Ideal prostituido
Hasta en la degradación se puede establecer una escala. Incluso en el deterioro existe una graduación. En el fango de la degeneración, en la baba pegajosa de la corrupción, de la bajeza, se puede añadir aún un grado máximo de la vileza. También el despilfarro del dinero público en una democracia puede catalogarse. En eso, en el engaño, en la hipocresía, el comercio del dinero destinado a los que más lo necesitan sobrepasa las barreras de lo tolerable. Y que la Junta de Andalucía detraiga, para su red de intereses partidarios, la mayor parte del dinero que se destina a la ayuda a los países subdesarrollados supone un atropello vomitivo. Más que otros. Porque se quita el dinero de una escuela, de un pozo, de una carretera, de un hospital para endosárselo a las cuentas oscuras de una asociación, de un sindicato, de un ayuntamiento. Cuando se envilece el objetivo noble de las ayudas al desarrollo, se prostituye un ideal intocable de la civilización: La solidaridad.
Hace treinta años que los países desarrollados se impusieron como objetivo destinar el 0,7 por ciento de su Producto Interior Bruto a los países del tercer y cuarto mundo. Nunca se ha cumplido en todo este tiempo, pero el 0,7 se mantiene como ideal, como promesa etérea de justicia. Aún siendo conscientes de que la pobreza del mundo no se acaba con más dinero, la promesa del 0,7 por ciento del PIB se ha convertido en una bandera de solidaridad. Y es así, y debe ser así, aunque sepamos que la riqueza y la pobreza de las naciones, de los pueblos, no se solventa con más transferencias de capital. Son muchas las teorías que existen sobre el por qué de la miseria en media humanidad, el devenir implacable de algunos pueblos hasta hundirse en la miseria mientras otros progresan y se desarrollan. Pero ese debate, que quizá será eterno, no debe interferir en el ideal inmediato de la ayuda a los más desfavorecidos. El destino del 0,7 por ciento no va a cambiar el rumbo de un país subdesarrollado, pero sí puede salvar las vidas de miles de personas. Y sólo por eso, debemos ser implacables en la defensa de las ayudas de la cooperación internacional. Que no existe egoísmo mayor que el que niega la caridad.
La mayor bajeza, el mayor dolor es conocer que, aquí, ese dinero, decenas de millones de euros, se queda en Andalucía, enmarañado en la misma red de tráfico de intereses de siempre. Jornadas insulsas y ferias inútiles para financiar asociaciones y sindicatos afines. No puede ser. Ya no les basta con todo lo demás, no es suficiente el caudal inmenso que se desparrama en convenios, conciertos y subvenciones. Incluso en la ayuda para la cooperación, ese país diminuto que integran en Andalucía los beneficiados de un régimen acaba convertido en el mayor receptor de las ayudas para el subdesarrollo. Sí, también en la degradación existe un baremo. Y este negocio, esta red de intereses con las ayudas a la cooperación, supera todo lo admisible. Porque son escuelas, son hospitales, son pozos…
Etiquetas: Inmigración, Sociedad
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