El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

30 marzo 2011

Esclavos



Era tan portentosa la fachada moral de Marco Tulio Cicerón, que al triunvirato de traidores que se repartió en pedazos la túnica del César no le bastó con mandarle unos sicarios para que lo asesinaran en un descampado. Era tan alta la columna de su prestigio que, después de matarlo, le cortaron la cabeza y las manos, la clavaron en un hierro oxidado y la colocaron en la tribuna desde la que tantas veces proclamó su independencia. Para que el pueblo romano, al despertar, pudiera mirar el horror y la venganza cara a cara, que eran aquellos ojos abiertos y apagados de Marco Tulio Cicerón, sus labios amoratados y las manos ensangrentadas, amarillentas. Ocurre, simplemente, que Marco Tulio Cicerón ya había dicho antes que para las almas fuertes no existe la muerte ignominiosa. Con lo cual, aún con la cabeza clavada en aquel hierro mohoso, Cicerón seguía dando lecciones a sus asesinos desde la tribuna.

Sólo cuando se repasa su vida y su muerte, cuando se recorren la emoción y la crudeza de algunos episodios como el anterior, la figura de Cicerón se engrandece hasta la leyenda. Y eso que muchas veces se trata del acierto de haber sabido condensar en una frase lo que podría desarrollarse en un tratado. Quizá porque la moral pública, la ética política, no necesita de más palabras que estas de Marco Tulio Ciceron: “Para ser libres hay que ser esclavos de la ley”. No hay más. Ese es el imperio de un Estado de Derecho, la verdad imperturbable que ha convertido a los estados modernos en la máxima conquista de la civilización; el principio esencial de que todos los ciudadanos están sometidos al imperio de la ley y, en consecuencia, que sólo las leyes pueden limitarnos en nuestros derechos, en nuestra libertad.

Desde unos días, se están publicando en su integridad los informes que la Intervención general de la Junta de Andalucía ha ido enviando durante casi un decenio al Gobierno andaluz por este escándalo de los ERE. Y de todo cuanto allí se dice, lo que más llama la atención es que los funcionarios de la Intervención le tengan que recordar al Gobierno andaluz lo elemental, que seguir las leyes, atenerse al procedimiento administrativo establecido, no es una cuestión opcional y que, entre la elección del correcto seguimiento de las normas y la arbitrariedad en las resoluciones, no existe sólo una mera diferencia de las formas, sino un abismo profundo. “No es una mera cuestión de formas. Es de fondo”. Qué vergüenza ajena produce contemplar que quienes han manejado miles de millones de euros tengan el desparpajo de haber despreciado así las leyes y haber ignorado así quienes las custodian; qué ridículo queda al descubierto ahora cuando en esos informes le tienen que recordar al gobierno que, hay muchas razones para actuar con transparencia y control, pero que exigir “el correcto cumplimiento de las normas es, por sí solo, argumento suficiente”.

Cuando a unos gobernantes hay que recordarles lo elemental, las explicaciones de cómo se llega a esa degradación también se simplifican. Sólo por ignorancia o por soberbia se puede actuar así. Y como la ignorancia es imposible cuando se cuentan con servicios jurídicos propios y funcionarios de la Intervención que, una vez tras otra, año tras año, insisten en lo mismo, la única explicación es la soberbia. Olvidan que cuando un gobernante no es esclavo de la ley, es al pueblo al que se deben al que le están quitando libertad.

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28 marzo 2011

El huevo del cuco



Debimos suponer cuando se supo de la muerte de Marta del Castillo que el tormento peor no era aquel descubrimiento atroz, que el asesinato de Marta del Castillo era, en realidad, una muerte lenta, exasperante, en la que el sometimiento de amargura, de dolor, a los padres, el sometimiento de angustia y desesperación a la sociedad que se ve reflejada en los padres, se trazaría como una línea infinita, en la que nadie podría adivinar el final. Debimos suponerlo porque, desde aquel esperpento de la búsqueda del cadáver en el río hasta este juicio disparatado de El Cuco, todos los puntos van marcando el infinito. Debimos suponerlo y actuar en consecuencia porque en este tormento, lo queramos o no, todos somos actores.

Lo ocurrido ahora, por ejemplo: es casi peor la cascada irracional de descalificaciones que se ha abierto tras el juicio, que la sentencia misma, que exculpa al tipo ese, el Cuco, del asesinato de Marta del Castillo. Los unos, con el trazo más grueso, establecen la comparación absurda de la sentencia endeble contra el menor con las sentencias más abultadas de otros casos, ya sean de corrupción política o de tráfico de droga, no importa cuáles sean, porque lo único que se pretende es llegar a la conclusión de que no hay Justicia en este país y que el asesinato “sale barato”. No cabe mayor barbaridad que esas comparaciones que, sin pretenderlo, aumentan la angustia de los padres. Otras opiniones, con un trazo más culto, cargan contra las acusaciones, la familia y la fiscalía, por no haber sentado en el banquillo a Miguel Carcaño, el principal acusado de la muerte de Marta del Castillo, que fue quien en una declaración anterior culpó al menor del asesinato de la joven. El razonamiento es, en apariencia, impecable: como en el juicio contra el Cuco no se ha sentado en el banquillo a quien lo acusaba, el menor ha salido absuelto. Hasta el juez parece mantener en su sentencia esta tesis. Pero se olvida lo fundamental: ¿en calidad de qué se podía sentar Carcaño en el juicio del menor? No podía hacerlo como acusado, porque se trataba del juicio de un menor en el que no puede estar acusado un mayor de edad. Eso lo determina así la Ley del Menor, aprobada por unanimidad en España. Cuando hay menores y mayores implicados en un delito, tiene que haber juicios separados. ¿Y como testigo, por qué no acudió al juicio como testigo? Pues porque la Ley de Enjuiciamiento criminal determina, igualmente, que cuando un testigo acude a juicio tiene la obligación de decir la verdad, al contrario de lo que sucede con un acusado, que tiene derecho a no declarar contra sí mismo. Es decir, si Carcaño hubiera acudido a ese juicio como testigo se estaría vulnerando, e invalidando, su derecho a la defensa en el juicio principal de este caso, el que está por llegar contra los mayores de edad involucrados en el caso. Es más, a El Cuco se le ha declarado encubridor de un delito, el asesinato, que no existe formalmente porque no se ha celebrado el juicio. Se trataba, pues, de un callejón sin salida. Sólo el juez del menor podría haberlo evitado con la postergación del juicio a El Cuco hasta que se hubiera celebrado el primero, el principal. Pero no lo ha hecho. Él sabrá.

