El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

31 mayo 2010

Declive



No llega a los cuarenta años. Es profesora de educación secundaria en un instituto andaluz; el instituto de un pueblo que, todavía, cuando se menciona, con sólo decir su nombre, se paladea el zumo amargo de las aceitunas y se imagina a los hombres sentados en una plaza de cal en el centro del pueblo; se menciona el nombre del pueblo y se oye el silencio del campo en verano, cuando el viento hace olas entre los trigales, y las cuadrillas de jornaleros vienen y van. Cuando la destinaron al pueblo en el que ahora da clases, tenía esa imagen y por eso le reconfortaba la idea de acariciar la sencillez del campo, lejos de la gran ciudad.

En el curso que ha transcurrido, muchos de esos esquemas se han venido abajo. Las aceitunas saben amargas, sí, pero eso es lo único que quizá no ha cambiado. Nadie se da cuenta, o nadie parece darse cuenta, pero cada lunes por la mañana, cuando camina por las calles camino del instituto, a ella le invade la sensación de que todo a su alrededor se está pudriendo. No es la crisis económica, ni la quiebra de las inmobiliarias, ni los polígonos industriales desiertos, ni la economía sumergida como único medio de subsistencia. No es el fraude del PER, ni las limitaciones europeas de la Política Agraria Comunitaria, ni los subsidios agrícolas que han enseñado a muchos agricultores que a veces lo más rentable es no cultivar. No son las botellonas que comienzan los jueves y se alargan hasta el domingo, ni la pasmosa facilidad con la que corre la cocaína, ni las reuniones matinales de jóvenes sentados todos los lunes al sol, sin trabajo ni formación, alrededor de un coche con las puertas abiertas, la música de par en par, una litrona y unos porros. No es la dejadez del instituto en el que imparte las clases, ni el patio de tierra pelada, ni las rejas oxidadas, ni el tercio escaso de alumnos que quiere atender en clase mientras que el resto canta, grita, bota, y convierte cada clase en un infierno. No es ninguna de esas cosas porque cuando, al pasear por el pueblo, le invade una sensación de hundimiento, como si se fueran a desplomar las casas y agrietarse las calles y las aceras; esa angustia es un puzzle formado por cada una de las piezas anteriores.

Es mirar alrededor y comprender que no puede salir bien, que este pueblo de cal está condenado al fracaso. Que no hay futuro. «¿Quieres un ejemplo de este declive?», me dijo. «Te lo daré. Me ocurrió ayer. Imagínate una clase ingobernable, como muchas, y una joven de quince años que no para de cantar, de masticar chicle y tirar bolas de papel. Me harté, encendida me fui hacia ella: ‘¿Es que no te das cuenta de estás acabando con tu vida? ¿Qué te espera cuando seas mayor? ¿Qué crees que va a ser de ti, sin estudios ni nada?’ Se lo dije de golpe, irritada, dolida, desesperada. Pero ella, sin inmutarse, me contestó: ‘Con saber follar bien, es suficiente’. Sí, me ocurrió como a ti ahora, me quedé muda. ‘¿Pero qué barbaridades dices, chiquilla?’ Y ella, como si tal cosa: ‘Pues claro que lo sé, porque ese es el consejo que me da mi padre’. Salí de clase y me fui directa a la sala de profesores. Marqué el número de su padre, ‘Oiga, ¿sí?, ¿es usted el padre de Marta? Pues oiga lo que acaba de decirme su hija’. ¿Y sabes lo que me contestó? ‘Bah, ¿era eso? Pues sí, claro, es lo que yo le digo, que si no sabe estudiar, por lo menos que aprenda a follar bien y se busque un buen marido’.

No es la crisis económica, no es la penuria de la educación, no son los subsidios, ni las botellonas. No son los parados. Es todo lo que rodea esta maldita crisis, todo lo que nos rodea. Es la ética. Es la cultura. Es la sociedad.

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30 mayo 2010

Los carromatos



Al presidente Zapatero sólo le falta copiar en los mítines a Carlos Herrera para que su última maniobra política sea más efectiva entre los electores: “¡A los carromatos, que vienen los ricos!” En vez de la melodía de Vangelis, que acompaña las emociones socialistas desde la marea de ilusiones de cambio del 82 (“nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”), los mítines de Zapatero se tendrían que acompañar de la banda sonora de El Virginiano y, con el copyright de Herrera, que el presidente arengue a los suyos, nos arengue a todos, con esa adrenalina tan básica de su abecedario ideológico: “¡A los carromatos, que vienen los ricos! “¡Vaaamos, vaaamos, que les vamos a subir los impuestos a los capitalistaaaas! ¡A los caromatos, que viene la derechaaaa!”

Era de suponer que después del recorte de derechos sociales más abrupto que se ha dado en treinta años, el siguiente paso sería éste de recurrir a la más elemental de las demagogias para barnizar de izquierda el decretazo múltiple que ha dejado las pensiones congeladas y a los funcionarios ante la primera bajada de salario de la historia. Para compensar, se lanza esta cruzada contra ‘el club de los ricos’, que se anuncia formalmente en el Congreso pero de la que no se tiene la menor idea de a quién afectará ni cómo le afectará. Si tomamos el concepto millonario en sentido literal, es decir rico es aquel que disponga de un patrimonio de más de un millón de euros, el ‘club de los ricos’ en España sólo estaría formado por 88.000 mil personas. ¿Es eso lo que se pretende, recuperar un impuesto sobre el patrimonio o se trata de subir el IRPF a las rentas más altas? Porque si es esto segundo, entonces el concepto de rico es otro, es un concepto político y afectaría a todas aquellas personas que tengan ingresos superiores a 96.000 euros, con lo que ‘el club de los ricos’ estaría compuesto por casi trescientas mil personas.

