Pirámide social
Uno de los profesores del Instituto Internacional San Telmo, el profesor Juan Martínez Barea, presentó hace unos días en Málaga la receta para salir de la crisis: «Cómo superar una crisis económica y convertirse en el país más competitivo del mundo». Mira que el título de la propuesta es sugerente con los tiempos que corren, pero nada. Ni caso. La culpa, claro, no es del profesor, no; el problema esencial está en su teoría, que carece de los adornos necesarios para convertirla en un proyecto atractivo para la clase política dirigente y, en gran medida, para la sociedad.
Sus propuestas, vamos a ver, no valen porque son elementales y, además, a largo plazo. Por si fuera poco, tampoco tienen el lenguaje adecuado ni se dirige a agentes sociales e instituciones ‘para la implementación de esfuerzos conducentes, y bla, bla, bla’. Nada de eso, conceptos simples, palabras sencillas y el ejemplo reiterado de lo ocurrido en países que lo han puesto en práctica: Finlandia, recuerda el profesor, estaba sumida en 1990 en una profunda crisis, pero en sólo 10 años pudo convertirse en uno de los países más competitivos del mundo gracias a una inversión masiva en educación y en I+D+I. «La base de la pirámide de la prosperidad de cualquier país desarrollado es la educación. Primero la educación, luego todo lo demás». Con ese discurso, ese profesor tendrá que tomarle gusto a predicar en el desierto porque nadie del Gobierno va a prestarle atención. Sólo tiene que pararse en los grandes debates educativos que se han suscitado en Andalucía en los cinco últimos años: Educación para la Ciudadanía; plan de ‘incentivos’ al profesorado (siete mil euros a cambio de más aprobados); y becas de 600 euros para que los alumnos repetidores puedan seguir en el colegio.
Observarán que las diferencias son esenciales; de hecho, nada tiene que ver la base de la pirámide social andaluza con aquella otra que se propone como sustento de la prosperidad y el desarrollo. Frente a la meritocracia, se fomenta el igualitarismo; ante la iniciativa y el esfuerzo, el proteccionismo del Gobierno. El modelo, o sea, es el contrario. Por eso, no resultan ninguna contradicción datos como el de que España sea el país de la Unión Europea que tiene más universitarios en las aulas y el que menos invierte en educación superior, en becas y en ayudas. ¿Curioso? En absoluto, sólo es una consecuencia inevitable de lo que se apuntaba antes, el igualitarismo. Cuando esa idea es la que predomina, lo importante es el número, no la calidad del sistema. La igualdad en educación persigue que todos los ciudadanos gocen, sin discriminación, de las mismas oportunidades; el igualitarismo defiende que, por encima del mérito y del esfuerzo, todo el mundo debe ser considerado igual.
¿Pirámide de prosperidad? La equivocación del profesor Martínez Barea es pensar que el objetivo aquí es cambiar la pirámide social, porque este sistema tiene encantado al personal y al Gobierno. Quien mejor nos ha retratado últimamente ha sido el comisario europeo de Educación, Ján Figel. Una reflexión para enmarcar: «¿Por qué en España tenéis los mejores futbolistas de Europa? Porque os gusta el fútbol y lo amáis, pero también porque invertís y aceptáis los futbolistas extranjeros cualificados. ¿Por qué no hacéis lo mismo con la educación? España debe dejar de quejarse de la fuga de cerebros y de Bolonia y actuar, moverse».
Sus propuestas, vamos a ver, no valen porque son elementales y, además, a largo plazo. Por si fuera poco, tampoco tienen el lenguaje adecuado ni se dirige a agentes sociales e instituciones ‘para la implementación de esfuerzos conducentes, y bla, bla, bla’. Nada de eso, conceptos simples, palabras sencillas y el ejemplo reiterado de lo ocurrido en países que lo han puesto en práctica: Finlandia, recuerda el profesor, estaba sumida en 1990 en una profunda crisis, pero en sólo 10 años pudo convertirse en uno de los países más competitivos del mundo gracias a una inversión masiva en educación y en I+D+I. «La base de la pirámide de la prosperidad de cualquier país desarrollado es la educación. Primero la educación, luego todo lo demás». Con ese discurso, ese profesor tendrá que tomarle gusto a predicar en el desierto porque nadie del Gobierno va a prestarle atención. Sólo tiene que pararse en los grandes debates educativos que se han suscitado en Andalucía en los cinco últimos años: Educación para la Ciudadanía; plan de ‘incentivos’ al profesorado (siete mil euros a cambio de más aprobados); y becas de 600 euros para que los alumnos repetidores puedan seguir en el colegio.
Observarán que las diferencias son esenciales; de hecho, nada tiene que ver la base de la pirámide social andaluza con aquella otra que se propone como sustento de la prosperidad y el desarrollo. Frente a la meritocracia, se fomenta el igualitarismo; ante la iniciativa y el esfuerzo, el proteccionismo del Gobierno. El modelo, o sea, es el contrario. Por eso, no resultan ninguna contradicción datos como el de que España sea el país de la Unión Europea que tiene más universitarios en las aulas y el que menos invierte en educación superior, en becas y en ayudas. ¿Curioso? En absoluto, sólo es una consecuencia inevitable de lo que se apuntaba antes, el igualitarismo. Cuando esa idea es la que predomina, lo importante es el número, no la calidad del sistema. La igualdad en educación persigue que todos los ciudadanos gocen, sin discriminación, de las mismas oportunidades; el igualitarismo defiende que, por encima del mérito y del esfuerzo, todo el mundo debe ser considerado igual.
¿Pirámide de prosperidad? La equivocación del profesor Martínez Barea es pensar que el objetivo aquí es cambiar la pirámide social, porque este sistema tiene encantado al personal y al Gobierno. Quien mejor nos ha retratado últimamente ha sido el comisario europeo de Educación, Ján Figel. Una reflexión para enmarcar: «¿Por qué en España tenéis los mejores futbolistas de Europa? Porque os gusta el fútbol y lo amáis, pero también porque invertís y aceptáis los futbolistas extranjeros cualificados. ¿Por qué no hacéis lo mismo con la educación? España debe dejar de quejarse de la fuga de cerebros y de Bolonia y actuar, moverse».
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