El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

20 diciembre 2007

Entrañas




Quisieron llegar hasta el final, hacia arriba y hacia abajo. Se propusieron honrar el nombre de su padre asesinado, recorrer las pisadas hasta llegar a todos los que buscaron su muerte, todos los que tramaron su crimen, todos los que planearon la emboscada en el rellano de su casa. Dos tiros dejaron tirado en el suelo a Luis Portero y la imagen de su corbata en un charco de sangre todavía está grabada en la miraba de quienes lo descubrieron. Quisieron llegar hasta el final, y no se conformaron con llevar a los tribunales a quienes apretaron el gatillo y luego pidieron lubina para celebrarlo; también querían sentar ante un juez a quienes ordenaron el atentado, a quienes lo alentaron y a quienes lo justificaron. Hasta el final, hacia arriba y hacia abajo. Luis y Daniel Portero.

Querían mirar a la bestia a la cara, sin pestañear, y escupirle. Como aquella tarde en la Audiencia, hace ya casi dos años, cuando bajaban los acusados del macrojuicio al entorno de ETA y Luis Portero los esperaba con una botella de sidra en la mano. Y la abrió para vaciarla de dos tragos. Acababa de ahorcarse en la cárcel un preso de ETA y los procesados habían planeado tributarle un homenaje antes de entrar en la Audiencia. Uno de ellos, el abogado Txema Matanzas, se le acercó para quitársela: “Dame la botella. Nosotros nunca hemos brindado por la muerte de nadie”. «Celebrasteis la muerte de mi padre», les contestó Luis.

Entonces, hace casi dos años, cuando Luis y Daniel Portero, se empeñaban, como pocos, en seguir adelante con el juicio al entorno de la banda terrorista, muchos los miraban con recelo, como si torpedearan el ‘proceso de paz’ que estaba en marcha, por su obstinación contra los ‘chicos de la gasolina’. Pero siguieron adelante. “Estoy cansado pero no pienso desistir, no pienso irme de España por más ganas que tenga, ni voy, como otros, a mostrarme indiferente ante toda esta locura que nos envuelve”, dejaron escrito entonces en una carta.

Esta semana, una sentencia de la Audiencia Nacional ha dejado probado que las organizaciones Kas, Ekin y Kaki, esas de los ‘chicos de la gasolina’, formaban parte de las “entrañas” de ETA y que, durante el ‘proceso de paz’, tenían la misión de “mantener la presión” en las calles. Y en otro juzgado, se ha sentado en el banquillo Juan Antonio Olarra Guridi, el tipo que ordenó el asesinato de Luis Portero. Los asesinos, los que apretaron el gatillo, Harriet Iragi y Jon Igor Solana, hace tiempo que están en la cárcel.

Querían llegar hasta el final. Recorrer las pisadas de todos los caminos que llevaban a la muerte de su padre. Y muchas veces los tomaron por locos resentidos. Por haber querido llegar hasta las entrañas de la bestia. Las entrañas. Esa expresión en una sentencia de la Audiencia Nacional parece un guiño a la memoria de Luis Portero, que fue fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía y dejó en el mundo a dos hijos tan tozudos como él con el deseo de justicia. Luis y Daniel Portero.

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02 marzo 2007

El cruce



Ayer se cruzaron dos noticias en un camino de sangre. La primera hablaba de De Juana Chaos, de su vuelta al País Vasco. La segunda, de Irene Villa, de su salida de la vida pública española. El terrorista vuelve, la víctima se va. El terrorista ya puede volver a brindar pensando en los asesinados de ETA, como hizo cuando mataron en Sevilla a Jiménez Becerril y a su mujer. Para un tipo al que condenan a tres mil años de cárcel, volver a su casa, tan pronto, debe ser un triunfo claro. «Un logro», dijo él.

La víctima, Irene Villa, anunció su salida de la vida pública en una conferencia en Asturias, sin la repercusión de aquél. Dice Irene Villa que se va, que baja los brazos, que ya no lucha más. «Me retiro dolida, denostada y maltratada por reivindicar unos derechos». El derecho a confiar en la Justicia. El derecho a vivir con dignidad, sin que las amenazas de quienes intentaron asesinarla tengan más valor que su orgullo por haberse sobrepuesto a una adolescencia sin piernas, sin mano. El derecho a pensar que la sociedad no la ha dejado sola. El derecho a pedir que nadie olvide lo que le ocurrió a ella y a cientos y cientos de víctimas más.

En ese cruce de caminos, uno de regreso, otro de retirada, no todo el mundo ha podido elegir su destino. De Juana Chaos decidió asesinar a veinticinco personas. Eso lo colocó en el camino. De Juana no era nadie, era la nada, pero se convirtió en el protagonista de la vida de decenas de personas cada vez que accionaba una bomba, cada vez que apretaba el gatillo. Irene Villa era una niña de doce años que iba al colegio, con su madre. Ésta era su vida hasta que saltó por los aires con la bomba de ETA. Desde entonces, está en un camino de «lucha por la dignidad» que ahora ha decidido abandonar. Mutilada y derrotada. Ni siquiera sabía que hoy se cruzaría con De Juana, triunfante.

En este cruce de caminos, en el que todos los demás asistimos de espectadores, cada vez hay más personas que se levantan, que se vuelven, que se van. «Estamos hartos de tanta ETA», dicen. «Todos los Gobiernos han excarcelado a etarras», añaden otros. Y miran para otro lado. Yo creo que Irene Villa lo ha visto, ha notado cómo ha pasado a convertirse en una mujer incómoda, que mucha gente le esquiva la mirada. La ven como una dirigente del PP, una mujer con interés político. «En el momento en el que las víctimas piden la dimisión del presidente del Gobierno, están entrando en política y se les debe contestar políticamente», decían ayer algunos en la radio. Irene Villa lo habrá oído. Pero ya no parece importarle nada. Por eso nadie la vio murmurando, en la retirada, que su «única ideología es la que empieza por memoria, sigue por dignidad y termina en Justicia».

Ya no queda nadie en el cruce. Acaso el confeti que ha lanzado Batasuna al paso de De Juana, porque las lágrimas de Irene ya se han secado. Se las ha tragado el polvo.

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