El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

19 febrero 2010

Somos Aldehuela



Aldehuela de Periáñez es un pueblecito de Soria que hace un año se convirtió en la mejor caricatura del Plan E del Gobierno. Como todos los pueblos de España, también Aldehuela de Periáñez, con 47 habitantes, se acogió a las obras del Plan E para combatir la crisis, y solicitó un proyecto para instalar un cubre-contenedor de basuras. En total, la inversión era de 1.392 euros. El Gobierno accedió al proyecto y, como en todas las obras del Plan E, aprobó la inversión y colocó en el pueblo una enorme valla publicitaria que anunciaba la inversión con rebuscada literatura política para recordar a los vecinos quién la financiaba. Aldehuela hubiera seguido en su anonimato soriano si alguien no llega a caer en la cuenta de que, en realidad, la enorme valla de doce metros cuadrados costaba más que la obra: 1.392 euros para la obra y más de 1.500 euros para el cartel que anunciaba la obra.

Cuando el presidente del Gobierno presentó en enero de 2009 el Plan E, anunció dos fondos especiales, uno para ayuntamientos y otro para ‘dinamización de la economía y el empleo’, que sumaban una inversión directa de once mil millones de euros. Pero si se le sumaba «la dotación recogida en los Presupuestos generales del Estado», la inversión alcanzaba los 33.000 millones de euros. Con ese dinero, el Gobierno prometía la creación de «300.000 empleos distribuidos por toda la geografía española».

Al margen de esos fondos, el Plan E, que era mucho más extenso, detallaba una larga ristra de medidas que nada tenían que ver directamente con la creación de empleo y que, además, ya existían desde antiguo, como las ayudas a las familias por nacimiento de hijos, las ayudas a las entidades bancarias y a empresas o la siempre recurrente «ambiciosa agenda de reformas para la modernización de la economía». Pero todo ese añadido no era más que relleno, engorde de páginas que ahora, en bloque, pasará a engrosar el programa de la ‘Economía Sostenible’. Es decir, que no pertenecían a la invasión de obras simultáneas que entendemos por Plan E: las obras que han convertido las aceras en un infierno y la circulación en una pesadilla; las zanjas keyneasianas repetidas, inútiles muchas de ellas, que han puesto a prueba la incomprensible paciencia del personal.

En fin. Que si la apuesta era crear trescientos mil puestos de trabajo y recuperar la economía española, lo que marca la estadística es que el Plan E ha fracasado. En enero de 2009, en España había 3.327.801 parados; en enero de 2010, hay 4.048.493 parados. En enero de 2009, en Andalucía había 744.956 parados; en la actualidad hay 851.493 parados.

Pero es que tampoco las enormes vallas del Plan E han logrado su objetivo porque la propaganda no ha conseguido que, un año después, el personal confíe más en el Gobierno: en todas las encuestas una abrumadora mayoría desconfía de la capacidad del Gobierno y de las medidas puestas en marcha contra la crisis. Y en el exterior, el Plan E pasa inadvertido cuando especialistas de todo el mundo analizan la economía española y, alertados por el tancredismo del Gobierno, urgen a plantear reformas profundas.

Lo más llamativo, en cualquier caso, es que, un año después, con los 33.000 millones del Plan E liquidados, el nuevo objetivo del Gobierno es recortar severamente el gasto público, para convencer a los mercados internacionales de que España no es un país al borde de la bancarrota. Si se suma sólo lo que se ha gastado en el Plan E y, por ejemplo, el sobregasto del último modelo de financiación de las autonomías, ya se alcanzaría la cifra de 50.000 millones de euros que se pretende ahorrar con el plan de ajuste, el Plan A, diríamos. Hemos pasado del Plan E al Plan A, del empleo durante unos meses al ajuste durante unos años. Lo que convendría que nos aclarase el Gobierno es, de la misma forma que cuantificaba los puestos de trabajo del Plan E, que diga ahora cuántos empleos se van a perder con los recortes de gasto público. Y con las cifras, hacemos un lema de la chapuza nacional: «Todos somos Aldehuela».

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Los garzones



Como el juez Baltasar Garzón ha decidido convertir la denuncia contra él en un proceso más de la justicia universal, ha incluido entre los testigos de su defensa a prestigiosos juristas de medio mundo. Uno de esos juristas, el ex juez chileno Juan Guzmán, que abrió la causa contra altos cargos de la dictadura de Pinochet y ordenó la exhumación de cadáveres de represaliados, se explayaba ayer en la radio: «Los jueces estamos acá para hacer Justicia y eso va mucho más allá del estricto cumplimiento de algunas leyes». Es probable que ningún juez haya sabido reflejar con tanta claridad cuál es el peligro real de los ‘jueces estrella’, que acaban convencidos de que su misión en este mundo viene señalada directamente desde el más allá, sin ataduras terrenales.

El juez chileno lo decía porque, cuando decidió iniciar el procesamiento de los crímenes de la dictadura de Pinochet, decidió reinterpretar la Ley de Amnistía de aquel país; decidió que como muchos de los cadáveres de las víctimas del ‘escuadrón de la muerte’ aún estaban desaparecidos, se podía discutir legalmente que esas personas todavía estaban secuestradas, con lo que el delito seguía vigente. Como al juez Garzón lo acusan de haber ignorado la Ley de Amnistía española, de ahí la boutade anterior. De la evidencia de que los jueces se ven obligados a diario a interpretar las leyes, se pasa a la justificación de que los jueces utilicen las leyes de acuerdo a unos fines preestablecidos. Y eso, claro, es retorcer tanto el Estado de Derecho, supone tal prostitución de los principios, que nadie razonable en la Justicia puede sostenerlo.

