El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

29 agosto 2008

Parábolas

La era moderna ha sustituido las parábolas por los síndromes. Tenemos un síndrome para todo. Cada angustia, cada miedo, cada momento de euforia, cada preocupación de la sociedad tiene un síndrome que lo explica con el mismo tono que las parábolas de la era antigua. Aquellos relatos que utilizaban Platón o Jesucristo para derivar en una enseñanza concreta, ‘La parábola del hijo pródigo’ o ‘La caverna’, un poner, ahora tienen otra forma, se revisten de estadística, o de estudio sociológico, pero mantienen el mismo fin: Explicarle a la sociedad cómo es, por qué es y qué le va a pasar. Han pasado los años y el personal sigue necesitando que le desmenucen la vida, sólo que ahora se recurre a los síndromes por el lógico declive de la sociedad, cada vez más avanzada y más inocente.

Además, en la medida en que la rutina y la clase media nos hace a todos iguales, una sociedad entera se puede analizar como a una sola persona. De hecho, los sicólogos deberían incorporar a su catálogo el ‘síndrome de la igualdad’, por la desolación de comprobar que, en el fondo, somos tan rudimentarios que todos tenemos las mismas costumbres, que todos deseamos lo mismo y, además, al mismo tiempo. En el amor, por ejemplo, este síndrome es letal; tendemos a creer en la exclusividad de nuestros sentimientos, que nadie puede suspirar como suspiramos, que nadie puede querer como queremos, que nadie nos puede mirar como nos miran... La cena, el vino, la flor, el poema... El síndrome destroza cualquier romanticismo cuando nos vemos reflejados en millones.

El último síndrome se ha descubierto en China: el ‘síndrome post olímpico’. Los chinos tienen problemas para volver a su quehacer diario y se niegan a creer que los Juegos Olímpicos, después de años y años esperando, se hayan terminado. Lo cual que, a partir de ahora, cada cierto tiempo se alternará el hallazgo de un japonés que piense que la II Guerra Mundial no se ha acabado aún y el de un chino que lleve años sentado frente al televisor esperando que aparezcan Bolt o Phelps.

Por cierto, que el cuadro psicológico que se describe en China, inquietud y desconcierto, es el mismo que ya se anuncia en España para septiembre, el ‘síndrome post vacacional’. ¿Ven? Este es un buen ejemplo: Si no estuviera diagnosticado el síndrome, cualquiera diría que el problema es que, en realidad, lo que no quiere la gente es ponerse otra vez a trabajar, soportar atascos y no llegar a fin de mes. Aquí y en China. Pero no es así, son síndromes. Y cada uno tiene sus peculiaridades aunque, a lo mejor, se podría sugerir que se engloben todos en uno; el ‘síndrome del se acabó lo que se daba’, por ejemplo, y así logra un campo de estudio extenso.

A Jesús le preguntaron sus discípulos porqué se dirigía al pueblo con parábolas. Y Jesús les dijo: «Les hablo en parábolas porque viendo, no ven; y oyendo, no oyen ni entienden. En ellos se cumple la profecía de Isaías: ‘Oír, oiréis, pero no entenderéis; mirar, miraréis, pero no veréis’». Será eso. Y septiembre, que llega.



(Óleo " Membrillos en sombra". Amparo Alfonso.)

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Hervores


En la última Feria de Abril de Sevilla, el presidente andaluz, Manuel Chaves, acudió a la caseta en la que un grupo de mujeres, veteranas feministas y socialistas, celebra desde hace años una copa de bienvenida al real. Una de ellas, ex gobernadora civil, comenzó a elogiar a Bibiana Aído, que conocía de pocos días antes. Chaves, que la había llevado de número dos en su lista al Parlamento andaluz, interrumpió la cadena de elogios: “Sí, sí, es una buena chica, pero aún le faltan un par de hervores”. Tan sólo unos días después, el mismo viernes de Feria, el presidente Zapatero anunció que iba a nombrar a Bibiana Aído ministra de Igualdad.

El olfato de Chaves, su acierto en los pronósticos políticos, puede dar lugar, desde luego, a muchos chascarrillos, pero lo más trascendente de ese episodio es la comprobación papable de la distancia entre Zapatero y presidente andaluz. Es evidente que Chaves no sabía absolutamente nada del nombramiento de Bibiana Aído porque ni Zapatero había consultado con él ni tampoco se lo había comunicado la joven ministra, que entonces ya conocía el nombramiento. Doble ración de desconfianza y distancia. Todo lo contrario de lo que se aparenta en público.

Para Zapatero, Chaves siempre ha sido una alianza obligada, un mal menor, un aliado ocasional. Como al resto de barones regionales del PSOE, Zapatero optó nada más llegar a la secretaría general del PSOE por colocar en la Presidencia del partido a algún vestigio del felipismo. Para dejarlo ahí, como quien cuelga en la sede un cuadro de Pablo Iglesias. Se lo ofreció a Felipe, como él mismo ha confesado: “Me presionaba, pero yo le dije claramente, no quiero ser presidente del partido; Manuel Chaves puede hacerlo mejor, yo no quiero ser presidente de nada”. Felipe le pasó el encargo, una vez más, a su discípulo y éste lo aceptó disciplinadamente, lo mismo que meses antes había acatado la orden de apoyar a Bono y combatir con todos los medios al novato Zetapé.

Ahí, en aquel congreso federal, nació el ‘pacto de no agresión’ entre Zapatero y Chaves. Se respetan, se coordinan y ninguno de los dos interfiere en las decisiones del otro. ¿Qué ha cambiado? ¿Supone algo el desplante de Bibiana Aído? Desde las últimas elecciones, en el entorno del PSOE federal se alimenta el run-rún de la necesidad de cambios en el PSOE andaluz. “Síntomas evidentes de cansancio”, dijeron después de las elecciones que Chaves volvió a ganar por mayoría absoluta. Chaves, preso de su soberbia y del ansia de su entorno político, ha contestado como un viejo dictador: “El cambio es Chaves”, que dijeron en el congreso último del PSOE andaluz.

Dicen que en su familia le piden que ceda ya la presidencia de la Junta, que le ponga final a su larga etapa. Pero Chaves quiere jubilarse de presidente. Algún día se irá, sí; cuando pierda las elecciones. Como su mentor, Felipe González, que le preguntaron un día que de qué decisión se sentía más orgulloso como presidente y va el tío y dice: “De haber sabido marcharme”.

