El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

31 agosto 2007

Rosa Díez


En los pasillos del Parlamento europeo, los eurodiputados socialistas no se conformaban con hacerle el vacío. La consigna iba más allá, más lejos, poder para sumarle al aislamiento el desprecio y la burla. Por eso, cuando ella subía a un ascensor, los demás lo abandonaban. Que todo el mundo lo sepa, que se vea, eurodiputados de todos los países: Rosa Díez, la que encabezó la candidatura, es ahora una apestada entre los suyos. La plaza pública, el escarmiento y la humillación inquisitorial siguen latiendo en el tejido sociológico español y quizá sea la política el rescoldo más caliente de aquellas hogueras.

La salida de Rosa Díez del PSOE, después de treinta años de militancia, tiene el único objetivo de seguir haciendo política, es verdad. Pero tras el cerco ominoso al que han querido someterla sus propios compañeros, parece claro que también se marcha con una lección personal a todos esos, les ha dejado sobre el escaño el acta de eurodiputada, que es el privilegio al que no renunciaría ninguno de los que la acosaban.

Se va Rosa Díez a buscar los aires socialistas fuera de la asfixia del aparato («me voy el PSOE para poder seguir defendiendo mis ideas socialistas») y la paradoja mayor de esa degeneración paulatina de la izquierda es que acabe beneficiando a quien cree combatir. De ahí las dudas de quienes se resisten a abandonar la militancia. Piensa Rosa Díez que ya «no sirve para nada defender esas ideas desde dentro», pero otros muchos sostienen que no hay posibilidad alguna de que se oiga a nadie desde fuera. Por el sistema electoral que sólo potencia a las minorías nacionalistas; por el bipartidismo imperante; por el dominio de tantos medios de comunicación, impermeables y feroces contra los disidentes; por la fijación del voto de izquierda que atiende antes a las banderías que a las razones. Para esos, desde ayer, Rosa Díez es una más de la derecha. Sólo eso. Ese será todo el mensaje.

Y aunque es verdad que las corrientes internas han desaparecido en el PSOE (Zapatero, como Chaves en Andalucía, ha laminado o acomodado a los disidentes hasta convertir el debate interno en un solar de falsa unanimidad), la dificultad se multiplica de forma exponencial cuando la tarea consiste en organizar un nuevo partido político a la izquierda del régimen. En Andalucía, por ejemplo. ¿Qué apoyos públicos, qué compromisos, qué ayuda puede encontrar Rosa Díez en Sevilla o en Málaga, las dos ciudades andaluzas en las que tiene previsto abrir una sede? ¿Dónde están aquí los intelectuales que acompañen a Savater?

Dos años después, Rosa Díez quiere recorrer el camino que ya intentaron los Ciudadanos de Cataluña. Es probable que se queden en el intento. De momento, de todas formas, que se abran las ventanas al aire fresco de nuestra utopía más reciente. «Es posible plantear una revisión del modelo de Estado en España desde un punto de vista nacional, sin hipotecas y sin complejos».

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30 agosto 2007

Sectarios


La llegada al Gobierno de Zapatero de una persona normal, alejada del discurso oficial y de los vicios políticos, le augura un futuro horrendo en el Gabinete. Cabe suponer, por lo tanto, que César Antonio Molina no va a acabar bien como ministro de Cultura. En ese cargo hubiera durado Carmen Calvo por tiempo indefinido, lo que haga falta, como dejó dicho Magdalena Álvarez; hasta que el césar (en tiempos de Felipe González los socialistas equilibraban el partido entre el ‘number one’ y Alfonso Guerra) baje el pulgar.

Pero César Antonio Molina no está hecho de esa pasta política, su ambición en esta vida no ha sido llegar al poder y retener el despacho, entre otras cosas porque, cuando lo abandone, se irá con la certeza de que ese puesto no es la cima más alta de su carrera. Por eso, no habrá de pasar mucho tiempo para que la destitución y bronca de Rosa Regás se le acabe volviendo en contra.
No va a durar, no. Un tipo que en política invoca la palabra dimisión y la vincula a una cuestión de salud democrática, no puede ir muy lejos. «Ya escampará», es la receta más utilizada en los escándalos políticos junto a la mención del caso con desdén. Como Rosa Regás, «en todas las bibliotecas del mundo se roba». La ética política no es el rasero, no es ésa la lógica que hace perdurar a este personal en el escaño, sino la obediencia y el sectarismo. Y en ese terreno, en esa forma de hacer política, los que se van a encontrar siempre serán Zapatero y Rosa Regás, no César Antonio Molina.

Los sectarios se cuidan entre sí, se nutren. Veamos, por ejemplo, dos reacciones definitorias del comportamiento político de ambos. A finales de julio, el presidente Zapatero dejó en un mitin de Juventudes Socialistas una de las frases más reveladoras de su pensamiento político. Ante la controversia de la nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía, dijo: «Los valores de la ciudadanía son los que deciden libre y responsablemente quienes representan a los ciudadanos». Es decir, mis valores, sus valores, los valores de la sociedad los decide la mayoría del Congreso cada cuatro años. También Regás tiene el mismo concepto de la democracia, de las sociedades libres y de la libertad individual. A principios de año, en una de las recurrentes denuncias, muchas de ellas de emigrantes andaluces, sobre la imposición del catalán en las escuelas, dijo en Telemadrid: «Me parece natural que si un señor quiere educar a su hijo en castellano que no le guste que lo eduquen en catalán. Pero está en Cataluña y en Cataluña han ganado las elecciones los que quieren que se eduque en catalán. Y así está. No sé, es que no veo cuál es el problema».

Que no va a durar, que no. Lo cual, que ya se ha abierto el plazo de inscripción para el club de apoyo a César Antonio Molina, esa rara avis del Gobierno que, además de carácter, convicción y principios, atesora entre sus galardones el de Caballero de las Artes y las Letras de Francia. Si Rosa Regás lo hubiera descubierto a tiempo, seguro que lo incluye entre los motivos machistas de su destitución.

