El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

20 abril 2011

La equivocación



Que se suban al balcón con toda la parentela, los primos, los abuelos y los nietos, para recibir el aplauso de los vecinos que ya no reconocían sus facciones envejecidas tras dos decenios de cárcel. Que levanten el puño cerrado, como criminales de guerra fugados de la cárcel, y que entonen sus himnos tribales de muerte y de fuego. Que desplieguen en las aceras cartelones de Independentzia serigrafiados con la sangre que dejaron en el asfalto la mañana maldita en la que se agazaparon en una esquina para reventar un autobús de guardias civiles, el coche de un general o un furgón de policías. Que se emborrachen de txacolí en las herriko tabernas, que brinden con la ikurriña y escupan en el suelo. Que se vayan al monte a celebrar sus aniversarios de una historia inventada y se revuelquen por el musgo anudados como babosas en celo. Que hagan lo que quieran, que digan lo que quieran, que griten lo que quieran, porque ése no es nuestro problema. Esa ha sido nuestra gran equivocación.

La equivocación de pensar que todo eso podía cambiarse, que podía esperarse de la fiera el perdón y la reconsideración de la barbarie. La equivocación de considerar que contra el fundamentalismo valen las treguas y las concesiones, que contra el fanatismo funciona el razonamiento. No cambiarán jamás. Y nosotros, sabiéndolo, muchas veces nos detenemos inútilmente en analizar sus fiestas y sus gritos, para intentar encontrar en esa ciénaga una brizna de cordura o de sentimiento. Nos enzarzamos en disputas políticas y judiciales que nos dividen, que nos alejan de la inmensa mayoría que desprecia a esa gentuza. Esa es la equivocación, porque que hay que de dejar de pensar en ellos como un colectivo que puede integrarse a la normalidad. No, la democracia sólo debe abrir sus puertas a quien acepta la libertad, la tolerancia. A quien respeta al disidente y escucha al adversario. Contra todo lo demás, contra todos esos, la policía y la cárcel. Y aunque encuentren resquicios legales, que tengamos la tranquilidad de conciencia de que, de forma inmediata, todo el aparato del Estado volverá a caer sobre ellos en cuanto se resbalen por la exaltación del terrorismo, la colaboración con la banda armada, la ocultación o la militancia terrorista. Como no cambiarán, aquellos que salen de la cárcel, volverán a caer.

Que canten, que griten, que escupan babas verdes. Que por mucho que nos digan que ETA y su entorno ya no es lo mismo, que quieren dar pasos hacia la paz, sólo tenemos que detenernos un instante a contemplarlos, a ellos y a quienes les vitorean, para saber que todo sigue igual. Por eso, que hagan lo que quieran que yo, como ciudadano, sólo sentiré desprecio; como deudor de las víctimas, sólo intentaré mantener viva la memoria; y como demócrata, sólo aspiraré a un ansia incansable de justicia.

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