El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

30 junio 2008

Inútil III


Tercera edición ya de esta costumbre de dedicar uno de los últimos artículos de junio a un inútil público y restregarle ante los morros de su imcompetencia la declaración de la renta. Como se ha explicado en anteriores ediciones, la costumbre parte de una concepción crítica de la declaración de la renta; para que el pago del IRPF además de un deber cívico, de una obligación democrática, se convierta en un acto de rebeldía social, de crítica al despilfarro del poder. No sé, es como si, al aflojarse el bolsillo cada año, cada contribuyente pudiese pedir explicaciones de qué se hace con su dinero. Como decir, “a ver qué hace el Estado con mi dinero. ¿A ese inútil va dedicada mi declaración de la renta? No puede ser”, y en este plan. Además de hacer la cruz en la casilla de la religión católica, se le hace la cruz a un inútil público para, el resto del año, tener presente siempre que ese tipo está tirando tu dinero. Tu dinero, no dinero público que de forma inconsciente es un concepto vaporoso, dinero de todos, dinero de nadie.

La primera edición, le dedicamos la declaración de la renta al presidente de la Diputación de Sevilla, no sólo por la inutilidad grande de esa institución, que es común a todas, sino por las propias características del tipo, un desahogado insuperable, un portento de cómo degenerando en política se pueden alcanzar las mayores cotas. Luego vino el Parlamento andaluz, por esas sesiones sublimes en las que se empezar en demostrar su carácter prescindible. Imaginen la parafernalia del Parlamento andaluz, aquel edificio lujoso de Sevilla, con sus 109 escaños. Largos pasillos que atraviesan los ujieres, solitarios, de arriba abajo, con sus trajes azules, como guardianes de un desierto de mármol blanco. Allí, en uno de los dos-plenos-dos que hay al mes, irrumpe una declaración solemne que deja frío a Occidente en sus diatribas sobre el futuro: “El Parlamento de Andalucía acuerda declarar de utilidad pública la bicicleta como medio de transporte y ocio en Andalucía por sus múltiples ventajas para el medio ambiente y la salud pública”. Nada, en fin, estas cosas.

Todo eso, que durante el año ya se censura, que ya se conoce, cobra ahora un valor especial, se observa desde una perspectiva distinta, cuando concluimos que se perpetran con el dinero que tú acabas de pagar en Hacienda. “Para esto le pago yo a Hacienda”. Este año, por ejemplo, piensen que con su dinero se ha pagado una de las famosas cenas de los consejeros socialistas del Consejo Audiovisual. Esos que se ponen a discutir cuántas ostras se comieron. “Que yo me comí sólo dos ostras; que no, que no que tú te comiste cuatro que yo te estuve mirando…” Piensen que están en la mesa de al lado, que observan la escena y que, al final, es a usted a quien le pasan la cuenta. “¿Y por qué tengo yo que pagarle la mariscada a nadie, a ningún inútil público”. Pues de eso de trata, de ahí la intención de convertir el deber cívico del IRPF en un acto de rebeldía social. Esos inútiles, o sea, están tirando nuestro dinero.

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26 junio 2008

Congelados


Qué tranquilos se habrán quedado los españoles, qué descanso más grande el de los andaluces, cuando han oído que Zapatero y Chaves van a congelar los sueldos de los altos cargos. Qué despreocupación, qué calma al saber que el año que viene Zapatero, como casi todos los presidentes autonómicos, seguirán cobrando más de siete mil euros al mes; que los ministros y las decenas de consejeros mantendrán sus sueldos de un millón de pesetas; que los diputados, los senadores y los parlamentarios autonómicos seguirán trabajando por cuatro o cinco mil euros. Luego los secretarios de Estado, los directores generales, los jefes de gabinete, los gabinetes y los asesores, y todos multiplicados por tres o por cuatro administraciones. Muchos, pero congelados. Uff, menos mal.

– ¿Te has enterado que Chaves le ha congelado el sueldo a su hermano?
– ¡Pero qué me estás diciendo!
– Bueno, pero es que Zapatero le ha congelado el sueldo a Bibiana...
– ¿Cómo se lo va a congelar si el Ministerio de Igualdad es nuevo, no existía el año pasado?
– Pues sí; un gasto nuevo pero congelado.

También congelados los consejos audiovisuales y los consultivos, los foros de cualquier cosa, los órganos paritarios, las empresas públicas, los puertos y las confederaciones. Congelado hasta el cheque de los de siempre que dan conferencias sobre el cambio climático, la alianza de civilizaciones o la memoria histórica. Como las televisiones públicas o los consejos de la juventud. ¿También congelados los sueldos millonarios de las cajas de ahorro? ¿Y los eurodiputados, quedan congeladas las dietas por el tiempo de espera en los aeropuertos? Qué tranquilidad da el saberlo. Todos congelados, hibernados hasta que pase la crisis.

Entenderán, en suma, que suena a chufla que se anuncie la congelación del sueldo de los altos cargos como medida de austeridad para salvar la crisis. Porque eso no es austeridad. La austeridad implica un recorte, y lo que ha ocurrido con Zapatero y con Chaves es que, hace tres meses, en plena crisis ya, aprobaron los dos gobiernos más caros de la historia, los de mayor infraestructura burocrática. La austeridad, que tendría que ser un objetivo permanente, implica cambios estructurales en el Estado para hacerlo más ágil, más barato, más funcional, más eficaz. Invertir más en infraestructuras sociales que marcan la modernidad y el progreso de un país, educación, sanidad, justicia, y destinar menos dinero a las infraestructuras burocráticas que hacen a un país dependiente.

¿Qué se va a congelar el sueldo de los altos cargos? Qué tranquilidad más grande le habrá entrado por el cuerpo al personal. Y lo anuncian como un gran logro, como un detalle, como quien arrima el hombro. Pero todo el mundo sabe que una cosa es congelarse y otra, estar tieso, que es lo que sucede con la crisis. También en esto la clase política es distinta. Quien se congela, se mantiene; quien se queda tieso, se convierte en mojama.

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25 junio 2008

Crespo


José Ignacio Crespo, ese tipo que ahora esta en chirona y que fue el primer teniente de alcalde de Estepona en los años en los que los socialistas se hicieron socios de GIL, tenía en el semblante la misma ingenuidad con la que, ahora, algunos quieren hacernos creer que nada vieron, que nada presagiaron, que nada oyeron. Un colega me recomienda una entrevista, que yo mismo le hice a Crespo en 1999, en la precampaña en la que se presentó por el GIL como candidato a la Junta. Nueve años después, con aquellos ayuntamientos abiertos en canal por la Justicia y expuesta la podredumbre de las corruptelas, llama la atención las primeras líneas de aquella entrevista. Decía así: «Con cara de ingenuidad, José Ignacio Crespo se encoge de hombros cuando se le hace ver las connotaciones que puede tener que un candidato a la Junta monte la sede central de su campaña electoral en el Club Financiero de Marbella. «Sí, éste es mi ‘cuartel general’, pero ¿qué connotación tiene eso?». En fin. Si tuviéramos que fabricar un retrato robot del corrupto habría que colocarle esa pose, ese desparpajo natural en las respuestas, además, claro, de las rubias siliconadas, las mansiones de color salmón y la nariz pedante al catar los vinos en el reservado de un restaurante.

