Consuelo
Consuelo. Lo buscamos sin descanso entre los hierros negros y torcidos, entre las lágrimas y los párpados hinchados, entre el amasijo de cuerpos inertes y de sonrisas calcinadas. Buscamos siempre el consuelo que nos permita mirar hacia delante. Sabemos que las conversaciones del día después siempre estarán llenas de lugares comunes, que la vida sigue, que mañana será otro día, que el destino es caprichoso e inescrutable, también implacable. Se atragantarán las entendederas de desgracias, habrá quienes vuelvan a nacer y quienes se pregunten angustiados, mutilados, desde la cama de un hospital, porqué no murieron ellos también igual que toda su familia. Avanzaremos despacio, arrastrando los pies, por el desierto fúnebre de estos días y, en medio de todo, siempre buscaremos algún consuelo.
Consuelo. Quizá por eso decimos que la sociedad española sabe unirse en las tragedias, que si tuviésemos que elegir algún aspecto positivo de esa enorme desgracia, encontraríamos a los españoles unidos como nunca, atravesados de arriba abajo por una punzada grande, con el mismo sentimiento; por una vez uniformes, alineados frente a un mismo dolor. Quizá por eso decimos que ante las tragedias no hay diferencias, que igual que en el atentado del 11 de marzo, la coordinación entre las administraciones surge instantánea, sin preguntar. Se van uniendo los brazos, uno a uno, trabajadores y voluntarios, y nadie pregunta otra cosa, y nadie quiere saber más que el lugar en el que puede echar una mano. No hay horas, ni distancia, ni reproches. Todos a una.
Consuelo. En la radio han dicho que ocurre igual que en las Olimpiadas, que el espíritu del equipo olímpico español ha dado una lección de unidad en estos Juegos de Pekín, que la convivencia ha sido ejemplar, que los jugadores de hockey iban a animar a los españoles en los partidos de tenis, y los de baloncesto aplaudían a los de balonmano, y las gimnastas arropaban a los velocistas… A doce mil kilómetros, en la dificultad de las pruebas, la sociedad española se une como una piña, dicen, igual que ocurre cuando nos explota en la cara una desgracia. También ellos, tan lejos, han sentido la conmoción de esta tragedia, y se han abrazado. Españoles unidos, una sociedad que trabaja por un mismo objetivo, administraciones en las que no hay preguntas ni reproches, sólo respuestas, trabajo y coordinación.
Huele a tierra quemada en Madrid. En la playa, un balón rueda lento por la arena, alguien recoge conchas y su estampa se refleja en el mar, en el brillo de un espejo enfermo, como en el poema de Benítez Reyes. Se levanta un viento que hace remolinos en la arena y entendemos que viene a cerrar de un portazo el verano. «Agita el viento un toldo/ y agita nuestras sombras en un charco./ Un pez de plata muerta/ ha llegado a la orilla,/ envuelto entre algas./ –Venid, sus ojos aún reflejan el espanto». La tragedia ha traído septiembre de golpe. Y entre hierros calcinados buscamos el consuelo de sentirnos vivos, de estar unidos y no olvidar nunca a nuestros muertos.
2 Comments:
Querido Javier:
Precioso post, no has podido definir mejor el sentimiento de unidad y de hermandad del pueblo español,ojalá algún día se llegue a esa unión, sin remiendos.
Un saludo.
Consuelo.... y también verguenza de el tratamiento informativo de algunos medios. Por poner un solo ejemplo. El piloto es culpable e inocente según que medio:
En La Razón resulta que "Spanair descarga respondabilidad sobre el piloto", sin embargo en El País: "No hay indicio de fallo humano en el accidente". Pero el que se pasa ya de vergonzoso es el titular del El Mundo: "La crisis de Spanair desemboca en una tragedia con 153 muertos". Qué sabía El Mundo que no supiesen los especialistas, los encargados de la investigación etc, etc, ?¿?¿?¿?. que conclusión tan rápida no ?¿?¿. Increible.
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