El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

31 octubre 2011

Conllevar



En treinta años, todo ha cambiado de sitio en España. Ya hemos visto todos los paisajes políticos posibles, el centro, la izquierda, la derecha, y la democracia más inexperta de Europa ha sabido consolidarse, desde la muerte del dictador, al ritmo de esa alternancia natural de un sistema democrático del que nunca habíamos gozado. En estas tres décadas el viento de la historia ha orillado los problemas de entonces y ha cambiado el perfil de las ciudades y de los ciudadanos; treinta años que han traído problemas nuevos, defectos nuevos, carencias nuevas, vicios nuevos. Nada se parece a lo que pensábamos en la Transición, a lo que temíamos entonces, porque todo ha cambiado de sitio; todo menos una amenaza que, aunque es reciente en la historia milenaria de España, no ha parado de crecer en los dos últimos siglos. Un chantaje que reaparece cada vez más acusado, como ahora, que se presenta más grave que nunca. Sí, ahora, también ahora que se goza de la mayor etapa de libertad de la que ha disfrutado nunca en España, la amenaza del independentismo se mantiene intacta.

Visto con perspectiva, podríamos decir que la sangrienta historia de ETA, ahora que ha anunciado que deja de matar, no ha supuesto en los últimos cuarenta años más que una trágica distorsión del problema fundamental de la España contemporánea, que no es otro que el de los nacionalismos ricos de Cataluña y el País Vasco. Problema identitario, quiere decirse. Y ahora que ha desaparecido esa amenaza asesina (o por lo menos ha desaparecido momentáneamente, que ya se verá) lo que nos queda, desnudo, cruento, es el problema de dos regiones que en todo este tiempo no han avanzado en la construcción de España, sino que han utilizado la diferencia para ampliarla; han usado la desafección política para hacer proselitismo, económico y social, a favor de la distancia, de la separación como negocio y como justificación. Han utilizado incluso la prosperidad económica y la propia integración europea para reafirmarse en una historia que no existe, que nunca existió.

Estamos en el momento en el que, quizá, las regiones que menos protagonismo han tenido en esta última fase de la historia de España deben imponer su voz para evitar que la desafacción de esas dos regiones de nacionalismos ricos acaben imponiéndonos una depresión similar a la del 98, cuando la pérdida de Cuba. La voz de las regiones que, aún habiéndose equivocado en el pasado, por conformismo o dejadez, han dejado su ADN inscrito en lo que somos. Andalucía y Castilla, por ejemplo. “Castilla ha hecho España y Castilla la ha deshecho (…) Si Cataluña o Vasconia hubiesen sido las razas formidables que ahora se imaginan ser, habrían dado un terrible tirón de Castilla cuando ésta comenzó a hacerse particularista (…) y no habría caído en la perdurable modorra de idiotez y egoísmo que ha sido durante tres siglos nuestra historia”. Ortega y Gasset acertó en el diagnóstico del problema que arrastramos, pero quizá erró en el pronóstico de que este país está condenado a “conllevar” el problema vasco y catalán. ¿Quién se atrevería a afirmar ahora que el independentismo en la sociedad catalana y vasca no será mayoritario en el corto plazo de diez o quince años? La duda hoy es si esos problemas se podrán seguir conllevando.

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20 octubre 2011

Lección aprendida



En la barbarie terrorista del País Vasco, los andaluces siempre hemos puesto los muertos y las cárceles. No los únicos muertos, claro, ni las únicas cárceles, pero desde los primeros guardias civiles asesinados, jóvenes sin futuro en el campo que soñaron con ser alguien entre las cuatro paredes de una casa cuartel, hasta los concejales acribillados vilmente en la oscuridad de una noche, Andalucía ha sido una de las regiones más castigadas por el terrorismo vasco y, paradójicamente, también ha sido la comunidad a la que han sido trasladados más presos de la banda etarra. Esa ha sido la participación de los andaluces en lo que unos pocos llaman el “conflicto vasco”. Nada más, sólo muertos y cárceles, sin posibilidad alguna de ser oídos por alguien o de influir en cualquier debate. Quizá porque aquella locura, el egoísmo que conlleva todo nacionalismo fundamentalista, tenía que rubricarse con la displicencia miserable con la que siempre se ha mirado a las víctimas. Pero al cabo de tantos años de padecer la misma burla, ya tendríamos que haber sacado alguna lección. Tendríamos que haberlo aprendido, sí.

Tendríamos que haberlo aprendido porque, a partir de entonces, nada de lo que puedan hacer o decir podrá dañarnos más que lo que ya llevamos padecido. Aprenderlo significa no caer en las provocaciones; aprenderlo supone no entrar en más debate que el que determina el acoso policial, la condena judicial y el cumplimiento de las condenas. Aprenderlo quiere decir que marcamos un círculo de legalidad en nuestro entorno, y de ahí no nos movemos. Un círculo de seguridad que es, a su vez, un círculo de protección frente a las provocaciones. Y ya pueden convocar las conferencias que quieran, ya se pueden traer a Kofi Annan con todas las vedettes de las alianzas de civilizaciones, que nada podrá superar la coraza de firmeza que nos ha dado tantos años de sacrificios, de lágrimas, de perseverancia en la democracia y en el Estado de Derecho. Por eso, la única equivocación ante la pantomima internacional ha sido la de concederle la importancia exagerada de considerarla “un triunfo de ETA”. Porque ha sido todo lo contrario; para la banda terrorista la conferencia ha sido una oportunidad fallida, malgastada, que resta interés y trascendencia al comunicado que llevan meses elaborando. Sólo hay que ver el efecto político inmediato que ha tenido en el PSOE, el partido que ha alentado el paripé desde las bambalinas. Nada le sale bien al PSOE de Zapatero desde hace años; la pifia de la conferencia vasca ha sido lo último.

Por eso, sobre debates menores, alcemos la cabeza. Que ya tendríamos que haberlo aprendido. Sobre todo los andaluces, después de haber puesto muertos y cárceles en esa espiral de odio que está en las antípodas de nuestra historia y de nuestra forma de ser; tendríamos que haber aprendido a mirarlos con la seguridad que aporta saber que nunca vencerán. Con los ojos de sabiduría senequista que nos enseñan a afrontar las contrariedades como un ejercicio. ETA no ha ganado, no. Nunca pueden ganar.

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01 julio 2011

Basta ya




No es el asco de Bildu, la repulsión por esa gentuza, la indignación ante ese nacionalismo de ricos que se llama de izquierda y que reivindica sin escrúpulos los privilegios y la raza; no, no son sus palabras, que no hieren, sino la irritación de ver cómo le bailan el agua, cómo triunfan sus amenazas. Es el hartazgo histórico de contemplar sin remedio alguno cómo la desafección se ha convertido en España en el mejor negocio de los dos últimos siglos. La última concesión, la última dádiva conseguida ha sido ésta de la capitalidad cultural a San Sebastián. No por sus méritos culturales, que los tiene; no por su belleza extraordinaria, que siempre ha sido; no por su patrimonio ni por su historia, que se va entrelazando en cada esquina del casco histórico. No, San Sebastián ha logrado la capitalidad cultural porque el jurado ha querido contribuir con esa nominación al ‘proceso de paz’ que otra vez han comenzado a barajar, con la tregua de ETA y la irrupción de Bildu en las instituciones. No, no es por San Sebastián, es por el agravio que supone para las demás ciudades que la normalidad y el civismo se hayan convertido en penalización. Sin violencia en las calles, sin un pasado de cientos de asesinatos, sin un discurso político independentista, San Sebastián hubiera competido con las demás ciudades en igualdad de condiciones. Y hubiera ganado o hubiera perdido, pero la balanza se ha inclinado de su lado por el lado oscuro.

