El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

31 octubre 2007

Laberinto


De todas las penurias que nos asolan, la peor es ésta de saber que hoy, exactamente a las siete y treinta y siete de la mañana, estaré muerto, con la cara destrozada, tumbado en medio de una vía de tren. No he podido dormir en toda la noche pensando en ese instante, no por dolor o por miedo, sino por la obsesión de vivir un presente que nadie puede cambiar. Podemos mirar la historia de la humanidad hacia detrás y hacia delante, cientos y cientos de años que se enlazan en una recta infinita. Pero en esa recta, nosotros sólo podemos vivir el presente. Hoy. Ni ayer, que se fue, ni mañana, que no ha llegado. Somos un punto en el infinito, un destello de luz como esas estrellas diminutas que contemplo en el firmamento. Espero que llegue la hora, y nada me hace conciliar el sueño.

Tan espesa era mi divagación, que apenas pude darme cuenta de que me coloqué los pantalones y una camisa y me fui directo a la puerta del edificio. Bajé las escaleras con sigilo, ni siquiera me atreví a coger el ascensor para no hacer ruido. A estas horas de la madrugada, no es fácil pillar un taxi. Los que pasaban libres iban de regreso del turno de noche y no paraban; los otros acababan de salir a trabajar y también circulaban con la luz verde apagada, supongo que camino del primer café. Calculé treinta minutos andando hasta su casa. Nunca se me ha dado mal andar a paso ligero, de hecho el tren de cercanías es el único transporte que utilizo a diario.

Llegué a su casa y me detuve en la puerta, con el dedo a dos centímetros del timbre. Un instante de incertidumbre que no esperaba. No es que me ocurra mucho, pero a veces me quedo paralizado. Actúo por impulsos, soy bastante cobarde, y será esa mezcla la que me provoca unos momentos de colapso. Cuando me sucede, solo tengo que esperar un momento, y todo vuelve a la normalidad. Esta vez fue más rápido aún, porque fue aquel hombre quien abrió la puerta. Me hizo pasar sin preguntarme, como si esperase mi visita. Tampoco él parecía haber dormido mucho, aunque acababa de ducharse y hasta el salón llegaba el olor del café recién hecho.

“Llevo años pensando en todo esto, y creo que esta noche he encontrado todas las explicaciones en este libro”, dijo y me mostró un viejo libro de cuentos de Borges. “Todo está aquí, en El Jardín de senderos que se bifurcan. No existe un tiempo uniforme, sino series infinitas de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. En la mayoría de los tiempos no existimos, en otros somos amigos y en otros estamos en bandos distintos. Pero da igual porque todos ellos tienen un destino inexorable, único, el enfrentamiento, el cainismo. Todos los capítulos de la historia de España conducen a lo mismo. Ese es nuestro laberinto, y quizá no logremos salir jamás”.

Camino del tren, saqué del bolsillo el sobre que me había entregado. Era la sentencia de un gran atentado. El 11 de marzo. En las páginas de hechos probados, mi nombre aparecía entre los muertos.



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