Circo romano
Joaquín Leguina, uno de los críticos más mordaces de Rodríguez Zapatero, se ha dejado caer en una entrevista con la siguiente afirmación: “En las próximas elecciones, por supuesto que votaré a Zapatero. Soy militante socialista y ésa es mi obligación, me guste o no me guste”. Es curiosa la respuesta porque, cuando se oye razonar a Leguina, cuando se le oye criticar el peligroso adanismo de Zapatero, la perversión de los valores socialistas o las consecuencias letales para España de su “gobierno de ocurrencias”, cuando se le oye un razonamiento así, lo único que no se espera uno es que, en el instante final del discurso, le pegue una patada al tiesto y deje hecho añicos todo lo anterior. ¿De qué sirve tener principios socialistas, aplicar el sentido común o anteponer el interés de estado a los intereses particulares si, al final del discurso, la conclusión es que, por encima de lo que se piense, existe una obligación: votar con los ojos cerrados y la nariz tapada? ¿De qué sirve preocuparse por el país en el que uno vive, por su región o su ciudad si, al final, por obediencia, se vota a alguien a sabiendas de que está perjudicando el futuro? Y sobre todo eso, ¿qué más le da a Zapatero lo que piense, diga o escriba gente como Leguina, qué más le pueden dar las críticas de miles de votantes y militantes, si cuando llegan las elecciones acuden a la urna a votar como autómatas, “porque esa es la obligación”?
Ignora Leguina que, por encima de las obediencias de la militancia, todo ciudadano debe anteponer su condición de demócrata, y es la democracia la que se deteriora con ese planteamiento. También la democracia se guía en esto por las leyes del mercado, y cuando un líder político llega a la conclusión de que haga lo que haga, siempre tendrá respaldo suficiente para seguir en el poder, entonces lo que aparece ya no se llama democracia. En eso, sea cual sea la sigla, el militante le hace un flaco favor a su partido y a la democracia cuando su único objetivo es defender la bandería.
Ocurre, además, que una cosa es la disciplina de partido, la que se impone a los cargos electos, y otra muy distinta es la disciplina de votante o la del militante, que siempre es contraproducente. Se puede entender la disciplina de partido, que se eviten los desacuerdos públicos, que se quiera ofrecer a la sociedad el mensaje de un partido coherente, con un solo discurso, pero también esa disciplina debe tener sus limitaciones. Si en un partido desaparece la discusión y el debate interno, entonces lo que impera es un régimen cesarista. Leguina lo sabe y lo escribió: “Los partidos se han pasado por el Arco del Triunfo el artículo 3 de la Constitución desde hace muchos años, que dice que los partidos, en su estructura y en su funcionamiento, deben ser democráticos Parece un circo romano este Comité Federal del PSOE, se levantan y aplauden, y si te quedas sentado quedas como el tonto de la película. Estamos para discutir, no para aplaudir. Una pena, pero por otro lado vamos a ver si esto de la crisis les da un baño de realidad. Creo que no es culpa del Gobierno, pero trae un golpe de realidad y se van a reducir las ocurrencias, lo cual es de agradecer”.
Ovaciones de circo romano… ¿Está seguro Leguina de que con el voto obediente no es él mismo un espectador más de los que aplauden en el circo romano?
Etiquetas: Elecciones, España, Progresía, PSOE
1 Comments:
Leguina ya viene de lejos en esta postura, en la que reincide y termina por perder coherencia.
Hace unos tres veranos lo escuché en una de las charlas de El Mundo en Punta Umbría. Entonces era parlamentario y se despachó a gusto con el Estatuto de Cataluña, a cuya aprobación había contribuído con su voto escaso de remilgos. Entonces se justificó con la disciplina de partido. Ahora ya no se puede escudar en la obediencia, pero insiste en la contradicción de aprobar con su voto (futuro) lo que critica con tanto fundamento. Quizás la esquizofrenia que le causa esta doble postura, que en el fondo no deja de ser una forma de sectarismo, es lo que le permite seguir tan pancho aplaudiendo en ese circo romano que, en el fondo, le debe gustar.
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