Sostienen los propios técnicos de Hacienda que si lo que se pretende es recaudar más dinero, lo más efectivo sería luchar contra la economía sumergida que en España supera ya el 25 por ciento del Producto Interior Bruto (mucho más en el caso de regiones como Andalucía, como habrá que suponer para explicar el 30 por ciento de paro y la ausencia de conflictividad social). Pero una política así requiere tiempo, rigor y eficacia y, además, no contiene la adrenalina ideológica que se busca para agitar el patio. Con lo cual, tijeretazo social y recortes a los más débiles del sector público y mucha propaganda contra el ‘club de los ricos’. Ayer, el Congreso de los diputados aprobó los recortes y, para no perder ni un minuto, hoy mismo los va ratificar el Gobierno andaluz, porque esta vez no habrá complementos extraordinarios a los pensionistas a cargo de la Junta de Andalucía ni cartas buzoneadas en todos los domicilios contra el ‘pensionazo’ de Zapatero. No, la aspiración es que a partir de hoy ya no se hable más del recorte social. Ahora, la prioridad es la batalla etérea contra ‘el club de los ricos’. Y en todas las entrevistas, en todas las tribunas y en todos los mítines, muchos especuladores financieros, muchos ricos y muchos curas, en cuanto Cajasur se cruce en el camino. “¡A los carromatos, que vienen los ricos!” Herrera, atento al copyright.

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26 mayo 2010

El humo negro



Fue una revelación sorprendente casi al final del último capítulo de la serie: ¿y si, en realidad, Zapatero fuera un actor más de Perdidos? Qué sobresalto, qué agitación; de repente todo cobraba sentido, esta extraña sensación de vivir al borde del abismo; el temor y la desconfianza que se apodera de nosotros cuando se descubren las mentiras, los engaños, las traiciones; este sopor somnoliento, esta pesadilla de estar viviendo otra vida, de que nada sea real, de que el futuro no sea más que una repetición del pasado. Es este sinvivir que entra cuando se mira alrededor y se comprende que, realmente, estamos perdidos. Muy perdidos, sin rumbo ni destino.

Lost comenzó hace seis años, en el fatídico 2004, el mismo año en el que Zapatero llegó a la Moncloa. Perdidos comienza con un accidente y, sin necesidad de frivolizar en nada con el atentado terrorista del 11-M, la verdad es que, en lo que todo el mundo parece coincidir, es en que Zapatero ganó las elecciones de forma imprevista, accidental. Porque nadie, ninguna encuesta, ninguna previsión electoral, le otorgaba la victoria una semana antes de las elecciones. Es tan milimétrico el paralelismo, tan escalofriante a veces, que durante un tiempo se hicieron chistes en España que comparaban la forma de gobernar de Rodríguez Zapatero con las decisiones de un mono que pilota un avión. Lo único que no supimos entonces es que, en realidad, también nosotros íbamos a bordo de un avión así: el vuelo 815 de Oceanic Airlines.

También coinciden los planos temporales. En la serie se utilizan, como aquí, las idas y venidas al pasado y al futuro, y el presente es una superficie deslizante. Todo igual salvo los asuntos que se tratan; que los de la serie Lost, dónde va a parar, son mucho más interesante. Aquí no hay historias de amor y celos, ni ojos deslumbrantes, ni mentones poderosos, ni cinturas de vértigo. El abismo aquí nunca es una escotilla: siempre es una gráfica o un estatuto. Pero la inquietud es la misma.

El desconcierto del Perdidos nuestro se produce porque, cuando viajamos en el tiempo, a donde nos trasladamos es a la tensión de la Guerra Civil, por ejemplo. ¿Existe en política un ejercicio de flashback más intenso que el vivido aquí con la Memoria Histórica? Y la inseguridad, la incertidumbre, la acarrean episodios cotidianos, como las medidas que se niegan por la mañana, se aprueban por la tarde y se rectifican por la noche. La técnica que se utiliza en Perdidos se llama flashsideway.

¿Y en el caso de Cajasur? ¿Qué supone que la Iglesia le haya dado una patada a la mesa, provocando otra tormenta financiera? ¿Será un ejercicio de flashforward, que igual que en la serie se anticipa al futuro, lo adelanta? «Estábamos muertos, ahora estamos moribundos, pero como se mantengan estas medidas mañana estaremos todavía peor». Muertos que siguen vivos, que resucitan. No lo dice nadie de la serie ni de la Iglesia; lo dijo ayer uno de los alcaldes que acudió a la reunión de la Federación de Municipios y Provincias. Los ayuntamientos, esos sí que están perdidos.

Jack Shephard y José Luis Rodríguez Zapatero, los dos líderes con dos nombres que comienzan por J, la misma la letra. Jack y José Luis, dos líderes de Perdidos. Son tantas las coincidencias que se van agolpando que, cuando se anotan en una libreta, producen una angustia sobrenatural: pensar que, entre la ficción y la realidad, estamos nosotros también. Sólo nos falta el humo negro, aunque en lo nuestro, como tiene también su toque tragicómico, sería en forma de chiste de Chiquito de la Calzada: «El humo negrooorrr…».

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Braulio




Braulio Medel siempre ha tenido el aire de un oficinista de banco del siglo XIX. Todo en él acompaña a ese estereotipo, la cara, la sonrisa, los silencios, el carácter, la voz, el cuerpo, los andares; todo lo suyo conspira de forma permanente contra él para que al llegar no haya más remedio que imaginarlo detrás de una ventanilla, contando billetes, con los manguitos puestos y la visera. Y unas gafas pequeñas en medio de la nariz que le sirven de muro invisible con el mundo: la misma mirada, cuando es hacia abajo, expresa de forma tajante ‘no molestar’, pero también puede invitarnos a exponer algo con brevedad, que es cuando los ojos nos miran por encima de las gafas. Así nos imaginamos a Medel, secuestrado por su estereotipo. Braulio... pero si hasta el nombre parece que se lo pusieron adrede.

Lo más interesante, de todas formas, es el rendimiento que Braulio Medel le ha sacado a su estereotipo de hombre gris. Con él se demuestra que para triunfar en la vida pública hay veces que lo mejor es no ser ni atractivo ni brillante; que en muchas ocasiones la habilidad radica en no hacerse notar. Es un liderazgo de baja intensidad que lo que busca no es el esplendor inmediato de la fama sino el brillo eterno del cargo asegurado. Cuanto menos se figure, mejor; cuanto menos se hable, mejor; cuanto menos se sepa, mejor.