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29 agosto 2007

En paz


La mañana perdió su anchura. Pensaba qué escribiría Umbral, qué diría de una mañana de agosto dispuesta por la muerte para ser la única protagonista; un día de sol que la muerte hilvana con sus sombras y compone un retablo de desgracias. Pensaba qué diría de este día que amaneció con familias enteras lamentando la muerte de una actriz que se había hecho entrañable en los hogares; que diría al ver que, muy poco después, todo se solapa con la muerte del mejor columnista de la prensa española. Y cuando no se habían agotado las palabras de consuelo, estalla el corazón de un futbolista al que todo el mundo vio desplomarse en el césped.
Pensaba en Umbral, qué escribiría de ese día en el que el verano se quiere despedir y lo asalta de repente una sombra de muertes. «La mañana perdió su anchura», lo escribió Umbral a la muerte de su hijo. Y ayer, al abrir su novela por cualquier parte, buscando una respuesta a esa fatalidad de día, apareció repentina esa frase. Es lo que ocurrió, sí, que la mañana, vacacional, alegre y despreocupada, perdió su anchura, su anchura de felicidad efímera. «Las uvas doradas», que fueron las tres palabras que Umbral dejó de testamento. Como aquellas otras que Machado se guardó en el bolsillo antes de morir en Collioure, «Estos días azules y este sol de la infancia».
Pensaba en Umbral y en las lágrimas de tantos aficionados que ayer deambulaban por Sevilla sin rumbo fijo, sin saber a dónde ir porque la muerte de un ídolo nos hace sucumbir en una desolación extraña, en una angustia que no sabe expresarse. Nos atraviesa el dolor hondo de un ser querido ante la muerte de un famoso al que sólo veíamos de lejos, en las fotos, en el campo.
Por eso las velas rojas en todos los rincones, y un aficionado, en cuclillas, llorando solo frente a las taquillas cerradas del estadio de fútbol. ‘Sevillista seré hasta la muerte, sevillista seré en tu muerte’.

Pensaba en Umbral, en el giro poético de su novela porque no hay nada rosa en la muerte. El consuelo que buscamos tampoco era su consuelo. «Dios no me ha tomado nunca en serio. No es una cuestión de fe o de falta de fe. Es una cuestión de pluma», escribió Umbral para justificar a continuación que su pluma no era mística, que la suya estaba pegada a la verdad y a los días. «Estoy anclado en la realidad, condenado a la verdad, sujeto a la vida. Soy un piso un piso interior que sólo da a traspatios cotidianos». Quizá por eso sólo encontró la paz en el vaivén de la mecedora en la que acunaba a su hijo. «La paz no era una cosa para leerla en los libros. La paz era viajar en una mecedora cabalgado por un niño que habla dormido. En el vaivén de la mecedora se va trazando una vida, un fracaso, una resignación, una distancia, un miedo, una soledad, una cobardía, un amor. Qué manera tan dulce e insospechada de renunciar».

Pensaba en Umbral y abrí su libro. Sentí el vaivén de una mecedora vacía. Es la paz que habrán encontrado y nuestra única esperanza.

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27 agosto 2007

Sombras

Binstock es sombra o es nada. No existe el personaje sin la sombra alargada sobre el callejón, este callejón en el que estamos los demás. Judah Binstock es misterio o es nada, no existe el magnate sin la aureola enigmática de un tipo que no se deja fotografiar, acaso para que nadie le robe la mirada que, en su juventud, hería como un puñal. Judah Elezar Binstock es sospecha o es nada, y nada de lo que suceda en Marbella se explica sin su presencia, sin su silencio. Sin su sombra.

Al principio del verano, un frufrú de sirvientas y mayordomos alertó al personal de la vuelta de Binstock a su mansión de Marbella. Algunos dicen que lo han visto, en silla de ruedas, en una cena de gala. Ni fotos ni testimonios, sólo la sombra de Binstock de vuelta de París. La sombra y su efecto. Porque Binstock siempre gana. Veamos.

Por lo publicado, se sabe que Binstock posee varios millones de metros cuadrados en la Costa del Sol y en Marbella está considerado como el principal propietario de terrenos. Durante la etapa de Gil, la mayor parte de sus propiedades fueron recalificadas en la revisión del Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) de 1998, considerado ilegal. Sin embargo, después de todo lo ocurrido, parece que ninguna de sus propiedades se va a ver afectada por el nuevo PGOU que ha redactado la Junta para poner fin a la ilegalidad. Al contrario, la alcaldesa de Marbella ha desvelado que Binstock ya ha negociado «personalmente» con el Gobierno andaluz para que sus terrenos no sufran ninguna alteración, con lo que es de entender que se legalizan las recalificaciones que le afectaban de la etapa de Jesús Gil.
En la trama judicial, a Binstock no le ha ido peor. En el amplio abanico de testimonios que se han ido recabando durante la instrucción del ‘caso Malaya’, el juez Torres no ha considerado oportuno citar a Binstock jamás, ni como el mayor propietario de suelo, ni como testigo inevitable de la corrupción marbellí. Ni siquiera lo citaron cuando uno de los constructores imputados afirmó haber pagado a Roca una comisión de 350 millones de pesetas después de que éste actuara de intermediario en la compraventa de medio millón de metros de terreno de Binstock.

A estas alturas, puede parecer incluso anecdótico que, a final de los noventa, el Gobierno andaluz le adjudicara a Binstock, con descaro y soberbia, el Casino de Sevilla y que, ahora, después de que el Supremo haya anulado la concesión por las irregularidades, la propia Junta admita que, de nuevo, el Casino se le concederá a la sociedad de Binstock. Y más anecdótico aún será que todo ello coincida con la decisión de dos inspectores de Policía, considerados como los principales expertos del ‘caso Malaya, de dejar la investigación «ante las trabas para poder establecer posibles conexiones con la Junta y con algunos nombres incómodos». Anécdotas, sí, porque Binstock es sombra o es nada. O como él mismo dejó dicho a un colega, «les légendes mon ami, les légendes».

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26 agosto 2007

Epicuro

La política de estos tiempos, tan agria y prefabricada, ofrece pocas oportunidades para la reconciliación. Pero a veces, llega. Hace poco, por ejemplo, casi al final del curso político. En medio de la tormenta navarra, cuando el huracán de los tránsfugas y las traiciones en los ayuntamientos, en plena vorágine de maldiciones tras los últimos plenos, llegó una noticia singular de cuatro diputados de Málaga en el Congreso: «Los diputados del PP Celia Villalobos, Ángeles Muñoz, Federico Javier Souvirón y Juan Manuel Moreno han desvelado que el puesto de la Guardia Civil de Canillas de Aceituno no cumple el horario de atención al público y piden explicaciones al Ministerio del Interior». Genial, o sea. Si yo fuera presidente de las Cortes, condecoraría a los diputados y pondría ese recorte de prensa en un lugar visible de la entrada, justo al lado de aquella frase de Ortega que otra vez he sugerido para la misma fachada: «Señorías, es de plena evidencia que hay sobre todo tres cosas que no podemos venir a hacer aquí, ni el payaso, ni el tenor, ni el jabalí».

¿Pues no tenemos la percepción nítida de que la clase política está cada vez más alejada de los problemas reales de la población? Frente a esas certezas, el desconcierto de Canillas de Aceituno. Imaginen la cara de Rubalcaba si en un debate, el portavoz del PP le preguntara qué está ocurriendo con el cuartelillo de la Guardia Civil de Canillas del Aceituno, que todo el pueblo está molesto. Si la política se recrea tantas veces en su faceta de arte vaporoso, si la clase política se enroca en sus propios problemas, tendría que estar legislado una cuota para estos problemas de la vida misma.

