El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

22 julio 2010

Pacto de lealtad



¿Es un fantasma o es un demonio? ¿Delirios o maldiciones? ¿Complejos o la pereza de una vieja nación cansada de sí misma? A día de hoy, sólo podríamos anotar en el diario que, en aquel verano de 2010, un fantasma, o un demonio, o una maldición, recorre España desde hace dos siglos y que sigue aquí; es el fantasma de la desunión, con arrebatos constantes, periódicos, que tan pronto se revuelven en una enorme escandalera política, escandalera de despachos, o se diluyen en un griterío mayor de las cosas que ocupan en la calle, de las cosas que siente la calle. Pero el fantasma sigue ahí, y es lo único que podríamos anotar en el diario porque nadie sabe cómo acabará el susto.

En esa turbulencia, llega oportuno estos días un libro del muy sereno y riguroso catedrático cordobés de Derecho Constitucional José Acosta Sánchez que acaba de publicar con la editorial Almuzara: “Andalucía y España. Revolución, federalismo y autonomía”. Si la pregunta que nos podemos hacer, al contemplar la historia, es qué nos está pasando, porqué no encuentra España un modelo territorial que nos satisfaga, porqué surgen las dudas tanto en regímenes inestables, como el cantonalismo de la Primera República, en dictaduras o en los periodos más fecundos de la historia reciente, como esta democracia que disfrutamos, si esa es la pregunta, la inquietud, la explicación quizá la aporte Acosta en ese libro. Sostiene Acosta que la clase política española vive presa de una fatal confusión de conceptos desde que los primeros movimientos nacionalistas, a finales del XIX, intentaron buscar un modelo de Estado nuevo, moderno, descentralizado, y apostaron por un estado federal sin saber de qué estaban hablando. “Ha sido frecuente en el pensamiento político y en el lenguaje de partido emplear la palabra federalismo y estar hablando, en realidad, de confederalismo”.

La confusión, por lo que cuenta Acosta, tiene más raíces intelectuales e ideológicas de las que pueden presuponerse hoy, cuando se oye hablar a muchos dirigentes políticos que, siguen en la confusión, pero esta vez por ignorancia o cinismo. La confusión del término federal comienza con uno de los padres del anarquismo, Proudhon, llega a España con Pi y Margall, presidente de la Primera República, se traslada a Andalucía con Blas Infante y se mantiene vivo en la democracia española: se piensa y se exige un estado federal como solución a los problemas territoriales de España pero, en realidad, lo que se pide es otra cosa, es una confederación, que nada tiene que ver con un país unido, ni con la descentralización, porque sólo tiene que ver con la independencia. Lo que no han hecho nunca los nacionalistas o federalistas españoles, como bien apunta Acosta, ha sido buscar en los cimientos del primer gran estado federal de la historia, los Estados Unidos de América. “Los federales españoles no pueden captar la contradicción que les envolvía si comparaban la finalidad de sus fines con la que esencialmente persiguieron y lograron los federalistas norteamericanos, que no era otra que un fuerte gobierno nacional, strong national government”.

¿Estado federal? ¿Estado autonómico? ¿Nacionalidades y regiones? Es problema es más sencillo, antes que nada de eso, algún día los nacionalistas españoles tendrán que alejarse de los independentistas para decir, como en Estados Unidos, que la finalidad del modelo territorial español, sea el que sea, tiene como objetivo un gobierno español fuerte, un solo estado. Para ese pacto de lealtad habrá de llegar antes un líder político que se sitúe a la altura de la historia. Algo así como el extremo opuesto a la irrupción frívola de Zapatero en la historia de España.

