Iglesias
En el portón de entrada del palacio arzobispal, el obispo había mandado colocar un cartel de letras gordas: «El señor obispo sólo recibe los martes de diez a una. Y no insistan». Si el padre Zabala se fijó en aquel detalle es porque, antes de entrar, ya tuvo claro que no había nada que hacer, que la distancia entre el obispo y él era mayor que la que separaba su parroquia en la Amazonía peruana y el convento de dominicos de los Picos de Europa al que le obligaban a volver. Aún así, pasó al despacho de caobas centenarias del obispo y se colocó frente a él. Para recibir sus órdenes. Que entre aquellos dos hombres hubiera algo en común, que estuvieran unidos por un mismo dios, y que respetaran una jerarquía, debe ser algo que sólo entienden ellos, uno de los misterios insondables de la Iglesia católica. El uno, repeinado y suntuoso; el otro, un misionero navarro, de largas barbas blancas, sandalias y túnica gastadas, como salido de ‘La Misión’ con Robert De Niro.
Conocí a Zabala en el País Vasco, entre pucheros, en unas jornadas que organizaron en julio los inteligentes gestores de la catedral de Vitoria, un prodigio de explotación turística de un monumento en obras. El padre Zabala era uno de los invitados a las jornadas de la Fundación Catedral Santa María, ‘Recetas del Alma’, que reunió allí a monjes de toda España, de todas las órdenes, de todos los aspectos. Cistercienses, benedictinos, franciscanos, dominicos, paulistas… Tan distintos entre ellos como sus platos, cuencos de gazpacho blanco, bandejas de perdices rellenas con jabalí y calderos de sopas de ajo y estofados. Banquetes reales y comida para peregrinos.
De todos aquellos monjes, el único que había salido en la portada del New York Times era el padre Zabala, el día que se publicó una foto suya, suspendido en el aire por cientos de brazos de campesinos e indígenas que lo llevaban en volandas de regreso a la parroquia desde la escalerilla del avión que pretendía tomar por orden del obispo. Dice el padre Zabala que su único ‘pecado’, lo que le enemistó con el obispo, fue su decisión de no cobrar a los feligreses por bodas, bautizos y entierros unas tasas que, a veces, triplicaban el sueldo de aquellas criaturas.
He recordado al padre Zabala ahora que en Albuñol el personal anda revuelto con el traslado de su párroco. Sólo los diletantes se permiten dar lecciones a la Iglesia sin pensar que, muchas veces, en esos contrapesos radica el secreto de dos mil años de existencia. Es verdad, sí. Pero es tan cierto como que no tiene sentido que en estos tiempos esos obispos remilgados y repipis se empeñen en batallas autoritarias. Lo que se precisa de la Iglesia católica, lo que se necesita, es justo lo contrario, apertura, respeto y adaptación a la sociedad. Frente al fundamentalismo, ejemplos de civilización. Frente al autoritarismo, principios, valores. Por mucho que esos obispos coloquen en la puerta el cartel de sus delirios: «Y no insistan».
Etiquetas: Iglesia católica, Islamismo, Varios
4 Comments:
Creo que nunca estaremos mas de acuerdo Sr. Caraballo. Es asi como la iglesia debe acercarse al pueblo y no al reves como pretenden los fundamentalistas radicales que tambien existen entre los Catolicos. No se trata de hacer Iglesias a medida, se trata de que la Iglesia tome medidas, medidas para no alejarse de los fieles, como el Obispo de su comentario se aleja de aquel que no recauda.
Se me olvido...hecho de menos un articulillo sobre su camarada (de profesion) Jimenez Losantos....
Salvador, echo de menos. No hecho de menos. Echar, no hacer, aunque en este caso podría valer: se ha hecho, a su juicio, un artículo menos.
No haré ningún comentario sobre mi ortografía al igual que no lo hago con la de los demás.
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