En el caso de Garzón, además, por muchos méritos indudables que puedan achacársele en la lucha contra ETA, lo que parece claro es que, de todas las barbaridades cometidas, la de la Memoria Histórica quizá sea la menos relevante, la más anecdótica. Lo peor de Garzón, por lo que tendría que dejar la judicatura, es por su demostrada capacidad para actuar sin norte y sin recato. Como en el asunto que se sigue por sus bien remuneradas conferencias en Nueva York, patrocinadas por el Banco Santander, y su increíble decisión posterior de no abstenerse en una querella contra el presidente de ese banco. O por su impresionante mimetismo con el Gobierno de Zapatero durante el ‘Proceso de Paz; en menos de un año pasó a afirmar en sus autos que ANV se podía presentar a las elecciones porque no tenía conexión alguna con Batasuna a la tesis contraria en cuanto el Gobierno cambió de estrategia.

Volvemos al principio. Los jueces tienen que interpretar las leyes y no pueden ser ajenos al contexto social en el que se producen los hechos, pero todo eso es muy distinto del partidismo, de la politización. ¿Qué podríamos decirle ahora, por ejemplo, a los jueces de una sección de la Audiencia de Sevilla que, antes incluso de que se celebrase el juicio del espionaje, redactaron un auto en el que daban por probada la culpabilidad de EL MUNDO? Durante todo el proceso, aquel auto demoledor contra este periódico ha sido la base fundamental de la acusación de Chaves, pero ¿qué habría que exigirles ahora a aquellos jueces, tras dos sentencias absolutorias? Como el otro, igual piensan que «los jueces estamos acá para hacer política y eso va mucho más allá del estricto cumplimiento de algunas leyes».

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La trampa del consenso



El consenso, en una democracia, no siempre equivale a eficacia pero, con la aureola de perfección que tiene el concepto, a ver quién se atreve a decirlo. Como el consenso es una de las palabras benditas del buenismo, no hay dios que se atreva a decir que los sinónimos de consenso no son acuerdo, bondad y eficacia. Puede ser justo al contrario; puede suceder incluso que la invocación al consenso sea la mejor excusa para no hacer nada, o que la exigencia del consenso se convierta en una traba antidemocrática. Esa es la trampa del consenso.

Hace unos años se publicó en España un libro que, justamente, se titulaba así: ‘La trampa del consenso’. Con un magnífico prólogo de Sosa Wagner, el periodista alemán Thomas Darnstädt describía el absurdo y al bloqueo al que había llegado el estado federal alemán por culpa del consenso. En todos los sentidos, desde el gobierno federal hasta los gobierno de las regiones o länder, la exigencia del consenso llevó al país al bloqueo más absurdo. Un párrafo del libro: «En el Estado, ya nadie tiene la última palabra, pero todos pueden oponer su veto. Dado que la federación y los estados regionales, los partidos y los grupos parlamentarios, el canciller y los compañeros de coalición, las asociaciones y el tribunal constitucional, continuamente se obstaculizan entre sí, ya sólo es posible la toma de decisiones por consenso. La vía democrática, en la que las decisiones son tomadas por mayoría de representantes electos, está bloqueada». Creo recordar que, años después, en Alemania se impusieron una serie de reformas que suponían el recorte de competencias de las regiones en beneficio del estado.

En España compartimos buena parte de esa incapacidad en muchas competencias que al transferirse a las autonomías ha derivado en ineficacia en absurdas contradicciones, pero el debate de ahora es distinto: el consenso se utiliza ahora como excusa ante los problemas. La crisis económica que padece España no tiene que ver en absoluto con la falta de consenso. Se repite como un automatismo que si no hay consenso la situación política quedará bloqueada. Es un disparate. El bloqueo sólo sería cierto si el Gobierno no pudiera aprobar sus medidas económicas por falta de apoyo parlamentario, pero eso no ha sucedido hasta el momento. Todas las iniciativas del Gobierno de Zapatero han salido adelante, luego no existe bloqueo alguno. El problema es otro; el problema es que si el país sigue en recesión y el paro sigue creciendo es que esas medidas no han dado resultados.

En Andalucía, con una mayoría absoluta del partido gobernante, la invocación al consenso es todavía una excusa más palpable. Lo dijo ayer el presidente Griñán en el Parlamento. La Junta de Andalucía, dijo, ha aprobado desde hace dos años todo tipo de medidas para la reactivación económica. «Y con las medidas adoptadas, pronto veremos la salida de la crisis y saldremos fortalecidos, porque las medidas que se han adoptado aquí son más eficaces que las que se han tomado en otras partes». Con ese pensamiento firme, en el debate económico que ha celebrado el Parlamento andaluz, el PSOE rechazó todas las propuestas del PP y todas, menos una, de Izquierda Unida. ¿Es el consenso el problema? No, evidentemente. La falta de consenso en España no es la causa por la que no salimos de la crisis. La falta de consenso es la trampa.

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Manos arriba



Que levante la mano uno solo de los parados andaluces que hoy mismo, sin pensárselo un instante, no se cambiaba por Pina con los ojos cerrados. Sí, hombre, Pina, el tipo que trabajaba en Delphi, o que hacía como que trabajaba en Delphi, porque allí el absentismo laboral batía récords mundiales, «que se joda el americano», y que ahora, tres años después del cierre de la fábrica se va a prejubilar con cincuenta tacos. ¿Quién no se cambia por Pina hoy mismo? Tenemos más de un millón de parados y ni uno solo habrá de levantar la mano porque Pina, que tiene nombre de plan de la Junta, el PINA, el plan industrial para nuestros amigos, debe ser la envidia de los parados y de los puteados, que son legión porque son autónomos y están tirados, porque se han pasado cinco años estudiando una carrera y ahora no encuentran trabajo o porque son curritos que trabajan diez horas al día para sacarse un sueldo se poco más de mil euros. Todos ellos, millones, piensan hoy en Pina y se muerden los labios.