Que el futuro de la política, en fin, está ahí, en la conciliación del interés ciudadano con el discurso político. Hace unos años, Luis Goytisolo escribió un artículo, ‘Frustración y narcisismo’, sobre el desastre de la corrección política, de cómo afectaba a la sociedad que, paulatinamente, se iba convirtiendo en egocéntrica y despreocupada, dos estados de ánimo que conducen a la intolerancia. Es esa tendencia creciente, que vemos mucho en política, a rechazar de antemano la posición del contrario, «tú tienes tus ideas y yo, las mías». Pero la política, sin la raíz de dialéctica socrática, se convierte en guerra de trincheras. Y concluía Goytisolo: «El ser humano ha conocido tiempos más sombríos; tan bobos, posiblemente no. Decididamente el mundo está más necesitado que nunca de un pensamiento estoico adecuado al presente, de un neoestoicismo. O de un nuevo epicureísmo. O mejor: de los dos».

Veremos. De momento, parece claro que el empirismo social de Canillas de Aceituno no forma parte de lo políticamente correcto, luego esa iniciativa parlamentaria va por el buen camino. ¿Una nueva filosofía, otra política? Cualquier cosa antes de aceptar esta sinrazón de que los años de mayor progreso y civilización sean, además, los más bobos de la Humanidad.

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24 agosto 2007

Servilismo


Agosto nos deja para la memoria efímera de estos días la imagen del secretario de Estado de Comunicación, Fernando Moraleda, sirviendo de camarero a su jefe, el presidente Zapatero, y a su mujer, Sonsoles, en un bar de Sanlúcar de Barrameda. Si es común en política que los dirigentes impongan en su entorno un cerco de servilismo insalvable, tierra quemada, esa estampa está condenada a convertirse, inevitablemente, en munición pesada para los enemigos del secretario de Estado. Sólo hay que verlo así, como ha aparecido, inclinado, introduciendo con cuidado unos platos en la mesa mientras su jefe y la señora sonríen a los fotógrafos y no le prestan ninguna atención al voluntarioso Moraleda. Podría esperarse que Zapatero o Sonsoles, al verlo, se revolvieran de inmediato, ‘quita, quita, hombre, pero qué vas a hacer, siéntate con nosotros, Fernando, y déjate de traernos platos a la mesa’. En ese caso, nada. Sonrisa pétrea.

Piensen además que, como los dos son castellanos y como Zapatero tiene esa vis de locura quijotesca, lo complicado será mirar a partir de ahora a Moraleda y no verle cara de Sancho cuando camine por La Moncloa dos pasos por detrás de su señor. «Aquí trayo una cebolla y un poco de queso y no se cuantos mendrugos de pan, pero no son manjares que pertenecen a tan valiente caballero como vuestra merced».

De todas formas, reitero, sólo los enemigos de Moraleda habrán de sacar esa foto del estricto ámbito de lo anecdótico y sería injusto que, por un gesto así, se denostara al secretario de Estado. No, si Moraleda ha sido servil, si ha escalado peldaños en el escalafón socialista no es por hacer de camarero. El servilismo de Moraleda hay que verlo antes, cuando era dirigente de una organización agraria, la UPA. ¿Cuál fue su comportamiento entonces en momentos clave, como la Guerra de Irak? El episodio lo cuenta en un libro Inocencio Arias, que aquellos días era el Embajador de España en la ONU, encargado de transmitir las decisiones del Gobierno. Todo comenzó un día cuando la lectura de los periódicos le deparó al embajador «una archinesca sorpresa». Al repesar la prensa, Inocencio Arias se encontró con el siguiente titular de El País: 'La UPA abre un expediente de expulsión de Inocencio Arias por su entusiasta actividad en el ataque y ocupación de Irak'. Ya me contarán qué tiene que ver que Arias pueda tener una finca de cereales o patatas, que es por lo que se supone que sería miembro de la UPA, con su actividad como embajador en la ONU. De ahí la desolación de Inocencio Arias: «La actitud de los penosos capitostes de la asociación, en una carta que me dirigió Fernando Moraleda, me parecía sencillamente grotesta. ¿Que pretendían que hiciera con lo que me pedía un Gobierno, mi Gobierno? Yo ni siquiera estaba emitiendo mi opinión, era un funcionario siguiendo al pie de la letra las instrucciones de un Gobierno legítimo».

Ahora, al ver equivocada la acusación de servilismo a Moraleda por hacer de camarero, he recordado este otro episodio, que Arias no duda en calificar de incidente de "tufillo facistoide y franquista". La diferencia entre el servicio al Estado, al Gobierno, y el servilismo al líder del partido. No debe ser, además, un dato irrelevamte el hecho de que Inocencio Arias hubiera formado parte del Gobierno de Felipe González, como antes lo hizo de la UCD y, posteriormente, del Gobierno de José María Aznar como embajador en la ONU. Hasta la llegada de Zapatero no se truncó su trayectoria, y de la peor manera. En fin, que quizá porque he imaginado a Inocencio tumbado en la playa, en Almería, recordando aquellos días con la foto de marras en la mano, he recordado su encontronazo con Moraleda. Igual piensa Inocencio que una cosa lleva a la otra.

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23 agosto 2007

Pederastas


Me contó que la rutina más ansiada de sus días de vacaciones era el paseo final después de cenar, con el murmullo solitario de las olas al fondo y aquel paisaje de la arena ondulada y desierta que conservaba las huellas de una invasión reciente. Me contó que caminaba por el paseo marítimo de la mano de su mujer, pensando en la transformación repentina de aquel paisaje de playa como un símbolo diario del paso del tiempo; la fugacidad con la que pasamos del ajetreo al vacío. Me contó que aquel día su hija de trece años se había adelantado unos metros, el tiempo que ellos dos se detuvieron en la heladería.

Caminaban de la mano, una mirada al mar, otra mirada a su hija, que ya parecía mayor, con esa faldita vaquera, la camisa blanca de tirantas y los hombros al aire, redondos, brillantes y bronceados. Me contó que estaba tan relajado en aquel paseo que no advirtió que un tipo les adelantó, con paso rápido, hasta que se colocó a pocos metros de su hija y, entonces, cambió de ritmo y comenzó a caminar despacio, con sigilo. Me contó que, sin saber exactamente por qué, pensó de repente que algo no iba bien. Miró a su mujer, luego otra vez al hombre y a su hija delante de él. No lo pensó, también él aceleró el paso y, cuando estaba cerca, la llamó: «¡Raquel, Raquel!». Antes incluso de que su hija volviera la cara, aquel tipo se giró. Los dos se quedaron inmóviles. No era la primera vez que se veían. «Te conozco, pero quién coño eres», se preguntó.