Lo que todo el mundo sabe del cuco, el pájaro, es que pone sus huevos en los nidos de otros pájaros para que se los empollen. La pillería no acaba ahí; luego sus crías dejarán el huevo antes que los demás y, poco a poco, por instinto natural, empuja los otros huevos fuera del nido hasta quedarse solo. Si lo piensan, eso es lo que nos ha ocurrido. El huevo del cuco es lo único que ha quedado en este juicio.

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25 marzo 2011

Ploff



Imaginemos que es Mafalda la que es escucha una canción de Macaco. “Que la botella esté medio llena o medio vacía, sólo depende de ti y de mí”. Imaginemos que en la primera viñeta está oyendo la canción con cara de atención, y en la segunda viñeta, con cara de asombro. Porque es en el tercer recuadro de la tira cómica cuando le dice a su amigo Manolito, con una evidente expresión de desencanto, “y qué vas a esperar de una canción así, si ni siquiera explica la diferencia entre el muac y el ploff”. La onomatopeya de las sensaciones es importante para Mafalda y es definitiva para entender los momentos que vivimos. Imaginemos que ese sonido es el que emite una gota al caer sobre el líquido de una botella a la mitad. Entre el muac de un beso, de una ilusión, y el ploff de una decepción, de un declive, efectivamente, media un mundo incomprensible. Ninguna norma existe para que, de repente, veamos la botella medio llena y, al instante, la contemplemos medio vacía. ¿Qué determina que la misma realidad se pueda ver de una forma o de otra? No lo sé. Quizá tenga razón Mafalda, se trata sólo de atender al sonido que emite. Porque todo lo demás se nos escapa.

La cuestión es que estos días, cuando se oyen caer las gotas en la botella del PSOE siempre suenan a ploff. Y, objetivamente, hay buenas determinaciones en la vida, las iniciativas más bienintencionadas, que acaban en el cubo de la basura, en el ploff, sin remedio ni explicación. Es vivir instalados en el declive. Lo de ayer, por ejemplo. No hay regla alguna que explique que un dirigente político, por buscar la naturalidad, por hacer mella en la transparencia, publique en su perfil de Facebook el resultado de la investigación que ha realizado sobre la trama de los ERE y se acaba convirtiendo en un problema político y judicial de primera magnitud. Recio, Manuel Recio, el consejero de Empleo, es el consejero que clausuró el fondo de reptiles, por ilegal, y es, a la vez, el que tiene que justificar las irregularidades de sus predecesores. Recio, Manuel Recio El Desesperado, está perdido en la inercia de un partido al que siempre le salían bien las cosas, la botella siempre medio llena, muac, pero que ahora no puede ofrecer otra imagen que la botella medio vacía, ploff. La buena idea de colgar el resultado de la investigación interna de los ERE en su página de Facebook, lejos de reportarle una buena imagen, le ha convertido en un intruso más, un intruso político que oculta la información al juez y al Parlamento.

¿Torpeza del consejero? Desde luego, torpeza e inexperiencia. Pero sobre todo, el ploff. La inercia del declive en política, que ha enmarañado al PSOE como una yedra. Y es ese momento indescifrable el que marca todos los pasos que van dando el PSOE de Andalucía en estos días de incertidumbre y desconcierto. Ya nada sale bien. Nada. Cada día se alinean los astros para que las alcantarillas vayan vomitando toda la basura acumulada durante tres decenios de impunidad. La botella, la misma botella, ya nadie la ve medio llena. Recio, el Desesperado, tendría que aprovechar una de estas para dimitir. Cuanto más tarde, más ploff.

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22 marzo 2011

Ojú, la guerra



Una sobredosis de agua de miel inyectada en vena, una indigestión de azúcar de caña, un cólico de merengue, una borrachera de sirope. Cada vez que se desata una guerra en el mundo, el personal tiene que atrincherarse en su casa para resistir un bombardeo continuo de frases hechas y de tonterías; una lluvia estomagante de chucherías. Camino del trabajo, una pintada juvenil: «Haz el amor y no la guerra». En la cadena de tópicos, quizá esta leyenda juvenil será la más inocente, la más justificable, pero, ¿habrá algo más repetido y más insustancial? Como si la elección fuera entre catres y trincheras. Como si las guerras más estúpidas de la historia no las hubiera provocado un revolcón en un catre. «La primera víctima de la guerra es la verdad», repite otro en una radio, no para comentar ningún aspecto que tenga que ver con la frase, sino para respaldar una irritante posición equidistante con el conflicto de Libia: todos mienten. Y él, tan tranquilo. También he leído estos días otro tópico empalagoso: «En una guerra perdemos todos». ¿Puede haber una generalización más dañina que ésa, más ignorante que ésa? Pero sigue la secuencia: «La guerra nunca ha solucionado nada», se le oye decir en un debate de la tele a un dirigente andaluz de Izquierda Unida con más trienios que La Pasionaria. Ahí va, con un par. ¿Cómo que ninguna guerra ha solucionado nunca nada? Ya hay que tener desahogo intelectual para resumir la historia de una patada así, como si el progreso del que disfrutamos ahora no fuera consecuencia de tantas guerras contra la represión, batallas por la libertad; como si la civilización no se hubiera construido sobre los cadáveres de quienes han luchado, se han sacrificado, para acabar con privilegios y prebendas.