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Prevaricar mola



La prevaricación puede ser uno de los negocios más rentables que existen en España. Pensamos que ya ha pasado la época del pelotazo inmobiliario, pero quizá sólo se trata de un error de perspectiva. Quiere decirse que, aunque la construcción se mantiene bloqueada, varada en la crisis, atrapada entre el exceso de oferta y la debilidad de la demanda, aunque eso sea así, la cuestión es que nos olvidamos de que muchos de los pelotazos inmobiliarios que se dieron hace una década están ahora en los tribunales. Es decir, que es ahora cuando las sentencias judiciales pueden anular aquellos pelotazos o, por el contrario, consagrarlos a la legalidad. Por ejemplo, lo que acaba de ocurrir en Granada con el controvertido centro comercial Nevada, aquella gran superficie que se construyó en un pueblo con la ambición de convertirse en la más grande, no de la provincia, sino de toda Andalucía.

Lo que ocurrió con el centro Nevada es que el Ayuntamiento, de la mano de un constructor implicado en otros casos de corrupción, como el Malaya, edificó una mole de 275.000 metros cuadrados sin atender ni normas urbanísticas, ni limitaciones legales, ni infraestructuras del entorno; sin escrúpulos legales. Las zonas verdes invadidas con el cemento desvelan la vigencia de aquel aserto de Gil en Marbella, “me da igual que sean zonas verdes, azules o amarillas”. En suma, como afirma el juez en su sentencia, el alcalde de Armilla y su delegado de Urbanismo prevaricaron cuando concedieron la licencia de obras al centro comercial, ya que la aprobaron “a sabiendas” del contenido desfavorable de dos informes, uno técnico y otro jurídico. Con el único informe favorable que contaban el gobierno socialista de Armilla era con la inopia, inconsciente o deliberada, de la Junta de Andalucía.

¿Qué tiene que ocurrir cuando, como es el caso, queda muy claro que se ha buscado el pelotazo inmobiliario sin importar la legalidad? Lo que entendía la fiscalía es que, al margen de las condenas penales, un delito urbanístico tiene que afectar también al objeto de la infracción: el edificio. Y por eso solicitaba la demolición de todo lo que ahora, tras la sentencia, ya se puede asegurar que se construyó con prevaricación y alevosía. (Por cierto, parece delirante que se admitan las vulneraciones urbanísticas y, sin embargo, no se aprecie un delito contra la ordenación del territorio).

Pero no habrá demolición. El juez sólo ha aceptado que se derribe menos del uno por ciento de los 275.000 metros cuadrados. El fiscal pedía la demolición completa del edificio porque, como es lógico, sólo con sentencias ejemplarizantes se puede disuadir a los prevaricadores de esta máxima establecida de actuar con una política de hechos consumados e irreversibles. Ya lo ha dicho el Ayuntamiento: La Justicia nos da la razón, ya que se ha legalizado casi la totalidad del centro comercial que no se va a demoler. La prevaricación ha acabado para ellos en “una inyección de optimismo”. Ningún procesado tendrá que entrar en prisión, porque las penas, además de las absoluciones de varios concejales, no superan el año de cárcel para los políticos socialistas. ¿Y el constructor? Pues igual, con la adenda irrisoria de tener que pagar una multa de 7.800 euros. Sólo hay que calcular el valor millonario del centro comercial y restarle la multa para deducir lo de antes, que la prevaricación resulta un buen negocio.

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14 julio 2010

Maldito duende



En la página de la Fundación de Miguel Ángel Blanco han escrito un perfil del joven concejal del Partido Popular; ayer, 13 de julio, se cumplieron trece años de su asesinato y, para evocarlo, le han dedicado un puñado de recuerdos y una canción. Miguel Ángel era un fan de Héroes del Silencio, le gustaba tocar la batería y solía tararear las canciones cuando se iba de juerga con sus amigos. En su web han reparado ahora en una de las canciones de Héroes del Silencio, quizá la más famosa, ‘Maldito duende’, porque el estribillo, parece escrito para la mañana fatídica en la que ETA lo asesinó. «Amanece tan pronto/ y yo estoy tan solo/ y no me arrepiento de lo de ayer./ Las estrellas te iluminan/ y te sirven de guía./ Te sientes tan fuerte/ que piensas que nadie te puede tocar».

