Uniformidad
Antes de entrar a la reunión de ayer, oí decir al secretario regional de Comisiones Obreras que los sindicatos estaban dispuestos a encontrar soluciones para aquellas personas que, a partir de ahora, «puedan situarse en un plano de desempleo». También le oí decir al bi-presidente de la Junta de Andalucía, Gaspar Zarrías, que lo que el Gobierno le proponía a los sindicatos era «unidad de acción» para afrontar la crisis económica (no dijo crisis, claro, pero lo que no recuerdo ya el eufemismo que utilizó, si dijo «relajación en la tasa de crecimiento», «laxitud económica internacional» o algo parecido). La cuestión es que, cuando ya entraron a la reunión, observé con preocupación un detalle que había pasado inadvertido: ¿Quién de los dos representa al Gobierno y quién a los trabajadores? Ciertamente, si alguien no conoce a cada uno de ellos, si no sabe sus nombres y el cargo que ocupa, sería imposible diferenciarlos porque hablan igual, dicen lo mismo y utilizan las mismas expresiones de cursilería política. ‘Aquí el consejero de Empleo, aquí el consejero de Comisiones’.
Fijémonos, por ejemplo, en la expresión utilizada por Zarrías. ¿Cómo va a reclamar el Poder ‘unidad de acción’ a los sindicatos si, precisamente, la unidad de acción es el arma más contundente que tienen los trabajadores contra el Poder, ya sea político o económico? La unidad de acción, por ejemplo, es una de las grandes frustraciones que siempre cita Marcelino Camacho, ‘padre de Comisiones Obreras’, cuando le preguntan por su vida. Hace unos meses, en uno de los homenajes, volvía a recalcarlo: «Los trabajadores asalariados son la mayor fuerza del país, pero están divididos. Y la división no es la fuerza, te debilita profundamente». Claro que, a continuación, el mismo Marcelino Camacho reconocía que ese lenguaje reivindicativo ya había pasado a la historia, que el «sindicalismo español se ha domesticado».
No se trata, desde luego, de abogar por un sindicalismo salvaje, que alguna evolución ha experimentado también el capitalismo desde los tiempos de la revolución industrial en la que muchos siguen anclados. Pero entre un sindicalismo salvaje y un sindicalismo domesticado, es razonable aspirar a un punto medio: un sindicalismo decente, democrático, reivindicativo y siempre incómodo para los gobiernos. Un sindicalismo independiente, económicamente independiente de los presupuestos del Gobierno, y autónomo, sin más estrategia política que la defensa de los trabajadores. Hoy por hoy, ni una cosa ni la otra.
En fin. Reflexionen sobre la escena: Llega a la reunión con el Gobierno el baranda sindical y, antes de entrar, dice eso de «las personas que, a partir de ahora, van a situarse en un plano de desempleo». Desaparecen los parados del lenguaje sindical con la misma facilidad con la que el Gobierno, luego, ‘desapuntará’ a todos los que pueda de las listas de desempleo y los inscribirá en otra estadística. ¿Quién de los dos representa al Gobierno y cuál de ellos a los trabajadores?, cuando se plantea la duda es que algo elemental, alguna pieza clave, está fallando en el engranaje democrático.
En vez de unidad, uniformidad. A eso han llegado. Uniformidad que huele a neftalina. Uniformidades que son más propias de otro régimen, que son lesivas en una democracia. En fin. Será que la subvención los vuelve a todos de la misma condición.
LA FOTO: La maravilla de foto de arriba viene de la aconsejable web http://www.nadandoconchocos.com/ No sé por qué, pero he leído el texto y me he sorprendido a mí mismo cuando la colocaba en este post de los sindicatos y el Gobierno que nada tiene que ver. Cosas.
Etiquetas: Crisis, Economía, Sindicatos
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home