Qué suerte, gachó; en 2007 cerró la fábrica, al poco se afilió al PSOE, dejó de lado su vieja militancia comunista, y desde entonces ha estado cobrando de un ente singular como él, un dispendio con dinero público, el Dispositivo de Tratamiento Singular, el organismo que creó la Junta para convertir a los parados de Delphi en parados singulares porque sólo ellos tienen garantía pública de que se les buscará un empleo. ¿Quién de los cientos de miles de parados no se acogería ahora mismo a los treinta mil euros que suelta la Junta a cada parado de Delphi sólo por renunciar a la promesa de que los van a colocar? Y si no quieren la pasta, a seguir esperando en escuelas taller o en el Dispositivo de Tratamiento Singular. Que a los cincuenta, ya se podrán prejubilar. El PINA, eso es.

Que levante la mano uno solo de los directivos, de los catedráticos, de los empresarios andaluces que hoy mismo, sin pensárselo un instante, no cambiaba con los ojos cerrados su nivel de vida por el de esos tipos que viven treinta años de la administración pública, de despacho en despacho, sin que nadie conozca bien ni qué hacen, ni qué piensan, ni qué cualificación profesional tienen. Tipos como este Francisco Javier Romero, del que ahora se conoce que burló a la Cámara de Cuentas en su despedida. Más de seis mil euros por un traslado de domicilio que nunca efectuó.

Ya resulta un insulto el elevado sueldo y los privilegios de esos consejeros, que acceden a la Cámara de Cuentas gracias a una cuota política, como para que, además, se impongan subresueldos e indemnizaciones. Claro que ese tipo ya apuntaba; llegó a la Cámara de Cuentas desde la dirección general de Tesorería de la Junta y no tuvo empacho alguno en auditarse él mismo las cuentas que había gestionado. Entonces fue cuando dijo aquello memorable: «Esta paella la he cocinado yo y yo me la comeré». De la Cámara de Cuentas pasó a una caja de ahorros y no debió parecerle suficiente.
Que levante la mano uno solo de los contribuyentes andaluces que no le parezca una barbaridad que la autonomía más tiesa de Europa disponga de esta burguesía política. Parados, trabajadores, autónomos, empresarios, científicos, currantes, mileuristas, catedráticos y pringados. ¿Alguien levanta la mano?

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Semejanza fatal



Existe un paralelismo tormentoso entre los últimos años del Gobierno de Felipe González y el ocaso que ya se anuncia en el Gobierno de Zapatero. En los dos finales de ciclo, separados por casi quince años, rugen dos escándalos gemelos: la lucha contra ETA por métodos al margen de la legalidad y el susto de la quiebra de la Seguridad Social. La coincidencia es tan notable que, por la diferencia abismal que existe entre González y Zapatero, por la distancia que se adivina entre el PSOE de entonces y el de ahora, esa semejanza puede conducir incluso a preguntarnos si, en realidad, no se trata de una mera coincidencia sino que forma parte de su esencia como partido político; como si la tendencia natural del PSOE cuando gobierna fuera conducir al desastre la lucha contra el terrorismo y arruinar las arcas de las pensiones, de la misma forma que, por genética, es capaz de impulsar indudables avances sociales.

En lo referente a las pensiones, el paralelismo es casi idéntico. Aunque el debate planteado por el Gobierno De Zapatero estos días parece nuevo, también entonces, la legislatura del 93 al 96, año en el que el PSOE perdió las elecciones (“la dulce derrota”), las alertas del entonces ministro de Economía, Pedro Solbes, eran las mismas: El descenso de las cotizaciones y el incremento de los gastos del sistema por el envejecimiento de la población ponían en duda la estabilidad del sistema. Aquello culminó con la firma del Pacto de Toledo, en abril de 1995. La aplicación efectiva del Pacto de Toledo corrió a cargo del Gobierno entrante de Aznar y, si damos por ciertas las reiteradas declaraciones de Javier Arenas, ministro de Trabajo del 96, lo que se encontraron al llegar fue una Seguridad Social al borde de la quiebra. Si miramos hacia atrás, el debate sobre el futuro de las pensiones había desaparecido de la crónica política hasta estos días. Y otra vez la solución se remite al pacto de Toledo en un momento en el que las encuestas aseguran que el PSOE perderá las próximas elecciones.

Más preocupante es el segundo mimetismo, la lucha contra ETA por métodos al margen de la Ley. Lo que tienen en común el GAL y el proceso de Paz es justamente eso, el desprecio a la ley. El atajo, la trampa, las cañerías. ¿O es que lo ocurrido en el triste episodio del Bar Faisán no dicta justamente eso, la burla a la legalidad, la ocultación y el engaño? Un ministro del Interior acabó en la cárcel por el GAL y un ministro del Interior está ahora en la picota por el Bar Faisán. Con el mismo objetivo, acabar con la banda terrorista ETA, la guerra sucia del Gal y el aparente buenismo del Proceso de Paz, acaban enfangados en el desprecio del Estado de Derecho. Como recuerda la Audiencia ahora con una frase sobre el escándalo del Bar Faisán que seguro que se contiene igual en algunos sumarios del GAL: presuntos delitos que, de ser ciertos, "adquieren una gravedad sin precedentes en la historia de la lucha contra el terrorismo en España".