Fíjense que Medel ha sido el único presidente de Unicaja en sus veinte años de vida, y no ha habido proceso de renovación ni cambios políticos que lo hayan movido del sillón. Ni las trifulcas de su partido, el PSOE, que son las peores, ni las del Partido Popular de Málaga, siempre a su lado gracias a un modelo clásico de cohabitación política y entendimiento: ‘yo te doy, tú me das’. Y eso que cuando llegó a Málaga, Medel, que es de la quinta de Griñán, ya venía de otra caja de ahorros, la Caja de Ronda, con la que se fusionó, y antes de todo eso, ya había ocupado un despacho en la Junta de Andalucía, el de ser viceconsejero de Economía. Medel fue hasta guerrista, quizá para demostrar que no estaba completo el aserto aquel de que ‘quien se mueve no sale en la foto’, porque quien sabe moverse lentamente, es capaz de salir en todas las fotos.

Entenderán que sólo un gran profesional del liderazgo de baja intensidad es capaz de controlar los tiempos como lo ha hecho Medel en todos estos años para que no le afectaran las banderías, los plazos o las prescripciones. Ahora atraviesa, quizá, su peor momento. Cuando más necesitadas están las cajas de ahorro de fusionarse con otras para salir de la crisis fortalecidas, Medel acaba de fracasar en sus dos intentos. Dos fiascos seguidos que, para colmo, han terminado, los dos, con la intervención del Banco de España, con lo que se tiene asegurado que todo el mundo se va a enterar de la pifia. Primero, la Caja de Castilla la Mancha y ahora, Cajasur.

Ni siquiera la excusa de que las dos cajas estaban casi en bancarrota sirve de excusa, porque las dificultades en ambos casos se arrastran desde hace años. Y si era así, si Medel conocía que se iba a fusionar con una bancarrota, lo que nadie entenderá es por qué se embarcó en operaciones que podrían haber sido tan perjudiciales para la caja malagueña e inasumibles para la caja ruinosa. Medel se ha equivocado dos veces, ha elegido mal dos veces, ha gestionado mal dos veces y de las dos fusiones fracasadas se ha enterado medio planeta. El discreto Braulio debe estar pasando un mal trago.

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24 mayo 2010

El baculazo



Si la duda es por qué la Iglesia actúa de una forma tan irracional, por qué ha roto con Unicaja a costa de perderlo todo; si la pregunta es que cómo es posible que la Iglesia haya abortado la fusión a sabiendas de que el Banco de España la intervendría; si son esas las incógnitas, entonces es que quizá esté fallando lo elemental, el carácter de la jerarquía eclesiástica, el refinamiento de sus acciones y la contundencia de sus determinaciones. Dicho de otra forma, si lo que nadie se explica ahora en la Junta de Andalucía, en el PSOE y en Unicaja es que la Iglesia haya actuado de esa forma, porque pensaban que el Cabildo nunca se atrevería, si eso es lo que ocurre, entonces es que la estrategia que se ha utilizado en la fusión para presionar a la Iglesia siempre ha estado equivocada: la jerarquía eclesiástica no está compuesta por un puñado de meapilas retrógrados, de cardenales panzudos, y tratarla como tal es cometer un error de bulto. La malahostia, con perdón, también la administran los purpurados con refinada maestría.

Para empezar, que quede claro que la ruina financiera de Cajasur, como es obvio, es responsabilidad de la Iglesia, que para eso era la propietaria principal de la caja. Pero también hay más actores en esa culpa: Por ejemplo, el Banco de España, que quizá debió actuar con más contundencia para impedir algunas de las operaciones que la han arrastrado al pozo; por ejemplo, la Junta de Andalucía, porque en todos estos años lo único que le ha preocupado ha sido el control político de Cajasur. Por arrebatarle a la Iglesia la única caja de ahorro que no controlaba en Andalucía, el PSOE y el Gobierno andaluz ha sido capaz de hacer cualquier cosa, pero jamás ha movido un dedo porque estuviera preocupado por la marcha de la entidad cordobesa. Tanta ha sido la obsesión, que es posible, incluso, que en el seno del PSOE se haya visto la ruina de la caja cordobesa como la posibilidad definitiva para conseguir lo que lleva intentando tanto tiempo y no ha podido alcanzar. Es esa retahíla que se repite siempre que se ha emprendido alguna campaña de acoso a Cajasur, la de los “privilegios de la Iglesia”, como si la defensa de lo que es propiedad de uno fuera un privilegio en el caso de la Iglesia y un derecho en el caso de todos los demás.

Por ese motivo, quizá el error de cálculo en la fusión ha sido el de pensar que la Iglesia nunca se atrevería a darle una patada a la mesa y a tirarlo todo por la borda. Como ya lo tenía todo perdido, la Iglesia se ha dado el gustazo de entregarse al Banco de España y endosarle un problema múltiple a quienes la acosaban. Problemas para el presidente Zapatero, porque se ha vuelto a dañar la credibilidad del sistema financiero español en los mercados internacionales y porque obliga a inyectarle 523 millones de euros. Problemas para Griñán, porque ha quedado en evidencia su desinterés y su falta de liderazgo para evitar que el desencuentro entre Unicaja y Cajasur haya crecido hasta la ruptura final. Y problemas para el Banco de España, que tendrá que lidiar con el agujero de Cajasur y con los recortes de la plantilla. Se han enfrentado dos soberbias y al final, ya ven, ha sido la Iglesia la que ha llegado más lejos. Se han enfrentado dos soberbias y, al final, ya ven, hemos perdido todos.

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23 mayo 2010

El índice 20


Se ha ido poblando mi barrio de tiendas pequeñas de alimentación que han devuelto a las aceras un paisaje que tenía olvidado, que se lo tragó el tiempo. Fue antes de que las grandes superficies llegaran a la ciudad, antes de que los economatos de los setenta nos deslumbraran con estanterías interminables, grandes pasillos pastas italianas y legumbres de Castilla; pepinos, pimientos y tomates relucientes alineados en pequeñas bandejas; leche y batidos de todas las marcas; chocolates y nocillas de todos los gustos; carnes, quesos, chorizos y conservas hasta llenar el carro de la compra. Habíamos crecido en otro mundo, en las antípodas de los economatos; habíamos crecido en la estrechura de las tiendas de barrio. Algunas de esas tiendas eran rancios y reputados ultramarinos, con estanterías de madera y un surtido completo de bacalao en el escaparate, pero otras eran apenas un salón de la casa de alguna vecina del barrio, papel de estraza y un peso blanco sobre el mostrador. Una estantería con paquetes y botes y una romana junto a los cajones de la verdura y las hortalizas.