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Búcaros



Al menos, tendremos que reconocerles que tienen las virtudes de un botijo. En la ambición, en la capacidad, en las metas, en la preparación son tan elementales que ese atributo rudimentario es, precisamente, lo mejor que tienen muchos dirigentes andaluces: son más simples que un búcaro. Y eso, claro, facilita mucho las cosas: lo que parece es lo que es; es lo que hay. El ‘número dos’ del PSOE andaluz, por ejemplo, Luis Pizarro, un tipo sencillo, básico, palpable. El otro día le preguntaron por la transferencia de los aeropuertos a la Junta de Andalucía. Y dijo: “Claro que estamos interesados en que el Estado nos transfiera los aeropuertos, sobre todo los rentables”.

Es genial, o sea. En una frase, la simplicidad de Pizarro resumió el espíritu autonómico español. “Sobre todo los rentables”. La ambición y los principios se reducen a esas cuatro palabras. Lo que no iba a decir de ninguna forma es que la aspiración del Gobierno andaluz es asumir todos los aeropuertos andaluces para invertir en mejores infraestructuras y mejores servicios. Que la aspiración es conectar con una línea aérea regular las provincias más lejanas de una región tan extensa como Portugal. No, no, nada de eso: ¿Aeropuertos para la Junta de Andalucía” Sí, claro, “sobre todo los rentables”.

Hace ya casi una década, cuando el debate se planteaba sobre la transferencia de las conferencias hidrográficas, el entonces consejero de Obras Públicas, Francisco Vallejo, contestó igual a una pregunta similar; pedía que el traspaso de las cuencas se llevara a cabo con los pantanos llenos, no durante la sequía. Ahora, con todas las confederaciones hidrográficas en poder de la Junta, ya sabemos que no se pueden esperar grandes obras de infraestructura de la gestión andaluza de las cuencas, porque todo se ha limitado a la creación de una superestructura burocrática. Muchos en la Confederación del Guadalquivir se echaron a temblar cuando el Gobierno anunció el traspaso de esa gran cuenca porque sabían lo que les esperaba, que poco a poco los cuadros políticos irían copando los puestos de gestión que, hasta ahora, recaían en técnicos cualificados. Politización de las cuencas como en las cajas de ahorro, en los parques naturales, en los puertos… Como en todas las empresas públicas, como en toda la administración autonómica.

Esos son, en fin, los vicios del Estado autonómico, imposibles de atajar por la provisionalidad en la que se ha instalado el modelo territorial español. Así, estamos en un sistema en el que los respectivos gobiernos regionales no asumen jamás la responsabilidad completa en ninguna parcela, ya sea en materia de financiación, de imposición fiscal o de cualquier otra parcela de gestión, ya que siempre queda el recurso de queja o de agravio con respecto al Estado o a las demás autonomías. Y al amparo de esa provisionalidad lo que nos ha crecido es esta clase política autonómica tan elemental. Como en el Gobierno andaluz. Simples como botijos.

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Reformas


Los colegas de Expansión contaban hace poco que el director del Financial Times, Lionel Barber, reunió a finales del año pasado a sus cuatrocientos empleados para marcarles las líneas informativas que, a su juicio, iban a predominar en 2008. Y las señaló: «Sarkozy, Rusia y el descalabro de las economías española e irlandesa». Lo que da escalofríos no es el acierto pleno de ese tipo, no, lo que sobrecoge es recordar cuál era el discurso oficial en España en esas mismas fechas, endulzado y falseado al alza por la campaña electoral. Y más pavor aún produce contemplar el discurso que se sigue manejando en la actualidad.
«Veo a mucha gente complaciente en España», dijo uno de los jefes del Financial Times cuando vino a España hace unos meses y comprobó que aquí las cosas siguen igual, que afrontar la crisis significa negar los datos y aprobar subvenciones para problemas pasados, como el intento de revitalizar ahora la construcción de viviendas de VPO cuando el problema ya es otro; ahora la crisis financiera está dejando vacías viviendas que ya están construidas y adjudicadas. Claro que si las subvenciones a estas alturas para construir VPO suena sólo a reparto de dinero, a tapabocas, la propuesta del Partido Popular de que el Gobierno avale a los inquilinos de esas viviendas es directamente una boutade propia del calor de agosto. Sólo faltaba eso, que la Junta se pusiera a firmar hipotecas y que el ‘Cobrador del Frac’ tuviera que montar una oficina junto al Parlamento andaluz, para tener más a mano a los avalistas de morosos. Y es la derecha liberal quien hace la propuesta, o sea.

En fin, que la cuestión no está en esas bagatelas sino en otra de las afirmaciones que realiza el propio líder del PP andaluz, Javier Arenas: Hacen falta reformas profundas. En realidad, hace dos décadas que se necesitan reformas profundas en el modelo productivo español, pero el espejismo de la construcción –todo ha sido anormal en ese sector, los precios, el capital volcado en el ladrillo, la especulación, los pelotazos, los mangazos...– hizo pensar que la economía española se había modernizado de golpe. Ahora, cuando se ha hundido la construcción, al nuevo milenio se le pone la cara de los ochenta: Desempleo desbocado, escasa internacionalización de las empresas, un sistema de enseñanza en crisis severa, e inversiones en I+D muy por debajo de la media europea. Y en todos esos factores, Andalucía está a la cola de la cola.

Los del Financial Times nos miran y se pasman. «El boom de la construcción de los últimos diez años se ha acabado. Y el fin ha llegado con un crash más que con un aterrizaje suave. La intensidad del ajuste corta la respiración», dicen. ¿Y? Pues que en estos casos es mejor escuchar a un pesimista antes que a un cantamañanas.

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28 agosto 2008

Uniformidad


Antes de entrar a la reunión de ayer, oí decir al secretario regional de Comisiones Obreras que los sindicatos estaban dispuestos a encontrar soluciones para aquellas personas que, a partir de ahora, «puedan situarse en un plano de desempleo». También le oí decir al bi-presidente de la Junta de Andalucía, Gaspar Zarrías, que lo que el Gobierno le proponía a los sindicatos era «unidad de acción» para afrontar la crisis económica (no dijo crisis, claro, pero lo que no recuerdo ya el eufemismo que utilizó, si dijo «relajación en la tasa de crecimiento», «laxitud económica internacional» o algo parecido). La cuestión es que, cuando ya entraron a la reunión, observé con preocupación un detalle que había pasado inadvertido: ¿Quién de los dos representa al Gobierno y quién a los trabajadores? Ciertamente, si alguien no conoce a cada uno de ellos, si no sabe sus nombres y el cargo que ocupa, sería imposible diferenciarlos porque hablan igual, dicen lo mismo y utilizan las mismas expresiones de cursilería política. ‘Aquí el consejero de Empleo, aquí el consejero de Comisiones’.

