todo esto.

Escribo hoy con la mirada puesta en Andalucía, como si pudiera mandarle una carta a su memoria.

Etiquetas: , ,

13 enero 2011

En el córner



Gabrielle Giffords, la congresista demócrata a la que un tarado de Arizona le pegó un tiro en la cabeza, además de asesinar a otras seis personas y herir a una veintena, se encontraba cuando la asaltaron en una actividad pública que establece bien las diferencias entre la democracia estadounidense y la española. Se había citado con los ciudadanos, con sus electores, en plena calle, un encuentro habitual de los diputados americanos que, una vez que han sido elegidos, se echan a la calle de cuando en cuando para explicarles a los vecinos qué están haciendo y preguntarles qué quieren que traslade al Congreso. Es interesante la idea y más interesante aún es el nombre por el que se conoce esos encuentros: Congress on your corner (el Congreso en tu esquina). En el córner. Lo único que hemos importado de la democracia anglosajona ha sido el término, pero para aplicárselo al fútbol, no a la política.

Lo más parecido que se puede encontrar en la política española es ese remedo de diálogo con los ciudadanos que los partidos políticos ponen en marcha durante la campaña electoral. Actos de partido, con público y preguntas seleccionadas previamente, en los que el candidato comparece con atuendo informal, una chaqueta sin corbata o una chupa de cuero beige; con pose de cercanía, sentado en un taburete giratorio en el centro de una reunión de varias decenas de personas; y un guión de promesas electorales que se ajustan al perfil del pueblo, del barrio o del gremio al que se quiere acercar. Pero se trata sólo de eso, una imagen de campaña prefabricada, igual que los mítines atestados de autobuses, banderitas y bocadillos.

Ninguno de los grandes partidos se sale de ese guión a pesar de que la democracia española ha dado ya suficientes señales de alarma por el distanciamiento de la ciudadanía y la apatía creciente de la política. De la misma forma que se rehuyen las listas abiertas, se evita toda iniciativa que suponga una apertura de los partidos y un menor control de las organizaciones por parte de los aparatos.
Es esa cerrazón de los aparatos la que provoca que cada convocatoria electoral degenere, inevitablemente, en un periodo de crisis larvada en los partidos políticos. «Lo que no puede ser es que los partidos políticos, pilares fundamentales de una democracia, se gestionen como cortijos. Esto hay que cambiarlo, es necesaria una ley. En Estados Unidos empezaron en 1840; aquí aún no hemos llegado», afirmaba hace unos días el ex ministro socialista Antonio Asunción, al que van expulsar del PSOE por la osadía de haber querido competir en unas elecciones primarias y haberse quejado luego de las mil zancadillas que le han puesto para impedírselo. Con todas las diferencias que se quieran establecer, cuando Álvarez Cascos se ha largado del Partido Popular también se ha quejado de lo mismo, la imposibilidad de que un partido político elija a sus candidatos democráticamente cuando dos o más personas aspiran a ese puesto. Ya se sabe que Cascos no parece el más indicado para reclamar la democracia interna que él mismo orilló a placer, pero ésa es otra historia.

Ya verán cómo, entre las cientos de promesas que se van a hacer en los dos años de campaña electoral que nos esperan, ninguna se referirá a nada que tenga que ver con la apertura de los partidos, la cercanía de los políticos a la sociedad o la participación de los ciudadanos una vez que pase la jornada electoral. No, no ocurrirá porque aquí el córner tiene otro sentido: En el mundo futbolístico, la expresión equivale a quitarse problemas de encima. Y ahí es donde los partidos han mandado la democracia interna, al córner.