Si la economía se acompañara de un estudio sociológico entenderíamos mucho mejor las gráficas, las curvas. En aquellos años, por ejemplo, antes que el impacto económico o urbanístico, lo que provocó la llegada de los economatos fue un cambio radical en el modo de vida. De la compra en papel de estraza en la tienda de la esquina, con cuartos de chacina medidos en la balanza, se pasó a los carros de la compra atiborrados de productos en una gran superficie. De lo poco a lo mucho, de la contención a la desmesura, de la familiaridad del tendero a la artificialidad y la eficacia del marketing.

Treinta años después, las pequeñas tiendas han vuelto a poblar el barrio. También tienen balanzas sobre el mostrador, ahora digitales; vitrinas con quesos y chacinas que venden por cuartos y cajones de frutas y verduras que se compran por piezas. En veinte metros cuadrados, todavía hay sitio para un pequeño congelador, una estantería con legumbres, azúcar, café y colacao. En alguna he visto incluso cuentas pendientes, anotadas a bolígrafo en una libreta de ditas. No cierran sábados y domingo, y casi todas ofrecen el mismo perfil laboral, gente expulsada de su profesión por la crisis que, con los ahorros o el dinero del despido, se refugia en el pequeño comercio, la tienda de barrio. Puede ser una mujer que se ha echado la familia a cuestas o un pequeño empresario de la construcción que, en las puertas de la ruina, han abierto una tienda de comestibles en la que trabaja toda la familia.

La crisis ha devuelto al paisaje urbano las tiendas de barrio; otra vez los cuartos de chacina y las compras pequeñas, medidas. Como en los bares y en los restaurantes, como en las ferias y en las romerías. Un viejo lobo de la hostelería resume la situación con un golpe de vista a la caja registradora. “La gente no ha dejado de salir, ni de consumir, pero la diferencia está en que, ahora, la caja se llena siempre de billetes de veinte euros. Hace dos años que no veo un billete de cien euros en la caja”. Si los estudios de economía se acompañaran de análisis sociológicos, las gráficas incluirían esta nueva realidad. El billete que marca la realidad económica del país es el billete de veinte euros. El índice 20.



Foto: http://www.flickr.com/photos/haciendoclack/tags/ultramarinos/

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16 mayo 2010

Gloria Gaynor



A las sesiones del Parlamento de Andalucía conviene asistir con la filosofía del turista accidental. Como en los viajes, sólo un novato se enfrasca en el debate parlamentario sin haber preparado antes las maletas de forma cuidadosa. Un espectador de debates, como un turista experto, debe saber en cada instante a dónde quiere dirigirse, porque pueden intentar llevarlo a otra parte, y, sobre todo, debe ir provisto de recursos suficientes para que la travesía no se haga insoportable. Porque habrá páramos interminables, tierra seca, un paisaje monótono que cae a plomo sobre cualquiera. Y habrá cumbres escarpadas o curvas junto a un abismo durante los que, lo mejor, será distraer la atención. Por eso, a las sesiones del Parlamento de Andalucía conviene acudir siempre con un libro oculto en un bolsillo.

Para la sesión de ayer me llevé “Las grandes superficies” de Juan José Téllez. El libro me salvó la sesión porque, además de distraer el páramo interminable del discurso de algunos consejeros como Antonio Ávila (alguien debería enseñar a ese hombre a vocalizar, debería aprobarse en el siguiente Consejo de Gobierno por decreto urgente), la lectura de los poemas de mi amigo Téllez me proporcionaba metáforas inesperadas sobre el debate. Como si el poeta fuera escribiendo una crónica paralela. Un poner: hablaba el citado Ávila, aburría a las ovejas, abría el libro por una página, al azar, y surgía un poema apropiado: “Y el corazón tan frío/ como un bar en la hora feliz/ de los grandes hoteles”. Ese es Ávila, sí. O hablaba luego Pepe Caballos, se dirigía a un paisaje de escaños vacíos, para hacerle la pelota a la consejera de Economía. A Caballos, que lo fue todo, le toca ahora hacer las preguntas de peloteo al Gobierno que nadie atiende. Él mismo se justificaba de la chorrada de su pregunta, “esto no es cubrir el expediente”, pero nadie le había pedido las excusas. “Desoladora vida, caimán de los años”.

La sesión de control al presidente Griñán es el equivalente a la visita al centro histórico de la ciudad a la que acabamos de llegar. Muchas veces, quizá demasiadas, se trata de lugares conocidos, pero siempre ofrecen algún atractivo. Ayer, por ejemplo, todos los oradores convinieron en que todas las preguntas, en realidad, significaban lo mismo. Aunque no estaba en el guión, ayer sólo tocaba el decretazo múltiple de Zapatero. “Yo iba rumbo al empleo fijo y la gran familia/ en el coro de los niños bien peinados,/pero entonces sucedieron tifones y cetáceos”. Para Griñán, al que ya Zapatero le había dicho lo que le dijo Obama que le dijo Merkel para que se lo dijera a todos, nada es nuevo ni nada es exclusivo de España. Por lo visto, aunque sepamos bien que ha sucedido lo contrario, la Junta de Andalucía siempre ha estado hablando de la necesidad de acometer reformas serias y recortes agudos. “Todo lo que ha dicho Zapatero, ya lo anticipó la Junta”. O esto otro: “No sólo no he negado nunca la crisis sino que la reconocí desde el principio”. Como es tanto el sonambulismo de este hombre, el portavoz de Izquierda Unida exclamó alarmado: “Al parecer, usted se cree las cosas que dice”.

