El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

02 diciembre 2011

El buzo



Debe estar Griñán con el sentimiento del buzo de Schiller, aquel que se tragaron las olas. El buzo de Schiller, el poema que cita Freud del rey caprichoso y avaro que llevó a su pueblo hasta el abismo de unas rocas escarpadas para contemplar cómo rugía abajo el mar abajo con un bramido terrorífico de olas, un torbellino hambriento de aguas que engullía todo cuanto pasaba a su alrededor y un estallido frío de espuma blanca. El rey se bebió de un solo trago la copa de vino y la alzó en su mano: «Quién se atreve, caballero o escudero, a sumergirse en este abismo? Arrojaré una copa de oro abajo; ya la he vaciado en la negra boca. Quien me pueda mostrar la copa de nuevo puede quedársela, será suya». Todo el mundo dio un paso atrás, menos un joven valiente, impetuoso, que, sin pensarlo más, se lanzó al mar, directo al agujero negro del torbellino, para rescatar la copa del monarca. Y lo que vio allí dentro, cuando se lo tragaban las olas, sólo podría describirse con las palabras que describen el infierno. Cuando, al fin salió a la superficie, suspiró su alivio con una sola frase: «¡Alégrese quien respira a la rosada luz del día!» Así mismo debe estar el presidente Griñán, cada mañana, cuando algún amigo le llama al despacho, cuando se lo cruzan por los pasillos algunos compañeros, cuando se va a comer con sus colegas. «Qué, presidente, cómo van las cosas». Y él, imperturbable, con la resignación de quien se sabe derrotado, contesta como el buzo: «Alégrese quien respira a la rosada luz del día!»

Nada le ha salido bien a José Antonio Griñán desde que llegó a la presidencia de la Junta de Andalucía, quizá porque demasiado temprano comenzó a renunciar a todas aquellas reformas que pretendía. Esta última encuesta de la propia Junta de Andalucía, el IESA, confirma el imposible estadístico con el que Griñán, y el PSOE andaluz, afrontan la campaña electoral de marzo: la dificultad de remontar en cuatro meses la tendencia de tres años. Lo de menos es que los andaluces crean que el PP va a ganar las próximas elecciones y que le saque diez puntos de ventaja, lo peor son todos los detalles que acompañan a ese ambiente generalizado de cambio. En la comparación, la mayoría de los encuestados piensa que Javier Arenas, su rival directo, va a gestionar mejor la creación de empleo, y también la educación. Piensa la mayoría, de la misma forma, que Arenas está más preparado para resolver los problemas de Andalucía, que tiene más credibilidad y que, en consecuencia, que lo haría mejor que Griñán como presidente de Andalucía. Hasta en la pregunta de si tendría que renunciar Griñán a ser el candidato del PSOE, el personal responde afirmativamente. Hay otros valores que en los que se impone Griñán (honestidad, capacidad de diálogo), pero la sensación general que transmite la encuesta sólo permite constatar lo que desde hace tiempo se ha convertido en un escalofrío dentro del partido, el vértigo del final de ciclo.

(Luego de salir a la superficie, el rey caprichoso y avaro, le propuso al joven buceador lanzarse de nuevo al torbellino de olas y de espuma, para relatarle con más detalle cómo son las fauces del infierno. Si lo hacía, suya sería su hija, a la que podría tomar como esposa, y también una parte de su fortuna. Pero el joven se lanzó de nuevo al mar y ya no volvió más.)

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21 noviembre 2011

Franco ha muerto



Tenía que ser así, que fuera la izquierda la que convocara unas elecciones generales el 20 de noviembre, en el aniversario de la muerte del dictador, y que ese día, en esa jornada electoral, fuera la derecha la que obtuviese la mayor victoria en la democracia para el Partido Popular. Tenía que ser así, y tenía que ser en España, porque en este país se arrastra desde la dictadura, y desde la Guerra Civil, un prejuicio político que ha deformado la percepción normalizada de la izquierda y de la derecha, con la condena de estar resucitando siempre la sangría fratricida por la que se despeñaron los españoles. Tenía que ser así para que el fantasma del cainismo, la tensión de los enfrentamientos, se olviden para siempre; para que la izquierda y la derecha superen en la memoria colectiva, y sobre todo en el debate político, el pesado lastre del pasado.

La lección, es verdad, habrá de aplicársela fundamentalmente el Partido Socialista, porque ya no se imagina que pretenda seguir manteniendo por más tiempo el discurso repetido del ‘miedo a la derecha’. No, después de haber perdido en unas elecciones casi a la mitad de su electorado (un cuarenta por ciento menos de apoyo, casi cinco millones de votos han rechazado las siglas), ya no es ni viable ni sensato el recurso fácil, y gastado, del espanto del adversario. Los ciudadanos, los votantes del PSOE, ya lo anunciaron en las pasadas elecciones municipales y autonómicas y ayer, de nuevo, el discurso del miedo a la derecha en el que ha vuelto a reincidir el PSOE en esta campaña electoral, el vídeo aquel de la mucama y el niño pijo camino del colegio, ni siquiera han evitado el mayor batacazo en las urnas. El suelo de los ciento diez escaños hasta el que se ha precipitado ahora el Partido Socialista tienen que llevarlo necesariamente a una refundación de las ideas: el manual de campaña de la Transición ya no sirve en unas elecciones.

No, ya nada será igual, de la misma forma que el Partido Popular, tras estas elecciones, tendría que alejar de sí mismo la pulsión persistente de ejercer la política con antipatía, con dureza, con crispación. También todos aquellos que, dentro del Partido Popular, veían en Rajoy a un pusilánime, un político débil y acomplejado, deberían reparar ahora que sólo cuando el Partido Popular ofrece una imagen real de centro es capaz de arrasar en las urnas: lo consiguió Aznar hace once años, antes de dejarse llevar por la soberbia del poder, y lo ha conseguido ahora Mariano Rajoy después de arrinconar al sector más duro de su partido y de su entorno, aquellos que quisieron tumbarlo en Valencia tras las elecciones de 2008. También ellos han perdido en estas elecciones, la ‘derecha dura’ del Partido Popular que pedía otra política.

Cada jornada electoral acaba convirtiéndose en el epicentro de un movimiento mayor, las consecuencias encadenadas que se suceden en los partidos políticos cuando se van sedimentando los resultados. La victoria y al derrota discurren por caminos diferentes, pero en esta ocasión pueden encontrarse en el mismo sendero. Por eso, tenía que ser así, que se celebraran unas elecciones en España el 20 de noviembre y que ese día nadie ni nada nos recordara al dictador. Ayer domingo, 20 de noviembre, unas elecciones generales en las que la derecha obtuvo su mayor victoria en las urnas enterraron para siempre a Franco. Como entonces, españoles, Franco ha muerto.

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18 noviembre 2011

Ficción electoral



Domingo 20 de noviembre. Me repito la fecha una y otra vez porque hace treinta y seis años, un día como hoy, yo me encontraba aquí mismo, frente a la puerta cerrada del colegio. Me lo ha recordado el frío y el olor que tienen las madrugadas de otoño aquí donde vivo; el fresco del rocío en los árboles, en los setos, la calidez de algún horno de pan cercano, el despertar de café y anís de los bares. Sí, yo estaba aquí mismo y el colegio estaba cerrado porque ese día se murió Franco y no hubo clases: luto oficial. Los niños nos quedamos esperando hasta que salió el director y nos mandó a casa. La puerta estaba cerrada como ahora, y yo, que soy el presidente de la mesa de este colegio electoral, he empezado ya a impacientarme: van a dar las ocho y por aquí no aparece nadie. Todo es silencio y frío.

Al poco, veo acercarse un furgón de policías y varios vehículos particulares. Se detienen frente a la puerta y, con enorme diligencia, se dirigen hacia donde me encuentro. «¿Es usted el presidente de la mesa electoral?», me preguntan. «Pues venga con nosotros que tiene que levantar acta: las elecciones se han suspendido y hay que informar a los electores». ¿Las elecciones suspendidas? ¿Pero de qué hablan? ¿Cómo se van a suspender unas elecciones generales, eso es imposible? Ah, ya sé, un atentado… ¿Qué ha ocurrido? Dígamenlo… «Tranquilícese, que no ha ocurrido nada de eso, ningún atentado terrorista… Usted entre con nosotros, que ahora vienen los políticos a dar todas las explicaciones», me dijeron finalmente señalando con el dedo al grupo de personas que había llegado en los coches particulares y que también ahora se dirigían hacia el colegio. Sin mediar palabra, pasamos dentro; dos policías se apostan en la puerta.