Fue un instante, sólo un instante. Cuando su hija volvió la cara ya sólo pudo ver a su padre, pálido, mirando a aquel tipo que huía por uno de los callejones que confluyen en el paseo marítimo. Sí, ya no tenía dudas. Conocía bien a aquel tipo porque tan sólo unos años antes lo había mandado a la cárcel por un delito de abusos a menores, en su anterior destino en un juzgado de Castilla. Me contó aquel magistrado que también el violador de menores le había reconocido, que por eso salió huyendo. Estaba decidido a revisar el caso nada más volver al despacho de la Audiencia, pero tampoco le iba a extrañar que él mismo o algún ex compañero le hubieran atenuado la prisión, en función de los beneficios penitenciarios existentes.

Que se hubieran encontrado tantos años después en la playa no era más que eso, una casualidad. El mismo azar que había salvado a su hija del violador, porque nada habría sucedido igual si se hubieran retrasado en la heladería, si se hubieran sentado en el pretil del paseo marítimo a contar las olas del mar. Lo único que no era casual es que aquel violador estuviera en la calle. Tampoco la certeza de que, como aquella noche con su hija, lo volvería a intentar. Pero como siempre dice, eso es algo que no depende de jueces sino de la sociedad, de la legislación de un país. Y toda la historia me la contó cuando una tarde de otoño yo le pregunté: «Señoría, ¿es posible la reinserción de un psicópata o de un pederasta?»

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21 agosto 2007

Demonios


La desmesura del contrario es un colaborador necesario en la estrategia socialista. Lo hemos visto durante toda la legislatura y se vuelve a repetir la jugada ahora con la Educación para la Ciudadanía. Se trata sólo de conseguir que, al final, el debate se ciña a un esquema mental tan primitivo como efectivo en España. Por ejemplo: Los obispos han establecido que «quien enseña Educación para la Ciudadanía colabora con el mal», como dejó dicho monseñor Cañizares y, desde aquel día, los gurús de la propaganda del PSOE brindan por el éxito anticipado.

Es decir, que otra vez estamos en las mismas. Como con la Ley de matrimonios homosexuales, la de Memoria Histórica o, incluso, durante el mismo ‘proceso de paz’ con ETA. Como la jugada es repetida, hagan el ejercicio de situarse fuera del debate. Piensen en el ruido estruendoso de estos debates en la radio, en la tele y observen al personal confundido, porque ve que la oposición tiene razones, pero también el Gobierno. Y unos esgrimirán un libro de Akal y otros un tratado de Marina. La duda se mantiene en el aire hasta que, de forma abrupta, la resuelve la desmesura. «Zapatero es ETA», «Zapatero es el demonio». Entonces, ya está claro. Porque la Educación para la Ciudadanía puede ser buena o mala, pero lo que está claro es que Zapatero no es el demonio, el Mal. Luego está claro quien miente. Batalla ganada por los gurús del zapaterismo.

Esta dialéctica tan elemental como irritante, tan absurda como correosa, la hemos visto repetida en Andalucía hasta la saciedad, porque el éxito aquí de la hegemonía socialista no es calculable sin el miedo a la derecha. Se trata sólo de evitar que el debate político se ciña a proyectos, a realizaciones del Gobierno o de la oposición, porque lo esencial es encontrar la piedra mágica, anatemizar a la derecha. Pensamiento binario. Azul y rojo, facha y progre, rico y pobre.

En el conjunto de males de la educación en España, el invento de la Educación para la Ciudadanía no va a ser más pernicioso que otros desastres del sistema que ya se han hecho comunes y patentes como el creciente fracaso escolar o el deterioro de la formación universitaria. En el peor de los casos, como creo haberle leído a Félix de Azúa, en realidad, no se trata de una educación en valores, sino de una educación de contravalores, «que esa es la ideología del presidente del Gobierno (...) una escasa preparación para el sacrificio, unida a la pereza intelectual que le impide analizar asuntos que exigen esfuerzo, trabajo, tesón, unidad y sacrificio». Pero nada de eso se puede considerar novedad en la educación, lo novedoso es que nada de ello se había convertido hasta ahora en aliciente electoral. Sugiero, por ello, que quienes objeten de la Educación para la Ciudadanía lo hagan en su propia casa, en los centros escolares y, si lo desean, en los tribunales. Pero sin estruendos, que al demonio no se le ha perdido nada en esta historia.

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20 agosto 2007

La jaula


(A la memoria de Manuel María Becerro Parreño, ex diputado andaluz del PSOE, un hombre de izquierda con principios, ideales y utopías)


Tendrán que ser los historiadores del futuro los que determinen si fue antes la estupidez que el relativismo o si ocurrió a la inversa, pero apostaría cualquier cosa a que la conclusión general será que la deriva política más peligrosa de estos tiempos es ésta que bascula entre el relativismo y la estulticia. La más dañina, sí, porque a los fascismos y a los totalitarismos se les ve venir, se les combate con firmeza y determinación, y no hay posibilidad de que se cuelen por las rendijas de la democracia como un gas paralizante. Y el relativismo, teñido de buen rollito, barnizado de izquierda (qué ofensa), es una ideología cómoda, facilona, prêt à porter. De ahí el peligro de esa modorra intelectual.

Total, que con esta nadería de lo políticamente correcto lo que ya no se sabe muy bien es si estamos ante una anécdota diletante de la historia o ante el pensamiento mayoritario de la sociedad occidental. ¿En qué cree Occidente?, que es la duda inquietante de Popper a la que siempre habremos de volver porque sigue sin resolver. Para no embadurnar el ánimo en una charca de pesimismo, dejemos la cuestión en punto muerto. «De momento, Occidente no cree en nada. Vuelva mañana, a ver».

Cualquier día es bueno para encontrar una docena de ejemplos de este desnorte social. Basta con ojear las noticias que van y vienen de Irak, los debates educativos o el cínico despilfarro de los montajes multiculturales. Pero vayamos a un ejemplo cercano, la famosa entrevista en el Sur de Málaga de Soledad Jurado, la primera mujer decana y magistrada de la Audiencia de Málaga. No ocurre nada porque se muestre como una entusiasta de Zapatero, al que anima a que persista «en seguir buscando un camino para conseguir la paz con ETA». Tampoco sorprende que el único consejo que le dé a Rajoy sea «que apoye a Zapatero». Ni siquiera asombra que censure que el mundo de la judicatura tenga «una escenografía muy conservadora, las togas, los crucifijos, los sillones… todo muy arcaico», ni que coja la pancarta decidida y afirme, «por supuesto que sí», que habría que procesar a Aznar, Bush y Blair por la Guerra de Irak.

De todo ese ideario prefabricado, lo mejor es lo que piensa de las cárceles, del sistema penitenciario. Ojo a la respuesta porque es de suponer que, con frecuencia, esta magistrada malagueña manda a alguien a la trena: «La cárcel –dice la magistrada– es una jaula donde se esconde a los ciudadanos que nos molestan a las clases medias de la sociedad». Ahí quedó. Si la magistrada ofrece la oportunidad, habrá que preguntarle si en la lista de ciudadanos que «nos molestan» incluye también a los violadores. De momento, lo suyo sí que es para enmarcarlo en esa jaula sectaria del buen rollito.