Pero Griñán seguía a lo suyo: Todos los países han tomado las medidas que ha adoptado Zapatero en España; todos los países decidieron que para salir de la crisis había que recurrir al déficit público; todos los que hemos salido de la recesión hemos decidido ahora reducir el déficit público. Y en este plan. “Basta ya de mentiras. La fiesta se acabó. Usted y Zapatero nos han arruinado a los andaluces”, dijo Arenas, el líder del PP, en un discurso seco, terminal, porque, ciertamente, el giro inesperado de Zapatero ha dejado en el aire un aire espeso de fin de etapa y, por consiguiente, de incertidumbre. Ya no hay más trolas, ya no valen más estratagemas. Ya sólo queda la esperanza de que esto pueda cambiar, la esperanza de sobrevivir a esta tiesura. Tiene razón Téllez: “Tuvimos que hacerle caso a Gloria Gaynor/ y sobrevivir al hundimiento de nuestra propia Atlántida”.

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13 mayo 2010

Los puntos y las íes




Seré breve, como Zapatero cuando no vende humo. La reforma planteada ahora por el Gobierno español no es un ejercicio de responsabilidad, sino una demostración de acatamiento. Las medidas planteadas no suponen un esfuerzo colectivo de la sociedad española porque el Gobierno carga el recorte del sector público sobre dos colectivos con sueldos del Estado que nada tienen que ver con la burocracia política e institucional, que es la que habría que reducir drásticamente. Y, por último, desde el punto de vista de política económica y social, lo decidido no tiene ninguna coherencia con las políticas que, hasta ayer, se decían que eran las que convenían a España para salir de la crisis. En definitiva, para lo que sí ha servido de lo ayer es para poner los puntos sobre las íes: Imposición, injusticia e incoherencia.

Imposición porque el espectáculo de las últimas semanas ha sido demoledor para la imagen de España. Ya sólo faltaba ya la ONU en la lista de instituciones y organismos internacionales que advertían a España de la necesidad de acometer reformas urgentes. La Unión Europea, el Fondo Monetario Internacional, el Banco de España, la prensa internacional… Después de que el propio Obama llamase por teléfono a Zapatero para pedirle reformas económicas en España, ¿quién faltaba ya por pedirlo? Pues eso, la ONU. Un detalle sutil nos releva lo sucedido. La comparecencia de ayer de Zapatero en el Congreso se decidió la semana pasada con un objetivo muy distinto. Lo que hizo el PSOE fue aceptar la solicitud de Izquierda Unida que pedía que el presidente compareciera en el Congreso para explicar “qué medidas preventivas va a adoptar con el fin de frenar los ataques de los especuladores internacionales”. A esas alturas de la semana pasada, el discurso oficial era ése: somos víctimas de los especuladores internacionales, los tiburones del capitalismo. Las exigencias de Merkel, durante el fin de semana, y de Obama, el lunes, han cambiado por completo el guión.

Injusticia porque, si bien es cierto que España necesita con urgencia frenar el déficit público –además de otras reformas inaplazables- para salirnos de la ‘champions pigs’, es desolador que el recorte se le imponga a los funcionarios y a los pensionistas. Los primeros, más de ocho millones, son los únicos que, gracias a su sueldo fijo, pueden contribuir a reactivar el consumo, con lo que no se entiende el recorte; los segundos porque se van a congelar pensiones de miseria, de ochocientos euros. Es la parte más débil y por eso la ataca el gobierno. ¿Por qué no se atreve el presidente a congelar, en vez de las pensiones, el nuevo sistema de financiación de las autonomías, que firmó el año pasado y que suponía un aumento de más de once mil millones de euros? ¿Por qué en vez de recortarle a los funcionarios no suprime las diputaciones, grandes nidos de enchufados de todos los partidos?

Incoherente por que Zapatero se convierte en el primero presidente de la democracia que recorta el salario de los funcionarios, a pesar del acuerdo firmado hace sólo dos meses, y congela las pensiones por decreto, ¡decretazo!, incumpliendo una ley, el ‘pacto de Toledo’. Ahora, que venga el presidente de la Junta de Andalucía, que hace dos días llamaba antipatriotas a quienes hablaban de crisis, que hace dos días afirmaba que el recorte no sería traumático, que hace dos días garantizaba a los funcionarios que iban a cobrar más el año que viene; que venga ahora a decir lo contrario. La de la Junta de Andalucía es la imposición al cuadrado, la externa y la del partido. “El recorte será drástico y duro porque la situación es difícil y sería insensato ocultarlo”, ha dicho Zapatero. Ahora que venga Griñán otra vez con la milonga del patriotismo de la confianza y la conspiración de las malas noticias.

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12 mayo 2010

La Champions Pigs



Ea, pues ya estamos jugando una liga de campeones, la champions pigs, que sólo se parece a la anunciada por Zapatero en que ambas tienen una sonoridad parecida, la champions league, la champions pigs; suenan parecido pero ya sabemos que la diferencia fundamental consiste en que la primera se juega en los puestos altos de la tabla y la segunda se disputa en el fondo. Las dos son ligas de campeones, campeones del éxito y campeones del fracaso, líderes en solvencia económica y líderes en tiesura. Grecia, Irlanda, Portugal y España. Esos son los componentes de la champions pigs. Aquí abajo, en Andalucía, acostumbrado a cerrar todas las estadísticas, esta liga de los tiesos, la champions pigs, no resulta extraña. "España ha entrado en la Champions League de las economías mundiales. Un torneo en el que España es la que más partidos gana, las que más goles ha metido y la menos goleada". ¿Se acuerdan de la frase?

Pues lo más asombroso de todo es que no hace tanto tiempo desde que el presidente Zapatero pronunció lo anterior. Aunque parezca una eternidad, conviene recordar que hace tan sólo dos años, en 2008, el discurso del Gobierno socialista seguía siendo ése, que España no tenía nada que temer a las turbulencias financieras de Estados Unidos porque está "preparada como nunca lo ha estado" ante una posible recesión, por “el dinamismo de la inversión, la solvencia de las empresas, la eficiencia del sistema financiero y la "acumulación de disponibilidades" de las familias. Fíjense que lo grave de la situación es que en los tres frentes anteriores, es que el optimismo antropológico llevó al Gobierno a no actuar en ninguno de ellos y ahora nos encontramos con la realidad, que nada tiene que ver con aquellas previsiones: ni el sector público, ni el sector privado ni el sistema financiero españoles arrojan buenos datos.