«La decisión se ha tomado esta madrugada; es normal que usted no se haya enterado de nada si esta mañana, antes de venir al colegio electoral, no le ha dado por poner la radio», me dijo uno de los políticos mientras los demás, de otros partidos, asentían con la cabeza. Estábamos reunidos en una de las aulas del colegio, los pupitres verdes apilados en las paredes y una mesa larga, rectangular en el centro, con la urna vacía. Nos sentamos allí, la legitimidad de aquel acto, según explicaron, pasaba por el acta de conformidad que yo tenía que levantar como presidente de mesa. «Mire, lo primero que quiero decirle es que la anulación de las elecciones ha sido acuerdo de los dos grandes partidos y confiemos que, en breve, se sumen todos los demás. Porque no había otra salida: los mercados no han visto bien que en España, en este momento, con la prima de riesgo por encima de los quinientos puntos, se celebren elecciones. Portugal, Grecia, Italia... En el fondo todos sabíamos que era cuestión de tiempo. Exigen, nos lo han exigido nuestros socios europeos, un gobierno de concentración presidido por alguien de prestigio internacional en el mundo de las finanzas. Y reformas inmediatas, en una semana. Las elecciones lo retrasarían todo; no es fácil de explicar, pero en este momento las elecciones son contraproducentes. Elecciones igual a quiebra. Quién nos iba a decir al principio de la crisis que, en vez de refundarse el capitalismo, lo que se iban a refundar eran las democracias». El político ha cerrado la frase con una sonrisa que parecía irónica, y me ha pasado un acta para firmarla. Domingo, 20 de noviembre. Vuelvo a casa pensativo. ¿A quién diablos se le ocurriría la dichosa fecha?

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17 noviembre 2011

Fungible



Los dioses del Olimpo crearon la democracia y, al modelarla, utilizaron un material fungible para que siempre pudiera ser reemplazado con facilidad cuando el uso lo hubiera desgastado. Luego la barnizaron con aceites y brillos cambiantes, aleatorios, tan efímeros y caprichosos como la memoria del hombre. Pensaban los dioses del Olimpo que la democracia tenía que hacerse a imagen y semejanza del hombre, y que gracias a ese estado cambiante, voluble, reemplazable, aquellos que se dedicaran a la política se ocuparían de ella con mayor atención. Nada es definitivo en política; antes de que se ponga el sol, el hoy ya es ayer y los asertos que hasta ahora parecían irrefutables, invariables, pueden girarse mañana sobre sí mismos y acabar convertidos en lo contrario de lo que representaban. «Nada es definitivo en una democracia, todo es mutable, y así nadie podrá pensar jamás que el poder les pertenece». Tal pensaron los dioses del Olimpo y, por eso, la democracia que conocemos tiene esta forma que vemos hoy.

Nadie que haya asistido en España al vertiginoso declive de Zapatero y a la caída en picado del PSOE en Andalucía podrá dudar ya de lo anterior, porque quizá en los dos casos ambos pensaron que nada podría cambiar el signo de su estrella política. Zapatero, como ya se ha apuntado otras veces, es un caso digno de estudio en las ciencias polìticas, porque no habrá otro presidente como él que ha pasado de un extremo a otro, sin conocer jamás la normalidad de las cosas. Desde que ganó aquel congreso del PSOE de forma inesperada por un puñado de votos, Zapatero ha levitado sobre la política española, pensando que tendría la suerte de su parte en todo lo que afrontaba. De ahí, de estar tocado por la baraka, con todo el PSOE sometido y silente, con la sociedad complacida y acrítica, ha llegado a este final en el que parece que todo lo que toca se convierte en infortunio. Saldrá del Gobierno y dejará un pais sumido en el caos y un partido cegado en la mayor crisis política que ha conocido en treinta años.

La caída del PSOE de Andalucía se mueve por parámetros distintos. También el presidente Griñán parece gafado desde su forzado ascenso al liderazgo, pero en su recorrido triste y melancólico se combinan a un tiempo sus propias carencias para ejercitar el cargo (inexperiencia, torpeza y soberbia) con los vicios hegemónicos de gobierno de un partido que ha vivido de la propaganda en los últimos veinte años. Este escándalo de los ERE tendrá en su día un debate jurídico amplio sobre la responsabilidad penal de los responsables, y será un tribunal quien decida si esas responsabilidades se agotan en un director general o un consejero; pero con independencia de la sentencia que llegue, lo que ya es políticamente irrefutable es que esa trama es fruto de una forma de gobernar. El modus operandi del Gobierno andaluz ha sido éste, el uso discrecional del dinero público, los presupuestos millonarios al servicio de los intereses de un partido político y sus aliados en el poder. Y porque el escándalo mayor de los ERE no es la desvergüenza de los falsos prejubilados, sino el despilfarro del dinero y las oportunidades de progreso que se han perdido, el deterioro mayor es el político, como se está viendo en este final.

Los dioses de Olimpo modelaron la democracia con un material fungible; cada vez que un gobernante olvida esta lección, la soberbia y la prepotencia se le vuelven lanzas.

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27 octubre 2011

Agitación (y II)



Y de todo eso que dicen, que el guión de las protestas ya está escrito, que lo que vendrá después de las elecciones serán jornadas incendiadas de protestas contra el gobierno de la derecha, el desahogo que necesita la crisis, la exculpación que necesita la izquierda; pues de todo eso que dicen que ocurrirá tras el 20-N, ya estamos viviendo la antesala que corresponde a la agitación propia de cada campaña electoral. Para entenderlo mejor, sólo hay que pensar desde cuándo es la educación una preocupación fundamental del discurso político. Si se oyen los discursos ahora, lo que está a punto de hundirse no es el sistema financiero, ni las pensiones, ni las pequeñas y medianas empresas, ni el modelo autonómico o las inversiones en obras públicas; no, de repente, lo que peligra en España es la educación pública. El primer vídeo de campaña del PSOE se ha consagrado a la educación y la primera decisión de los socialistas andaluces ha sido la de hacer campaña en la puerta de los colegios y de los institutos de toda Andalucía. Todos los debates, todos los discursos, se detienen ahora en la educación. Pero, ¿cómo se ha producido la transformación, como ha tenido lugar este fenómeno de la comunicación política que ha desplazado los problemas que existían y ha colocado en su lugar otros?

El esquema que se sigue siempre es el mismo. Para crear el debate, lo esencial es encontrar un asunto en el que se pueda recrear la visión clásica, tópica, de la izquierda progresista, tolerante y defensora de la clase trabajadora y la derecha cavernaria, egoísta y defensora de los ricos. En algunas ocasiones ese asunto surge porque el propio PSOE lo promueve a través de una iniciativa política o parlamentaria (ya pueden ser estatutos de autonomía o leyes de memoria histórica), y en otros momentos es el propio Partido Popular el que facilita el montaje con alguna decisión o con una metedura de pata, que en la derecha suelen ser bastante habituales. En cualquier caso, no importa porque, sea cual sea el origen el desarrollo será siempre el mismo.

Esta vez, el origen ha sido la decisión de la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, de aumentar dos horas, de 18 a 20, el número de horas lectivas de los profesores en esa comunidad. ¿Es buena la medida para mejorar la educación? En absoluto, porque la educación en España lo que necesita es inversión, no recortes demagógicos como ése. ¿Se justifica por tanto la protesta posterior? Pues no, tampoco. Porque los recortes de Madrid sólo afectan a Madrid, y desde que Esperanza Aguirre anunció la decisión, se han multiplicado las protestas por toda España. Hasta en Andalucía, que desde un año antes ya tenía aprobada la posibilidad de aumentar el horario lectivo hasta las 20 horas, se sucedieron las protestas ‘preventivas’ tras los recortes de Madrid. Ni el fracaso escolar, ni la inversión por alumno, ni el desastre universitario, ni el paro juvenil, ni la continua desconsideración del profesorado; nada ha merecido la protesta porque, en realidad, las protestas, cuando se producen, obedecen a otros fines, fines políticos. Y ese es el momento que vivimos. ¿Por qué se promovieron por toda España las protestas contra Aguirre? Lógicamente para generar un ambiente de recortes en la educación pública que condujeran, directamente, al vídeo que acabamos conocer del PSOE y a los mítines en los colegios andaluces. La agitación siempre acaba en propaganda. O en las urnas, ya se verá.