Siempre ha sido así, desde el carlismo, el País Vasco ha progresado de forma extraordinaria gracias, en gran medida, a que se han intentado acallar, apaciguar, las amenazas y los discursos radicales, con inversiones y privilegios. Siempre igual. La consagración de los fueros medievales que le facilitan más financiación y más recursos que cualquier otra región española, la protección y potenciación de la industria o la dotación primera de algunas infraestructuras que, todavía, siguen siendo un sueño en muchas provincias de España. Privilegios para contentar al disidente, al que amenaza; como ahora. «El jurado ha entendido que hay una clara expectativa de que la ciudad que represente a la cultura pueda contribuir a frenar la violencia en el País Vasco». Si Córdoba, o cualquier de las otras ciudades, hubiera estado gobernada por Bildu, habría ganado. Con una sencilla regla de tres, podemos concluir que ha perdido porque está gobernada por un partido democrático, en medio de una sociedad normal. Pierde quien no ejerce la violencia, quien no amenaza con largarse. Pierde el pueblo que carga en sus espaldas el pesado lastre de haber sido siempre pacífico, abnegado y tolerante. El negocio de la desafección, la condena de la lealtad.

Por eso, no es Bildu lo que irrita, ni su discurso hecho de rencor y de mentiras. Porque lo que ningún demócrata puede ignorar es que si Bildu es declarada ilegal algún día no será por su discurso independentista, sino por su conexión con esa organización terrorista que ahora, otra vez, se ha refugiado en un letargo de recomposición. Hibernada como la serpiente que abraza un hacha. El independentismo no es causa de ilegalización y sólo el País Vasco tendrá que resolver algún día la malformación de una sociedad que vota por decenas de miles a esa gentuza. No es Bildu, ni lo que digan ni lo que quieran; la irritación es porque, otra vez, ha triunfado el negocio del desapego; el problema es que otra vez han tenido que ceder los demás, que la normalidad ha pesado como un demérito en el jurado. Y mientras siga siendo así, un negocio, ellos seguirán progresando y los demás, soportando la diferencia.

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20 abril 2011

La equivocación



Que se suban al balcón con toda la parentela, los primos, los abuelos y los nietos, para recibir el aplauso de los vecinos que ya no reconocían sus facciones envejecidas tras dos decenios de cárcel. Que levanten el puño cerrado, como criminales de guerra fugados de la cárcel, y que entonen sus himnos tribales de muerte y de fuego. Que desplieguen en las aceras cartelones de Independentzia serigrafiados con la sangre que dejaron en el asfalto la mañana maldita en la que se agazaparon en una esquina para reventar un autobús de guardias civiles, el coche de un general o un furgón de policías. Que se emborrachen de txacolí en las herriko tabernas, que brinden con la ikurriña y escupan en el suelo. Que se vayan al monte a celebrar sus aniversarios de una historia inventada y se revuelquen por el musgo anudados como babosas en celo. Que hagan lo que quieran, que digan lo que quieran, que griten lo que quieran, porque ése no es nuestro problema. Esa ha sido nuestra gran equivocación.

La equivocación de pensar que todo eso podía cambiarse, que podía esperarse de la fiera el perdón y la reconsideración de la barbarie. La equivocación de considerar que contra el fundamentalismo valen las treguas y las concesiones, que contra el fanatismo funciona el razonamiento. No cambiarán jamás. Y nosotros, sabiéndolo, muchas veces nos detenemos inútilmente en analizar sus fiestas y sus gritos, para intentar encontrar en esa ciénaga una brizna de cordura o de sentimiento. Nos enzarzamos en disputas políticas y judiciales que nos dividen, que nos alejan de la inmensa mayoría que desprecia a esa gentuza. Esa es la equivocación, porque que hay que de dejar de pensar en ellos como un colectivo que puede integrarse a la normalidad. No, la democracia sólo debe abrir sus puertas a quien acepta la libertad, la tolerancia. A quien respeta al disidente y escucha al adversario. Contra todo lo demás, contra todos esos, la policía y la cárcel. Y aunque encuentren resquicios legales, que tengamos la tranquilidad de conciencia de que, de forma inmediata, todo el aparato del Estado volverá a caer sobre ellos en cuanto se resbalen por la exaltación del terrorismo, la colaboración con la banda armada, la ocultación o la militancia terrorista. Como no cambiarán, aquellos que salen de la cárcel, volverán a caer.

Que canten, que griten, que escupan babas verdes. Que por mucho que nos digan que ETA y su entorno ya no es lo mismo, que quieren dar pasos hacia la paz, sólo tenemos que detenernos un instante a contemplarlos, a ellos y a quienes les vitorean, para saber que todo sigue igual. Por eso, que hagan lo que quieran que yo, como ciudadano, sólo sentiré desprecio; como deudor de las víctimas, sólo intentaré mantener viva la memoria; y como demócrata, sólo aspiraré a un ansia incansable de justicia.

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11 enero 2011

Esperpento



ETA se repite como esperpento. Machaca los comunicados de hace años y va calcando las palabras, las expresiones de siempre. Se repite, no hay nada nuevo en lo que dice, es lo mismo de siempre, sólo que, cada vez más, se repite como esperpento. Sólo había que verlos ayer, el patetismo de esos tres asesinos con capucha blanca y boina negra, caricaturas de sí mismos, fantoches manchados de sangre, cobardes disfrazados en su carnaval macabro, imbéciles de mente estrecha que piensan que el campanario es una ideología de izquierdas y que el terruño es una reivindicación de la sociedad del siglo XXI. Hasta el tono de voz del tipo que leía el comunicado no expresaba otra cosa que la personalidad de un niñato malcriado en ikastolas, un gamberro de sábados por la noche, un necio al que habrán contado que su dios es Sabino Arana y que la tierra prometida está entre el musgo y los helechos de Aralar; que ahí se acaba el mundo.

Se han convertido en seres patéticos aunque se mantenga intacta la amenaza a la sociedad española, a todos nosotros. Todo el sufrimiento, todo el dolor y la angustia que recordamos. Pero no es eso, no se trata de menospreciarlos, se trata de despreciarlos. Se trata de ignorar la insoportable verborrea de esos tipos que parecen sacados de los periódicos de hace treinta años, como si alguien le hubiera dado al play de las fotografías en blanco y negro de aquella época y, otra vez, hubieran arrancado a hablar los monigotes congelados. Otra vez a recontar los delirios de una soberanía inventada, que nunca existió. Hablan de Euskal Herria como tierra ocupada aquellos que viven en una de las regiones más ricas de Europa, más mimadas de Europa, más privilegiadas de Europa. Tienen desde antiguo las industrias, las infraestructuras y la financiación de las que carecen las demás regiones de España, y aún así esos mequetrefes con metralleta siguen hablando de territorio ocupado, sojuzgado.

Tres asesinos con capucha blanca y boina negra irrumpen otra vez en todos los periódicos del mundo, y, aunque siempre han estado fuera de la realidad, ahora, con la que tenemos encima, con los problemas reales que tiene la Humanidad, sólo pueden provocar desdén y asco. Porque ellos estaban allí, tiesos como hachones de velatorios, leyendo el comunicado de siempre, con las expresiones de siempre, pero nadie les presta ya atención a sus palabras. Ni siquiera el presidente Zapatero, aquel que, hace cuatro años, en 2006, estuvo tan pendiente de la redacción del comunicado de «tregua permanente» que ayer volvieron a reiterar, les presta ya atención.

Dentro de unos días, el 30 de enero, se cumple un aniversario más del asesinato de Alberto y Ascen, asesinados en Sevilla. Sus asesinos están en la cárcel, en Albolote. Hasta allí debería llegarles el único comunicado que la sociedad, pacífica, paciente y constante en sus ganas de libertad, debe mandarle a esos fantoches: Púdrete.