Fue tan brutal aquel hachazo frío que, desde entonces, cada año, cuando julio se parte por la mitad, todos recordamos dónde estábamos aquel día, cómo recibimos el desconcierto de las primeras noticias, la desolación al confirmarse el secuestro de ETA, la angustiosa espera después, durante las 48 horas de la cuenta atrás de los asesinos. Nada puede borrar lo que sentimos cuando la radio anunció que habían encontrado a Miguel Ángel Blanco con vida, con un disparo en la cabeza, pero con vida; porque parecía como si las oraciones de los días anteriores hubieran protegido a ese chico de ojos tristes, con cara de bueno, el flequillo partido en dos por la raya del pelo y los labios pequeños, tímidos. Parecía, por un instante, como si las manos blancas de las manifestaciones, el ¡basta ya! de toda la sociedad, hubiera espantado a los asesinos, como si les hubiera desbaratado el plan más macabro al que se puede someter a una sociedad, a una persona.

En la mañana en la que llegó al final la siniestra cuenta atrás, todos recordamos lo que hicimos, pero la canción de ‘Héroes del Silencio’ que han colgado en su web nos hace ahora albergar el sueño de que pese a la angustia, cuando los asesinos de ETA lo conducían por el bosque para matarlo, Miguel Ángel Blanco iba repitiendo ese estribillo en su cabeza, como las canciones que se nos pegan y no dejamos de tararear. Estoy solo, pero no me arrepiento de lo de ayer, que es como repetirles a todos esos que nos podrán hacer sufrir, pero que jamás vencerán. Que el ansia de paz y de democracia de la sociedad es imparable, constante, como las olas del mar. Y cada vez que se plantee la negociación, los acuerdos de paz, recordaremos la cara inocente de Miguel Ángel para repetirnos que la Justicia no entiende de componendas, que el único acuerdo posible es la rendición de ETA y el cumplimiento de las penas de aquellos que asesinaron a los nuestros. Sin rencor y con firmeza.

Hace trece años y la obligación moral de todo ciudadano es recordar lo que ocurrió. Mandamos palabras al viento para que sepa que no lo olvidamos, que no los olvidamos. Y cantar como Miguel Ángel Blanco, que frente al terrorismo, nos sentimos tan fuertes que nadie nos puede tocar.

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13 julio 2010

El regreso



Para bajar de la euforia sólo existe un camino escarpado. No hay más alternativas. Y puesto que la felicidad es un sentimiento pasajero, que nadie puede quedarse a vivir en una nube de pasión, todo el mundo recorre apesadumbrado el sendero que conduce de la euforia a la rutina. Al principio, cuando comienza el descenso, todavía se oyen los gritos y los cánticos de la euforia pasada. Retumban en la cabeza con la persistencia de un eco interno, atrapados en una resaca de besos y de alcohol, de lágrimas y de risas. Está tan embotada la cabeza en ese primer instante que nada de lo que ocurre alrededor puede captar nuestra atención. Aunque quizá no sea el ruido, quizá sea un acto reflejo de la naturaleza humana, una reacción de aislamiento inducida por el propio organismo. Como sabemos que el placer ya ha pasado, que la fiesta se ha acabado, estiramos con pensamientos repetidos aquellos instantes que nos hicieron felices. La cabeza no deja de darle vueltas a los mismos momentos, que ya no están, que se esfumaron, queriendo recrear y atrapar la euforia que se ha dejado atrás. Y así se nos ve descendiendo por el camino escarpado que conduce a la normalidad, embobados y felices. Envueltos en una ensoñación, en una letanía, «yo soy español, español, español…».