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25 octubre 2011

Agitación



Dicen que el guión de las protestas ya está escrito; que lo que vendrá después del 20de noviembre serán jornadas incendiadas de protestas en las calles, la reactivación del movimiento sindical, la resurrección de la izquierda, la crispación de los adeptos, la radicalización de los bien pagados. Arderán los contenedores, la mala leche se apoderará de las charlas de los mercados, las sobremesas familiares encogerán el aliento con un fogonazo de tensión, las tertulias de la radio se enredarán en gritos y los universitarios apedrearán los cristales del gobierno.
Dicen, sí, que el guión ya está escrito; que la izquierda, ahora más que nunca, tras la profunda depresión en la que ha caído con el zapaterismo, necesita el chute de la calle, el pálpito intenso de las fábricas, y que el Gobierno del Partido Popular, esta marea electoral que comenzó en mayo y que está tiñendo de azul todo el mapa, es la oportunidad perfecta para que la izquierda se sacuda todas sus dudas, todas las obligaciones que la ha mantenido atada de pies y de manos todo este tiempo. Dicen que sí, que a la crisis de España, a este imposible social de los cinco millones de parados, le faltaba el estallido social que llegará, como corresponde, con un gobierno de derechas en España. Y sucederá entonces lo que, ayer mismo, vaticinó Alfonso Guerra en Sevilla, que «el extremismo de la práctica económica de los conservadores va a generar un malestar social que inevitablemente desembocará en desorden social». Entonces, cuando eso suceda, cuando los ciudadanos se den cuenta de que es la derecha la que los lleva al desastre, la misma derecha que estaba en el origen de la crisis, en ese momento en el que la izquierda ya se habrá reconciliado con su electorado, se volverá de nuevo la tortilla. Los gobiernos conservadores que ahora dominan todos los países de Europa irán cayendo como fichas de dominó porque, como intuye Alfonso Guerra, la marea electoral «girará de nuevo y serán los propios representantes del capital internacional los que habrán de acordarse de que existe la socialdemocracia para que ponga orden en el concierto internacional».

Dicen, sí, que todo eso es lo que sucederá a partir de noviembre en España y, si esos son los planes, será mejor ir contándolos por anticipado para cuando ardan los contenedores, la mala leche se sirva en la barra de los bares y las sobremesas familiares se encojan en un sobresalto de tensión. Porque si eso ocurre, si esa marea de protestas estalla en España y recorre luego Europa, debemos recordar entonces que todo estaba decidido desde muchos días antes de cualquier excusa, de cualquier chispa, de cualquier justificación; antes que cualquier reforma, antes que cualquier política, antes que cualquier decisión, ya existía el guión. Lo recordaremos aunque sólo nos sirva para entender que, definitivamente, ni la crisis ni Europa tienen solución.

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07 junio 2011

Te engañaría



Fue en aquel primer encuentro de Sevilla. Rubalcaba se sentaría en una banqueta giratoria, rodeado de militantes y cargos medios del PSOE de Andalucía. También habría dirigentes mayores, barandas de la regional o del federal, pero el encuentro no era para ellos sino para los demás, para quienes no tienen acceso al líder; para que pudieran palparlo, sentir su cercanía, tantos años viéndolo en los telediarios, en las portadas de los periódicos, y ahora está allí, se le puede mirar a los ojos, se le puede tutear, porque somos compañeros, y el candidato a la Presidencia del Gobierno es uno más, sentado entre nosotros. Entonces sale un alcalde, se pone de pie, mira a su alrededor, oye, Alfredo, que yo te doy la enhorabuena, que te felicito, y tal, y te apoyaré en mi modestia, pero ya que nos has dicho que preguntemos, en fin, Alfredo, que yo no sé si tú sabes cómo están las cosas, pero esto está muy jodido, y en los ayuntamientos estamos sin un céntimo. Y lo que quiero saber es si va a llegar más dinero, porque si no hay ni un duro, a ver qué hacemos para, por lo menos, pagar las nóminas. El candidato lo ha estado oyendo con gestos continuos de asentimiento, y entonces, cuando el alcalde ya ha terminado, y ha vuelto a mirar a su alrededor, buscando algún gesto de aprobación de sus compañeros, en ese instante de silencio y duda en el que no sabe bien si ha metido la pata, el candidato coge el micrófono. «¿Llegará más dinero el año que viene? Llegará más dinero. Cuánto más no te lo puedo decir, llegará más dinero, pero en todo caso vais a tener que aguantar un par de añitos malos con seguridad. ¿Qué os pido? Que aguantéis. Te podría decir lo contrario, pero te engañaría y aquí no lo voy a hacer».

Fíjense en esto último que dijo Rubalcaba: «Te engañaría, pero aquí no lo voy a hacer». Existe un doble plano de sinceridad en la expresión, porque por un lado confiesa que sí, que él puede engañar al personal, que podría hacerlo sin problemas, engañarlo mirándolo a los ojos, como si nada. Y luego está la segunda parte, cuando establece una división espacial: los lugares en los que se puede engañar al personal y los sitios en los que no se puede engañar. «Y aquí no lo voy a hacer». ‘Aquí’ es dentro, en el PSOE. Y ‘aquí’ es, sobre todo, sin cámaras ni micrófonos. Entonces es cuando le llega el momento de la sinceridad. Tantas veces le habrán hecho la pregunta en la radio o en la televisión, y habrá mentido tantas veces sobre el final de la crisis, que tiene preparada una respuesta de manual. Pero la desecha para este acto: «te podría engañar, pero aquí no lo voy a hacer». Pudo haber empleado otras expresiones para decir lo mismo, para envolver la respuesta con un tono de profunda sinceridad. «Habrá quien te engañe, que te diga otra cosa, pero yo no lo voy a hacer, yo no voy a mentirte». Pero no lo dijo. Sólo estableció un paréntesis de sinceridad, una isla de verdad que se queda en el «aquí». Una frase que, a su vez, marca el campo abierto de la otra realidad, la que se queda fuera, la del discurso oficial, la retahíla pública.

Ya conocemos el cerco de fuego que divide la verdad y la mentira en el candidato Rubalcaba, la diferencia entre esas cuatro paredes, el aquí, y el resto de la sociedad, los de allí. Aquí , el partido, y allí, donde estamos todos los demás. La próxima vez, cuando lo oiga, ya será inevitable que recuerde su frase. «Podría creerte, pero aquí no lo voy a hacer».

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31 mayo 2011

La cuarta versión (y II)




Si sólo fuera una derrota electoral, si la debacle del PSOE no hubiera estado precedida de la caída progresiva de sus iguales en la mayor parte de Europa, el vértigo no sería como éste de ahora, este miedo escénico a quedarse en blanco en medio de la función, sin papel, sin memoria, sin nada que decir; y el público que abarrota el teatro, primero se sorprende y luego se va marchando, uno a uno, formando hileras por los pasillos, como si la popularidad se fuera desangrando.

Si sólo fuera una derrota electoral, en Alemania, en las últimas victorias de Angela Merkel, los periodistas no hubieran escrito artículos que hoy podrían reproducirse en España cambiando sólo algunos apellidos: «Ruina sin precedentes de la socialdemocracia. Las bases del SPD se erosionan, la socialdemocracia en su actual forma debe preguntarse si ha pasado su era». Lo escribió Marc Koch en septiembre de 2009. El artículo se llamaba ‘El principio del fin’. O este otro, sobre los laboristas británicos, del politólogo Jeremy O’Brien: «La crisis hunde al nuevo laborismo. Los problemas del Gobierno son muchos, pero el mayor de todos es la indefinición. El laborismo solía representar a las clases trabajadoras, cambió de sintonía para defender los intereses de las clases medias, y ahora mismo sólo tiene amigos entre los pobres que dependen del Estado y ejecutivos de la City, que de todas maneras saben que con los tories les irá todavía mejor. La tercera vía, con el abandono de la ideología para abrazar el pragmatismo, tiene un precio y hay que pagarlo». Y uno más, del socialismo francés: «Se suceden los fracasos electorales, caen los efectivos militantes, se desmoronan las relaciones con los sindicatos... Hace siete años, trece gobiernos de la UE estaban gobernados por socialistas. Todas las elecciones nacionales son diferentes, pero sería absurdo negar la existencia de una tendencia general (…) En última instancia, la crisis de la socialdemocracia es la consecuencia lógica de su incapacidad de poner al día una respuesta europea para afrontar los desafíos de la mundialización», escribió en Liberation Henri Weber, secretario nacional del Partido Socialista francés.