Otrosí: El desprecio a las formas, la ignorancia de la separación de poderes es, en su justa proporción, lo que acaba de ocurrir ahora con la declaración del presidente del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, Augusto Méndez de Lugo, como hijo predilecto de Andalucía. Tal y como se realiza en Andalucía, la declaración de hijos predilectos y una buena parte de las medallas tiene que ver más con los premios y castigos del PSOE gobernantes que con la selección neutral y ponderada da de méritos de los condecorados. Tan grave es que el Gobierno andaluz proponga a Méndez de Lugo como que éste acepte el nombramiento.

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17 febrero 2010

La mantequilla



La historia, que me permito reescribir y adaptar, la cuenta Jean Claude Carrière, el actor y guionista de cine francés, amigo de Buñuel. Dice así: «Un hombre estaba tomando, despreocupado, su desayuno una mañana en la terraza de su casa. De repente, la rebanada de pan de sándwich que acababa de untar con mantequilla cayó al suelo. Resopló por la contrariedad, miró al suelo instintivamente y, sobresaltado, observó que la tostada había caído con la mitad en la que había untado la mantequilla hacia arriba. Nervioso, se fue a ver a sus amigos, con la certeza de que acaba de presenciar un milagro. Las leyes más pertinaces de la naturaleza, los designios más intrincados del hombre, se rompían allí; ‘la tostada siempre cae al suelo por el lado de la mantequilla’, y ese es un principio que desde que se plasmó en las leyes de Murphy nadie ha tenido la osadía de desmentir. Porque todo el mundo sabe que es verdad, que todo lo que es susceptible de empeorar acabará empeorando. Cuando llegó su mujer a casa, los encontró formando un círculo, mirando en silencio aquella revelación: una tostada en el suelo con la mantequilla boca arriba. ‘Tal vez seas un santo y ésta sea una revelación de Dios’, acabó diciendo el más sesudo de sus amigos después de intentar sin suerte explicar el acontecimiento con las leyes de la lógica y de la razón. Ya que estaban todos de acuerdo en que se trataba de un hecho sobrenatural, su mujer decidió ir a contárselo a un gurú, medio chamán medio sacerdote, que vivía apartado del mundo, en una chabola del extrarradio de la ciudad. Pidió una noche para reflexionar, a la mañana siguiente les daría una respuesta. Fue la noche más corta, porque nada más amanecer, ya estaban de nuevo ante el gurú en su chabola de paneles y chapas: ‘La explicación es muy sencilla –les dijo- . La verdad es que el pan cayó al suelo exactamente como debía caer, era la mantequilla la que estaba untada por donde no se debía haber hecho».

Esa es la historia. Ahora, como me ocurrió a mí, trasládenla al día a día de Andalucía o de España. A la crisis, por ejemplo; a la creencia generalizada de que todo está mal y puede aún empeorar, que este país es un desastre. Muchas veces hemos oído afirmar al gobierno que el pesimismo español no está justificado y que, además, acaba perjudicándonos en el exterior. Y cientos de veces ha dicho la Junta de Andalucía que esta región no tiene nada que ver con las críticas que se le hacen, que el progreso aquí es incontestable. Y, sin embargo, existe pesimismo. ¿Son nuestras propias críticas las que propician ese ambiente negativo, del que luego se aprovechan otros en el extranjero, como ocurrió la semana pasada?

John Elliot sostiene, por ejemplo, que «la autoculpa es algo muy español; que la misma recesión económica se está viviendo a nivel mundial, pero en ningún otro país se está creando como aquí una situación de psicosis». Desde luego, tiene razón Elliot Con un matiz: Hay razones sobradas en la historia de España para ser pesimistas. El dolor de España, el cansancio del alma de este «viejo país ineficiente», que dijo Gil de Biedma, no es fortuito, ni impostado. Lo malo de la autoculpa es que está motivada. Miren alrededor: la mediocridad de las autonomías, la repulsión hasta física a que pueda haber acuerdos, que nadie concibe un pacto sin navajas bajo la mesa, la inclinación natural a vivir el Estado, la parálisis del régimen andaluz… Hay motivos para la psicosis, sí. Y como el brujo de la chabola, si algún día cae la tostada con la mantequilla boca arriba, pensaremos que se untó por la cara equivocada.

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15 febrero 2010

Formación



Todo ocurrió a partir del día en el que Marco Acilio Glabrión quiso que lo nombraran censor de Roma. En la colosal capital de la antigua república, Marco Acilio Glabrión tenía ganado el prestigio como tribuno de la plebe, primero, como comandante de las milicias después y, finalmente, como cónsul. Ganó batallas y gloria pero quiso ir más allá; quiso que lo eligieran censor, el magistrado al que se le encomendaban los litigios más pertinaces que ha tenido que hombre, aquellos que tienen que ver con la bragueta. Fue entonces cuando el censor más famoso que ha tenido la historia, Catón el Viejo, lo destrozó con una sola frase: “los ladrones de bienes privados viven en la cárcel y con cadenas, los ladrones de lo público viven en medio del oro y de la púrpura”.