El cinismo recubierto de inocencia, como lo anterior, o de ofensa, esas respuestas en las que el corrupto recién descubierto aparece indignado por su honor mancillado, dolidos por la duda que se crea con la denuncia pública de su mangancia. Por eso, tengamos siempre presente esos rasgos, que constituyen el ADN del corrupto y de sus compinches, porque nos serán de gran utilidad para identificarlos en la simulación.

E igual que ahora nos sorprende que Crespo se encogiera de hombros cuando se le preguntaba por uno de los edificios emblemáticos de la corrupción marbellí, algún día puede que nos sorprenda la tranquilidad con la que en la ejecutiva regional del PSOE se niega cualquier conocimiento previo de la corrupción de Estepona. La cuestión es capital porque si Barrientos ha sido un alcalde corrupto es porque los máximos dirigentes del PSOE andaluz, en vez de comportarse como los militantes que lo denunciaron ante la fiscalía, lo respaldaron y taparon sus irregularidades. Y dicen, como encogiéndose de hombros, ellos también, que no tenían «constancia documental» de que hubiera corrupción en Estepona. Constancia documental, o sea, como si estas cosas se denunciaran en un papel con póliza y sello de caucho.

El cinismo revestido de ingenuidad. Por cierto, que Crespo confesaba en aquella entrevista que su primera afiliación política fue al PSOE, justo en plena corrupción felipista. Aquellos escándalos a él le parecieron «una injusticia y, por mis ideas progresistas, pensé que había que mojarse y apoyar al PSOE por la presión que estaba recibiendo». Crespo concluía con una frase que se encaramó al titular: «Jesús Gil y Felipe González hablan el mismo lenguaje, se entienden bien y conectan».

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Inherente

Los miembros de la cuota socialista del Consejo Audiovisual andaluz tienen tan confundidas las identidades de las cosas, el globo en el que viajan los ha alejado tanto del suelo de la realidad,
que ya ni saben cuáles son las características personales y cuáles son las profesionales. Piensan, por ejemplo, que el abuso, el dispendio, el desahogo, la desvergüenza, la mediocridad, la prepotencia, el pijerío, la buena vida o la vagancia son características inherentes a un cargo público. Y no claro, todo eso son características, valores, inherentes a la persona, a cada cual, con independencia del sitio en el que esté, público o privado, y del cargo que ocupe. A algunos, por ejemplo, no hay más que mirarlos a la cara para saber que, ya sean consejeros o ya sean catedráticos, ya estén en una productora o en una redacción, van a intentar siempre vivir del cuento, vivir muy bien del cuento, y no darle un palo al agua. Otros, en cambio, que nunca han sido así, que no les hace falta arrastrase ni comer de gañote en un restaurante, tendrían que desengancharse de ese nido cínico y caradura si no quieren que acaben confundiéndolos a todos.

Las únicas características inherentes a un cargo público son las que se especifican en la ley correspondiente. En el caso del Consejo Audiovisual, las características inherentes son aquellas que jamás se han cumplido, como la independencia ­­­-que no se cumple en ninguno de los casos­-, el prestigio profesional y la cualificación -ausente en muchos de los consejeros-. La Ley lo recoge por dos veces, en el preámbulo y en el articulado, en concreto los artículos 5.3 y 8.1: “Los miembros del Consejo Audiovisual de Andalucía serán elegidos entre personas de reconocido prestigio profesional en el ámbito de la comunicación audiovisual, científico, educativo, cultural o social (…) y actúan con plena independencia y neutralidad y no están sometidos a instrucción o indicación alguna en el ejercicio de sus funciones”.

Cuando, como es el caso del Consejo Audiovisual, se comienza vulnerando la Ley en el Parlamento y se elige a los miembros por cuotas políticas, reproduciendo en los órganos de control la composición parlamentaria, se comete un fraude de ley que invalida todo lo que venga a continuación. Se vista como se vista, se llame como se llame, siempre será un órgano más al servicio del Gobierno y acompasará sus dictámenes al interés y a la orden de la mayoría parlamentaria.

Haber pasado del fraude de ley al despilfarro en los restaurantes, al abuso de los coches oficiales, a las facturas sin justificar, es, desde ese punto de vista, una consecuencia inevitable de lo anterior. Cuando se suprime el mérito y la independencia como requisito previo, queda la mediocridad. Y no cabe esperar otro comportamiento de un estómago agradecido que el de saciarse. El Consejo Audiovisual, en fin, ha acabado como se presumía, es noticia en toda España por las comilonas, los mariscos y los vinos “inherentes al desempeño del cargo”, dicen. Vaya tropa.

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23 junio 2008

Mareas


Sostiene Arrigo Sacchi que “la historia tiene fondo, como el mar, y un día se llega abajo y hay que empezar a subir otra vez”. El mundo del fútbol ha generado una filosofía de lo elemental que, a pesar de los detractores, por encima de las burlas, constituye un importante tratado de pensamiento internacional. Esa filosofía de lo elemental tiene doctores de una sola frase que han pasado a la historia, como Vujadin Boskov, autor de la cita “fútbol es fútbol” que es, quizá, la sentencia que mejor define esta corriente de pensamiento moderno.
El hombre tiende a racionalizar todo aquello que toca, tiende a buscarle explicaciones lógicas a todo cuanto hace o le ocurre y, en ocasiones, todo es mucho más sencillo: No existe explicación. Filosofía de lo elemental.

La frase de Arrigo Sacchi, por ejemplo, también trasciende del universo futbolero y puede también servir para otras de las pasiones del hombre, como la política. Sacchi se aleja de la condena rutinaria de Sísifo y lo que expresa es la certeza de que el éxito en esta vida se compone de trabajo y de humildad. Igual que las olas que regresan después haber alcanzado la orilla. Y otra vez a empezar, a conquistar de nuevo la playa dorada.

De todo lo oído, de todo lo leído estos días sobre el congreso del Partido Popular, la frase de Arrigo Sacchi me ha parecido que es la que mejor resume las intenciones de lo que se pretende. El cambio que están impulsando en el PP gente como Rajoy, Arenas, Camps o Feijoo es algo tan básico como regresar al punto exacto en el que el Partido Popular conquistó la mayoría absoluta del año 2000. Frente la involución de Aznar, embebido en la soberbia, incapacitado para la reflexión sosegada, ponderada, el partido Popular persigue algo tan básico como dejar de hacerle el discurso todos los días al Partido Socialista con una estrategia de oposición equivocada. Algo parecido a lo que se plantea ahora en el PP nacional, ya lo experimentó en Andalucía Javier Arenas, cuando lo del Estatuto andaluz: aquella reforma tenía entre sus objetivos el de volver a rescatar el discurso de la derecha anti-andaluza de los tiempos de la UCD. Durante treinta años el PSOE no ha necesitado otro discurso, siempre el mismo, ya fuera corrupción o fracaso escolar la cuestión a debate: la derecha no cree en Andalucía.