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24 septiembre 2010

Desiguales



En política, un acuerdo vale más que mil palabras. Podríamos pasarnos la vida discutiendo sobre la naturaleza del modelo territorial español, cien veces negarán las diferencias entre comunidades y cien veces más afirmarán que no es cierto que la asimetría que ya contenía la Constitución haya alcanzado con el Gobierno de Zapatero destellos de confederación. Pero sobre esa montaña de palabras, un solo acuerdo despeja el camino: ¿Quieren saber qué es la asimetría autonómica? Pues es muy fácil, la asimetría es otorgarle las mayores bonificaciones a las empresas para creación de empleo a la región que tiene menos paro de España y negárselas a las que tienen más paro. Esa es la asimetría, el trato desigual entre regiones en los asuntos que tendría que estar regulados desde el Estado para garantizar la igualdad de oportunidades de todos los ciudadanos españoles.

En el País Vasco, que en la Transición tenía un 25 por ciento de paro, se había logrado el pleno empleo antes de la crisis económica; ahora la tasa de paro no llega al diez por ciento. En Andalucía, en los treinta años de autonomía, el paro siempre ha estado por encima del quince por ciento y ahora se acerca al treinta por ciento. A las dos autonomías se le han transferido las Políticas Activas de Empleo, pero con una diferencia fundamental: sólo al País Vasco –a ninguna otra comunidad autónoma en España, tampoco a Cataluña– se le añaden las bonificaciones a las empresas. Es decir, a partir de ahora, mientras que el País Vasco podrá ofrecer a las empresas que creen empleo cotizaciones más bajas a la Seguridad Social, en Andalucía las empresas no contarán con esa ventaja. La suma del concierto económico y las bonificaciones a las empresas hacen del País Vasco una región con la que ninguna otra en España podrá competir; una región en la que sus ciudadanos dispondrán de más recursos, más servicios y más posibilidades que los del resto de España. Ésa es la España asimétrica. En el País Vasco habrá más dinero para universidades, para carreteras y para hospitales porque el concierto económico lo garantiza. Y habrá más empresas, más empleo y más actividad económica gracias a este último acuerdo con el que Zapatero salva su legislatura.

Entre tanto, en Andalucía, la transferencia de las políticas activas de Empleo, sin bonificaciones a empresas, lo que ha provocado es un caos burocrático del que ahora se pretende salir: Al cabo de varios años de gestión de las competencias por parte de la Junta de Andalucía, la red burocrática del Servicio Andaluz de Empleo ha crecido exponencialmente y se ha hecho más ineficaz. Hace unos meses, la propia Junta de Andalucía reconoció que el Servicio Andaluz de Empleo sólo gestiona el 15 por ciento de las ofertas laborales y los nuevos contratos y que se impone una profunda reforma.

¿Se aprecian las diferencias competenciales entre la comunidad con más paro, Andalucía, y la región con menos desempleo, el País Vasco? Pues todavía habrá quien insista en que todos los españoles gozan de las mismas oportunidades. ComoChaves y Zarrías que, ironías del destino, han sido los encargados de negociar las transferencias de Empleo al País Vasco, de la misma forma que en su día negociaron las que llegaron a Andalucía. Asimetría. ¿Se entiende ahora el concepto político? Asimetría es este atropello a la igualdad.

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19 octubre 2009

Blindajes


El País Vasco ha sido la única comunidad que, en estos años de vendaval reformista en las autonomías, no se ha preocupado de reformar el suyo, el Estatuto de Gernica. Ibarretxe planteó su desvarío independentista, pero aquello no llegó a ninguna parte y jamás concitó el respaldo de las otras dos fuerzas políticas mayoritarias del País Vasco, el PSOE y el PP. No, formalmente, el País Vasco ha sido la única autonomía que no se ha sumado al discurso oficial de que, después de 30 años de autogobierno, era necesario actualizar y modernizar el Estatuto de Gernica. En Andalucía, Cataluña, Valencia o Galicia, que comparten con el País Vasco unos estatutos del máximo nivel de competencias, se consideró imprescindible adaptar los estatutos a los nuevos tiempos, «avanzar, impulsar y consolidar el estado de las autonomías» para los próximos tres lustros. ¿Por qué en el País Vasco, la primera de las autonomías de España, la más histórica de todas, ni el PP ni el PSOE se han embarcado en las reformas? Se dirá que promover una reforma estatuaria en el País Vasco es una irresponsabilidad porque nunca se alcanzará el grado de consenso del Estatuto de Gernica. Es verdad, pero no es la razón fundamental. Lo esencial es que, en realidad, una reforma del estatuto vasco, dentro del marco constitucional, puede avanzar muy poco más con respecto a lo que ya se tiene, con lo que remover el patio político es irresponsable y, sobre todo, inútil. De ahí que se haya optado por reformar exclusivamente aquello que marca las diferencias entre las regiones, la financiación.

Sí, los diputados vascos saben bien que las tres cuartas partes de las reformas de los estatutos se quedan en pintura, oropel provinciano redactado con cursilería estomagante. Y una vez que el Parlament de Cataluña, ayuno de fueros medievales, ha blindado sus ingresos anuales con la amenaza de la desafección, los diputados vascos han decido hacer lo propio con el privilegio económico del concierto vasco. No necesitan más reformas, con ese blindaje, el País Vasco (y Navarra) se garantiza el privilegio de contar con más recursos para seguir marcando la diferencia. Más dinero para el desarrollo económico, más dinero para hospitales, para mejores colegios y universidades… ¿Podrían explicar los diputados andaluces del PSOE por qué han votado a favor de ese blindaje?


Manuel Marín, ex presidente del Congreso, contó que, cuando se autorizó la aprobación de los estatutos en la Transición, todas las autonomías se lanzaron a la confección de sus estatutos. Era tal la rivalidad entre el País Vasco y Cataluña por presentar antes el Estatuto en el Congreso, que los equipos rectores, mirándose siempre de reojo, finalizaron los trabajos al mismo tiempo y ambos se dispusieron a registrarlo el mismo día. Cuenta Marín que «el bueno de Tarradellas» tomó el puente aéreo, se instaló en el Palace y anunció su llegada al Congreso al día siguiente para presentar el Estatuto catalán. Alertados, un diputado vasco de la UCD, Echeverría, alquiló un avión, viajó directamente al Congreso y fue el primero en registrar el Estatuto. Fue tal el cabrero de Tarradellas al llegar al Congreso, que se volvió al Palace y remitió a las Cortes el Estatuto catalán con un mozo de Correos.


Que sirva la anécdota para ilustrar que, en el fondo, todo sigue igual. El País Vasco, en avión privado, los catalanes, con puente aéreo, y luego, todos los demás.

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05 mayo 2009

España plural


Cuando Patxi López se ponga hoy en pie en su escaño del Parlamento vasco, envuelto en los aplausos que brotan de una votación triunfal, se completará en España un triángulo inesperado de identidades territoriales: un madrileño preside la Junta de Andalucía, un andaluz es el presidente de la Generalitat de Cataluña y el lehendakari del País Vasco es un ciudadano que se apellida López.

Lo cual que, si en la política española existiera la reflexión y la reconsideración de los errores, hoy tendríamos que concluir que la ‘España plural’ es ésta, un país que no se cuartea en las regiones, que no establece vetos ni privilegios entre sus comunidades, que no divide las cuencas ni se atrinchera en los ríos. La ‘España plural’, ese eslogan tan cacareado, no es una nación de naciones, como nos decían, sino la nación más vieja de Europa en la que otra vez los reinos medievales, como muertos envueltos sudarios rotos, se han puesto en pie, se han salido de los libros de historia y se han colado en los Estatutos de autonomía.

Griñán, presidente andaluz, nació en Madrid; Montilla, presidente catalán, nació en Iznájar, provincia de Córdoba; y Patxi López, aunque lo contemplan cinco generaciones de vascos, tiene uno de los apellidos españoles por antonomasia, que hunde sus raíces en los caballeros de la Reconquista. Y tendríamos que reparar hoy en este detalle inesperado, no buscado ni preparado en ningún despacho, para rendirnos a la evidencia de cómo las raíces profundas de tres mil años de historia acaban apareciendo en esos nuevos edificios de diseño que llamaron ‘naciones sin Estado’, ‘países’ o ‘realidades nacionales’.