El primer sobresalto del descenso llega con la enésima comprobación de que entre la alegría y la pena, entre la fiesta y la tragedia, sólo existe una raya tan delgada como un hilo. Descubrimos espantados que junto a la euforia hay siempre un abismo, un precipicio, una amenaza. Otros tipos que, como nosotros, estaban celebrando la fiesta y acabaron en el tanatorio, en el hospital o en la comisaría. Aquel hombre que, en Algeciras, se salió al balcón a celebrar la victoria de la selección española, a gritarle al viento su inmensa satisfacción, y se precipitó al vacío por un traspiés. Falleció al instante, sin que se interrumpiera el grito que estalló con un gol y se transformó en un alarido mortal. O la pandilla de jóvenes borrachos que convirtió en una batalla campal, a botellazos, la celebración de cincuenta mil personas en Granada. Luego oímos que, en el minuto final del partido de fútbol, mientras el estadio de Sudáfrica estallaba en confetis y fuegos artificiales, unos terroristas islámicos hacían estallar un coche bomba en Uganda, con casi un centenar de muertos. Surgen las noticias alrededor para ratificar que, al igual que ocurre con la libertad, mi felicidad termina donde empieza tu desgracia.

Con el ruido de matraca de las protestas por el Estatut de Cataluña y la propaganda reciclable de la ‘caja única’ y otras filfas imparables de Andalucía, comprobamos que hemos llegado al final del camino escarpado. ¿Aquella euforia de triunfo, de España, era sólo una ilusión? ¿Quedará algo de todo esto, alguna experiencia, alguna lección? No lo sé. Para explicar lo posible y lo imposible, Aristóteles recurrió a lo elemental: en el caso de que sea posible algo, también lo será su contrario. Pero añadía una frase: «Asimismo, si lo más difícil es posible, también lo es lo más fácil». Quedémonos con la evidencia de haber logrado algo que parecía imposible para no olvidar que lo más fácil también se puede alcanzar. Y lo más fácil será recordar que la receta del triunfo siempre es la misma, excelencia, humildad, esfuerzo y unidad. Quedémonos con la certeza de haber logrado lo que parecía imposible para saber que España es posible.

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12 julio 2010

Ensalada



Si nunca has pensado que tú eres muchos, no puede explicarse. Si nunca te has mirado al espejo buscando a los demás que están en ti, tan distintos a ti, pero tan iguales todos, tan parecidos; si no lo has hecho, no puede entenderse. No es sólo aquello que decía el poeta, “converso con el hombre que siempre va conmigo”, porque en realidad cada uno de nosotros es mucho más que dos; a lo que Machado se refería es la conciencia, que es una sola, pero no se trata de eso ahora. Nosotros, conciencia a parte, somos muchos; la conciencia se mantiene por encima de todos, es otra historia, la conciencia es un anticipo de la esperanza, de la fe, por eso “quien habla sólo espera hablar a Dios un día”. No, no es eso, la cuestión es que muchas cosas no tienen explicación si nunca has pensado que tú mismo eres muchos, el de tu trabajo, el de tus amigos, el de tu familia, el de tus secretos y el de tus estereotipos; tú eres quien todos ven y eres quien escondes; eres el que siempre has querido, el que está obligado a ser, el que sueñas con ser y hasta el que no quieres ser, pero que surge y no controlas. Tú eres muchos. Y si no logras entenderlo, no podrás explicarte el misterio de la ensalada.

¿Sabes quién lo entendió muy bien? Lucas, el alter ego de Cortázar, que tenía la extraordinaria destreza de verse al completo, todos sus yo eran visibles a la vez, como cabezas de una hidra. “En el espejo del baño, Lucas ve la hidra completa con sus bocas de brillantes sonrisas, todos los dientes afuera. Siete cabezas, una por cada década”. Y todavía temía Lucas que, si los la salud le acompañaba, aún podían crecerle dos cabezas más a la hidra que era él mismo, porque tenía comprobado que iban creciendo por décadas. Alguna vez intentó cortarlas, o por lo menos lo pensó, pero era inútil, claro. Heracles mataba a la hidra porque estaba fuera, pero es imposible matar a la hidra de uno mismo. Además, ya ves que es inevitable, porque es verdad que las cabezas van creciendo al compás de los años, con la gente que conocemos, con los libros que descubrimos, con los sueños que alcanzamos, con los hijos que van creciendo, con las pasiones nuevas, con los cambios en tu trabajo, en tus gustos. Mira hacia atrás y lo comprobarás, no eres el mismo pero sigues siendo tú.