En Libia, confluyen, es verdad, la hipocresía diplomática de occidente y el interés ante las grandes reservas de petróleo y gas de aquel país. Pero no es verdad, en absoluto, que esta guerra se haya desencadenado por el petróleo. Demasiado pronto se ha olvidado que hace tan sólo unas semanas, saludábamos en Túnez las primeras revoluciones democráticas en el mundo árabe. Pan y Libertad. Se celebraron esas revueltas porque, de todas las revoluciones pendientes, ésta del mundo árabe de la más esperanzadora para el principal problema con el que ha amanecido este siglo XXI, el fundamentalismo terrorista islámico. Con contradicciones, con intereses creados, con incertidumbre, con todas las reservas y todos los riesgos, desde Andalucía tendríamos que verlo más claro que nadie en el mundo.

«La guerra nunca ha solucionado nada». Ahí va, con la misma consistencia ideológica que ‘Las Niñas’, cuando cantaban aquello del Ojú, «desde Madrid a París, desde Cai a Pekín, la gente en las calles dice que no, que no a la guerra, que la guerra es mu perra». Y eso que ahora, en esta guerra, no se oye el ‘rap del Ojú’. Igual es que Teddy Bautista la ha descatalogado para que nadie la piratee contra Zapatero.

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18 marzo 2011

La sierva



La inmolación del débil para salvar al fuerte no debería ser cosa de este mundo civilizado, que tendría que quedarse allí donde nació, en el reino onírico, dulce y cruel, de la mitología. El sacrificio para salvar al padre es cosa de los dioses griegos, como Ifigenia, la hija de Agamenón, que fue sacrificada por su padre para calmar la ira de los dioses. Pero aquí, en este mundo terrenal, aquí donde hemos edificado a lo largo de los siglos un Estado de Derecho, los sacrificios no pueden imponerse a las evidencias ni a las leyes; el sacrificio sólo tiene valor como prueba de lealtad, de entrega, en las relaciones humanas, y, acaso, como demostración de la servidumbre que impera en la política, el culto «al jefe», como dicen que llama a su mentor la consejera quemada en el ‘caldero de los eres’. Pero como ni las ternura de las relaciones personales ni la crudeza de la política son los asuntos que aquí interesan al ciudadano, el sacrificio carece de toda relevancia en el escándalo.

Entre otras cosas porque en la literalidad de la normativa, la responsabilidad de haber enmendado el desastre del ‘fondo de reptiles’ recae sobre aquella persona a la que se destinan los informes de la Intervención en los que se advertía de las irregularidades que se detectaron, el mal uso del dinero público. Y lo que dice la normativa es que el traslado de esas advertencias tiene como destinatario «el titular de la Consejería de Economía y Hacienda». Nada dice el decreto aprobado por la propia Junta de Andalucía de que el conocimiento de esos informes por parte del consejero queda al criterio de sus asesores. Como deshojando una margarita, este sí, este no; ahora tiene responsabilidad el consejero, ahora la tengo yo. No, la responsabilidad del titular de la Consejería no se modifica un ápice porque su viceconsejera de entonces, ahora sacrificada, decidiera no comunicarle el resultado de la Intervención. Igual que el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento, la actuación de tapadera de un viceconsejero no exime al consejero de responsabilidad. La obligación de Griñán, como consejero de Economía, era la de conocer los informes de la Intervención y haber actuado en consecuencia, modificando aquello que era irregular.

Parece lógico, por tanto, que el gesto, noble o servil, de la consejera Martínez Aguayo al querer tapar a su jefe no haya añadido más que desconcierto a las filas socialistas. En esa afirmación rotunda de la consejera autoinculpada, «nunca comenté a Griñán los informes de la Intervención», sólo va implícita la negligencia política de quien, vulnerando lo que exigía la normativa, decidió por su cuenta no informar a su superior, al consejero, al jefe. Pero la inopia no es un eximente de la responsabilidad jurídica, sea cual fuere. La consejera Martínez Aguayo, con su confesión, se ha inhabilitado políticamente, pero no ha salvado a Griñán; es más, lo que ha logrado es colocar a Griñán en el disparadero judicial al convertirlo víctima de una negligencia suya, admitida y confesada. En este caso, vale la máxima de Felipe cuando lo de Juan Guerra, «Dos por el precio de uno». Sólo que Felipe lo dijo en el Congreso y luego se arrepintió, y lanzó a todos sus fieles contra Alfonso Guerra.

No, la Justicia no sólo no puede entender de la autoinculpación del débil para salvar al fuerte sino que, por el contrario, tiene que estar siempre atenta a que esas argucias no puedan proliferar. Recuerde Griñán a Juan de Mairena, que la verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero.

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Con Ere de Río



Que sí, que todo forma parte de lo mismo, consecuencias encadenadas de un modo de entender el poder, de un intento baldío de rellenar con nacionalismos, paridades y pamplinas el vacío de una ideología y el cansancio del poder, derivaciones inevitables de quien se creyó omnímodo, hegemónico, partido único, y pensó que todo podía valer porque no habría poder, ni político ni legal, que tumbara sus desvaríos. Que sí, que los excesos de los fondos de reptiles nacen del mismo hábito que los excesos de los estatutos de Autonomía, que tantos años consumió la vida política en Andalucía.

Fue aquella la época de las «competencias exclusivas» y lo interesante ahora es contemplarla en paralelo con el fondo de reptiles, que es otra forma de interpretar que, digan lo que digas las leyes y las normativas, nadie puede inmiscuirse en la gestión de una autonomía. ¿El flamenco? Competencia exclusiva de la Junta. ¿El Guadalquivir? Competencia exclusiva de la Junta. ¿Las subvenciones a las empresas? Competencia exclusiva de la Junta. ¿Las prejubilaciones y los ERE? Competencia exclusiva de la Junta. Para las primeras, el Estatuto de Autonomía en el que de nada servía la lógica constitucional que, simplemente, impone que aquellos recursos, como el agua, que afectan a varias comunidades autónomas deben ser de competencia estatal. Para las segundas, un fondo opaco de reptiles que pudiera obviar las exigencias europeas que impedían que las ayudas a las empresas en crisis vulnerasen la libre competencia del mercado.