En el sector público, la deuda española es del 53% del PIB y el déficit de las cuentas públicas es del 11,2% del PIB. En el sector privado, el endeudamiento es del 178% del PIB. Por último, el ajuste duro de créditos en el sector financiero denota que sin ese recorte drástico también comenzará a tambalearse, algo que, por fortuna, salvo en algunas cajas de ahorro, no ha ocurrido. Únase a todo ello que el desempleo en España supera el 20 por ciento (y en regiones como la andaluza, más del 30 por ciento) y que la balanza comercial, la diferencia entre importaciones y exportaciones, es deficitaria. La pregunta que inquieta a los mercados, y a las temibles agencias de evaluación de la deuda, es cómo se puede salir del círculo vicioso que se establece con esos parámetros: el endeudamiento privado y el aumento del paro hacen que el consumo se retraiga; el déficit público obliga al Estado a no endeudarse más, con lo que tampoco puede inyectarle dinero a la economía. Y sin consumo privado ni inversión pública, el crecimiento económico seguirá demorándose.

¿Somos Grecia? La pregunta, evidentemente, es secundaria. En algunas cosas nos parecemos, en otras nos superan con creces y en algunas otras, como el paro, España está mucho peor. Pero eso es lo de menos porque los problemas de España no se solucionan con el consuelo de que haya países peores. La cuestión es que estamos jugando la misma liga, la champions pigs. Qué distinto de aquellos sueños de champions league. Aunque suenan casi igual.

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10 mayo 2010

Campaña en dos actos



Ya viene la campaña, ya se huele en el ambiente como se huele la tierra mojada que anuncia una tarde de tormenta. Y no hace falta siquiera que los partidos políticos, como ya está ocurriendo, multipliquen promesas y sonrisas en las vayas publicitarias. No hace falta que los autobuses hagan cola en la puerta de los polideportivos mientras se celebra el mitin de los convencidos. Tampoco habrá que esperar a los debates, ni a la trifulcas, ni a las encuestas. La campaña ya está en al calle, la maquinaria electioral ya ha comenzado a funcionar. Y se describe en dos actos ciertos, reales. Cotidianos. Vividos.

El primero se desarrolla en la puerta del colegio de un pueblo andaluz. Un grupo de madres y padres esperan la salida de sus hijos de Primaria. Llegan corriendo, alborotados, cargando a duras penas con enormes mochilas de colores. Una pequeña se abraza a las piernas de su madre y resopla, con los cachetes colorados. Su madre se inclina y saca de la mochila un pequeño ordenador con el logotipo de la Junta de Andalucía. Quizá para aliviarle el peso. O quizá no. Quizá saca el ordenador de la mochila para lo que viene a continuación: «Ay, hija, déjame que te lleve el ordenador no vaya a ser que se te caiga la mochila y se rompa... La verdad es que mi niña está muy contenta con el ordenador de la Junta de Andalucía, y es lo que yo le digo, ‘eso es para que te des cuenta, porque ahora lo que tendrían que hacer es no regalarles ningún ordenador a las niñas que sus padres votan al Partido Popular... ¿O no es así?, Ay, venga, hija, que nos vamos». Nadie contestó, supongo que algunos porque pensaban que lo lógico es que fuera así, y otros porque, como me ocurrió a mí, se quedaron estupefactos con la escena, esa frase terrible, «las niñas que sus padres votan al PP»; las niñas de padres disidentes señaladas como indeseables, tratadas como indeseables.

Segundo acto. Dos matrimonios quedan a cenar. Nada extraordinario, son dos parejas normales, de gustos normales y apariencia normal. Los anfitriones –la cena es en su casa– montaron su propia empresa de productos gastronómicos de calidad en una gran ciudad andaluza y, poco a poco, con jornadas de trabajo de 24 horas, han ido consolidando una buena cartera de clientes. Los invitados trabajan en el Ayuntamiento de esa ciudad, la mujer es una de las secretarias de la Alcaldía y el hombre funcionario. Era inevitable hablar de crisis. El empresario se muestra agobiado, angustiado, y detalla sus esfuerzos para mantener la productividad, para no reducir la plantilla, para lograr alguna rentabilidad. Pero cada vez que cuenta algún apuro, uno de sus invitados lo interrumpe con una sonrisa. «Es que a quién se le ocurre, mira yo, de secretaria con un buen sueldo, y trabajo dos horas y media al día». Y sonríen. Vuelve el empresario con sus penurias, y otra vez. Ahora, el marido. «Es que lo vuestro es un sinvivir, con tantos apuros, y total, para qué... Luego, muchas veces, ni siquiera os podéis venir de vacaciones. ¿A quién se le ocurre meterse en ese berenjenal? Mira nosotros...» Fue a la cuarta interrupción cuando el anfitrión se levantó de la mesa. «Os ruego que os vayáis de mi casa ahora mismo». Y ellos, «¿Cómo? ¿Qué dices...? Estás de broma, claro, tú siempre tan bromista...» Pero no, no estaba de broma: «Nada de bromas. Es que ya estoy harto de hacer el gilipollas y que se rían de mí. Tú te estás riendo de mí, de lo que trabajo, y no voy a traer gente a mi casa para que se ría de mí. Tú, con un sueldo que pagamos todos...» No hará falta describir el silencio espeso, ni la boca seca del anfitrión. Los invitados se levantaron y se fueron. Berta González de Vega, que conoce bien esta segunda historia, asegura que no se han vuelto a hablar.

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09 mayo 2010

La señora Duffy




Es cierto que dentro de unos años ya nadie recordará su nombre. Acaso sólo se tendrá memoria del incidente, la carcajada internacional que estalla cuando un político como Gordon Brown se deja el micrófono en la solapa y comienza a insultar a la señora a la que, minutos antes, se ha acercado con el servilismo baboso de algunos políticos en campaña, la impostura de querer aparentar que todos los días pasean por las aceras y acuden al mercado, que todos los fines de semana llevan a sus hijos a los columpios de un parque público y se toman unas cañas en los bares más concurridos de la ciudad.