Pasan los años y si no has aprendido a convivir con todos los que hay en ti, no podrás explicarte esto que te digo, que si hay diversidad en una persona, cómo no entender todas las demás. Es el misterio de la ensalada, que no es otro que la obtención de un plato exquisito a partir de elementos distintos que se mezclan, pero no se funden; se relacionan, pero no se confunden, cada cual aporta lo que es y busca el complemento que le falta con el de al lado. La ensalada es una porque está compuesta de muchos ingredientes distintos, la unidad está compuesta de la diferencia. “España triunfa porque es una ensalada perfecta, sus ingredientes son los necesarios”. No lo dice el Gobierno, no lo dice el Constitucional, no lo dice la Junta ni la Generalitat. Lo ha dicho Iker Casillas, el portero de la selección. Y como hace unos días: ¿Es sólo fútbol? No, es España.

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07 julio 2010

Generación 80



España estaba oculta como pasión. Olvidada como sentimiento, perdida como emoción. España no contaba en el guión, no aparecía, pero estaba, latía en el fondo. Y ahora, de repente, surge impetuosa y estalla en las avenidas, en las fábricas y en los bares. En tu casa y en la mía. Se llenan los balcones de banderas, ondean en todas las calles, se desparraman los colores en las caras pintadas, en la espalda de los jóvenes que corretean por las aceras con la bandera anudada al cuello, en forma de capa. Labios rojos, sonrisas azules y pelos amarillos. ¿Es sólo fútbol? No, es España.

Hemos atravesado siglos de penumbra y de tiesura, de hidalgos canijos y plata vieja, de caciques flatulentos y niños descalzos; cuando la historia es una pendiente, cuando una sociedad se acostumbra a vivir junto al abismo, ninguna patria es posible porque la patria no pueden ser frustraciones y lamentos sino orgullo y esperanza. Cuando la historia de un país sólo produce dolor, el único sueño posible es retirarse a un pueblo junto al mar y no leer, no sufrir, no escribir. Sin hacienda y sin memoria, como el poeta, retirado en «un pueblo junto al mar de un viejo país ineficiente, algo así como España entre dos guerras civiles». Generaciones enteras han sentido España como un problema o una traición, como una angustia, una desilusión, un desencanto. Tres grandes imperios ha habido en la historia, Roma, España y Estados Unidos, pero está tan lejos la gloria, ha sido tan dura la caída, tan alto el coste de aquella ensoñación, que en la memoria colectiva ya sólo queda España como una derrota, un sueño roto, un imposible. La realidad de ser español es su propia limitación sentimental, porque España, como pasión, como patria, tiene un recorrido muy corto; España, ya lo dijo el filósofo, sólo se siente como un problema, «un problema primario, plenario y perentorio», o como un dolor, «España es un dolor enorme, profundo, difuso».