Tendría que ser así. Lo más exasperante de las noticias que nos trae todas las mañanas el periódico es la impunidad con la que despilfarran cientos y cientos de millones de euros de dinero público. Y detrás de cada despilfarro, vamos a ver, hay siempre un tipo que se ha beneficiado del dinero. Ocurre ahora, por ejemplo, con las denuncias que han surgido en Punta Umbría por las subvenciones que ha recibido el alcalde. Dice la patronal de Huelva, seguramente con toda la razón, que el alcalde de Punta Umbría, Gonzalo Rodríguez Nevado, es un excelente empresario y que su restaurante, El Paraíso, es uno de los lugares emblemáticos de la costa onubense. Es verdad. Pero, ¿qué tiene que ver todo eso con la denuncia? De lo que se trata es que resulta moralmente inaceptable que las subvenciones que recibe ese empresario se hayan triplicado desde que es alcalde socialista. Y que no tiene sentido alguno que a uno de los mejores restaurantes de Huelva, que por sí solo podría crear una escuela de hostelería, se le tenga que pagar un millón de euros para contrate a setenta o a ochenta chavales al año en sus cursos de formación.

No, no tiene sentido alguno. Pero esa es la lógica política en España y en Andalucía: Mientras en las universidades se recortan los gastos para investigación, los empresarios y sindicatos se reparten todos los años cientos y cientos de millones de euros en cursos de formación. Es como el escalofrío que produce pensar que la vaina de la concertación social en Andalucía ya lleva consumidos cien mil millones de euros. ¿Y si ese dinero se hubiera dedicado a una educación de calidad, a una investigación de calidad en las universidades? En ese caso, como decía la revista Nature a finales del pasado año, probablemente los científicos españoles no irían camino de la Edad de Bronce. Y lo que es más grave, con un mayor desarrollo de la investigación estaría más cerca la salida de la crisis, que no otra cosa debería ser el cacareado cambio de modelo productivo: No hay desarrollo sin innovación. También lo reseñaba Nature: "A largo plazo, la industria se verá perjudicada por el fracaso en el desarrollo y mantenimiento de una base de investigación básica. No es una forma sabia de responder a la crisis financiera".

Cuando Catón el Viejo soltó aquella frase, las sospechas eran que el victorioso comandante Marco Acilio Glabrión se había quedado con parte del dinero que Roma envió para las batallas. Y así debió ser porque el tipo, después de toparse con Catón, aparcó sus ambiciones y ya no quiso ser censor. Por lo menos, en eso ganó Catón. En estos días, no hubiera tenido tanta suerte. El despilfarro se ha hecho legal y no incomoda moralmente a quien lo perpetra.

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11 febrero 2010

Lucha de clases



La tesis más inquietante de estos días es aquella que ha trasladado la lógica marxista de la lucha de clases al interior de nosotros mismos. Si, como sostenía Carlos Marx, la historia de la humanidad ha sido siempre la historia de la lucha de clases, llegamos a este punto de la evolución en el que la pelea está dentro de cada cual: «La lucha de clases se ha trasladado al interior del individuo». La teoría la ha elaborado un filósofo francés, profesor de La Sorbona, Sidi Mohamed Barkat, para explicar el incremento de suicidios entre los trabajadores. Dice el filósofo que los suicidios son consecuencia directa de que «el trabajador se ha transformado en una especie de empleador de sí mismo: El sujeto emplea al cuerpo. Es decir, una parte de sí mismo –el sujeto– va a emplear a la otra parte –el cuerpo– y le va a pedir una serie de cosas. Si los objetivos que se impone son muy elevados, el sujeto puede pedirle al cuerpo tal vez lo imposible». Según el filósofo francés, es entonces cuando se produce el suicidio.

Con el atrevimiento que supone readaptar la lucha de clases a la globalización, lo que sí parece razonable es pensar que si el signo de estos tiempos es la competitividad y el individualismo, el consumismo y la soledad, también el viejo concepto de lucha de clases se acaba interiorizando. La lucha de clases, tal y como la concebía Marx, ha desaparecido a medida que las clases trabajadoras y burguesas se han ido diluyendo en una inmensa clase media que comparte idénticos valores, apetencias y necesidades a pesar de las diferencias de renta que pueda existir entre los individuos que la componen. También es lógico pensar, siguiendo el planteamiento del filósofo, que en esa uniformidad de clases, las pugnas se produzcan entre el interior capitalista que todos llevamos dentro y la resistencia humana del organismo; estaríamos pues en una fase de explotación del hombre por el hombre pero en sentido estricto, el hombre explotado por su mismidad. Si, en esas, sobreviene una situación crítica, llega el desastre personal porque no existe el enemigo externo al que culpar.

Ocurre, sin embargo, que, a diferencia de Francia, no consta que en España, y mucho menos en Andalucía, con porcentajes de paro que triplican la tasa francesa, al personal le haya dado por tirarse de las azoteas. Más bien al contrario, lo que ha sorprendido hasta ahora a algunos periódicos y analistas internacionales es la paz social que reina en España a pesar de la abrupta caída del empleo en dos años. No se explican cómo es posible que no haya revueltas en la calle, ni grandes conflictos sindicales, ni barricadas diarias frente a las instituciones.

Lo que pasa es que, aunque es cierto que no hay convulsión callejera, existe una realidad oculta, una desesperación soterrada, en las decenas de miles de familias, con todos sus miembros en paro, que ya han comenzado a hacer los cálculos de cuándo se acaba el dinero del paro. Lo último que sabemos es que el número de hogares en el que todos sus miembros están en paro se eleva ya a 1.220.000 en toda España, con lo que habrá que calcular que en torno a trescientas mil de esas familias viven en Andalucía.

No hay suicidios en España, no, pero esa angustia existe, se palpa en la calle, en el mercado, en la reunión de amigos o en la familia. Sin ingresos estables, con ayudas de subsistencia y chapuces en el mercado negro, lo que se desploma de golpe es un modelo de vida, de clase media, y esa inquietud está latiendo en el fondo de esta crisis.

