Rosa Díez
En los pasillos del Parlamento europeo, los eurodiputados socialistas no se conformaban con hacerle el vacío. La consigna iba más allá, más lejos, poder para sumarle al aislamiento el desprecio y la burla. Por eso, cuando ella subía a un ascensor, los demás lo abandonaban. Que todo el mundo lo sepa, que se vea, eurodiputados de todos los países: Rosa Díez, la que encabezó la candidatura, es ahora una apestada entre los suyos. La plaza pública, el escarmiento y la humillación inquisitorial siguen latiendo en el tejido sociológico español y quizá sea la política el rescoldo más caliente de aquellas hogueras.
La salida de Rosa Díez del PSOE, después de treinta años de militancia, tiene el único objetivo de seguir haciendo política, es verdad. Pero tras el cerco ominoso al que han querido someterla sus propios compañeros, parece claro que también se marcha con una lección personal a todos esos, les ha dejado sobre el escaño el acta de eurodiputada, que es el privilegio al que no renunciaría ninguno de los que la acosaban.
Se va Rosa Díez a buscar los aires socialistas fuera de la asfixia del aparato («me voy el PSOE para poder seguir defendiendo mis ideas socialistas») y la paradoja mayor de esa degeneración paulatina de la izquierda es que acabe beneficiando a quien cree combatir. De ahí las dudas de quienes se resisten a abandonar la militancia. Piensa Rosa Díez que ya «no sirve para nada defender esas ideas desde dentro», pero otros muchos sostienen que no hay posibilidad alguna de que se oiga a nadie desde fuera. Por el sistema electoral que sólo potencia a las minorías nacionalistas; por el bipartidismo imperante; por el dominio de tantos medios de comunicación, impermeables y feroces contra los disidentes; por la fijación del voto de izquierda que atiende antes a las banderías que a las razones. Para esos, desde ayer, Rosa Díez es una más de la derecha. Sólo eso. Ese será todo el mensaje.
Y aunque es verdad que las corrientes internas han desaparecido en el PSOE (Zapatero, como Chaves en Andalucía, ha laminado o acomodado a los disidentes hasta convertir el debate interno en un solar de falsa unanimidad), la dificultad se multiplica de forma exponencial cuando la tarea consiste en organizar un nuevo partido político a la izquierda del régimen. En Andalucía, por ejemplo. ¿Qué apoyos públicos, qué compromisos, qué ayuda puede encontrar Rosa Díez en Sevilla o en Málaga, las dos ciudades andaluzas en las que tiene previsto abrir una sede? ¿Dónde están aquí los intelectuales que acompañen a Savater?
Dos años después, Rosa Díez quiere recorrer el camino que ya intentaron los Ciudadanos de Cataluña. Es probable que se queden en el intento. De momento, de todas formas, que se abran las ventanas al aire fresco de nuestra utopía más reciente. «Es posible plantear una revisión del modelo de Estado en España desde un punto de vista nacional, sin hipotecas y sin complejos».