Fijémonos, por ejemplo, en la expresión utilizada por Zarrías. ¿Cómo va a reclamar el Poder ‘unidad de acción’ a los sindicatos si, precisamente, la unidad de acción es el arma más contundente que tienen los trabajadores contra el Poder, ya sea político o económico? La unidad de acción, por ejemplo, es una de las grandes frustraciones que siempre cita Marcelino Camacho, ‘padre de Comisiones Obreras’, cuando le preguntan por su vida. Hace unos meses, en uno de los homenajes, volvía a recalcarlo: «Los trabajadores asalariados son la mayor fuerza del país, pero están divididos. Y la división no es la fuerza, te debilita profundamente». Claro que, a continuación, el mismo Marcelino Camacho reconocía que ese lenguaje reivindicativo ya había pasado a la historia, que el «sindicalismo español se ha domesticado».

No se trata, desde luego, de abogar por un sindicalismo salvaje, que alguna evolución ha experimentado también el capitalismo desde los tiempos de la revolución industrial en la que muchos siguen anclados. Pero entre un sindicalismo salvaje y un sindicalismo domesticado, es razonable aspirar a un punto medio: un sindicalismo decente, democrático, reivindicativo y siempre incómodo para los gobiernos. Un sindicalismo independiente, económicamente independiente de los presupuestos del Gobierno, y autónomo, sin más estrategia política que la defensa de los trabajadores. Hoy por hoy, ni una cosa ni la otra.

En fin. Reflexionen sobre la escena: Llega a la reunión con el Gobierno el baranda sindical y, antes de entrar, dice eso de «las personas que, a partir de ahora, van a situarse en un plano de desempleo». Desaparecen los parados del lenguaje sindical con la misma facilidad con la que el Gobierno, luego, ‘desapuntará’ a todos los que pueda de las listas de desempleo y los inscribirá en otra estadística. ¿Quién de los dos representa al Gobierno y cuál de ellos a los trabajadores?, cuando se plantea la duda es que algo elemental, alguna pieza clave, está fallando en el engranaje democrático.

En vez de unidad, uniformidad. A eso han llegado. Uniformidad que huele a neftalina. Uniformidades que son más propias de otro régimen, que son lesivas en una democracia. En fin. Será que la subvención los vuelve a todos de la misma condición.



LA FOTO: La maravilla de foto de arriba viene de la aconsejable web http://www.nadandoconchocos.com/ No sé por qué, pero he leído el texto y me he sorprendido a mí mismo cuando la colocaba en este post de los sindicatos y el Gobierno que nada tiene que ver. Cosas.

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27 agosto 2008

Coordenadas



Si en vez de morirse en una patera con el motor averiado hubieran viajado en un avión de pasajeros, la tragedia habría sido mayor. Si en vez de quedar a la deriva, con los ojos quemados por el sol, los labios agrietados por la sed y la barriga inflada por el hambre, su avión se hubiera estrellado en el mar, el impacto social habría sido mucho más grande. Si esa mujer que anoche lloraba en el puerto de Málaga hubiera perdido a su marido y a sus tres hijos en un vuelo barato con la turbina averiada, el escándalo de prensa sería inmenso, nada que ver con el que el que va a suscitar éste naufragio de nadie.

A veces, nos asalta la obviedad, nos invade lo elemental, y se bloquea cualquier otra reflexión. Como ayer: Morir en una patera o estrellarse en un avión tendría que ser lo mismo y conmovernos igual¡, pero no es así. Todo el mundo lo sabe, lo asume. Y ni culpo, ni me culpo, aunque quizá tendría que empezar por ahí; lo que ocurre, ya digo, es que, ayer, ante el naufragio de la patera, surgió ésta evidencia tonta; la simpleza de saber que cuando no se nace en las coordenadas apropiadas nada es igual. Que se puede ser desgraciado hasta en la muerte, porque no quedará de ellos ni la memoria. La efeméride será sólo el número de registro de un sumario judicial, anotado en la cal de un cementerio. Las coordenadas. Esa es la cuestión. En la era de la aldea global de la información, ellos no figuran, y quien no sale en los telediarios o en los periódicos, ya se sabe, no existe. Ellos son la desmemoria y el olvido, que son estaciones de la vida humana cercanas a la nada.

No existen. Quizá por eso las organizaciones agrarias españolas han celebrado (sí, celebrado) el fracaso de la última Cumbre Mundial contra el hambre que tuvo lugar en Roma. Se trataba de abrir fronteras comerciales y de suprimir subvenciones a la agricultura en los países desarrollados para, al mismo tiempo, fomentar la agricultura y comprarle las cosechas a los países subdesarrollados. ¿De qué otra forma pueden progresar las economías subdesarrolladas, de qué otra forma se puede acabar con el hambre y la necesidad de emigrar? Pues no. Ocurre igual que con esa carrera absurda de los biocombustibles, la última paradoja trágica de la corrección política. Los países desarrollados producen biocombustible preocupados por los efectos del ‘cambio climático’ y, con ello, provocan una subida brutal del precio de los cereales que conlleva miles de muertos de hambre. Para colmo, ni siquiera existe certeza de que el biocombustible ayude a frenar el cambio climático. Pero nada. La cumbre acabó con el patético compromiso de «luchar por todos los medios para erradicar el hambre». Y nuestras asociaciones agrarias celebraron que, por enésima vez, no se pase de ahí.

Las coordenadas. Ya sé, es así. Pero, a veces, es inevitable pensarlo. Qué puede sentir una madre que, en medio del mar, tiene que tirar por la borda a su bebé, muerto de hambre y de llanto. Y no ser nada, nadie. De ahí esta estúpida digresión sobre morir es una patera o morir en un avión.

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26 agosto 2008

Etnobobos


No hay universidad de verano que se precie que no incluya en sus cursos un seminario sobre el islam en el que se ponga a parir todo lo occidental. La cosa es tan apabullante que ya hasta existe competencia entre los ponentes a ver quién llega más lejos. El otro día, por ejemplo, en Baeza, un tipo incluso se permitió criticar la tolerancia oficial y la Alianza de Civilizaciones. Imagino el estupor y la perplejidad en la cara de los organizadores. Pero no. Lo que quería decir el hombre es que, en realidad, la alianza y la tolerancia son conceptos insuficientes. A ver, sostiene es que «el término alianza no es el más preciso porque puede desprender un interés ideológico o político», y debe ser sustituido por las palabras «comprensión o convivencia». Lo mismo que «tolerancia», que no es la adecuada porque «supone aceptar a la fuerza o a desgana al otro». La conclusión está clara: Occidente rezuma «un etnocentrismo muy fuerte» y una resistencia grande a aceptar que «la civilización islámica es tan importante como la nuestra».