No, si sólo fuera una derrota electoral, no existiría esta coincidencia múltiple, no en las derrotas de los distintos partidos socialistas en Europa, sino la coincidencia fatal de los análisis: Pierde el Partido Socialista porque ha dejado de aportar soluciones a los problemas reales de la sociedad, porque no ha sabido adaptarse a esta nueva sociedad en la que ya no impera el esquema clásico de izquierda basado en la clase trabajadora. Aquí, en España, y sobre todo en Andalucía, la supervivencia socialista ha tenido como eje motor un mensaje de alerta que ha funcionado en la Transición, gracias a los rescoldos de memoria del franquismo: «¡Que viene el lobo, que viene la derecha!». Ese es el esquema que, definitivamente, se ha roto en las elecciones del 22-M. Asumirlo supone un replanteamiento general; supone la refundación de las ideas. Estoy convencido de que en el PSOE también son conscientes de ello, que conocen el calado de la crisis interna. Por eso, estas soluciones de ahora, que son nada, que no conducen a ninguna parte. Es tanto el vértigo a reconocer la verdad que, para salir del paso, se ha ordenado el único esquema interno que todavía funciona: cierre de filas y a seguir hacia adelante como si nada hubiera pasado. La cuarta versión del socialismo ni ha nacido ni nacerá con estos dirigentes.

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30 mayo 2011

La cuarta versión (I)



Si sólo fuera una derrota electoral, incluso una debacle electoral, la situación para el PSOE no sería tan preocupante. Si sólo fuera la pérdida de alcaldías emblemáticas, feudos tradicionales que sumaban tres decenios de gobierno socialista, la crisis interna del PSOE no sería tan apabullante. Si sólo fuera un cambio de liderazgo, el desconcierto no sería tan angustioso. No, la profundidad de la crisis del PSOE tras las elecciones del 22 de mayo no la establecen por sí solo, si de forma conjunta, todas las quiebras anteriores. No, el problema fundamental radica en que ahora se es consciente de que se han alineado a un tiempo todas las circunstancias adversas para dejar patente que la tarea pendiente para sacar al partido de este bache es de mucha más envergadura. Esta vez sí, la asignatura pendiente es la refundación del PSOE tras el fracaso o agotamiento de los modelos precedentes.

De todos los que han invocado hasta ahora la necesidad de refundar, de repensar el socialismo español de estos tiempos, ha sido Ignacio Sotelo: «El socialismo no tiene la menor posibilidad de sobrevivir, si no reconoce el fracaso de las tres versiones que ha puesto en marcha en el siglo XX». Las tres versiones del socialismo se inician, lógicamente, con el socialismo marxista, el socialismo revolucionario, estatal y colectivista, que se impuso en la Unión Soviética y que acabó con la caída del muro del Berlín, cuando aquella tapia infame dejó al descubierto un sistema varado en la ineficacia económica, asentado políticamente en el terror y podrido internamente por una falsa idea de la igualdad. El segundo modelo, el de la socialdemocracia keynesiana, también se desmoronó cuando, se acabó abriendo paso la idea de que, para convivir en las sociedades capitalistas y democráticas, no se pueden imponer esquemas económicos rígidos, sino que es necesario abrirse a modelos de gestión más liberales, más acordes al mercado. La tercera y última versión del socialismo que ha acabado naufragando ha sido la ‘tercera vía’ británica, una versión light de la socialdemocracia que se ha quedado siempre a medio camino de todo, sin haber sabido dar respuestas a los problemas reales de los ciudadanos, a los problemas nuevos de la sociedad. A partir de ahí, ya no ha habido más versiones, y la irrupción en el socialismo europeo de líderes como Zapatero ni siquiera merecerán la pena en el futuro de ser analizados como propuesta reformadora, innovadora, de la izquierda.

Tres versiones de socialismo que no han resistido el paso de la historia. Y la explicación del por qué es tan elemental, tan previsible, que asusta: los cambios en la estructura productiva desde la revolución industrial, cuna del marxismo, han hecho que el socialismo se haya ido quedando progresivamente sin discurso, sin respuestas, sin base social a la que dirigirse. Ignacio Sotelo lo explica de esta forma: «El hecho fundamental de que el trabajo haya dejado de ser el eje central que articula la vida de amplias capas sociales ha significado un golpe definitivo a la socialdemocracia, incluso en su última versión débil. Esta desarticulación del mundo del trabajo elimina de raíz las clases sociales que surgieron con la revolución industrial y comporta una fragmentación creciente de la sociedad. Sin ‘clase trabajadora’ se hunden sindicatos y partidos obreros, y con ellos, la sinergia que dio vida a la socialdemocracia».

Si sólo fuera una derrota electoral…

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25 mayo 2011

El tanatorio



De Zapatero ya se puede decir en el PSOE lo mismo que decían de Lopera en el Betis, que sacó al Partido Socialista de la UVI y lo va a dejar en el tanatorio. Los resultados de este domingo devuelven al PSOE a los albores de la democracia; a los tiempos en los que en el PSOE se impuso una profunda renovación ideológica para adaptarlo a la nueva sociedad española, para desmembrarlo del franquismo, sacudirlo de etiquetas marxistas, y asentarlo en el amplio campo de electores que, desde hace treinta años, inclina las urnas en España hacia un lado o hacia otro. En un libro de reflexiones del socialismo español, de Tom Burns Marañón, lo explicaba de forma escueta Felipe González: «Teníamos que hacer algo que trascendía la frontera de la alternativa socialdemócrata para asentar un proyecto nacional de una envergadura mayor. Teníamos que hacer, entre otras cosas, un proyecto de modernización y esto no era específicamente un proyecto socialdemócrata». Es decir, que incluso después de haber descafeinado el ideal socialista que se había heredado del franquismo, los dirigentes de aquel PSOE eran conscientes de que deberían renunciar en algunas ocasiones a la socialdemocracia para conseguir los objetivos que se marcaban: un partido mayoritario, más allá de las líneas que separan a la izquierda y al centro izquierda de las posiciones más conservadoras.

Si se mira hacia atrás, lo que comprendemos ahora con facilidad es que el proyecto político de Rodríguez Zapatero nunca ha tenido esa vocación de partido mayoritario, sino lo contrario. Con Zapatero en la secretaría general del PSOE este partido ha perfilado sus aristas, las ha afilado. Ha alentado a los tifossi de los medios de comunicación, ha jaleado las divisiones territoriales y ha crispado a la sociedad con el rescate persistente de los odios y las venganzas de la Guerra Civil. En el libro de antes, Julio Feo, estratega de la campaña del 82 en la que el PSOE arrasó en las urnas, decía que la decisión de haber desconectado completamente al PSOE del pasado franquista había sido fundamental. «Felipe González era lo que rompía el PSOE con la Guerra Civil. Si hubiéramos hecho una campaña de recuerdo de la guerra civil, yo creo que nos hubiera ido muy mal. Descubrimos que la gente tenía tanto rechazo al saludo fascista del brazo en alto como lo tenía al puño en alto». Si ese era el análisis que condujo al PSOE a su mayor victoria electoral, el cambio apoteósico del 82, ha sido la política contraria, el sectarismo y la división, la que lo ha conducido ahora a su mayor desastre en unas elecciones municipales, el que lo ha devuelto al momento previo a la renuncia del marxismo.

En cualquier caso, lo peor de todo para el PSOE no son los resultados electorales, sino la ausencia absoluta de autocrítica, como paso previo para corregir los errores y enmendar el rumbo electoral. La regeneración, en este momento, es un discurso minoritario dentro del PSOE. El vacío ideológico de Zapatero, suplido como tantos de esa especie con golpes de radicalismo, ha encajado como un guante en la estructura cansada, carcomida, de la hegemonía socialista. «Reaccionarios», «el partido del odio y del rencor», «la derecha que quiere arrasar Andalucía», se ha podido oír estos días a Griñán, al moderado Griñán. El resultado han sido ocho capitales y cinco diputaciones para el PP. Pues nada. A seguir, que el tanatorio ya está cerca.