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18 agosto 2007

Iglesias


En el portón de entrada del palacio arzobispal, el obispo había mandado colocar un cartel de letras gordas: «El señor obispo sólo recibe los martes de diez a una. Y no insistan». Si el padre Zabala se fijó en aquel detalle es porque, antes de entrar, ya tuvo claro que no había nada que hacer, que la distancia entre el obispo y él era mayor que la que separaba su parroquia en la Amazonía peruana y el convento de dominicos de los Picos de Europa al que le obligaban a volver. Aún así, pasó al despacho de caobas centenarias del obispo y se colocó frente a él. Para recibir sus órdenes. Que entre aquellos dos hombres hubiera algo en común, que estuvieran unidos por un mismo dios, y que respetaran una jerarquía, debe ser algo que sólo entienden ellos, uno de los misterios insondables de la Iglesia católica. El uno, repeinado y suntuoso; el otro, un misionero navarro, de largas barbas blancas, sandalias y túnica gastadas, como salido de ‘La Misión’ con Robert De Niro.

Conocí a Zabala en el País Vasco, entre pucheros, en unas jornadas que organizaron en julio los inteligentes gestores de la catedral de Vitoria, un prodigio de explotación turística de un monumento en obras. El padre Zabala era uno de los invitados a las jornadas de la Fundación Catedral Santa María, ‘Recetas del Alma’, que reunió allí a monjes de toda España, de todas las órdenes, de todos los aspectos. Cistercienses, benedictinos, franciscanos, dominicos, paulistas… Tan distintos entre ellos como sus platos, cuencos de gazpacho blanco, bandejas de perdices rellenas con jabalí y calderos de sopas de ajo y estofados. Banquetes reales y comida para peregrinos.

De todos aquellos monjes, el único que había salido en la portada del New York Times era el padre Zabala, el día que se publicó una foto suya, suspendido en el aire por cientos de brazos de campesinos e indígenas que lo llevaban en volandas de regreso a la parroquia desde la escalerilla del avión que pretendía tomar por orden del obispo. Dice el padre Zabala que su único ‘pecado’, lo que le enemistó con el obispo, fue su decisión de no cobrar a los feligreses por bodas, bautizos y entierros unas tasas que, a veces, triplicaban el sueldo de aquellas criaturas.

He recordado al padre Zabala ahora que en Albuñol el personal anda revuelto con el traslado de su párroco. Sólo los diletantes se permiten dar lecciones a la Iglesia sin pensar que, muchas veces, en esos contrapesos radica el secreto de dos mil años de existencia. Es verdad, sí. Pero es tan cierto como que no tiene sentido que en estos tiempos esos obispos remilgados y repipis se empeñen en batallas autoritarias. Lo que se precisa de la Iglesia católica, lo que se necesita, es justo lo contrario, apertura, respeto y adaptación a la sociedad. Frente al fundamentalismo, ejemplos de civilización. Frente al autoritarismo, principios, valores. Por mucho que esos obispos coloquen en la puerta el cartel de sus delirios: «Y no insistan».

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15 agosto 2007

Bercy


El mitin del PSOE en Jerez nos da la medida de la campaña electoral que se avecina. Zapatero y Chaves de la mano, en unas elecciones conjuntas, subidos en un atril, parodiándose a sí mismos. «Presidente, qué bien tienes España, que somos el motor de Europa, la vanguardia social del mundo», «no, no, presidente, tú sí que lo haces bien, que está Andalucía tirando de España y los niños andaluces no caben en las clases de llenas que están con los centenares de miles de ordenadores que les has puesto».

Éste será el tenor, como ya se ha visto en Jerez. Por esa razón, la duda fundamental no está ya en la estrategia socialista, sino en el discurso del Partido Popular. Quiere decirse que Zapatero ha recompuesto su discurso con la destreza que aporta la inconsistencia ideológica del presidente y la velocidad de olvido de la sociedad, que va pareja a la aceleración de los tiempos. ¿Qué queda en la sociedad de los temores de las reformas estatutarias? ¿Y del ‘proceso de paz’, de la negociación de Navarra? Como si la sociedad española se despertara de una siesta pesada, la turbulencia ha vuelto al punto en el que se encontraba. Cataluña reclamando más competencias, Ibarretxe buscando un hueco para retomar su plan, Andalucía esperando, otra vez, que le paguen la ‘deuda histórica’, y así sucesivamente. Y De Juana Chaos en la cárcel, como Otegi, y la kale borroka en las calles. ¿Que Zapatero estaba dispuesto a ceder ante ETA, que mintió reiteradamente durante el proceso de paz? ¿Que todavía no se sabe cómo se van a cuadrar las cuentas autonómicas? Sí, todo eso es verdad, pero, a ver, qué peso real, estadístico si quieren, tiene entre el personal ese pasado inmediato.

Los dirigentes del Partido Popular pueden, ante ese cambio de ritmo, enrocarse en sus discursos más eficientes, pero no obtendrán ni una gota de desgaste más del Gobierno de Zapatero. También al PP le hace falta un cambio de ritmo, un discurso nuevo. A Rajoy le hace falta el discurso de Bercy de Nicolás Sarkozy, la capacidad de entusiasmar a la sociedad; la demostración de solidez que aportan las ideas, los principios; la imaginación que ofrecen los retos, las nuevas apuestas; la frescura que se respira con la ruptura de los tics y complejos de la derecha española.
«El pensamiento único había denegado a la política la capacidad para expresar una voluntad. Pero la política retorna. Habían querido hacernos creer que el alumno vale tanto como el maestro, que no había diferencias de valor y de mérito. Habían proclamado que todo está permitido, que la autoridad había terminado, que las buenas maneras habían terminado, que el respeto había terminado. Conjuraremos lo peor haciendo que la moral retorne a la política». Sarkozy, en Bercy.

El mitin del PSOE de Jerez nos da la medida de la campaña que viene, Zapatero y Chaves deslizándose embadurnados con el aceite de esta euforia nueva. ¿Dónde está el discurso de Bercy de la derecha española?

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Señoritos


Como ya no encontraba más palabras, como se le habían agotado todas las formas de invocar el verbo dimitir, el portavoz de Esquerra Republicana rebuscó en su cartera de cuero y rescató unos folios con los principios fundamentales del independentismo catalán. Fue entonces cuando miró a la ministra y le espetó: «No vuelva más a Cataluña en plan señorita andaluza». En el limitado ideario nacionalista, en ese mundo primario e irracional, el mayor insulto es la partida de nacimiento. Por eso a Montilla lo llamaron por charnego y a la ministra de Fomento le arrojan a la cara el tópico andaluz. El portavoz se fue del Congreso tan henchido, que al instante reflejó en su blog la hazaña. «Li he demanat que no vingui a Catalunya com un "señorito andaluz que trataba a sus paisanos con mirada altiva". I aquí si que ha perdut els papers, s’ha picat de valent. La veritat ofèn i s’ha ofès».