Ahí quedó. Y cuando se oyen estas cosas, lo que no se acaba de entender es de dónde sacarán esos expertos el rechazo frontal de occidente a aceptar las costumbres de otro. ¿Quién se molesta aquí porque cada cual le rece al dios que le parezca, que vista como le apetezca o que se siente a comer con las piernas cruzadas, en cuclillas o a horcajadas?

No, vamos a ver, lo que preocupa, molesta y subleva es que una religión se pueda convertir en coartada de sátrapas para someter a un pueblo y que haya degenerado en el motor de un gigantesco movimiento terrorista. Y esa distorsión sólo la provoca una religión: Ni el budismo, ni el cristianismo, ni el hinduismo. El Islam es lo que, con la yihad como argumento, ha generado el monstruo del terrorismo. Y decirlo así no convierte a todos los musulmanes en terroristas, valiente disparate. Y es en el mundo islámico donde se cercenan a diario los derechos fundamentales de millones de ciudadanos. ¿Sólo se vulnera derechos en países islámicos? Desde luego que no. Pero ningún bárbaro, incluidas las dictaduras comunistas, cuenta con esta propaganda autodestructiva dentro del único mundo civilizado conocido.

Porque culturas en el mundo hay muchas, y todas son respetables, pero civilización no hay más que una. La musulmana no crea recelos por sus peculiaridades culturales sino por sus carencias cívicas elementales. «La civilización islámica es tan importante como la nuestra», dice el tipo. Ya ven. Civilización es derechos fundamentales, Estados laicos o aconfesionales y democracia. Civilización es progreso, libertades, igualdad. Culturas muchas, civilización sólo una. Y el derecho a la diferencia jamás puede suponer que aceptemos la vulneración de los principios anteriores. Todo lo demás son bobadas étnicas. Combatir, a la vez, el racismo y la estupidez se ha convertido en una obligación democrática fundamental.

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25 agosto 2008

Palabras


Recordarán la frase: “Las palabras han de estar al servicio de la política y no la política al servicio de las palabras”. Lo dijo el presidente del Gobierno en el Congreso nada más llegar, en el debate sobre el Estado de la nación de junio de 2005 y lo que estamos viviendo ahora son las consecuencias primeras de esta política. Grabó la frase en el frontispicio de su primera legislatura, después de ganar las elecciones, igual que los emperadores romanos hacían grabar en el arco del triunfo las grandes hazañas de sus batallas. El arco del triunfo de la tolerancia, que así se llama. Todos pasaban por debajo, pero nadie reparaba en el significado de aquella leyenda.

Cuando lo dijo, el presidente debatía sobre la controversia de las naciones. Qué es España. La Constitución tiene claro que todas las capas del Estado no son iguales; que un Estado moderno, ya sea centralista, federal o autonómico, tiene que reservarle una primacía al gobierno central para garantizar principios básicos como la solidaridad entre los territorios, la igualdad de oportunidades de todos los ciudadanos o la Justicia, porque todo el mundo tiene los mismos derechos y las mismas obligaciones. Por eso, se creyó importante la distinción entre la nación y las nacionalidades, como ente menor, supeditado al primero. Todo no se puede llamar igual. Pero llegó el presidente Zapatero y dijo aquella frase suya: “las palabras al servicio de la política”. España pasó a ser una nación de naciones.

Luego vino la segunda parte. Quién recauda y cómo se reparte el dinero público. La Constitución tiene claro que no existe ningún país en el mundo, ya sea centralista, federal o autonómico, en el que el Estado renuncie a cobrar impuestos en una parte de su territorio. Salvo en España. El concierto vasco-navarro provoca una distorsión en el sistema de financiación que hace imposible que se pueda alcanzar cualquier acuerdo estable, razonable y equitativo. Si en España se aceptó la excepción, fue para intentar apaciguar el terrorismo vasco. Y, como tal, todos asumían la excepción y renunciaban a que el privilegio se extendiera a otras regiones. Porque significaría la muerte del Estado por inanición. Pero llegó el presidente Zapatero. Y como “las palabras han de estar al servicio de la política”, aceptó un cupo encubierto para Cataluña. Luego para Andalucía, luego para Valencia, luego para Aragón… Privilegios para todos, los unos por renta, los otros por población, los otros porque incluyeron el máximo del que más obtenga. Y la financiación autonómica pasó a ser un sudoku sin solución.

Han pasado los años y ahora, cuando se comprueba que nada cuadra aunque todo esté escrito en textos legales, el presidente tendría que completar su máxima: “Las palabras al servicio de la política, entendida ésta como el arte de engañar”. Zapatero es el príncipe del cuento que nos condujo al castillo de Maquiavelo por un sendero de flores. Y cómo cantaban los pajarillos en su hombro cuando trotaba por el bosque…

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21 agosto 2008

Consuelo


Consuelo. Lo buscamos sin descanso entre los hierros negros y torcidos, entre las lágrimas y los párpados hinchados, entre el amasijo de cuerpos inertes y de sonrisas calcinadas. Buscamos siempre el consuelo que nos permita mirar hacia delante. Sabemos que las conversaciones del día después siempre estarán llenas de lugares comunes, que la vida sigue, que mañana será otro día, que el destino es caprichoso e inescrutable, también implacable. Se atragantarán las entendederas de desgracias, habrá quienes vuelvan a nacer y quienes se pregunten angustiados, mutilados, desde la cama de un hospital, porqué no murieron ellos también igual que toda su familia. Avanzaremos despacio, arrastrando los pies, por el desierto fúnebre de estos días y, en medio de todo, siempre buscaremos algún consuelo.

Consuelo. Quizá por eso decimos que la sociedad española sabe unirse en las tragedias, que si tuviésemos que elegir algún aspecto positivo de esa enorme desgracia, encontraríamos a los españoles unidos como nunca, atravesados de arriba abajo por una punzada grande, con el mismo sentimiento; por una vez uniformes, alineados frente a un mismo dolor. Quizá por eso decimos que ante las tragedias no hay diferencias, que igual que en el atentado del 11 de marzo, la coordinación entre las administraciones surge instantánea, sin preguntar. Se van uniendo los brazos, uno a uno, trabajadores y voluntarios, y nadie pregunta otra cosa, y nadie quiere saber más que el lugar en el que puede echar una mano. No hay horas, ni distancia, ni reproches. Todos a una.