Ahora que toda esa política ha acabado en los tribunales, los eres y el río, la reflexión tendría que alejarse de los asuntos concretos y planear, desde lo alto, en la equivocación primera, que no es otra que la de haber eliminado el interés ciudadano de la gestión de los asuntos públicos. Ni las prejubilaciones amañadas ni las competencias exclusivas obedecen a necesidades de la sociedad andaluza, sino a las exigencias internas de un partido, a las argucias y a los atajos, para mantenerse en el poder. Que ya ven que el presidente de la Junta, cuando ha leído la sentencia, sólo se le ha ocurrido pedirle una reunión a Zapatero, como hicieron los nacionalistas catalanes, para buscar un medio de burlar lo que acaba de decidir, por unanimidad, el Tribunal Constitucional. Que nadie espere una rectificación de quien cometió el abuso.

Que sí, que todo esto forma parte de lo mismo. Y la pena es que no haya un tribunal en España que pudiera tumbar también la ridiculez pomposa del preámbulo, que cada vez que lo leo se clava en la vergüenza ajena como una espada: «La interculturalidad de prácticas, hábitos y modos de vida de Andalucía se ha expresado a lo largo del tiempo sobre una unidad de fondo que acrisola una pluralidad histórica, y se manifiesta en un patrimonio cultural tangible e intangible, dinámico y cambiante, popular y culto, único entre las culturas del mundo». Por favor, una ley, un tribunal, un algo en España que nos libre de la cursilería política, además de los abusos. Que las generaciones venideras igual no hacen distingos entre ciudadanos y gobiernos.

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16 marzo 2011

Vacío



El vacío del que te hablo es una implosión de soledad. Al principio, casi no lo notas, porque son mareas lejanas que ni siquiera puedes divisar. Pero tú estás en el centro y no sabes aún que esas olas se van acercando, que te van cercando y cuando ya las percibes, te ves envuelto en un vacío que no sabes explicarte. Como las ondas de un lago en calma al caer una piedra, sólo que al revés, porque tú eres la piedra que se cae al fondo cuando las ondas han llegado, desde lejos, hasta ti. Esa es la implosión, cuando la vida que creías, la vida que traías, se rompe hacia dentro, se despedaza hacia dentro, se desmorona el entorno, y sólo quedas tú. El vacío y tú. Tú en el vacío. ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué ha fallado? ¿Dónde te has equivocado? Todas esas preguntas se repiten sin respuestas porque la soledad, cuando te invade, ha traído consigo la confusión y la imposibilidad de explicar una secuencia que no sabes cuándo comenzó. Sólo queda entonces la posibilidad de comenzar de nuevo.

Ocurre en la vida, pero el vacío del que te hablo es el vacío de la política. Nos puede ocurrir a todos y, por eso, podemos entender ahora la sensación de aquellos que se sienten solos, abandonados en la política. Sobre todo, los líderes políticos. Caminan siempre acompañados de una multitud, arrastran legiones de asesores y militantes, colas de cometa que no se saben fugaces. Que no saben que llegará un día en el que descubrirán que todo ese acompañamiento era un universo de futilidad, de conveniencias, de intereses ajenos. Lo he pensado cuando, hace unos días, alguien a mi lado expresó cierta tristeza al ver la cara de Griñán, y presintió la soledad que lo va invadiendo al comprobar que todos y todo se le vuelve en contra. Es verdad, quizá ese aspecto humano de la política, que no pretende justificar ni explicar ninguna de las irregularidades cometidas, ese sesgo personal, que no sirve de excusa para ninguna negligencia, esa soledad podemos encontrarla, subyacente, en un momento político como el actual.

Griñán está en ese instante en el que ya divisa las olas de la soledad rodeando su cuerpo. La explicación política es fácil: será inevitable que un fracaso en las elecciones municipales en Andalucía se traduzca al instante en un replanteamiento del liderazgo. Las ondas que ya se ven llegar, que van cercando al presidente, llegan en forma de rumores sobre la sustitución por candidatos nuevos. Desde la propia ejecutiva federal, pero también desde todos los rincones de las agrupaciones provinciales, se alimentan los anuncios del cambio. "Griñán se ha bloqueado. Y puede tirar la toalla si lo invitan a marcharse", dicen quienes buscan en Rosa Aguilar el futuro.

No es la justificación de lo ocurrido ni la exculpación de las torpezas; es la mirada a la persona que un día auparon porque era conveniente y que ahora se despeña por esa misma pendiente de la conveniencia. Alguien, a mi lado, ha querido ver en Griñán la injusticia de estar pagando los errores de otros, "él, que nunca estuvo en el meollo de la política, que se ha hecho político ahora, en el peor momento", y lo he imaginado cercado de soledad.

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14 marzo 2011

Tsunami



Qué tentación tan generalizada es ésta de utilizar el tsunami de Japón, unos apocalípticos, otros frívolos y distantes. Qué terrible inercia ésta que nos lleva a trasladar la catástrofe ocurrida a las cosas cotidianas, al vaivén de la vida, metáfora de lo que nos ocurre; qué funesta frivolidad ésta de arrastrar las aguas desbordadas de Japón hasta la política, hasta la corrupción, hasta la crisis o el desgobierno. Qué desgracia tan inconsciente es ésta que aprovecha el desastre, los cuerpos hinchados que sucumben bajo el agua, la tierra partida, los edificios desplomados, los hierros derretidos, los incendios que salpican la ciudad, para resucitar debates medioambientales, nucleares, como si la seguridad de las centrales nucleares hubiera que medirla en la mayor catástrofe natural conocida en un país en 140 años.

El hombre siempre se ha sentido indefenso ante la naturaleza, sobre todo cuando percibe que no somos sino una parte minúscula de esa naturaleza que nos trae a la vida y nos deja sin ella sin pedir explicaciones ni ofrecer motivos. La racionalidad, que es nuestro único norte, se anega de incapacidad para comprender, para asimilar lo que nos ocurre. Quizá por eso, por esa impotencia, la distancia con la que acabamos contemplando el fenómeno, el desastre, la desgracia. Quizá por eso, la tentación de buscar comparaciones que nos alejen de lo que no queremos ver porque no podemos controlar.