Se trata de pinchar el globo propagandístico del dóberman y la crispación, de la derecha rancia y casposa. Que no se trata de razones, que no es eso; de lo que se trata no es de analizar si, en el fondo, es el partido Popular quien tiene razón. De hecho, la cuestión es la contraria, cómo evitar que, teniendo razón en muchos asuntos, los argumentos del PP lleguen al electorado como las soflamas de un radical obsesionado. El PP persigue un cambio de estrategia, antes que de principios, para volver al mismo punto que llevó a Aznar a cambiar de Alianza Popular al Partido Popular. Lo único que ocurre es que ahora, con el paso el tiempo, quién lo iba a decir, es mejor hacerle caso a Sacchi que a Aznar.

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19 junio 2008

Memoria


El vicetodo de la Junta, Gaspar Zarrías, acaba de proponer, a propósito de la redada de Estepona, un interesante ejercicio de memoria. Dice el omnipresente: «Ésta es una buena oportunidad para que algunos recuerden sus palabras». Curiosa propuesta porque la política es el arte de la desmemoria, el teatro de la simulación y nunca el poder han encontrado a un público más confortable que el de esta sociedad ahíta de comunicación y ayuna de recuerdos. Pero como lo propone el ubicuo de Cazalilla, vayamos a la memoria.

Ocurre, además, que la peculiaridad que tiene el escándalo de Estepona con respecto a otras corruptelas municipales que hayan podido afectarle al PSOE es que en este municipio a los dirigentes socialistas les será muy difícil descargar toda la culpa en el detenido alcalde Barrientos. Ya se ha explicado aquí que Barrientos no es un outsider de la corrupción municipal, sino una apuesta decidida de los principales dirigentes del PSOE que lo convirtió en su principal apuesta en la Costa del Sol.

Después de lo de Marbella, donde el PSOE acabó embarrado antes, durante y después de Gil, es cuando llega Barrientos, la apuesta. Sin embargo, en las primeras elecciones a las que se presenta como candidato, las elecciones de 2003 que gana el PP en Estepona, lo que Barrientos le propone a su partido es un gobierno de coalición con el partido heredero del GIL. «Son personas honestas y decentes», afirma Barrientos, y hace el viaje desde Málaga a Sevilla para convencer del pacto a la ejecutiva regional socialista, que lo había vetado. El PSOE había prohibido expresamente pactar con los ediles del Gil, pero Barrientos solventó ese escollo en una mañana. Fue María del Mar Moreno la que anunció el apoyo total a Barrientos de la ejecutiva del PSOE: «Con el objetivo de frenar las políticas desarrollistas y especuladoras que el PP ha puesto en marcha en Estepona, asumimos la responsabilidad de dar ejemplo desde esa ciudad de que otra política urbanística es posible en la Costa del Sol. Por ello, el PSOE hará un seguimiento muy especial del pacto [con el GIL], porque sabemos lo que nos jugamos y los riesgos que se asumen para la imagen del partido». Mar Moreno, 12 de junio de 2003. ¿Se refería a ella Gaspar Zarrías?

Quizá no. Igual pensaba en algo más de altura. Chaves, por ejemplo, que también salió en defensa del pacto de los giles con el PSOE. Ojo a esta frase de Chaves: «No tiene sentido comparar Marbella con Estepona. La diferencia fundamental es quién tiene la mayoría y que en Estepona el alcalde es el socialista Antonio Barrientos. Confío en el alcalde de Estepona. Querer comparar una situación con otra no tiene sentido porque no hay denominadores comunes».
La memoria impertinente. Pero, ¿por qué, entonces, invita a recordar el expansivo Zarrías? No tiene explicación, claro, porque, he de admitirlo, he hecho trampas con la cita. La invitación completa de Gran Gaspy era ésta: «Ésta es una buena oportunidad para que algunos recuerden sus palabras y las olviden». Y las olviden; ésa es la clave.

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18 junio 2008

Cínicos


Colocaban en el escenario un decorado de tonos azules y letras gordas, «Estepona, Ciudad del Periodismo». Y fue Chaves uno de los primeros que acudió a una clausura con una lección magistral sobre periodistas buenos y periodistas malos; el periodismo responsable y el periodismo cafre, desestabilizador de instituciones. Así ocurrió, por ejemplo, poco después de la ‘operación Malaya’. Piensen en la escena con Chaves en el atril y el alcalde Barrientos detrás, aplaudiendo. «De alguna manera –dijo Chaves– tanto políticos como periodistas algo hemos hecho mal y en algo hemos fallado». O sea, que todos somos responsables ante la corrupción.

En fin. Retengan, en cualquier caso, la escena porque para entender la trama de corrupción que la Policía comenzó a desmantelar ayer en Estepona hay que trasladarse a lo ocurrido hace seis años, cuando el PSOE decidió recuperar la Alcaldía de Estepona (el anterior alcalde, también del PSOE, fue condenado al verse involucrado en una trama societaria que blanqueaba dinero del narcotráfico). Para lograr el objetivo, Barrientos formó un tripartito, un ‘gobierno de progreso’, con Izquierda Unida y los concejales venidos del gilismo. Esas alianzas, vamos a ver, estaban prohibidas por el PSOE, pero no en Estepona. Tampoco cuando EL MUNDO comenzó a publicar los escándalos urbanísticos de aquel tripartito. Barrientos tenía el apoyo del PSOE andaluz y federal. Cuando lo presentaron, hasta Zapatero lo respaldó porque decían que Barrientos representaba ‘el cambio tranquilo’ que entonces se prometía. Ahora, cuando conocemos que los hechos investigados corresponden a esa legislatura, las expulsiones fulminantes del Partido Socialista sólo son un notable ejercicio de cinismo.

Estepona, la ciudad en la que se arrancaban farolas para que la ministra de Fomento llegara en helicóptero a pronunciar aquella conferencia en la que puso a un baranda de Prisa como ejemplo de cómo tienen que ser las relaciones entre la prensa y el poder político; Estepona, la ciudad a la que el presidente del Senado, Javier Rojo, acudía cada vez que se lo solicitaban después de que Barrientos situara a su hija, Patricia Rojo, con menos de 25 años y sin experiencia alguna, como coordinadora de Urbanismo; Estepona, «el referente y el modelo de urbanismo en la Costa del Sol», como presumía Barrientos.