No, nadie recordará en unos años a la desconsolada señora Gillian Duffy, la viuda que incomodó al primer ministro laborista con sus preguntas, pero tampoco la notoriedad es la ambición de esta mujer, que si la han visto en fotos podría ser la madre o la tía de cualquiera de nosotros, una mujer con los mofletes sonrosados, el pelo negro y ondulado, metido en canas, y un batín rosa estampado. Le faltan unos rulos y que esa bata rosada sea, en realidad, una bata de boatiné que la desconsolada señora Duffy se echó por los hombros antes de salir a comprar el pan y tropezarse en la acera con el candidato del partido que ha votado toda su vida; le falta el boatiné para que el incidente tenga todo el color que necesita, el contraste preciso entre el candidato artificial y la vida real.

Nadie recordará su nombre porque, en realidad, Gillian Duffy aparece en todas las campañas electorales y en todos los países. La desconsolada señora Duffy es el ciudadano que le preguntó a Zapatero cuánto costaba un café y el presidente no supo contestarle. O es el joven camarero de Málaga que le dijo a Chaves que, por mucho que lo jurase con golpes de pecho, nadie se iba a creer que una persona que lleva treinta años con sueldo de ministro sólo tiene de patrimonio tres mil euros en la cuenta corriente. La desconsolada señora Duffy es, en definitiva, la única respuesta que existe a las sorpresas en las elecciones, a las preguntas que nos hacemos cuando intentamos explicarnos por qué no despega tal partido o tal candidato; por qué se hunden unos e irrumpen otros.

Y, sobre todo, la señora Duffy es el problema real que tiene la izquierda europea con una buena parte de su electorado. Fíjense que esta apacible viuda, votante durante toda su vida de los laboristas -incluso después del incidente con Gordon Brown lo que dijo es que pensaba abstenerse, no votar a los conservadores-, se convierte en una señora incómoda para el candidato, una fanática, porque le hace preguntas que no están en el guión político de la izquierda. Por esa deriva de lo políticamente correcto, hablar de inmigración se ha convertido en algo de derechas. Como hablar de cadena perpetua, de disciplina en las escuelas, de autoridad y de respeto. Pero hay millones de votantes de izquierda, como la señora Duffy, a los que sí le preocupan todos esos temas y quieren respuestas de su partido. Lo que no va a ocurrir nunca es que la señora Duffy se tropiece con el candidato por la acera y le pregunte sobre la ley de paridad o por la traducción simultánea del gallego en el Senado. No va a ocurrir porque, en realidad, esa izquierda no es la izquierda. La desconsolada señora Duffy lo sabe. Por eso el jueves se quedó en su casa y no fue a votar.

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05 mayo 2010

Rafael



He calculado la distancia física que nos separa para intentar comprender y medir otros valores, el egoísmo, la felicidad, el agradecimiento, el sufrimiento, la humildad. Lo he mirado a la cara, delante de decenas de cámaras y de fotógrafos de prensa, y me he mirado al espejo yo para entender que la valentía es otra cosa. He visto sus ojos tristes llenos de alegría y la paradoja, esa luz de satisfacción que brilla entre sus grandes cejas caídas, desarma cualquier argumento previo. Lo he visto abrazarse a su médico, a su madre, y esa ternura invalida todos los sentimientos previos de cualquiera de nosotros. Porque inevitablemente nos deja pequeños; porque sin quererlo nos traslada una sensación grande de frivolidad al mirarnos nosotros también al espejo y recordar los motivos diarios de nuestra insatisfacción, de nuestra infelicidad.

Grandes han sido los avances de la medicina en esa operación de trasplante de cara que se ha realizado en Sevilla y excepcionales habrán sido los logros quirúrgicos, pero nada podrá equipararse al desconcierto frío que recorre el cuerpo cuando Rafael, con sus ojos tristes, con su media cara sanada, con su frente deforme y su voz gangosa, dice que, al levantarse por primera vez de la cama para mirarse al espejo, lo que sintió fue «felicidad y alegría». Esa lección de humanidad no tiene parangón con ningún avance científico.

Por eso, al verlo, al oírlo, he querido calcular la distancia física que nos separa de Rafael para, a partir de este trecho enorme, medir todo lo demás. El abismo que existe entre nuestra vida y su vida, la distancia sideral que hay entre los parámetros de vida entre ambos, aquellos que consideramos imprescindibles para definir la felicidad, para sentirnos contentos con nuestro cuerpo, con nuestra cara, con nuestra realidad. Tan grande es la distancia que nos separa que por eso nos cuesta trabajo pensar que un hombre como Rafael, que es la imagen más cruel de una enfermedad, se sienta alegre, contento, y que tenga el valor de ponerse delante de los micrófonos y de las cámaras para dar las gracias a sus médicos y contarnos que aquella apariencia suya, esa imagen que vemos, es la estampa de felicidad.

Quizá por casualidad, en el vídeo que han colgado en internet, el reportaje de Rafael, cuando se acaba, está seguido de la publicidad de una crema revitalizante que anuncia Elsa Pataki. ¿Dónde está la felicidad? Rafael y Elsa Pataki, símbolos de lo opuesto y, como tales, exponentes hoy de la terrible certeza de que los sentimientos más profundos suelen nacer en el fondo de un sufrimiento, que brotan de la desesperación.

Sus ojos tristes llenos de alegría rompen todos los esquemas y desbaratan muchas preocupaciones cotidianas. Rafael, con su media cara, nos ha recordado a todos aquello que escribió Paulo Coelho, que «la felicidad es a veces una bendición, pero por lo general es una conquista».

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04 mayo 2010

El misterio de Fátima



Ni la Guerra de Irak ni la convulsión política tras los atentados de Madrid. Ni la foto de las Azores ni la Ley de Extranjería. Nada de lo ocurrido en España durante los gobiernos del Partido Popular ha sido tan decisivo para la concejal Fátima Mohamed Kaddur como el pañuelo que a la niña Najwa Malha no le dejaban ponerse en un instituto de Pozuelo de Alarcón porque en su normativa interna se prohibe que los alumnos acudan a clase con la cabeza cubierta con «un pañuelo, una gorra, una capucha o similar». Ha sido estallar este incidente en la comunidad de Madrid, gobernada por el PP, y Fátima se ha dado de baja como militante porque «en el PP no hay sitio para la integración, la igualdad y la interculturalidad». Se va y le pega un portazo a la derecha: «Ahora van a tener Fátima para rato».