No, tampoco yo soy capaz de buscarle un mensaje al tsunami; quizá el único será el de detenerse un instante a pensar en la vulnerabilidad de la que estamos hechos, la materia quebradiza que envuelve las ilusiones, el sostén de incertidumbre que nos lleva. Ante un tsunami como el que ha arrasado Japón, no hay más reflexión que la naturaleza del hombre. Ante la catástrofe, ni metáforas ni debates oportunistas, acaso una mirada de asombro, de admiración, a esas gentes, a la capacidad para asumir la adversidad y luchar contra la desolación. «No será fácil, pero superaremos esta crisis, como hemos hecho en el pasado».

En su reflexión de la Providencias, Séneca se atormentaba por la dureza de la vida y la ausencia de Dios en el remedio de los males. Y le puso palabras a lo que Dios podría pensar, a lo que Dios podría replicarle al hombre, de qué os quejáis de mi, vosotros, que os di la posibilidad de luchar, de despreciar el miedo, de progresar, de amar, de vencer la soledad. «Y por eso, de todas las cosas que necesitáis, quise que la muerte fuese la más fácil de todas. La vida es una pendiente: se deja llevar por sí misma. Pensad un poco y veréis qué breve y expedito es el camino que os lleva a la libertad».

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11 marzo 2011

Comadronas



Se están apagando las luces de las redacciones y ya nadie da un duro por este oficio cansado y maldito, que se ha hecho viejo de pronto, que se ha mirado al espejo, y ha comenzado a ver su propia muerte en las arrugas de la frente, como las gitanas adivinan el destino en la palma de la mano. Se están adelgazando las redacciones, entre la tiesura y el internet, y ya nadie confía en el futuro de esta profesión que languidece traicionada por su propio hijo, la globalización; porque aunque ya nadie lo recuerde, la globalización, esta aldea global, nació en las esquinas de cualquier ciudad, cuando un mozo voceaba las noticias del día con un mazo de periódicos en la mano. Y ahora es la difusión universal de la información el puñal que le han clavado en la espalda a los periódicos.

Sí, ya nadie da un duro por este oficio, le están contando los días y lo miran de reojo, como a un enfermo terminal, porque todos piensan que el tiempo de los periódicos se ha escurrido por las alcantarillas de la historia. Pero se equivocan; no saben los buitres que el periodismo, capaz de rivalizar en la barra de un prostíbulo sobre cuál es el oficio más antiguo de la humanidad, es una necesidad del hombre y, más allá, de las democracias y de la libertad.

Aquí sí que se aprecian brotes verdes, como estos días con la escandalera de la Junta de Andalucía. Habría que remontarse a los tiempos de Juan Guerra para que un escándalo de corrupción lo haya seguido toda la prensa. Lo acostumbrado aquí es que unos periódicos denunciaban y otros, la mayoría, silenciaban. No ocurre así con lo de los ERE y esa novedad, que sin duda constituye un síntoma más de la descomposición de un régimen, yo lo resalto hoy como síntoma de la vitalidad intacta del periodismo, sea cual sea el momento histórico que atraviese.

Los periodistas veteranos, que siempre guardaban una máxima o un misterio, no concebían el periodismo sin una aureola de transgresión y mala vida. «El periodista es un hombre que ha renunciado a todo en esta vida, salvo al mundo, al demonio y a la carne». Y nosotros, con el tipómetro negro sobresaliendo de la carpeta de los apuntes de la universidad, abrazamos aquella vida y temblábamos ante la confidencia que se sirve con café en el rincón de un bar; cuatro notas apuntadas en una servilleta de papel que mañana se convertirán en titulares del cuerpo treinta y seis que reventarán en los despachos del poder. Y en esta ocasión, con la podredumbre de los ERE, ha vuelto a pasar. Los periodistas han vuelto a sentir esa emoción que los convierte en gigantes de papel, héroes que al día siguiente envolverán el pescado.

Fue un escritor alemán el que dijo que el periodismo, los periodistas, hace de comadronas y de enterradores de cada tiempo, de cada época. Y así vamos, alumbrando lo que viene, con torpezas equivocaciones, y siempre con tozudez, y poniendo paladas de tierra, que son paladas de papel empapado en tinta, a lo que se va muriendo. Los buitres tendrán que esperar.

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09 marzo 2011

Modus operandi



Qué tonto soy; ha tenido que venir un amigo empresario a explicarme la verdadera naturaleza del fraude en el que se ha empantanado la Junta de Andalucía. «Vamos a ver, cuando en un país se descubre un fraude que cometen cinco o diez empresarios, está claro que se trata de una acción delictiva de la que sólo son responsables esos empresarios, pero cuando en un país el fraude lo cometen varios miles de empresarios, entonces ya no estamos hablando de una acción delictiva individual sino de un sistema delictivo, un modus operandi. ¡Joder! Que en ningún lugar del mundo se levantan una mañana dos mil empresarios y dicen: ‘Vamos a quedarnos con la subvención y no colocamos a nadie’. ¿No te parece elemental?». «Sí, claro», le he respondido, sonriendo, entre turbado por mi torpeza y sorprendido por la contundente sencillez del planteamiento.

Hablábamos de la última pata con termitas descubierta en la Consejería de Empleo, el fraude de las subvenciones a la creación de puestos de trabajo que ha investigado la Fiscalía del TSJA con la Guardia Civil. A ver: por ser Andalucía la región con más paro de Europa, recibe cuantiosas subvenciones de la Unión Europea para que transforme en puestos de trabajo fijos los trabajos discontinuos y eventuales. Con el 80 por ciento de la UE y el 20 por ciento de la propia Junta, se conceden subvenciones a aquellos empresarios que se comprometan a hacer fijos a los trabajadores temporales. ¿Qué ha ocurrido? Pues que los empresarios se acogían a las subvenciones, y al poco tiempo, cuando ya tenían el dinero ingresado en la cuenta, despedían a los trabajadores. Y nadie comprueba nada, ni nadie tiene que justificar nada, ni nadie protesta por nada, entre otras cosas porque los miles y miles de trabajadores estafados desconocían que tenían derecho a un puesto fijo en esa empresa. Y todo esto ocurre, es menester repetirlo, en la región con más paro de Europa.