Y ahora que vengan otra vez a dar lecciones de periodismo a Estepona. Porque igual que en Marbella, aquí sólo ha habido dos clases de actitudes frente a las corruptelas, la de quienes denunciaron lo que ocurría y la de quienes, incluso teniendo la responsabilidad de evitarlo, ampararon, protegieron, apoyaron o bailaron al son de los detenidos. ¿Todos iguales, todos responsables? No, claro. Panda de cínicos…

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16 junio 2008

Complejos


Que Alfonso Guerra se ha convertido en un político ocasional, de momentos prescindibles, ya es cosa sabida. Se ha aficionado a la inutilidad como filosofía política, se ha apuntado a las faenas de salón, a la política de barra de bar, a todo aquello que se puede decir con la certeza de que no tendrá ningún efecto. Aún así, el personal se sorprende cuando lo oye hablar a contracorriente de los abusos de la ley de violencia de género, de las bobadas del lenguaje no sexista, de los excesos del estatuto catalán o de la asfixia de los lobbies homosexuales. “Guerra sabe llamar a las cosas por su nombre”, suele oírse cada vez que el ex vicepresidente hace una ronda de entrevistas, como ocurrió la semana pasada. Luego, algunos, reparan en la falacia de que Guerra diga estas cosas en los minutos basura de la política, cuando su voz no cuenta, cuando ha pasado todo, cuando el desastre que censura se ha perpetrado con su voto de diputado con más trienios del congreso.

De todas formas, lo más llamativo de estas tournées de Guerra es que, cuando censura el ‘buenismo’ en el se ha instalado la sociedad o la levedad propagandística de algunas de las iniciativas del gobierno socialista, son muchos los que acaban acusándolo de coincidir con algún político de derechas. Es interesante pararse en esas reacciones porque, si analizamos el fenómeno con cierta perspectiva, llegaremos a la conclusión de que el principal logro de la progresía es haber conseguido, no sólo que la derecha actúe de forma acomplejada, sino que también la izquierda se muestre acomplejada. ¿Cómo se puede combatir los discursos vacíos que hablan de paridad, confundiendo las cuotas con la igualdad? ¿Quién se va a oponer en el PSOE a las proclamas antinucleares, aunque seamos conscientes de que la sociedad actual, la sociedad del bienestar, necesita de esa energía? ¿Quién va a defender desde la izquierda conceptos como la autoridad, el mérito, la disciplina o el trabajo, a pesar de que una sociedad igualitaria es aquella que se desarrolla de acuerdo a esos valores?

Aunque sigamos empeñados en este traje antiguo de izquierdas y derechas, hasta el concepto mismo de la “crisis de las ideologías” ha pasado ya a mejor vida. Las diferencias entre izquierda y derecha se reducen ya a algunas cuestiones relativas a la moralidad que, sumadas todas, son insignificantes si se comparan con las diferencias enormes que ambas ideologías tienen con respecto al ‘buenismo’, la retahíla progre, el pensamiento débil. Pero lo que funciona es el complejo ante el progresismo; la derecha para evitar que la pinten de reaccionaria y la izquierda “para no hacerle el juego a la derecha”, que es la consigna más eficaz de estos tiempos.

Para colmo, frente a eso, sólo parecen quedar tipos como Guerra, político de momentos prescindibles. Y Alfonso Guerra actuando de Alfonso Guerra en un plató de televisión o en un estudio de radio es sólo un ejercicio de nostalgia.

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15 junio 2008

El pero


La situación política de Andalucía es tan peculiar que, en medio de la canícula económica, el presidente Chaves fue el otro día al Parlamento para tranquilizar a la gente con “un paquete de medidas para acabar con el pero”. Una más del hombre que inventó un deporte, “el espí alquino”; que incorporó a la estadística un decimal indefinido, “el tres coma por ciento”; que renovó el vetusto refranero español el día que le salió “el tiro por la cuneta”; y que revolucionó los transportes públicos anunciando un tren que conectará Cádiz y Madrid “en tres minutos once”. Ahora ni Trichet ni Bernanke ni Carlos Marx que resucitara, abran paso que Chaves quiere “acabar con el pero”. El pero y la pera, para ser correctos con el lenguaje que le gusta al presidente. El pero es el paro y la pera es Chaves.

De todo esto se puede hablar ya con normalidad, sin temor de que el baranda socialista se ofenda, porque él mismo se refirió en el Parlamento con orgullo a su emblemática torpeza. Ocurrió cuando, en una de esas intervenciones de Chaves en las que lo difícil es no soltar una carcajada que retumbe en la bóveda de aquella antigua iglesia hoy convertida en Parlamento andaluz, el presidente confundió a Diego Valderas, de Izquierda Unida, con Javier Arenas, del Partido Popular. “Me confunde usted con Arenas. No sé si lo hace por estrategia parlamentaria, pero yo nunca lo voy a llamar Arenas en esta Cámara”, replicó Valderas, ofendido, pensando que el presidente lo hacía para minar su moral, para desconcertarlo. Juego sucio. Pero no. Cuando tomó de nuevo el micrófono, Chaves le explicó que no lo hacía como estrategia, sino por equivocación. “Son mis famosos lapsus de los que no me avergüenzo”, aclaró Chaves. En fin, que cada cual es libre de sentirse orgulloso de lo que quiera. Como en ese refrán tan abrupto, tan castizo, tan español, dejemos que cada perro se lama su cipote.

Lo importante, en cualquier caso, es que una vez que Chaves nos ha desvelado que no se avergüenza de sus famosos lapsus, podemos abrir una reflexión sobre las características políticas de este hombre que ha jubilado a casi todos los de su generación a pesar de ser, objetivamente, el más limitado. Chaves no tiene carisma, no es un líder populista, no sabe hablar en público, ni siquiera tiene una idea de Andalucía y, sin embargo, es quien más elecciones ha ganado. Gobierna con mayoría absoluta una comunidad que sigue en la cola de todo y hasta se permite colocar a su parentela sin que le cueste nada, sin que nadie le rechiste siquiera. Para que te enteres, Alfonso Guerra.

Desde Cicerón, la oratoria se ha considerado un arte que nace ligado a la política; es el arte de hablar con elocuencia, la capacidad de los líderes para convencer a los demás por medio de la palabra. Chaves es a la política lo contrario, el envés del arte. El poder, sí, el poder desnudo de oratoria. El poder como valor absoluto, el poder como único objetivo. El poder trabucado. El poder del pero.

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12 junio 2008

Celia


Celia vive con una pena que la está matando: ha abandonado a sus hijos y, por más que los busca, no consigue encontrarlos. Siempre ha querido ser una buena madre, sobre desde todo desde que se murió su marido. Ella fue la primera que se secó las lágrimas, delante mismo del ataúd abierto, cuando las vecinas la empapaban de lágrimas de plañidera, sacó su pañuelo blanco y le salió del alma un suspiro, un alarido de pena que sonó con un estruendo de punto final. Le habló por última vez a su marido muerto para jurarle que sacaría adelante a sus tres hijos. «Mírame desde el cielo que te lo estoy jurando; puedes descansar en paz», y tiró sobre su tumba el pañuelo blanco con sus últimas lágrimas.