Etiquetas: ,

12 enero 2011

Síntesis



No lo supo ver Carlos Marx, pero sería injusto adjudicárselo sólo a las pifias del marxismo en sus vaticinios porque nunca nadie, ninguno de los pensadores de la historia, pudo imaginar tampoco un final así. Ni Marx ni nadie. Quizá porque lo que está ocurriendo era, sencillamente, impensable, incalculable, un giro inesperado e irónico de la historia. ¿Quién iba a pensar que, ante la mayor crisis del capitalismo, iba a ser la China comunista la que saliera al rescate de los mercados financieros internacionales? Nadie, claro, y, sin embargo, es lo que está ocurriendo. China, con su decisión de comprar miles de millones de euros de los maltrechos bonos de la deuda de Grecia, Portugal y España, se ha convertido en el principal factor externo de estabilización de la economía europea; la mejor noticia de los últimos tiempos para la superación de la crisis. Porque la implicación de China en la estabilidad europea beneficiará, no sólo a Europa, sino a todas las economías del mundo. Porque Europa es una de las piezas del engranaje, la más antigua y quizá la más renqueante, pero si algo hemos aprendido con esta crisis es que la interconexión de la economías, de los mercados, nos hace dependientes de lo que ocurra en cualquier lugar del mundo. De la misma forma que el estallido de las ‘hipotecas basura’ de Estados Unidos se convirtió en una crisis hipotecaria en todo el mundo, en este momento la estabilidad de Europa la contemplan los demás actores, Estados Unidos y China, como uno de los factores fundamentales para superar la crisis internacional.

Y ahí está China, la China comunista, con su discurso de capitalismo puro: «China es un inversor de largo plazo y responsable en el mercado de deuda español y no hemos reducido sino incrementado nuestras inversiones en bonos españoles. China seguirá atento a este mercado y seguirá comprando», proclama el Gobierno comunista. Sólo con la lógica de Hegel, podría asimilarse un fenómeno así: La tesis del capitalismo dio origen a la antítesis del comunista y, tras la confrontación de ambos, surge ahora esta antítesis en la que todo se mezcla en un nuevo modelo globalizado, sin nombres, ni apellidos ni creencias. Ya sólo quedan dos referencias que sirven para todos: la democracia y los mercados.

A ver qué dicen ahora los que, como el presidente de la Junta de Andalucía, José Antonio Griñán, hace unas semanas en el Parlamento andaluz, culpaban del estancamiento de España en la crisis económica a la competencia desleal de las autoridades chinas, por tener una moneda devaluada, el yuan, que no está sometida a la rigidez del euro o del dólar. ¿Qué decir ahora, que el Gobierno ha implorado a China que compre deuda española?

Cada vez que bajamos la mirada desde esa realidad mundial a la realidad española o andaluza se produce una sensación grande de vértigo. Por este despropósito de despilfarrar tantos recursos, de dineros y de mentes, por la pesadez de los discursos provincianos, por la agitación cansina de los fantasmas de «la derecha ultraconservadora», «los fascistas», como se machaca a diario ahora que entramos en la agitación de otra campaña electoral. Ni Marx ni nadie pudo imaginar que, un día, un país comunista saldría al rescate del capitalismo maltrecho. Y ahora que está sucediendo, no nos enteramos... En fin. A ver si ese engrudo nos sirve, al menos, para ahuyentar a los pesados de la consigna y la pegatina.

Etiquetas: , ,

11 enero 2011

Esperpento



ETA se repite como esperpento. Machaca los comunicados de hace años y va calcando las palabras, las expresiones de siempre. Se repite, no hay nada nuevo en lo que dice, es lo mismo de siempre, sólo que, cada vez más, se repite como esperpento. Sólo había que verlos ayer, el patetismo de esos tres asesinos con capucha blanca y boina negra, caricaturas de sí mismos, fantoches manchados de sangre, cobardes disfrazados en su carnaval macabro, imbéciles de mente estrecha que piensan que el campanario es una ideología de izquierdas y que el terruño es una reivindicación de la sociedad del siglo XXI. Hasta el tono de voz del tipo que leía el comunicado no expresaba otra cosa que la personalidad de un niñato malcriado en ikastolas, un gamberro de sábados por la noche, un necio al que habrán contado que su dios es Sabino Arana y que la tierra prometida está entre el musgo y los helechos de Aralar; que ahí se acaba el mundo.