La polémica, con todo, no merece más atención que la mera constatación del racismo imperante en estos individuos, neofascistas recubiertos de estética progre. Como Joan Puig, al que recordarán hace un par de años en el asalto del chalé de Pedro J. en Mallorca, con el carné de diputado en la boca y las mollas rebosantes sobre unas bermudas azules. Si alguien se acerca en estos días al tópico del ‘señorito andaluz’ son precisamente estos nacionalistas, arrogantes, prepotentes, soberbios. Lo cual que el choque de ayer entre el tal Puig y Lady Aviaco debió ser terrible. ‘Colisión brutal de dos soberbias, la ministra de rojo y el independentista progre’, que podría titularse.

Es normal, por tanto, que dos políticos curtidos en las autonomías acaben confrontando sus soberbias en el Congreso, porque es ahí donde se puede encontrar hoy a los nuevos señoritos, a los nuevos caciques. Virreyes autonómicos cargados de prepotencia. Mira que es amplio el abanico de reproches que se le pueden hacer a Magdalena Álvarez, aquella ‘Lady Aviaco’ que, picada por la altanería, pidió 444 billetes de avión gratis cuando, al cambiar el Gobierno, le comunicaron que tenía que abandonar el consejo de administración de Aviaco. Si no le produjo ni el menor remordimiento aquel abuso, ya pueden imaginar qué le importará a Magdalena Álvarez que se colapsen las infraestructuras en Cataluña. Su receta de ayer la retrata, se presentó en el Congreso vestida de rojo y se limitó a mirar a los diputados con displicencia, que es lo suyo.

De todas formas, no nos alejemos de la reflexión principal tras el colapso de infraestructuras de Cataluña. La duda esencial. Si Cataluña es de las comunidades con más autonomía desde el inicio mismo de la Transición; si es, además, «la primera comunidad en volumen de inversión» por parte del Estado; y si, desde el franquismo, goza de infraestructuras y servicios por encima de la media española, ¿no será que el cortocircuito está en la demagogia de esa clase política soberbia y endogámica?

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14 agosto 2007

Vinagres


Dice Antonio Romero que Chaves «tiene menos fuerza que el vinagre de higos». Antonio Romero sólo alcanza la pureza en verano, en agosto, cuando se va a Humilladero y se pone a repasar la actualidad política al amanecer, caminando por veredas secas que se despiertan oliendo a jara. Romero coge sus galgos y se echa al campo, a rebuscar titulares igual que sus vecinos salen a rebuscar espárragos en invierno. Luego, de regreso a casa, empapa con aceite una rebana de pan y, cuando los demás se levantan, él ya tiene el trabajo hecho, que para eso es el político que se queda de guardia en la autonomía andaluza todos los veranos.

Esto de asociar el vinagre con Chaves da para una tesis de la política española, porque es verdad que está la cosa avinagrada y porque podríamos comenzar a catalogar al personal por su acritud. Este es agrio como el vinagre de manzana; éste es fuerte como el vinagre de arroz; este otro es vaporoso, como el vinagre balsámico. Los nacionalistas habrán de ser provincianos, como el vinagre de sidra, y lo que siempre nos faltarán serán discursos universales, como el vinagre de Jerez o de Sanlúcar.

La lista la ha comenzado Antonio Romero con un vinagre desconocido, el vinagre de higos, y lo asocia al presidente de la Junta de Andalucía. Vinagre de higos es como un vinagre equivocado, trabucado, inexistente.

Pero es verdad que existe el vinagre de higos (una rareza elitista, como el vinagre de manzana con miel), y si Romero lo asocia al presidente Chaves no es por su singularidad, sino por sus características organolépticas: Es flojo, inconsistente. Si fuera por su peculiaridad, Romero habría dicho que Chaves es más raro que el vinagre de higos, pero no se refiere a eso, sino a lo endeble. Y es verdad que Chaves es así, la envidia de los presidentes autonómicos cuando llega al despacho recién peinado a las once de la mañana, después de una buena sesión de gimnasio. El control absoluto, hegemónico, de una región tiene esas cosas, que el presidente acaba convirtiéndose en vinagre de higos. Un vinagre por obligación, digamos.

Romero sólo se equivoca cuando deduce la flojera de Chaves de su escasa capacidad de influencia en el Gobierno de Zapatero. No es así. Lo que Romero ve en Chaves es la sumisión del presidente andaluz con el Gobierno de la nación cuando es socialista. Siempre ha sido así. Ahora toca vinagre de higos, como antes, con Aznar, tocaba vinagre de hiel.

En fin, vinagres. Antonio Romero, el ciudadano Romero, alcanza la pureza, su ideal republicano, cuando hace política en agosto, lejos del despacho de la Mesa del Parlamento, que siempre será un sillón prestado, impostado. Se levanta de madrugada y rebusca titulares con los galgos. Cuando ha amanecido, aún le queda tiempo para mandarle a Raúl del Pozo a Marbella unas botellas de aceite de oliva a cambio de que le regale en sus columnas sueños comunistas.

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13 agosto 2007

Toros


La política en España es atávica y primaria. Por eso se reivindica siempre en agosto en estado puro, nos muestra su esencia y su olor, de sangre seca, de odios desparramados, de miedos asumidos. La política en España es pedestre, ordinaria, de terruño, de ahí el arraigo histórico de los nacionalismos, una hiedra que trepa fértil en el campanario de la aldea, que florece en campos de amapolas provincianas.

El terruño, la muerte y el odio. De esa triple esencia se nutre el nacionalismo y, por esa identidad genética, se han convulsionado este fin de semana las tripas de radicales vascos y catalanes, para gritar en torno a un ataúd. Danzas de muerte en el calor de agosto. Se podría añadir que también en Andalucía los nacionalistas se han reunido en torno a la memoria de un fallecido, Blas Infante, pero la comparación sólo serviría para señalar las diferencias abismales entre unos y otros, que nada tienen que ver.

El odio es la diferencia, el rasgo que convierte en iluminado a un tipo como Xirinacs, que se echa a morir en el bosque, a los 75 años, enfermo y débil, con el ánimo de convertir su muerte en sacrificio. Un tarado que se quiere convertir en un mártir que «ha vivido esclavo 75 años en unos países catalanes ocupados por España, Francia e Italia desde hace siglos». El odio es la diferencia que convierte en indeseable a un etarra como Pelopintxo, que hace de su cáncer una muerte «consecuencia de la política de persecución asesina de los Estados».