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Diario final



Que no somos conscientes del paso del tiempo; que vivimos en el vértigo de una aceleración permanente lo tenemos tan asumido que, desde hace mucho, lo hemos incorporado como uno de los signos más perceptibles de estos tiempos. Aquello de Kundera: "existe un vínculo invisible entre la velocidad y el olvido, la lentitud y la memoria". El sábado, consciente de este vértigo, decidí escribir la columna del lunes paso a paso. Para al final de las 48 horas que marcan la jornada de reflexión y la cita electoral, poder mirar atrás y sorprenderme con lo que vamos pensando. Es curioso, sí, nada de lo que el sábado nos parecía trascendental y hasta peligroso, nos llamaba la atención el domingo. Y hoy lunes, toda referencia ha desaparecido. Que esto ocurre, que convivimos con esta aceleración, ya lo sabemos. Conviene anotarlo para que, al menos, la próxima vez miremos nuestras preocupaciones con algo más de perspectiva.

Sabado. 10.00h.Esta vez no es como las demás. No. Por eso me he planteado escribir este artículo como una secuencia, un diario de impresiones que recorra el fin de semana. A esta hora del sábado, los periódicos del día y los portales de internet están contándonos algo nuevo, que las elecciones ya se han celebrado y el resultado están en las plazas que ocupan miles de jóvenes en toda España. Quien gane las elecciones no será la noticia. Spanish revolution ha arrasado. O mejor, a esta hora parece claro que las elecciones , estas elecciones, no pasarán a la historia por el triunfo de uno u otro partido sino por la protesta de los indignados. Y si han ganado esa trascendencia pública, han ganado, en cierta forma, la memoria de estas elecciones.

Sábado. 16 h. No cesan de llegar mensajes y llamadas de amigos preocupados por lo que está ocurriendo. La misma inquietud siempre: ¿Quién está detrás de las protestas de los indignados? La dificultad para analizar lo que está sucediendo radica en un axioma antiguo, con el que convivimos con naturalidad: Todo fenómeno que nos sorprende se explica mejor si detrás hay una conspiración. En este caso ocurre igual. Por fases, la tesis conspirativa ha ido pasando desde el PSOE, los fontaneros del 11-M, hasta los más dañinos movimientos nihilistas del país. Sostengo, por el contrario, que el origen de estas manifestaciones se limita a un efecto mimético de lo sucedido en el Magreb. Por eso se ocupan plazas, la plaza de la Kasba, en Túnez, la plaza Tharir, en Egipto, la plaza de la Perla, en Libia, y ahora la plaza de la Puerta del Sol, en Madrid, como emblema de todas las plazas ocupadas en España. El sueño mimético de convertirse en protagonistas del destino de tu país. Ese es el origen y la razón única de la multiplicación exponencial de las concentraciones. Otra cosa distinta es que los agitadores del 11-M hayan intentado gestionar o que, más allá, pretendan utilizarla en días sucesivos para minimizar la previsible victoria.

Sábado. 20 h. Sí, ese es el riesgo. Que la relevancia evidente de estas concentraciones se adopte para trufar de un rechazo oculto el resultado de las elecciones; para deslegitimarlas con abstención que, desde hace años, ha sido creciente y que ahora se explicará como un solo movimiento, una sola voz. Hace años que no voto. Una vez el director del The Washington Post, Leonard Downie, dijo en una entrevista: «No he votado en unas elecciones desde 1984, cuando fui nombrado director. Si vienes a trabajar aquí, tienes que aceptar ciertas restricciones de tus derechos políticos. Y el único acto político que uno puede llevar a cabo es votar en las elecciones». Ese gesto de independencia extrema me conquistó y, desde entonces, no suelo votar. Esta vez sí lo haré. Por ese riesgo de que alguien manipule mi abstención.

Domingo. 22 h. Las encuestas no se equivocaban. Hay un vuelco histórico del PP en Andalucía. Desde que Griñán llegó a la Presidencia de la Junta de Andalucía, todo habían sido encuestas. Estas son las primeras elecciones que ha afrontado como presidente y la caída del PSOE de Andalucía ya es histórica, ya no es estadística. La hegemonía del PSOE comenzó a evaporarse ayer en unas elecciones en las que el PP ha alcanzado todos los objetivos que se propuso: las ocho alcaldías de las capitales y el triunfo en votos. Miro hacia atrás en la agenda y el vértigo ahora es que, en este trasiego de resultados, ya nadie recuerda las acampadas. Lo que escribí ayer, lo que ayer parecía trascendental, ahora me parece anacrónico. Si hubo una intentona de agitación, esta vez no ha salido.

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20 mayo 2011

Vas a votar



A María

Que es ridículo ya lo sé, pero vas a votar por primera vez y he tomado la tarjeta del censo con tu nombre con la trascendencia de una comunión cívica, las llaves de un mundo nuevo, adulto; con la emoción de las citas históricas. El vértigo es por este abismo de quien observa la vida de una adolescente con la distancia de tres décadas y ha entendido hace tiempo que, a cada paso que se da, en cada decisión que se toma, se va eligiendo un camino, el camino de tu vida. Y todo eso, que es un proceso, una sucesión de alegrías y de penas, una estela de aciertos y frustraciones, de repente se detiene en un día, se cristaliza en un acontecimiento concreto. Un día, que sólo es una fecha en el calendario, se convierte en una frontera que se cruza y que deja atrás una etapa de la vida. Al menos, así lo vemos. El primer día que acudiste a votar.

Se acercan a ti los demás con la inquietud de tu madurez, con la curiosidad de tus pensamientos y también, es verdad, con el prejuicio displicente de los mayores. ¿Qué vas a saber tú de política? Decimos que cualquier tiempo pasado fue mejor y en lo que nunca hemos reparado es que esa frase, que se repite en todas las generaciones, siempre se pronuncia con la impunidad de no conocer el futuro. Decimos que cualquier tiempo pasado fue mejor, con la brocha gruesa de la nostalgia y el desconocimiento de lo que vendrá. Lo decimos y, al hacerlo, estamos reconociendo que ha dejado de pertenecernos el futuro, que por eso lo infravaloramos. De ahí la pregunta, quizá displicente o pretenciosa, ¿vas a votar? ¿y sabes ya a qué partido? Y entonces surge, caudalosa, una respuesta que no necesita más que de silencio. «La cuestión no es de partidos; lo que necesita España son políticos, buenos gobernantes. La división entre izquierda y derecha pertenece a otro tiempo, ya no creo que sea esa la cuestión. Los dos grandes problemas que tenemos son la educación y la economía. Sin una buena educación no hay posibilidades de futuro, y tenemos que salir de la crisis económica. Yo lo veo en mi clase y lo veo en la calle. ¿Que si voy a votar? Pues no lo sé, porque con los exámenes no me ha dado tiempo de leer los programas electorales y me parece una irresponsabilidad votar sin saber qué ofrece cada uno».

Que es ridículo ya lo sé, pero llegan estos días de bautizos de ciudadanía, de saltos hacia la madurez, y el vértigo es un miedo que se ve truncado; lo que queda luego es un impulso para escribir palabras que se inscriban en el aniversario, como aquellas de Goytisolo, «tu destino está en los demás/ tu futuro es tu propia vida/ tu dignidad es la de todos». Sí, ésa es la tentación, que siempre te acuerdes de lo que un día yo escribí pensando en ti, como ahora pienso. Sólo que esta vez, con tu respuesta, mis pretensiones de trascendencia se han vuelto pomposas, han caducado amarillentas en la normalidad de una joven de 18 años; se han desvanecido en su visión nítida, transparente, de la realidad. Pero debe ser así. En una democracia, lo trascendente es esta normalidad. Y si vas a votar o no, ya es lo de menos.