Se han convertido en seres patéticos aunque se mantenga intacta la amenaza a la sociedad española, a todos nosotros. Todo el sufrimiento, todo el dolor y la angustia que recordamos. Pero no es eso, no se trata de menospreciarlos, se trata de despreciarlos. Se trata de ignorar la insoportable verborrea de esos tipos que parecen sacados de los periódicos de hace treinta años, como si alguien le hubiera dado al play de las fotografías en blanco y negro de aquella época y, otra vez, hubieran arrancado a hablar los monigotes congelados. Otra vez a recontar los delirios de una soberanía inventada, que nunca existió. Hablan de Euskal Herria como tierra ocupada aquellos que viven en una de las regiones más ricas de Europa, más mimadas de Europa, más privilegiadas de Europa. Tienen desde antiguo las industrias, las infraestructuras y la financiación de las que carecen las demás regiones de España, y aún así esos mequetrefes con metralleta siguen hablando de territorio ocupado, sojuzgado.

Tres asesinos con capucha blanca y boina negra irrumpen otra vez en todos los periódicos del mundo, y, aunque siempre han estado fuera de la realidad, ahora, con la que tenemos encima, con los problemas reales que tiene la Humanidad, sólo pueden provocar desdén y asco. Porque ellos estaban allí, tiesos como hachones de velatorios, leyendo el comunicado de siempre, con las expresiones de siempre, pero nadie les presta ya atención a sus palabras. Ni siquiera el presidente Zapatero, aquel que, hace cuatro años, en 2006, estuvo tan pendiente de la redacción del comunicado de «tregua permanente» que ayer volvieron a reiterar, les presta ya atención.

Dentro de unos días, el 30 de enero, se cumple un aniversario más del asesinato de Alberto y Ascen, asesinados en Sevilla. Sus asesinos están en la cárcel, en Albolote. Hasta allí debería llegarles el único comunicado que la sociedad, pacífica, paciente y constante en sus ganas de libertad, debe mandarle a esos fantoches: Púdrete.

Etiquetas: , ,

10 enero 2011

Intangibles



Que sí, que ya se sabe, que de aquí a las elecciones, puede suceder suceder cualquier cosa y la contundencia con la que los sondeos afirman hoy, tozudos, que la victoria del Partido Popular en España y en Andalucía está asegurada, puede desmoronarse en un espejismo. Sí, es verdad, pero igual que en política todos tienen muy presente lo mucho que pueden cambiar las expectativas electorales, también se sabe que, en el anverso, se dan otros axiomas igualmente aceptados: Por ejemplo, que existen inercias en la sociedad que ni el gurú político de más prestigo es capaz de torcer. A veces se trata de intangibles, conceptos tan vaporosos como que un gobernante pierda el control de la agenda política. Parece una maldición o un hechizo, pero todos saben en política que algo tan etéreo lleva al fracaso a un gobernante porque está condenado a ir siempre a traspiés. Hay más axiomas en la misma dirección: ¿Quién puede ponerle freno a una oleada de cambio político en un país? ¿Se puede hacer algo contra el descrédito, convertido en chisme de taberna, de un dirigente político? Cuando un partido cae en esa espiral, está perdido porque la política comienza a regirse entonces por las leyes de Murphy antes que por las Ciencias Políticas.

Para preocupación del PSOE, el problema de la situación actual es que, desde hace más de un año, está envuelto en uno de esos torbellinos en los que lo único que se sabe es que, se haga lo que se haga, se diga lo que se diga, nada suele salir bien. Si se fijan, ésta es, además, la razón por la que todas las encuestas demuestran que la estrepitosa caída del PSOE se debe casi esencialmente al deterioro propio, antes que a la pujanza de la oposición. De ahí lo errado de la estrategia socialista para intentar superar esa adversidad y que consiste, de forma casi exclusiva, en acerados ataques al Partido Popular. Se pretende recuperar el descrédito propio con el deterioro del contrario, y esa es una estrategia baldía. De nada sirven ya las reiteradas alertas del PSOE contra los ogros de la derecha porque el problema no es la buena imagen del partido rival, sino la desconfianza que suscita todo lo que proviene de los dirigentes socialistas, incluidas las descalificaciones al Partido Popular. Hace unos días, un vocero del PSOE andaluz decía: «El PSOE está privatizando, es verdad, pero lo hace a regañadientes; siguiendo la política neoliberal de Rajoy y Arenas. ¡Ellos sí que privatizarían y recortarían con fe y entusiasmo! El doberman sigue suelto…» ¿Podría alguien comulgar con semejante memez?