La parte intrascendente de esta anécdota de identidades repartidas en Andalucía, Cataluña y el País Vasco es, desde luego, el patriotismo español, aunque cada cual que se emocione como quiera. No. Lo esencial de la coincidencia es que está pendiente aún la consolidación del disparate que se cometió con las reformas de Estatutos y la generalización del privilegio y, en algún momento, alguien tendrá que comenzar a razonar en España. Alguna vez habrá de imponerse el sentido de Estado, también llamado sentido común, para devolver el equilibro territorial que se romperá definitivamente con un sistema de financiación que nazca de las reformas estatutarias. Cordura y firmeza para que el Tribunal Constitucional haga pública ya la sentencia que anula la bilateralidad de Cataluña con España, que no es posible por más tiempo este bochorno de tener al más alto tribunal de un país amordazado para no afrontar los problemas. Lo de hoy, este cruce de trayectorias que unidas con líneas azules formarían un mapa trenzado, entrelazado, de la historia de España, debería darnos aliento para, como en aquella antigualla de Adriano Papallardo, pararnos y recomenzar.

Postada para el futuro. Dijo Patxi López: «El PNV tiene que asumir que es un partido más, que no es el régimen ni la religión de Euskadi, que a veces estará en el Gobierno y otras en la oposición, y no pasa absolutamente nada, esa es la grandeza de la democracia». La alternancia, es cierto, es la grandeza de la democracia; lo contrario degenera en régimen o en religión. Aquí y en Euskadi, que la degeneración no es privativa de un partido. Guardaremos la frase para el futuro.

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03 diciembre 2008

Asesinos


En cuarenta años, hay fijaciones en la banda terrorista ETA que jamás han variado por mucho que haya podido cambiar el pelaje de quienes la dirigen. Por ejemplo, la amenaza a los empresarios. Está documentado que la decisión se fecha en agosto de 1965, por una orden escrita de ETA («la requisa de medios necesarios a la lucha revolucionaria») y por un episodio tragicómico de esa misma fecha. Es un atentado contra un cobrador del Banco Guipuzcoano, que cada día se desplazaba en una motocicleta de una localidad a otra. La mañana del atentado, los etarras del comando se quedaron dormidos; con las prisas se le olvidaron las pistolas a todos menos a uno; localizaron al cobrador en una vespa y, en medio de la carretera, lo forzaron a detenerse, cruzando el vehículo contra un pretil; intentaron bajarse del coche, pero dos de ellos no pudieron porque la puerta, tan cerca del pretil, no abría lo suficiente... Finalmente encañonaron al cobrador, entre aturdido y desconcertado, y le robaron las dos pesetas y tres reales que llevaba porque, a esa hora, todavía no había comenzado la recaudación.

El episodio lo cuenta en un libro sobre Josu Ternera un colega del País Vasco, Florencio Domínguez, que hace unos días llegó a Sevilla para unas conferencias de la Universidad. Florencio, que es redactor jefe de Vasco Press, escribió el libro a partir de una pregunta de Zapatero al lehendakari Ibarretxe: «Ternera y Otegui, ¿cómo son?». No sabemos qué contestó el lehendakari, pero Florencio Domínguez escribió este libro para explicarle en trescientas páginas que, con tregua o sin tregua, Josu Ternera es un retrato fiel de la propia ETA, inculto, salvaje, cínico y asesino. Y lo sorprendente es que, medio siglo después,hayab todavía quien se pregunte ‘cómo son’. ¿Pues cómo van a ser? Asesinos.

Lo desconcertante de todo es que quienes siguen a diario la política vasca afirman que, aunque la tregua está formalmente rota y el Gobierno no aplica otra política que la persecución y la desarticulación de comandos, los intermediarios suizos que sirvieron de puente al Gobierno y a ETA siguen activos y siguen cobrando. ¿Habremos de ver otra vez una tregua? Cuarenta años después, ¿habrá que preguntarlo otra vez, habrá quien todavía dude? ‘Cómo son’.

Le pregunto a Florencio Domínguez su opinión sobre el final e ETA y me regala una respuesta de la que me apropio como principio irrenunciable. «El final de ETA es cosa suya». Es eso, claro. Así de simple y así de contudente. La obligación del Estado es perseguir y encarcelar a ETA. Si lo hacemos, ellos solos, consumidos en su propio odio, decidirán el final.

ETA dispone de ochocientos miembros, setecientos de ellos están en las cárceles y los otros cien en comandos como el que ayer asesinó al empresario vasco Ignacio Uria. Ni más preguntas ni más dudas; nada que ofrecer y nada que negociar. Que decidan lo que quieran, que en una democracia sólo existe un final posible para los asesinos, la cárcel.

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19 agosto 2008

Cruces


En las comisarías, los policías siguen un ritual, anónimo y compartido, cada vez que se desarticula un comando terrorista. Con las primeras noticias de las detenciones, siempre hay un funcionario que se va directo a los carteles que cuelgan de las paredes con las caras de los etarras más buscados y tacha con una cruz la cara del que han trincado. Lo he visto ayer mismo, la cruz sobre la cara inexpresiva de Arkaitz Goikoetxea, uno de los etarras que han caído con la desarticulación del ‘comando Vizcaya’ a finales de julio pasado. Le echan la cruz, lo tachan con una cruz de bolígrafo, y ese trazo es como un grito inconsciente de alegría. Uno menos.

Esa cruz que trazan los policías sobre la cara de los etarras, que se puede ver igual en los cuarteles de la Guardia Civil, que también es una costumbre que siguen los policías locales y hasta los vigilantes de seguridad, es en el fondo, ya digo, una voz muy clara, un guiño de complicidad entre quienes no dudan nunca frente a un terrorista. Y si cambian gobiernos, y si varían las políticas, los policías que van tachando, uno a uno, a los terroristas saben siempre que lo que la sociedad espera de ellos es eso mismo, carteles de ETA que se van llenando de cruces sobre las fotos de carné. Tocado, hundido.

Arkaitz Goikoetxea ha sido uno de los responsables de los atentados de ETA contra casas cuartel de la Guardia Civil, como el que acabó en marzo con la vida Juan Manuel Piñuel Villalón, en Legutiano; el guardia civil de Málaga, que tenía una casa en El Palo con la que soñaba desde la garita que reventaron; la casa a la que siempre esperaba volver para pasar los días de descanso haciendo castillos en la arena con su hijo. Ese Goikoetxea es el que planeaba secuestrar a un concejal socialista para someterlo al calvario de Miguel Ángel Blanco. Ya tenía preparadas las ampollas de valium líquido para el secuestro. Para, junto a las bombas en la Costa del Sol, devolverle a ETA el protagonismo de horror y miedo que siempre anda buscando.

Ahora, en la cárcel, igual le llega a Goikoetxea una carta de Otegi, como le llegó a Kubati, asesino de seis personas, a su celda de Puerto III. Otegi, aquel ‘príncipe de la paz’, va a salir de chirona a final de agosto y ya ha comenzado a predisponer el ambiente para proponerle a Zapatero un nuevo ‘proceso de paz’. Y en las cartas que está enviando a los presos de ETA, como la que publicamos hace unos días a Kubati, les pedirá apoyo para reabrir el diálogo con el Gobierno. «Tenemos que reemplazar la brocha gorda por el pincel», le dice Otegi a Kubati; ya ven, consejos de finezza al tipo que asesinó a sangre fría a su compañera Yoyes, por dudar. Delante de su hijo.

‘Echarle la cruz a alguien’, decimos coloquialmente. La lucha contra ETA será completa cuando no haya dudas en España. Contra ETA, que nos quede claro, sólo cabe echarle la cruz. Con el pincel de la Justicia, con la brocha gorda de la repulsa social y con el bolígrafo constante y anónimo de los policías cada vez que se limpia de etarras un piso franco como quien desinfecta una covacha de ratas.

