El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

26 agosto 2007

Epicuro

La política de estos tiempos, tan agria y prefabricada, ofrece pocas oportunidades para la reconciliación. Pero a veces, llega. Hace poco, por ejemplo, casi al final del curso político. En medio de la tormenta navarra, cuando el huracán de los tránsfugas y las traiciones en los ayuntamientos, en plena vorágine de maldiciones tras los últimos plenos, llegó una noticia singular de cuatro diputados de Málaga en el Congreso: «Los diputados del PP Celia Villalobos, Ángeles Muñoz, Federico Javier Souvirón y Juan Manuel Moreno han desvelado que el puesto de la Guardia Civil de Canillas de Aceituno no cumple el horario de atención al público y piden explicaciones al Ministerio del Interior». Genial, o sea. Si yo fuera presidente de las Cortes, condecoraría a los diputados y pondría ese recorte de prensa en un lugar visible de la entrada, justo al lado de aquella frase de Ortega que otra vez he sugerido para la misma fachada: «Señorías, es de plena evidencia que hay sobre todo tres cosas que no podemos venir a hacer aquí, ni el payaso, ni el tenor, ni el jabalí».

¿Pues no tenemos la percepción nítida de que la clase política está cada vez más alejada de los problemas reales de la población? Frente a esas certezas, el desconcierto de Canillas de Aceituno. Imaginen la cara de Rubalcaba si en un debate, el portavoz del PP le preguntara qué está ocurriendo con el cuartelillo de la Guardia Civil de Canillas del Aceituno, que todo el pueblo está molesto. Si la política se recrea tantas veces en su faceta de arte vaporoso, si la clase política se enroca en sus propios problemas, tendría que estar legislado una cuota para estos problemas de la vida misma.

Que el futuro de la política, en fin, está ahí, en la conciliación del interés ciudadano con el discurso político. Hace unos años, Luis Goytisolo escribió un artículo, ‘Frustración y narcisismo’, sobre el desastre de la corrección política, de cómo afectaba a la sociedad que, paulatinamente, se iba convirtiendo en egocéntrica y despreocupada, dos estados de ánimo que conducen a la intolerancia. Es esa tendencia creciente, que vemos mucho en política, a rechazar de antemano la posición del contrario, «tú tienes tus ideas y yo, las mías». Pero la política, sin la raíz de dialéctica socrática, se convierte en guerra de trincheras. Y concluía Goytisolo: «El ser humano ha conocido tiempos más sombríos; tan bobos, posiblemente no. Decididamente el mundo está más necesitado que nunca de un pensamiento estoico adecuado al presente, de un neoestoicismo. O de un nuevo epicureísmo. O mejor: de los dos».

Veremos. De momento, parece claro que el empirismo social de Canillas de Aceituno no forma parte de lo políticamente correcto, luego esa iniciativa parlamentaria va por el buen camino. ¿Una nueva filosofía, otra política? Cualquier cosa antes de aceptar esta sinrazón de que los años de mayor progreso y civilización sean, además, los más bobos de la Humanidad.

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