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19 mayo 2011

Indignados


La campaña electoral ha parido un ratón. Esta enorme ventolera de discursos y carteles, este aluvión de globos y pegatinas, que intenta agitar la sociedad, que la envuelve para llevarla en volandas a las urnas, ha descarrilado en tres o cuatro concentraciones surgidas de redes sociales en las que el personal ha descubierto que el mundo no es justo y que la gente no debe permanecer indiferente ante los problemas. Cesare Pavese sostenía que «la cosa más trivial es interesantísima si la descubrimos en nosotros. Esto se debe a que ya no es una abstracta cosa trivial, sino una inaudita mezcla de la realidad y de nuestra esencia». Lo que ha ocurrido en estas concentraciones es eso, el descubrimiento de una trivialidad, la imperfección del mundo, y de una esencia, la capacidad del hombre para rebelarse y protestar ante una realidad que no le gusta.

Lo único que ocurre es que la indignación es una cualidad necesaria en el ciudadano, pero no es suficiente. La indignación en una democracia es un punto de partida, una actitud, pero nunca la solución de los problemas. Hay que estar indignados para reconocer la realidad y buscar los cambios. Hay que estar indignados para, a continuación, hacer algo, pero la indignación como fin no tiene sentido, se queda en nada; una pegatina, una cara pintada con trazos rojos, una noche dormitando en la plaza pública, un café en el termo de un vecino y un beso al despertar. Una noche de indignación y una vida de frustración.

Para que eso no ocurra, deben saber los nuevos indignados que su protesta, si quiere ser fructífera, primero tendrá que ser concreta; es decir, el camino contrario al de las etéreas proclamas contra «la tiranía de los poderes financieros y los tiburones del capitalismo». No, describamos el camino opuesto. El primer paso de la indignación es la autocrítica. La indignación tiene que empezar por uno mismo. También conduce a la ayuda a los demás, a la solidaridad. En un colectivo de jóvenes, como es el caso, el primer paso de la indignación está en el instituto o la universidad, con la exigencia permanente de calidad y la dedicación persistente a la formación. Excelencia, mérito y esfuerzo, sí, porque es así como se alcanza la madurez democrática; el ciudadano comenzará a ver su entorno con otros ojos, una mirada crítica, formada, que le hará ser exigentes con sus gobiernos, con sus instituciones. Un ciudadano maduro es un ciudadano indignado que no comulga con consignas ni con banderías. Analiza la realidad y se compromete a cambiarla.

Indignación antes que modorra; cabreo antes que complacencia; protesta antes que servilismo y dependencia. Sí, ésa es la esencia de una democracia que no es que sea la real: es que es la única que existe. Y, además, está más cerca de todos nosotros de lo que proclaman esas consignas, porque la democracia real no se reduce al tinglado político, sino que está en todas partes. En la gente que se pelea por una universidad mejor, en los que se apuntan voluntarios en un barrio para combatir la droga, en los que colaboran con Cáritas para atender a los que se han quedado sin casa, sin trabajo, sin nada. Indignación, sí, porque este mundo siempre ha avanzado con los que no se conforman. Haberlo reconocido es sólo eso, el descubrimiento de una trivialidad.


Foto: Jesús G. Hinchado

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17 mayo 2011

Votaré



Votaré a quien, nada más pisar los salones engalanados del palacio de gobierno, anuncie que quiere cambiar la Ley para que las promesas electorales incumplidas puedan ser denunciadas por los votantes y los políticos quedar inhabilitados para el ejercicio del cargo público. Lo votaré, sí, a quien anuncie esa reforma que acabará con decenios de cinismo asumido, que destrozará este caudal incontenido de promesas que se desborda en las campañas electorales, este círculo vicioso que establece el contacto del gobernante con los políticos sólo cada cuatro años, esta visión frívola de la política que siempre nos ha dejado claro que las promesas electorales están para ser incumplidas. Una reforma que acabe con todo eso, que establezca un contrato verbal entre el político y el votante. Para que las promesas comprometan a quien las hace, para que las promesas no sean un canto de sirenas, para que las promesas no nos estrellen en el desencanto.

Votaré a quien, nada más sentarse en el escaño, tome el micrófono para decir que la regeneración de la política comienza por el reconocimiento de los errores propios, de la podredumbre propia. Aquel que tome el micrófono en su primera rueda de prensa para admitir que los partidos políticos han asumido la corrupción, la han interiorizado, y que por eso nadie, nunca, ha denunciado un caso de corrupción de su propio partido, de sus compañeros, de sus gobiernos. Y que por eso, la corrupción que se combate sólo es la del partido adversario, jamás la del propio; aquella denuncia que acarrea ganancias electorales. Se combate la corrupción porque beneficia las expectativas electorales, no porque nadie se asombre del cobro de comisiones, del amiguismo, de la ignorancia de la legalidad para conseguir los objetivos.

Votaré a quien, con el acta de concejal o de diputado en la mano, se vaya directo al registro para presentar una iniciativa que nos lleve a un sistema progresivo de listas abiertas en el que los ciudadanos puedan discriminar y elegir a los mejores, de uno y otro partido. Un modelo nuevo que entierre la sobreprotección de los partidos políticos con la que se blindó la democracia tras cuatro decenios de dictadura franquista. Porque otra vez, como en la Transición, se trata de elevar a la categoría política de normal aquello que en la calle es plenamente normal. Y la normalidad de la calle, ahora que la democracia se ha asentado en España como nunca antes lo había logrado en su historia, no entiende de banderías y sectarismos, no sabe de enfrentamientos que se anteponen a las soluciones, no quiere pertenecer a ningún sector que promulgue el ostracismo del que piensa distinto y rehúye de todo aquello que no le conduzca a la solución de sus problemas. La normalidad, esa es la revolución pendiente ahora.

Votaré a quien encargue la primera auditoría de la burocracia política, a quien lleve la austeridad de las instituciones a los recortes de asesores, de colocados, de enchufados. A quien esté dispuesto a combatir aquello que lo sustenta, a quien vea en la ‘casta política’ el mayor de los peligros de la política. A quien se obsesione con la distribución de los recursos, a quien sea capaz de descubrir que a veces las prioridades se ocultan en el abandono de colectivos, de asociaciones ciudadanas que sobrellevan la carga de todos aquellos problemas que se olvidan, que olvidamos. Votaré…

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16 mayo 2011

Letanías



Era sábado, sábado de campaña electoral, y en aquella plaza no había carteles electorales. Al pie de unos bloques de pisos, dos niños jugaban al columpio en un pequeño parque alfombrado de yerba artificial y, más allá, en bancos de madera despintada, un grupo de mujeres entretenían la mirada con el paso cansino de una mañana de calor precipitado. Ésta es la barriada de Las Letanías, en Sevilla, frontera de la confusión y del desorden, franja limítrofe con el hampa y las candelas de neumáticos a media noche, línea que divide la esperanza de la desesperación. Es sábado de campaña y aquí no hay carteles electorales. Sólo unas pintadas en negro en el soportal de los bloques de pisos. “Toñi, te quiero”, dice una. “Soy el más chulo”, dice otra. Pero ningún cartel electoral.

El contraste llama la atención porque, justo enfrente de donde se sientan las mujeres, en la parroquia de las Letanías, un numeroso grupo de vecinos se ha reunido en unas jornadas que organiza el Defensor del Pueblo: “¿Todos a la cárcel?”. Debaten sobre las reformas del Código Penal, el endurecimiento de las penas y la masificación de las cárceles. ¿Quién podía pensar que en un barrio acosado por el paro, el abandono y la droga, cien personas se iban a reunir durante toda la mañana de un sábado para hablar de las reformas del Código Penal? Hay que frotarse los ojos para creerlo. Pero es así y la explicación es sencilla: En un barrio marginal en el que cada familia tiene un hijo, un primo o un vecino en la cárcel, no hay mayor problema que esta impotencia de luchar contra la eterna espiral que convierte en terrible certeza que muchos de los niños que hoy juegan por estas calles están condenados a ser carne de cañón de las cárceles españolas. Ya están condenados. Y todos lo saben.

