Andalucistas
Llegaban envueltos en banderas verdiblancas, la flauta de Pepe Suero y la batería de Triana. Llegaban con la melena larga y un ducado en los labios. Coplas de Carlos Cano. Llegaban a una sede llena de humo y sillas de madera, y allí se podía ver al joven Rojas Marcos con el dedo en alto, señalando al cielo, hablando de Andalucía. Rojas Marcos, aquel que se burló del franquismo cuando se presentó de concejal de Sevilla por los tercios familiares, aquel al que exiliaron a Écija, aquel avispado que hacía negocios con la vaquería del padre de Felipe. Allí estaba, en lo alto de la silla, con la boca llena de Andalucía. Llegaban los andalucistas envueltos en el aire nuevo de la democracia, ilusionados. Lo nuestro, los nuestros; nuestros intereses, nuestra gente... El PSA, andalucistas y socialistas. Las salas se llenaban de humo y de ganas. Banderas verdiblancas.
No duró mucho el encanto porque en el mercado de los pactos, los andalucistas fueron los primeros en equivocarse. No entendieron que entonces, y aún en estos días, Andalucía está cosida, provincia a provincia, con hilos de agravios y de rivalidad. Y el pacto para gobernar Sevilla, para hacerse con la Alcaldía de Sevilla tras las elecciones de 1979, se entendió en Granada como una traición. Y en Huelva. Sevilla a cambio de Granada, Sevilla a cambio de lo demás.
En el mercado de los pactos, el PA siempre se ha perdido. Desde entonces, cada vez que los andalucistas han firmado un pacto se han equivocado. Con Martín Villa o con Manuel Chaves. Cegados por la ambición del poder, unas veces, enfangados por la mentira y por la propaganda, otras. Es verdad, pero a quién le importa ya si nadie supo enderezar el rumbo, rectificar, anteponer el proyecto a las migajas del poder. Acabaron convertidos en caricaturas grotescas de lo que pudieron ser, expectativas frustradas, esperanzas derramadas. Minúsculas agrupaciones de intereses para gobernar un partido.
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