Gases corruptos
El inefable biógrafo del zapaterismo Suso de Toro se lame las heridas tras la debacle socialista en Galicia y, para intentar explicarse lo ocurrido, sostiene que parecía que en los despachos de la Xunta hubiera quedado flotando el gas del fraguismo, de modo que llegaron los nacionalistas y los socialistas al gobierno y se contagiaron sin remedio del virus del caciquismo, de la corrupción, del despilfarro. “Como si la vieja política, el fraguismo, fuese un gas que flotase en despachos y autos oficiales, impregnase las moquetas y se apoderase de sus sucesores en la Xunta”, dice el tal.
La bobada, que no da más de sí, puede servir, sin embargo, para introducirnos en un debate interesante. ¿La izquierda es más proclive a la corrupción o es justo al revés, que la corrupción proviene de la derecha? ¿Y los pueblos? ¿Todas las sociedades son igualmente tolerantes con la corrupción o esta podredumbre es propia de algunas culturas? En la primera de las dudas, es probable que, de un lado y de otro, se puedan encontrar teorías que sitúen el origen de la corrupción en la otra orilla, por utilizar el simbolismo ideológico de Julio Anguita, los unos barajando el origen proletario de las izquierdas y el deslumbramiento del poder y los otros, sobando los tópicos del cacique, el señorito, los derechos de pernada y los abusos. Pero ese argumentarlo no parece certero, ni se compadece con la geografía de la corrupción que se puede dibujar en España y que, en todo caso, tiene que ver más con las hegemonías que con las ideologías. Lo sucedido en Baena, por ejemplo. Es la soberbia y la prepotencia en la que ha degenerado la hegemonía socialista andaluza la que explica la sucesión de barbaridades que se plasman en la investigación judicial y, sobre todo, en la reacción posterior, bravucona y malencarada, de sus protagonistas. O lo ocurrido en Sevilla, también con facturas falsas. Llega la sentencia y el condenado, como si tal, consciente de que forma parte de una potente organización, asume que le ha tocado “pagar el pato” con cuatro años de cárcel. Esa podredumbre no tiene nada de ideológica, no, ésa es la naturaleza de un régimen.
Distinta es, sin embargo, la consideración que se puede hacer sobre los pueblos porque, si bien es cierto que ninguna democracia está exenta de casos de corrupción, no todas las sociedades son iguales de permeables. No parece, por ejemplo, que el fenómeno de la corrupción adquiera la misma dimensión en los países anglosajones que en los latinos, sin duda porque la moral religiosa ha dejado en ambos una huella histórica muy distinta. La corrupción se da en ambas, pero a este lado es una lluvia fina, que va mucho más allá del aceite que hace funcionar el engranaje administrativo. Lo que Indro Montanelli decía de Italia: “El hecho es que, probablemente, el virus de la corrupción esté incluido en nuestro DNA, y los italianos somos incapaces de oponerle una vacuna. En Italia todo se corrompe”. También hay una larga tradición de corruptelas en Argentina, preñada de frases espectaculares, como aquella de Georges Clemenceau: “Argentina crece gracias a que sus políticos y gobernantes dejan de robar cuando duermen”. En España, similar a Italia en esto, la corrupción se emparenta con la picaresca y a veces hasta acaba en aplausos, como cuando detuvieron al alcalde de Alcaucín.
El gas de la corrupción, en fin, como dice Suso de Toro en su bobada, existe, claro, pero no es cosa de la derecha. Si fuera eso, qué fácil sería.
La bobada, que no da más de sí, puede servir, sin embargo, para introducirnos en un debate interesante. ¿La izquierda es más proclive a la corrupción o es justo al revés, que la corrupción proviene de la derecha? ¿Y los pueblos? ¿Todas las sociedades son igualmente tolerantes con la corrupción o esta podredumbre es propia de algunas culturas? En la primera de las dudas, es probable que, de un lado y de otro, se puedan encontrar teorías que sitúen el origen de la corrupción en la otra orilla, por utilizar el simbolismo ideológico de Julio Anguita, los unos barajando el origen proletario de las izquierdas y el deslumbramiento del poder y los otros, sobando los tópicos del cacique, el señorito, los derechos de pernada y los abusos. Pero ese argumentarlo no parece certero, ni se compadece con la geografía de la corrupción que se puede dibujar en España y que, en todo caso, tiene que ver más con las hegemonías que con las ideologías. Lo sucedido en Baena, por ejemplo. Es la soberbia y la prepotencia en la que ha degenerado la hegemonía socialista andaluza la que explica la sucesión de barbaridades que se plasman en la investigación judicial y, sobre todo, en la reacción posterior, bravucona y malencarada, de sus protagonistas. O lo ocurrido en Sevilla, también con facturas falsas. Llega la sentencia y el condenado, como si tal, consciente de que forma parte de una potente organización, asume que le ha tocado “pagar el pato” con cuatro años de cárcel. Esa podredumbre no tiene nada de ideológica, no, ésa es la naturaleza de un régimen.
Distinta es, sin embargo, la consideración que se puede hacer sobre los pueblos porque, si bien es cierto que ninguna democracia está exenta de casos de corrupción, no todas las sociedades son iguales de permeables. No parece, por ejemplo, que el fenómeno de la corrupción adquiera la misma dimensión en los países anglosajones que en los latinos, sin duda porque la moral religiosa ha dejado en ambos una huella histórica muy distinta. La corrupción se da en ambas, pero a este lado es una lluvia fina, que va mucho más allá del aceite que hace funcionar el engranaje administrativo. Lo que Indro Montanelli decía de Italia: “El hecho es que, probablemente, el virus de la corrupción esté incluido en nuestro DNA, y los italianos somos incapaces de oponerle una vacuna. En Italia todo se corrompe”. También hay una larga tradición de corruptelas en Argentina, preñada de frases espectaculares, como aquella de Georges Clemenceau: “Argentina crece gracias a que sus políticos y gobernantes dejan de robar cuando duermen”. En España, similar a Italia en esto, la corrupción se emparenta con la picaresca y a veces hasta acaba en aplausos, como cuando detuvieron al alcalde de Alcaucín.
El gas de la corrupción, en fin, como dice Suso de Toro en su bobada, existe, claro, pero no es cosa de la derecha. Si fuera eso, qué fácil sería.
Etiquetas: Corrupción, Política, Sociedad
1 Comments:
Javier, propongo un ejercicio para aquel que disponga de un poco de tiempo y de conexión a internet. Recientemente se ha incorporado a la facilidad de "Googlemaps" la opción de "streetview", que permite "pasear" por las calles de muchas ciudades, incluida Sevilla. Mi propuesta es: Si se recorre la ciudad de Sevilla, ¿cuantos coches aparcados en pasos de peatones se pueden contar?. Yo he "paseado" por algunas calles que conozco bien y he contado bastantes. Por supuesto no propongo contar los coches estacionados en doble fila, eso sería muy aburrido.
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