Celia no puede quitarse de la cabeza aquel juramento porque, sin saber cómo, ha perdido a sus hijos. Vive atrapada en un piso de la ciudad del que no la dejan salir jamás. «¿Dios mío, dónde están mis hijos?», se la oye por los pasillos, arriba y abajo, angustiada porque sus hijos la esperan en el campo. Se levanta de noche, de madrugada, y se va hacia la puerta, pero la encuentra cerrada con varias llaves. Hasta el balcón se ha llenado de rejas desde que quiso descolgarse hasta la acera. A veces la sacan a pasear, y ella sabe que lo hacen para agradarla, para arrancarle una sonrisa. Pero ella lo que quiere es irse de la ciudad, volver al campo donde la esperan sus hijos.

Juan Antonio se ha olvidado de lo que es vivir. En su oficina lo ven entrar casi de madrugada, cabizbajo, con esa delgadez que le ha cincelado los pómulos y las ojeras en su palidez de mármol. Desde hace ya tres años sólo encuentra alivio en el trabajo, durante las seis horas de jornada reducida. El resto del día, todo el resto del día y de la noche, tiene que estar pendiente de su madre, Celia, de setenta y cinco años. El infierno es un piso de noventa metros cuadrados, con una anciana con Alzheimer, una esposa agotada y un marido desesperado. Allí empieza y acaba su existencia.

El último día de felicidad que recuerda fue cuando el Gobierno aprobó la Ley de Dependencia. Esa ha sido su fortaleza, su única ilusión este tiempo: saber que todo acabaría. Primero aguardó los trámites parlamentarios, luego la entrada en vigor de la ley. Paso a paso, firma a firma, presentó la solicitud de ayuda en la Junta. Luego la inspección, el diagnóstico y el informe final. ‘Resuelvo reconocerle el Grado III, Nivel I de Gran Dependencia. Los servicios o prestaciones que le corresponden serán los que determine el programa individual de atención’.

Juan Antonio se para ahí. Y añade, con los documentos enrollados en una mano: «¿Sabe qué es lo peor de todo, que después de tanto tiempo, de tantas promesas, me han concedido lo que ya tenía, el centro de día para las mañanas y el servicio de teleasistencia. A todo lo demás de la Ley tengo derecho, pero como no existe, pues nada. ¿Por qué juegan así con nosotros?». Y se va, por la acera, fumando ducados. En el coche lo espera su mujer y su madre, que mira el trasiego de la calle con la cara pegada al cristal.

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Atrapado


Yo miro a Juan José Cortés, el padre de Mariluz, y lo veo envuelto en una maraña de hilos blancos. Lo observo, y lo veo dando vueltas, prendido de una tela de araña de la que todavía no es consciente. Como una abeja atrapada en el hilo invisible que la araña ha tejido entre las hojas y mueve las patas y agita las alas, sin saber muy bien qué le ocurre, porque se ve en el aire, sin dificultad aparente, ahí está el suelo y más allá el campo de flores al que se dirigía. Pero no puede avanzar. La abeja lucha mientras una araña le va dando vueltas con sus patas y la envuelve, poco a poco, en un sudario de hebras transparentes.

Juan José Cortés es un tipo educado, tan educado que a veces ni se entiende que pueda mantener los nervios, que no dé un puñetazo en la mesa, que no estalle de cólera después de tanto tiempo tragándose la saliva espesa de su pena, calmando su propia desesperación, apartando la bilis y la ira. Con el aplomo del que lo ha perdido todo, tan sólo dejó colgada una pregunta en el aire. «¿A quién le tengo que preguntar por qué ha pasado esto? Mi hija tendría que estar vida, porque este señor tenía que estar en la cárcel y estaba suelto...» Fue entonces cuando comenzaron a enredarlo.

Lo que quería Juan José Cortés, y con él toda España, es muy fácil de formular: medidas concretas para acabar con el caos judicial y leyes precisas para acabar con las lagunas de impunidad de los maniacos sexuales. «Llegaré hasta el final», dijo, y se echó a la calle a recoger firmas para que los delitos de pederastia se castiguen con pena de cadena perpetua. Repite una y otra vez que no es por su hija, que ya está muerta, acaso por su memoria, y que lo que quiere evitar es que pueda volver a suceder algo así. Que si está demostrado científicamente que no es posible rehabilitar y reinsertar a un pederasta o a un violador, ¿cuántas violaciones o asesinatos debe cometer para que no salga de la cárcel?

En su reunión con el presidente del Gobierno, Zapatero rechazó la cadena perpetua, pero se comprometió a aprobar «un paquete de medidas». Luego en el Congreso, Juan José también salió satisfecho «porque ya es importante que todos los grupos parlamentarios hayan aprobado este principio de acuerdo o este principio de pacto contra la pederastia». El lunes, finalmente, reunión con Rubalcaba y otra conclusión difusa: «Me ha dicho el ministro que se va a aprobar un protocolo de actuación», dijo.

Tres meses después, Juan José Cortés ha conseguido «un paquete de medidas», «un principio de acuerdo» y «un protocolo de actuación». La gran novedad es lo más elemental, un registro. Pero él lo que quería era otra cosa, nada de circunloquios, que no pedía un manto de abrazos y buenas palabras para tapar el cadáver de su hija. Juan José Cortés, y con él millones de ciudadanos, exigía inversiones concretas en Justicia, más juzgados y más medios, acabar con el caos, y penas de cadena perpetua para los pederastas, acabar con la impunidad.
He mirado a Juan José Cortés y lo he visto atrapado en la tela de araña. Creo que todavía no se ha dado cuenta.

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10 junio 2008

Realidad


De todas las ciencias, será la política una de las que menos relación guarda con las ciencias exactas. Nada que ver con la lógica cartesiana a pesar de que el marketing electoral ha convertido la política en un producto de consumo y, como tal, se puede manejar a la sociedad, moldearla en su estado de ánimo dependiendo de lo que convenga en cada momento. El PSOE es, desde hace años, el que mejor controla esos hilos y sabe cómo crear en el personal estados de ansiedad, de cabreo o de felicidad. El dominio de la comunicación, tanto de los medios de información como de las técnicas de comunicación, obra todo el ‘milagro’.