Como el engaño, acotado en tres años, no lo cometen ni diez ni cien empresarios, sino varios miles, tiene razón mi amigo cuando, sin exculpar a los que han cometido el fraude, pone el acento en el entorno, en la costumbre; todo el mundo actuaba así porque ésa era la forma de proceder de la Junta de Andalucía. El modus operandi: «Manera especial de actuar o trabajar para alcanzar el fin propuesto».
Con la mayor naturalidad, todo el mundo participa de la tarta. Dinero fácil, ingresos a fondo perdido de pequeñas cantidades, dos o tres mil euros, o algo mayores, de diez mil o doce mil euros por empresa.

Por todo lo anterior, por la cuantía escasa de las cantidades y por la generalización de la estafa, lo que queda al final, lo que quedará, será un proceso judicial en el que los afectados harán frente a sus multas y nadie sentará en los tribunales la mayor responsabilidad de este despropósito: una administración que se balancea entre la ineficacia y la corrupción y una sociedad que asume como algo normal que el dinero de los parados sirva para enriquecer a algunos o para sacar de algunos apuros a las empresas. Salvo que, en adelante, se compruebe que en esa trama de subvenciones existen otros delitos penales camuflados (prevaricación, tráfico de influencias o financiación irregular de partidos políticos), sucederá lo de siempre, «esto es cosa de tres o cuatro pillos». Y todo seguirá funcionando con normalidad, hasta que un día nos sobresaltemos con una duda atroz: ¿quién se corrompió primero, la sociedad o el partido que la gobierna?

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08 marzo 2011

Corrupción troncal



Ahora ya nos cuesta menos trabajo entender por qué Andalucía no ha podido salir de la cola de todas las estadísticas en los últimos treinta años. Ahora, al trasluz de esta red de fraudes, infracciones y corruptelas, es más fácil averiguar cómo ha sido imposible cambiar las cosas, lo esencial, a pesar del caudal inmenso de ayudas millonarias europeas que han llegado a Andalucía para salir del subdesarrollo. Ahora, al observar las políticas viciadas de sectarismo y de intereses partidarios, es más fácil comprender por qué todos los planes de empleo, todos los conciertos económicos, todas las concertaciones sociales, se llenaban de dinero y se quedaban en nada. Ahora, al contemplar la trastienda de las políticas de Empleo de la Junta de Andalucía, se adivina con facilidad por qué se buscaban excusas al crecimiento imparable del desempleo, por qué se enmascaraba con defectos estructurales la imposibilidad de esta tierra de abandonar su postergación.

Pero no, no era la falta de dinero en los presupuestos la que ha impedido el desarrollo. Ni la percepción labrada durante años de que Andalucía estaba condenada a soportar una mayor tasa de desempleo por la peculiaridad de su gente, por las carencias de la historia, por el crecimiento demográfico o por el agravio con otras tierras mejor tratadas, privilegiadas. Todo eso, que existe, que subyace en esta realidad de paro y de falta de horizonte, no es razón suficiente para explicarnos lo ocurrido, el estancamiento, porque todo eso podría haberse cambiado. La ecuación aquí es más sencilla: la existencia de un partido, atrincherado en una autonomía, que ha destinado todos los recursos de los que ha dispuesto para perpetuarse como poder. La hegemonía política se ha antepuesto al desarrollo de la sociedad. No hay más. Por eso, cuando miramos hacia atrás, contemplamos con nitidez que el único gran objetivo que ha conseguido la autonomía andaluza ha sido aquel que interesaba al PSOE como partido político, su hegemonía electoral, mientras que la sociedad sigue sentada al pie de la escalera.

Desde los expedientes de regulación de empleo a las subvenciones a la creación de puestos de trabajo. El fomento, la formación o la prejubilación. Todas esas políticas aparecen hoy ensartadas, infectadas, por el mismo modelo viciado de gobierno. Como esos ‘cursos de formación’, el paraíso de los nuevos ricos de Andalucía, empresarios y especuladores, oportunistas y aprovechados, que han hecho una fortuna con la gestión de esos fondos que les van cayendo como el maná de los privilegiados.

La misma estrategia política que implantó aquí la ‘cultura de la subvención’ fue la que degeneró luego en esta ‘cultura de la prejubilación’, que es la victoria de la chapuza, del descontrol y el despilfarro. La primera prejubilada de esta trama se llama Andalucía. Y el problema ahora no es que haya tardado tanto tiempo en estallar el escándalo, el problema fundamental llega cuando se intenta calcular el tiempo perdido y los años que nos costará salir de este sopor y de esta inercia.

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07 marzo 2011

El lince ibérico



No digas nada. Yo también lo he pensado al instante, casi al mismo tiempo que tú. Por eso imagino que a los dos se nos ha cruzado en la cabeza la misma expresión, que no es de sorpresa exactamente, porque ya te lo esperas todo, es más bien hastío, o fatiga, cansancio de que cada vez que rascamos algo, siempre aparece, con distintos nombres, con distintas caras, la misma historia y los mismos protagonistas. Ahora, otra vez Felipe y otra vez Doñana, que parece que aquí no pasa el tiempo. Desde aquella urbanización, Costa Doñana, que quisieron construir los amigos de Felipe hasta este gasoducto de la empresa de la que es accionista Felipe. Sí, ya sé, pero no digas nada, porque volverán a decir lo mismo: ¿es que acaso Felipe no tiene derecho a trabajar, y sus amigos tampoco? Y tú volverás a repetir lo mismo: ¿es que no puede trabajar en nada que no intervenga como autoridad, en nada en lo que no pueda ejercer su influencia?

Todo se ha sucedido, además, con una secuencia temporal que aviva los recelos, las sospechas. Porque largaron a Ginés Mora, el biólogo de prestigio que presidía el Consejo de Participación de Doñana, justo después de que le pusiera reparos al oleoducto del Grupo Gallardo que quieren construir los socialistas extremeños, desde Doñana hasta el corazón de Extremadura. Se fue el biólogo y lo sustituyó Felipe González; se planteó lo gasoducto y nadie puso pegas. Luego vino lo de la entrada de Felipe González como consejero de Gas Natural, la empresa que quiere construir el gasoducto; la empresa de la que también es accionista el ex presidente. Uno, dos y tres. Dirán otra vez que sólo se trata de casualidades, y tú volverás a contestarles de nuevo que sí, que vaya casualidad. Aquí, en el entorno de Doñana, los agricultores están a raya y las gentes de Huelva y de Cádiz tienen que acostumbrarse a ser las dos únicas provincias limítrofes de Europa que no están comunicadas por carretera, pero tiene que ser así, porque hay que preservar Doñana, por encima de todo. Pero por debajo, el oleoducto y el gasoducto se saltan toda la lógica. La casualidad, sí. Otra vez la casualidad.