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08 febrero 2010

Lluvia fina



Una chica rubia, metida en los cuarenta y socia de uno de los clubes más elitistas de Sevilla, resopla en mitad de una cena: “Hay que ver que el PP cada vez nos lo pone más difícil para votarles”. Estaban hablando de las últimas encuestas que se han publicado, de la diferencia que se va abriendo entre el Partido Popular y el PSOE, y la chica, que por el pelo ondulado y los pantalones beige ajustados, como de montar a caballo, no deja lugar a dudas de que pertenece a una tradicional familia de derechas, lo que no se explica es cómo el PP no es capaz de poner al frente a un líder mejor que Mariano Rajoy. Tampoco Javier Arenas, añade, le entusiasma, que lo tiene ya muy visto, dice, pero su preocupación mayor no es Andalucía sino España.

En la misma cena, un tipo que ya ha pasado los cincuenta, militante antiguo del PSOE, habla de Zapatero como el peor presidente de la democracia y se echa las manos a la cabeza cuando compara los gobiernos de Felipe con los ministros de ahora. Menos duda aún tiene de la situación andaluza porque el cambio aquí, dice, afecta al propio sistema, a la parálisis a la que ha llegado la administración andaluza. La desmotivación interna le recuerda a los países del bloque soviético. Y añade: “He votado otras veces a mi partido mirando para otro lado, pero esta vez me quedo en mi casa. Porque es verdad lo que dices, yo votaría al PP, pero hay que ver qué difícil nos lo pone”.

¿Qué puede llevar a una chica de derechas y a un tipo de izquierdas, los dos tan estereotipados, a la misma conclusión sobre la situación política actual? Coinciden en el desastre de Zapatero y en la urgencia de un cambio en Andalucía, pero a ninguno de ellos le parece ilusionante la alternativa que le ofrece el Partido Popular. La coincidencia en esa frase, “hay que ver qué difícil nos lo pone”, es la explicación a las encuestas que se publican en las que la protesta abrumadora por la gestión de la crisis económica y la desidia por el estancamiento andaluz no se traduce en una apuesta decidida por la alternativa. Asciende lentamente el PP, se acelera el desgaste del PSOE y el cambio de tendencia parece más la consecuencia de una inercia electoral, como el balanceo inevitable de un columpio, que fruto de la capacidad de la oposición para convencer a los votantes, para ilusionarlos con el cambio. Ganará el PP porque la chica rubia, al final, irá a votarlo mientras que el tipo de izquierda se quedará en su casa, y los dos actuarán movidos por la misma convicción, no están seguros de que el líder de la derecha vaya a arreglarlo pero sí están convencidos de que vamos hacia el desastre.

“Qué difícil nos lo pone el PP”, dicen, y en esa frase de condensa la desgana que reflejan las encuestas, el desánimo que se ha convertido en el signo político de estos tiempos. Aunque quizá todo sea fruto de la distorsión que se produce cuando miramos las cosas muy de cerca. Que estoy seguro, en fin, que hace catorce años, con el felipismo enfangado en la corrupción y la incertidumbre económica, la chica del pelo rubio y el tipo de izquierda decían lo mismo cuando miraban a Aznar, aquel tipo con pinta de Charlot que gritaba “váyase, señor González”. Y ya ven, acabó con mayoría absoluta. La lluvia fina. Pues será eso, que Rajoy y Arenas se han encomendado también a la lluvia fina.

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04 febrero 2010

Rezos laicos


Lo que convierte en extraordinario el rezo del presidente del Gobierno español en Estados Unidos es el hecho de que, si la invitación la hubiera realizado el Papa, en vez de Obama, Zapatero no hubiera asistido. Reparen un momento en el absurdo: Si hubiera sido el Papa el que hubiese invitado a Zapatero a leer un pasaje de la Biblia en una de las principales ceremonias del Vaticano, el presidente español no hubiera asistido y con el rechazo el Gobierno socialista habría construido un alegato de Estado a la defensa del laicismo. Sí, mediten sobre esa incoherencia porque, a medida que se profundiza se encuentran las mejores demostraciones del carácter insustancial del pensamiento político que se exhibe como nuevo socialismo.

No se trata, además, de ninguna fabulación porque el contraste ya se ha dado. Cuando el Papa Benedicto visitó Valencia en 2006, el presidente Zapatero rompió con la norma protocolaria que habían seguido todos sus predecesores en la Moncloa, acompañar al Santo Padre durante su visita a España. Todos menos Zapatero. Entonces, para hacer visible su desapego con la religión, alejó su visita del Encuentro Mundial de Familias, al que acudía el Papa y dos millones de fieles, y limitó el encuentro a una encuentro previo de 20 minutos. Pero no puso un pie en el acto. «Zapatero no irá a misa», titularon entonces algunos periódicos, jaleados por el desplante laico del presidente, como realzando el gesto valiente de no arrodillarse ante el Papa.

Si Zapatero hubiera mantenido el mismo criterio en Washington, hubiera limitado su visita al encuentro previo que mantuvo con Obama, pero no hubiera puesto un pie en el Desayuno de Oración Nacional y, mucho menos, hubiera participado con la lectura de un pasaje de la Biblia. Pero si el Papa es jefe de un Estado soberano y jefe espiritual de la Iglesia Católica, y Obama es jefe de un estado soberano y discípulo del protestantismo, ¿tiene sentido que Zapatero atienda al discípulo e ignore al jefe? No, no tiene sentido y, mucho menos lo tendrá, cuando se le añada el matiz de que fue el jefe religioso el que visitó España y que el país que gobierna Zapatero es mayoritariamente católico, mientras que para contentar a Obama, que acaba de rechazar una visita a España, Zapatero ha acudido a un acto religioso en Estados Unidos y organizado por una religión, la protestante, que es minoritaria entre los españoles. ¿Tiene sentido?

