El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

30 agosto 2009

Clandestinos



Un bocata en la mano y en la otra un papel con un nombre escrito: «Plaza de Catalunya». Podemos imaginar la escena. Llegan en furgones, de madrugada, y les abren las puertas de par en par. Por primera vez, desde que la Guardia Civil localizó su patera en alta mar, se abren las puertas y detrás no se divisa el patio fortificado de un ‘centro de internamiento’, denominación eufemística de la privisión provisional a la que se conducen todos los inmigrantes sin papeles, sin patria, sin nada. Bajan del furgón desconcertados, tras horas de viaje desde Almería, y un policía les señala la avenida. Ya se pueden ir. El bocadillo en una mano y el papel escrito en la otra es la señal que les indica la libertad, el salvoconducto que les otorga, desde ese mismo instante, la condición de ‘ciudadanos clandestinos’ de la Unión Europa.

Dicen en el sindicato de Policía que ha denunciado el traslado clandestino de los inmigrantes que siempre se elige como destino ciudades grandes porque, así, entre tanta gente, entre tanto trajín, «el impacto visual genera menor alarma social». ¿Y nosotros? ¿Debemos alarmarnos?

En la comisaría de Policía de Barcelona, que confirman el traslado de los inmigrantes pero desmienten los aspectos más chuscos, ofrecen una explicación que, acaso, nadie pueda discutir: lo ocurrido es inevitable, no hay otra salida. Es decir, todos esos inmigrantes pertenecen a países con los que no existen tratados de repatriación. Una vez superados en un centro de internamiento los 40 días máximos de reclusión (que ya es un delirio para un Estado de Derecho, porque no se les acusa de ningún delito pero se les retiene), ya sólo queda una salida, la libertad. O sea, la clandestinidad, la marginalidad.

Insisto, ¿debemos escandalizarnos por estos hechos? A estas alturas del fenómeno de la inmigración ilegal, es probable que la mayoría entienda que es verdad, que no hay otra salida; que la clandestinidad sólo podría combatirse con una barbaridad mayor, como convertir la inmigración ilegal en delito. Por tanto, sí, es verdad, no hay otra salida. Acaso como el problema mismo, que no tiene salidas. Sólo obsérvese un detalle: estos traslados se producen con un Gobierno del PSOE y entre dos comunidades gobernadas por el PSOE. Cuando la Policía denunciaba estos traslados durante el Gobierno del PP, todos esos que hoy les ponen un bocadillo en la mano y una dirección en la otra, sí se escandalizaban. Decían: «La responsabilidad del Gobierno no es distribuir a los inmigrantes por territorios del resto del España, sino, por el contrario, repatriarlos a sus lugares de origen con todas las garantías jurídicas y judiciales. Ahí está el fracaso de la política migratoria del Gobierno del PP». ¿Y ahora?

No es la clandestinidad de esos pobres lo que alarma, sino la clandestinidad política, la falta de escrúpulos. Eso sí que debe alarmarnos. Y de paso, aprender para cuando vengan otra vez con el mantra progre.

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