Consuelo. En la radio han dicho que ocurre igual que en las Olimpiadas, que el espíritu del equipo olímpico español ha dado una lección de unidad en estos Juegos de Pekín, que la convivencia ha sido ejemplar, que los jugadores de hockey iban a animar a los españoles en los partidos de tenis, y los de baloncesto aplaudían a los de balonmano, y las gimnastas arropaban a los velocistas… A doce mil kilómetros, en la dificultad de las pruebas, la sociedad española se une como una piña, dicen, igual que ocurre cuando nos explota en la cara una desgracia. También ellos, tan lejos, han sentido la conmoción de esta tragedia, y se han abrazado. Españoles unidos, una sociedad que trabaja por un mismo objetivo, administraciones en las que no hay preguntas ni reproches, sólo respuestas, trabajo y coordinación.

Huele a tierra quemada en Madrid. En la playa, un balón rueda lento por la arena, alguien recoge conchas y su estampa se refleja en el mar, en el brillo de un espejo enfermo, como en el poema de Benítez Reyes. Se levanta un viento que hace remolinos en la arena y entendemos que viene a cerrar de un portazo el verano. «Agita el viento un toldo/ y agita nuestras sombras en un charco./ Un pez de plata muerta/ ha llegado a la orilla,/ envuelto entre algas./ –Venid, sus ojos aún reflejan el espanto». La tragedia ha traído septiembre de golpe. Y entre hierros calcinados buscamos el consuelo de sentirnos vivos, de estar unidos y no olvidar nunca a nuestros muertos.

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19 agosto 2008

Cruces


En las comisarías, los policías siguen un ritual, anónimo y compartido, cada vez que se desarticula un comando terrorista. Con las primeras noticias de las detenciones, siempre hay un funcionario que se va directo a los carteles que cuelgan de las paredes con las caras de los etarras más buscados y tacha con una cruz la cara del que han trincado. Lo he visto ayer mismo, la cruz sobre la cara inexpresiva de Arkaitz Goikoetxea, uno de los etarras que han caído con la desarticulación del ‘comando Vizcaya’ a finales de julio pasado. Le echan la cruz, lo tachan con una cruz de bolígrafo, y ese trazo es como un grito inconsciente de alegría. Uno menos.

Esa cruz que trazan los policías sobre la cara de los etarras, que se puede ver igual en los cuarteles de la Guardia Civil, que también es una costumbre que siguen los policías locales y hasta los vigilantes de seguridad, es en el fondo, ya digo, una voz muy clara, un guiño de complicidad entre quienes no dudan nunca frente a un terrorista. Y si cambian gobiernos, y si varían las políticas, los policías que van tachando, uno a uno, a los terroristas saben siempre que lo que la sociedad espera de ellos es eso mismo, carteles de ETA que se van llenando de cruces sobre las fotos de carné. Tocado, hundido.

Arkaitz Goikoetxea ha sido uno de los responsables de los atentados de ETA contra casas cuartel de la Guardia Civil, como el que acabó en marzo con la vida Juan Manuel Piñuel Villalón, en Legutiano; el guardia civil de Málaga, que tenía una casa en El Palo con la que soñaba desde la garita que reventaron; la casa a la que siempre esperaba volver para pasar los días de descanso haciendo castillos en la arena con su hijo. Ese Goikoetxea es el que planeaba secuestrar a un concejal socialista para someterlo al calvario de Miguel Ángel Blanco. Ya tenía preparadas las ampollas de valium líquido para el secuestro. Para, junto a las bombas en la Costa del Sol, devolverle a ETA el protagonismo de horror y miedo que siempre anda buscando.

Ahora, en la cárcel, igual le llega a Goikoetxea una carta de Otegi, como le llegó a Kubati, asesino de seis personas, a su celda de Puerto III. Otegi, aquel ‘príncipe de la paz’, va a salir de chirona a final de agosto y ya ha comenzado a predisponer el ambiente para proponerle a Zapatero un nuevo ‘proceso de paz’. Y en las cartas que está enviando a los presos de ETA, como la que publicamos hace unos días a Kubati, les pedirá apoyo para reabrir el diálogo con el Gobierno. «Tenemos que reemplazar la brocha gorda por el pincel», le dice Otegi a Kubati; ya ven, consejos de finezza al tipo que asesinó a sangre fría a su compañera Yoyes, por dudar. Delante de su hijo.

‘Echarle la cruz a alguien’, decimos coloquialmente. La lucha contra ETA será completa cuando no haya dudas en España. Contra ETA, que nos quede claro, sólo cabe echarle la cruz. Con el pincel de la Justicia, con la brocha gorda de la repulsa social y con el bolígrafo constante y anónimo de los policías cada vez que se limpia de etarras un piso franco como quien desinfecta una covacha de ratas.

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16 agosto 2008

Sinvivir


El sinvivir de Izquierda Unida consigo misma alberga en sus tripas debates inagotables, eternos, con los que esta federación se flagela constantemente. (Siempre ha existido una gran conexión entre los comunistas y los cristianos de base. De ahí, quizá, esa inclinación al martirio). Uno de los más apasionados es el que cuestiona qué tipo de coalición le conviene más a Izquierda Unida, los acuerdos que alcanza con el PSOE o los pactos que firma con el Partido Popular.

No hace mucho, en un pueblo jornalero de Sevilla, en Osuna, donde el sector más radical de Izquierda Unida, el proveniente de los jornaleros del SOC, gobierna en coalición con una alcaldesa del PSOE, uno de los dirigentes locales tenía claro que aquel ‘acuerdo de progreso’ los llevaba directamente al desastre. “El pacto con el PSOE no le gusta a nadie, ni a los militantes ni a los votantes. Los militantes están cabreados porque hemos pactado con sus verdaderos adversarios, con los de su barrio, con los de toda la vida, que no son los del PP, sino los del PSOE. La derecha es la derecha, pero nuestra gente a quien no puede ver es a los del PSOE. Y los votantes, con la propaganda que despliega la Junta y la Diputación, dentro de cuatro años ya no nos distinguirán del PSOE y votarán directamente a la alcaldesa socialista. Nada de eso nos ocurría cuando gobernábamos con el PP y, de hecho, así estaba el PSOE, que no levantaba cabeza. Pero nada, ahora, con los dichosos ‘pactos de progreso’, vamos derechitos al matadero…”

El tipo aquel de Izquierda Unida hubiera roto aquella misma noche el pacto de gobierno de Osuna pero sabía perfectamente que, además de romper con la alcaldesa, hubiera roto con la dirección provincial de Izquierda Unida, con la regional y quién sabe si también con el propio sindicato jornalero. El virus de la pinza que introdujo el PSOE sigue funcionando en Izquierda Unida y de ahí que, tras las municipales, se firmaran un ‘pacto de progreso’ para toda Andalucía. Les hubiera ocurrido, por ejemplo, como a los concejales de Izquierda Unida de Chiclana o de Bollullos, que se han alejado de las directrices, han botado a los alcaldes socialistas y han firmado pactos con el Partido Popular. Quizá porque tiene claro que si no lo hacen, en cuatro años, se les pone a todos la cara de Llamazares.