Y aunque todo pueda parecer escrito de antemano, las democracias engrandecen la política porque el control social nunca será perfecto, de ahí que el final de una noche electoral sea muchas veces imprevisible e inesperado; lo impensable acaba venciendo al marketing electoral. Cuando esto sucede, cuando un gobierno poderoso hinca las rodillas sin que nadie lo hubiera vaticinado, es que no se oyó el rumor de la calle. O tal vez porque nadie quiso oírlo. Pero es la realidad la que sale a flote, la que se impone de un zarpazo y destroza todo el marketing ideado.
Hasta ahora, si nos fijamos, cada vez que el presidente Zapatero se ha enfrentado con la realidad ha salido mal parado. Podemos repasar lo ocurrido con el proceso de paz, con la regularización de inmigrantes o con los propios estatutos de autonomía. ETA lo dejó en ridículo y, lo que es peor, logró rearmarse en la tregua; la inmigración ilegal se disparó como nunca antes; y la oleada de reformas estatutarias se despeñó en referendos de indiferencia y desprecio.

El presidente, que maneja como nadie las técnicas de comunicación de la política, ha logrado salir del bache de la anterior legislatura con sus dosis habituales de baraka y, sobre todo, con el desparpajo que exhibe quien no se guía por los principios sino por las estrategias. Para cambiar de discurso le basta que cambie el viento; para negar la evidencia le basta con la sonrisa. Pero todo eso sucedió en la pasada legislatura. En esta nueva legislatura, nada se parece a entonces. Zapatero y Chaves, sus respectivos gobiernos, sestean. Ni leyes ni medidas extraordinarias porque oficialmente, ya saben, no hay crisis. Pero la calle ha comenzado a arder, aumenta el estado de cabreo sin que el Gobierno sepa contenerlo. Ni siquiera puede acusar a la oposición de crispar a la sociedad porque el malestar arranca desde más abajo y porque los del PP sólo salen en las noticias cuando hablan de lo suyo. Es la realidad la que calienta el asfalto. La realidad, el peor adversario de Zapatero. La realidad, la peor noticia para un mal gobernante; la realidad, la fatalidad de un propagandista.

Dijo Ortega y Gassset: «La política es mucho más real que la ciencia porque se compone de situaciones únicas en las que el hombre se encuentra de pronto sumergido, quiera o no. Por eso es el tema que nos permite distinguir mejor quiénes son cabezas claras y quiénes son cabezas rutinarias». Ahora sólo falta catalogar. Usted mismo.

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09 junio 2008

Solitaria


Hace unos días, el Gobierno andaluz anuló, de la misma forma que lo había creado unos meses antes, el comisionado especial de urbanismo para la Costa del Sol. Todo ha sido en un abrir y cerrar de ojos, el breve espacio de tiempo que ha durado la aventura política de un amigo de Chaves, un abogado malagueño que, cansado de esperar despachos mayores, se ha vuelto a su bufete. Lo importante, sin embargo, no es su aventura política sino la claridad con la que ha quedado demostrado el desahogo y el cinismo con el que se construye la burocracia política.

Los altos cargos se multiplican no en función de las necesidades, sino de acuerdo a los compromisos políticos adquiridos. ¿Por qué tiene el Gobierno andaluz dos vicepresidentes? ¿Y por qué hay quince consejerías? El organigrama comienza dando satisfacción a los equilibrios políticos, luego a las balanzas paritarias, más tarde se responde a las exigencias provinciales y, finalmente, se atienden los compromisos y las lealtades personales. Pero si todo es prescindible, si nada se realiza de acuerdo a las necesidades reales de aquellos a quien se gobierna, por qué hay que seguir financiando esa carísima bagatela, esa birria mediocre.

Por qué hemos de seguir soportando, manteniendo, ministerios sin competencias, ni funcionarios, ni nada que no sea engordar el presupuesto con tipos como Bernat Soria, que desde que llegaron a la política se han doctorado como expertos vendedores de espuma. Que alguien ofrezca una razón por la que no se pueden suprimir la mitad de los ministerios. ¿Cómo es posible que siga engordando la burocracia del Gobierno de la nación después del doble traspaso de competencias hacia las autonomías y hacia Europa?

Las diputaciones provinciales, cualquiera que las visite acabará deseoso de echarse al monte de la abstención. Ahí los enchufados se pueden contar por manojitos, como los boquerones. Cualquiera puede conocer a alguien que vive de una Diputación, con sueldos que nunca bajan de los tres mil euros mensuales, y el cargo asegurado por los equilibrios políticos, que en esa salsa todo el mundo moja. Y antes, ese mismo tipo estuvo en el Ayuntamiento de su ciudad, hasta que cambió el gobierno y lo enviaron a la Diputación. ¿Alguien me quiere explicar por qué tenemos que seguir soportando que las diputaciones dilapiden anualmente cientos de millones de euros? ¿Y por qué regla de tres todo aquel político que llega a una caja de ahorros tiene que forrarse con las dietas, los créditos a bajo interés, los consejos remunerados y los gastos a fondo perdido?

Esta semana, la crisis económica se echará a la calle. Barricadas de fuego en las carreteras contra la subida del gasóleo. Huelga de estanterías en los supermercados y de depósitos vacíos en las gasolineras. La protesta social y laboral se dispara siempre hacia abajo, como un tiro en el pie. Y bastaría con que se pudiera canalizar ese estado de cabreo hacia la losa que hace imposible un Estado ágil y eficiente. Esa solitaria que está en las tripas. Y que hoy, con la tiesura de los tiempos, parece que revienta dentro.

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08 junio 2008

Lamiae


De Lamiae sólo conocimos la angustia que corroe a los miserables cuando se miran y se preguntan por qué no se murieron al nacer. Lamiae consiguió llegar a España desde Marruecos y pasar inadvertida hasta que, a los quince años, su nombre saltó a los periódicos por las dos palizas que le propinó su padre porque no quiso casarse con un marroquí que ya había adelantado el dinero de la dote, casi dos mil euros. En el hospital le apreciaron un traumatismo craneal y pérdida de conocimiento por los golpes. Intervinieron el juzgado y los servicios sociales. La internaron hasta que, meses después, su madre, que no estaba involucrada en los malos tratos, la rescató del centro de menores y pidió permiso para llevarla ‘de vacaciones’ a Marruecos.

Lamiae intentó por dos veces suicidarse en Marruecos, pero siempre fracasó. Ni morirse podía. De vuelta a España, otra vez el infierno de su casamiento y, otra vez, las palizas y los psicólogos del centro de menores. Una noche se escapó. Desde entonces, no ha vuelto a saberse de ella. ¿Cuántos años tendrá ya? ¿Veinte? ¿Se fugó para ser libre o porque se entregó a la dote, se rindió a ser la sierva para la que la habían educado? ¿Acabó en un prostíbulo o logró por fin suicidarse?
No se sabe, nunca se sabrá porque su vida, su tragedia, su miseria, es la misma ínfima historia de decenas de niñas que llegan a España y que nadie sabe a dónde van. Desde hace semanas, el Defensor del Pueblo andaluz, José Chamizo, aprovecha las tribunas oficiales a las que acude para llamar la atención de quienes nada escuchan sobre el aumento de niñas que llegan solas en las pateras.