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04 agosto 2008

Serpientes



La democracia también consiste en asumir que una serpiente se enrosque una tarde en las farolas del boulevard de San Sebastián, mientras el personal anda de gintonics en las terrazas aspirando la brisa salada de La Concha. Los mejores gintonics servidos con cáscara de limón verde. Verde como la lengua de la serpiente con cara de malahostia que se llama De Juana Chaos. Porque la democracia también consiste en eso, en aceptar que una serpiente va reptando mientras un puñado de indeseables la jalea y le tiende una alfombra de babas. Pero asumir no es tragar. Y aceptar no es compartir. No es cruzarse de brazos, ni mirar para otra parte, ni cambiar de conversación.

La fuerza implacable de una democracia se sustenta en el imperio absoluto del Estado de Derecho, también cuando una serpiente de pómulos prominentes, desafiantes, y sonrisa envenenada se cuela por las rendijas y logra reducir a veinte años de cárcel los tres mil años a los que fue condenado por sus veinticinco asesinatos. Hasta ahí, vale. Lo que no vale ya es, como está haciendo el Gobierno, interpretar que de la salida del asesino es un mal menor de la democracia, inevitable, y hasta un ejemplo de la grandeza del Estado de Derecho. Que eso es no entender casi nada, porque la aspiración mayor de un Estado de Derecho es la Justicia, y la salida de la cárcel de esa serpiente es un acto de injusticia. Injusticia democrática, sí, que no sólo existen otros regímenes no democráticos. La gran diferencia es que una democracia puede corregir esas injusticias. Y no se entera el Gobierno. El Estado de Derecho sobrevive porque es capaz de adaptarse a los tiempos y corregir sus errores.

El Estado de Derecho no es más que un acuerdo social, la cultura de la legalidad, la aceptación por parte de todos de que todos y todo se rige y se somete a la legislación vigente. El Estado de Derecho es un concepto, una convención, un fin en sí mismo que, para ofrecer respuesta a los problemas diarios, necesita de un cuerpo de leyes que, sin descanso, se vaya adaptando a la realidad. Y cuando los avances sociales, científicos o morales modifican la realidad, las leyes tienen que adaptarse. También cuando se demuestra que existen rincones inexplorados de inmunidad que se utilizan para esquivar la Justicia: se modifican las leyes para impedirlo en el futuro.

Si esa serpiente ha sido capaz de burlarnos utilizando resquicios legales, la obligación del Gobierno ahora es utilizar, también él, las argucias legales que estén a su alcance para devolverlo a la cárcel. Y que el menor desliz que haya podido cometer ese asesino en su tramposo proceso de redención de penas se pueda convertir en una anulación de esos beneficios penitenciarios y su vuelta a la cárcel.

Una democracia tiene que asumir que una serpiente se enrosque en las farolas del boulevard de San Sebastián. Pero asumirlo no es permitirlo sin hacer nada. Que esa serpiente sienta el asco de todos nosotros y el acoso legal del Estado de Derecho.

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01 julio 2008

Infierno

La solidaridad es una de las primeras víctimas de la progresía. La liquidaron con el procedimiento de siempre; manoseada y trillada, primero se mutila, se acorta el concepto y luego se convierte en un mero fetiche. Solidaridad licuada, se diría, para usarla como perfume. Nada más. Porque, si se fijan, una de las características esenciales del pensamiento progre es que la solidaridad ya no tiene un carácter general, sino que, por definición, la humanidad se divide en dos, las personas que pueden ser objeto de solidaridad y las que no lo merecen porque el apoyo supone ‘hacerle el juego a la derecha’. No es la situación del individuo la que determina la solidaridad sino su pertenencia a uno de esos dos grupos.

Lo que ha ocurrido estos días con el poeta Gamoneda, por ejemplo. Primero se adhiere al manifiesto del castellano, porque, en efecto, le parece razonable que se apoye la libertad de los ciudadanos para educar a sus hijos en la lengua que deseen. No se trataba de defender el castellano, sino la libertad, que se sobrepone a todo, a cualquier otro debate. Gamoneda lo hizo, y, sin embargo, se desmarca ahora. ¿Por qué? ¿Ha cambiado la situación que merecía la solidaridad? No, claro, lo que ocurre es que ha debido reparar en que los ciudadanos que padecen la inmersión lingüística pertenecen al grupo de personas que están excluidas de la solidaridad. Ayudarlos, por tanto, es ‘hacerle el juego a la derecha’ y, ante ese dilema, carpetazo.

Lo mismo le ha pasado a Iñaki Arteta, el director de cine que, en vez de realizar películas sobre el ‘sufrimiento’ de los etarras, hace películas sobre el padecimiento de las víctimas. Lo último es un documental sobre las decenas de miles de ciudadanos vascos que tuvieron que emigrar porque no soportaban la tensión de levantarse, cada mañana, sin saber si a la salida le iban a pegar dos tiros. O porque está harto de que en la carnicería le vuelvan la cara; que en el parque lo miren fijamente mientras su hija pasea en un columpio; o que tenga miedo de guardar el vehículo en el garaje de la comunidad porque está seguro de que algunos de sus vecinos son informantes de ETA.

Sobre ese exilio del miedo, sobre esos exiliados del terror, ha hecho Iñaki Arteta un documental y ahora, después de que le hayan negado cualquier subvención en el Gobierno, después de que muchos artistas e intelectuales le hayan dado la espalda, pide ayuda para que la película puede exhibirse en los cines de toda España. Y dice: «Cualquier tipo de colaboración será bienvenida. Una de las maneras de cooperar más efectivas en una sociedad hipermediatizada como la actual es conseguir que se hable de la película. Hablando, escribiendo, bloqueando…»

La película se llama ‘El infierno vasco’. Están pidiendo nuestra solidaridad. Vamos. Que la indiferencia y el olvido, la equidistancia y el desdén, ese mundo de solidaridad interesada, es el peor infierno al que se puede condenar a las víctimas de ETA. Parafraseando a Gamoneda, «tu indiferencia es como un cuchillo delante de mi rostro».

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30 mayo 2008

Referendum


“A la primera pregunta, la respuesta es no. A segunda pregunta, la respuesta será nula porque escribiré sobre el papel un garabato, cualquier boutade”. Meteré las respuestas en un sobre, o en un mail, y las mandaré al Gobierno vasco. Esa será mi contestación a las dos preguntas que ya ha hecho públicas el lehendakari Ibarretxe, ese tipo extraño, ese pesado con cara de ‘V’, aquella serie de alienígenas. Ha desvelado las dos preguntas que piensa plantear en su referéndum y aunque Ibarretxe no se dirige a los andaluces, ni a los madrileños, ni a los valencianos, que sólo le plantea sus preguntas a los vascos y a las vascas, lo que no se da cuenta el lehendakari es que acaba de pisar dos líneas rojas. La primera es atribuir al pueblo vasco la capacidad de decidir sobre el futuro de ETA y la segunda, atribuir a su gobierno la capacidad de legislar al margen de la Constitución. De lo segundo, sobre la convocatoria del referéndum, debe responder el Gobierno, como ya ha hecho, y el Ministerio Fiscal, como garantes del cumplimiento de las leyes en España. Pero de lo primero, que nos afecta a todos, no hay que esperar a que el Gobierno responda.