La política en España es atávica y primaria y siempre se reivindica en agosto. Danzas en torno a un ataúd, guerras de banderas y pedradas en un monte solitario contra un toro de Osborne. Nos falta perspectiva histórica para entender y valorar el significado de estos actos. La imagen de esos independentistas que han derribado el cartel del último toro de Osborne que quedaba en Cataluña. La estampa de las maderas negras y los hierros tirados en el suelo, al pie de un camino de tierra, en el lomo de un montecito de yerbas secas. Y sólo una pintada, «Puta España».

España, piel de toro, odio a un toro propaganda de un coñac. Ese es nuestro hecho diferencial como españoles. Aparece desnudo en agosto y atraviesan las páginas de la actualidad como hechos habituales, sin que nos percatemos de la trascendencia, sin detenernos en el mensaje, en el símbolo de esa danza de ataúdes, del toro de madera partido en el suelo. Sin fijarnos en los trozos de ese toro de siglos, como en el poema de Miguel Hernández. «Partido en dos pedazos, ese toro de siglos/ ese toro que dentro de nosotros habita:/ partido en dos mitades, con una mataría/ y con la otra mitad moriría luchando».

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10 agosto 2007

El poeta


Para que ni una mota de escándalos pueda manchar el homenaje a Blas Infante, han decidido encerrar la memoria del homenajeado en una urna de cristal. Sellada y lacrada, para que no entre en su seno ni una sola polémica. «Allí puede ir todo el que quiera a homenajear a mi padre y llevarle unas flores si lo desea, pero aquél no es un lugar de polémicas», dice María de los Ángeles Infante, hija del homenajeado y presidenta de la Fundación que recuerda cada 10 de agosto su fusilamiento en 1936. Queda claro, pues, que a partir de ahora a Blas Infante lo van a tratar más como un santo laico que como un pensador político. Con flores a María en el mes de mayo; con flores a Blas Infante en verano.

En fin, que no es eso. Y la Fundación se equivoca porque, con esa política de incienso y alcanfor, no le hace ningún favor ni a la memoria andalucista de Blas Infante ni a su propio futuro como organización. Porque la Fundación, que ya tiene pinta desde hace años de un amable florero, renuncia a su revitalización; porque se aleja de cualquier esperanza de convertirse en un referente social y crítico de la política andaluza, de la autonomía andaluza. Aquí, en la autonomía andaluza, lo único que hay de sobra son asociaciones y fundaciones de acompañamiento. Jamás tendrán problemas, nunca dejarán de recibir una subvención, pero que piensen los dirigentes de esa Fundación si Blas Infante no se merece algo más. Si valoran el legado ideológico de Blas Infante, a ver qué favor le hacen convirtiendo el recuerdo de su asesinato en un homenaje en el que está vetada la política.

No es la polémica, la controversia y el debate los que dañan la memoria de un hombre que fue asesinado por sus ideas, sino esta tendencia a convertirlo todo en un ente amable que sólo tiene un principio, no molestar. La Fundación Blas Infante, en vez de abrirse a la reflexión, en vez de buscar a la sociedad civil, en vez de modernizarse, en vez de analizar la realidad andaluza desde una perspectiva crítica e independiente, se quiere convertir en un ateneo folclórico.

Está bien que el acto de homenaje a Blas Infante se haya querido desligar de la trifulca política y de los gritos de los jornaleros (que no molestaban, por cierto, cuando vociferaban contra el ‘decretazo’ de Aznar y sí ahora que se rebelan contra Zapatero por no haberlo derogado). Pero una cosa es alejarse de la trifulca y otra muy distinta es convertir el homenaje en lo que se anuncia para hoy: «Manuel Herrera y Salvador Távora hablarán sobre ‘Los secretos del cante jondo en Blas Infante’». Nada de lo que ocurre en Andalucía, nada de lo que pasa en la España autonómica, nada del mundo les conmueve más que el cante jondo. Pues nada. Que lo van consiguiendo. Ya ayer se difundió en los teletipos una noticia reveladora: «El Parlamento andaluz celebra su acto de homenaje al poeta Blas Infante, padre de la ‘patria andaluza’».

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09 agosto 2007

Odiseas


Esta carta va dirigida a un muerto desconocido. Sólo para decirle que su muerte ha sido inútil, que no ha servido de nada. En los teletipos de ayer, no pasó de nueve renglones, los justos para contar, escuetamente, que lo arrolló el camión en el que viajaba oculto, enredado como una culebra entre los hierros, entre las ruedas, en los huecos grasientos del motor. Esta carta va dirigida a un muerto de nadie, que no tendrá velatorio ni lutos, para decirle que en las notas de prensa ni siquiera pusieron su nombre. «Inmigrante marroquí, de unos 25 años. Murió de fuerte golpe en el cráneo y la espalda. Carecía de documentación». Tampoco habrá nombres en su tumba, será, como los otros, una lápida blanca en el cementerio de Algeciras con la sola inscripción del registro judicial.

Esta carta sin ilusión va dirigida a ese muerto desconocido, para trazar el breve periplo que recorre el sueño de un inmigrante que ni siquiera tiene dinero para pagarle a la mafia de las pateras; acaso porque ya lo intentó y, como a otros muchos, los devolvieron a su país. Resignados a vivir, una noche se deslizan en el puerto de Ceuta y se ocultan en los bajos de un camión para cruzar al otro lado del Estrecho. Pasan las horas, y él sigue inmóvil, con los brazos y las piernas agarrotados, pensando en el instante en el que el camión se detenga en una gasolinera para echar a correr sin mirar atrás.

Esta carta va dirigida a ese muerto desconocido, a las horas en las que se creyó afortunado, que pensaba que había logrado burlar a la Guardia Civil en el registro del camión. Logró llegar hasta el puerto de Algeciras, y quizá entre las rendijas de su escondite veía desfilar, detenidos por la Guardia Civil, a los que, como él, se escondieron en los camiones que transportan las atracciones de Feria. Todos los años, cuando los feriantes recogen sus atracciones, los civiles descubren a cientos de jóvenes, de niños, agazapados en rincones y recovecos. Que no debe existir mejor metáfora de este drama que la imagen de esas atracciones de Feria, que todavía conservan el olor de los algodones de azúcar, minada de los adolescentes marroquíes que se chupan los mocos y se adhieren como lagartijas a los bajos de un camión.

Esta carta para nadie va destinada a un muerto desconocido para contarle que desde ayer es una cifra más, una aventura más que se estrella, un cadáver más, un saco de huesos rotos que se amontona con otros los miles. Una odisea más, como aquellas que recogió Eduardo del Campo en un libro con la frialdad de una retahíla que ya ni siquiera es noticia relevante. «Cuantas personas han muerto? Es imposible establecer una cifra. Un colectivo de Marruecos calculó que sólo entre 1997 y 2001 se recuperaron 3.286 cadáveres a ambas orillas del Estrecho». Por eso esta carta. Para decirle a ese muerto sin nombre que se han agotado las palabras, las explicaciones y los consuelos. Para decirle que se ha muerto y ya no hay nada que decir.