Como quiera que a todos nos puede resultar llamativo que una persona como Fátima Mohamed, concejal del PP de Gines desde 2003 y militante de ese partido desde hace quince años, considere más importante el uso del pañuelo de una niña en un colegio de Madrid que todo lo anterior, la guerra, la ley de Extranjería, habrá que pensar que detrás de una decisión así se esconde alguna razón oculta. Quiero decir, una razón religiosa o ideológica más allá del mero uso del pañuelo y de la posición del PP sobre este asunto, entre otras cosas porque ella misma, Fátima Mohamed, lo ha llevado hasta ahora en todos los actos públicos como concejal del PP y en todos los mítines de su partido. Y no resulta creíble que en quince años, en tantos actos públicos, no se percatara del rechazo de sus compañeros que ahora denuncia; que pocas cosas debe haber tan groseras como el racismo y la intolerancia.

Por tanto, ¿puede ser un motivo religioso de fondo? ¿Habrá evolucionado la concejal en su creencia religiosa hacia el fundamentalismo y ahora ve intolerable lo que antes le parecía elogioso? Tampoco parece que sea ésta la razón porque, de ser así, si el fundamentalismo guiara a la concejal Fátima Mohamed, ayer, en su despedida, hubiera anunciado su próxima inclusión en un partido islamista, como corresponde al fundamentalismo. O incluso su salida de la política, que se corresponde aún más con el fundamentalismo islámico.

Pero, ¿puede ser ideología? Sostiene la concejal que lleva dos años intentado hablar con Javier Arenas para que el PP defienda el uso del velo islámico y no lo ha conseguido. Lo segundo, que no haya logrado hablar con Arenas, es creíble, desde luego, y con seguridad no será la única persona porque el líder del PP atesora esa fama desde hace tiempo. Lo primero, sin embargo, es más discutible porque, en realidad, ambos defienden lo mismo: que el uso del pañuelo no sea una imposición a la mujer. Fátima, de hecho, lo tiene claro con sus propias hijas que no utilizan hiyab y el PP suele defender lo mismo cuando pone el acento en que el pañuelo no se convierta en un elemento de discriminación de la mujer. No, tampoco puede ser una razón de ideología política.

Pero si no es religión ni ideología, ¿cómo se explica lo ocurrido? Al final, en política, todo se explica con el poder. El misterio de Fátima es el día a día de la política, las luchas de poder, las vendettas del poder, las puñaladas del poder. El misterio de Fátima está cifrado en esa frase que dejó clavada en el aire: «Ahora van a tener Fátima para rato».

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01 mayo 2010

¡Ay, Carmela!



Con un dominio extraordinario del lenguaje de género, la concejal se ha acercado al micrófono de su escaño en el pleno municipal y ha dejado claras sus intenciones: “No me disculpo porque no me sale del coño”. La señora, se lo pueden figurar, guarda la estética del nombre que lleva, Carmela García, concejal de Izquierda Unida de Vélez Málaga, una vieja militante comunista, pelo negro muy corto, recortada de cuerpo, cara de mala hostia y un pañuelo al cuello, como una miliciana de la democracia; combatiente antes que concejala porque su misión en este mundo tiene nombre y apellidos: derrotar a la derecha en todos los frentes. La batalla continúa, la derecha siempre está al acecho, y nadie que no sea un traidor debe descuidar su trinchera. A ella, como le han tocado estos tiempos de la democracia, su guerra está en el ayuntamiento. “Rumba, la rumba, la rumba, la/ ¡Ay, Carmela!, ¡ay, Carmela!”

Ni un paso atrás, no, que no pasarán. Y aunque los del Partido Popular abandonen el pleno municipal, ella no va a pedir disculpas. En el vídeo de Carmela se oye al alcalde de Vélez-Málaga, o al algún compañero, pedirle a la miliciana de Vélez-Málaga que le ponga fin a la tensión, que pida disculpas a los concejales de la derecha, pero ella no cede, que se vayan, qué más da. Todo empezó por unas declaraciones a una televisión local, cuatro verdades, que dirá ella; unas declaraciones que han arrasado en España con miles de visitas en you tube, un record de internet que seguro que no tiene ningún dirigente actual de Izquierda Unida. ¿Y qué decía la concejal Carmela en el vídeo? Pues eso, que “no hay peor desgraciado que el que vota a la derecha. Porque la derecha nunca ha defendido a nadie; en la dictadura no necesitaban los votos y ahora cambian porque necesitan de la gente”. Y remataba el discurso con una llamada a directa a los camaradas combatientes: “A mí me entran ganas de pegarles dos galletas y ponerles la cara morá; lo que no entiendo es cómo no les escupen por la calle. Y lo digo así, con todas las letras”. Dijo aquello y los concejales del Partido Popular abandonan el pleno cada vez que Carmela toma la palabra. El alcalde, o un compañero, le pidió por lo bajini que se disculpara, que acabara con aquella tensión y ella dijo lo de antes, que no. Caña a la derecha. “Rumba, la rumba, la rumba, la/ ¡Ay, Carmela!, ¡ay, Carmela!”

Tampoco, vamos a ver, esa mujer debe sentirse un bicho raro en Izquierda Unida, que antier mismo el baranda de la formación en Córdoba llamó a los ciudadanos a una “sublevación pacífica” contra el Partido Popular, que esa formación es "en la que hay más franquistas por metro cuadrado”, porque “el falangismo en el ADN del PP”. Así que nada, ahora que se acercan las elecciones, Carmela, ni un paso atrás, que hay que mantener la trinchera a toda costa, lucha cuerpo a cuerpo, cada cual en el frente que le ha tocado, en la institución que le ha tocado, que la derecha avanza en las encuestas y hay que espabilar a los desgraciados que la votan. Claro que, luego, en el metro de Madrid un joven radical antifascista agrede a patadas y puñetazos a un joven radical neonazi. Y uno piensa en Carmela, “rumba, la rumba, la rumba, la”, y se pregunta, ¿también ahora le vamos a echar toda la culpa a la violencia de los videojuegos?

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