Las Letanías, sí, así se llama el barrio. Y las historias se repiten, se suceden, se multiplican. La letanía del preso en la cárcel, “no comes, no vives, no duermes; reúnes dinero para comprar una papelina y, cuando te la metes, comienzas a pensar en la siguiente; ahora quiero volver a ser persona”; la letanía de las madres con dos, tres o cuatro hijos en el infierno de la droga, “por las mañanas, limpiando escaleras, por las tardes, de visita a la cárcel, un bocadillo de tortilla en el bolso, que a mi hijo se le han clavado los huesos de la cara, de delgado que está”; la letanía de los vecinos que se ofrecen voluntarios a la Iglesia para llevarlas y traerlas a los vis a vis de las prisiones tan lejanas, para consolarlas, para ayudarlas, para sostenerlas. La letanía de los directores de prisión, de los policías y de los psiquiatras; la letanía de los fiscales y de los jueces, la letanía de la falta de medios, de recursos. La letanía de los sacerdotes de esta parroquia, capaces de movilizar la esperanza de un barrio desesperado.

La campaña electoral también es una letanía de eslóganes repetidos, de consignas prefijadas. La vida está hecha de rutinas, somos rutina, sí, por eso el contraste es tan crudo, tan imponente. Porque en la plaza en la que unos niños juegan al columpio en la frontera del hampa, la campaña parece tan lejana, se hace tan grande el vacío, que la ausencia de carteles ha convertido este sábado en una metáfora de la desafección política. Las letanías de la vida son otras.

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14 mayo 2011

Polígrafo



El principal problema de la campaña electoral para un político es que se ve en la obligación de tener que hablar todos los días. Y no está el horno de las ideas para esos bollos. Esa sobreexposición del político en campaña acaba dejando desnudos a la mayoría porque, si a lo largo de un año ya es complicado oír ideas, conceptos, que se salgan de lo previsible, de lo establecido en las consignas, cuando se ven como ahora en la obligación de tener que hablar todos los días, el más prudente acaba despeñándose por el absurdo o el disparate y el mejor orador naufraga en la nadería, la exageración o la falacia.

Detengámonos, por ejemplo, en la bochornosa retahíla de explicaciones que se ha utilizado para justificar que toda campaña electoral comienza ya con un engaño generalizado: la composición de las candidaturas. Eso que oímos siempre cuando se descubre un caso de corrupción, esa frase hecha que se repite, “frente a la corrupción, tolerancia cero”, se reduce a la nada cuando los intereses políticos se imponen a la ética a la hora de elaborar las candudaturas. Por eso, en esta campaña electoral ni uno sólo de los grandes partidos políticos ha sido capaz de presentar listas electoral libres de personas imputadas en los tribunales de Justicia. Todos, además, caen en el patetismo de utilizar las mismas expresiones para justificar a sus imputados y las mismas descalificaciones para intentar hacernos ver, con el mayor desparpajo, que son los adversarios los que incluyen a corruptos en sus listas. Eso que dijo Esperanza Aguirre cuando se le reprochó que hubiera incluido en sus listas a personas imputadas, pese a que unos días antes se puso de ejemplo de lo contrario. Y va la presidenta madrileña y dice: “En mis listas hay gente que está imputada pero por tonterías, no por acusaciones”. Y tan pancha. Lo extraordinario es que esa misma osadía, casi la misma expresión, se le ha podido oír también a la presidenta del PSOE de Andalucía (“En las listas del PSOE no hay imputados por corrupción, sino por delitos administrativos”) y al coordinador andaluz de Izquierda Unida (“el código ético habla de imputados, procesados y además por delitos de corrupción y no se da ese caso en Torrijos”, que es el concejal de Sevilla que está procesado por dos delitos, uno de coacciones a un trabajador y el otro por el caso Mercasevilla).

Otras veces se ha apuntado aquí que el problema de la corrupción política en España es estructural, transversal, porque afecta por igual a todos los partidos políticos. La intensidad depende sólo del poder que se ostente; es directamente proporcional al número de instituciones que se gobierne. Esta similitud de ahora, el paralelismo en las justificaciones, viene a demostrar una vez más la tesis anterior. La corrupción iguala los discursos, los alinea de izquierda a derecha, los hace idénticos en el descaro. Hace unos días, el coordinador de IU recomendó utilizar un polígtrafo en la campaña ante "el nivel de mentiras e incumplimientos que se hacen antes, durante y después de la campaña electroral". Estaría bien, sí, aunque ningún polígrafo detecta la falta de ética y la asunción de las corruptelas como parte del trabajo político. El aceite que hace funcionar una democracia.

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28 abril 2011

Dejar el poder



Al presidente acorralado de Yemen, Ali Abdalá Saleh, algunos ex presidentes están enviándole mensajes de consuelo para que deje de aferrarse al cargo y renuncie de una vez para acallar las protestas. Uno de ellos, Ali Naser Mohamed, se ha puesto él mismo de ejemplo para animarlo: “Dejar el poder no es dejar la vida”, le ha transmitido. Y luego ha matizado que todo es cuestión de respetar la inmunidad internacional que está solicitando el acosado. “Queremos que tenga una salida honorable. Está preocupado por el dinero”, explica finalmente el ex presidente comprensivo y, cuando lo dice, todo se entiende a la perfección. Lo que quiere el presidente del país árabe más pobre es dejar el poder con la garantía de que nadie va a procesarlo y, sobre todo, que nadie va a tocar ni un céntimo de su fortuna, calculada en 34.000 millones de euros. Lo que no se comprende de la secuencia es cómo hay que encabezar la explicación aclarando que nadie se muere por dejar el poder, como si 34.000 millones de euros y la inmunidad no fueran razones suficientes para afrontar el futuro con la misma desvergüenza con la que se ha ejercido el gobierno.


Pensemos, en cualquier caso, que lo que dice el ex presidente no es ninguna bobada, y que también a un tipo como el sátrapa yemení, incluso con la fortuna que ha amasado, haya que explicarle que no se va a deprimir, hundido como quien pierde un amor, por dejar el poder. Pensemos que sí, que no es ninguna tontería porque es muy posible que para algunas personas el poder sea más fuerte que cualquier otro deseo, que cualquier otro placer, que cualquier otra ambición. Aquello que dijo Kissinger, no sé si cuando razonaba sobre el atractivo sexual del poderoso, y él volvió la frase como un calcetín y explicó que el atractivo, que el orgasmo, está en el poder en sí. “El poder es el afrodisíaco más fuerte”, dijo Kissinger, y todo el que conozca a un político de raza observará que ciertamente, nada natural, normal, puede explicar la atracción que ejerce un cargo público para quien lo ostenta. No importa que el poder sea el de un ayuntamiento, el de una región pobre o el del país más rico del mundo; la fascinación del político por el poder no forma parte de este mundo. Por lo menos, del mundo que transitamos los demás.

Aquí en Andalucía, por ejemplo, uno de los ejercicios más interesantes de un tiempo a esta parte es el de ponerse a calcular qué puede ocurrir si algún día, como dicen las encuestas, el PSOE abandona el poder. Después de treinta años, lo que está claro es que no será un proceso normal porque son muchos, miles, los que, directa e indirectamente, han convertido la victoria electoral cada cuatro años en una forma de vida. De ahí que los procesos electorales por aquí nunca se desarrollen con absoluta normalidad democrática. No es que al personal le haya dado por el golpismo, que no es eso, pero la tensión que se crea en vísperas de unas elecciones, la tensión que se detecta en muchas conversaciones de calle, en charlas cotidianas, revela un apego al poder que sobresale los límites razonables de una democracia en la que la alternancia debe estar asumida como principio saludable. Afrodisíaco y sustento. Ese es el coctel que se ha dado aquí.

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Vuelco electoral



A seis semanas de las elecciones, en Portugal se asiste a un vuelco electoral inesperado. Lo que nadie podía prever, está ocurriendo: en medio de la crisis económica más grave conocida, con el país intervenido por la Unión Europea con un rescate de 90.000 millones de euros y con el gobierno en funciones por la dimisión del primer ministro ante la incapacidad de sacar adelante las reformas económicas necesarias; en medio, en fin, de ese panorama de convulsión económica, financiera y política, el partido que crece en las urnas es el partido del gobierno, el Partido Socialista, mientras la oposición conservadora se ha desplomado. Al primer ministro y candidato socialista, José Sócrates, se le ve sonreír en las fotografías porque en poco tiempo le ha dado la vuelta a las encuestas, ha subido once puntos, los mismos que ha bajado su rival conservador, y se ha colocado en cabeza. Y eso que cuando se le pregunta al electorado por la situación, la mayoría tiene claro que el primer ministro socialista reaccionó tarde y mal frente a la crisis y que es, por tanto, el principal responsable del agujero en el que se encuentra Portugal. Entre tanto, el líder de la oposición conservadora, que no ha sabido o no ha querido explicar con firmeza las recetas para salir de la crisis, se ha ganado una imagen de timorato entre la población, de pusilánime, y se va hundiendo en el cenagoso clima de desconfianza hacia la clase política.