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08 agosto 2007

Ecuación


Nos equivocamos al pensar que el gran déficit de Zapatero es su endeblez ideológica, su vacuidad. Quizá en otros lugares y en otro tiempo, pero en estos días esa laxitud es la clave de la política de Zapatero, la piedra angular sobre la que construye su política de gobierno. Esa facilidad para cambiar el discurso y adaptarlo a la conveniencia, esa finta permanente con su propia palabra, con sus compromisos. Esa desenvoltura con la que es capaz de deshacerse de sus aliados, de cambiarlos por otros, de sacrificarlos con la misma sonrisa con la que les lanzó contra el muro. La habilidad, en fin, con la que convierte en espejismo la evidencia más rotunda. No es cierto lo que ven tus ojos, lo que oyen tus oídos, lo que recuerda tu mente. Es todo un espejismo. En otra sociedad o en otro país, quizá, pero no están los tiempos para la rigidez, para el discurso de la austeridad y el sacrificio. No corren tiempos para el ‘programa, programa, programa’, sino para la ‘propaganda, propaganda, propaganda’. Pesan más las imágenes que los hechos.

Es probable que el primero que reconoció estas facultad en el presidente fuera Alfonso Guerra, cuando Zapatero no era ni siquerira Bambi, cuando sólo era un diputado desconocido que se atrevió a retar al aparato de su partido en el congreso federal que acabó ganando por un puñado de votos. Por eso maniobró Guerra con sus legionarios, para aportarle a Zapatero los votos que le hacían falta para derrotar a Bono. De hecho, tres años antes de aquel congreso Alfonso Guerra publicó un libro, ‘La Democracia herida’, en el que aportaba las claves del triunfo electoral. «Se ha dado un vuelco total al arte de la política, transformándolo en una ciencia mercantilista: No hagas más oferta que la que se demanda. El problema central es cuál es el mecanismo de creación de la demanda. Aquí es donde entran en juego los poderes de los medios de comunicación que pueden crear un estado de conciencia colectiva a favor o en contra de una u otra opinión política». La ecuación que debió intuir Alfonso Guerra es lineal: Zapatero + Prisa= Gobierno.

No debe ser casual que el presidente Zapatero haya decidido en su último verano como gobernante de esta legislatura que las vacaciones de verano tenían que ofrecer su cara más populosa, la más cercana y la más austera. Esta vez no habrá noticias de chalés lujosos de amigos ni de traslados de una corte de cocineros, como en los veranos anteriores. Zapatero se ha venido a Doñana en agosto, sin importarle el calor ni los mosquitos que torturaban a Felipe González, para ofrecerse en su mejor salsa. Navarra es la demostración de su firmeza ante ETA, como Delphi es la prueba del futuro boyante de la industria andaluza.

El otro día, Rosa Díez se puso a enumerar los «cadáveres políticos que se le amontonan a Zapatero entre los suyos». Bono, Ibarra, López Aguilar, Jordi Sevilla, Miguel Sebastián, Maragall, Trinidad Jiménez, Chivite, Puras... Tras la lista, la todavía eurodipuitada socialista, concluía: «Algunos piensan que éstas son ‘cosas de la política’, que ‘esto’ es muy duro. Pero no; ‘esto’ no es la política: esto es la pura y simple ambición humana de poder. Y esa ambición desmedida por el poder sólo se combate con la política, entendida ésta como un instrumento al servicio de los ciudadanos, como un ‘contrapoder’ frente a los verdaderamente poderosos. Pero de eso, hablaremos otro día».

Si, ya veremos, como dice Rosa Díez. Pero de momento, lo que ocurre es que, como en la vida, los muertos políticos no hablan. Con esa variable también se cuenta en la ecuación.

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07 agosto 2007

Engaños


Cuando el portazo, en febrero, la factoría de Delphi de Puerto Real tenía trabajo pendiente hasta el año 2012. Eran contratos sólidos, con las grandes multinacionales del sector automovilístico, que además se aderezaban con las subvenciones que la empresa estaba recibiendo de la Junta de Andalucía por mantener el empleo estable hasta el 2010, la fecha comprometida. Pese a todo, Delphi decidió cerrar las puertas de Puerto Real para seguir adelante con su plan de reestructuración mundial de sus plantas de producción.
Y así ha sido. Muy poco después de cerrar la factoría de Puerto Real, Delphi invirtió en Rumanía cien millones de euros para abrir una fábrica con mil trabajadores. Hace unos días, anunció otra inversión de 27 millones de euros, esta vez en Tánger, que le darán trabajo a más de dos mil marroquíes. Quiere decirse con este breve repaso de lo ocurrido en los últimos seis meses, que la única obviedad que se pretende olvidar en cada proceso de deslocalización es que éstas son las reglas del juego de la globalización, el mercado mundial que, en la búsqueda de reducción de costes, ofrece como contrapartida el desarrollo de las zonas en las que se asienta. Y los dos mil puestos de trabajo de Tánger será la mejor inversión de este año en la lucha contra la inmigración.
Si nos ahorramos la demagogia anticapitalista, parece claro que el problema no es Delphi, porque no se le puede recriminar que siga actuando de la misma forma que cuando decidió levantar sus fábricas en Estados Unidos y repartirlas por algunas de las zonas más pobres (y baratas) de Europa, como la Bahía de Cádiz.

El problema, una vez más, está de puertas para adentro, en este costosísimo entramado político de la Junta de Andalucía que, ayuno de política y de proyecto, lleva años engatusando, a espensas de que se pose en alguna provincia una de esas multinacionales. No engañan las multinacionales, que siempre actúan igual, que no tienen patrias y se guían exclusivamente por su interés. Engaña quien afirma que se va a «mantener la totalidad de los empleos y la actividad industrial» (Zapatero, el 22 de mayo). Engaña quien, en plena campaña de las elecciones municipales, aseguró a los trabajadores que ya se habían cerrado acuerdos con otras empresas que «en muy corto plazo» se instalarán en la Bahía de Cádiz (Francisco Vallejo, consejero de Innovación, el 23 de abril). Engaña quien desmintió que su Gobierno estuviera negociando con Delphi. «No vamos a negociar el cierre, es falso y es una difamación que se diga que la Junta de Andalucía está negociando el cierre. Estamos negociando el mantenimiento de actividad industrial y productiva de Delphi» (Manuel Chaves, el 2 de mayo en el Parlamento).

Ya ven, ahora, con los trabajadores en fila camino del finiquito, esos mismos van diciendo, sin rubor alguno, que el acuerdo de cierre con Delphi se ha convertido «en una gran oportunidad para Andalucía».

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