Hace un año, como ya se apuntó aquí, cuando llegaron las primeras encuestas adversas, Griñán decidió poner en marcha tres reformas profundas: se hizo con todo el poder, la presidencia de la Junta y la secretaría general del PSOE; cambió el Gobierno para convertirlo en un gabinete de fieles; y renovó su imagen pública, de José Antonio a Pepe Griñán. El resultado de las tres reformas es que, un año después, la diferencia de un punto se ha disparado hasta los diez en favor del PP. Ese es el torbellino en el que Griñán anda dando vueltas sin enterarse siquiera de dónde soplan los vientos. ¡Ay, si las malas encuestas del PSOE dependieran de la bonanza de la oposición! Qué fácil sería rebatirlas... Pero la situación es mucho más compleja, depende de esos intangibles de la política.

Etiquetas: , ,

04 enero 2011

Nicotina



La desolación no se produce por la segunda vuelta de tuerca de la Ley Antitabaco, el giro definitivo, de garrote vil, que se le ha dado a la prohibición de fumar en cualquier local de España, público o privado, nocturno o diurno, decente o indecente, de absenta o de chupitos de melocotón. No, no surge de ahí la desolación, por muy explícitas que sean las provocaciones de esa plaga de lo políticamente correcto que recorre el mundo desarrollado y que ya amenaza con prohibir el tabaco en bloques enteros de pisos: ‘esta comunidad de vecinos apuesta por la sostenibilidad’… La desolación se produce al comprobar que va a ser ésta del tabaco la única ley que se cumple en España, la única ley que el personal acepta dócilmente y que las administraciones están dispuestas a salvaguardar a costa de cualquier recurso presupuestario. Es decir, con los problemas que tenemos, que esta ley se haya aprobado en España por unanimidad de todos los partidos políticos y que la sociedad la acepte sin rechistar, contando desde el sábado los minutos que faltaban para que entrase en vigor; que esto sea así, es un motivo grande para la desolación.

Me lo dijo el dueño de un bareto al poco de comenzar la restricción. ‘La gente ha llegado al bar y ha tirado el cigarrillo en la puerta, no hace falta ni poner carteles’. En el resto de bares y restaurantes, igual; se ha instalado definitivamente el miedo a señalarse en esta nueva dictadura de la moral sostenible. Sólo hay que repasar las denuncias que se han producido por las infracciones de la ley, la mayoría de ellas anecdóticas o insustanciales. Por eso, el paso siguiente a la entrada en vigor de la dichosa Ley antitabaco ha sido la promoción entre la gente de la delación, la denuncia anónima, el chivatazo y hasta la venganza. Denuncie usted a su vecino.

Pero, ¿por qué se limita la delación a la ley antitabaco? Desde la Constitución hacia abajo, los fraudes de ley en España se cuentan por cientos, porque no hay ley que se apruebe para cumplirla en su integridad, salvo ésta de la nicotina. ¿Por qué no comenzar la cadena de delaciones por los que defraudan a la Seguridad Social, ese ejercicio tan picaresco de cobrar el paro y trabajar? Y a partir de ahí, todos los abusos encadenados de subvenciones fraudulentas, desde el PER hasta las fundaciones de amigos que reciben ayudas millonarias. ¿Y en la administración pública? ¿No sería más efectiva la delación de los enchufados, los colocados, los miles que cobran un sueldo público sin darle un palo al agua? ¿Cuántos políticos utilizan un móvil que no pagan, una visa que no pagan o un coche oficial que no pagan para cuestiones personales? ¿Por qué no se persigue ese fraude de ley? Si se contabilizara el dinero que se emplea en esos otros fraudes ordinarios y aceptados, se llegaría pronto a la conclusión de que mata a más gente el despilfarro que no se invierte en mejores servicios públicos que el dichoso fumeque. Pero nada de eso nos irrita. Sólo la nicotina. De ahí la desolación.