No, no tiene ningún sentido, pero tampoco se pueden medir los actos de Zapatero desde un punto de vista de coherencia religiosa porque, en el fondo, al presidente todo este asunto le importa una higa, como repetía el recordado Jesús Aguirre. Lo decisivo en esta cuestión no es el acto religioso, sino en acto de fervor a Estados Unidos. Es al templo del imperio americano al que ha acudido Zapatero; es la religión del imperio ante la que ha ido a orar Zapatero. Protestante, metodista, católico o anglicano, eso da igual. El poder es el mensaje; el poder es el único evangelio. Ya podría haber elegido Zapatero para sus rezos el Éxodo 32-33. «Entonces Jehová dijo a Moisés: anda, desciende, porque tu pueblo, el que sacaste de la tierra de Egipto, se ha corrompido. Pronto se han apartado del camino que yo les mandé; se han hecho un becerro de fundición, lo han adorado y le han ofrecido sacrificios». ¿Qué mejor para un socialista que evocar el becerro de oro en el templo del capitalismo?

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Extrema derecha



Es la ausencia de derecha lo que conduce a la extrema derecha. Es la inexistencia de un discurso de derecha la que propicia la irrupción del populismo de extrema derecha. Es así y no al revés, por mucho que se pretenda, por mucho que la izquierda acorrale a la derecha ante cada problema con la invocación de ese demonio; por mucho que el complejo antiguo de la derecha la haga esconderse de sus propios planteamientos. Para combatir la extrema derecha, la derecha debe abandonar el relativismo al que lo invita esta nueva izquierda; para evitar la extrema derecha hay que descender a a los problemas de la calle y darles respuesta. Porque si no lo hacen, quien acaba surgiendo como un salvador es un fanático de extrema derecha. Es la ausencia de respuestas democráticas a los problemas de los ciudadanos lo que conduce a la extrema derecha.

La reflexión podría extenderse a la izquierda, que no en balde cuando irrumpe la extrema derecha en unas elecciones siempre se repiten las mismas preguntas: ¿Cómo es posible que un barrio obrero, tradicionalmente de izquierda, se haya volcado de repente con la extrema derecha? Ese, en efecto, es un problema grave de la izquierda, de la que se presenta estos días como una nueva izquierda amparada en un discurso prefabricado de sostenibilidad y género que deja sin respuestas los problemas reales de la sociedad. Lo que ocurre es que, equivocada o no en sus planteamientos, la izquierda no pierde su identidad mientras que la derecha se difumina y aparece ante el electorado como un sucedáneo de la izquierda. «Y esa fue la causa de que la derecha, condenada al silencio cómplice, acabó por perder gran parte de su identidad. En lugar de definirse por lo que era, a la larga se definía por lo que no era», que dijo Zarkozy.

Pensemos, por ejemplo, en lo sucedido en los últimos días en España con la cadena perpetua. El PP se limita a afirmar que es necesario abrir ese debate en España pero ninguno de sus dirigentes es capaz de aclararnos si son partidarios o no de la cadena perpetua, si piensan incluirlo o no en el próximo programa electoral. Sólo insinúan el debate, hacen un tímido guiño o al electorado, pero ‘sin significarse demasiado’, como se decía en la dictadura, porque con la sola mención ya le ha empezado a llover decenas de acusaciones de estar escorándose a la extrema derecha. Y nadie logra sacudirse los complejos para decir, abiertamente, qué piensan.
Sobre todo porque, al final, es verdad que los dos sistemas son muy parecidos; que la cadena perpetua revisable cada diez o doce años puede ser incluso inferior a un sistema que primer el cumplimiento íntegro de las penas en determinados delitos. Pero existen diferencias. Por ejemplo, la generalización del cumplimiento íntegro de las penas para todos los delitos, no sólo los de terrorismo. Por ejemplo, todas las relativas a los beneficios penitenciarios que tanto irritan a la sociedad. Por ejemplo, la salida automática de la cárcel sin que, al menos, se demuestre el arrepentimiento o aparezcan nuevas pruebas. Por ejemplo, la certeza de que si el delincuente es un psicópata sin posibilidad alguna de rehabilitación, no dejará la cárcel porque su reinserción en la sociedad jamás será posible.

En España, se quiera o no, existe una exigencia social para que determinados presos no salgan a la calle al cabo de unos años. Y aunque la realidad estadística nos indique lo contrario, que el porcentaje de reclusos en España es mayor que la media europea, una gran parte de los ciudadanos no lo percibe así. Que nadie lo olvide: Ante un problema así, es el silencio acomplejado lo que conduce a la extrema derecha.

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Qué pensamos



Lo mejor de la conversación en la que pillaron hace unos días a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, no era el exabrupto sino la fidelidad con la que aquella conversación transmitía los dos vicios más antiguos de la política de partido: Cainismo y vasallaje; los navajazos de los compañeros de partido y la renuncia expresa al criterio propio. Y se ha hablado mucho de lo primero, del tratamiento cervantino de la rivalidad interna en un partido político, ‘oh, qué hideputa y que rejo debe tener la bellaca’, y de la metáfora que componía aquella mujer vestida de peregrina, con su abrigo marrón oscuro, su bastón para el camino y su concha de Santiago al pecho, mientras maldecía en arameo por lo bajini. También se ha destacado la increíble estupidez de beneficiar a un adversario político, no porque se busca el pluralismo o el consenso, sino, sobre todo, para joder a un compañero de partido. Todo eso se ha destacado, sí, pero ha quedado colgada una frase, al final de la conversación, que tiene tanto valor como lo primero. Es cuando Aguirre y su vicepresidente hablan de los planes para ‘tomar’ la Cámara de Comercio madrileña. Surgen algunos nombres, algunas jugadas previstas, y ante el detalle de uno de esos cambios, la presidenta se pregunta: «Y nosotros, ¿qué pensamos de eso?». Eso es extraordinario. Qué pensamos, que es el eufemismo político de «qué tengo que decir cuando me pregunten», «qué tengo que opinar cuando me entrevisten». No hay un verbo que se prostituya más que el verbo pensar en esta frase: «Y nosotros, ¿qué pensamos de eso?»