España estaba oculta como pasión, perdida como satisfacción. Pero, de pronto, los balcones se llenan de banderas. Y cantan por las calles «soy español, español, español». ¿Es sólo fútbol? No, es España. Suelen repetir los futbolistas de la selección española que su generación se merece este triunfo, merecen haber roto con la maldición histórica de los campeonatos de fútbol, de no haber logrado nunca nada. Esa generación de jóvenes, cuando se mira, no se reconoce en la resignación ni en la derrota. No se identifica con sueños rotos ni frustraciones; no representan a un viejo país ineficiente sino un país moderno que tiene su estilo de juego, y lo conserva y lo defiende con independencia de lo que hagan los demás, sean quienes sean. No viven con la punzada de la desunión y el desencuentro, del cainismo, sino que se muestran al mundo como un equipo humilde y unido, esforzado y genial. Esa generación de jóvenes nació en los 80, cuando la democracia ya era una realidad asentada en España, cuando ‘el cambio’ superó a la Transición, la dejó atrás, y España soñó como hacerse moderna, europea. Mientras otros hablan del pasado, de la desunión, del rencor, esa generación tendría que rescatar a España como pasión, como orgullo, como satisfacción. Esa generación merece superar la frustración de España mucho más allá de los campos de fútbol. Pase lo que pase esta noche.

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05 julio 2010

Linaje económico



Desigualdad económica a cambio de preservar la unidad de España. Al final, la sentencia del Estatuto de Cataluña se resuelve en ese trueque histórico; ésa es la formulación retórica, el equilibrio que, al cabo de cuatro años, han encontrado los magistrados más moderados del Tribunal Constitucional, los menos alineados con las tesis partidistas, para resolver un conflicto político de siglos que, de forma irresponsable, se ha trasladado a la Justicia con la alocada carrera de reformas estatutarias. Desigualdad a cambio de unidad; lo de siempre. Y tan claro lo han visto los nacionalistas de CiU que, rápidamente, lo que han pedido como contraprestación de los recortes de la sentencia es un ‘concierto económico’; es decir, independencia financiera con respecto del Estado español, de la misma manera que ya ocurre con el País Vasco, gracias a la aceptación de los fueros medievales con los que España lleva siglos intentando apaciguar ‘el problema vasco’. Se repite la historia, el nacionalismo y la desafección pasan por caja.

Independencia económica a cambio de taponar la independencia política, jurídica. Al final, la sentencia del Tribunal Constitucional se resuelve en esa transacción, de forma que el Estatut ya reformado puede conducir al ansiado concierto económico de Cataluña pero, al precisar que la expresión “nación catalana carece de validez jurídica”, neutraliza las posibilidades de que esa definición conduzca en el futuro a la independencia efectiva. Dicho de otra forma, el nacionalismo catalán, que atraviesa todo el arco político, lo que pretendía con el Estatut era que, una vez de que el término ‘nación catalana’ se introducía en el preámbulo, sólo había que esperar a que el paso de los años consagrara esa definición como una realidad jurídica; primero se introduce la nación el preámbulo y, años más tarde, se recurre a esa definición aceptada previamente para convertir a Cataluña en un estado propio dentro de la inocua nación española. Esa grieta, esa vía de agua es la que ha cegado la sentencia del Constitucional: “carece de eficacia jurídica”.

Se tapa una salida pero se deja otra abierta, la asimetría, que es la característica mayor del estado de las autonomías, este modelo territorial típicamente español que ni es federal, ni es confederal ni centralista, y, sin embargo, puede reunir elementos de todos ellos. Lo que quizá sugiere el Tribunal Constitucional es que se mantenga y se profundice en la desigualdad que ya reconocía la Constitución cuando distinguía entre nacionalidades y regiones. Lo tiene escrito Manuel Aragón, a mi juicio el ‘cerebro’ de esta sentencia: “Una cosa es la igualdad de competencias y otra es las diferencias entre autonomías; una cosa es la igualdad de competencias y otra bien distinta la igualdad de posición; una cosa es la uniformidad y otra bien distinta es la homogeneidad”.

Andalucía, por ejemplo. Aquí se aprobó un estatuto con artículos idénticos al estatuto catalán, corta y pega, pero es evidente que “una cosa es la igualdad de competencias y otra bien distinta es la igualdad de posición”. Cataluña avanza en lo económico. Muchas autonomías y mucha retórica en los estatutos, pero, al final, como decía Sancho Panza, aquí sólo hay dos linajes, el tener y el no tener.

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