Porque Ibarretxe, al trasladarle a los vascos la pregunta sobre el “final dialogado” con la banda terrorista, está dando por sentado que ETA sólo afecta al pueblo vasco. Y no, claro, por ahí ya no, después de decenas y decenas de muertos andaluces, después de tantos madrileños, gallegos o extremeños mutilados, masacrados, angustiados para siempre con el ruido de un coche bomba estallándole cada día en el tímpano, después de tantos españoles amargados, lo que faltaba ya es tener que soportar que ese tipo, el lehendakari, se quiera adueñar de lo único que nos queda, el triángulo de orgullo de las víctimas, dignidad, memoria y justicia. ¿En nombre de quién podrían decidir los vascos si hay que ofrecer a ETA otro proceso de paz dialogado, como plantea en su primera pregunta? El silencio de las víctimas, el dolor que se tragan con la saliva, no formará parte jamás de la historia usurpada por el nacionalismo vasco. De la ilegalidad del referéndum, que se encargue el Gobierno; de los delirios independentistas, que se encarguen las urnas; pero de ETA…

“A la primera pregunta, la respuesta es NO”. Voy a escribir al carta y la mandaré al Gobierno vasco. Y de paso, le adjunto la carta que aquel etarra al que quiso indultar el Gobierno escribió a sus colegas cuando asesinaron a Jiménez Becerril y a su mujer, Ascen. “Me encanta ver las caras desencajadas de los familiares en los funerales. Aquí, en la cárcel, sus lloros son nuestras sonrisas y acabaremos a carcajada limpia. Esta última acción de Sevilla ha sido perfecta; con ella, ya he comido para todo el mes". Se la enviaré para que la ponga de prólogo en la pregunta, porque como la ha redactado la carta se queda coja, incompleta porque al lehendakari, ya ven qué despiste, se le ha olvidado condenar a ETA. Esas hienas, con la boca manchada de sangre…

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15 mayo 2008

Asesinado


En la barriada de El Palo, donde Juan Manuel Piñuel jugaba con su hijo hace tres días, algunos árboles del paseo marítimo se han doblado por la fuerza del viento y, cuando se pasea a orillas del mar, parece que aquellas ramas torcidas quisieran hablarle a las olas, ondulándose como ellas. En la barriada de El Palo, donde Juan Manuel Piñuel se despidió de los suyos el martes, los niños juegan en la arena gris de Málaga, y hacen castillos en septiembre y en marzo, cuando todavía no han llegado las oleadas de turistas. Y sus padres los vigilan desde el chiringuito, todavía sin las apreturas del verano. Esa vida se derrumbó ayer, de madrugada; se desplomó como los ladrillos viejos de la garita en la que estaba; una vida arrasada por la onda expansiva de la bomba etarra.

Con ese paraíso soñaba Juan Manuel Piñuel cuando, hace unos días, se despidió de su familia y regresó de nuevo al País Vasco. Si se había presentado voluntario era porque, como tantos otros guardias civiles andaluces, aceptan pagar ese precio, ese riesgo, con tal de que, al cabo de unos años, los mandos aceleren la vuelta a su lugar de origen. Hace siete años que se licenció en Baeza con una de las notas más altas y, si quieres ser guardia civil y vivir en Málaga, tienes que pasar un tiempo jodido en el País Vasco. Y acostumbrarte a vivir siempre acojonado.

Se trata de aguantar treinta y seis meses, vivir tres años como un apestado, sin decirle a nadie quién eres, para entrar en las listas de quienes tienen ‘derecho preferente’ a elegir. Por haber pringado allí. «La vida de los guardias civiles en el País Vasco y Navarra es miserable. Vendido, desprotegido, en cuarteles muy antiguos e inseguros. Sólo piensas en cumplir los 36 meses del derecho preferente para volver a casa». ¿Cuántos guardias civiles andaluces ansían hoy lo mismo?

En el funeral de Juan Manuel Piñuel, su viuda lloraba ajena al trajín de protocolos y visitas que se va construyendo en torno al ataúd, cubierto con la bandera de España. Quizá porque a esos funerales, al convertirse en asuntos de Estado, se les acaba castrando el dolor propio, la angustia; los familiares contienen la desesperación y la rabia. Y desde fuera, repetimos de forma inconsciente que es el funeral de «la última víctima de ETA», como leyendo estadísticas. Tendría que colocarse en esos funerales una pancarta grande que les escupa su odio y zarandee a la sociedad. Muy pocas palabras: «Juan Manuel. Asesinado por ETA».

«Manolo tenía una relación muy estrecha con su hijo, y el niño lo va a pasar muy mal», dice una vecina llorando. «Esto no puede seguir así, no puede...» En la barriada de El Palo, Juan Manuel Piñuel soñaba con ver crecer a su hijo, fines de semana al sol, allí sentado en cualquier chiringuito, con manteles de papel, platos de boquerones victorianos y aliños de pimientos asados. Una casa pequeña, una parra a la entrada y una silla de plástico para sentarse a la sombra de ese cielo verde y contemplar los gajos de uva. Soñando con ese paraíso, se fue al País Vasco. Para acelerar el regreso. En la barriada del Palo, los árboles se inclinan para hablarle a las olas. Hoy parece que lloran.

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14 mayo 2008

Desafección


Que otra vez dicen catalanes y vascos que ya no pueden esperar más. Y de todas las exigencias que se plantean, de todas las cosas que se dicen, la más irritante es ésta; la queja de que nadie en España los escucha, que nadie los atiende, que nadie los entiende. De todas las pamplinas que se oyen, ésta es la que dibuja en el suelo la raya de lo que ya no se puede soportar. “El riesgo de desafección es grande si los ciudadanos de Cataluña no sienten que el Estado español y la política española atiende, comprende y apuesta por hacer frente a las necesidades de Catalunya”, dice Montilla, el charnego que llegó a president, el president que se olvidó que fue charnego. Y remarca Ibarretxe: “Llevan 28 años olvidándose de los compromisos que tienen con los vascos y las vascas. Hasta el presidente catalán está diciendo que hay cada vez más desafección, más lejanía y más desapego con España".

¿Riesgo de desafección? No, hombre, no, ya está bien de explotar siempre el mismo cuento, el cuento de la desafección. Si no hay más dinero, se acaba el afecto con España. Doscientos siglos haciendo caja con la misma excusa, doscientos años concentrando inversiones con la misma amenaza. No existe ni un solo Estado en el mundo, tampoco los estados federales, que permita un sistema de fueros como el del País Vasco y Navarra. Privilegios medievales que se han utilizado siempre como moneda de cambio ante el ‘riesgo de desafección’. Hasta Franco los respetó durante cuarenta años en pago a Alava y Navarra por su adhesión al bando nacional durante la Guerra Civil. Y, luego, la democracia consagró los privilegios en la Constitución para contentar al nacionalismo. Y ya ven lo conseguido. Desafección. Otra vez.

¿Cómo aceptar que quienes se han beneficiado durante dos siglos de las políticas centralistas del Gobierno se quejen de marginación y olvido? La planificación económica desde la revolución industrial hasta nuestros días se ha realizado, de oca a oca, en el triángulo que se dibuja entre Madrid, Barcelona y Bilbao. Y las autovías, y los hospitales, y los trenes. Nunca la prioridad pasó por Santander, por Málaga, por Vigo, por Teruel. Y ahora que superan en todas las prestaciones y servicios públicos a las demás regiones de España, exigen la balanza fiscal con el argumento inaudito de que la solidaridad no puede tener ningún coste para quien la realiza. Que eso crea desafección, dice Montilla. La cuadratura del círculo, o sea: Solidaridad sin coste para el solidario. Y lo defiende un socialista.

Que borren a los Reyes Católicos de los libros y le pongan cuernos a Don Pelayo, que le pinten la lengua de azul a los que hablen castellano y que destierren a un campo de olivos a los futbolistas que jueguen con la Selección. Que se recreen en su deriva mientras los ciudadanos vascos y catalanes los aguanten; allá ellos, pero que no nos hablen de olvido. Que no le hablen de olvido al olvidado; de marginación, al marginado; de agravios, al agraviado. ¿Desafección? Me la pela.