La dirección andaluza de IU, que no se anda con miramientos, los ha expulsado a todos de un zarpazo. Incluso más: En Chiclana, por ejemplo, ha comenzado a enviar a los militantes un manifiesto en contra del pacto, para que firmen todos, para que se mojen y aíslen a los ‘concejales traidores’. Y dice Valderas, el coordinador regional: “No suscribirlo supondrá la expulsión inmediata. En Izquierda Unida, quien no cumple la democracia interna se sitúa fuera por voluntad propia”. Esto último también es muy propio del sinvivir comunista, además del martirio. Deténganse un momento en el razonamiento anterior: ‘El que no firme, a la calle; la democracia es lo primero’.

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13 agosto 2008

Carnés

He contado alguna vez aquella broma sublime, histórica, que se ideó en Diario 16, en pleno felipismo, cuando un Día de los Inocentes se publicó en portada que el PSOE, ante la demanda existente, comenzaría a vender los carnés de militancia en los estancos. El cabreo sordo de los barandas sociatas es fácil de calcular: si hubieran podido cerrar aquel mismo día el periódico, lo hubieran hecho. Lo consiguieron unos años más tarde, es verdad, pero luego les nació EL MUNDO. En fin, que el cabreo aquel no era por la broma en sí, sino porque la gente lo entendió como una noticia cierta. A nadie le extrañaba que el Gobierno socialista comenzara a vender los carnés en los estancos, como el tabaco, el bonobús, los sellos y las pólizas.

—‘Déme un cartón de ducados, tres carnés del PSOE y dos sellos para provincias’.

Nadie creyó que aquella noticia era una broma porque hacía ya mucho tiempo que el carné del PSOE era un trámite más para conseguir un contrato en el Ayuntamiento, para ascender en el hospital o en la Administración, para entrar de interino en una Diputación y ganar, muy pocos años después, unas oposiciones restringidas de funcionarios. El carné del PSOE como salvoconducto ante un gobierno que entendió desde el primer día que las redes clientelares eran una malla de seguridad electoral, una garantía para afrontar las elecciones sin temer la derrota.

Ahora, el ejemplo del antiguo presidente del comité del empresa de Delphi, Antonio Pina, nos recuerda la importancia que sigue teniendo en España el carné del PSOE. Se cierra la fábrica, se quedan todos en paro y lo que hace el representante de los trabajadores es sacarse el carné del PSOE.

Con ese gesto de Pina se redondea de forma espectacular la estrategia que ha seguido el Gobierno andaluz para anular cualquier efecto negativo de la crisis de Delphi. La trayectoria descrita en este año comienza con la ocultación del cierre. Como se supo después, la multinacional Delphi comunicó al Gobierno andaluz su decisión de cerrar su factoría de Puerto Real y, ante el impacto de la medida, por lo que se optó es por el silencio. ‘La crisis no existe’, primer precepto del manual.

Luego, cuando la fábrica se cerró, el Gobierno andaluz se comprometió a aprobar –segundo precepto– un plan de choque. Se aprobaron planes especiales en el Consejo de Ministros y en el Consejo de Gobierno andaluz y se prometieron abultadas cifras de inversión en la deprimida Bahía. «Paciencia», clamaba Zapatero y la Junta anunciaba la llegada inminente de de tres, cuatro o cinco empresas dispuestas a instalarse en la Bahía. Para la antología de la contradicción, dejaron dicho que «el cierre es una gran oportunidad para Cádiz». Y que los despedidos de Delphi no eran desempleados, sino «parados con perspectiva».

No han llegado las empresas, como puede verse, pero sí las ayudas al desempleo que cobran todos los despedidos. Cuando el conflicto esté lejano, las ayudas dejarán de llegar y cualquier protesta por lo ocurrido se habrá convertido en un anacronismo, lamentos a destiempo. Quizá por eso se anticipa Antonio Pina: «Déme tres carnés del PSOE y dos paquetes de pipas».

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11 agosto 2008

Del respeto a los símbolos


Lejos del símbolo, Blas Infante puede ser un disparate. Lo mejor de la vida de Blas Infante fue su entrega a Andalucía, su rabia ante la hambruna de las mujeres que recorrían vestidas de negro las calles empedradas de los pueblos blancos, camino de la fuente; su rabia ante los ojos tristes de los jornaleros, sentados en corro en la plaza del pueblo esperando que los señalara el dedo del cacique; su desesperación ante el destino animal de los niños yunteros. Ante la injusticia de una región condenada a contemplar la grandeza sólo en las piedras de sus torres, de sus palacios, de sus ruinas, de su historia, Blas Infante quiso rescatar el orgullo de ser andaluces, la necesidad de abrir un camino distinto. La posibilidad de cambiar la historia. El símbolo se completó después con su muerte, su asesinato, en un descampado por los soldados franquistas, fascistas de ojos incendiados por el odio, por el fanatismo, por el cainismo, por el absurdo.

Por aquel simbolismo, Blas Infante fue reconocido con justicia como el «padre de la patria andaluza» en el Parlamento andaluz y, posteriormente, en el Estatuto de Autonomía. La denominación, claro, es un reconocimiento simbólico y, como se ha dicho, justo. Si de lo que se trataba en 1975 era de resolver las tensiones territoriales de España, si lo que se pretendía era restaurar y encauzar el sistema autonómico que se truncó con la Guerra Civil (que no se limitaba a Cataluña, Galicia y el País Vasco como pretenden hacer ver los nacionalistas de las tales), no hay otra persona en la historia con más merecimientos.

A partir de ahí, a medida que nos alejamos del simbolismo y nos adentramos en la obra, lo único que podemos conseguir es el manoseo de la figura de Blas Infante por parte de quienes lo mitifican o de quienes lo detestan. Y ambos encontrarán en la obra de Blas Infante textos para ensalzarlo o para hundirlo, porque existen. Ya se vio cuando la cursilada ilegible del preámbulo del Estatuto andaluz, que llevó a unos a recordar que Blas Infante, en su delirio andalusí, se hizo musulmán el 15 de septiembre de 1924, mientras que otros salían, encendidos, en defensa de su memoria, creyéndose insultados como andaluces. Por eso, el símbolo. Y aunque es verdad que Blas Infante disparató en ocasiones («Sentimos llegar la hora suprema en que habrá que consumarse definitivamente el acabamiento de la vieja España. Declarémosnos separatistas de este Estado»), no es menos cierto que, en buena parte de su vida y de su obra, andaluz universal y tolerante, combatió al nacionalismo excluyente y abrió la vía a un regionalismo español que sirve de ejemplo todavía hoy: «Mi nacionalismo, antes que andaluz, es humano».