Elecciones, crisis económica, desconfianza política, una oposición que no acaba de despuntar… Con las diferencias de todo tipo que existen entre Portugal y España, las políticas y las económicas, es inevitable establecer un paralelismo porque, ciertamente, las coincidencias son muchas y, sobre todo, porque también en España, a pesar de la distancia electoral sostenida que existe entre el PSOE y el Partido Popular en las encuestas, lo que ha comenzado a instalarse entre el personal es la sensación de que la victoria de los populares en las elecciones de mayo no será un paseo, como se presumía, y que, en sentido contrario, el desplome socialista no será la debacle que se vaticinaba. Con lo que, si eso ocurre, si el PSOE logra salir airoso (no triunfal, pero sí airoso) de las elecciones municipales próximas, todos los vaticinios que se habían hecho hasta ahora para las elecciones andaluzas y generales del año que viene pueden comenzar a cambiar de la misma forma vertiginosa que ha ocurrido en Portugal.

En política, ninguna victoria, ninguna derrota, está garantizada por los sondeos. Y siempre, en el resultado final de las elecciones, además de todos los aspectos ambientales que inciden (la crisis, el paro, la caída abrupta del zapaterismo), influirá de una manera decisiva la forma en la que cada partido se maneje en el tiempo electoral. Hasta ahora, de forma general, el PSOE siempre se ha manejado mejor en las campañas electorales; ha sabido conducirlas mejor. Y la crisis interna no le ha quitado ese olfato, ese bagaje. Si en el Partido Popular no ven señales de alarma en las encuestas que todavía le otorgan ventajosas mayorías absolutas, es que ya han comenzado a equivocarse. Porque lo que sí saben por experiencia es nada hay tan efímero en la vida política como una victoria en los sondeos.

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24 enero 2011

Zumo de piña



Una verdad compartida, un lapsus muy político y un regusto de insatisfacción. Con esas tres impresiones, arrojadas sobre el auditorio como tres cubos de pintura de los que los populares utilizan en su propaganda para anunciar las reformas, clausuró ayer Mariano Rajoy la Convención nacional que el Partido Popular ha celebrado en Sevilla. Lo último, el regusto de insatisfacción, fue lo más evidente, porque la decepción se palpaba en el ánimo del personal a la salida; esperaban que el presidente del partido les inyectara una última dosis de adrenalina, un chute de moral por la victoria que anuncian los sondeos y que les había traído en volandas hasta la capital andaluza. Pero no. Ni metadona les dieron; zumo de piña en vena o así.

Rajoy hilvanó un discurso correcto, esperado, previsible y medido que podría servir para cualquier mañana en el Congreso de los Diputados o para uno de esos campamentos de verano que montan los juveniles del partido. Para colmo, antes que Rajoy intervinieron otros, había otras referencias, y el presidente popular no tuvo ni la consistencia de Aznar, que entusiasmó a todos y les disipó cualquier duda de disidencia, ni el afán reformista de Arenas, que aprovechó con brillantez el atril de telonero para ofrecer su alternativa a la Junta de Andalucía.

Dicen en el Partido Popular que el objetivo de Mariano Rajoy no era encender más el ánimo de los militantes y dirigentes que acudieron a la Convención, que eso está asegurado, sino que su discurso se dirigía mucho más allá, a la sociedad que no entiende de euforias ni victorias que se cantan por adelantado. Es posible, sí. Pero entre la mesura y el triunfalismo debe existir un punto medio que no sea necesariamente el aburrimiento.

Sobre todo porque el presidente del PP comenzó su discurso con una verdad que puede ser compartida por gran parte de la sociedad. Dijo Rajoy: «Lo que le importa a los españoles ya no son nuestras críticas al Gobierno sino nuestros propósitos». Cualquiera que se pasee por las encuestas, las mismas encuestas que otorgan el triunfo al Partido Popular, comprobará que la bronca política hastía a la sociedad. En esta fase final de la legislatura, ya no hace falta explicar más veces que el Gobierno de Zapatero se ha equivocado mil veces porque eso forma parte ya del vecindario; lo que se espera del Partido Popular es justamente eso, que se aleje de la trifulca, del cruce permanente de las declaraciones y las consignas, y que comience a avanzar sus propósitos sin vaguedades. Reformas, sí, pero cuáles. Recortes, sí, pero cuáles. Leyes sí, pero cuáles.

Sostiene Rajoy, y éste fue su lapsus político, que «en tiempos difíciles, hay que decir la verdad». Hombre, la aspiración ingenua de los ciudadanos es que los políticos digan la verdad siempre, corran los tiempos que corran. Pero no está mal para empezar. Porque como él mismo añadió, «la confianza –que era el lema de esta Convención– no se regala, se merece».

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10 enero 2011

Intangibles



Que sí, que ya se sabe, que de aquí a las elecciones, puede suceder suceder cualquier cosa y la contundencia con la que los sondeos afirman hoy, tozudos, que la victoria del Partido Popular en España y en Andalucía está asegurada, puede desmoronarse en un espejismo. Sí, es verdad, pero igual que en política todos tienen muy presente lo mucho que pueden cambiar las expectativas electorales, también se sabe que, en el anverso, se dan otros axiomas igualmente aceptados: Por ejemplo, que existen inercias en la sociedad que ni el gurú político de más prestigo es capaz de torcer. A veces se trata de intangibles, conceptos tan vaporosos como que un gobernante pierda el control de la agenda política. Parece una maldición o un hechizo, pero todos saben en política que algo tan etéreo lleva al fracaso a un gobernante porque está condenado a ir siempre a traspiés. Hay más axiomas en la misma dirección: ¿Quién puede ponerle freno a una oleada de cambio político en un país? ¿Se puede hacer algo contra el descrédito, convertido en chisme de taberna, de un dirigente político? Cuando un partido cae en esa espiral, está perdido porque la política comienza a regirse entonces por las leyes de Murphy antes que por las Ciencias Políticas.

Para preocupación del PSOE, el problema de la situación actual es que, desde hace más de un año, está envuelto en uno de esos torbellinos en los que lo único que se sabe es que, se haga lo que se haga, se diga lo que se diga, nada suele salir bien. Si se fijan, ésta es, además, la razón por la que todas las encuestas demuestran que la estrepitosa caída del PSOE se debe casi esencialmente al deterioro propio, antes que a la pujanza de la oposición. De ahí lo errado de la estrategia socialista para intentar superar esa adversidad y que consiste, de forma casi exclusiva, en acerados ataques al Partido Popular. Se pretende recuperar el descrédito propio con el deterioro del contrario, y esa es una estrategia baldía. De nada sirven ya las reiteradas alertas del PSOE contra los ogros de la derecha porque el problema no es la buena imagen del partido rival, sino la desconfianza que suscita todo lo que proviene de los dirigentes socialistas, incluidas las descalificaciones al Partido Popular. Hace unos días, un vocero del PSOE andaluz decía: «El PSOE está privatizando, es verdad, pero lo hace a regañadientes; siguiendo la política neoliberal de Rajoy y Arenas. ¡Ellos sí que privatizarían y recortarían con fe y entusiasmo! El doberman sigue suelto…» ¿Podría alguien comulgar con semejante memez?

Hace un año, como ya se apuntó aquí, cuando llegaron las primeras encuestas adversas, Griñán decidió poner en marcha tres reformas profundas: se hizo con todo el poder, la presidencia de la Junta y la secretaría general del PSOE; cambió el Gobierno para convertirlo en un gabinete de fieles; y renovó su imagen pública, de José Antonio a Pepe Griñán. El resultado de las tres reformas es que, un año después, la diferencia de un punto se ha disparado hasta los diez en favor del PP. Ese es el torbellino en el que Griñán anda dando vueltas sin enterarse siquiera de dónde soplan los vientos. ¡Ay, si las malas encuestas del PSOE dependieran de la bonanza de la oposición! Qué fácil sería rebatirlas... Pero la situación es mucho más compleja, depende de esos intangibles de la política.

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