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07 marzo 2008

Cuatro años después


Es muy difícil, después de treinta años de asesinatos, poder armar un discurso que refleje con acierto el sentimiento de angustia, de rabia, de pena y de asco que se atraganta, como un nudo, en el estomago. Inmensa pena por la víctima, por su mujer, por sus tres hijos e inmenso asco por los asesinos, por quienes les apoyan y por quienes les justifican. Todas las declaraciones de dirigentes políticos que se han podido oír desde que se tuvo noticia del asesinato de Isaías Carrasco han estado lastradas por esa misma impotencia, esta incapacidad de palabras gastadas para describir el escalofrío que vuelve a recorrer España.

Ocurre, además, que el atentado a dos días de las elecciones nos hace revivir otra vez la locura de hace cuatro años, el atentado terrorista de Atocha y la convulsión política que vino después. Aquel atentado del 11 de marzo logró sacar lo peor de la clase política española y lo peor de la sociedad española. Se instaló entonces un virus, una enfermedad, de la que no nos hemos curado desde entonces. Lo planteo de forma general, para mirar atrás como sociedad con un ánimo constructivo, ánimo de enmienda, no de revanchas. Mirar atrás y observar con distancia lo que nos está pasando, aunque sé bien que no todo el mundo actuó de la misma forma, ni todo el mundo azuzó las avalanchas de odio que siguieron al atentado de hace cuatro años.

Si ahora, cuatro años después, vuelve a ocurrir lo mismo y un atentado terrorista provoca la suspensión de la campaña electoral con el ánimo seguro de interferir en las elecciones del próximo domingo, el único consuelo sería que esta vez, tras la experiencia de lo vivido, la reacción de la sociedad sea la contraria de entonces. Y que la clase política, también al contrario de lo que pasó hace cuatro años, pueda asentar algunos principios básicos, esenciales, no sólo para la lucha antiterrorista, sino para la cordura de la sociedad. Que una sociedad sana no puede seguir calculando, tras cada atentado, cuál es el beneficio electoral que provoca. Y eso, justamente, es lo que nos está pasando.

Para comenzar a dejar atrás esa podredumbre, tendremos que exigir, en primer lugar, que la coincidencia política vaya más allá de los primeros minutos, de las declaraciones uniformes de repulsa y de solidaridad tras el atentado. En el dolor, todos estamos de acuerdo. Pero es luego, cuando pasen dos días, cuando se necesita esa unión. Hoy todo el mundo tiene claro que lo ocurrido es una salvajada, que ETA y su entorno es una manada de salvajes, pero dentro de dos días ya se comenzarán a hacer distingos. ¿De qué sirve, por ejemplo, que el lehendakari diga nada hoy, si mañana va a volver a respaldar que el brazo político de ETA esté en las instituciones y se presente a las elecciones? Eso que ha dicho hoy Ibarretxe de que ETA ha perdido el norte definitivamente. En fin, el norte de ETA ha sido siempre el asesinato, la extorsión y la opresión. Quien tiene el norte perdido es el nacionalismo vasco, que dentro de unos años verá normal que el ayuntamiento batasuno de Mondragón instale unos contenedores de basura en el lugar en el que hoy han asesinado a Isaías Carrasco.

Que no, que la unanimidad en el dolor ya no es suficiente. Hoy, cuatro años después, tendríamos que sacar, por lo menos, dos conclusiones rotundas, redondas. En primer lugar, que todos los terrorismos son iguales, no hay terroristas buenos y terroristas malos; no hay fanáticos y activistas políticos. Todo eso se dijo hace cuatro años, y ya es hora de que se entierre esa barbaridad. Y en segundo lugar, que frente al terrorismo, una sola política: la cárcel y cumplimiento íntegro de las penas. Ni treguas ni diálogos. Ni una tregua más. Y repulsa social, aislamiento, de quienes amparan, justifican o jalean a los terroristas. Si al menos volviéramos a la unanimidad de esos dos principios, en España comenzaría a despejarse esta niebla espesa, esta miseria que nos corroe sin darnos cuenta.

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20 diciembre 2007

Entrañas




Quisieron llegar hasta el final, hacia arriba y hacia abajo. Se propusieron honrar el nombre de su padre asesinado, recorrer las pisadas hasta llegar a todos los que buscaron su muerte, todos los que tramaron su crimen, todos los que planearon la emboscada en el rellano de su casa. Dos tiros dejaron tirado en el suelo a Luis Portero y la imagen de su corbata en un charco de sangre todavía está grabada en la miraba de quienes lo descubrieron. Quisieron llegar hasta el final, y no se conformaron con llevar a los tribunales a quienes apretaron el gatillo y luego pidieron lubina para celebrarlo; también querían sentar ante un juez a quienes ordenaron el atentado, a quienes lo alentaron y a quienes lo justificaron. Hasta el final, hacia arriba y hacia abajo. Luis y Daniel Portero.

Querían mirar a la bestia a la cara, sin pestañear, y escupirle. Como aquella tarde en la Audiencia, hace ya casi dos años, cuando bajaban los acusados del macrojuicio al entorno de ETA y Luis Portero los esperaba con una botella de sidra en la mano. Y la abrió para vaciarla de dos tragos. Acababa de ahorcarse en la cárcel un preso de ETA y los procesados habían planeado tributarle un homenaje antes de entrar en la Audiencia. Uno de ellos, el abogado Txema Matanzas, se le acercó para quitársela: “Dame la botella. Nosotros nunca hemos brindado por la muerte de nadie”. «Celebrasteis la muerte de mi padre», les contestó Luis.

Entonces, hace casi dos años, cuando Luis y Daniel Portero, se empeñaban, como pocos, en seguir adelante con el juicio al entorno de la banda terrorista, muchos los miraban con recelo, como si torpedearan el ‘proceso de paz’ que estaba en marcha, por su obstinación contra los ‘chicos de la gasolina’. Pero siguieron adelante. “Estoy cansado pero no pienso desistir, no pienso irme de España por más ganas que tenga, ni voy, como otros, a mostrarme indiferente ante toda esta locura que nos envuelve”, dejaron escrito entonces en una carta.

Esta semana, una sentencia de la Audiencia Nacional ha dejado probado que las organizaciones Kas, Ekin y Kaki, esas de los ‘chicos de la gasolina’, formaban parte de las “entrañas” de ETA y que, durante el ‘proceso de paz’, tenían la misión de “mantener la presión” en las calles. Y en otro juzgado, se ha sentado en el banquillo Juan Antonio Olarra Guridi, el tipo que ordenó el asesinato de Luis Portero. Los asesinos, los que apretaron el gatillo, Harriet Iragi y Jon Igor Solana, hace tiempo que están en la cárcel.

Querían llegar hasta el final. Recorrer las pisadas de todos los caminos que llevaban a la muerte de su padre. Y muchas veces los tomaron por locos resentidos. Por haber querido llegar hasta las entrañas de la bestia. Las entrañas. Esa expresión en una sentencia de la Audiencia Nacional parece un guiño a la memoria de Luis Portero, que fue fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía y dejó en el mundo a dos hijos tan tozudos como él con el deseo de justicia. Luis y Daniel Portero.

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13 diciembre 2007

Anomalías


Hace unas semanas, cuando se presentó el informe de la Fundación BBVA sobre las ‘balanzas fiscales’ existentes entre las comunidades autónomas españolas, los firmantes del estudio despachaban la peculiaridad del cupo vasco-navarro con una sola palabra, Anomalía. Está bien porque nada lo define mejor, los fueros medievales son anomalías democráticas, los privilegios fiscales son anomalías democráticas, la consagración de un concierto insolidario es una anomalía constitucional. La anomalía, convertida en costumbre en España, realidad incontrovertible; la anomalía de tener que aceptar como hecho consumado que dos de las regiones más ricas sean, además, las que menos aportan a la solidaridad nacional. La anomalía de que el País Vasco y Navarra sean las únicas autonomías que, además de tener las rentas más altas de España, las infraestructuras mejores de España, las pensiones más altas de España, los servicios mejores de España, la concentración industrial más protegida en la historia de España, además de todo eso, son las dos únicas regiones ricas que reciben de la caja común más dinero del que aportan.