Etiquetas: , ,

03 enero 2011

Año Nuevo



Que los días se disuelvan en tu boca como perlas de chocolate. Que la rutina se quede siempre sentada en la puerta. Que el tiempo sea de chicle, que las horas de niebla pasen deprisa y sean eternos los fogonazos de azul. Que las hojas del calendario te sirvan para hacer aviones que surquen el universo de tu habitación, que los cumpleaños no cuenten las velas, que los bizcochos no se rellenen de lágrimas. Que la felicidad no sea un soplido. Que siempre te alimente una ilusión.

Que tu cabeza no se declare independiente, que no te atropelle la razón. Que edifiques una frontera permeable con tus verdades, que no te dejes llevar por la impresión. Que los demás te presten sus pensamientos, que los oídos se impongan a los ojos, que la boca se cierre un minuto, que los labios se puedan sellar. Que seas capaz de entender, que nunca impongas tu verdad, que jamás se te olvide escuchar. Que sepas tragar saliva, que sepas mirar atrás. Que tus intereses no te arrastren. Que las contradicciones no te aturrullen, que las dudas engrandezcan tu visión. Que no te acuestes sin saber.

Que el Gobierno no nos joda la vida, que la política se castre el ombligo y se corte la coleta de su ambición. Que salgamos del culo, que irrumpa el orgullo grande de ser andaluz. Que los mercados se acuerden del pan de cada día, que las economías no se metan en el congelador, que las cuentas del banco no se tiñan de rojo, que siempre nos quede un pico para un vaso de ron. Que los corruptos hibernen en las celdas, que los enchufados se desconecten de la pensión, que los maletines se pudran en las alcantarillas, que los billetes robados se pierdan en un ciclón. Que los principios vuelvan a estar al principio. Que la moral no sea la impuesta.

Que se acaben las fiestas, que pasen ya los Reyes Magos, que la cuesta de enero nos coja confesados. Que llegue pronto la primavera, que se pase este frío, esta depresión de calles vacías y tardes nubladas. Que barran pronto los confetis y desaparezcan las luces de neón. Que dejemos atrás la mala racha, que en la Bolsa los tipos vistan de frac, que se desboquen los indicadores con subidas, que las ganancias llenen el zurrón. Que todos los días suene la sirena de la fábrica. Que el barullo de los colegios se confunda en las aceras de la mañana con el olor del pan recién hecho, que encontremos en ese aire la sencilla normalidad.

Que no te traicionen tus deseos, que no te arrollen los imposibles. Que no te abandonen con excusas, que aprendas a vivir el desamor. Que tu cabeza no explote con una obsesión. Que las canciones no hablen nunca más de ti, que se raye el disco que tiene tu canción. Que el recuerdo sea dulce, que la memoria no se hiele en el rencor. Que no puedas vivir sin él, que no puedan vivir sin ti. Que nos recuerden Los Ronaldos que no hay manera. Que sepas decir ‘te quiero’ y, sólo porque es fácil, lo vuelvas a repetir. Que seas feliz con egoísmo, que seas feliz con humildad. Que sepas callarte, que sepas sufrir. Que nunca se te olvide brindar con su silla vacía. Que nunca encuentres el momento de decir adiós. Que Sabina siga cantando, que se eternice en un homenaje de pan, vino tinto y salchichón. «Que no te compren por menos de nada, que no te vendan amor sin espinas, que no te duerman con cuentos de hadas, que no te cierren el bar de la esquina».

Etiquetas: ,