Luego, todo esto nos llevará al debate inagotable del complejo papel de los ex presidentes del Gobierno, esos valiosos jarrones chinos que nadie sabe dónde ponerlos. Bueno, ahora, los jarrones están en vitrinas lujosas, la de Endesa para Aznar y la de Gas Natural para Felipe González. Y sabemos, claro, que una democracia tiene que velar por la dignidad de sus ex presidentes, y por eso el Estado les ha asignado un sueldo de ochenta mil euros al año. Pero, ¿tiene sentido que se mantenga esa asignación, aún cuando los presidentes tienen ingresos muy superiores, de hasta 126.000 euros al año en el caso de Felipe González y de 200.000 euros en el de Aznar? No, claro, no tiene sentido, y si no existe incompatibilidad legal, nadie discutirá la incompatibilidad ética en estos tiempos de crisis. La ética, sí, la misma por la que se puede asumir que Felipe gane 11.500 euros en sus dos primeras semanas en Gas Natural, pero no que presida al mismo tiempo un consejo que debe pronunciarse sobre los proyectos de quien le paga ese dineral.

No digas nada, que yo también lo he pensado: N o hay que preocuparse por el lince, que esa especie no corre peligro en España y menos en Andalucía. Estarán en peligro los animales, pero el lince, el verdadero lince ibérico, ha vuelto a Doñana y no hay riesgo alguno.

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03 marzo 2011

El tercer efecto



En una charla de cervezas, una mujer intenta dejar al descubierto mi ignorancia con los asuntos de la actualidad. Y con lo fácil que le hubiera sido dejarme en pelotas en tantos asuntos, elige el único tema que le lleva a un callejón sin salida: Se empeña en encontrarle una lógica a las decisiones de Zapatero. Misión imposible, claro. Porque en el zigzagueo del presidente, la única explicación razonable es que un alto porcentaje de sus decisiones no obedece a ninguna lógica. Y seguirlo es quedarse bizco, como el que sigue con los ojos el vuelo de una mosca alrededor de la cabeza.

Hubo quien lo definió como un político con un toque de personaje de la tragedia clásica. «Le pasa como a Antígona, que intenta con su intuitivo sentido de la justicia y monta bel ‘cristo’ que monta. Es como un personaje en busca de autor. No ha encontrado a nadie que le dé una teoría consistente a la que ajustarse, porque no se deja». La inconsistencia y el atrevimiento, unido a la creencia de estar llamado por la historia, son elementos suficientes para convertir a un tipo en un ser, por lo menos, desconcertante. Y peligroso.

Una a una, o todas en su conjunto, la inmensa mayoría de las ‘zapateradas’ lo que consiguen es, primero, descolocar al personal, y luego, cabrearlo. Hasta ahora, las decisiones de un gobierno provocaban sólo dos efectos en la ciudadanía, la aceptación o el rechazo. Con Zapatero, se añade un tercer efecto, cada vez más generalizado: la irritación y la burla. Ésta última de los límites de la velocidad a ciento diez kilómetros por hora podría servir de estandarte de todas sus políticas. No es ya el momento elegido para adoptar una decisión así (como la radical ley Antitabaco, aprobada en el peor momento de la crisis económica), sino que nada de lo que se afirma tiene ningún sustento teórico, técnico o práctico. Ni los motivos de ahorro energético, ni la inestabilidad de los países exportadores de petróleo, ni la seguridad vial en las carreteras españolas son capaces de explicar la medida que,. además, se presenta como coyuntural, pero puede ser indefinida. No lo ha logrado explicar el Gobierno, que se debate entre contradicciones, y no le han encontrado explicaciones los técnicos a los que se les ha preguntado estos días. ¿Por qué, entonces? No se sabe. ¿Le parece bien o le parece mal que se reduzca la velocidad? Preguntaban hace unos días en la radio. Y el personal, en su mayoría, contestaba al unísono: Ni bien ni mal, es una gilipollez. El tercer efecto, pues; la marca identitaria del zapaterismo.

Ahora Zapatero se ha ido al Magreb. Lo único que le faltaba al follón de las revueltas del Magerb es que pusieran a Zapatero de guía. El inspirador de la alianza de civilizaciones, aquel que trataba de hacernos ver que el problema no era la falta de libertad en el mundo islámico, aquel que sugería que el problema era nuestro, de tolerancia, por no aceptar como hecho cultural las dictaduras de esos sátrapas; ese mismo se ha ido ahora a Túnez para ofrecerse como líder. Lo curioso es no ha puesto de ejemplo su alianza de civilizaciones, sino la Transición española. Zapatero, que es el valor político más opuesto al espíritu de consenso y superación que hizo triunfar a la Transición. ¿Por qué no ha ido Zapatero al Magreb y ha ofrecido, en esta oportunidad de oro, su alianza de civilizaciones como modelo? La próxima vez que vea a la señora de las cervezas, se lo pregunto.

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02 marzo 2011

La Peste



Cuando aparecieron los primeros síntomas de la enfermedad, todo el mundo observaba el fenómeno como una excentricidad de la naturaleza. Sucede a menudo, pensamos en lo que nos rodea como algo ajeno, como si nosotros no formásemos parte del entorno. De hecho, al principio, quizá sería ésta la idea más repudiada: afirmar en voz alta que, en realidad, somos entorno y que todo eso que vemos ante nosotros nos afecta de la misma forma. El primer aldabonazo de la realidad es siempre apocalíptico. El padre Paneloux brama desde el púlpito: “Si hoy la peste os atañe a vosotros es que os ha llegado el momento de reflexionar. Durante harto tiempo este mundo ha transigido con el mal, durante harto tiempo ha descansado en la misericordia divina. Todo estaba permitido: el arrepentimiento lo arreglaba todo. ¡Pues bien! Esto no podía durar. Dios, cansado de esperar, decepcionado en su eterna esperanza, ha apartado de ellos su mirada”.