Anomalía, sí. La de permanecer callados como si el privilegio consentido de los fueros vascos y navarros denotara que la historia sólo pasó por allí, que no hubo reinos y fueros medievales en toda España que fueron desapareciendo progresivamente cuando la Corona de Castilla va consolidando los pilares de un estado moderno. Los fueros no se conservan en el País Vasco y en Navarra por cuestiones históricas, sino para comprar voluntades. Primero, a finales del siglo XIX, para acallar a los carlistas, un movimiento monárquico profundamente reaccionario. Al final de la Guerra Civil, con Franco en el poder, para premiar a las provincias vasco-navarras (Alava y Navarra) que participaron del golpe de estado contra la República. Y ahora, con la democracia, en la Constitución de 1978, para acallar al nacionalismo vasco y con la pretensión baldía de acabar con ETA.

Anomalía sí. Porque una cosa es que en autonomías como la andaluza la llegada masiva de ayudas se hayan desperdiciado en el sumidero del despilfarro y de la propaganda, y otra muy distinta que, cuando se plantea cualquier debate en España sobre la solidaridad entre las regiones, Andalucía siempre aparece con el sambenito del PER, como si todos aquí cobrasen subvenciones, y no se indique, por el contrario, que esta región, a pesar de tener una de las más pobres de España, y a pesar incluso de ser una de las que más fondos recibe, aporta más dinero (aportación media per capita) que el País Vasco y Navarra.

Anomalía, sí. Porque el cupo es un tema tabú. Y, sin embargo, todos saben que mientras que España tenga enquistada esa anomalía, no habrá posibilidad alguna de hacer del Estado autonómico un modelo territorial estable. Pero el cupo no está en el debate, prohibido en todos los partidos. De ahí el valor de Rosa Díez que, ayer, en el programa de Herrera, se convirtió en la primera dirigente política del País Vasco (y quizá de España) en incluir en su programa electoral la supresión de cupo vasco. Suprimir una anomalía es avanzar en una democracia; abolir privilegios es progresar. A ver quién la secunda.

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09 octubre 2007

María


Le han preguntado a Eduardo Punset, divulgador científico, explorador de sentimientos, político de éxitos y frustraciones, si es verdad que el cerebro del hombre es el que determina que una persona sea de izquierdas o de derechas, y, sin dudarlo, ha dicho que lo importante de un político, como de todas las personas, es la capacidad de amar. Punset, que ha recorrido las universidades de medio mundo tratando de comprender las claves del comportamiento humano, también ha visto disparatado ese estudio de la Universidad de Nueva York sobre el cerebro y las ideologías y que, como podía temerse, acaba repitiendo los tópicos más trillados y elementales de las ideologías.

La capacidad de amar, ha dicho Punset, es la que nos diferencia, y ayer lo recordé cuando me detuve un instante en los ojos de María San Gil, que son de oro viejo, castaños y oscuros; unos ojos que se arquean cuando comienza a hablar, que se abren de golpe, como si quisieran respirar, atrapar todo el aire. Los ojos que un día se maldijeron por haber tenido que ver. Vino María San Gil al Foro de EL MUNDO de Andalucía y pude susurrarle: «¿Es posible olvidarlo?». «Han pasado diez años –dijo–, y se ha ido el dolor primero, la punzada de angustia de tantos años... Pero no, no se olvida jamás. Aquel instante siempre vuelve».

Aquel día es conocido, fue el 23 de enero de 1995, cuando María San Gil almorzaba con su jefe, Gregorio Ordóñez, en un restaurante de San Sebastián y un asesino de ETA se acercó y lo mató de un tiro en la nuca. San Gil, que nunca había pensado dedicarse a la política, decidió coger el testigo, rescatarlo de aquel charco de sangre, y dedicarle la vida a su memoria, a sus ideas, a su lucha contra el fascismo etarra. «Si mi vida hubiera transcurrido en un país en paz, yo sería hoy una desconocida profesora de Latín», ha dicho alguna vez.

Ese día, «ese instante que siempre vuelve» al dolor de las víctimas es el que eleva a la categoría de infamia algunas posiciones políticas ante el terrorismo. Como ese partido, que se dice hecho de jornaleros andaluces, que forma parte de Izquierda Unida, pidiera ayer «la libertad inmediata» de los dirigentes de Batasuna, el reconocimiento «del conflicto político del País Vasco, el acercamiento de presos, y el archivo de todos los sumarios abiertos a la izquierda abertzale». ¿No va a decir nada IU? ¿Y la gente decente del SOC? ¿Nada?

María San Gil es del PP como Maite Pagaza es del PSOE, por su capacidad de amar. Izquierda o derecha, por delante la defensa de la memoria, de la dignidad, de la libertad. «No tomamos una sola decisión que no esté influenciada por las emociones que hierven en el subconsciente», dice Punset para explicar cómo se va alojando en la mente cada cosa que nos pasa y, desde allí, determina nuestra forma de pensar, de decir, de reaccionar. María San Gil vivió aquel instante fatal. Por eso, ensancha los ojos al hablar. No escuchar el grito de esos ojos sólo pertenece al reino de la infamia, no de las ideologías.

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13 agosto 2007

Toros


La política en España es atávica y primaria. Por eso se reivindica siempre en agosto en estado puro, nos muestra su esencia y su olor, de sangre seca, de odios desparramados, de miedos asumidos. La política en España es pedestre, ordinaria, de terruño, de ahí el arraigo histórico de los nacionalismos, una hiedra que trepa fértil en el campanario de la aldea, que florece en campos de amapolas provincianas.

El terruño, la muerte y el odio. De esa triple esencia se nutre el nacionalismo y, por esa identidad genética, se han convulsionado este fin de semana las tripas de radicales vascos y catalanes, para gritar en torno a un ataúd. Danzas de muerte en el calor de agosto. Se podría añadir que también en Andalucía los nacionalistas se han reunido en torno a la memoria de un fallecido, Blas Infante, pero la comparación sólo serviría para señalar las diferencias abismales entre unos y otros, que nada tienen que ver.

El odio es la diferencia, el rasgo que convierte en iluminado a un tipo como Xirinacs, que se echa a morir en el bosque, a los 75 años, enfermo y débil, con el ánimo de convertir su muerte en sacrificio. Un tarado que se quiere convertir en un mártir que «ha vivido esclavo 75 años en unos países catalanes ocupados por España, Francia e Italia desde hace siglos». El odio es la diferencia que convierte en indeseable a un etarra como Pelopintxo, que hace de su cáncer una muerte «consecuencia de la política de persecución asesina de los Estados».

La política en España es atávica y primaria y siempre se reivindica en agosto. Danzas en torno a un ataúd, guerras de banderas y pedradas en un monte solitario contra un toro de Osborne. Nos falta perspectiva histórica para entender y valorar el significado de estos actos. La imagen de esos independentistas que han derribado el cartel del último toro de Osborne que quedaba en Cataluña. La estampa de las maderas negras y los hierros tirados en el suelo, al pie de un camino de tierra, en el lomo de un montecito de yerbas secas. Y sólo una pintada, «Puta España».

España, piel de toro, odio a un toro propaganda de un coñac. Ese es nuestro hecho diferencial como españoles. Aparece desnudo en agosto y atraviesan las páginas de la actualidad como hechos habituales, sin que nos percatemos de la trascendencia, sin detenernos en el mensaje, en el símbolo de esa danza de ataúdes, del toro de madera partido en el suelo. Sin fijarnos en los trozos de ese toro de siglos, como en el poema de Miguel Hernández. «Partido en dos pedazos, ese toro de siglos/ ese toro que dentro de nosotros habita:/ partido en dos mitades, con una mataría/ y con la otra mitad moriría luchando».

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