Blas Infante sólo es «padre de la patria andaluza» como símbolo, como convención política, como referente del Estado autonómico y, acaso, como exponente de un nacionalismo razonable, integrador, un regionalismo que busca la justicia, no la confrontación; la solidaridad, no el egoísmo. Pero Blas Infante ni es un gran pensador ni la idea de Andalucía nació con él. Y por lo que fue, por lo que quiso, por lo que luchó hasta su muerte, Blas Infante siempre merecerá el respeto y el recuerdo cuando, como esta madrugada, se ha cumplido un año más de su fusilamiento.

(… Y como el símbolo era lo importante, Manuel Chaves decidió ignorar los homenajes en el día de su fusilamiento. Brindis y saludo a la grada con un mojito desde la hamaca. Y el alcalde de Sevilla, igual. En Chipiona, en la tumbona. ¿Memoria histórica? No, desvergüenza histórica).

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08 agosto 2008

La trama


Con la condena se ha bajado el telón, pero sólo se trata del primer acto. Lo que acabamos de ver con la primera sentencia condenatoria de Roca es sólo la presentación de la obra; vendrán ahora con los próximos juicios, estructurados como en una tragedia griega, el nudo y el desenlace de la trama de corrupción marbellí.

Cuando el caso Urquía, del que ahora conocemos la sentencia, comenzó la instrucción, las filtraciones de prensa se desataron en Marbella de la forma que siempre corren por allí las noticias de las comisiones, los sobornos y los pelotazos, como ratas por las aceras. Y decían entonces que el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía tenía preparado el archivo de todas las actuaciones por la inconsistencia de las pruebas contra el juez prevaricador. «Todo se derrumbará, porque todo se ha basado en escuchas telefónicas. Se quebrará».

Si tiene algún interés recordar ahora aquel rumor interesado no es por el intento fallido de presionar el procedimiento, que aquello era tan burdo que no podía funcionar. No, es interesante porque, tras lo ocurrido en el juicio, las cartas han cambiado. Las escuchas telefónicas de la corrupción marbellí, que son, en efecto, sobre las que se sustenta la mayoría de la investigación y sobre la que se han respaldado las imputaciones a decenas de procesados, han pasado a un segundo plano a raíz de este juicio. A partir de ahora, lo que cuenta son las anotaciones contables de Roca. Quien esté apuntado en ese cuaderno, o sea, que vaya cogiendo una muda para la cárcel. Que lo esencial del juicio del juez Urquía no es la sordidez de ese mundo de discotecas, sobornos y apaños; lo primordial es que a partir de ahora esRoca quien lleva la iniciativa. Y lo tiene apuntado en un puñado de folios.

Si, como dice el sumario del juez Torres, Roca era ‘el cerebro’ de la corrupción marbellí, su comportamiento se ha dejado llevar por los cánones de los contables de la mafia italiana que retrataba Coppola en las pantallas de cine. Su carta marcada, lo que nadie sabía, es que anotaba, una a una, todas las cantidades de dinero que iba entregando. Todos los sobornados, todos los comisionistas, todos los que han mojado en aquella salsa están en esos folios, su contabilidad, que ha reconocido como tal en el juicio del juez Urquía. Por eso las escuchas telefónicas han pasado a un segundo plano tras este juicio, porque ahora es Roca la principal fuente de confirmación de la corrupción marbellí. Y los archivos de su empresa Maras, el pilar fundamental sobre el que se construirán las acusaciones. Ha ocurrido con Urquía y volverá a pasar. Lo que nadie sabe es si en esas hojas está anotado algún nombre que todavía no está en el sumario.

En el primer acto, justo antes de bajarse el telón, fue cuando Juan Antonio Roca sobrecogió a los espectadores. Se volvió hacia el público y sin dejar la sonrisa, elevó el dedo índice: «A partir de ahora, en todos los juicios, diré la verdad, con todas sus consecuencias». Aristóteles definía trama como el principio fundamental de la tragedia. No se despeguen de la butaca.

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07 agosto 2008

Alerta Roja

El asfalto se reblandece, se hace chicle, como aquellos negros que masticábamos en la infancia. El alquitrán se derrite y deja negra la lengua de las ciudades. Por eso lo llamarán ‘calor africano’, un calor negro. Pero esto no es lo más sorprendente de la ola de calor que soportamos.
Calles desiertas desde la ventana del coche, cristales calientes de una cápsula de frío artificial que recorre la ciudad. Unos turistas cruzan para fotografiarse ante el termómetro. Por las aceras, otros caminan como fantasmas perdidos, cada vez más lentos, como si aquel calor hubiera derretido también las suelas de sus zapatos y, poco a poco, se van quedando atrapados. En horas, estarán exahustos. Pero, tampoco es lo más sorprendente.

Las noches se hacen eternas, el tictac desfila lento y los ojos abiertos van grabando en la retina el paso de todas las horas en el despertador de destellos verdes en la mesilla de noche. «Tierra seca/ tierra quieta/ de noches inmensas», que parece que Lorca escribió aquel Poema de la Soleá en una noche de calor africano, cuando ni los árboles de la Carrera del Darro se mueven; estatuas que envidian el frescor de los salones de la Alhambra. Pero, esto no es lo más sorprendente.
Días que amanecen con el sudor en la almohada, habitaciones inflamadas nada más salir el sol. Paredes calientes, sábanas calientes, suelos calientes, vino caliente, aire caliente. Hormigas en la mesa sobre un mendrugo de pan. El calor desciende implacable y aprieta en la cabeza, como una losa incandescente, y ni en la sombra se logra apartar esa presión. Sólo en la orilla del mar corre la brisa, y los turistas van de sombrilla en sombrilla, pisando sombras, porque cruzar la arena es caminar sobre brasas con los pies desnudos. Pero, no es lo más sorprendente.

Agosto de sangre seca, de cadáveres que amanecen en los olivares con la boca abierta, llena de moscas. En verano, todas las noches sale a pasear el demonio de la España negra. Como en Los Galindos, una matanza de celos o de drogas; la cabeza del capataz abierta a golpes con el diente de hierro de la empacadora. La era, el trigo y un reguero de sangre por todo el cortijo. Sangre roja y seca, como el camino de tierra, roja y seca, que llevaba a la finca. Agosto de crímenes, de nervios que se rompen, de celos desatados. Pero, esto no es lo más sorprendente.

Los romanos construyeron casas de muros gruesos y patios para aislarse del calor. Y se tumbaban en Itálica buscando el fresco de los azulejos de los mosaicos, con uvas negras y vino tinto. Los musulmanes idearon ciudades con calles estrechas como laberintos, inexpugnables para el sol. Y palacios con estanques y fuentes, y pequeñas acequias que recorrían los jardines y los patios para conjurar con el rumor del agua estas olas de calor. Pero, nada de eso es lo que más sorprende.