Pueden estar seguros de que cuando un político rehúye una pregunta durante una rueda de prensa o en una entrevista es sólo porque esa mañana no le ha llegado a tiempo el argumentario del partido en el que se le indica qué tiene que pensar sobre esa materia. O porque el argumentario del partido señala eso: que de ese asunto no hay que pensar. Y ya le pueden poner delante de las narices la evidencia del motivo de la controversia, que seguirá respondiendo igual. En eso, aunque todos los partidos hacen sus argumentarios, el que mejor lo pone en práctica es el PSOE, que para eso es pionero en España en estas técnicas de comunicación.

Ayer, por ejemplo, era imposible encontrar una sola declaración sobre el paro que se saliera de la misma literalidad. ¿Sube el paro en España? «Los meses de enero son históricamente malos, pero este mes de enero es mejor que el de 2008». ¿Sube el paro en Andalucía? «Es un dato malo, lo son todos los meses de enero, pero en desempleo en Andalucía crece menos que en otras partes de España». Así, hasta que el debate se agote, consumido en su propia reiteración. Debate zanjado.

Ocurre, sin embargo, que hartos de oír la misma retahíla y de que los problemas sigan empeorando, lo que se resiente es el crédito político. Fíjense si no, por mucho que se repita que en España las reformas económicas son las mismas que se han puesto en práctica en Europa, lo que está ocurriendo en Alemania. A los cien días de revalidar su victoria en las urnas, Angela Merkel arrasa en las encuestas. En tres meses ha puesto en marcha una gran rebaja fiscal que ha hecho que los alemanes tengan en enero una nómina más alta y que las pymes y los autónomos trabajen con más margen. Los padres pagan menos por las guarderías y se ha subido las ayudas por cada hijo (184 euros por cada niño y, a partir del tercero, 190 y 215 euros al mes). El paro se ha quedado allí en el ocho y medio por ciento. ¿Se aprecia la diferencia?

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02 febrero 2010

Un cielo democrático



El valido de Sevilla, Alfonso Rodríguez y Gómez de Celis, acaba de anunciar la última conquista del gobierno municipal: «El ayuntamiento va a democratizar las vistas de Sevilla». De todos los peldaños que ha ido escalando el hombre desde la demokratia griega, debe ser éste que se anuncia en Sevilla el más original. Entre otras cosas porque si la democratización del paisaje se realiza en una ciudad como Sevilla la dimensión es distinta; que lo único que nadie le reprochará a esta ciudad es la belleza. Los rincones ocultos serán secretos a voces y las espadañas que coquetean con los pináculos de la catedral se ruborizarán con la mirada pública. Las azoteas y los tejados que se arrodillan cada amanecer a los pies de la Giralda serán a partir de ahora testigos mudos de esta nueva libertad que el Ayuntamiento de Sevilla ha conquistado para la Humanidad. Lo ha dicho el valido de Sevilla y así será.

El anuncio lo ha realizado para terciar en el cabreo que se ha generado en la ciudad al conocerse que el mega proyecto llamado de las setas –una especie de parasoles gigantes de hormigón y madera– va a costar cincuenta millones de euros, el doble de lo presupuestado. Eso de momento, claro, porque, tras cinco años de obras, nadie es capaz de decir todavía cuándo se van a acabar esas setas que «terminarán siendo como la Torre Eiffel o la pirámide del Louvre», como le dijo el otro día el valido a Juan Miguel Vega. La cuestión es que cuando los sevillanos puedan subir hasta la copa, disfrutarán de unas vistas que, hasta ahora, sólo eran propiedad de los ricos y acaudalados que viven en el centro de Sevilla y tienen azotea. De ahí su afirmación: «Vamos a democratizar las vistas de Sevilla». ¿Cabe mayor desahogo? Si con las setas el PSOE ‘democratiza’ las vistas de Sevilla, ¿podría considerarse a Hernán Ruiz como un precursor del marxismo por la Giralda?

Lo más desolador de todo es que el tal valido es de las nuevas generaciones de políticos del PSOE andaluz, con lo que ninguna enmienda pueden esperar los socialistas veteranos que se desesperan con ‘las ocurrencias de Zapatero’. En el caso de Sevilla, además, este tipo de bobadas es especialmente preocupante porque la ciudad que se va a gastar cerca de 150 millones de euros entre las setas y el tranvía que recorre un kilómetro en el centro, esa ciudad tiene ante sí un panorama «devastador», según el informe económico de la Cámara de Comercio. Un tejido empresarial primario, que no exporta nada, y una tasa de paro por encima del veinticinco por ciento. Si no fuera por el ejército de más de cien mil funcionarios de las administraciones públicas, Sevilla no tendría nada que llevarse a la boca. Sería bueno que la gente reparase en todo esto, que alguna vez, algún día, el personal asumiera que el dinero público es su dinero, y que fuera tan exigente con el gasto público como lo es con el control de su cuenta bancaria. Democratizar las vistas de Sevilla. Habráse visto cosa igual…

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