Dejar de ser
Ha contado Curro Romero en alguna ocasión que una tarde infame de toros en la Maestranza llegó desolado a su casa de Camas. Aquellas tardes de gloria, en las que las mujeres besaban ramitas de romero y la arrojaban al albero de la plaza, aquellas faenas de ensueño en las que un escalofrío recorre el cuerpo al saber que se está viviendo un instante que se recordará siempre, que se contará como una leyenda, ‘yo estuve allí’; aquellas tardes en las que Curro Romero abandonaba la Maestranza como un césar, como un dios, aquella adoración se había transformado en una lluvia de almohadillas y de gritos. Y Curro, allí, cerca de la barrera, entristecido por la desmemoria, acaso por la falta de respeto, observaba la bronca y quizá pensaba por qué no le era posible entonces parar el tiempo, como dicen que ocurría cuando él toreaba.
Así llegó a su casa de Camas, tras la corrida, y un pintor lo vio entrar, cabizbajo, y le preguntó. ‘¿Qué, maestro? ¿Cómo ha ido la tarde?’ Y Curro se volvió a mirarlo y le contó lo sucedido, los gritos, las voces, las almohadillas que caían como insultos. Y le contó su desesperación al ver que ya no lo querían aquellos que le aclamaban. Entonces el pintor lo cortó en seco, al ver cómo se equivocaba, que el maestro no había entendido nada. “No te gritan por lo que eres, Curro, te gritan por lo que dejas de ser”.
Hace falta un amor desmedido por una persona, por una tierra o por una idea para poder establecer la sabia distinción que hizo el pintor entre el ser y el dejar de ser. Los gritos de protesta son, en realidad, las voces irritadas de la nostalgia, la ira del recuerdo, la desesperación de los ideales frustrados. Que las protestas no aparecen si no hay amor; que, sobre todo en Andalucía, el peor insulto es el silencio aterrador de la indiferencia.
“No te gritan por lo que eres, te gritan por lo que dejas de ser”. He recordado muchas veces esa frase porque, en muchas cosas, también a Andalucía le ocurre como a Curro Romero aquella tarde. Y produce irritación que cuando se critica el presente de esta tierra, cuando se arrojan almohadillas por el bajonazo de una nueva subida del paro, cuando se grita por la pillería de una banda de aprovechados, panda de mediocres instalados en el poder, se confunden esos gritos con un desprecio a Andalucía. Y, como a Curro, no se le grita a Andalucía por lo que es, sino que se le grita a Andalucía por lo que deja de ser. Sólo hay que cerrar los ojos para imaginarlo.
(El torero contó su anécdota en una reunión de béticos ilustres, decepcionados, dolidos. También al Betis, como sentimiento hondo, se le grita hoy por lo que deja de ser. Como esta tarde. Cuando todos nos reunamos en la calle para gritar fuerte: “Por el Betis, yo voy”)
Así llegó a su casa de Camas, tras la corrida, y un pintor lo vio entrar, cabizbajo, y le preguntó. ‘¿Qué, maestro? ¿Cómo ha ido la tarde?’ Y Curro se volvió a mirarlo y le contó lo sucedido, los gritos, las voces, las almohadillas que caían como insultos. Y le contó su desesperación al ver que ya no lo querían aquellos que le aclamaban. Entonces el pintor lo cortó en seco, al ver cómo se equivocaba, que el maestro no había entendido nada. “No te gritan por lo que eres, Curro, te gritan por lo que dejas de ser”.
Hace falta un amor desmedido por una persona, por una tierra o por una idea para poder establecer la sabia distinción que hizo el pintor entre el ser y el dejar de ser. Los gritos de protesta son, en realidad, las voces irritadas de la nostalgia, la ira del recuerdo, la desesperación de los ideales frustrados. Que las protestas no aparecen si no hay amor; que, sobre todo en Andalucía, el peor insulto es el silencio aterrador de la indiferencia.
“No te gritan por lo que eres, te gritan por lo que dejas de ser”. He recordado muchas veces esa frase porque, en muchas cosas, también a Andalucía le ocurre como a Curro Romero aquella tarde. Y produce irritación que cuando se critica el presente de esta tierra, cuando se arrojan almohadillas por el bajonazo de una nueva subida del paro, cuando se grita por la pillería de una banda de aprovechados, panda de mediocres instalados en el poder, se confunden esos gritos con un desprecio a Andalucía. Y, como a Curro, no se le grita a Andalucía por lo que es, sino que se le grita a Andalucía por lo que deja de ser. Sólo hay que cerrar los ojos para imaginarlo.
(El torero contó su anécdota en una reunión de béticos ilustres, decepcionados, dolidos. También al Betis, como sentimiento hondo, se le grita hoy por lo que deja de ser. Como esta tarde. Cuando todos nos reunamos en la calle para gritar fuerte: “Por el Betis, yo voy”)
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