Entrañas

Quisieron llegar hasta el final, hacia arriba y hacia abajo. Se propusieron honrar el nombre de su padre asesinado, recorrer las pisadas hasta llegar a todos los que buscaron su muerte, todos los que tramaron su crimen, todos los que planearon la emboscada en el rellano de su casa. Dos tiros dejaron tirado en el suelo a Luis Portero y la imagen de su corbata en un charco de sangre todavía está grabada en la miraba de quienes lo descubrieron. Quisieron llegar hasta el final, y no se conformaron con llevar a los tribunales a quienes apretaron el gatillo y luego pidieron lubina para celebrarlo; también querían sentar ante un juez a quienes ordenaron el atentado, a quienes lo alentaron y a quienes lo justificaron. Hasta el final, hacia arriba y hacia abajo. Luis y Daniel Portero.
Querían mirar a la bestia a la cara, sin pestañear, y escupirle. Como aquella tarde en la Audiencia, hace ya casi dos años, cuando bajaban los acusados del macrojuicio al entorno de ETA y Luis Portero los esperaba con una botella de sidra en la mano. Y la abrió para vaciarla de dos tragos. Acababa de ahorcarse en la cárcel un preso de ETA y los procesados habían planeado tributarle un homenaje antes de entrar en la Audiencia. Uno de ellos, el abogado Txema Matanzas, se le acercó para quitársela: “Dame la botella. Nosotros nunca hemos brindado por la muerte de nadie”. «Celebrasteis la muerte de mi padre», les contestó Luis.
Entonces, hace casi dos años, cuando Luis y Daniel Portero, se empeñaban, como pocos, en seguir adelante con el juicio al entorno de la banda terrorista, muchos los miraban con recelo, como si torpedearan el ‘proceso de paz’ que estaba en marcha, por su obstinación contra los ‘chicos de la gasolina’. Pero siguieron adelante. “Estoy cansado pero no pienso desistir, no pienso irme de España por más ganas que tenga, ni voy, como otros, a mostrarme indiferente ante toda esta locura que nos envuelve”, dejaron escrito entonces en una carta.
Esta semana, una sentencia de la Audiencia Nacional ha dejado probado que las organizaciones Kas, Ekin y Kaki, esas de los ‘chicos de la gasolina’, formaban parte de las “entrañas” de ETA y que, durante el ‘proceso de paz’, tenían la misión de “mantener la presión” en las calles. Y en otro juzgado, se ha sentado en el banquillo Juan Antonio Olarra Guridi, el tipo que ordenó el asesinato de Luis Portero. Los asesinos, los que apretaron el gatillo, Harriet Iragi y Jon Igor Solana, hace tiempo que están en la cárcel.
Querían llegar hasta el final. Recorrer las pisadas de todos los caminos que llevaban a la muerte de su padre. Y muchas veces los tomaron por locos resentidos. Por haber querido llegar hasta las entrañas de la bestia. Las entrañas. Esa expresión en una sentencia de la Audiencia Nacional parece un guiño a la memoria de Luis Portero, que fue fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía y dejó en el mundo a dos hijos tan tozudos como él con el deseo de justicia. Luis y Daniel Portero.
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