Luego de pronunciar aquellas palabras graves, los ciudadanos abandonan la iglesia asombrados, agobiados de su propia ceguera que les había mantenido en la inopia pese a la propagación imparable y vertiginosa del virus. Y el sermón, que estaba diseñado para traerles esperanza, no les traía esta vez más que desconsuelo. Por primera vez se sentían solos. La soledad impuesta, que es la única capaz de abatir al hombre. También le ocurrió al doctor Rieux. “La palabra ‘peste’ acababa de ser pronunciada por primera vez. En este punto de la narración que deja Bernard Rieux detrás de una ventana se permitirá al narrador que justifique la incertidumbre y la sorpresa del doctor puesto que, con pequeños matices, su reacción fue la misma que la de la mayor parte de los ciudadanos. La plaga no está hecha a la medida del hombre, por lo tanto el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar. Pero no siempre pasa, y de mal sueño en mal sueño, son los hombres los que pasan”.

Llegarán luego semanas de abatimiento y de derrota. También de confusión y de desconfianza. El suelo de todo, el primer consuelo, lo determinará la certeza inexplicable de que las desgracias suponen para el hombre la fuente primera, virginal, de la que manan los únicos valores que deben imperar; los valores que se habían olvidado. “Me avengo a ser lo que soy, he conseguido llegar a la modestia. Sé únicamente que en este mundo hay plagas y víctimas y que hay que negarse tanto como a uno le sea posible a estar con las plagas. Esto puede que le parezca un poco simple, y yo no sé si es simple verdaderamente, pero sé que es cierto”.

(En la sobremesa de cualquier comida, un dirigente socialista muestra espantado el declive electoral y las cifras de penetración social de la trama de los ERE. “En tres semanas, un setenta por ciento de los andaluces afirma que conoce el escándalo”. Es probable que nunca antes un fenómeno de corrupción haya tenido una repercusión más extensa e inmediata. Para ello han tenido que confluir algunos factores determinantes: la crisis, el paro galopante, y, planeando sobre todo ello, el cansancio y la soberbia del poder tras treinta años de gobierno ininterrumpido. A estas alturas del relato de la trama de los ERE, era inevitable el paralelismo con la novela sublime de Camus, metáfora de tantas cosas pero, sobre todo, metáfora de la estúpida idea de infalibilidad del hombre)

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01 marzo 2011

El coleccionista



Como a Griñán lo ha mirado un tuerto, tampoco le salió bien lo que tenía preparado para la celebración del Día de Andalucía. Había soñado con una ceremonia de grandes nombres, un acto enraizado en la historia, en la grandeza de su partido, para sacudirse con un calambrazo de emociones el marasmo en el que está empantanado, el desasosiego de los suyos, la aureola de perdedor que adorna su cabeza de presidente, de nuevo líder. Lo tenía previsto así y la gran referencia de ese día, la gran sorpresa, el nombramiento de hijo predilecto de un grande de la Unión Europea se le cayó del cartel a última hora. Jacques Delors era el deseo, el objetivo, y tampoco eso le salió bien a Griñán. Tuvo que conformarse con la escenografía que ya estaba dispuesta, un cartelón monumental, en blanco y negro, en el que se fundían las estampas de la incorporación de España a la Unión Europea con las imágenes de la constitución del Parlamento andaluz y de aquellas manifestaciones esperanzadas que convulsionaron la España autonómica en 1982. Ni siquiera en los periódicos del día festivo pudo encontrar Griñán el más leve soplo de aliento: cuatro encuestas simultáneas, alineadas como un nido de ametralladoras, le estampaban en la chaqueta gris los borrones del declive imparable de sus expectativas electorales. Y lo que no eran encuestas adversas, eran noticias de corrupción. O sea, una pesadilla.

Ajeno a todo estaba Alfonso Guerra. Qué tipo. A poco estuvo de superar a Unamuno: «Gracias por esta condecoración que tanto merezco». Tiene razón Alfonso Guerra cuando asegura que él no es partidario de elogios y alabanzas; no los necesita, ya se encarga él. En su discurso, mostró al personal cómo se reflejan en su cara la alegría de miles de andaluces «humildes» que saltan de alegría por su distinción; se echó la historia a las espaldas, la de España y la de Andalucía, sin el más mínimo temor por que alguien recordara que hizo todo lo posible por recortar la autonomía andaluza; y en la dedicatoria, se recreó en el episodio más cutre y oscuro de su trayectoria política: «a mis doce hermanos».

Luego del discurso, Guerra se fue a San Telmo, al ágape de austeridad que había dispuesto Griñán para inaugurar aquel palacio de ostentaciones pasadas y presentes. La radio entrevistaba a algunos invitados y fue entonces cuando a uno de ellos se le oyó decir: «Yo soy coleccionista de ex. Ex consejero, ex concejal, ex diputado, ex director general…» Queriendo ser ingenioso, acabó retratando el día. El trasiego de invitados tenía el toque decadente de los últimos días, del final de una era. Coleccionistas de ex en los que el vigor, la pujanza, se quedó en aquellos cuadros enormes que ahora lucen en blanco y negro. Lo significativo aquí es el abismo entre esa historia y el presente; entre el pasado del PSOE de Andalucía y su presente plagado de decadencia, entre la irrelevancia de muchos de sus dirigentes actuales y la pujanza de los de entonces. Y, sobre todo, entre la historia de Andalucía y este presente incierto, desnortado. Alguien dijo, al hablar de la grandiosidad del decorado, que «esta escenografía nos recuerda que Andalucía sigue estando en primera línea». Ya ven, es la sublimación del decorado, apariencia. Pero el Día de Andalucía fue ayer. Hoy, Andalucía ha vuelto a amanecer a su realidad. Como un coleccionista más que rebusca grandezas en su historia.

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