Lo más sorprendente de esta ola de calor africano es la campaña de publicidad del Gobierno: «Bebe agua. Refréscate con una ducha. En tu casa, baja las persianas; en el exterior, ponte a la sombra... Combatir el calor está en tus manos». ¡Alerta Roja!: Definitivamente, nos toman por idiotas.

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06 agosto 2008

Ambiciones


Ambiciones en España hay dos, la finca de Jesulín y las promesas del Gobierno. Y ninguna de las dos se corresponde con la realidad. Se llaman ambiciones, pero esconden otra cosa. Se llaman ambiciones, pero sólo se trata de un eufemismo.

La finca del torero, por ejemplo, trasciende ampliamente del concepto dedicado a las haciendas de los matadores de toros. Existía un concepto anterior al de Jesulín, el modelo tradicional, que simbolizaba el triunfo de un hombre humilde, que aprendió a torear dando capotazos clandestinos en las noches de luna. Más que cualquier otra cosa, la tardes de leyenda o la aureola mítica que perfuma a los toreros de época, el triunfo de un matador de toros se simboliza en una finca y un mercedes. Jesulín cambió ese concepto, Ambiciones no es una finca, es un ente vivo, con personalidad propia. Un personaje más de la saga. Lo verán en las crónicas de la prensa rosa. «Ambiciones está triste», «Silencio en Ambiciones», «Ambiciones está de celebración», «La cara oculta de Ambiciones»… Y en este plan. Tanto ambicionaba el torero, que la finca cobró vida propia y lo sustituyó en los titulares.

Las ambiciones del Gobierno también esconden otra cosa. Solbes dice ahora que las promesas de pleno empleo en la campaña electoral sólo deben interpretarse como ambiciones electorales («ambiciones que pretenden ir más lejos, pero luego la realidad es la que es, y tenemos que adaptarnos»). Eso dice el vicepresidente, sí. Pero, veamos. En febrero de 2007, The Economist daba ya por seguro que la crisis mundial se vería agravada en España por la caída brusca del sector inmobiliario. Un mes más tarde, Financial Times repetía el mismo diagnóstico y alertaba sobre la debilidad oculta de la economía española, por su escasa competitividad, por el bajo nivel de desarrollo tecnológico, por la debilidad de la industria y por los efectos perversos del boom inmobiliario, que ha desviado el capital inversor hacia ese sector en detrimento de otros.

Todo eso, hace año y medio y en la prensa extranjera. En España, las alarmas se encendieron incluso antes, y lo que hacía entonces el Gobierno era negarlo con rotundidad por la campaña electoral y descalificar a quienes alertaban de lo que se venía encima. ¡Antipatriotas! No sólo eso; además de esconder las alarmas, se inventó una realidad distinta, ‘la crisis es de EEUU, no tiene nada que ver con España’, para, finalmente, sobre esa invención, presentar sus promesas electorales de pleno empleo. Eso, en fin, no son ambiciones, que son imprescindibles en un gobernante. Eso tiene otro nombre.

– Solbes, al menos, reconoce lo ocurrido. Pero, ¿y Chaves? ¿Cómo se llama lo de Chaves que sigue prometiendo el pleno empleo en Andalucía?
Lo de Chaves, como siempre, se sale de madre. Se ha llevado varios meses pidiendo calma porque dice que «es precipitado sacar conclusiones». A ver qué nombre se le pone a eso. Andalucía lleva treinta años liderando todas las listas del desempleo y Chaves dice que es precipitado sacar conclusiones. Como siempre, inigualable.

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04 agosto 2008

Serpientes



La democracia también consiste en asumir que una serpiente se enrosque una tarde en las farolas del boulevard de San Sebastián, mientras el personal anda de gintonics en las terrazas aspirando la brisa salada de La Concha. Los mejores gintonics servidos con cáscara de limón verde. Verde como la lengua de la serpiente con cara de malahostia que se llama De Juana Chaos. Porque la democracia también consiste en eso, en aceptar que una serpiente va reptando mientras un puñado de indeseables la jalea y le tiende una alfombra de babas. Pero asumir no es tragar. Y aceptar no es compartir. No es cruzarse de brazos, ni mirar para otra parte, ni cambiar de conversación.

La fuerza implacable de una democracia se sustenta en el imperio absoluto del Estado de Derecho, también cuando una serpiente de pómulos prominentes, desafiantes, y sonrisa envenenada se cuela por las rendijas y logra reducir a veinte años de cárcel los tres mil años a los que fue condenado por sus veinticinco asesinatos. Hasta ahí, vale. Lo que no vale ya es, como está haciendo el Gobierno, interpretar que de la salida del asesino es un mal menor de la democracia, inevitable, y hasta un ejemplo de la grandeza del Estado de Derecho. Que eso es no entender casi nada, porque la aspiración mayor de un Estado de Derecho es la Justicia, y la salida de la cárcel de esa serpiente es un acto de injusticia. Injusticia democrática, sí, que no sólo existen otros regímenes no democráticos. La gran diferencia es que una democracia puede corregir esas injusticias. Y no se entera el Gobierno. El Estado de Derecho sobrevive porque es capaz de adaptarse a los tiempos y corregir sus errores.

El Estado de Derecho no es más que un acuerdo social, la cultura de la legalidad, la aceptación por parte de todos de que todos y todo se rige y se somete a la legislación vigente. El Estado de Derecho es un concepto, una convención, un fin en sí mismo que, para ofrecer respuesta a los problemas diarios, necesita de un cuerpo de leyes que, sin descanso, se vaya adaptando a la realidad. Y cuando los avances sociales, científicos o morales modifican la realidad, las leyes tienen que adaptarse. También cuando se demuestra que existen rincones inexplorados de inmunidad que se utilizan para esquivar la Justicia: se modifican las leyes para impedirlo en el futuro.

Si esa serpiente ha sido capaz de burlarnos utilizando resquicios legales, la obligación del Gobierno ahora es utilizar, también él, las argucias legales que estén a su alcance para devolverlo a la cárcel. Y que el menor desliz que haya podido cometer ese asesino en su tramposo proceso de redención de penas se pueda convertir en una anulación de esos beneficios penitenciarios y su vuelta a la cárcel.

Una democracia tiene que asumir que una serpiente se enrosque en las farolas del boulevard de San Sebastián. Pero asumirlo no es permitirlo sin hacer nada. Que esa serpiente sienta el asco de todos nosotros y el acoso legal del Estado de Derecho.

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