El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

19 noviembre 2010

La equivocación



Los funcionarios están equivocados, creen que su protesta es sólo contra el decretazo de la Junta de Andalucía. Se equivocan, sí. Esos que salen a la calle con pitos de carnaval y caretas de Griñán, con cruces de difuntos y camisetas serigrafiadas con enchufes gigantes, se equivocan cuando piensan que su protesta sólo se solventa con la retirada del decretazo, con la rectificación del gobierno y de sus sindicatos más cercanos. Están equivocados porque esta protesta va mucho más allá.

En la protesta que han iniciado sólo se ve el decreto de Reordenación de la Función Pública pero si ha trascendido de esta forma, si está aglutinando en su entorno a tanta gente dispar, es porque no se trata de una mera reclamación laboral. Es la invocación de los principios de igualdad, mérito y capacidad lo que, inesperadamente, es capaz de congregar a una multitud silenciosa. Es la repulsa al descarado intento de colocar de por vida a toda la camarilla de un regimen, es ese abuso indisimulado lo moviliza a quienes hasta ahora no encontraban ningún motivo de protesta contra la hegemonía socialista en Andalucía. Es la prepotencia, la imposición, la aprobación de reformas saltándose todos los controles democráticos con falsas excusas de urgencia, lo que solivianta a quienes, desde fuera de la Función Pública, sienten como una agresión ese decreto que no va con ellos. Es el ejemplo que ofrecen, el valor de la avanzadilla, el miedo perdido, el inconformismo recuperado, el que genera que otros colectivos públicos, policías, psicólogos o cuidadores de guarderías, dejen su silencio, su desdén, y salgan a la calle con sus propias banderas. Y es, al final de todo y al principio de cualquier análisis, la propia imagen del funcionario profesional, riguroso, alejado de absentismos y privilegios, la que hace anidar una esperanza que antes no existía: la de una sociedad crítica que es capaz de levantarse y protestar.

Y puede suceder que, en las semanas o meses que vienen por delante, el Gobierno y sus sindicatos más cercanos se avengan a un acuerdo con los sindicatos de funcionarios que han provocado la protesta. Entre otras cosas, porque ningún gobierno, ningún partido político, es capaz de resistir la campaña constante de desprestigio que han iniciado los funcionarios con sus abucheos públicos a los miembros del Gobierno, en cualquier circunstancia, en cualquier acto. Ante los años electorales que se avecinan, el PSOE debe saber bien que no puede mantener el pulso que se le plantea porque esos silbidos, esos gritos, esas pancartas, arruinan cualquier mensaje. Pero cuando eso llegue, cuando se alcance un acuerdo que los sindicatos díscolos consideren beneficiosos, quedará un poso de reivindicaciones permanentes con todo lo demás. Porque ni los principios, ni la lucha contra los abusos de un régimen, ni la imagen de los funcionarios profesionales, independientes y trabajadores, como servicio público, como garantía de un estado de Derecho, se agotan en una jornada de lucha. De los funcionarios, en su protesta, se espera mucho más, que esa inquietud de defensa del interés común, del interés ciudadano, no se muera en un acuerdo. Esa batalla, en una democracia, debe ser permanente. Y si los funcionarios, en su protesta, han levantado tantas simpatías es porque muchos han pensado que no todo está perdido, que la regeneración que se propone de la Función Pública andaluza es sólo el principio de una regeneración mayor. La de Andalucía.

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