El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

01 julio 2011

Basta ya




No es el asco de Bildu, la repulsión por esa gentuza, la indignación ante ese nacionalismo de ricos que se llama de izquierda y que reivindica sin escrúpulos los privilegios y la raza; no, no son sus palabras, que no hieren, sino la irritación de ver cómo le bailan el agua, cómo triunfan sus amenazas. Es el hartazgo histórico de contemplar sin remedio alguno cómo la desafección se ha convertido en España en el mejor negocio de los dos últimos siglos. La última concesión, la última dádiva conseguida ha sido ésta de la capitalidad cultural a San Sebastián. No por sus méritos culturales, que los tiene; no por su belleza extraordinaria, que siempre ha sido; no por su patrimonio ni por su historia, que se va entrelazando en cada esquina del casco histórico. No, San Sebastián ha logrado la capitalidad cultural porque el jurado ha querido contribuir con esa nominación al ‘proceso de paz’ que otra vez han comenzado a barajar, con la tregua de ETA y la irrupción de Bildu en las instituciones. No, no es por San Sebastián, es por el agravio que supone para las demás ciudades que la normalidad y el civismo se hayan convertido en penalización. Sin violencia en las calles, sin un pasado de cientos de asesinatos, sin un discurso político independentista, San Sebastián hubiera competido con las demás ciudades en igualdad de condiciones. Y hubiera ganado o hubiera perdido, pero la balanza se ha inclinado de su lado por el lado oscuro.

Siempre ha sido así, desde el carlismo, el País Vasco ha progresado de forma extraordinaria gracias, en gran medida, a que se han intentado acallar, apaciguar, las amenazas y los discursos radicales, con inversiones y privilegios. Siempre igual. La consagración de los fueros medievales que le facilitan más financiación y más recursos que cualquier otra región española, la protección y potenciación de la industria o la dotación primera de algunas infraestructuras que, todavía, siguen siendo un sueño en muchas provincias de España. Privilegios para contentar al disidente, al que amenaza; como ahora. «El jurado ha entendido que hay una clara expectativa de que la ciudad que represente a la cultura pueda contribuir a frenar la violencia en el País Vasco». Si Córdoba, o cualquier de las otras ciudades, hubiera estado gobernada por Bildu, habría ganado. Con una sencilla regla de tres, podemos concluir que ha perdido porque está gobernada por un partido democrático, en medio de una sociedad normal. Pierde quien no ejerce la violencia, quien no amenaza con largarse. Pierde el pueblo que carga en sus espaldas el pesado lastre de haber sido siempre pacífico, abnegado y tolerante. El negocio de la desafección, la condena de la lealtad.

Por eso, no es Bildu lo que irrita, ni su discurso hecho de rencor y de mentiras. Porque lo que ningún demócrata puede ignorar es que si Bildu es declarada ilegal algún día no será por su discurso independentista, sino por su conexión con esa organización terrorista que ahora, otra vez, se ha refugiado en un letargo de recomposición. Hibernada como la serpiente que abraza un hacha. El independentismo no es causa de ilegalización y sólo el País Vasco tendrá que resolver algún día la malformación de una sociedad que vota por decenas de miles a esa gentuza. No es Bildu, ni lo que digan ni lo que quieran; la irritación es porque, otra vez, ha triunfado el negocio del desapego; el problema es que otra vez han tenido que ceder los demás, que la normalidad ha pesado como un demérito en el jurado. Y mientras siga siendo así, un negocio, ellos seguirán progresando y los demás, soportando la diferencia.

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