El Defensor lo volvió a repetir ayer aprovechando que recibía una de esas insulsas visitas institucionales que proliferan en el magma autonómico. Lo dijo en Sevilla, como hace unos días en Córdoba o en Granada. ¿Por qué vienen cada vez más niñas solas en patera? Dicen en el Defensor del Pueblo que sólo sabemos de dónde vienen, del medio rural marroquí donde el 84 por ciento de las mujeres son analfabetas, porque a los cuatro o cinco años las niñas son «socializadas», eufemismo que no hace falta explicar. De ahí proceden, pero cuando llegan en la patera, cuando ingresan en un centro de menores y, a los pocos días, consiguen fugarse y se van, qué es de ellas.
Niñas solas en patera. Dicen que vienen para reunirse con su «familia extensa», que es la terminología que se utiliza para denominar a los abuelos, a los primos lejanos, incluso a los vecinos, y Chamizo, que sabe que no es así, le ha pedido a la Junta que tenga «mucho cuidado». A veces, ya ven, el lenguaje es tan cruel como la realidad porque se le supone una ‘familia extensa’ a quien nunca ha conocido ni el calor de quien la ha parido.
¿Dónde estarás, Lamiae? ¿Cuántas como tú habrá? Lamiae, Lamiae...

(Dedicado a la consejera de Igualdad, la socialista Micaela Navarro, por una frase suya: «Los menores inmigrantes vienen aquí como el que va de Erasmus». Ni Berlusconi es tan zafio cuando se sacude los problemas de la inmigración).

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06 junio 2008

Respeto

El Gobierno andaluz y su agresiva clac están desarrollando, en su deriva hegemónica, un peligroso concepto de legalidad invertida. Dice así este último silogismo disparatado: ‘Cuando una sentencia no es acorde a las directrices políticas de una ley, significa que la Justicia no está respetando el ámbito de decisión del Gobierno que ha sido elegido por la voluntad mayoritaria de los ciudadanos’.

La ofensiva ha surgido con fuerza con motivo de la sucesión de sentencias contrarias a la legislación educativa andaluza; contra la obligatoriedad de la Educación para la Ciudadanía; contra el rechazo de alumnos en colegios concertados en función de la ratio de alumnos establecida para cada clase; y, finalmente, contra la orden de la Consejería para que la planificación de los exámenes dejara de ser potestad exclusiva de los profesores y decidieran, con el mismo voto, los alumnos, los padres y los maestros.

Es en ese momento cuando varios miembros del Gobierno andaluz y de su clac han expuesto el siguiente razonamiento: «Exigimos al TSJA respeto a la Consejería de Educación y respeto a Ley de Educación». O sea, que son los jueces los que no respetan la ley cuando la sentencia es contraria a la directriz política. O sea, que, por encima de la legislación autonómica, no parece existir ninguna legislación superior, ni siquiera derechos fundamentales. Y el hecho de que un tribunal anule una ley andaluza invocando principios constitucionales, hasta se llega a interpretar como una intromisión ilegítima en la tarea del Tribunal Constitucional.

Ocurre, sin embargo, que las sentencias en contra de las políticas de los gobiernos son frecuentes en todo el mundo democrático. Fíjense ayer mismo, el Tribunal Superior de Cataluña volvió a condenar a la Generalitat por no respetar el derecho de los padres a elegir la lengua en la que se eduquen sus hijos y muchos kilómetros más allá, el Constitucional turco anuló una decisión del Parlamento que enmendó dos artículos de la Constitución para permitir que las estudiantes con velo puedan asistir a la universidad. Ese segundo caso, por ejemplo, es digno de reflexión, porque la Constitución emana del Parlamento y ahora, cuando el Parlamento quiere enmendarla, el Tribunal Constitucional se lo prohíbe.

Por mucho menos, aquí se han lanzado en torbellino, como suelen, atizando a los jueces, zumbando la curtida badana judicial con ritmo acompasado. Y mientras una consejera les exigía «respeto a la Ley», los asesores áulicos, más agresivos, los llamaban delincuentes, prevaricadores, corruptos y sinvergüenzas. Literal. Que esas sentencias contra la Junta son casos claros de «corrupción institucional». Esa es la deriva, los peligrosos delirios hegemónicos de este personal, sus intentos de someterlo todo, subordinados antes que jueces, que empresarios, que periodistas, que empresarios, que profesores, que ciudadanos…

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05 junio 2008

Podemos

Lo esencial de la elección de Barak Obama no es que sea el primer candidato negro en la historia de los Estados Unidos. Ni que esté en el bando de los demócratas o que quiera cambiar la política de Irak. Tampoco que un político joven e inexperto haya logrado vencer a la poderosa Hillary Clinton, pertrechada de la aureola de influencia de su marido y de los más importantes lobbys estadounidenses. Ni siquiera que se repita el ‘sueño americano’, esta vez con el hijo de un inmigrante negro africano que logró llegar a la mítica Universidad de Harvard. Todo eso es muy importante, pero lo esencial de esa victoria, es la lección de democracia que ha vuelto a dar Estados Unidos.

Hace ya un año que Mario Vargas Llosa, uno de los primeros que apostó por Obama, lo anotó en un artículo que se colgó en la web del senador de Illinois: «A diferencia de lo que ocurre en otras partes del mundo, en Estados Unidos, una sociedad con una capacidad autocrítica pugnaz e ilimitada, la confianza en el sistema está profundamente arraigada en la inmensa mayoría de la colectividad. Por eso, aunque ha padecido crisis profundas, como el crack del 29 o la era de McCarthy y la caza de brujas, Estados Unidos no ha tenido nunca dictadores y su democracia se ha autorregenerado cada vez, con ayuda de líderes sanos, idealistas e incorruptibles». Eso es lo esencial, la lección democrática que ofrece una sociedad con espíritu crítico y capacidad de autorregeneración. Cuando en los mítines de Obama sus seguidores agitan miles de carteles azules con el ‘We can believe in change’, lo que se expresa no es sólo el deseo de un cambio político, sino la certeza anterior, la confianza en el sistema. Y cuando llega una campaña electoral lo que se pone a prueba no es el sistema democrático, sino la capacidad de la sociedad.

Claro que para que una sociedad pueda recorrer ese camino, hacen falta algunos requisitos previos. Por ejemplo, la existencia de líderes políticos que sean capaces de representar esos deseos de cambio. El brillante espectáculo que se ha vivido con las elecciones primarias del Partido Demócrata desde noviembre pasado, cuatro o cinco candidatos comienzan una batalla por la candidatura sin aparatos de partido que impongan a uno de ellos. Ni avales que limiten el número de aspirantes. Y nada más proclamarse Obama, su rival republicano, John McCain, ya lo ha retado a diez debates cara a cara. Diez debates, o sea. Y dentro de cuatro años, en cada partido, surgirán otros candidatos nuevos, inesperados. Y en ocho años, relevo obligado.

