El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

22 noviembre 2010

Dispensa moral



Como si Al capone, con su cara cortada y su hoyuelo de la barbilla, los mofletes gordos y la calva prominente, se hubiera levantado indignado en el juicio al que lo sometieron por evasión de impuestos. “Señor juez, un país decente no puede convivir con el crimen organizado ni estar en manos de la mafia. Tenemos que luchar con todas nuestras fuerzas contra esa gentuza”. Como si Jesús Gil, con la guayabera y los michelines, hubiera acabado de catedrático emérito de la Universidad de Málaga, impartiendo clases diarias de ‘Urbanismo y Legalidad’. Con la misma credibilidad que tendría una casa de acogida de putas regentada por Jack el Destripador, con su gabán y los cuchillos afilados debajo del mostrador de recepción. Como si todo lo que vemos, todo lo que conocemos, todo lo que palpamos, se pudiera desmentir con una sola declaración; como si la lógica tuviera que cederle paso a la sinrazón. Con ese absurdo latente, ¿cómo diablos van a venir ahora los dirigentes del PSOE, con golpes de pecho, a reclamar que se llegue “hasta el final” en el escándalo de Mercasevilla? Si el final, vamos a ver, es el PSOE, como ya ha advertido el propio comité de empresa de Mercasevilla. ¿Quién, sino el PSOE, puede explicarnos hasta el final por qué, entre extorsiones ciertas y regulaciones de empleo falsas, se ha cambiado el objeto social de esa empresa pública, de abastecimiento de mercados al abastecimiento ilegal del partido? El final y el principio de la corrupción en Mercasevilla está en el PSOE y en sus socios de gobierno en Sevilla. Tan claro como que Al capone era un gánster, que Gil cobraba comisiones y que Jack el destripador asesinaba prostitutas.

De todas formas, si miramos atrás, comprobaremos que, en realidad, esta salida cínica, estos golpes de pecho en público, esta indignación simulada, esta reiteración grandilocuente de “tolerancia cero” contra la corrupción, todo eso se repite milimétricamente cada vez que un escándalo salta a los medios de comunicación. Esa frase, “que se investigue hasta el final” se lanza siempre como disculpa y como amenaza, como si ante la investigación de un caso de corrupción tuviera que preocuparse alguien más que los corruptos y quienes los amparan o protegen. Se dice en voz alta, se repite una y otra vez que la investigación debe llegar “hasta el final”, y el efecto doble que se consigue es, primero, alejar la responsabilidad por lo ocurrido y, segundo, dar la apariencia de que en el escándalo se esconde un interés oculto, una identidad sorpresa, que acabará salpicando a la oposición.

Jean François Revel sostenía que, quizá por el alto concepto que tenían los dirigentes socialistas de ellos mismos y de su ideología, como si se tratara de una verdad superior, la relación con la corrupción generaba un sentimiento de dispensa moral. “Los socialistas tienen una idea tan alta de su propia moralidad que casi se creería, al oírlos, que vuelven honrada a la corrupción cuando se entregan a ella, en vez de ser ella la que empaña su virtud cuando sucumben ante la tentación”. Es lo que está pasando aquí, uno se queda un rato escuchando a los dirigentes del PSOE hablar del escándalo de Mercasevilla y tiene que restregarse los ojos para comprobar que es cierto. ¿Dispensa moral o cinismo? Bah, quizá en la corrupción, una cosa no sea posible sin la otra. Lo esencial es que no cuela.

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