Ese es el juego democrático, un debate libre y abierto donde la alternancia sea consustancial al sistema. Y se construye un sistema electoral que potencie la regeneración, a salvo de redes clientelares, mordazas y monopolios. Lo esencial de la victoria de Obama es que Obama sea posible; no es el cambio político en sí, sino la primera parte de su lema: We Can. Podemos. Lo contrario, ya lo vemos por aquí. Hegemonía política que acaba despeñándose por una pendiente de autoritarismo, listas negras y corrupción moral.

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04 junio 2008

Miedos


Hablábamos de la Eurocopa y me decía que un campo de fútbol es, en realidad, la proyección certera de una sociedad, un retrato fiel de su carácter, de su espíritu, y que por eso la selección española es un desastre histórico, incapaz de consolidar nada, resignada siempre a la épica. La épica, que es una conquista episódica, inesperada, que no responde a la lógica; la épica como consuelo de la mediocridad y de la injusticia; la épica, que es el placer de los débiles. Derivaciones futboleras hasta que aquel río de divagación sobre el carácter de los españoles concluyó con una mirada suya. “Joder, no sé cómo decirlo en casa, pero por primera vez en mi vida tengo miedo. Miedo a que me despidan”.

“Miedo porque yo, a mis 52 años no sé hacer otra cosa, toda mi vida he estado en este oficio, y en la construcción he ido escalando desde el primer encargo como perito hasta el despacho que tengo ahora. Si mañana me dicen que ‘hasta aquí hemos llegado’, que me busque otra cosa, yo no sé qué voy a hacer, porque toda mi vida he trabajado en lo mismo. Y ahora, con esta edad…”

“En la prensa, al hablar de la crisis, siempre se repite lo mismo, que la crisis de la construcción afecta sobre todo a los inmigrantes, pero esa es una visión muy limitada de lo que está pasando. Lo que yo estoy viendo es que se están quedando en la calle los jefes de obra, los directivos de algunas empresas. Desde el punto de vista personal, claro que es lo mismo, cada cual con su drama personal, no entremos en chorradas de racismo que no es eso; lo que quiero que entiendas es si el agua de la crisis llega a mi altura, muchos se han ahogado antes. Esa es la historia, ese es el miedo”.

“Hace unos días me llamaron de una obra porque las subcontratas se negaban a seguir por el retraso en los pagos. No era nuestra culpa, que seguimos pagando como siempre, pero es que los bancos han dejado de fiarse de todo el mundo. Ni créditos, ni pagarés, ni nada de nada. No se fían de nadie, ni de las pequeñas empresas ni de las grandes. De nadie. Y no creas que se cierran en banda porque tengan la certeza de que el año que viene también va a ser malo; no, lo peor de todo es que los analistas, al menos los nuestros, ni siquiera se atreven a hacer un pronóstico de qué va a pasar dentro de seis meses o un año. Sabemos lo que está ocurriendo ahora, que hay semanas en las que nos llegan los mismos estudios que antes entraban en un solo día, pero no tenemos ni idea de qué pasará mañana. Y ése es el miedo, no saber, de repente, qué va a pasar mañana”.

Hizo un silencio, y ya sólo esbozó una sonrisa cuando volvimos a hablar de la Eurocopa, de que otra vez toca la épica después de que Corea nos jodiera el mejor mundial, como canta Melendi. “Ya, lo que pasa es que a Zapatero le gusta más otra canción de Melendi, ésa que dice en el estribillo ‘he aparcado las papelas con los papeles del paro/ pues por ti hago lo que sea mientras no cueste trabajo’. La gente no quiere que le hablen de problemas… Y el presidente sabe bien que Manolo el del bombo es lo único incombustible en España”

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02 junio 2008

Aniversario


Qué ha cambiado. Se han cumplido treinta años de la constitución de la Junta de Andalucía y casi nadie se pregunta qué ha cambiado, para qué ha servido. “Hoy podemos decir que Andalucía existe oficialmente”. Lo dijo Clavero el 27 de mayo de 1978, con la solemnidad que se le dan a algunas frases los días en los que somos conscientes de estar amasando un trozo de historia. Clavero, que presidió el acto en la Diputación de Cádiz en el que Plácido Fernández Viagas fue elegido primer presidente de la Junta de Andalucía, no lo decía sólo por la formalidad de haberle puesto nombre a la primera institución de la autonomía (en su libro ‘El ser andaluz’ cuenta, por cierto, que a aquella reunión el PSOE acudió con el nombre de Consejo Regional Andaluz y que fue él mismo quien sugirió el nombre de Junta de Andalucía. Ya ven qué cosas, qué cambios), sino porque Andalucía recuperaba la unidad territorial y se despejaban las propuestas, firmes y decidas, de crear dos regiones andaluzas, la oriental y la occidental. Pero desde aquel sencillo acto en Cádiz, ¿ha cambiado “el rumbo de la historia en Andalucía”? Si miramos alrededor, nada se parece a entonces, desde luego, pero nadie podrá afirmar que haya variado la constante histórica que nos sitúa a la cola de todo.

En cualquier caso, si quieren, prescindamos de las guerras de cifras, que el poder acaba siempre enredando la suma e invirtiendo la resta. Podemos plantearlo de una forma distinta, visual. En estos treinta años, qué ha cambiado en la misma proporción que las instituciones andaluzas. Nada, desde luego, porque nada es comparable al crecimiento de la burocracia política. Porque la Andalucía que nació hace treinta años en Cádiz es, sobre todo, esa Andalucía oficial que crece como un magma incontrolable, que se asienta en palacios restaurados, que se ha extendido en cientos de sedes inexplicables, que se difumina en miles de gabinetes, una tropa de chóferes, secretarias y asesores. En aquellos días, Rodríguez de la Borbolla era secretario general del PSOE andaluz y, en una entrevista en El Socialista, decía: “La llegada del Estatuto no va a satisfacer las necesidades del pueblo andaluz. Continuará el paro, la corrupción. Sólo la posibilidad de que la izquierda llegue al poder autonómico alterará la situación”. El Estatuto del que hablaba Borbolla, se aprobó y, desde entonces, el PSOE no ha hecho más que ganar elecciones en Andalucía. En estos treinta años han cambiado muchas cosas, sí, como el Estatuto aquel, que acabó en la papelera cuando se aprobó otro nuevo con la misma cantinela de entonces.

Se suceden las celebraciones y no existe nostalgia sino hastío. Nada en Andalucía ha mejorado a la par que sus instituciones. La política autonómica es un caso claro de cómo se pervierten los principios, de cómo los medios acaban convertidos en objetivos, en la finalidad. Qué ha cambiado, dime, qué ha cambiado tanto como ese monstruo de burocracia política que se llama Junta de Andalucía.

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